Mostrando entradas con la etiqueta dreampop. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta dreampop. Mostrar todas las entradas

LOWER DENS (Nootropics, 2012)



Madurar engorda.

Hace cerca de dos años vaticiné que Lower Dens sería un grupo de los grandes, que crecería disco a disco regalándonos canciones inolvidables en un futuro próximo. Su primer álbum, Twin-Hand Movement, publicado en verano de 2010, a parte de obtener críticas muy favorables, les proporcionó un material con el que no han parado de girar durante estos dos años, madurando su sonido hasta convertirlo en algo sólido y más bien duro, consistente. Les vi en concierto aquel invierno de 2010, en la carismática Sala Moby Dick de Madrid, y el pasado mayo en el Primavera Sound; y lo primero que se me pasó por la cabeza fue que habían engordado. Nootropics es el resultado material de ese proceso de madurez prematura (valga el oxímoron): no sé si hacia adelante, pero es el paso en la dirección que todos esperábamos, a tenor de lo escuchado en su ópera prima.

Es posible que la propia Jana Hunter haya ganado también unos quilitos: aunque la música sea básicamente la misma, con un estilo muy marcado desde el principio, el acento de inestabilidad de su primer trabajo, de desequilibrio y de angustiosa necesidad de exteriorizar un discurso plagado de sentimientos contradictorios, pegaba a la perfección con su apariencia desgarbada: aquella figura raquítica de mirada afilada, aferrada siempre a su guitarra, se movía más ágil, de día y de noche, siempre como huyendo de algo. Esa sensación de inestabilidad y desequilibrio parece haber desaparecido: Hunter camina con paso más firme, decidida, consciente ya de cuál es el canal de comunicación entre su interior y el resto del mundo. Ha engordado, y Lower Dens, aunque haya perdido agilidad, ha duplicado su corpus, su materia y su presencia.

Nootropics presenta, además, ciertas diferencias con respecto al primer álbum de esta banda de Baltimore, a nivel instrumental y estructural. Formalmente, como ya he dicho, me parece igualmente sobresaliente, por el tufo insoportable a ellos mismos que posee en todo momento, aunque con menor versatilidad. Pero es más calmado, entre otras cosas, porque creo que carece de esa necesidad de hacerse oír de la que hablaba antes, y nos mantiene en sedación constante, bajo una complicada y tosca argamasa instrumental y melódica. Hunter, en ese sentido, se abandona bastante al teclado, a lo Victoria Legrand, dejando a las cuerdas formar una tela de araña que, a la postre, hace las veces de suelo con mayor firmeza que cuando su guitarra dirigía la melodía con mayor protagonismo.

En cualquier caso, destaca por encima de todo el resto del Cd Brains, el primer single, con ese insistente y coordinado cabalgar de batería y guitarra, que va abriéndose e incluyendo a los demás instrumentos, hasta alcanzar, en su lógica y propia evolución, una intensidad hasta ahora nunca vista en Lower Dens; al menos no tan cocida a fuego lento: sólida, densa y pacientemente. El teclado va ganando protagonismo y la voz de Hunter sale reforzada tras un primer tema, Alphabet Song, donde recuerda, quizá demasiado, a Beach House. Pero la densidad y la ligera monotonía anestésica se muestran tras Stem, la versión agilizada del hitazo: en Propagation, una dilatada y cinemática canción saturada, con transparencias hermosas por donde pasear nuestros oídos, plagadas de guitarras que gimen en la madrugada. Una monotonía que bien podría acompañar largos paseos nocturnos, en la soledad de un invierno húmedo y tranquilo.

La apuesta por la reiteración empieza a parecer un tanto obsesiva en Lower Dens cuando comienza Lamb, tema de estructura a planta circular, con claraboya central. Pero la base queda y de rítmica casi minimalista permite el primer gran lucimiento vocal de Jana Hunter, con cierta voluntad de protagonismo. Candy, a continuación, sí marca un punto más encarado, más dinámico, aunque sea en un claro picado, menos monótono, pero siempre desde la saturación y la intensidad. En ese aspecto, el momento más complicado del Cd es Lion In Winter pt. 1: un ejercicio de experimentación instrumental sin dirección alguna. Ahora, superado ese momento, el disco nos regala aún dos buenas piezas: Lion In Winter pt. 2 y Nova Anthem. La primera es quizá la versión más pop-playera de Lower Dens, pero con acabados, enlaces y arreglos bastante ingeniosos: ideal para acabar los conciertos dejando sabor a esperanza. Y Nova Anthem, que es el segundo y más grande lucimiento vocal de Jana Hunter, que emana de una bonita torre plateada y afilada erigida desde los cimientos a base de un ritmo casi digital y un teclado clerical.

Ignorando un poco la enervante canción final, In The End Is The Beginnig, que más bien parece un paseo por el oscurantismo de remordimientos más digeridos, nos queda un Cd irregular, aunque curiosamente monótono y pesado (ambos términos en el mejor de los sentidos), con dos o tres temas de verdadero peso, y con Brains como bandera. A Lower Dens, y a ningún grrupo debutante se le exige que todos los temas de su segundo álbum sean perfectos, como tal vez sí se les exige del primero para llamar la atención. Basta con que corroboren sus buenas maneras, sus estilo bien marcados y su futura proyección con una serie de temas que renueven nuestro oído, y no nos haga volver al primer trabajo. Nootropics es, por tanto, un Cd que les corrobora y que les hace avanzar, más maduros, en la dirección que todos esperábamos.





BEACH HOUSE



La misma piedra, más pulida.

A estas alturas del año ya podemos ir marcando en las quinielas de repaso de 2012 a Beach House como uno de los más claros triunfadores a nivel musical, sin miedo a equivocarnos. Su popularidad y cotización han ido irremediablemente hacia arriba desde que nacieron, hace ahora 8 años, y poco a poco se han ido envolviendo en un halo de excelencia solo comparable a las vitrinas de un museo. Tal vez sea ahí dónde deba estar este dúo de origen francés nacido en Baltimore, Maryland, sobre todo a tenor de las críticas escuchadas y leídas a propósito de su último trabajo, Bloom: su dream-pop barroco parece la rareza que todos estábamos esperando; la pieza de arte, ni muy clásica ni muy moderna, en la que todas las opiniones convergen, una diana de unanimidad. Pero se trata de un éxito esperado: de una colisión entre la escena indie y lo comercial que se veía venir desde lejos, como cuando los continentes chocan, a una velocidad colosalmente lenta pero inapelable. 

Bloom ha sido un disco muy esperado, como si las predicciones y las lecturas de pájaros en el cielo hubieran anticipado el advenimiento del mesías hecho Lp. Reverenciado desde la primera nota escuchada, ha venido a materializar el mejor momento de la formación, resumiendo expectativas y capacidades en apenas 10 canciones, redondas y complementarias a la vez, que son ahora el paradigma más expresivo de lo que es el sonido de Beach House. Porque, en el fondo, no ha cambiado tanto. No ha cambiado nada; y no aportan nada nuevo, nada distinto: ni una nota fuera del guión. Bloom es más de lo mismo, pero más pulido, rozando la perfección. Los de Baltimore son como el artesano que, de tanto repetir una fórmula, acaban por dominarla y convertirla en arte. Al mirar atrás se nota la evolución, lenta y concienzuda, que ha transformado un bosquejo esquemático y más tosco, en una obra acabada y verdaderamente perfecta.

De todas maneras, sin entrar a valorar quién sería Mozart en esta ecuación, me planteo que hay, como en la historia de Amadeus, dos vertiente importantes en la creación artística: la que busca la perfección, lo sublime y, en última instancia, a Dios y a lo divino-espiritual; y la que existe por sí misma, por puro genio, por esa infinita y a veces caprichosa capacidad imaginativa del hombre, para recordarnos que es precisamente en nosotros donde reside la divinidad. Sí valoro a Beach House como a un Salieri en la ecuación, y hace tiempo que lo perfecto dejó de impresionarnos e interesarnos. Se puede acusar a Victoria Legrand y a Alex Scally de lineales, usando el Bloom, como cualquier otro Cd, de argumento, y probablemente lo verían como un halago. Muchos lo verían como un halago; y yo, en general, también. La atmósfera que generan con las capas instrumentales, de textura aterciopelada y densos cromatismos, es coherente y sin fisura alguna; el halo magnético que se crea hipnotiza, utilizando un ritmo invariable y la sedante voz de Victoria; y resulta que cada centímetro de música que de ellos se extrae podría reconocerse desde la Luna. Pero es la misma figurita de siempre, solo que con más oficio: la misma piedra, más pulida.

Bloom es la consecución de un ambiente que, de principio a fin, se hace dueño y señor de nuestra atención, y de nuestros sentidos. Tal vez la especialidad de esta pareja sea precisamente la ambientación y, cómo no, las texturas. Y en este último álbum han logrado, más que nunca, uniformizar y unir estos dos elementos, creando una atmósfera completa y, como decía antes, sin fisura alguna. En un inicio espectacular, basado en los teclados cardados, las baterías de bombo y timbal mudo, de platos que brillan, en adornos de guitarra y, naturalmente, en la voz especial de Victoria, plantean esa atmósfera, cuasi analógica, que si bien no decae en exceso en el resto del disco, sí es verdad que representa, seguramente, lo mejor del Cd. Entre Myth, Wild y Lazuli establecen la línea rítmica y el abanico instrumental y de sonidos que luego dominarán durante el resto de disco.

Con la inercia de tan impresionante inicio, parece como si Other People enganchara su melodía a la estela que dejan las tres primeras, y ya de por sí funcionara. En general ocurre lo mismo durante un buen rato, careciendo The Hours y Troublemaker, en cierto modo, de personalidad propia. Rendidas al embrujo general, al taumatúrgico ritual de reiteración barroca y preciosista que es el alma del Cd. Hasta New Year, la pista 7, donde vuelve la verdadera personalidad, con variaciones de intensidad y melódicas, ausentes desde la 3. O Wishes, con remarcadas líneas de fuga y una versión de Victoria de las que realmente enamoran. On The Sea, ya casi al final, queda como un puente al último suspiro, al último tema, donde finalmente se disipará toda la tensión estática, capilar y cardada, que generaba el campo magnético del Bloom. Esa que puede oírse al principio y al final de Irene.

Una pista oculta, llamada Wherever You Go, del todo distendida, cierra un Cd que sonará hasta la saciedad los próximos meses. Un Cd que catapultará a Beach House a un éxito comercial que, esperemos, sabrán gestionar. Un paso adelante en sus carreras. Los problemas puede que lleguen, si es que llegan (yo espero que no, sinceramente), por la necesaria y exigente fidelidad que requiere un estilo tan personal y perfeccionado. Mientras la frescura compositiva siga como hasta ahora, radiante, no habrá nada que temer, pero poco a poco parece que se cierran más puertas a influencias externas, y tal vez se hayan cortado las vías de escape de sí mismos, las vías de experimentación e innovación. Permanecerán fieles a su elección, hasta que se sature la atmósfera que creen. Hasta entonces, permaneceremos sedados por Beach House y su maravilloso Bloom.

Fotos de Pablo Luna Chao.


SIGUR RÓS

 


¿Amanece o anochece?

Llevaba tiempo esperando poder decir lo siguiente: ¡Sigur Rós han vuelto! Cuando hace apenas dos años anunciaron que se tomaban un descanso indefinido, para centrarse en sus carreras en solitario, jamás imaginamos que necesitarían tan poco tiempo para darse cuenta de lo huérfanos que nos dejaban a todos sus seguidores. Es como si últimamente hubieramos tenido que aprender a dormir solos por las noches, sin el cuento o la canción de cuna con la que nos criaron nuestros padres. Pero ahora, como venidos de un largo viaje que se antojaba solo de ida, vuelven el calor de sus manos a arroparnos, el sosiego de su voz a embelesarnos, y su contar melódico y nostálgico a conducirnos, envueltos en paz y harmonía, a donde solo la imaginación y la magia reinen sobre mi mente.

Los islandeses siempre han sido un grupo diferente, una banda a parte. Con una sensibilidad especial, y un inalterable fondo de bondad absoluta, siempre han parecido de otro planeta: los protagonistas, quizás, de una mitología tan del norte que pertenece a las estrellas. Serían la leyendo de quien creó de la oscuridad la luz, de quien le dio voz al silencio, de quien armonizó el cielo con la tierra, el fuego y el hielo, y la noche y el día. Sigur Rós no podían nunca pasar inadvertidos: hegemónicos sobre el post-rock, el space-rock y el dream-pop del siglo XXI. 

Ahora han vuelto y percibimos ciertos cambios: transformaciones naturales que se han ido produciendo a fuego lento, y que ahora se muestran orgullosamente enunciadas. VALTARI no tiene el fresco verdor de otros discos, ni la tensión ni el ritmo de galope; no tiene el desarrollo apocaliptico que nos hizo estremecer en obras pasadas. Pero en el poso de su sonido se nota todo eso, interiorizado y fusionado en sus entrañas. Se entrevén, más allá de la apariencia harmónica y casi tántrica del nuevo disco, todas las etapas y estratos que han conducido a Sigur Rós al punto exacto musical en el que se hallan. Y como no podía ser de otro modo con gente así, el ciclo de los islandese remite a un lugar muy familiar para todos, cerca de sus orígenes.

No es que VALTARI sea un volver a empezar, una vuelta al principio, pero sí se respira esa misma suspensión en la nada que se apreciaba en el Von: una nada llena de detalles como surgidos de la inercia y del caos puesto en paz, observado lenta y apaciblemente. Hay, frente a su primer disco, una mayor capacidad de síntesis, de silencio y suavidad. Y aunque rítmicamente sea, como aquel, mucho más monótono que los demás álbumes, la riqueza compositiva de melodías y texturas supera con creces la que aquel disco áspero, denso y desafiante con el que se presentaron al mundo. 

Es como contraponer el alba con el atardecer: inconfundibles entre ambos, no son más que el sol puesto en el mismo ángulo. Sigur Rós hace que nos dé igual si empiezan o acaban, si es el principio o el fin de algo; hacen que, sin más, te detengas un instante y observes qué hay afuera, ahí, frente a tí, a tu alrededor. El cromatismo característico de los islandeses, en este como en sus mejores trabajos, nos recuerda una vez más que el hogar de cada uno es uno mismo, y que aunque el mundo es grande y asusta, es precisamente ahí donde radica la magia de estar vivo. 

Desgranar VALTARI es como descorrer vestidos de seda en busca de un secreto que reluce en el fondo del armario. Puede que la tensión y el gótico de anteriores etapas haya menguado, pero parece que su paso por el barroco ha concluido, dejando atrás esa fase, orquestal y florida, que representa en la carrera de Sigur Rós el Með Suð I Eyrum Við Spilum Endalaust. Canción a canción encontramos siempre una contención natural a los sentimientos que, en anteriores trabajos, se expresaban con más aínco e intensidad. Pero transmiten todo el proceso de lucha y contradicción dialéctica interna que han sufrido para llegar hasta aquí. No habrá momentos de éxtasis más allá de Varúð o Rembihnútu, y sin la grandilocuencia de antaño. Ni voz en las últimas canciones, como ese final anticipado al que solo ellos saben poner música. 

Tal vez haya gente que crea que este disco solo vale para echarse la siesta, y no hace falta que le augure dulces sueños, porque estoy convencido de que los tendrá. Y más que dulces, los tendrá plateados, y de ese azul tan poco carnoso al que han vuelto los islandeses. Después de su exito por todo el mundo, su florecimiento cuando Jonsi buscaba en solitario, y después de la promoción que hicieron con Heima e Inni, esta vez sí, Sigur Rós han vuelto...a casa.

Os dejo el documental Heima, que es una joya.

ANNA CALVI



Ha nacido una estrella.

A esta chica la escuché, por el rabillo de la oreja, a principios de verano en el Día de la Música Heineken de Madrid, sin saber quién era, y sin hacerle mucho caso. Recuerdo haber comentado algo que se suele decir en los festivales cuando oyes algo que no conocías hasta el momento: "Oye, pues mola esta tía, eh?". Pero no siempre vuelves a casa y acoplas de inmediato esa novedad en tu día a día musical. Y yo, en este caso, he tardado medio año en rendirme al encanto de Anna Calvi. Solo he tenido que darle al play, en un momento cualquiera del día, de un mes cualquiera, para darme cuenta de la evidencia: que esta chica tiene algo muy pero que muy especial. Porque aunque sea una banda estable, la personalidad en la composición de esta londinense de ascendencia italiana, es abrumadora. Casi puedes respirar su perfume, recomponer su cara sin haberla visto, conocerla sin haberla conocido.

Odio que un disco se llame como el grupo, la verdad. Pero el ANNA CALVI de Anna Calvi, sin embargo, sí que hace honor a su título: es una presentación en toda regla de una artista que, con toda seguridad, va a ser una estrella. Anna Calvi está llamada a hacer grandes cosas en la música, o al menos eso se desprende de su primer trabajo. Y no solo porque éste le haya valido para ser nominada al Mercury Music Prize (que inevitablebemente habría de llevarse PJ Harvey), o porque hace justo un año estuviera entre los finalistas del BBC's Sounds of 2011. Está claro que es un gran trabajo, pero esconde algo mucho más importante: el nacimiento de una auténtica personalidad musical. Después tendrá que crecer, desarrollarse y consolidarse, pero ya ha nacido.


STILL CORNERS



Still Corners son como una aparición fantasmagórica en medio de la noche. Tanto es así, que algunas mañana me levanto pensando que tal vez los he soñado. Pertenecen a un mundo donde las formas no están establecidas, donde lo concreto no existe, y donde cualquier sombra es tan real como el objeto que la proyecta. Tessa Murray y Greg Hughes son el núcleo de esta banda de dreampop británica nacida en 2008 que, desde la edición de su primer Lp, CREATURES OF AN HOUR, han transformado las buenas sensaciones en una realidad. Ya son, oficialmente, una promesa...si es que son reales (si es que estoy despierto mientras escribo esto).

Ahora, una vez dejado de lado el hecho de si son de este o de otro mundo, una vez aceptada la travesía por lo onírico, podemos disfrutar tranquilos de un disco que, probablemente, estará en alguna de las listas de lo mejor del año. Desde luego, según mi criterio y gusto, está ya entre los 3 mejores del otoño. Demuestra que el dreampop está más de moda que nunca, apoyado en la gran paleta de colores, en el gran abanico de sonidos que abre la era electrónica. Pero aunque la referencia indiscutible de Still Corners sea Cocteau Twins, están mucho más cerca de bandas como Deerhunter, Beach House, Beach Fossils, Wild Nothing o incluso Warpaint: dreampop del siglo XXI.

Todas las canciones son de una nocturnidad exacerbada. No pueds imaginarte a Tessa con otra cosa que un camisón blanco (o negro) a la brisa de la noche, transparentando frente a una ventana abierta. El sonido pálido de Still Corners vale también para los amaneceres lentos, de días que pueden ser el último. Lo notamos ya en sus dos primeras canciones: el acogedor eco de Cuckoo se transforma en una premonitoria y angustiosa Circulars.  El teclado, que recuerda subliminalmente al Exorcista, el grito ahogado de la guitarra, y esa batería que corre, huye o se apremia por salvar la vida, hacen de esta canción, mi preferida de todo el Cd, una llamada a la sensatez, una advertencia, un alegato al estado de guardia. Porque los que más pueden amar son lo que más pueden sufrir. (Los que más tienen son los que más pueden perder)


CREATURES OF AN HOUR es un disco melancólico, teñido de una tristeza luminosa y abierta a la esperanza. Es un álbum de recogimiento; no es un escondite para animales heridos que ya solo esperan la muerte, sino más una zona de boxes oculta, oscura y mullida donde lamer los rasguños del inevitable roce de la vida. Endless Summer tiene ese aspecto de guarida, y el final propio de un arranque de restauración sentimental. Into The Trees, por el contrario, es ya una composición sana y fuerte de corazón, con el sabor del típico dreampop despreocupado y medio pijo del nuestra época. Rico musicalmente, pero quizá excesivamente ensimismado y vanidoso. Que los Still Corners se gustan a sí mismos queda claro en el final de este tema: las lluvias tibias de guitarra sobre el teclado son su hábitat natural.


Hasta ahora, está claro que la voz de Tessa Murray no nos ha pasado inadvertida. Pero es en The White Season cuando, a modo de nana, la muestra más desnuda y expuesta. Poco a poco, en nuestra mente, se aleja más y más de Liz Fraser y de las damas oscuras y pálidas de los '80-'90. Su voz, a estas alturas, se ha erigido como SU voz, y no como la que se parece a la de otra. Y para cuando suena la genial I Wrote In Blood, su tono nos parece ya algo categórico. El teclado y su escala nos recuerda a Circular, y nos recuerda también que, aunque vivamos intentando olvidarlo, hay siempre un mal presagio sobre todos nosotros, un drama en ciernes allá donde haya vida, allá donde solo hay muerte al final de cada camino. Se palpa el dolor en este tema, pero también la fortaleza de los materiales nobles, con los que se hacen y conformar los seres humanos.


Para cuando suena The Twilight Hour uno ya ha captado el mensaje del disco, los susurros de Tessa se han instalado cómodamente junto a nuestro tímpano, y el lento discurrir del dreampop nocturno de estos ingleses nos parece ya lo más natural del mundo. A medio camino entre la tensión de la incertidumbre y la quietud de la calma, se mueven la mayoría de las canciones, como Velveteen; y otras como Demons son tan solo la expresión de la rendición ante la constante y oscura amenaza que siempre nos rodea. El colofón y cierre de CREATURES OF AN HOUR es quizá la canción que emana mayor seguridad: Submarine tiene un ritmo suficientemente acelerado que no permite que el disco se acabe entre la somnolencia y la rendición.




Y cuando acaba el Cd, y lo has escuchado atentamente por fin te das cuenta que sí que son reales. Muy reales. Solo que en lugar de tener cuerpo y presencia física, son pura música sostenida por capas y capas de alquimia sónica.

M83



No. No voy a hablar del último Cd de M83. Paso del Hurry Up, We're Dreaming. No es que no haya tenido tiempo de escucharlo en profundidad, es que pierdo la paciencia de la repetición cuando algo no me convence, cuando algo no me entra a la primera. Cuando es un grupo nuevo simplemente desisto, lo dejo por imposible y paso a otra cosa. Pero cuando es el nuevo disco de alguien como M83, o le doy una y más oportunidades, o me pasa lo que en este caso: que termino huyendo a su obra más completa. Ante la decepción me he refugiado en DEAD CITIES, RED SEAS AND LOST GHOSTS. Puede que haya gente a la que le guste lo nuevo (9 y pico en Ptchfork, nada menos), pero a mí me gusta demasiado ese segundo álbum como para apreciar lo bueno que hay (no lo dudo) en su reciente nuevo trabajo.

Yo querría que este disco quedara inalterado, protegido contra el tiempo, como inalcanzable, elevado sobre todas las cosas materiales de este mundo. Quise, cuando lo escuché por primera vez, que este grupo no hiciese absolutamente nada más: así quedaría este trabajo como el testamento de aquel milenio que ya era historia, como el legado silencioso de todo el ruido que emitió la humanidad desde que aprendió a hablar y a hacer música. Algo me ha dicho siempre dentro de mí que ignore cualquier otro disco de M83, que solo haga caso a su verdadera y única voz: DEAD CITIES, RED SEAS AND LOST GHOSTS tiene ese aura de atemporalidad que hace de un sonido un estilo de música; campea sobre nosotros, suspendido en un mañana que nos recuerda terriblemente al ayer: siempre será futurista y retro a la vez. 



Todo lo demás que han hecho me parece una inútil imitación de este disco, un vano intento de evolución de algo inamovible, imperecedero. Es como el trazado de un bólido en una vuelta perfecta al circuito de carreras: todo lo que sea alejarse de la ortodoxia plasmada en el DEAD CITIES, RED SEAS AND LOST GHOSTS me parece una desviación decadente, una caída de nivel, una bajada a tierra firme, al territorio de las cosas mortales. Y el sonido de M83 no debería pertenecer a ese mundo. 

Es la perfecta unión de shoegaze con la música electrónica. En ningún otro momento les salió tan bien esa mezcla, o quizá les dejó de interesar. Amalgamar el modernismo de la electrónica ambient, la nostalgia característica de la Generación X, la épica futurista a lo Blade Runner y el sonido infinito del post-rock instrumental no es fácil, pero el resultado es asombroso. Las piezas de este Cd encajan como si hubieran nacido todas de una vez, como pura narrativa de ciencia ficción: sólida e implacable. 

Este dúo francés ama las guitarras bien distorsionadas. Pero del mismo chorro liso y recto de las eléctricas en cascada hacen brotar teclados tipo Vangelis, y ritmos mucho más vivos que los de Pale Saints, Slowdive o Bethany Curve: el sancta sanctorum del shoegaze de los '90. Run Into Flowers, 0078h, America y Cyborg son los mejores ejemplos. Luego hay temas donde ni la electrónica ni la distorsión de guitarras parecen tener protagonismo: temas lánguidos como In Church, On A White Lake, Near A Green Mountain o Be Wild en los que, sin embargo, te van envolviendo como una manta de fieltro viejo; con un desarrollo apático pero esperanzador. 

Lo mismo pasa con Unrecorder, Noise y Gone. Son mis temas favoritos: perfectas canciones de rock, melodías abocadas a la derrota que levantan la cabeza una y otra vez; miran al suelo, pero conscientes del espacio abierto por sus desgarros y distorsiones. El space-rock tiene en M83 a uno de sus principales referentes: ya sea por la ambientación electrónica, o por la conmovedora costumbre de componer siempre en ascendente, el oyente del DEAD CITIES, RED SEAS AND LOST GHOSTS siempre renacerá de sus cenizas y lamerá sus heridas conservando la esperanza. No en vano, si en algo ha evolucionado ese sonido shoegaze, dreampop o space-rock en la última década, y en esto ha ayudado M83, es en haber recuperado cierta ilusión por el mundo y por la vida. 

El placer de este disco es conceptual, por lo sorprendente de la unión, y de lo bien que suenan juntas cosas tan alejadas. Puede que haya más hits en otros Cds, pero el placer de ver dos ideas amándose, tan distintas, tan aparentemente distantes, le gana al disfrute momentáneo y pasajero de una canción pegadiza. Puede que ya no sean los únicos que hacen esto, y puede que tampoco en su día lo fueran, pero el valor de hacerlo de la manera sincera, cruda y evidente en que lo hicieron, es indudable e incalculable. Así fue el verdadero y definitivo testimonio de M83; lo demás, renglones torcidos.

WILD NOTHING




Un día lejano que sabes que pronto se volverá a repetir.  

Jack Tatum es un chico de Virginia, y además es Wild Nothing, una de las grandes noticias de 2010. Empezó a hacer ruido en 2009 con unas demos, y pronto fichó por un sello joven de Broocklyn, Captured Tracks, para la confección de lo que ha sido su álbum de debut. GEMINI fue uno de los Cds preferidos por la crítica especializada el año pasado, y no es para menos. Tatum se rodeó entonces, lo mismo que para sus actuaciones en directo, de una banda que le sigue a pies juntillas. Fruto de aquel contrato y de ese trabajo, vio la luz en mayo este maravilloso Cd de enorme producción propia. Un sonido que nos recuerda a infinidad de grupos de los últimos 30 años, un ejercicio de revisionismo más que destaca por liviano, grácil y fluido.


La comparación con The Pains of Being Pure at Heart me parece inevitable, aunque también cabría hacerla con The Morning Benders, The Radio Dept. o incluso con Yo La Tengo; así en general. Claro que luego hay temas en concreto que parecen vitrinas de museo de músicas de otro tiempo, como Driffter, que bien podría ser de Cocteau Twins o de This Mortal Coil. Confirmation me recuerda al rollo cyberbruja puesta de ácido tipo Ariel Pink's Haunted Graffiti, y My Angel Lonely, un poquito, al acento Deerhunter. GEMINI, por tanto, no me parece un canto a la originalidad, pero sí que consigue armonizar todas esas influencias y semejanzas. Es una de esas mezclas capaces de hacerte olvidar los evidentes ingredientes que lo componen, para transformarlos todos en pequeños aportes a un nuevo sonido, aunque tremendamente familiar.

GEMINI destaca frente a otros Cds de poprock independiente por esa extraña frescura que tiene su acento a sabor viejo, ya usado. Es como cuando compras algo de segundaano y te parece mentira que alguien haya podido haberla usado ya antes: suena a nuevo y a antiguo a la vez, como si fueran una revisión de ellos mismos, antes incluso de que se establecieran como un sonido concreto. No obstante, el tono de voz, el color de la piel de su sonido, y la recurrencia en los efectos, los teclados y los ritmos calmados, nos hablan de una personalidad musical importante; al menos, incipiente.

Lo que más me gusta de Wild Nothing es la aparente sencillez de lo que hace. Lo fácil que parece que le resulta a Tatum hacer música. Es como de una lógica aplastante, como si estas melodías y efectos, estas texturas de ante, impregnadas de la dosis justa de purpurina y brillantina, hubieran estado ahí, siempre al alcance de todos, suspendidas en el imaginario colectivo a la vista de todos, esperando a que alguien se las apropiara. Son canciones que cuando las oyes piensas: "claro...¿cómo no se la había ocurrido antes a nadie coponer esto?". Summer Hollyday y, sobre todo, Live In Dreams y Our Composition Bock te hacen sentir como esas canciones de Yo La Tengo y The Pains of Being Pure at Heart, que sabes que tiene algo especial. Llamémosle canon del indie: llevan implícita una luminosidad interna, irradian tanta sensación de libertad, de emancipación, que te parece ver el mundo como una inmensa pradera sin fronteras.

Wild Nothing hace un poprock envuleto en neblina postmoderna, un rock pálido e independiente del mundo formal; un pop construido con el material del que se hacen los sueños, con un ritmo siempre amable, acompañado de unos teclados inconfundibles de sonido acristalado pero grumoso. Confieren ese eco de luz tenue que abre la pista de baile a las formas y sonidos que van de hoy hasta los '80. Pero siempre con un principio de personalidad muy grande. Varios de los temas, algunos porque nos suenan a otros grandes grupos, y otros porque nos parecen una novedad incontestable, parecen haber nacido para ser míticos. Parecen himnos de un día perdido en la memoria, un día lejano que sabes que pronto se volverá a repetir.

WASHED OUT




Cuando el pop encontró a la electrónica.

La mayoría de la gente cree, en mi opinión erróneamente, que está ya todo inventado, sobre todo en el campo del arte. ¡Qué arrogancia presentecentrista! ¿Qué sentido tendría seguir aquí, creando y reflexionando? Lo que pasa es que la gente espera ver lo nuevo, lo innovador, saliendo de debajo de una sábana, en la camilla de algún inventor chiflado y mediático. El Renacimiento no surgió al descorrer un telón, sino a través de pequeños y encadenados avances, muchos de ellos inadvertidos, protagonizados por diversos genios a lo largo de muchos años.

Lo mismo ha pasado con muchos de los estilos musicales que ahora se practican, o que se han practicado en el último medio siglo. Algunos, sí, han sugido de un pionero icónico, rompedor y referencial, de alguien que, en efecto, hizo lo que nadie antes había hecho. Pero por lo general, los estilos brotan donde el caldo de cultivo está poblado de pequeños inventores, más o menos cuerdos, autoinfluenciándose con cercanas referencias que, con el paso del tiempo, generan un corpus musical reconocible y caracterizable. En ese sentido, el panorama musical se parece a esos mapas del mundo de noche, donde no hay fronteras, y solo vemos las diversas aglomeraciones humanas por los puntos de luz que marcan las ciudades. Ahí donde acude más gente, donde haya unión entre los puntos de luz, habrá un estilo de música.




Washed Out (Ernest Greene) es uno de los referentes indispensables del chillwave, una tendencia enmarcada en el electropop, que trataré de traducir en base al WITHIN AND WITHOUT, el primer Cd de Greene. Neon Indian, que acaba de editar un brillantísimo segundo álbum, Toro Y Moi, MGMT, incluso Animal Collective, Four Tet o Caribou, y en otro lenguaje un poco distinto, The Rapture, Unknown Mortal Orchestra o el propio Ariel Pink, son algunas de las demás referencias imprescindibles de un estilo que, aunque incipiente, ya tiene grandes iconos mediáticos (Of Montreal o Architecture in Helsinki, por ejemplo). Es como una ciudad creciendo en la noche en medio de la nada, a medio camino entre muchas cosas, creciendo sin tener en cuenta las fronteras.

Son muy distintos entre sí todos estos grupos: hablando del WITHIN AND WITHOUT no explico nada de Caribou, por ejmplo; pero me parece un Cd bastante paradigmático de una tendencia muy nueva: lleno de elementos que la definen y la caracterizan.

Para empezar, el disco se mueve siempre en un ritmo electrónico de downtempo, donde la ambientación está por encima de la percusión, que es de garito, ritmo de música de noche, de baile, de pista, de contoneos de evasión con los ojos cerrados, suaves y armónicos. Un ritmo que, si se me permite, entró en el panorama indie de mano de Arcade Fire: es aquel que prevalece en el Funeral, aquel con el que termina toda celebración humana, ya sea de la vida que de la muerte. Es el ritmo de Wake Up, de Haití y, sobre todo, de Rebellion. El que retoman luego en The Suburbs con Half Light II y Sprawl II. Los canadienses, entre otras cosas, son los porteros que abrieron la puerta del indie a la fiesta. Como si hubieran dado permiso a todos para meter el garito en la música y no al revés, donde muchas veces entrea con calzador.

Pero nada tiene que ver Washed Out con Arcade Fire. Solo es un tío con buen gusto que hace una electrónica muy soft; tiene un punto de velocidad más que el downtempo, pero lo compensa su enorme capacidad ambiental: en ningún caso el ritmo desborda la melodía, que es dulce, elegante y enternecedoramente pop. Washed Out, más en este Cd que en su primer trabajo, el Ep Life Of Leisure, dibuja unas canciones sencillas, sin acidez alguna, poperas, revestidas de esa electrónica new wave de paredes blancas soleadas. En el Ep, si acaso, ese pop es algo más alternativo, psycho y synth popero, y hasta post-algo.

WITHIN AND WITHOUT es un sonido ya trabajado, preparado para gustar a más gente, con influencias y recuerdos a otros sonidos mucho menos evidentes que en el Ep, con aspecto de producto pulido, terminado y compacto. Da la impresión de que necesita menos ornamentos de sonido para expresar algo que, además, está más claro. No es una electrónica instrumental, y de hecho las voces tienen una presencia mucho más central y melódica. Se respira todo el rato una atmósfera un tanto mágica y elegante, como de pausado hedonismo. La atmósfera propia del dreampop.

El disco ha sido unánimemente bien recibido por la crítica, incluso muy bien diría yo. Me resisto a infravalorar lo sencillo; y en este caso, la fórmula de Washed Out me parede una vitrina bien limpita donde apreciar algunos de los elemento sonoros, y todas las buenas intenciones de los músicos del chillwave. Greene se aleja mucho de la electrónica al uso, pero forma parte del núcleo que está dando corpus a un estilo nuevo: quizá el primero que realmente ha hecho posible la unión entre la electrónica y los estilos generacionales (léase en este caso, pop). Soft, Far Away y Before, mis temas favoritos.


BLONDE REDHEAD



El placer del contraste.

Kazu Makino y los gemelos Pace son Blonde Redhead, un trío italo-japonés que nació New York a mediados de los años '90, y que hoy en día es considerado, por muchos, como un grupo de culto. En 16 años han editado 8 Cds, los últimos tres con el sello británico 4AD, del Grupo Beggars. Llegaron a mis oídos hace dos o tres años como consecuencia del sunami que supuso en su carrera, y en el pop, la edición en 2007, de 23: para muchos, uno de los mejores álbumes del año, y probablemente su trabajo más escuchable y populista. 

Pero que no se me interprete mal: aunque provengan de un sonido cercano al grunge, auspiciado por el mismísimo Steve Shelley (batería de Sonic Youth y fundador del sello Smells Like Records, con el que también lanzó a la fama a Cat Power), y deriven en otro mucho más suavizado, sofisticado y pop, en ningún caso considero peor el 23 que, por ejemplo, el LA MIA VITA VIOLENTA, su segundo disco; o denigrante, criticable o lamentable la evolución a lo largo de su carrera. Respeto la línea que han seguido; no en vano, Girl Boy, el último track de su primera obra (cuando todavía eran cuatro), ya anunciaba el futuro de la banda.


En Blonde Redhead siempre ha estado latente la tendencia que explota en 23: un dream pop donde el peso de la distorsión se ha reducido drásticamente, más adaptable a los oídos de las mayorías. Personalmente, pese a que me fascinaron con ese sonido, he ido apreciando más y más a esta banda por sus primeros trabajos, sobre todo por este segundo, LA MIA VITA VIOLENTA. Conociendo dónde acaban, es delicioso observar como segregan las pocas gotas de dulce pop que, doce años más tarde, serán una líquida avalancha, un sunami de pop alternativo. La aspereza del grunge ya casi es costra, y pronto (o poco a poco, mejor dicho) desaparecerá del todo. Desde luego, no van a ser los primeros ni los únicos en mostrar cómo la incertidumbre de la generación X dejó cicatrices menos marcadas de lo que se pensaba.
LA MIA VITA VIOLENTA es el temprano punto de inflexión a partir del cual se va a imponer su personalidad y su determinado sonido, a cualquier tipo de etiqueta cerrada. Blonde Redhead, si es que lo hizo alguna vez, dejó muy pronto de hacer grunge, encontrando una fórmula de expresión clara, directa y concreta, pero con la vulnerabilidad que siguió a la muerte de Kurt Cobain. Si a ese mayor punto de emotividad le queremos llamar pop, hagámoslo; pero en la forma, en los rasgueos, en la imperfección manifiesta y chillona de las voces, en lo oblicuo de las miradas y la melodía, están todavía a años luz: es solo el zumo que sale de exprimirlo una y otra vez, como se hacía con los árboles de caucho en el Amazonas, allá por la época de los pioneros y fitzcarraldos.

Cuando abres el Cd la voz de Kazu Makino se sale de la caja, libre y plenamente consciente de cómo es el cuerpo que posee. En I Still Get Rock Off, justo al principio, coquetea con la influencia de Liz Fraser (Cocteau Twins), pero en seguida adopta la postura de una gata en celo, y su voz juega al despiste con la de Amadeo Pace, en un descosido dúo de jirones. Y no vuelve hasta I'm There While You Chock On Me, la más áspera junto con la primera y la última, Jewel. Parece como si reservaran la cara más severa, la más chirriante y rasgada a la voz femenina y mordiente de la nipona: auténtica bella enredada en espinos. Y la versión más envolvente, poprockera, oscurecida y glamurosa, se expone a la sombra de la voz masculina, más profunda que incisiva. Violent Life (pese a su violencia), U.F.O., 10 Feet High, y Down Under y Bean (aunque a dúo con Kazu). 

En Harmony y Young Neil muestran la faceta que hay presente en todas las canciones: una sana afición por la evasión, por una psicodelia misurada, imprecisa y esquelética. En la primera, casi del todo instrumental, ensayan un progresismo, acompañado por un sitar precioso, que culminan las voces en dúo. Desde luego, es un disco sin desperdicio alguno. Escuchándolo uno se debate entre la pasión latina del acento melódico, y la austera e insensible mirada turbia de los mártires del grunge. 

Blonde Redhead pasarán este verano por España. Será la primera vez desde que yo los conozco, y desde que presentaran su 23 en 2007 en gira con Interpol. Se supone que nos traen el Penny Sparkle, pero espero y deseo que muestren todas sus caras posibles. Escuchando este último Cd, mi tendencia natural ha sido ir a buscar sus primeros tiempos, y no porque fueran mejores, sino porque el contraste le queda a este trío como un guante. Es, quizá, su atractivo más especial.


WILD BEASTS



Pop perfumado y con pedigree.

Hace justo una semana asistí al Día de la Música en el Matadero; solo el sábado. Iba para ver a The Pains of Being Pure at Heart y, sinceramente, me llevé una pequeña decepción. Al grupo más prometedor del momento se le vieron cosas buenas, pero también bastantes otras por mejorar; aunque siempre teniendo en cuenta las enormes espectativas que generan. De todas formas, Wild Beasts se encargó de darnos la de arena (o la de cal, nunca he entendido cuál es mejor): un concierto sensacional, el mejor de la noche, absolutamente sorprendente para todos aquellos que, como yo, conocíamos a esta banda desde hace poco, desde la publicación de su tercer álbum, Smother, el pasado mes de mayo.


Como preparación para el festival escuché su segundo trabajo, TWO DANCERS, y casi sin tiempo para fijarme, ya me llamó la atención. El concierto ha dado pie a una escucha más atenta, y es puro deleite.Su primer disco, Limbo, Panto, queda muy lejos del nivel que exhiben los de Leeds en sus siguientes Cds, modulando su extrema musicalidad hasta alcanzar el equilibrio perfecto. Un pop sofisticado y con pedigree.

Si tuviera que compararlos con alguien (cosa a la que nadie me obliga; en realidad me encanta), o hablar de los ingredientes que este sonido posee, diría tres nombres: Arcade Fire + Sigur Rós + Vampire Weekend. No obstante, quiero dejar claro que, como ocurre a veces en la mezcla de colores, en este caso las influencias evidentes dan como resultado un producto que casi nada tiene que ver con las bandas mencionadas. La vocación fuertemente artística, casi barroca, esa retórica casi de musical, e incluso la pose de Hyden Thorpe (con un aire a Win Buttler), recuerdan a los canadienses; también por la calidad de su sonido. Los agudos sobre una profundidad luminosa podrían acercarse a lo último de los islandeses; y esa capacidad de hacer sencillo lo articulado, o el ritmo sin complejo alguno, me recuerdan a los neoyorquinos.

Pero ese glamour que inunda todo el TWO DANCERS es totalmente de cosecha propia, al igual que el particular acento que proporciona la voz sobre las guitarras, cristalinas y claras, la infinidad de texturas y colores son capaces de crear, o el aire de homenaje a Queen, o al mismísimo Sinatra, son producto de una personalidad musical importante. Wild Beasts, con este Cd, se ha hecho un hueco en el panorama del pop independiente a base de derrochar personalidad compositiva y estética. Entre la extravagancia de temas como The Fun Powder Plot o Underbelly, la épica íntima de Two Dancers I, la extrovertida de Hooting & Howling, All The King's Men o Throught The Iron Gate, y los temas de dreampop moderno a lo Blonde Redhead tipo We Still Got The Taste Dancin' On Our Tonques o This Is Our Lot, construyen un disco redondo, pulido y de aspecto totalmente renovador; probablemente el pop más cuidado y perfumado del planeta.

Cuidado, de todas formas, con abusar de este Cd. Es como abusar de la comida china: al final puede llegar a empalagar. Tanto condimento sabroso sacia hasta el apetito del más glotón. El Smother, problemente, tiene menos grasa. Pero sin duda, todas las artes musicales, todos los ingredientes de la cocina de Wild Beasts, están expuestas en el maravilloso TWO DANCERS: un disco indispensable para todos los amantes del dream pop, que casi siempre es independeiente.




THE PAINS OF BEING PURE AT HEART



El principio de algo serio.

Al levantar la mirada del suelo, cualquiera de estas tempranas tardes de primavera, solo veo a The Pains of Being Pure at Heart. Hace una semana declaraba mi amor caduco a The Joy Formidable, pero ya sabía que era polvo de dos noches. Esto es muy distinto: ¡A los neoyorquinos les quiero hacer un hijo! Acababa de escuchar por primera vez había su anterior Cd, y los pospuse para poder amar antes un poquito a los galeses. Pero ya sabía que mi corazón miraba hacia otro lado. "Yo la tengo", me decía, "tienen lo que tienen ellos". Me he lanzado directamente a la confirmación, porque ya es uno de los discos del año; porque han dado la talla de sobra, porque esto ya es una realidad. The Pains of Being Pure at Heart será, con toda seguridad, una de las bandas importantes de esta década que ahora empieza.

Su homónimo primer álbum es increíble. Es el pasmo de ver a alguien debutar con las tablas de quien lleva 20 años tocando, y no de cualquier forma. Te preguntas qué había antes de ellos. Es como aquellos primeros partidos de Sergio Busquets. Te parece que ya antes de que existieran, los echabas de menos, y te parece también mentira que no notaras el inmenso vacío de su ausencia, ya antes de que nacieran. Son todo temazos en el The Pains of Being Pure at Heart, y con una personalidad que asusta. Una fluidez y una claridad que hacen absolutamente necesaria la siguiente nota. No es solo su armónico pop alternativo, de elevadas influencias, es la seguridad que desprenden en cada estrofa, en cada estribillo: aunténticos himnos. Brillantes piezas de sencilla orfebrería, fina y suave, de impecable ejecución y frescura infinita.

The Pains of Being Pure at Heart me produce la misma sensación que Yo la tengo, y eso es genial. Aportan ese mismo desequilibrio que te hace libre. Los tonos del dúo (siempre femenino y masculino) entonan hacia arriba, siempre hacia el mismo sol al que apuntan las voces de los de Jersey. Puede que el primer trabajo sea más compacto y enmarcable. Y puede que con el segundo Cd comience a desflorar el inmenso abanico que los Pains tienen guardado en la chistera. En el BELONG dejan un poco atrás el acento a The Jesus and Mary Chain, My Bloody Valentine, Ride, Stereolab, o a los mismos Yo la tengo. Es cierto, el primer tema de su regreso suena tremendamente a Smashing Pumpkins (de 'El Primer Disco Era Mejor'), pero sobre todo, empiezan a sonar a The Pains of Being Pure at Heart.

BELONG está solo una décimas por debajo del primer álbum, en mi opinión, pero tiene importantes mejoras. Practicamente ninguna de las canciones, salvo Belong quizá, podría ser obra de otra banda. Han caracterizado aún más su sonido: un pop que combina a la perfección el bajo marcado del noise, la suciedad de guitarras que dibujan melodían dulces, con el acompañamiento líquido y cristalino de la acústica. Además, la timidez del teclado en el primer Cd da paso, en esta segunda entrega, a una acertadísima utilización de la electrónica, de clara vocación orquestal, como en Arcade Fire, por ejemplo. Un requisito casi imprescindible a estas alturas. My Terrible Friend y, sobre todo, Heart In Your Heartbrake y The Body, son prueba feaciente.

Hacia el final pierde un poco de fuerza, es cierto. Pero un principio tan arrollador suele traer consigo esa consecuencia. Belong, puro rock de los '90; Heaven's Gonna Happen Now, el nuevo paradigma de pop alternativo de los Pains; Heart In Your Heartbrake y The Body, la eclosión de la electrónica orquestal contagiada; y tras un bonito tema neutro, Even In Dreams: la prueba estable de la madurez musical. El resto del disco, aunque también sobresaliente, no destila tantísima calidad; pero siempre atenta contra esa ceñida y limitada etiqueta de pop aternativo, que se cierne sobre ellos.

El exito de una banda como esta reside en unas melodías siempre sorprendentes y originales, pese a la sencillez; en una batería que se anticipa a tus deseos, que marca el ritmo de tus pensamientos; en una guitarra cuyo rasgueo rasca tu piel, que es el grito interno de nuestra propia garganta; en esa humildad mezclada con contundente seguridad, con firme presencia. BELONG es la confirmación perfecta. Desde Arcade Fire no encontraba algo así. Por eso estoy convencido de que también, como los canadienses, The Pains of Being Pure at Heart marcarán la naciente década.





BROADCAST (Elegía a Trish Keenan)



La muerte de Trish Keenan, cantante del dúo de indiepop electrónico británico Broadcast, ha conmocionado al mundo de la música. Tanto Warp Records como la organización del Primavera Sound 2011 notificaron la mañana del pasado sábado la desaparición de ‘una voz única, un extraordinario talento y un ser humano maravilloso’. La cantante contrajo Gripe A en su reciente visita a Australia, y poco después de volver al Reino Unido ingresó en el hospital por una neumonía derivada que, tras varias semanas de lucha, finalemente ha acabado con su vida. Broadcast echa el cierre, y el Primavera queda huérfano y sensiblemente marcado por la tragedia.

Conocí poco tiempo a Trish Keenan, pero el suficiente como para saber que este pasado sábado nos ha dejado una de las figuras más interesantes del la música independiente británica: la inestimable voz de Broadcast, la mitad de un dúo que, en esta última década, ha caracterizado, quizá mejor que nadie, la línea del dreampop británico y de la electrónica indie.

Primavera Sound 2011 emitió un comunicado en la mañana del 15 de enero para anunciar la desaparición de Keenan y, por consiguiente, la caída de Broadcast del cartel del festival. Será un evento, por tanto, marcado por el luto y el homenaje. O, al menos, así lo espero. Porque estoy convencido de no ser el único que esperaba con gran ilusión poder verlos aún por primera vez poco antes del próximo verano. Después de la buena acogida que tuvieron en el Sónar 2010, Broadcast fue de las primeras confirmaciones del Primavera, uno de los primeros alicientes.

James Cargill y Trish Keenan han sido, sobre todo en los últimos 5 años, las constantes de una banda por la que han pasado hasta 5 baterías distintos, y que se caracteriza por un sonido base semi-electrónico de rítmica pop, engalanado con la voz de Keenan, y con un sinfín de delicados arreglos y detalles instrumentales, para los cuales cuentan con la colaboración habitual de otros músicos, en estudio y en los directos. Siento que Broadcast ha desaparecido antes de tiempo, pero también creo que nunca tuvieron demasiado respeto por ese tipo de coordenadas y medidas cronológicas: su música pertenecía al pasado, y se proyectaba hacia el futuro sin miedo ni complejos. Nunca han sonado a presente.


En su incorporeidad, la voz de Trish Keenan ha mantenido viva la herencia del dreampop británico, de inolvidables voces femeninas como las de Laetitia Sadier (Stereolab), Mariel Barham (Pale Saints), Dolores O’Riordan (The Cranberries) o el dúo Berenyi-Anderson, de los también desaparecidos Lush, pero con una actitud, en cierto modo, más segura. La oscuridad de sus predecesores, producto de un narcotizado pavor por el nuevo siglo, ha derivado en Broadcast en el sonido de una sombra pulcra y pulida, en un atractivo llamamiento para que participemos en la cálida modernidad. Ya no existe el miedo. Ahora, a toda velocidad, y más que nunca, el mañana se ha convertido en el ayer.

Broadcast no ha revolucionado nada, ni siquiera serán recordados por el gran público, ni por la crítica especializada como un hito inesquivable; pero sí permanecerá en la mente colectiva de los enfermos de la música alternativa e independiente: Trish Keenan hizo lo que quiso, cantó a su manera, y murió entre el respeto y la admiración de todo el gremio de artistas indie. Y dadas las circunstancias, imagino que el Primavera Sound 2011 servirá de sentido y digno funeral musical colectivo. Descanse en paz.