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ABSYNTHE MINDED



En las pelis siempre dicen, con razón: '¡sé tú mismo!'

En el verano de 2006 me fui con unos amigos hasta Bélgica para ver en directo a Tool, Mogwai, Sigur Rós, Muse, Placebo, y a Depeche Mode, entre otros, que se reunían en el Rock Werchter. Nos propusimos, como cualquier pandilla de novatos, escuchar todos los grupos del cartel antes de ir, y obviamente, empezamos por la A. Así que ni siquiera conocí a Absynthe Minded por haber ido a su país a escuchar música, sino por una mera coincidencia de nomenclatura. Como es lógico, no pasamos de la B, y por supuesto tampoco vimos todo lo que nos habíamos propuesto: al fin y al cabo, era un festival. Pero al menos conocimos al grupo local más prometedor de aquel entonces, y tuvimos la oportunidad de verlos en directo en uno de sus primeros grandes momentos como banda. Tras haber editado dos Cds, parecía que se preparaban para su expansión por Europa, pero al final ésta siempre se ha pospuesto; tal vez hasta ahora.

Porque Absynthe Minded han seguido trabajando duro su sonido desde entonces, madurándolo, aunque siempre haya sido adulto y muy serio, y curándolo en su propio estilo con elegancia y complacencia. Con un primer Cd, Acquired Taste (Keremos, 2004), sorprendente, juguetón, fresco y ecléctico; una canción, My Heroics, Part 1 (del segundo Cd, New Day [Keremos, 2005]), nombrada por los oyentes de una cadena de radio como la mejor canción belga de la década; y un cuarto Cd, Absynthe Minded (AZ  [Universal], 2009) que arrasó en los Premios de la Industria Musical Belga de 2011, los de Gante ya debería haber rebasado las fronteras de Europa o, por lo menos, haberla conquistado sin contestación alguna. La ofensiva definitiva ha de ser As It Ever Was (AZ [Universal], 2012), su quinto disco, editado en mayo, y la consecuente gira de presentación que llevan en proceso prácticamente desde entonces.

La banda gira en torno a Bert Ostyn, a su voz aterciopelada y vital; al sonido acústico de su guitarra, del violín de  Renaud Ghilbert y del contrabajo de Sergej Van Bouwel; al acento elegante, clásico y de buena educación que le otorgan éstos, junto con el hammond de Jan Duthoy; y a la batería, ya siempre en clave pop-rockera, de Jakob Nachtergaele. Todo esto da como resultado un sonido amable y característico, con sello propio, que aunque se haya movido hasta hace poco por los circuitos del panorama independiente, no tiene nada de alternativo. Todo lo contrario: Absynthe Minded logra esa tonalidad neutra, en paz con el mundo que les rodea, propia del mejor pop-rock anglosajón de tendencia folk. Con una personalidad musical cada vez más depurada y definida, reclaman su lugar entre los legítimos herederos de los años ’60 y ’70, junto a bandas como The Wallflowers, la Dave Matthew’s Band o The Shins.

Lo hacen mediante un disco, As It Ever Was, que mantiene la fórmula, y que contiene ya pasajes o fraseos que solo pueden sonar a ellos mismos: como por ejemplo el estribillo de You Will Be Mine, o la espectacular Crosses, con el as en la manga del violín, en clave gipsy, a máxima potencia. En general es un muy buen disco, con una producción (en la que ha colaborado Adam Samuels) y una riqueza y elección de ritmos y sonidos impecables. Pese a abrirse con el que ha sido su primer single, Space, una destacada y fuerte balada con la que combatir la amargura, el disco no resulta en absoluto un descenso.

La vitalidad y el ritmo de As It Ever Was, canción que da título al álbum, la sensación de libertad que otorga How Short A Time, reforzada por teclado y guitarras acuosas y acústicas, el sorprendente final de la popera Fighting Against Time, y el extravagante intento de electrónica (con octopad incluido) de Little Rascall, sostienen la primera mitad del Cd. Pero si por algo destaca este As It Ever Was es porque por fin, como decía antes, empiezan a sonar a ellos mismos; y las mejores muestras de ello se hallan en la segunda mitad del disco. A parte de las ya mencionadas, Only Skin Deep, con el delicioso planear del violín, o 24 7, de aliento ascendente, tienen el inconfundible aroma de Absynthe Minded, con melodías y frases musicales solo concebibles a lomos de la voz de Ostyn.

Pero el mundo de la música a veces es injusto con grandes artistas y gente trabajadora, humilde y con modales (musicales y generales). Así que tal vez no sea tampoco con este quinto Cd con el que Absynthe Minded se popularicen como merecen. No obstante, han marcado un punto de inflexión en su carrera, que hará que si no despegan definitivamente, se haga oficial su entrada en la lista de célebres desconocidos, de joyas que pasan inadvertidas por el gran público. El mes que viene tocan en Barcelona: un bonito reencuentro para algunos, y la oportunidad, para otros, de conocer a uno de los fenómenos más interesantes y populares de Bélgica, pero, sobre todo, para hacerles justicia y escuchar música de la buena.

También disponible en Alta Fidelidad.


SHARON VAN ETTEN




La nota distinta: las otras nunca lo harían.

Sharon van Etten es, en estos momentos, el principal motivo de mi felicidad. Sé que es superficial, efímera y basada en ese placer que pruebo y reconozco cuando descubro un artista o grupo que me enamora a primera vista: noto el pecho más ancho, una sonrisa siempre latente, y unas ganas tremendas de contar lo que oigo, siento y observo. Y la vida es así: hace un mes no la conocía, era solo uno de los incontables nombres que había leído, y que tenía pendiente; me la perdí en el Primavera Sound. Pero cada cosa tiene su momento, supongo, y así disfrutaré durante todo el verano de las ansias de querer escucharla en directo. La cita: a finales de septiembre en Madrid, Valencia y Barcelona.

Lo que sé de Sharon van Etten lo aprendí en Wikipedia, pero todo lo que demás me lo enseña ella cuando canta. Sé que es de Jersey, que Kyp Malone, el de los TV On The Radio, la animó a iniciar su carrera musical, que ha colaborado con The Antlers, que su último Cd, el primero que he escuchado yo, TRAMP, lo ha prodcido Jajgaguwar, y que se ha grabado en el estudio de Aaron Dessner, de The National. Pero también intuyo, yo solito, que esta chica va a llegar muy lejos: por lo menos, al lugar que le corresponde dentro de la generación de mujeres que, en el mundo anglosajón, se está haciendo con el control del rock. Del corte de Cat Power, PJ Harvey, Mazzy Star, Leslie Feist o St. Vincent, la de Jersey compone un folk educado en la urbe, suave en su definición, pero triste en su andadura. Una suerte de baladas modernas, envueltas en una voz preciosa que no alardea ni especula. Pero además, Sharon van Etten tiene siempre una nota distinta, un punto diferenciador.

NEUMAN



Genética pop-rock; disfraz de post-rock.

¡Vaya sorpresón me he llevado con Neuman! Desde que escuché las primeras notas de su álbum de debut, PLASTIC HEAVEN, he pensado que tal vez haya cometido un grave error al no incluir su segundo Lp, The Family Plot, en la lista de lo mejor de 2011. Digo tal vez porque aún no le he escuchado. Porque un grupo así se merece la atención adecuada, y se merece que le haga justicia escuchando las veces que sean necesarias su primer trabajo antes de pasar al segundo. Merecen un número de escuchas suficiente, para así tener la noción justa de la espera, y poder entonces regodearme y rebozarme a gusto cuando llegue a lo realmente nuevo. Siento una deuda con Neuman, y pienso recuperar el tiempo perdido. Solo entonces pasaré a su siguiente Cd.

PLASTIC HEAVEN es un disco largo y generoso: casi 2 horas, 14 canciones, la mayoría de ellas de más de 4 minutos, y casi todas con mucho contenido y un gran valor ambiental. Mediante este trabajo Neuman se postula como una banda nacida para despejar las fronteras del pop con el post-rock, como Nudozurdo, por ejemplo. Su sonido se basa en elementos de ambos estilos, aunque también podría decirse de ellos que hacen un pop oscuro con un fantástico disfraz de post-rock. Si entendiéramos el post-rock en su definición más amplia diríamos que Neuman tiene esa facilidad genérica para hacer de la variación el centro de sus mejores canciones, esa inercia característica del sonido post-rockero que tiende a dar mayor importancia a una textura, a un punteo o a un fraseo insospechado, que surge de la propia canción y no de las partituras (en apariencia), a esa especie de creación progresiva que se enarbola siempre hacia arriba, ganando en complejidad y, a la vez, en profundidad. Diríamos que Neuman tiene claramente el color azul oscuro del post-rock, ese que cambia en el cielo, lenta pero implacablemente, todas las tardes al anochecer. Pero hay más suavidad en sus notas que en la mayoría de las composiciones del género. Por eso tal vez ellos, por fin, sean capaces de popularizar las bases del post-rock en nuestro país.

NADA SURF. Barcelona, 19-02-2012.



No solo de carisma vive el rock.

Hay sonidos que nunca pasarán de moda, y grupos que parecen impermeables al envejecimiento y al olvido. 20 años contemplan a Nada Surf y, aunque ya no sean unos chavales, mantienen incólumes aquellos atributos musicales que les llevaron al estrellato, allá por los años ’90, dentro de un panorama grunge ya en plena extinción. Nadie ignora el hecho de que en su evolución han ido dejando atrás parte del escozor que caracterizó sus inicios: la aspereza en la distorsión y, sobre todo, esa actitud levemente torva y sesgada de la que hacen gala en High/Low, se rebajaron hace ya un tiempo en favor de un cromatismo mucho más amplio y lozano. Hoy en día puede que no hagan nada especialmente nuevo en cuanto a la composición, pero al menos en directo demuestran tener, aparte de mucho oficio y simpatía, un gran control sobre la producción de su propia música.

El gancho que siempre han tenido en nuestro país se debe, probablemente, a que Dani Lorca, el bajista, es originario de Vigo; pero luego se han ganado el favor del público local tocando innumerables veces aquí, haciendo siempre gala de una humildad y una cercanía que nos hacía pensar que eran uno de los nuestros. El éxito en Santiago de Compostela, Madrid, y el de ayer noche en Barcelona atestigua, una vez más, que para mucha gente Nada Surf sigue siendo un icono sano del buen rock. Porque aunque pasen los años, y aunque traten de no vivir de las rentas sin fracasar del todo, siguen siendo ellos mismos: siguen transmitiendo con sus temas emblemáticos sensaciones que la gente guarda en su imaginario personal, como oro en paño, a modo de banda sonora de los buenos momentos. Anoche en Apolo se veían los días de verano a través de los ojos del público.

ANNA CALVI



Ha nacido una estrella.

A esta chica la escuché, por el rabillo de la oreja, a principios de verano en el Día de la Música Heineken de Madrid, sin saber quién era, y sin hacerle mucho caso. Recuerdo haber comentado algo que se suele decir en los festivales cuando oyes algo que no conocías hasta el momento: "Oye, pues mola esta tía, eh?". Pero no siempre vuelves a casa y acoplas de inmediato esa novedad en tu día a día musical. Y yo, en este caso, he tardado medio año en rendirme al encanto de Anna Calvi. Solo he tenido que darle al play, en un momento cualquiera del día, de un mes cualquiera, para darme cuenta de la evidencia: que esta chica tiene algo muy pero que muy especial. Porque aunque sea una banda estable, la personalidad en la composición de esta londinense de ascendencia italiana, es abrumadora. Casi puedes respirar su perfume, recomponer su cara sin haberla visto, conocerla sin haberla conocido.

Odio que un disco se llame como el grupo, la verdad. Pero el ANNA CALVI de Anna Calvi, sin embargo, sí que hace honor a su título: es una presentación en toda regla de una artista que, con toda seguridad, va a ser una estrella. Anna Calvi está llamada a hacer grandes cosas en la música, o al menos eso se desprende de su primer trabajo. Y no solo porque éste le haya valido para ser nominada al Mercury Music Prize (que inevitablebemente habría de llevarse PJ Harvey), o porque hace justo un año estuviera entre los finalistas del BBC's Sounds of 2011. Está claro que es un gran trabajo, pero esconde algo mucho más importante: el nacimiento de una auténtica personalidad musical. Después tendrá que crecer, desarrollarse y consolidarse, pero ya ha nacido.


THE ANTLERS



Miradas de amor desde la distancia.

Son curiosos los razonamientos automáticos que procesa nuestra mente a veces. Como las que genera la mía cuando escucha algo nuevo, relacionando al grupo con el sello y viceversa. En ocasiones (luego generalmente voy descubriendo que no tengo razón), como en el caso de Matador y Esben and The Witch, me pregunto por qué una grande le da esa oportunidad a unos raros desconocidos; y en otras, como en el caso de The Antlers y Frenchkiss Prod., no puedo evitar pensar que es como cuando un equipo pequeño ficha a un genio del fútbol, hasta ahora desconocido, y lo da a conocer al mundo, disfrutando de su presencia mientras aguarda el inevitable momento en que venga uno grande y se lo lleve. Porque esta banda, después del BURST APART, ya no puede pasar más desapercibida.

Peter Silberman es el responsable directo de este proyecto de Broocklyn que a mí, personalmente, me tiene loquito últimamente. Practican un delicado pop-rock independiente, ligeramente alternativo, y un poquito post-algo: una música muy identificable (me niego a decir catalogable, aunque lo sean), pero con una personalidad clara y bastante particular. Recuerdan un poco a Piano Magic y a The National, pero en general, y pese a no resultar en absoluto inclasificables, a quien recuerdan en todo momento es a ellos mismos. The Antlers es de esas bandas que mientras las oyes eres, en todo momento, plenamente consciente de a quién estás escuchando y por qué. Pero no busques motivos de escaparate, no muestran a gritos o con luces de neon su bandera: te van conquistando con la insistencia de las caricias que siempre son bien recibidas. Hay mucho amor en la voz herida de Silberman.


STILL CORNERS



Still Corners son como una aparición fantasmagórica en medio de la noche. Tanto es así, que algunas mañana me levanto pensando que tal vez los he soñado. Pertenecen a un mundo donde las formas no están establecidas, donde lo concreto no existe, y donde cualquier sombra es tan real como el objeto que la proyecta. Tessa Murray y Greg Hughes son el núcleo de esta banda de dreampop británica nacida en 2008 que, desde la edición de su primer Lp, CREATURES OF AN HOUR, han transformado las buenas sensaciones en una realidad. Ya son, oficialmente, una promesa...si es que son reales (si es que estoy despierto mientras escribo esto).

Ahora, una vez dejado de lado el hecho de si son de este o de otro mundo, una vez aceptada la travesía por lo onírico, podemos disfrutar tranquilos de un disco que, probablemente, estará en alguna de las listas de lo mejor del año. Desde luego, según mi criterio y gusto, está ya entre los 3 mejores del otoño. Demuestra que el dreampop está más de moda que nunca, apoyado en la gran paleta de colores, en el gran abanico de sonidos que abre la era electrónica. Pero aunque la referencia indiscutible de Still Corners sea Cocteau Twins, están mucho más cerca de bandas como Deerhunter, Beach House, Beach Fossils, Wild Nothing o incluso Warpaint: dreampop del siglo XXI.

Todas las canciones son de una nocturnidad exacerbada. No pueds imaginarte a Tessa con otra cosa que un camisón blanco (o negro) a la brisa de la noche, transparentando frente a una ventana abierta. El sonido pálido de Still Corners vale también para los amaneceres lentos, de días que pueden ser el último. Lo notamos ya en sus dos primeras canciones: el acogedor eco de Cuckoo se transforma en una premonitoria y angustiosa Circulars.  El teclado, que recuerda subliminalmente al Exorcista, el grito ahogado de la guitarra, y esa batería que corre, huye o se apremia por salvar la vida, hacen de esta canción, mi preferida de todo el Cd, una llamada a la sensatez, una advertencia, un alegato al estado de guardia. Porque los que más pueden amar son lo que más pueden sufrir. (Los que más tienen son los que más pueden perder)


CREATURES OF AN HOUR es un disco melancólico, teñido de una tristeza luminosa y abierta a la esperanza. Es un álbum de recogimiento; no es un escondite para animales heridos que ya solo esperan la muerte, sino más una zona de boxes oculta, oscura y mullida donde lamer los rasguños del inevitable roce de la vida. Endless Summer tiene ese aspecto de guarida, y el final propio de un arranque de restauración sentimental. Into The Trees, por el contrario, es ya una composición sana y fuerte de corazón, con el sabor del típico dreampop despreocupado y medio pijo del nuestra época. Rico musicalmente, pero quizá excesivamente ensimismado y vanidoso. Que los Still Corners se gustan a sí mismos queda claro en el final de este tema: las lluvias tibias de guitarra sobre el teclado son su hábitat natural.


Hasta ahora, está claro que la voz de Tessa Murray no nos ha pasado inadvertida. Pero es en The White Season cuando, a modo de nana, la muestra más desnuda y expuesta. Poco a poco, en nuestra mente, se aleja más y más de Liz Fraser y de las damas oscuras y pálidas de los '80-'90. Su voz, a estas alturas, se ha erigido como SU voz, y no como la que se parece a la de otra. Y para cuando suena la genial I Wrote In Blood, su tono nos parece ya algo categórico. El teclado y su escala nos recuerda a Circular, y nos recuerda también que, aunque vivamos intentando olvidarlo, hay siempre un mal presagio sobre todos nosotros, un drama en ciernes allá donde haya vida, allá donde solo hay muerte al final de cada camino. Se palpa el dolor en este tema, pero también la fortaleza de los materiales nobles, con los que se hacen y conformar los seres humanos.


Para cuando suena The Twilight Hour uno ya ha captado el mensaje del disco, los susurros de Tessa se han instalado cómodamente junto a nuestro tímpano, y el lento discurrir del dreampop nocturno de estos ingleses nos parece ya lo más natural del mundo. A medio camino entre la tensión de la incertidumbre y la quietud de la calma, se mueven la mayoría de las canciones, como Velveteen; y otras como Demons son tan solo la expresión de la rendición ante la constante y oscura amenaza que siempre nos rodea. El colofón y cierre de CREATURES OF AN HOUR es quizá la canción que emana mayor seguridad: Submarine tiene un ritmo suficientemente acelerado que no permite que el disco se acabe entre la somnolencia y la rendición.




Y cuando acaba el Cd, y lo has escuchado atentamente por fin te das cuenta que sí que son reales. Muy reales. Solo que en lugar de tener cuerpo y presencia física, son pura música sostenida por capas y capas de alquimia sónica.

INTERPOL




Creo que ha llegado el momento de enfrentarme a Interpol, de describir esta extraña relación de amor-odio que tengo con los de New York. Los vengo siguiendo prácticamente desde el principio: desde la edición de su primer y, hasta ahora, insuperado disco TURN ON THE BRIGHT LIGHTS. Cada vez me gustaban menos, hasta que el pasado año, con la publicación de Interpol, su cuarto Cd, casi me desmarqué definitivamente de ellos (la prueba la tenéis en mi post de The National). Mi opinión sobre ellos iba paralela a la que tenía sobre Dexter: 1ª entrega sobresaliente, 2ª aprobada por los pelos, y 3ª muy por debajo del nivel. La 4ª de Dexter superó incluso a la primera, pero a Interpol ya los daba por perdidos. Por fortuna, aposté por verles en el Primavera Sound, y resultaron ser los que más me gustaron. Conscientes del decaimiento compositivo que sufren, preparan un directo basado en sus grandes éxitos, que son muchos, pero antiguos (que no anticuados). Es vivir, y bien, de las rentas. Su concierto ha provocado en mí un nuevo brote de enamoramiento; y, cómo no, he vuelto a su increíble ópera prima.
TURN ON THE BRIGHT LIGHT salió a las calles el 19 de Agosto de 2002 con el sello de Matador Records. Llegó alto en las listas, sobre todo en el Reino Unido, de donde heredan claramente su sonido, y tuvo una acogida espléndida entre la crítica y el público. Casi una década más tarde, todavía oímos la ruptura del plástico de envolver antes de empezar a escucharlo. Es una música inconfundible, pero suspendida en el tiempo: por este disco no pasan los años; y si lo hacen, solo consiguen mejorarlo. Es un álbum redondo, con vida propia, profundo y oscuro, pero luminoso y bello; un disco en el que todas las canciones parecen la misma (si te gusta una, te gustan todas), o cada una, pequeños fragmentos de un todo enormemente coherente; TURN ON THE BRIGHT LIGHTS es la definición categórica del estilo de Interpol. Cada tema, de todas formas, tiene algo especial: una marca inconfundible que enriquece el preciso canon que proponen sin desvío durante toda la obra.

Porque aunque sea una banda norteamericana, se nota muchísimo que Paul Banks y Daniel Kessler, los dos integrantes más notorios, son británicos. De los 11 temas hay solo cuatro que podríamos considerar lentos, y tan solo NYC se libra de ese ritmo métrico cuadriculado, tan británico. Siempre hay un 1x1 de base en Interpol, y eso, en los otros 7 temas, más cañeros, resulta el trampolín perfecto para unos rasgueos de guitarra igualmente directos. Porque además Interpol combina algo realmente difícil de conjugar: la contundencia instrumental con la honesta declamación de una retahíla de sentimientos puros, con el traslucir sincero y opaco de un intimismo de puertas abiertas.

TURN ON THE BRIGHT LIGHTS está vivo porque su transcurrir marca el ritmo del ciclo hacia la muerte. El principio suena a principio, a despertar, a cimientos que se desdibujan cada año un poco más. Untitled es como esos primeros pasos, inseguros y torpes, que damos al nacer, quién sabe en qué dirección. Lenta y profunda, con acampanadas guitarras de lluvia fina, y apenas bitónica, se desvanece ante la fuerza básica, casi infantil de Obstacle 1. Una pareja de rasgueos a cuadros inauguran el tema, y un porrazo de batería abre definitivamente el disco al cielo abierto. Con este tema los Interpol parecen dispuestos absolutamente a todo. Uno de los 3 o 4 mejores temas de la banda. Banks más que cantar, expresa: expira una voz quejosa, que las guitarras y la batería, en procesión de bofetones al galope, elevan como a un importante portaestandartes.

Durante años mi canción favorita fue NYC. Es la más extraña y distinta de todo el álbum, y tiene ese aire envolvente y cálido de tranquila introspección de Lost in Translation, que la hace absolutamente mágica. Es como mirar el invierno a través de una ventana empañada por el hielo y la lluvia; como echar unas gotas a una acuarela para diluir la imagen hacia reinos oníricos. Pero en este nuevo brote me centro más en el Interpol de cuerda fija. Pda es como ese caminar seguro de los jóvenes que completan con éxito y decisión el difícil puente entre la adolescencia y la juventud; como saliendo de un extraño trance de confusión, los Interpol ya saben a dónde se dirigen: hacia un poprock de herencia punk británica que siempre mira hacia adelante. Porque el futuro también puede producir nostalgia. Ese último minuto es como un viaje en autobús, de noche, hacia una nueva ciudad que nos acoja. Dejándolo todo atrás.

La parte central de Cd suena, de hecho, a punto medio. Say Hello To The Angel, Hands Away, la penúltima y acristalada pausa antes del largo desenlace, y Obstacle 2 son lo más neutro y convencional del disco. Suenan mucho a Interpol, prestándose a formar parte del paradigma, pero ceden su personalidad a la común del disco: son algo menos especiales. Pero en seguida, como cortada por otro rasero nuevo, alterada por un leve matiz de texturas y grano, aparece Stella. Es el principio del fin.

Porque el final, en TURN ON THE BRIGHT LIGHT, suena intensamente a final. Es alucinante. Es lo opuesto a la sólita estafa del cine romanticón de Hollywood: la nostalgia de la música no es un simple truquito para la lágrima fácil; en Interpol va primero el sonido, y luego nuestra imaginación crea la imagen de despedida, de ahogo en el olvido, de final irrevocable. Esa sensación empieza en las estrofas de Stella (que nunca oiré en directo, me temo), y de la un toque increíble al último bloque del Cd; pero, sobre todo, le da vida propia al álbum entero. Al final es una canción como las otras, pero con más grano, con un ligero aumento: es lo mismo pero con una cámara que recoge hasta las arrugas de sus caras, hasta la textura del surco de sus llantos.

Stella es quizá el mejor ejemplo de otra característica que hace irresistible el sonido de Interpol, detalle que se acentúa a medida que avanza el Cd. La obsesión de la banda es notable: no hay mucha lírica en sus composiciones, pero sí mucha repetición, mucho pasar mil veces por el mismo sitio, hasta crear un camino, aunque éste sea en círculo. La insistencia es la mejor arma de este grupo, quizá por eso ahora bordan los directos, pero están secos de líquido fresco: aceptaría que sacaran un disco cada tres años con tal de que lo rodaran tan bien como hicieron con el primero.

En Roland parece que no están dispuestos a dejarnos, hasta que llega ese punteo repetitivo, aferrado al calvo ardiente que es la vida. Nunca antes habían subido tan alto, y el descenso ya suena a final de etapa. Aunque constantemente esgrimen cosas nuevas, se va anunciando lo que en The New es ya inminente. Ésta, de todas formas, contiene los últimos estertores de juventud de un hombre que agoniza, orgulloso, mientras recuerda el ritmo implacable sobre el que cabalgó durante toda su vida. Puro diálogo entre bajo y guitarristas. Una lucha interna que nos prepara para aceptar con calma y paz el inevitable final.

Liet Erikson se supone que fue el primer europeo que vio América, hace ahora mil años. Un nuevo mundo desde el hielo, desde la muerte: un nuevo comienzo, que solo es posible mediante un previo final.

TURN ON THE BRIGHT LIGHTS acaba posándose con la dulzura digna de quien ha vivido fiel a sus principios. Poco hay de esos valores musicales en el resto de su discografía, pese a pequeñas y aisladas excepciones (sobre todo en el Antics, su 2º trabajo). Personalmente opino que han perdido casi toda la fuerza, frescura y sinceridad que rebosaba en este primer álbum, pero es normal porque la calidad compositiva se desbordó sin remedio aquí. Por fortuna, como ya he dicho, creo que son muy conscientes de que viven de unas rentas que, por méritos propios, les son suficiente argumento para llenar, emocionar e impresionar a estadios enteros. Desde luego, a mí me basta con este disco para que sigan gustándome otros diez años por lo menos.



BLONDE REDHEAD



El placer del contraste.

Kazu Makino y los gemelos Pace son Blonde Redhead, un trío italo-japonés que nació New York a mediados de los años '90, y que hoy en día es considerado, por muchos, como un grupo de culto. En 16 años han editado 8 Cds, los últimos tres con el sello británico 4AD, del Grupo Beggars. Llegaron a mis oídos hace dos o tres años como consecuencia del sunami que supuso en su carrera, y en el pop, la edición en 2007, de 23: para muchos, uno de los mejores álbumes del año, y probablemente su trabajo más escuchable y populista. 

Pero que no se me interprete mal: aunque provengan de un sonido cercano al grunge, auspiciado por el mismísimo Steve Shelley (batería de Sonic Youth y fundador del sello Smells Like Records, con el que también lanzó a la fama a Cat Power), y deriven en otro mucho más suavizado, sofisticado y pop, en ningún caso considero peor el 23 que, por ejemplo, el LA MIA VITA VIOLENTA, su segundo disco; o denigrante, criticable o lamentable la evolución a lo largo de su carrera. Respeto la línea que han seguido; no en vano, Girl Boy, el último track de su primera obra (cuando todavía eran cuatro), ya anunciaba el futuro de la banda.


En Blonde Redhead siempre ha estado latente la tendencia que explota en 23: un dream pop donde el peso de la distorsión se ha reducido drásticamente, más adaptable a los oídos de las mayorías. Personalmente, pese a que me fascinaron con ese sonido, he ido apreciando más y más a esta banda por sus primeros trabajos, sobre todo por este segundo, LA MIA VITA VIOLENTA. Conociendo dónde acaban, es delicioso observar como segregan las pocas gotas de dulce pop que, doce años más tarde, serán una líquida avalancha, un sunami de pop alternativo. La aspereza del grunge ya casi es costra, y pronto (o poco a poco, mejor dicho) desaparecerá del todo. Desde luego, no van a ser los primeros ni los únicos en mostrar cómo la incertidumbre de la generación X dejó cicatrices menos marcadas de lo que se pensaba.
LA MIA VITA VIOLENTA es el temprano punto de inflexión a partir del cual se va a imponer su personalidad y su determinado sonido, a cualquier tipo de etiqueta cerrada. Blonde Redhead, si es que lo hizo alguna vez, dejó muy pronto de hacer grunge, encontrando una fórmula de expresión clara, directa y concreta, pero con la vulnerabilidad que siguió a la muerte de Kurt Cobain. Si a ese mayor punto de emotividad le queremos llamar pop, hagámoslo; pero en la forma, en los rasgueos, en la imperfección manifiesta y chillona de las voces, en lo oblicuo de las miradas y la melodía, están todavía a años luz: es solo el zumo que sale de exprimirlo una y otra vez, como se hacía con los árboles de caucho en el Amazonas, allá por la época de los pioneros y fitzcarraldos.

Cuando abres el Cd la voz de Kazu Makino se sale de la caja, libre y plenamente consciente de cómo es el cuerpo que posee. En I Still Get Rock Off, justo al principio, coquetea con la influencia de Liz Fraser (Cocteau Twins), pero en seguida adopta la postura de una gata en celo, y su voz juega al despiste con la de Amadeo Pace, en un descosido dúo de jirones. Y no vuelve hasta I'm There While You Chock On Me, la más áspera junto con la primera y la última, Jewel. Parece como si reservaran la cara más severa, la más chirriante y rasgada a la voz femenina y mordiente de la nipona: auténtica bella enredada en espinos. Y la versión más envolvente, poprockera, oscurecida y glamurosa, se expone a la sombra de la voz masculina, más profunda que incisiva. Violent Life (pese a su violencia), U.F.O., 10 Feet High, y Down Under y Bean (aunque a dúo con Kazu). 

En Harmony y Young Neil muestran la faceta que hay presente en todas las canciones: una sana afición por la evasión, por una psicodelia misurada, imprecisa y esquelética. En la primera, casi del todo instrumental, ensayan un progresismo, acompañado por un sitar precioso, que culminan las voces en dúo. Desde luego, es un disco sin desperdicio alguno. Escuchándolo uno se debate entre la pasión latina del acento melódico, y la austera e insensible mirada turbia de los mártires del grunge. 

Blonde Redhead pasarán este verano por España. Será la primera vez desde que yo los conozco, y desde que presentaran su 23 en 2007 en gira con Interpol. Se supone que nos traen el Penny Sparkle, pero espero y deseo que muestren todas sus caras posibles. Escuchando este último Cd, mi tendencia natural ha sido ir a buscar sus primeros tiempos, y no porque fueran mejores, sino porque el contraste le queda a este trío como un guante. Es, quizá, su atractivo más especial.


YUCK



Pop veraniego en primavera.

Penetrar en el álbum de debut de Yuck puede resultar un ejercicio un tanto deconcertante. Es como si abriéramos una vulgar cebolla y, capa tras capa, su naturaleza cambiase del blanco al morado; limpia, sin mezclas chirriantes, ni colores de aguachirri. Llevo un mes escuchándolo y aún no sabría decir si los londinenses son poperos que coquetean con el viejo grunge, o ruidosos amantes de noise domados a golpe de cercana influencia. YUCK, de todas formas, es el debut de un grupo muy prometedor (preseleccionados para el BBC Sound of 2011), que volverá en breve a nuestro país (Primavera Sound y Día de la Música de Madrid).

Si las primeras notas del Belong de The Pain of Being Pure at Heart suenan a Smashing Pumpkins, las del YUCK de Yuck suena a Sonic Youth. Get Away tiene la de cal y la de arena: la suciedad de un bajo que se clava, de la voz enjaulada, y de una guitarra afinada en el tono de Seattle, y la suave textura de una batería pop, con pandereta, y de la otra guitarra, cálida y serena. Nada Surf son maestros en combinar esas dos facetas, pero Yuck se ofrecen, con The Wall, Shook Down y Sunday, como dignos competidores de los norteamericanos.

Y cuando nos acomodábamos en ese plácido pop-rock de cálidas acústicas, rompen el molde con Holing Out, recordándonos a base de distorsión que son británicos, súbditos de su majestad. Lo bueno de Yuck es que sus canciones no son complejas, pero tienen estructuras ricas, y elementos compositivos refrescantes y muy interesantes. En ese sentido, y sobre todo en Suicide Policeman y Georgia, recuerdan un poco a Yo La Tengo y a The Pains of Being Pure at Heart: un pop veraniego en primavera, maduro desde las raíces, con un dúo en stereo de géneros que da paz y esperanza, y un brillo profundo y firme desde el fondo de la sencillez.

A la altura de la pista 8 estoy casi convencido de que, en realidad, se trata de otro disco más de pop, de un grupo que se supone que viene a salvar el rock. Y desde luego que podrían hacerlo...si hubiera algún rock que salvar de algo. Pero entonces Operation irrumpe en escena, y vuelve la confusión. ¡Bendita confusión! Acordes, estrofas y distorsiones que recuerdan a Dinosaur Jr, a Pavement, a Sonic Youth. Son como pequeñas pepitas de metal duro entre suelo arcilloso.

La polivalencia musical de Yuck queda clara en el cierre del álbum. Rose Give A Lilly, en plano instrumental (el temita podría ser de Piano Magic, Mogwai o Explosions In The Sky perfectamente), y Rubber, por la occidua y gruesa distorsión, están más cerca del post-rock que del sonido general del disco en sí. Demuestran, en general, buenas dotes en el susurro melódico, y detalles de un noise muy rejuvenecido que no desdibujan el tierno sabor de boca colectivo del Cd. YUCK sabe a varias cosas, pero todas están ricas y combinan bien, tanto en el plato como en el estómago.

Estoy deseando que Yuck le de la razón a la BBC. Su disco es bueno, con repertorio suficiente como para enganchar al público con su ruido alegre y destensado. Volveremos a comprobarlo el sábado 28 de mayo en Barcelona, y el domingo 19 de junio en el Matadero de Madrid. Espero que con ellos dé comienzo, (no) oficialmente, el verano en la capital.





SHOUT OUT LOUDS



Cuando el sol sale por el norte.

Con el sonido de los semáforos del Mario Kart poniéndose en verde arranca el primer trabajo de Shout Out Louds, una banda sueca de indie-pop que presentó, hace una semana en Madrid, su tercer álbum. Ya han dado varias vueltas al circuito, y el bólido parece tener buena salud. Pero sin duda alguna, me quedo con ese acelerón de sus primeros tiempos, con este HOWL HOWL GAFF GAFF: uno de esos discos humildes que alcanzan la repercusión que merecen.

Lo editó el sello Bud Fox Recording, en su Suecia natal, en 2003; y sonaba tan bien que dos años después EMI lo reeditó y distribuyó por EEUU, UK y Japón. Ahora están en Merge Records, y el productor de su último álbum, Work, es ni más ni menos que Phil Ek, genio creador de los tres Cds de Band of Horses, por ejemplo, o del alucinante debut de Fleet Foxes. ¡Casi nadie al aparato, oigan! Han crecido, desde luego. No pretendo hablar aquí de la evolución de Shout Out Louds: no es que no me guste, pero me interesa mucho menos. Porque es que con un álbum de debut así es normal perder la inocencia, y aspirar a más; pero cuando el secreto está en la propia humildad, en esa inocencia perdida, ahora parece como si algo, casi desde el principio, ya estuviera acabando.

Our Ill Wills y Work son muy buenos Cds, pero HOWL HOWL GAFF GAFF tiene todavía el olor a nuevo del plástico para envolver, que no tiene precio. No tiene los arreglos y recovecos musicales de los otros dos, carece de complejidad, e incluso de pretensión: parece realmente hecho por amor al arte. Quizá no sea justo definirlo así, pero cuando no se tiene mucho que decir, es mejor hacerlo de forma sencilla, directa y honesta: así es HOWL HOWL GAFF GAFF. Pero cuando se adorna mucho un discurso corto, aunque haya crecido, pierde un poco su esencia, y lo realmente bueno y autóctono se hace menos visible.

El estreno de Shout Out Louds rebosa vitalidad, pero con esa encantadora moderación nórdica que tan de moda está. Evitando comparaciones, el sonido de estos chicos de Estocolmo bebe mucho del pop británico, y un poquito del nuevo indie-folk de Estados Unidos. El resultado es un sonido alegre, despreocupado y muy fácil de digerir; un pop de animada tranquilidad, que no da lugar a decaimientos y agorafobias (salvo en Go Sadness). Una música 100% primaveral, pero no agotadoramente frondosa, como está siendo la primavera en Madrid, sino simplemente florida, fértil y bonita.


Cualquier disco que se abra con The Comeback merece ser escuchado hasta el final. El placer que segrega ese sencillo punteo, tras cuatro notas bien puestas, resume el espíritu del HOWL HOWL GAFF GAFF. Pero es que luego va Very Loud, de batería de grandes praderas, y un trote solo digno de los abanderados de un combate. En el Cd brillan muy por encima de las demás estos dos temas inaugurales, There's Nothing, A Track And A Train (pero es que los dúos femenimo-masculino de esta guisa me vuelven loco) y, sobre todo, Please Please Please, con una pareja de guitarras que se llevan mejor que nunca. Las gardenias crecen rápido con lo mejor de Shout Out Louds.

Últimamente nos llegan muchas cosas buenas del norte europeo. El twee pop está de moda en tierras escandinavas. No es que Shout Out Louds sea lo mejor de entre todo ese material, pero sí es uno de esos grupos que parecen brotar con las lluvias de abril. Curioso que me tengan que venir a traer el sol unos chicos tan del norte.




WHITE LIES



La purpurina no alimenta, pero engorda.

Dicen que un clavo se quita con otro clavo; y que un amor se cura con otro amor. Pero aunque nunca llegase a considerarlo desamor, propiamente dicho, sí es verdad que White Lies han venido a llenar un importante vacío dejado por The Killers, hace ya unos años. Al menos para mí. Luego es posible que abandonen, como hicieron los de Las Vegas, el sonido radiante, vertical y ligeramente insolente con que han debutado, pero al menos nos habrán dejado un disco por el cual ya merecerían ser recordados. TO LOSE MY LIFE... tiene ingredientes para todos los gustos.

White Lies son británicos, y se nota. En cierto sentido están más cerca de los Editors, e incluso de Joy Division, que de lo que hicieron los Killers en su primer álbum, Hot Fuss. Tiene un eco oscuro, como el de un escenario vacío, pero lleno de una brillante y deslumbrante dignidad. De esa de la que hablaba Freddy Mercury en The Show Must Go On, lleno de esa extraña sensación de estrellato glamuroso que, según mi oído y mi opinión, ha terminado arruinando la propuesta de los Killers. En TO LOSE MY LIFE... ese brillo aún está al nivel de las entrañas del grupo, no se les ha subido a la cabeza. Pero claro, tampoco mueven aún lo que los norteamericanos.

Lo cierto es que White Lies tiene bastantes opciones de convertirse en una banda popular a corto o medio plazo. Pese a no tener unas críticas especialmente positivas, su sonido es muy directo y claro, y si te gustan a la primera escucha, garantizan saciar tu apetito.

La música de White Lies está compuesta funamentalemente por tres sabores predominantes (muy simbólica, pues, la portada). Las estructuras, que suelen ser, como decía antes, verticales, siempre van hacia arriba, y sin demasiada floritura: son directas, desvergonzadas y atrevidas. Perfectas para levantar voluntades. Destaca también el regusto a Inglaterra en su batería, en ese ritmo cuadriculado y de pasitos cortos. Un compás que, de hecho, también nos eleva y nos lleva en volandas. Con el latir y el espíritu de la que parece ser, pero nunca es, última canción de una fiesta inolvidable, que llega al amanecer, que no puede acabar nunca, que ya empieza a ser mítica. Sin demadres, pero estando al 100%; cantando al 100%.

Porque el tercer ingrediente que hace de White Lies un producto muy apetitoso es la plena voz de Harry McVeigh. Siendo como es tan grave y profunda, luce mucho cuando pega esos potentes y pulidos saltos. Llenos de seguridad, los saltos de voz de Harry hacen que el público se crea capaz casi de cualquier cosa. White Lies es esperanza pura y ánimo, es fe en las propias posibilidades, de ahí que el TO LOSE MY LIFE... parezca una enorme flecha hacia las nubes de tus propios sueños, hacia lo más alto de tus íntimas espectativas; hacia ese escenario donde (como decía el odioso anuncia de Seguros Ocaso) se representa la obra de tu propia vida.

Y el show, como ya sabemos, siempre debe continuar. Mercury estudió en el barrio londinense de donde son originarios White Lies. En Earling hay también uno míticos estudios de cine, uno de los primeros del mundo, propiedad de la BBC entre 1955 y 1995, donde se grabó, entre otras muchas, la inconmensurable The Ladykillers (El quinteto de la muerte). Espero que esas referencias guién a White Lies por el buen camino, que mantengan el brillo del estrellato en las entrañas y en la portentosa garganta de Harry McVeigh; espero que no les consuma la parafernalia de brillantina del espectáculo que ha devastado las buenas bases de The Killers o Muse. TO LOSE MY LIFE... tiene ya suficiente carne y condimento. White Lies es nutritivo, y la purpurina no alimenta, pero engorda.







THE PAINS OF BEING PURE AT HEART



El principio de algo serio.

Al levantar la mirada del suelo, cualquiera de estas tempranas tardes de primavera, solo veo a The Pains of Being Pure at Heart. Hace una semana declaraba mi amor caduco a The Joy Formidable, pero ya sabía que era polvo de dos noches. Esto es muy distinto: ¡A los neoyorquinos les quiero hacer un hijo! Acababa de escuchar por primera vez había su anterior Cd, y los pospuse para poder amar antes un poquito a los galeses. Pero ya sabía que mi corazón miraba hacia otro lado. "Yo la tengo", me decía, "tienen lo que tienen ellos". Me he lanzado directamente a la confirmación, porque ya es uno de los discos del año; porque han dado la talla de sobra, porque esto ya es una realidad. The Pains of Being Pure at Heart será, con toda seguridad, una de las bandas importantes de esta década que ahora empieza.

Su homónimo primer álbum es increíble. Es el pasmo de ver a alguien debutar con las tablas de quien lleva 20 años tocando, y no de cualquier forma. Te preguntas qué había antes de ellos. Es como aquellos primeros partidos de Sergio Busquets. Te parece que ya antes de que existieran, los echabas de menos, y te parece también mentira que no notaras el inmenso vacío de su ausencia, ya antes de que nacieran. Son todo temazos en el The Pains of Being Pure at Heart, y con una personalidad que asusta. Una fluidez y una claridad que hacen absolutamente necesaria la siguiente nota. No es solo su armónico pop alternativo, de elevadas influencias, es la seguridad que desprenden en cada estrofa, en cada estribillo: aunténticos himnos. Brillantes piezas de sencilla orfebrería, fina y suave, de impecable ejecución y frescura infinita.

The Pains of Being Pure at Heart me produce la misma sensación que Yo la tengo, y eso es genial. Aportan ese mismo desequilibrio que te hace libre. Los tonos del dúo (siempre femenino y masculino) entonan hacia arriba, siempre hacia el mismo sol al que apuntan las voces de los de Jersey. Puede que el primer trabajo sea más compacto y enmarcable. Y puede que con el segundo Cd comience a desflorar el inmenso abanico que los Pains tienen guardado en la chistera. En el BELONG dejan un poco atrás el acento a The Jesus and Mary Chain, My Bloody Valentine, Ride, Stereolab, o a los mismos Yo la tengo. Es cierto, el primer tema de su regreso suena tremendamente a Smashing Pumpkins (de 'El Primer Disco Era Mejor'), pero sobre todo, empiezan a sonar a The Pains of Being Pure at Heart.

BELONG está solo una décimas por debajo del primer álbum, en mi opinión, pero tiene importantes mejoras. Practicamente ninguna de las canciones, salvo Belong quizá, podría ser obra de otra banda. Han caracterizado aún más su sonido: un pop que combina a la perfección el bajo marcado del noise, la suciedad de guitarras que dibujan melodían dulces, con el acompañamiento líquido y cristalino de la acústica. Además, la timidez del teclado en el primer Cd da paso, en esta segunda entrega, a una acertadísima utilización de la electrónica, de clara vocación orquestal, como en Arcade Fire, por ejemplo. Un requisito casi imprescindible a estas alturas. My Terrible Friend y, sobre todo, Heart In Your Heartbrake y The Body, son prueba feaciente.

Hacia el final pierde un poco de fuerza, es cierto. Pero un principio tan arrollador suele traer consigo esa consecuencia. Belong, puro rock de los '90; Heaven's Gonna Happen Now, el nuevo paradigma de pop alternativo de los Pains; Heart In Your Heartbrake y The Body, la eclosión de la electrónica orquestal contagiada; y tras un bonito tema neutro, Even In Dreams: la prueba estable de la madurez musical. El resto del disco, aunque también sobresaliente, no destila tantísima calidad; pero siempre atenta contra esa ceñida y limitada etiqueta de pop aternativo, que se cierne sobre ellos.

El exito de una banda como esta reside en unas melodías siempre sorprendentes y originales, pese a la sencillez; en una batería que se anticipa a tus deseos, que marca el ritmo de tus pensamientos; en una guitarra cuyo rasgueo rasca tu piel, que es el grito interno de nuestra propia garganta; en esa humildad mezclada con contundente seguridad, con firme presencia. BELONG es la confirmación perfecta. Desde Arcade Fire no encontraba algo así. Por eso estoy convencido de que también, como los canadienses, The Pains of Being Pure at Heart marcarán la naciente década.





MODEST MOUSE



Muchas veces me han preguntado (o me pregunto yo mismo) qué es exactamente el rock indie, y suelo responder que más que un determinado sonido, es una actitud. La música independiente, en principio, está alejada de las multinacionales, se basa en una importante red de sellos pequeños o jóvenes, y es, por decirlo de alguna manera, la antítesis de la música mercantilista. Evidentemente sigue siendo un negocio, y los grupos indie también son capaces de llenar estadios y encabezar listas de ventas, aunque usando canales de difusión bien distintos. No es fácil acceder a ellos, y por eso muchos triunfan aun manteniendo el semi-anonimato. Pero un grupo indie no es simplemente un grupo desconocido, si no más bien aquel que es capaz de aprovechar las condiciones que otorga una discográfica pequeña (y por tanto más ágil y preparadas para el riesgo y la apuesta) para desarrollar y mostrar un sonido libre (de las presiones del mercado y de la producción) caracterizado por la creatividad.

En otras palabras, cuando quiero resumir: música indie es lo que hacen tipos como los de Yo La Tengo o los Modest Mouse: plena libertad creativa, pura y constante creación artística, pero que no sigue fielmente ninguna norma. Estas dos bandas, de hecho, pese a carecer prácticamente de similitud alguna, son parecidas en ese aspecto: demuestran un inmenso abanico de sonidos, una enorme polivalencia, gran capacidad de absorción y una camaleónica forma de producir. Crean, más que estilos, sistemas de sonidos, con tantos elementos como seamos capaces de imaginar, percibir y escuchar, perfectamente relacionados y equilibrados entre sí.


Modest Mouse es como una especie de Yo La Tengo del Pacífico Norte. No tienen la sofisticación ni esa aureola de élite legendaria del rock del trío de Jersey, pero son incluso más eclécticos. Puede que sus canciones no sean tan mágicas e inolvidables, pero Modest Mouse coquetea con más etiquetas musicales que nadie, y su sonido es más vanguardista que impresionista. Además, la coherencia de su carrera está por encima de los varios cambios de componentes, y del contrato que tienen con Epic, una grande que ha sabido respetar el característico sello de sonido que ya poseía la banda cuando la ficharon, hace ya una década.


THE MOON & ANTARCTICA es su tercer Cd, el primero con sello importante, y el disco que, hasta ahora, ha recibido mejores críticas. Para Pitchfork (mi gran referencia) fue el tercer mejor álbum de 2000 (tras el Kid A de Radiohead y el Ágaetis Byrjun de Sigur Rós); y pasados 10 años se sigue manteniendo como el 6º mejor de la década (Kid A, por cierto, sigue en 1ª posición). Esto según la crítica especializada. Pero cualquiera que escuche este Cd percibirá que no es algo convencional, ni vulgar, pese a la naturalidad con la que van sucediéndose las notas, las texturas, los tonos y las poses. Cualquiera puede engancharse en cualquiera de sus múltiples y variados momentos: todos somos bienvenidos!


Se podría decir que en THE MOON & ANTARCTICA ninguna canción se parece a otra, aunque se reconoce perfectamente la matriz común de la que surgen cada una de ellas. También les delata la interesante costumbre de cantar a duo, el efecto poliédrico de las voces y de los muchos instrumentos añadidos; esa sombra, siempre presente, de irreverente humildad, ese rollo de "Joder, son buenísimos, y ni siquiera se lo tienen creído!", esa aplastante dosis de realismo, de música terrenal, hecha para seres humanos reales, imperfectos, y no para prototipos robóticos enganchados a la música (peyorativamente llamada) popular. Pero a pesar de todo, en cada canción se reinventan casi desde cero, administrando el ritmo y cuidando la estructura del disco: la parte central (The Cold Part, Alone Down There y The Stars Are Projectors) es la versión más intimista de Isaac Brock (líder, compositor, guitarrista y vocalista principal), pero son capaces de ir mucho más allá de ese sonido oscuro y dignamente desgarrado.

Antes y después de este tremendo intemezzo, el disco rebosa creatividad: a ambos lados encontramos, desde canciones casi dadaístas tipo Velvet como Wild Packs Of Family Dogs, o temazos electro synth-pop como Tiny Cities Made Of Ashes, a auténticos hits del poprock como Paper Thin Walls o Gravity Rides Everything. Todos los temas tienen algo especial, y todos comparten (A Different City quizá es el mejor elemplo) ese frescor calado de realismo del que hablaba antes, ese toque cubista que provoca el juego de voces, esa libertad de sonido, asida con desfachatez y un poco de insolencia, . Modest Mouse ha venido a romper los moldes, pero con inmaculados modales de caballero rudo del noroeste. THE MOON & ANTARCTICA es un Cd que crece a medida que se escucha, que gana con los años, que permanecerá siempre bien hidratado en el olimpo de esta increíble década musical.






LUSH



El efímero paso por el punto medio.

En 1996, en pleno apogeo del britpop, apareció el cuerpo de Chris Acland, batería de Lush, ahorcado en casa de su madre, último escondite de retiro y pozo de la depresión. Año y medio después la banda murió con él. Desaparecía así uno de los eslabones más importantes del puente, colgante, desenfocado y tenso, que unía el shoegaze con el pop (en la Era Nirvana, 1987-1994). Nos dejaron tres LPs, digna muestra de una clara evolución, y testigos clave del poder de influencia que el britpop, poco a poco, fue ganando en los primeros '90, fundamentalmente en Reino Unido. Las inofensivas sombras van desapareciendo de Lush, y el muro de sonido áspero (aunque nunca lo fue demasiado) va cediendo.

SPLIT, editado en 1994, es su segundo Cd: el poso necesario, el interfaz ineludible (si se me permite la terminología arqueológica). Porque, pese a la soberbia producción de Robin Guthrie (Cocteau twins), el sonido de Lush en Spooky, su primer LP, aún no está del todo definido. Es un compendio de buenas intenciones, pero de exagerada idolatría de calzador. Se nota que no desarrollan del todo su propia música: son el producto de la producción. SPLIT, sin embargo, concreta el medio-proyecto de Lush, asienta su propio concepto musical, convirtiendo su sonido en algo categóricamente bien definido: el perfecto axioma del dreampop.

El dúo de voces de Miki Berenyi y Emma Anderson (tras la marcha de Meriel Barham a Pale saints) sigue en el centro de la composición, en la que ambas se alternan, pero la relación entre melodía instrumental y vocal ha mejorado claramente. En el SPLIT, la larga sombra de Liz Fraser (cantante de Cocteau twins) se ha disipado. Ahora Berenyi y Anderson, como también venía haciendo Dolores O'Riordan, provocan una sensación bien distinta: son el sonido de una actitud más amarga, del conocimiento de un miedo ya irreductible hacia el abismo de la modernidad. Recordarían más al primer Cranberries, al del Everybody else is doing it, so why can't we?, si los de Limerick no padecieran tanto la anestésica influencia de U2, si no fueran tan irlandeses. Lush mantiene un suspense mucho mayor en el SPLIT. Y, fundamentalmente, aun siendo de los mejores ejemplos de dremapop, de pre-britpop, hace gala de ser un disco bastante rockero (sobre todo en Blackout y Undertow); potente y delicado, pesimista y luminoso: una música lúgubre y abovedada.

SPLIT es una foto fija, colgada en la pared de la nostalgia, que muestra uno de esos estilos que, en la antesala de los '90, comenzó la dilatación de las fronteras del pop y del rock. Poco más tarde volvería la contracción. De hecho Lovelife, su siguiente y último trabajo, se mueve por un terreno mucho mas angosto, reduciendo y subordinando la amplitud conceptual de su estilo al fuerte oleaje del britpop.

7 meses después del lanzamiento de su último álbum sobrevino la desgracia. Lush, paradigma de ese delicado dreampop, siempre en peligro de extinción.


Light from a dead star

Hypocrite

Undertow