Optimus Alive 2012. Resúmen: Refused, Snow Patrol, The Stone Roses, Justice, Zola Jesus, Death In Vegas; The Antlers, Mumford and Sons, Morcheeba, The Cure; Warpaint, Caribou, Radiohead y Metronomy
Este fin de semana se han juntado, en tres puntos costeros y separados de la península, tres festivales de los de primera categoría: el FIB, en Benicàssim, el BBK en Bilbao, y el Optimus Alive en Lisboa. Dos de ellos contaban, dentro de un cartel muy similar, con la hegemónica presencia de The Cure y Radiohead, por lo que en el tercero, es decir, en el FIB, se ha registrado una caída del 20% en los datos de asistencia con respecto a las ediciones anteriores.
Este fin de semana se han juntado, en tres puntos costeros y separados de la península, tres festivales de los de primera categoría: el FIB, en Benicàssim, el BBK en Bilbao, y el Optimus Alive en Lisboa. Dos de ellos contaban, dentro de un cartel muy similar, con la hegemónica presencia de The Cure y Radiohead, por lo que en el tercero, es decir, en el FIB, se ha registrado una caída del 20% en los datos de asistencia con respecto a las ediciones anteriores.
Estuve en el Optimus Alive sin acreditación, pero no me moverán ánimos de venganza, ni enfados propios de un orgullo o un amor propio heridos cuando relate los puntos negativos que hemos padecido los asistentes al festival, los clientes, en realidad, de los promotores musicales que organizan el Optimus Alive. Al margen de lo estrictamente musical, hay determinadas cosas que fallaron, bajo mi punto de vista, y las voy a detallar a continuación:
- La entrada al camping, con el quien tienen convenio desde hace años, el día anterior al comienzo del festival, es la más duradera que he hecho en mi vida: 5 horas, para movernos unos 70 metros. Una falta de previsión monumental. En general el problema de las colas fue constante, para todo menos para mear, todo hay que decirlo.
- Algo tendría que ver con eso el hecho de que vendieron un número ingente de entradas, por lo que el recinto, pequeño y en exceso ocupado, se quedaba todos los días aún más minúsculo. En mi opinión, los promotores han querido exprimir en demasía el "fichaje" de Radiohead, The Cure, The Stone Roses y Justice, los platos fuertes, y lo han hecho a costa de la comodidad de sus clientes, que en todo momento padecíamos las consecuencias.
- El recinto, además de pequeño y centralizado, tenía una cosa extraña: los tres escenarios estaban como en fila, el grande presidiendo y ocupando una buena mitad del recinto, y los otros dos, con su respectivo toldo y puestos en horizontal respecto al grande, pero colocados en su campo sonoro. Conclusión: en ningún momento podías dejar de oír música, ni siquiera en la zona de comer, entre el segundo y tercer escenario. A veces incluso tres conciertos a la vez, algo horrible.
- Por otro lado, el escenario que estaba en medio de los otros dos, era el de electrónica, por lo que había que pasar por él constantemente, con la aglomeración lógica respectiva, ya que también empezaban ahí las barras de Heineken, con sus colas correspondientes. Bienvenida siempre la electrónica, pero hay que saber lo que conlleva, y saber dónde ponerlo para evitar raves en medio del recinto.
- Por último, hay que decir que el sonido del escenario grande dejó, en bastantes conciertos, mucho que desear. Era como el Levant del año pasado, como el Mini de este año del Primavera Sound, y aunque estoy seguro de que rindió al máximo, no vale para las larguísimas distancias que se manejan en eventos tan concurridos. Solo se escuchaba bien en el trapecio que va desde el escenario a la torre de control de sonido. Además, cuando soplaba fuerte el viento marítimo, algo que repitió con frecuencia, se llevaba el sonido.
Por suerte, hubo un puñado de grupos que lograron, con sus directos, hacer que haya merecido la pena pasar el fin de semana en la capital portuguesa. Sobre todo el tercer día; sobre todo Radiohead, para qué nos vamos a engañar. A continuación haré una pequeña reseña de los conciertos más destacables, tanto para bien como para mal.
VIERNES 13 DE JULIO
Abrimos el festival con el pletórico concierto de Refused. La vuelta de los suecos a los escenarios ha sido una gran noticia para los amantes del hardcore, pero incluso para aquellos que ni de adolescentes disfrutaron con este estilo de música resultaría atractivo un directo suyo, aunque solo sea por el ímpetu que le echa Dennis Lyxzén a eso de cantar y de ser el frontman de un grupo de gran público. Un sonido de guitarras a borbotones, y una voz al servicio del mal. "Vivid siempre al límite, ¡sed salvajes!", venía a decirnos entre canción y canción, y también a través de todas y cada una de ellas, de sus movimientos y de sus gritos, uno de los cuales, sin el apoyo del micro, nos llegó en una ocasión en carne viva a más de 20 metros de su garganta.
De cerca el escenario grande no se oía mal, y los suecos le sacaron el máximo partido. Snow Patrol, por el contrario, permitió que comprobáramos que estando lejos, lo más normal en un festival de esta envergadura, el sonido llegaba plano y plastificado. Temimos por Radiohead, y mientras, Gary Lightbody deleitaba a su público particular con ese powerpop emotivo y de lágrima fácil que, sin embargo, ha ido ganando en talla y puesta en escena.
Y los peores pronósticos se cumplieron con The Stone Roses. 16 años después de aquel rotundo y detonante fracaso en el FIB del '96, los de Manchester se han vuelto a juntar para una gira que, a parte de llevarles de nuevo al lugar del crimen, les trajo por Lisboa este mismo fin de semana. Por lo que he leído, parece que allí se redimieron, pero desde luego en Optimus Alive, por lo menos en mi opinión, decepcionaron. Casi no considero un fallo el que la voz se oyera poco, porque Ian Brown desafinó constantemente. Más preocupado de la ropa que llevaba, quitándose y poniéndose la chaqueta sin parar, no alcanzó en ningún momento ese tono de despreocupada arrogancia pre-noventera de los inicios del brit-pop, en la era Madchester, que todos esperábamos.
Falló en la voz, y como líder, porque la banda sonó despegada, como si cada instrumento grabase su pista correspondiente, en solitario y aisladamente, al margen de lo que hicieran los demás. No conectaron, por mucho que se esforzaran al final en mostrarnos su renacida buena relación con un abrazo múltiple. Pues no, no cuela. Porque aunque los instrumentos salvaran la papeleta, no por poner a cuatro tíos juntos en un escenario tocando lo mismo tienes a un grupo frente a ti. Una enorme decepción, la verdad.
El primer día fue, en realidad, muy decepcionante. Ni siquiera Justice, con su directo arrollador, pudo animarme del todo. Comparado con el concierto que vi en el Primavera Sound de Barcelona, los franceses estuvieron algo flojos en el Optimus. Abusaron quizás de la remezcla de D.A.N.C.E. y de Civilization y, tal vez por la hora, no se notó que la honda expansiva de su atronador sonido contagiara a las decenas de miles de personas como ocurriera en el cierre del festival de la Condal. Considero un grave error de programación colocarlos antes que a Death In Vegas, o de cualquiera: si tienes a Justice en el cartel, úsalo de cierre, a las 3 de la mañana. Porque el alcohol, mezclado con ellos, resulta un combustible que arde especialmente bien.
Con todo, fue un concierto voluptuoso y extremo, llevando, como les gusta a ellos, la electrónica a cotas de espectacularidad y radicalidad decibélica elevadísimas. Pinchan subidos a un muro de amplificadores, literalmente, y expanden su sonido a base de enormes y contundentes bloques de cemento armado o de granito. Con beats de grandes zancadas y estilo daftpunkiano, texturas industriales y un contenido melódico y prosaico mayor de lo esperado, todo al servicio de un ritmo binario aplastante. El problema, tal vez, es que cuando ya has visto lo que montan, lo que generan y esa increíble puesta en escena, las demás veces, al perder el efecto sorpresa, se rebaja el entusiasmo. La "primera vez" con Justice marca.
El big beat 4/4 con el que abrió Death In Vegas su concierto, con Your Lord My Acid, fue dar un paso atrás en la rítmica de la noche, pero musicalmente significó el comienzo de un concierto, el de los ingleses, muy intenso e hipnótico, aunque fuera a destiempo, prácticamente de cierre. Más instrumental y oscuro de lo esperado, pero sobre todo víctimas de una nefasta colocación horaria que puede arruinar el concierto de cualquiera: ya no solo es la hora, pues creo capaz a Death In Vegas de cerrar una jornada de festival por todo lo alto, sino porque después de Justice no puede sonar nada que no sea pura y fálica electrónica de garito.
Del mismo modo, resultó una pena que Zola Jesus coincidiera con los franceses, ya que su concierto, por lo poco que vi (apenas 3 o 4 temas), debió ser muy atractivo y el previo perfecto para Death In Vegas, y después Justice (en el festival perfecto de mi imaginación). La jovencísima Nika Denilova, nacida en Wisconsin hace poco más de 23 años, se presenta en directo con una banda de tendencia algo gótica, donde su voz, cristalina y completa, crece y lo domina todo. Se trata de otra de esas artistas de nueva generación que están renovando la escena dream pop, con elementos sonoros, compositivos e infraestructurales añadidos provenientes de la electrónica y de otros géneros modernos. Zola Jesus tiene personalidad y talento, un puñado de grandes temas, como Skin o Night, interpretadas el viernes, y un futuro muy prometedor por delante. Lástima que la inmensa mayoría del público miraba a la gran pantalla: no el el Optimus el mejor lugar para conocer nuevos valores.
SÁBADO 14 DE JULIO
La segunda jornada parecía, a priori, la más floja de las tres, y así fue. Con el aforo siempre en aumento, era la noche de Robert Smith y sus The Cure, que monopolizaron la velada con otro concierto de tres horas, como ya hiciera en Barcelona, y en Bilbao. Y al margen de los fans, la mayoría del público general acabó cansado de un repertorio que, por reiterativo, fue perdiendo su atractivo a medida que avanzaba el concierto. Además, otro de los atractivos del sábado, y del festival en general, Florence + The Machine, había cancelado su actuación por problemas de salud el mismo jueves por la mañana, de modo que la actuación de Morcheeba, sus sustitutos, fue acogida con resignación y poco entusiasmo.
Las buenas noticias escasearon el sábado en el recinto del Optimus Alive. Ni siquiera The Antlers, uno de mis objetivos principales, depositarios de mis esperanzas, estuvieron a la altura de lo esperado. En el palco Heineken, el secundario, los de Brooklyn protagonizaron un concierto corto y difuminado, de sonido cremoso y ritmos de bajo coste. Sin noticias de un mínimo de carácter y personalidad, se presentaron incapaces de mostrar capacidad alguna de sorpresa, y los temas que sonaron lo hicieron de manera plana y monótona, debilitando incluso el efecto de sus propios hits: ni Parenthess, ni I Don't Want Love ni Putting The Dog To Sleep resultaron en absoluto impactantes, o temas que hacen de un grupo algo especial. Nada: otra lástima.
Mumford and Sons, por el contrario, sí que lograron plantear un espectáculo vivo y dinámico, un concierto intenso y festivo, basado en las cuerdas clásicas de folk americano (pese a ser británicos), y en canciones capaces de calentar los ánimos de un público que ya empezaba a notar el frío levantarse y azotar en forma de fuerte viento lateral atlántico. Mumford y compañía intercambian instrumentos como si aprender a tocarlos fuera fácil: mandolinas, contrabajos, banjos, piano, baterías y guitarras de todo tipo, para darle a su sonido el auténtico sabor del rock tostado bajo el sol del mundo rural. Presentaron temas del que hasta ahora es su único Cd, Sign No More, y tres o cuatro de un segundo que ya tarda en ver la luz. En estos tres años han ido construyendo un directo de constitución fuerte, seguros de sí mismos, y conscientes de cómo sacar de sí mismos lo máximo. Acabaron con Dust Bowl Dance y The Cave, de manera apoteósica, como cabalgando hacia el final feliz de una película de vaqueros de Londres.
Al ponerse el sol, en el recinto al pie de los últimos metros de Río Tajo, empezaba a calar el frío, debido principalmente a un viento maldito que provenía del mismísimo invierno. Las dos opciones para entrar en calor, procedentes de la mismo extinto panorama trip-hopero de mediados de los '90 británicos, parecían igualmente válidas: Tricky, presentando su mejor disco, Maxiquaye, y Morcheeba, la sustituta de rebote de Florence. Y teniendo en cuanta que mi primera y última experiencia con el de Bristol fue desastrosa, en el Cultura Quente de Caldas de Reis (Pontevedra) de hace 3 años, me decanté por la buena banda de Skye Edwards. Morcheeba estuvieron muy bien, radiantes y tranquilos como siempre han de estar, exhalando buen humor, elegancia y suficiencia con su trip-pop refinado e impecables acabados. Incluso dedicaron unos minutos a lamentar la ausencia de Florence, interpretando Skye un fragmento de una de sus canciones. Pero por muy estupenda que sea ella, y muy buena la banda que la acompaña, el público no era su público: era el frustrado de quien faltaba, y el impaciente de The Cure, que ya dominaba la escena tomando posiciones para la larga batalla.
Porque lo de Robert Smith volvió a ser una larga lucha por la supervivencia frente a un escenario: 3 horas y más de 30 canciones llegaron a colapsar a todo aquel que no fuera fan incondicional de la banda, diría yo que desde su misma fundación, allá por finales de los '70. No aguanté más de hora y media, porque entre el dolor de pies y el frío, mi cuerpo estaba a una canción de declararse en rebeldía. Temí de nuevo por Radiohead, sobre todo cuando comprobábamos que el viento tenía la poderosa capacidad de perturbar el sonido del escenario grande, si te encontrabas a una distancia considerable. El concierto descansó en la misma fórmula épico-gótica de moderada ejecución y grandilocuencia estática, propia de los museos de arqueología antigua, que utilizaron en el Primavera Sound. Un espectáculo inolvidable, para aquel que de principio hubiera estado dispuesto a verles durante tres horas.
Finalmente, entre Robert Smith, el frío, mis pies, y el ultimátum de mi cuerpo, decidí abandonar el recinto sacrificando la actuación de SebAstian: la ausencia de alternativas a The Cure acabó conmigo, y creo que con un buen número de asistentes, que otra vez habían abarrotado el pequeño recinto.
DOMINGO 15 DE JULIO
Por suerte casi todas las esperanzas y expectativas puestas en la última jornada se cumplieron, y con creces. No eran muchas, pero de elevada categoría: nada menos que Warpaint, Caribou, Radiohead y Metronomy. Después comentaré por qué la organización impidió que viéramos a SBTRKT.
Las chicas de Warpaint, que tocaron en el escenario secundario, el Heineken, aprovecharon su mejor sonoridad desde el fondo de la cueva, y dieron un concierto muy interesante. Proyectaron su dream pop de ascendencia experimental y trip-hopera de manera potente y decidida; entregándose en cada canción de manera íntegra y particular: un poco lo que no hicieron The Antlers 24 horas antes, en ese mismo escenario. Shadows, Undertow o Bees, algunos de los mejores temas de su álbum de debut, el valorado The Fool, sonaron con la intensidad y fastuosidad que hacen de una gran canción en disco, un hit en directo.
Las californianas parecen un pequeño y delicado organismo, blandito e vulnerable, pero que se defiende solo y acomete sus tareas con orgullo y decisión. Mención especial para Jenny Lee Lindberg, la bajista, ajena a la elegancia de sus compañeras, que proporcionó siempre una base firme sobre la que la banda desarrollaría luego sus juegos corales, sus texturas oníricas y su ritmo, siempre rico en detalles. A partir de ese primer buen sabor de boca, la noche iba a depender de Radiohead, y de la posición que se lograse obtener para su concierto, programado para las 22:30 en el escenario principal.
La buena noticia es que después de The Kooks, el escenario principal quedaría ocupado por Caribou, mientras se acercaba el momento de ver a las cabeza de cartel. El canadiense, convertido en cuarteto, deleitó al público con un directo muy sofisticado y limpio; algo corto en opinión de muchos: apenas una hora. Fue un calentamiento muy adecuado para lo que vendría después, pero en sí mismo también destacó por ese sello particular que Snaith le imprime a su música, a medio camino entre el space-rock y la electrónica indie, muy reconocible en vivo. Sonó el megahit Odessa, por supuesto, y acabaron con Sun, haciendo que el público, entre la expectativa y los nervios, se pusiera por fin en situación: una pena, porque cuando fuimos conscientes de que teníamos en frente a Caribou, y de que sería interesante aprovecharlos, se acabó, y empezó la espera real.
Y por fin, a las 22:30 de la noche portuguesa, dio comienzo el esperadísimo concierto de Radiohead. Diría que todo el festival estaba pendiente de ellos, los más de 50.000 asistentes; pero también pareció que toda Lisboa estuviera asomada a los balcones para recibir algo de su magia; toda Portugal; el mundo entero. Dio la sensación, durante las más de dos horas que duró el concierto, de que el mundo se paralizó para escucharlos, de que el sonido que emitían era el de la humanidad al completo: el grito de la Tierra, antes de desaparecer bajo nuestros pies. Porque aunque abrieron con Bloom, y con la faceta más electrónica de su genio, sintetizando guitarras en 15 Step y tirando de sus dos últimos Cds, el concierto se basó en una especie de viaje intergaláctico por toda su obra, de la mano de Thom Yorke, el mejor director de orquesta de la música moderna. Cuando sonó Weird Fishes/Arpeggi empezamos a entender y a vislumbrar hasta qué punto de emoción podía llegar este hombre: su voz se eleva sobre la creación, transmitiendo sentimientos como si un lazo nos uniera, a cada uno, con el interior de su más íntima espiritualidad.
El primer impacto con Radiohead, los primeros 7 temas, ya habrían sido suficiente para calificar el concierto de glorioso, pero fue justo entonces cuando pasó a otro nivel: Pyramid Song, con ese piano que te agarra la garganta por dentro, con esa cadencia majestuosa, tan humana como divina, nos hizo entender que la inmensa mayoría del público estaba, probablemente, ante el mejor concierto de sus vidas. Radiohead abre el universo en canal, y no dejan estrella alguna sin tocar. I Might Be Wrong, justo después, dura y desafiante, y Climbing Up The Walls, la favorita de los que más saben, completaron un cuarto de hora memorable, fraguado a base de Amnesiac y OK Computer: el lamento unánime de la Edad Contemporánea, llegando a su fin. Los de Abingdon son la mejor muestra musical, apreciable a través de su evidente evolución, del fin de una era y el inicio de otra: la Tecnológica. La Historia tardará en escribir sobre ello, pero Radiohead lo ha narrado a tiempo real: traductores del cambio global.
El concierto se hallaba en una fase más tranquila y trascendental, basada en la voz eterna de Thom Yorke, y en la inconmensurable guitarra de Johnny Greenwood. Nude nos terminó de desnudó a todos, pero Exit Music (For A Film) hizo llorar a más de uno. El epicentro del concierto fue la enorme emotividad que desprendieron, condicionados seguramente por la reciente muerte de Scott Johnson, técnio y amigo de la banda. Con Lotus Flower continuamos el viaje, y dejamos atrás una última media hora incomparable, indescriptible. Seguimos de galaxia en galaxia, de la mano de Thom, sobrevolando exitazo tras exitazo. There, There, otra poco esperada, sonó, como todas las demás antiguas, con leves modificaciones: actualizaciones que de por sí ya valen un concierto entero. Pero en la reinterpretación se mantiene imperturbable la esencia de cada canción.
El primer final de concierto volvió al inicio del mismo: Feral y Bodysnatchers, una desde la electrónica y la otra desde el rock más puro, otorgaron ritmo de aterrizaje, y el vuelo intergaláctico pareció haber llegado a su fin. Pero tras el descanso, y de nuevo desde una rítmica tranquila y rebosante de paz y harmonía, siguieron transportándonos a planetas musicales hermosísimos que, aunque lejanos y desconocidos para el público, siempre resultaron increíblemente familiares. Su música es tan capaz de revestir tu alma, que en cualquier lugar del universo te sientes protegido y a salvo, aunque tristemente mortal. Con Lucky y Paranoid Android sonando en directo, uno se siente menos solo en el mundo.
Para un segundo bis dejaron Everything In Its Right Place e Idioteque, reinterpretadas y sobrecogedoras. El público estaba desbordado de sorpresas y temazos que a todos nos evocaban momentos intensos de nuestras vidas. Parecía un extra innecesario, pues ya hacía tiempo que éramos enteramente de Thom Yorke, que podía manejarnos a su antojo: ahora baila, ahora llora. Y aún tuvo tiempo para una última salida, entre el aplauso eterno del público y sus ganas de más. Street Spirit sirvió de cierre, desnuda completamente, como Thom, como nosotros ante su inconmensurable concierto. Tal vez el mejor que he visto en mi vida. No digo más.
A partir de entonces tomé la determinación de no volver a escuchar música nunca más, para no borrar el recuerdo, aunque pronto falté a mi promesa. Entre el comentar el concierto, y que todos nos marchábamos del escenario grande a la vez, fue imposible llegar a ver SBTRKT: había que pasar forzosamente por la zona de los baños, das barras, y el escenario electrónico. De modo que dejamos el cierre del festival ya en manos de Metronomy, confiando en que merecería la pena esperar un par de horas, o hacer tiempo viendo a The Kills. Decidimos simplemente esperar. Y Metronomy mereció con creces la pena.
La banda inglesa de electrónica pop, formada en torno a Joseph Mount, fue la digna encargada de cerrar el festival con un concierto fantástico, rítmica y cromáticamente hablando. Muchos de los que los habían visto en el Día de la Música de Madrid se llevaron una grata sorpresa. Supieron recoger bien la difícil herencia de quien acaba de ver a Radiohead, e interpretaron su The English Riviera con bastantes puntos más de intensidad: más agitadas, pero con la misma esencia de melodías despejadas y directas, ricas en actitud. En seguida tocaron The Bay, su megahit, y Heartbreaker, y Corinne, brillantemente planteada. El concierto se movió siempre en la atmósfera de fin de fiesta que, aunque podría seguir hasta el infinito, decide acabar en todo lo alto, sin lugar al decaimiento. Loving Arm, y Radio Ladio, ya en modo fiesta pre-after, cerraron definitivamente el festival hasta una nueva edición. Muy alto el listón de las últimas horas de Optimus Alive: pero tal vez no compense.
Todas las fotos extraídas del Facebook oficial del Optimus Alive (salvo la de The Stone Roses. Fuente: In The Riff).
Escucha la selección de setlists del Festival en Spotify.
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