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THE PAINS OF BEING PURE AT HEART + DULCE PÁJARA DE JUVENTUD. Barcelona, 13-11-2012




No resulta demasiado habitual la trayectoria de The Pains Of Being Pure At Heart este año en Barcelona. Después de sacar dos discos extraordinarios en 2009 y 2011, de ganar un montón de fama y seguidores dentro del mundillo indie pop-noise, y de llegar casi a llenar la sala 2 de Razzmatazz a principios de año, lo normal habría sido que su cotización y popularidad hubieran seguido aumentando. Pero se ve que en su caso no, ya que ayer tocaron de nuevo en la condal, y esta vez fue en la sala BeCool, de tamaño bastante más reducido. De modo que se puede esconder el hecho bajo diversos eufemismos como: “en un ambiente más íntimo” o “un concierto exclusivo”; o se puede hablar con franqueza (incluso usando metáforas): cuando cuesta arriba un coche no tira, hay que bajarle la marcha. La realidad, sin embargo, será igualmente la misma: los Pains siguen sin convencer del todo en directo, y consecuentemente han perdido público.

Hace tiempo que arrastran esta cuenta pendiente, pero se fue haciendo más notable a medida que aumentaba su fama, y el contraste con lo que de ellos se iba esperando. Así que, sin que esto sirva de menosprecio para con la sala, opino que se han visto relegados a una especie de 2ª división del directo barcelonés. Un emplazamiento que, sin embargo, tal vez les haya proporcionado un contexto más adecuado y propicio para ganar en seguridad, comodidad, y para hacer que el coche tirase más. Y los de NYC, reforzando el carácter noise y garagero, plantearon una versión de sí mismos más sucia y pretendidamente imperfecta de lo habitual, engordándole la talla a las guitarras, dando en el clavo con distorsiones más incisivas, y subrayando muchas de las mejores transiciones, que en otras ocasiones más solemnes han quedado lamentablemente des-acentuadas.

En cualquier caso, asistimos anoche (el martes) a la BeCool con la intención de comparar a una banda en aparente (y esperamos que superable) declive, con otra claramente emergente, los locales Dulce Pájara de Juventud, y con la equivocada sospecha de que los segundos nos gustarían más que los primeros. Puede que The Pains Of Being Pure At Heart no hicieran nada de otro mundo, que Kip Berman no aguantara su propio ritmo inicial, desafinando desde la mitad del concierto, puede incluso que hayan renunciado a varios de los atractivos que les lanzaron a la fama, como a las voces en dúo, o al falso anestésico ambiental que ponía de manifiesto la acidez latente en su pop post-adolescente. Pero al menos no se dejaron superar por los teloneros. Instrumentalmente estuvieron bastante acertados, aunque usaran brocha donde antes pincel.

Hicieron sonar, además, sus canciones más conocidas y apreciadas, para regocijo de un público que se lo pasó bien. Belong, Stay Alive, Young Adult Friction o This Love Is Fucking Right!, ya como cierre, no podían faltar. Por el contrario, lo más llamativo del concierto de Dulce Pájara de Juventud fue que no tocaron su canción más carismática, Nacer 3. Según confesaron a poco de acabar su concierto los propios miembros del grupo ante declaradas peticiones del público, el Pastor Paniagua se había quedado en casa esa noche. Y con él, todo lo especial que parecía podía aportar esta banda al plan desvirtuado de los Pains. Imagino que detrás de este desliz habrá una vocación más conceptual de su propia música, una voluntad de no dependencia de uno o varios temas icónicos: abogaron más por el espíritu efímero de temas como Feel, Gigalove o Junios vs. Death, que por esa actitud siniestra (en el sentido de retorcida) y atrevida de que es bandera su ausente tema estrella.

No fue, por tanto, una noche de altos vuelos. Unos teloneros deshinchados, casi como una banda cualquiera más, muy por debajo del nivel que se espera de ellos; y una especie de joven y prematura vieja gloria, venida a menos, que sin embargo demuestra que aún tiene ansias y márgenes de mejora. Sin llegar a hablar de renacimiento, creo que The Pains Of Being Pure At Heart, asumido su cambio de rol en el panorama que les vio nacer, aún pueden enderezar el rumbo hacia niveles en concordancia de sus discos. Por otra parte, Dulce Pájara de Juventud, debería empezar a sacar partido a sus virtudes si no quieren acabar como los norteamericanos; que no es poca cosa, pero creo que pueden aspirar a más, al menos a nivel nacional.

Fotos de Pablo Luna Chao.

También disponible en Alta Fidelidad.

ALT - J



Rebelión en la granja.

Una de los cosas más alucinantes de este An Awesome Wave de Alt-J es que, según va avanzando el Cd, se te va haciendo más y más difícil, cuando no imposible, definir qué estilo de música hacen estos chavales. Hacia la mitad del disco ya nos tienen en jaque; pero cuando acaba te das cuenta de que poco importa ese detalle de nomenclatura. Como su nombre: Alt-J; o el triángulo, o la delta, ¡o qué se yo! Lo realmente importante es que suenan de maravilla, hagan lo que hagan y se llamen cómo se llamen. Son de Cambridge, son cuatro, y van a ser casi seguro la revelación del año en el panorama indie.

An Awesome Wave es uno de los mejores álbumes de debut que recuerdo, tal vez, desde el Funeral de Arcade Fire, o desde el xx de The XX. 14 canciones, incluyendo tres interludios y una intro con bastante contenido, que forman un todo muy compacto, definido y, aunque parezca una contradicción, enormemente variado en su morfología exterior. Imposible acotar etiquetas a su sonido amplio y de cuidada varticalidad, pero campean con elegancia y seguridad por zonas cercanas a un trip-hop de luz y techo abierto, llegados desde áreas alternativas y acústicas del pop-rock más musical y colorido, pero siempre con un ritmo básico y una esencia vocal más propia de ese raggae de tapicería rústica y étnica que, en ocasiones, ha practicado Ben Harper. Por supuesto hay neo-folk del bueno, del camuflado entre cuerdas y voces, y también hay electrónica, en esencia, por esa constante tratamiento del beat, siempre marcado y nunca excesivamente rápido, que apoyan en una gama instrumental que reúne piano, bajo, unas guitarras y un teclado siempre deliciosos y, por supuesto, en una batería precisa, ágil y comprometida con la estructura de cada canción.

Alt-J sorprende al mundo con un disco, valga la redundancia, enteramente musical, donde no especulan ni una nota, donde derraman pasión, canralidad y una extremada y depurada atención por los detalles constantemente. Cada canción tiene algo que la hace especial, diferente, y a la vez necesaria dentro del organismo vivo que es el An Awesome Wave. Un disco mágico y fantástico, colorido y cavernoso, de piel suave y fresca como el tacto de la arena de las playas en la noche; donde no puedes dar nada por sentado, ya que en cada canción rompen sus propios moldes y se disparan en diversas direcciones: como si cada tema fuese la gestación de una pequeña mariposa musical. Un álbum de estados plenos de ánimo, con una vegetación floral que decora todo el trabajo con elementos extraidos de las cuatro estaciones, rezumando una humedad que huele a vida y a secreto bien guardado. Aunque por poco tiempo.

Porque esta gente tiene vocación de extrovesión: su música es el tipo de arte que surje por el impulso de agradecimiento ante un mundo que no para de asombrarlos y removerles su aguda sensibilidad. Es el fruto de quien sabe ver y ecuchar antes de expresarse: tal vez por eso suenen a tantos grupo a la vez, sin llegar a imitar ni a recordar a nadie en concreto. El principio, por ejemplo, podría haberlo firmado Piano Magic, con ese piano azulado, la distorisión melancólica, la batería concienzuda, borracha de vino tinto, y el encorvado lamento de Thomas mientras llueven los punteos. Una Intro que augura lo que luego no es: porque toda redención tiene un punto angustioso de orígen. Luego nos confunden con un Interdule I, a dos voces, con la métrica de un poema de Darío. Y por fin, con Tessellate parece que arranca definitivamente el Cd; todos suenan: batería de cálido beat, guitarras de agua, teclados y pianos cuan alfombras mágicas, y voces y alaridos de explorador frente a la hoguera. Todo con mucha clase.

Breezeblocks recoge el testigo ya con otra onda, construida entre la despreocupación caribeña, el tintineo y el redoble de ritmo de bajo, que se acaba imponiendo en uno de los pasajes más sorprendentes y pegadizos del Cd: "please don't go/ I love you so" rematan los Alt-J, haciendo del cubismo vocal un juego de niños bien criados. Puede que el estilo de la banda se sedimente mejor gracias a pacíficas oxigenaciones como el segundo interludio (Interlude 2), ya que apreciamos mejor tras él, en Something Good, la delicadeza de cómo meten un piano en escalera, una acustica africana en las cuerdas (también en las vocales), y como hacen confluir toda la instrumentación en ambientaciones y paisajes hermosísimos. También se hace notar más el silencio, justo en el corazón de disco, en Dissolve Me, logrando un hueco en el olimpo que ocupan los Fleet Foxes o Bon Iver con ese momento glorioso, hacia la mitad del tema, en que sositenen todo el Cd con un arco de voz.

Tal vez Matilda y Ms sean las canciones que menos llamarían la atención, pero en su modestia regalan pasajes de harmonía y, sobre todo, mucha de la riqueza de detalles con la que decoran cada compás. Ya siempre optimistas, siguen colgados del techo, recorriendo las cumbres que ellos mismos han constuido cantando. Desde luego, si el ritmo caracteriza el inicio sorprendente del Cd, el esfuerzo vocal lo hace en la segunda. Fitzpleasure, en su arrogancia, es el último coletazo rítmico: un beat elegante y encarado que revive el Cd cuando el viento ya ha cambiado. Porque de nuevo tras un liviano Interlude 3, Bloodflood huele ya distinto: a final, al recogimiento del atardecer, a los últimos pasajes de una historia asombrosa, colorida y emocionante que tiene que acabar; a esas despedidas y finales que hinchan el pecho pero oprimen la garganta. Taro es, por tanto, como la última mirada de regalo en la distancia: como el "Capitaaaaan" que gritó Dersou Uzala desde lo alto de la nieve cuando se separa de Arseniev. Lo que convierte algo especial en legendario; en inolvidable.

La última pista en una canción desnuda, acústica y en tono de folk matutino: Hand Made es lo que su nombre indica. Con ella se completa un Cd extraordinario que no pasará inadvertido en las listas de final de año. Por la grandeza del abanico de sonidos que demuestran, por su carácter y lo arriesgado del proyecto, por tenerlo tan jodidamente claro, y por tener un estilo tan insultantemente musical, de los que hacen honor al arte que representan, estos chicos de Alt-J van a estar en boca de todos, merecidamente, y siempre acompañados de alabanzas, sonrisas de alegría y el justo augurio de su éxito. Desde aquí le pido a grito a cualquiera de los promotores que trabajan en nuestro país que traigan pronto a estos chicos de Cambridge: su cotización se dispara, y pronto habrá tubas pidiéndolos como zombis por las calles. Y si no, al tiempo. 



DJANGO DJANGO




¡Welcome to the jungle!

Hay discos que son como un veneno con efecto retardado. Cuando en abril escuché por primera vez el Django Django de Django Django, poco antes de emprender un largo viaje de un mes por Mozambique, me gustó bastante, aunque ya estaba distraído e impermeable ante la música nueva. Pero lo que no sabía es que me habían picado, y su efecto, aunque a largo plazo, ya estaba en marcha. A mi regreso, fue el primer disco que escuché; y a medida que ha avanzado el verano, un deseo creciente dentro de mí ha hecho que acudiera de nuevo, una y otra vez, al entramado rítmico y sonoro de esta ópera prima, como si fuera extendiéndose por mi cuerpo, como hace el veneno de los mosquitos más evolucionados, un picor sano a medida que me rasco, a medida que me introduzco más y más en el fascinante mundo de Django Django: una especie de Jumanji musical, extremadamente original, que rebosa calidad y frescura compositiva.

Algunos han clasificado a este cuarteto británico como art-rock, y aunque realmente se conocieron en la Escuela de Arte de Edimburgo, ellos mismos afirman desconocer el significado de esa etiqueta. Tal vez, puestos a inventar géneros, podrían englobarse en una escena ciertamente psicodélica, naturalista, con formato de synth-pop y ritmo electrónico de inspiración étnico-tribal de lo más colorista. Pero en lo referente al estilo, lo mejor será dejar la descripción en un simple eclecticismo de influencias claras, pasado por una batidora muy personal, y transformado en un engendro experimental con cara de pop, movimientos de electrónica básica, y cuerpo formado por elementos de todo tipo de músicas, como si la bestia se compusiera de partes de los cientos de animales que conforman la fauna de una jungla. Django Django es un coctel explosivo, con sabores del mundo entero, de hoy, de ayer y de mañana.

Se trata de un sonido verdaderamente arriesgado, donde los instrumentos se disfrazan de lo que no son, y los ritmos, aunque no en exceso acelerados, resultan siempre frenéticos y un pequeño acto de locura. Destaca, por encima de otras características, la preponderancia rítmica sobre unas melodías que, de sencillistas, pasan casi por infantiloides, inocentes, con un punto de ingenuidad que puede recordar desde a Pink Floyd, a la excentricidad casi dadaísta de Ariel Pink. Pero el ritmo es prioritario, básico (en ambos sentidos), primario y primitivo. Tribal, pero en el sentido tarzanesco de unos tipos siendo naturales, y un poquito selváticos y salvajes, haciendo música en bolas con lo que les ofrece la jungla. Y usan de todo: desde los famosos cocos, a un bombo, hondo y redondo, pasando por varios aparatos electrónicos, y teclados, bajos y guitarras, que muchas veces prestan más servicio al ritmo que a la melodía. Dicen que al principio apenas tenían con qué marcarlo, que incluso una vez perdieron los cocos y casi tienen que suspender el concierto, buscando la fruta por los markets de todo el pueblo. Pero la carencia, tal vez, proporcionó la riqueza.

Lo cierto es que el Django Django es un disco intrincado, con gran cantidad de recovecos y esquinas que conducen a lugares insospechados, con quiasmos y retruécanos musicales por doquier. Pero también es verdad que resulta, bien escuchado, un tanto irregular. Tal vez se deba a la esencia caótica de su espíritu musical. Pueden mantener nuestra atención activa durante los 48 minutos y 13 canciones, a través del sinfín de sonidos que surgen de la selva, pero cuando bajan el ritmo, en ciertas canciones centrales, su intensidad también se resiente. No obstante, nos regalan un inicio de Cd realmente acojonante. Introduction, con ese primer teclado básico que da inicio al ritmo, antes de que el bombo entre, y con ese segundo, bien encajadito en las cuadrículas rítmicas, como buenos británicos que son, anticipan lo que va a ser este viaje, ligeramante psicodélico.

Toda esa promesa se desata en Hail Bop y Default. En la primera, ácida y fresca a más no poder, aparecen también las voces en coro, que es otras de las particularidades de Django Django, recordándonos a la época de los cuartetos vocales (bom, boM, bOM, BOM), y el beat se abre en un horizonte ancho y muy bien iluminado. El track 3, Default, soltado a las primeras de cambio, enlaza con el cabalgar decidido del principio, completando un inicio para enmarcar. Una guitarra cruda comanda el ritmo, a base de rasgadas contundentes hacia arriba y abajo, y en el estribillo, voces mezcladas casi como si fuera beatbox, el tema se convierte en temazo.

Firewater es la primera tregua: asoma la acústica, las pulsaciones bajan, y la melódica manda, relajada, liviana y blusera, porque lleva el ritmo implícito. Acaba, en cierto modo, el hechizo del inicio. Waveforms retoma el ritmo medular del Django Django, con el aroma de siempre, y aunque de manera aislada podría resultar, probablemente, el otro hit del Cd, tras la tregua pierde capacidad de impacto. Zum Zum, sin embargo, sí logra llamarnos más la atención, con esa disparatada composición instrumental, el sencillismo exacerbado de la composición, y la franqueza de su estructura: una divertida pantalla del Donkey Kong Country 3. Justo en el ecuador del álbum, Hand Of Man hace de segunda tregua, acústica y pacífica, pero el álbum ya no se levantará nunca como antes.

La segunda mitad del Django Django de Django Django no está a la altura de la primera, pero demuestran que, pese a ser religionarios de una caja de ritmos bien acelerada, son capaces de dilatar y estirar la superficie melódica de sus composiciones, como si fuera una tela de licra ajustable, para adaptarla a diversas velocidades. Así, Love’s Dart y WOR, por ejemplo, aunque sobradamente contrarias en tempo, comparten la misma urgencia sedada. Ésta última, más en la línea regular, encajaría junto con las demás destacables, en una atolondrada banda sonora de peli de persecuciones de coches, tipo El mundo está loco loco. Storm y Life’s A Beach son otros ejercicios vocales y rítmicos, porque aunque lo mejor esté al principio, todo el Cd está impregnado con las mismas virtudes y características de riqueza decorativa.

El último tema de la línea más combativa de Django Django es Skies Over Cairo, con esa tópica melodía egipcia, y un teclado en su misma sintonía. Pero lo que realmente destaca es, nuevamente, esa rítmica tarzanesca: de pirámide a pirámide en liana, mientras los tambores resuenan al ritmo de un baile entorno a una olla con seres humanos que se salvan en el último momento, porque irrumpe Silver Rays, como si de una nave intergaláctica se tratara, para transformar el final de la historia en una imagen de depurada y cuidada jungla espacial, psicoactiva y tremendamente rítmica, que seguramente acabará entre lo mejor del 2012. Default, al menos para mí, es uno de los hits más grandes y pegadizos que se han visto en lo que va de año. La cita en directo: Dcode Festival; Madrid, mediados del próximo mes.


DESTROYER. Madrid, 19-07-2012



Respirando al ritmo de Bejar se vive más.

Daniel Bejar es Destroyer. Con el apoyo de una banda sensacional de músicos que siguen su compás, este canadiense que se acerca a los cuarenta, con más de una veintena de discos a la espalda, asume todo el peso compositivo y la dirección de un proyecto que, aunque pase por personal, depende del buen hacer y el buen entendimiento de una buena cantidad de músicos de escuela. Un nombre que resulta extremadamente poco apropiado: Bejar y el sonido que manifiesta son de naturaleza pacífica y holgada, contemplativa, incapaz de gestos bruscos y, por supuesto, de cualquier acción o sonido destructor o estridente.

Anoche, en el inmejorable escenario del madrileño Teatro Lara, y gracias al siempre excelente trabajo de la promotora SON, de Estrella Galicia, Destroyer presentó fragmentos inolvidables de su variada y prolífica obra, amenizando la calurosa noche en la capital. Bejar sigue siendo pieza básica en The New Pornographers, quizá su grupo más conocido, y sigue colaborando con otros colectivos canadienses como Swan Lake o Hello, Blue Roses, pero es con los Destroyer con quien más cómodo se siente. Con camisa de cuadros, su característico pelo rizado, la barba, y una actitud relajada, se pasó buena parte del concierto sentado en el suelo, con el micro en una mano, y usando la otra para llevarse a la boca deliciosos tragos de Estrella. Apenas 12 temas, pero una muestra sincera y amable del tipo de inquietudes musicales que recorren las venas de Daniel Bejar.

No ha de ser un tipo corriente: respira distinto, tiene su propio ritmo interno, exteriorizado a través de sus canciones con Destroyer, una esencia de sombra de palmera, de intro de vacaciones en el mar, y un ligero reflejo de oscuridad en su semblante y en su aire distraído. Canta casi como si no diera valor a lo que hace: solo por pura expresión artística, sin pretensiones más allá del desahogo y la libertad creativa. Ni siquiera parece adscribirse a ninguna corriente estilística de manera definitiva: lo irreversible no tiene cabida en su obra, fruto de una mente capaz de aceptar contradicciones y autocorrecciones de rumbo. Sus discos difieren bastante entre ellos, pero suelen ser compactos y altamente coherentes. El último, Kaputt, de hecho, cuenta con un importante leitmotiv instrumental, de vientos, que en opinión de muchos críticos, ha terminado de convertir a Destroyer, definitivamente, en uno de los grupos más valorados del panorama independiente canadiense y, por tanto, internacional.

Dedicó más o menos la mitad del repertorio precisamente a este último trabajo, contando con un trompetista que mezclaba su propio instrumento electrónicamente, y otro músico que, aparte de dominar el saxo y la travesera, tocó en un par de temas una extraña flauta electrónica de lo más sofisticada. Los vientos del Kaputt. Una trompeta siempre lejana que tiñe toda la composición de nostalgia y amena felicidad recreada; y un saxo lleno de glamur, vestido de blanco inmaculado, que ayudó a llenar la sala de los buenos recuerdos que a todos nos vinieron a la cabeza al sonar Kaputt, el single que da título al Cd, Chinatown; o, con ayuda esta vez de la travesera, al sonar Suicide Demo For Kara Walker. Todo al compás de un fuego lento, pero ligero y volátil como el vuelo de un ave que planea disfrutando de su plena libertad.

Ocho músicos hacen posible que la delicada estructura y el elegante revestimiento de Kaputt quede en directo con el mismo acabado, pero tal vez más mérito tenga aún la sutil adaptación que hicieron de sus temas antiguos a la última inquietud de Bejar, más encarrilada hacia el glam-pop sintetizado que hacia el pop-folk, personal e intransferible, que practicaba con más frecuencia en el pasado. Pero este personaje no se desprende de los estilos, los interioriza. Destroyer es hoy una amalgama de esencias que van y vienen, como ocurre en los mejores jardines, de manera delicada y natural. Y aunque puede que reine un aroma algo más revisionista, sobre todo en cuanto a los ritmos, y despegado en relación a lo que hace con otros grupos,  siempre es el mismo mundo visto por los mismos ojos, abstraídos pero bien abiertos.

El concierto que dieron ayer los Destroyer tal vez no entre en la categoría de los que utilizaré en las próximas semanas para dar envidia al personal, pero fue una muestra perfecta del portentoso talento compositivo y de los interiores musicales del fascinante mundo de Daniel Bejar. Texturas frescas para aliviar el calor a un público que disfrutó relajado en sus respectivas butacas; melodías refinadas y esbeltas, y un sonido general que en su sencillez, como pasa casi siempre con el agua pura, encierra el secreto del valor catártico que posee. Destroyer limpia por dentro, porque al ritmo de Bejar todo fluye mejor: respirando como él, seguro que se vive más.

Fotos de Pablo Luna Chao.

También disponible en Alta Fidelidad.

Escucha el setlist del concierto en Spotify.
o míralo aquí!)

SHARON VAN ETTEN




La nota distinta: las otras nunca lo harían.

Sharon van Etten es, en estos momentos, el principal motivo de mi felicidad. Sé que es superficial, efímera y basada en ese placer que pruebo y reconozco cuando descubro un artista o grupo que me enamora a primera vista: noto el pecho más ancho, una sonrisa siempre latente, y unas ganas tremendas de contar lo que oigo, siento y observo. Y la vida es así: hace un mes no la conocía, era solo uno de los incontables nombres que había leído, y que tenía pendiente; me la perdí en el Primavera Sound. Pero cada cosa tiene su momento, supongo, y así disfrutaré durante todo el verano de las ansias de querer escucharla en directo. La cita: a finales de septiembre en Madrid, Valencia y Barcelona.

Lo que sé de Sharon van Etten lo aprendí en Wikipedia, pero todo lo que demás me lo enseña ella cuando canta. Sé que es de Jersey, que Kyp Malone, el de los TV On The Radio, la animó a iniciar su carrera musical, que ha colaborado con The Antlers, que su último Cd, el primero que he escuchado yo, TRAMP, lo ha prodcido Jajgaguwar, y que se ha grabado en el estudio de Aaron Dessner, de The National. Pero también intuyo, yo solito, que esta chica va a llegar muy lejos: por lo menos, al lugar que le corresponde dentro de la generación de mujeres que, en el mundo anglosajón, se está haciendo con el control del rock. Del corte de Cat Power, PJ Harvey, Mazzy Star, Leslie Feist o St. Vincent, la de Jersey compone un folk educado en la urbe, suave en su definición, pero triste en su andadura. Una suerte de baladas modernas, envueltas en una voz preciosa que no alardea ni especula. Pero además, Sharon van Etten tiene siempre una nota distinta, un punto diferenciador.

NEUMAN



Genética pop-rock; disfraz de post-rock.

¡Vaya sorpresón me he llevado con Neuman! Desde que escuché las primeras notas de su álbum de debut, PLASTIC HEAVEN, he pensado que tal vez haya cometido un grave error al no incluir su segundo Lp, The Family Plot, en la lista de lo mejor de 2011. Digo tal vez porque aún no le he escuchado. Porque un grupo así se merece la atención adecuada, y se merece que le haga justicia escuchando las veces que sean necesarias su primer trabajo antes de pasar al segundo. Merecen un número de escuchas suficiente, para así tener la noción justa de la espera, y poder entonces regodearme y rebozarme a gusto cuando llegue a lo realmente nuevo. Siento una deuda con Neuman, y pienso recuperar el tiempo perdido. Solo entonces pasaré a su siguiente Cd.

PLASTIC HEAVEN es un disco largo y generoso: casi 2 horas, 14 canciones, la mayoría de ellas de más de 4 minutos, y casi todas con mucho contenido y un gran valor ambiental. Mediante este trabajo Neuman se postula como una banda nacida para despejar las fronteras del pop con el post-rock, como Nudozurdo, por ejemplo. Su sonido se basa en elementos de ambos estilos, aunque también podría decirse de ellos que hacen un pop oscuro con un fantástico disfraz de post-rock. Si entendiéramos el post-rock en su definición más amplia diríamos que Neuman tiene esa facilidad genérica para hacer de la variación el centro de sus mejores canciones, esa inercia característica del sonido post-rockero que tiende a dar mayor importancia a una textura, a un punteo o a un fraseo insospechado, que surge de la propia canción y no de las partituras (en apariencia), a esa especie de creación progresiva que se enarbola siempre hacia arriba, ganando en complejidad y, a la vez, en profundidad. Diríamos que Neuman tiene claramente el color azul oscuro del post-rock, ese que cambia en el cielo, lenta pero implacablemente, todas las tardes al anochecer. Pero hay más suavidad en sus notas que en la mayoría de las composiciones del género. Por eso tal vez ellos, por fin, sean capaces de popularizar las bases del post-rock en nuestro país.

THE PAINS OF BEING PURE AT HEART. Barcelona, 13-01-2012



¡Un poquito de algo más!

En el tiempo que emplea un español normal con conocimiento medio del inglés en leer y pronunciar correctamente The Pains of Being Pure at Heart, estos chicos se marcan un concierto. Ayer pasaron por Razzmatazz, y los catorce temas que tocaron dieron apenas para una hora justa de recital: fue visto y no visto, una ráfaga primaveral de pop independiente en medio del invierno. Los neoyorquinos, tras editar dos discos extraordinarios, siguen con el directo como asignatura pendiente, pero va siendo menos evidente que les falta rodaje. Porque pese a no ser una banda de excesiva pretensión artística, sí que se esperan de ella grandes cosas: un poco de ese algo más que tanto se respira en sus trabajos de estudio, que tan revitalizador ha resultado para el panorama pop internacional.

El principal problema de The Pains of Being Pure at Heart en directo es, según mi opinión, que no son capaces de remarcar suficientemente sus grandes momentos, que los tienen y a pares; no logran grandes contrastes, y apenas consiguen subrayar o recalcar las transiciones y los cambios de ritmo interesantes. Por el contrario, tienden a monotonizar las canciones y, en consecuencia, el setlist entero, que se diluye. Carecen del trazo grueso, de la pincelada gorda que todo impresionista debe guardar para las líneas maestras. Es como si se empeñaran en copiar en bajo relieve un precioso y rico alto relieve musical, como si el cincel, sobre el escenario, perdiese profundidad o capacidad de incisión. Y no es que los Pains se distingan precisamente por clavar sus notas a golpe y martillo, o por tener un registro sonoro amplio y variado, pero se echa en falta que se pongan guapo: que se miren con orgullo al espejo y potencien sus virtudes; quizá les sobre humildad y les falte algo de ego.

ANNA CALVI



Ha nacido una estrella.

A esta chica la escuché, por el rabillo de la oreja, a principios de verano en el Día de la Música Heineken de Madrid, sin saber quién era, y sin hacerle mucho caso. Recuerdo haber comentado algo que se suele decir en los festivales cuando oyes algo que no conocías hasta el momento: "Oye, pues mola esta tía, eh?". Pero no siempre vuelves a casa y acoplas de inmediato esa novedad en tu día a día musical. Y yo, en este caso, he tardado medio año en rendirme al encanto de Anna Calvi. Solo he tenido que darle al play, en un momento cualquiera del día, de un mes cualquiera, para darme cuenta de la evidencia: que esta chica tiene algo muy pero que muy especial. Porque aunque sea una banda estable, la personalidad en la composición de esta londinense de ascendencia italiana, es abrumadora. Casi puedes respirar su perfume, recomponer su cara sin haberla visto, conocerla sin haberla conocido.

Odio que un disco se llame como el grupo, la verdad. Pero el ANNA CALVI de Anna Calvi, sin embargo, sí que hace honor a su título: es una presentación en toda regla de una artista que, con toda seguridad, va a ser una estrella. Anna Calvi está llamada a hacer grandes cosas en la música, o al menos eso se desprende de su primer trabajo. Y no solo porque éste le haya valido para ser nominada al Mercury Music Prize (que inevitablebemente habría de llevarse PJ Harvey), o porque hace justo un año estuviera entre los finalistas del BBC's Sounds of 2011. Está claro que es un gran trabajo, pero esconde algo mucho más importante: el nacimiento de una auténtica personalidad musical. Después tendrá que crecer, desarrollarse y consolidarse, pero ya ha nacido.


THE ANTLERS



Miradas de amor desde la distancia.

Son curiosos los razonamientos automáticos que procesa nuestra mente a veces. Como las que genera la mía cuando escucha algo nuevo, relacionando al grupo con el sello y viceversa. En ocasiones (luego generalmente voy descubriendo que no tengo razón), como en el caso de Matador y Esben and The Witch, me pregunto por qué una grande le da esa oportunidad a unos raros desconocidos; y en otras, como en el caso de The Antlers y Frenchkiss Prod., no puedo evitar pensar que es como cuando un equipo pequeño ficha a un genio del fútbol, hasta ahora desconocido, y lo da a conocer al mundo, disfrutando de su presencia mientras aguarda el inevitable momento en que venga uno grande y se lo lleve. Porque esta banda, después del BURST APART, ya no puede pasar más desapercibida.

Peter Silberman es el responsable directo de este proyecto de Broocklyn que a mí, personalmente, me tiene loquito últimamente. Practican un delicado pop-rock independiente, ligeramente alternativo, y un poquito post-algo: una música muy identificable (me niego a decir catalogable, aunque lo sean), pero con una personalidad clara y bastante particular. Recuerdan un poco a Piano Magic y a The National, pero en general, y pese a no resultar en absoluto inclasificables, a quien recuerdan en todo momento es a ellos mismos. The Antlers es de esas bandas que mientras las oyes eres, en todo momento, plenamente consciente de a quién estás escuchando y por qué. Pero no busques motivos de escaparate, no muestran a gritos o con luces de neon su bandera: te van conquistando con la insistencia de las caricias que siempre son bien recibidas. Hay mucho amor en la voz herida de Silberman.


STILL CORNERS



Still Corners son como una aparición fantasmagórica en medio de la noche. Tanto es así, que algunas mañana me levanto pensando que tal vez los he soñado. Pertenecen a un mundo donde las formas no están establecidas, donde lo concreto no existe, y donde cualquier sombra es tan real como el objeto que la proyecta. Tessa Murray y Greg Hughes son el núcleo de esta banda de dreampop británica nacida en 2008 que, desde la edición de su primer Lp, CREATURES OF AN HOUR, han transformado las buenas sensaciones en una realidad. Ya son, oficialmente, una promesa...si es que son reales (si es que estoy despierto mientras escribo esto).

Ahora, una vez dejado de lado el hecho de si son de este o de otro mundo, una vez aceptada la travesía por lo onírico, podemos disfrutar tranquilos de un disco que, probablemente, estará en alguna de las listas de lo mejor del año. Desde luego, según mi criterio y gusto, está ya entre los 3 mejores del otoño. Demuestra que el dreampop está más de moda que nunca, apoyado en la gran paleta de colores, en el gran abanico de sonidos que abre la era electrónica. Pero aunque la referencia indiscutible de Still Corners sea Cocteau Twins, están mucho más cerca de bandas como Deerhunter, Beach House, Beach Fossils, Wild Nothing o incluso Warpaint: dreampop del siglo XXI.

Todas las canciones son de una nocturnidad exacerbada. No pueds imaginarte a Tessa con otra cosa que un camisón blanco (o negro) a la brisa de la noche, transparentando frente a una ventana abierta. El sonido pálido de Still Corners vale también para los amaneceres lentos, de días que pueden ser el último. Lo notamos ya en sus dos primeras canciones: el acogedor eco de Cuckoo se transforma en una premonitoria y angustiosa Circulars.  El teclado, que recuerda subliminalmente al Exorcista, el grito ahogado de la guitarra, y esa batería que corre, huye o se apremia por salvar la vida, hacen de esta canción, mi preferida de todo el Cd, una llamada a la sensatez, una advertencia, un alegato al estado de guardia. Porque los que más pueden amar son lo que más pueden sufrir. (Los que más tienen son los que más pueden perder)


CREATURES OF AN HOUR es un disco melancólico, teñido de una tristeza luminosa y abierta a la esperanza. Es un álbum de recogimiento; no es un escondite para animales heridos que ya solo esperan la muerte, sino más una zona de boxes oculta, oscura y mullida donde lamer los rasguños del inevitable roce de la vida. Endless Summer tiene ese aspecto de guarida, y el final propio de un arranque de restauración sentimental. Into The Trees, por el contrario, es ya una composición sana y fuerte de corazón, con el sabor del típico dreampop despreocupado y medio pijo del nuestra época. Rico musicalmente, pero quizá excesivamente ensimismado y vanidoso. Que los Still Corners se gustan a sí mismos queda claro en el final de este tema: las lluvias tibias de guitarra sobre el teclado son su hábitat natural.


Hasta ahora, está claro que la voz de Tessa Murray no nos ha pasado inadvertida. Pero es en The White Season cuando, a modo de nana, la muestra más desnuda y expuesta. Poco a poco, en nuestra mente, se aleja más y más de Liz Fraser y de las damas oscuras y pálidas de los '80-'90. Su voz, a estas alturas, se ha erigido como SU voz, y no como la que se parece a la de otra. Y para cuando suena la genial I Wrote In Blood, su tono nos parece ya algo categórico. El teclado y su escala nos recuerda a Circular, y nos recuerda también que, aunque vivamos intentando olvidarlo, hay siempre un mal presagio sobre todos nosotros, un drama en ciernes allá donde haya vida, allá donde solo hay muerte al final de cada camino. Se palpa el dolor en este tema, pero también la fortaleza de los materiales nobles, con los que se hacen y conformar los seres humanos.


Para cuando suena The Twilight Hour uno ya ha captado el mensaje del disco, los susurros de Tessa se han instalado cómodamente junto a nuestro tímpano, y el lento discurrir del dreampop nocturno de estos ingleses nos parece ya lo más natural del mundo. A medio camino entre la tensión de la incertidumbre y la quietud de la calma, se mueven la mayoría de las canciones, como Velveteen; y otras como Demons son tan solo la expresión de la rendición ante la constante y oscura amenaza que siempre nos rodea. El colofón y cierre de CREATURES OF AN HOUR es quizá la canción que emana mayor seguridad: Submarine tiene un ritmo suficientemente acelerado que no permite que el disco se acabe entre la somnolencia y la rendición.




Y cuando acaba el Cd, y lo has escuchado atentamente por fin te das cuenta que sí que son reales. Muy reales. Solo que en lugar de tener cuerpo y presencia física, son pura música sostenida por capas y capas de alquimia sónica.

WILD NOTHING




Un día lejano que sabes que pronto se volverá a repetir.  

Jack Tatum es un chico de Virginia, y además es Wild Nothing, una de las grandes noticias de 2010. Empezó a hacer ruido en 2009 con unas demos, y pronto fichó por un sello joven de Broocklyn, Captured Tracks, para la confección de lo que ha sido su álbum de debut. GEMINI fue uno de los Cds preferidos por la crítica especializada el año pasado, y no es para menos. Tatum se rodeó entonces, lo mismo que para sus actuaciones en directo, de una banda que le sigue a pies juntillas. Fruto de aquel contrato y de ese trabajo, vio la luz en mayo este maravilloso Cd de enorme producción propia. Un sonido que nos recuerda a infinidad de grupos de los últimos 30 años, un ejercicio de revisionismo más que destaca por liviano, grácil y fluido.


La comparación con The Pains of Being Pure at Heart me parece inevitable, aunque también cabría hacerla con The Morning Benders, The Radio Dept. o incluso con Yo La Tengo; así en general. Claro que luego hay temas en concreto que parecen vitrinas de museo de músicas de otro tiempo, como Driffter, que bien podría ser de Cocteau Twins o de This Mortal Coil. Confirmation me recuerda al rollo cyberbruja puesta de ácido tipo Ariel Pink's Haunted Graffiti, y My Angel Lonely, un poquito, al acento Deerhunter. GEMINI, por tanto, no me parece un canto a la originalidad, pero sí que consigue armonizar todas esas influencias y semejanzas. Es una de esas mezclas capaces de hacerte olvidar los evidentes ingredientes que lo componen, para transformarlos todos en pequeños aportes a un nuevo sonido, aunque tremendamente familiar.

GEMINI destaca frente a otros Cds de poprock independiente por esa extraña frescura que tiene su acento a sabor viejo, ya usado. Es como cuando compras algo de segundaano y te parece mentira que alguien haya podido haberla usado ya antes: suena a nuevo y a antiguo a la vez, como si fueran una revisión de ellos mismos, antes incluso de que se establecieran como un sonido concreto. No obstante, el tono de voz, el color de la piel de su sonido, y la recurrencia en los efectos, los teclados y los ritmos calmados, nos hablan de una personalidad musical importante; al menos, incipiente.

Lo que más me gusta de Wild Nothing es la aparente sencillez de lo que hace. Lo fácil que parece que le resulta a Tatum hacer música. Es como de una lógica aplastante, como si estas melodías y efectos, estas texturas de ante, impregnadas de la dosis justa de purpurina y brillantina, hubieran estado ahí, siempre al alcance de todos, suspendidas en el imaginario colectivo a la vista de todos, esperando a que alguien se las apropiara. Son canciones que cuando las oyes piensas: "claro...¿cómo no se la había ocurrido antes a nadie coponer esto?". Summer Hollyday y, sobre todo, Live In Dreams y Our Composition Bock te hacen sentir como esas canciones de Yo La Tengo y The Pains of Being Pure at Heart, que sabes que tiene algo especial. Llamémosle canon del indie: llevan implícita una luminosidad interna, irradian tanta sensación de libertad, de emancipación, que te parece ver el mundo como una inmensa pradera sin fronteras.

Wild Nothing hace un poprock envuleto en neblina postmoderna, un rock pálido e independiente del mundo formal; un pop construido con el material del que se hacen los sueños, con un ritmo siempre amable, acompañado de unos teclados inconfundibles de sonido acristalado pero grumoso. Confieren ese eco de luz tenue que abre la pista de baile a las formas y sonidos que van de hoy hasta los '80. Pero siempre con un principio de personalidad muy grande. Varios de los temas, algunos porque nos suenan a otros grandes grupos, y otros porque nos parecen una novedad incontestable, parecen haber nacido para ser míticos. Parecen himnos de un día perdido en la memoria, un día lejano que sabes que pronto se volverá a repetir.

BLONDE REDHEAD



El placer del contraste.

Kazu Makino y los gemelos Pace son Blonde Redhead, un trío italo-japonés que nació New York a mediados de los años '90, y que hoy en día es considerado, por muchos, como un grupo de culto. En 16 años han editado 8 Cds, los últimos tres con el sello británico 4AD, del Grupo Beggars. Llegaron a mis oídos hace dos o tres años como consecuencia del sunami que supuso en su carrera, y en el pop, la edición en 2007, de 23: para muchos, uno de los mejores álbumes del año, y probablemente su trabajo más escuchable y populista. 

Pero que no se me interprete mal: aunque provengan de un sonido cercano al grunge, auspiciado por el mismísimo Steve Shelley (batería de Sonic Youth y fundador del sello Smells Like Records, con el que también lanzó a la fama a Cat Power), y deriven en otro mucho más suavizado, sofisticado y pop, en ningún caso considero peor el 23 que, por ejemplo, el LA MIA VITA VIOLENTA, su segundo disco; o denigrante, criticable o lamentable la evolución a lo largo de su carrera. Respeto la línea que han seguido; no en vano, Girl Boy, el último track de su primera obra (cuando todavía eran cuatro), ya anunciaba el futuro de la banda.


En Blonde Redhead siempre ha estado latente la tendencia que explota en 23: un dream pop donde el peso de la distorsión se ha reducido drásticamente, más adaptable a los oídos de las mayorías. Personalmente, pese a que me fascinaron con ese sonido, he ido apreciando más y más a esta banda por sus primeros trabajos, sobre todo por este segundo, LA MIA VITA VIOLENTA. Conociendo dónde acaban, es delicioso observar como segregan las pocas gotas de dulce pop que, doce años más tarde, serán una líquida avalancha, un sunami de pop alternativo. La aspereza del grunge ya casi es costra, y pronto (o poco a poco, mejor dicho) desaparecerá del todo. Desde luego, no van a ser los primeros ni los únicos en mostrar cómo la incertidumbre de la generación X dejó cicatrices menos marcadas de lo que se pensaba.
LA MIA VITA VIOLENTA es el temprano punto de inflexión a partir del cual se va a imponer su personalidad y su determinado sonido, a cualquier tipo de etiqueta cerrada. Blonde Redhead, si es que lo hizo alguna vez, dejó muy pronto de hacer grunge, encontrando una fórmula de expresión clara, directa y concreta, pero con la vulnerabilidad que siguió a la muerte de Kurt Cobain. Si a ese mayor punto de emotividad le queremos llamar pop, hagámoslo; pero en la forma, en los rasgueos, en la imperfección manifiesta y chillona de las voces, en lo oblicuo de las miradas y la melodía, están todavía a años luz: es solo el zumo que sale de exprimirlo una y otra vez, como se hacía con los árboles de caucho en el Amazonas, allá por la época de los pioneros y fitzcarraldos.

Cuando abres el Cd la voz de Kazu Makino se sale de la caja, libre y plenamente consciente de cómo es el cuerpo que posee. En I Still Get Rock Off, justo al principio, coquetea con la influencia de Liz Fraser (Cocteau Twins), pero en seguida adopta la postura de una gata en celo, y su voz juega al despiste con la de Amadeo Pace, en un descosido dúo de jirones. Y no vuelve hasta I'm There While You Chock On Me, la más áspera junto con la primera y la última, Jewel. Parece como si reservaran la cara más severa, la más chirriante y rasgada a la voz femenina y mordiente de la nipona: auténtica bella enredada en espinos. Y la versión más envolvente, poprockera, oscurecida y glamurosa, se expone a la sombra de la voz masculina, más profunda que incisiva. Violent Life (pese a su violencia), U.F.O., 10 Feet High, y Down Under y Bean (aunque a dúo con Kazu). 

En Harmony y Young Neil muestran la faceta que hay presente en todas las canciones: una sana afición por la evasión, por una psicodelia misurada, imprecisa y esquelética. En la primera, casi del todo instrumental, ensayan un progresismo, acompañado por un sitar precioso, que culminan las voces en dúo. Desde luego, es un disco sin desperdicio alguno. Escuchándolo uno se debate entre la pasión latina del acento melódico, y la austera e insensible mirada turbia de los mártires del grunge. 

Blonde Redhead pasarán este verano por España. Será la primera vez desde que yo los conozco, y desde que presentaran su 23 en 2007 en gira con Interpol. Se supone que nos traen el Penny Sparkle, pero espero y deseo que muestren todas sus caras posibles. Escuchando este último Cd, mi tendencia natural ha sido ir a buscar sus primeros tiempos, y no porque fueran mejores, sino porque el contraste le queda a este trío como un guante. Es, quizá, su atractivo más especial.


WILD BEASTS



Pop perfumado y con pedigree.

Hace justo una semana asistí al Día de la Música en el Matadero; solo el sábado. Iba para ver a The Pains of Being Pure at Heart y, sinceramente, me llevé una pequeña decepción. Al grupo más prometedor del momento se le vieron cosas buenas, pero también bastantes otras por mejorar; aunque siempre teniendo en cuenta las enormes espectativas que generan. De todas formas, Wild Beasts se encargó de darnos la de arena (o la de cal, nunca he entendido cuál es mejor): un concierto sensacional, el mejor de la noche, absolutamente sorprendente para todos aquellos que, como yo, conocíamos a esta banda desde hace poco, desde la publicación de su tercer álbum, Smother, el pasado mes de mayo.


Como preparación para el festival escuché su segundo trabajo, TWO DANCERS, y casi sin tiempo para fijarme, ya me llamó la atención. El concierto ha dado pie a una escucha más atenta, y es puro deleite.Su primer disco, Limbo, Panto, queda muy lejos del nivel que exhiben los de Leeds en sus siguientes Cds, modulando su extrema musicalidad hasta alcanzar el equilibrio perfecto. Un pop sofisticado y con pedigree.

Si tuviera que compararlos con alguien (cosa a la que nadie me obliga; en realidad me encanta), o hablar de los ingredientes que este sonido posee, diría tres nombres: Arcade Fire + Sigur Rós + Vampire Weekend. No obstante, quiero dejar claro que, como ocurre a veces en la mezcla de colores, en este caso las influencias evidentes dan como resultado un producto que casi nada tiene que ver con las bandas mencionadas. La vocación fuertemente artística, casi barroca, esa retórica casi de musical, e incluso la pose de Hyden Thorpe (con un aire a Win Buttler), recuerdan a los canadienses; también por la calidad de su sonido. Los agudos sobre una profundidad luminosa podrían acercarse a lo último de los islandeses; y esa capacidad de hacer sencillo lo articulado, o el ritmo sin complejo alguno, me recuerdan a los neoyorquinos.

Pero ese glamour que inunda todo el TWO DANCERS es totalmente de cosecha propia, al igual que el particular acento que proporciona la voz sobre las guitarras, cristalinas y claras, la infinidad de texturas y colores son capaces de crear, o el aire de homenaje a Queen, o al mismísimo Sinatra, son producto de una personalidad musical importante. Wild Beasts, con este Cd, se ha hecho un hueco en el panorama del pop independiente a base de derrochar personalidad compositiva y estética. Entre la extravagancia de temas como The Fun Powder Plot o Underbelly, la épica íntima de Two Dancers I, la extrovertida de Hooting & Howling, All The King's Men o Throught The Iron Gate, y los temas de dreampop moderno a lo Blonde Redhead tipo We Still Got The Taste Dancin' On Our Tonques o This Is Our Lot, construyen un disco redondo, pulido y de aspecto totalmente renovador; probablemente el pop más cuidado y perfumado del planeta.

Cuidado, de todas formas, con abusar de este Cd. Es como abusar de la comida china: al final puede llegar a empalagar. Tanto condimento sabroso sacia hasta el apetito del más glotón. El Smother, problemente, tiene menos grasa. Pero sin duda, todas las artes musicales, todos los ingredientes de la cocina de Wild Beasts, están expuestas en el maravilloso TWO DANCERS: un disco indispensable para todos los amantes del dream pop, que casi siempre es independeiente.




YUCK



Pop veraniego en primavera.

Penetrar en el álbum de debut de Yuck puede resultar un ejercicio un tanto deconcertante. Es como si abriéramos una vulgar cebolla y, capa tras capa, su naturaleza cambiase del blanco al morado; limpia, sin mezclas chirriantes, ni colores de aguachirri. Llevo un mes escuchándolo y aún no sabría decir si los londinenses son poperos que coquetean con el viejo grunge, o ruidosos amantes de noise domados a golpe de cercana influencia. YUCK, de todas formas, es el debut de un grupo muy prometedor (preseleccionados para el BBC Sound of 2011), que volverá en breve a nuestro país (Primavera Sound y Día de la Música de Madrid).

Si las primeras notas del Belong de The Pain of Being Pure at Heart suenan a Smashing Pumpkins, las del YUCK de Yuck suena a Sonic Youth. Get Away tiene la de cal y la de arena: la suciedad de un bajo que se clava, de la voz enjaulada, y de una guitarra afinada en el tono de Seattle, y la suave textura de una batería pop, con pandereta, y de la otra guitarra, cálida y serena. Nada Surf son maestros en combinar esas dos facetas, pero Yuck se ofrecen, con The Wall, Shook Down y Sunday, como dignos competidores de los norteamericanos.

Y cuando nos acomodábamos en ese plácido pop-rock de cálidas acústicas, rompen el molde con Holing Out, recordándonos a base de distorsión que son británicos, súbditos de su majestad. Lo bueno de Yuck es que sus canciones no son complejas, pero tienen estructuras ricas, y elementos compositivos refrescantes y muy interesantes. En ese sentido, y sobre todo en Suicide Policeman y Georgia, recuerdan un poco a Yo La Tengo y a The Pains of Being Pure at Heart: un pop veraniego en primavera, maduro desde las raíces, con un dúo en stereo de géneros que da paz y esperanza, y un brillo profundo y firme desde el fondo de la sencillez.

A la altura de la pista 8 estoy casi convencido de que, en realidad, se trata de otro disco más de pop, de un grupo que se supone que viene a salvar el rock. Y desde luego que podrían hacerlo...si hubiera algún rock que salvar de algo. Pero entonces Operation irrumpe en escena, y vuelve la confusión. ¡Bendita confusión! Acordes, estrofas y distorsiones que recuerdan a Dinosaur Jr, a Pavement, a Sonic Youth. Son como pequeñas pepitas de metal duro entre suelo arcilloso.

La polivalencia musical de Yuck queda clara en el cierre del álbum. Rose Give A Lilly, en plano instrumental (el temita podría ser de Piano Magic, Mogwai o Explosions In The Sky perfectamente), y Rubber, por la occidua y gruesa distorsión, están más cerca del post-rock que del sonido general del disco en sí. Demuestran, en general, buenas dotes en el susurro melódico, y detalles de un noise muy rejuvenecido que no desdibujan el tierno sabor de boca colectivo del Cd. YUCK sabe a varias cosas, pero todas están ricas y combinan bien, tanto en el plato como en el estómago.

Estoy deseando que Yuck le de la razón a la BBC. Su disco es bueno, con repertorio suficiente como para enganchar al público con su ruido alegre y destensado. Volveremos a comprobarlo el sábado 28 de mayo en Barcelona, y el domingo 19 de junio en el Matadero de Madrid. Espero que con ellos dé comienzo, (no) oficialmente, el verano en la capital.