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SHARON VAN ETTEN (Madrid, 27-09-2012)



La oscuridad nos permite divisar estrellas que siempre han estado ahí.

En teoría, es físicamente imposible ver nacer una estrella. Aunque eligiéramos un espacio negro del cielo, lo mirásemos fijamente durante un buen rato, y de pronto, como por arte de magia, se encendiera una pequeña lucecita, un minúsculo punto brillante, sabríamos que no es más que la noticia, con tal vez cientos de años luz de retraso, del verdadero nacimiento de la lejana estrella. O como pasa con Sharon van Etten: ¿Cuándo consideramos que nació la estrella, su estrella? ¿Al nacer ella? ¿Al empezar a cantar y tocar? ¿Al ser descubierta y empujada por la pléyade de amigos con los que se codea? ¿O tal vez cuando acumule un número mínimo de conciertos como el que dio anoche en el madrileño Teatro Lara? Es posible que un requisito indispensable sea que ella misma se lo crea, y que se vea como parte del star-system del indie-folk. Pero por mí, aunque siga toda la vida siendo tímida, cercana y tan humilde, Sharon van Etten es ya una de las grandes.

Lo ha conseguido por el camino correcto: paso a paso, sin hacer demasiado ruido, y despuntando con un tercer disco, editado ya con Jagjaguwar, cuando lo que todos esperábamos era el ansiado regreso de Cat Power. Tramp (Jagjaguwar, 2012) contiene ya material serio, con el que preparar conciertos suntuosos y emocionantes como el de ayer. Era el segundo de una gira que empezó el miércoles en Lisboa, y que la llevará, hasta el próximo enero, por gran parte de Europa, Norteamérica, e incluso a Australia. Y era, además, la primera vez que tocaba en Madrid. Mañana lo hará en Valencia, y el sábado en Barcelona. Tal vez por todo ello empezó un poco nerviosa, y aunque no titubeó ni un instante, se mostró tal y como debe ser: modesta, natural, comprometida con su música y con ganas de hacerlo bien. Personificando esa fragilidad, mansa y sin embargo inexpugnable, que tanto la caracteriza musicalmente.

El de anoche en el teatro Lara fue uno de esos típicos conciertos, sencillos pero redondos, que suele organizar la promotora Son de Estrella Galicia. Sharon se sintió a gusto; excelentemente bien acompañada por una banda de tres, con batería, bajo, teclado y refuerzos de guitarra y de voz constantes, Van Etten pudo arropar su ya de por sí autosuficiente fuerza vocal, completando un sonido, el del Tramp, con atractivas subidas y bajadas de tono y de intensidad. Porque la de Jersey, en efecto, quiso mostrar todo el prisma de luces que la iluminan al crear música, pero además, siempre desde el optimismo. Así, dio comienzo al recital con All I Can y Warsaw, interpretando el pop y el rock, con ese acento folk metropolitano que casi solo ella le sabe dar, desatado después con Save Yourself

Puede que hasta Magic Chords muchos no reconocieran a la Sharon van Etten del último disco: más curtida y umbría, es capaz, con canciones así, de tocar fondo anímicamente, y transformar la experiencia en una elegante procesión de luces y sombras; brillantemente interpretada por una voz que llenó el teatro, y nos erizó a todos en nuestras butacas. A partir de entonces, en la segunda mitad del concierto, Van Etten ganó la poca seguridad que le faltaba, agarró su carácter como bandera, y empezó a demostrar de verdad la madera de estrella que tiene, o que ha tenido siempre. Se marcó un solo inédito, con una guitarra acústica y una voz que hipnotiza, rellenando ella sola todo el escenario. Y cuando volvió su grupo, la temperatura ya había cambiado. Porque puede que haya más pasión en lo que hace esta chica cuando en su vida no luce el sol.

No quiero desearle el tormento a mis artistas favoritos solo para que compongan más y mejor, pero en cierto modo bendecimos todos aquellos tropiezos que, tras superarlos y digerirlos, dieron origen a temas como Give Out o Serpents, tocadas seguidas cerca del final. La primera sonó espectacular, con batería, guitarra y voces reforzadas, y en un tono aún más carnal que el que presenta en el Cd. Y la segunda, un auténtico temazo, con la energía y la intensidad de quien aún se siente fuerte tras el enésimo desplome. Sharon es delgada, aparentemente frágil, blanquita, y cuando habla, que lo hace mucho, irradia una simpatía casi cándida, pero por dentro es de un material duro y resistente, de las que saben absorber los golpes, aprender de los errores y transformarlos en algo bueno.

Dejó, eso sí, una ventana abierta a la luz al final del concierto: I’m Wrong y, tras la pausa, Love More, sellaron la paz con su estado de ánimo, que ya empezaba a ser consciente del placer que había sido para todos los asistentes el poder verla en directo, y tan de cerca. Sharon van Etten se distingue, en mi opinión, por un carácter auténtico, por una visión del folk muy liberada, y por esa nota distinta con la que siempre nos sorprende. Pero ayer, además de tablas en proceso de mejora destacable, demostró también que sabe dirigir a una buena banda: los de ayer eran músicos de primera, y si la Van Etten estuvo a la altura, es que de verdad la podemos considerar como una nueva estrella del firmamento independiente. Y no ha hecho más que empezar.

Fotos de Pablo Luna Chao.

También disponible en Alta Fidelidad.

Escucha el setlist del concierto en Spotify.
o míralo aquí!)

CAT POWER (Sun, 2012)



Lamentablemente...

Lamentablemente, el Tramp de Sharon van Etten es el disco que esperaba de Cat Power; y no el Sun. Tras más de cuatro años de silencio, y casi siete sin material nuevo propio, Chan Marshall ha vuelto, con un cambio radical de look, estético y musical, que no termina de convencerme. Y lo dice alguien que vendería muy barata su alma a quién fuese necesario para poder dedicarme el resto de la eternidad a servir de muso para esta magnífica cantautora nacida en Atlanta, Georgia, hace ahora 40 años. Mucho han cambiado las cosas en el panorama musical desde mediados de la década pasada, mucho ha cambiado el público, y, en cierto sentido, parece que Cat Power ha perdido un poco su lugar, ocupado ahora por una pléyade de artistas de nueva generación que, en verdad, y de forma irreversible, parecen haber heredado su esencia.

Lamentablemente, no es la Cat Power íntima, desnuda y orgullosamente decadente del Moon Pix, su primer disco con Matador Records, allá por 1998: en mi opinión, su mejor obra. Ni la glamurosa dama de un folk sureño visto desde la ventana de un apartamento en NYC, o desde la ventanilla de uno de esos enormes coches americanos tipo Cadillac, descapotable en las secundarias, como lo ha sido en el resto de su carrera. Ni siquiera destaca por los pasajes entremezclados de rock y piano propios del You Are Free (2003) o del The Greatest (2006). Carece incluso de aquel acento de elegancia con el que impregnó, e hizo suyas para siempre, las canciones del Jukebox (2008), ese delicioso álbum de versiones.

Lamentablemente, solo hay un tema que me recuerda ligeramente a esa pedazo de artista, Cherokee, aunque ya presenta algunos de los síntomas del deterioro estilístico de Chan Marshall. Cuando conseguí descargármelo hace unas semanas, pese a que en teoría salía a la luz el 3 de Septiembre, casi desee, al principio, no haberlo escuchado, que no hubiera salido. Una sensación agridulce me invadió con su primer y mejor tema: la guitarra y el piano con que empieza saben a gloria, después de tantos años sin verla, sin oírla, pero aunque luego melódicamente resulte un tema enormemente atractivo, ese ritmo programado de base que suena en el estribillo nos descubre a una Chan Marshall con la que, por primera vez en nuestra larga relación, no me sentaría a contarle mis cosas, mis intimidades; como sí hacíamos antes.

Lamentablemente, ese es solo uno de los síntomas, pero no el único. Se ha distanciado del público, mostrando una imagen menos humana, más corporativa: resulta que al cambiar de look da la sensación, precisamente, de habérselo creado, de haberse fabricado o impostado un estilo, cuando antes lo tenía por defecto, natural, inherente y coherente a su forma de tocar, de ser y de componer. Hay como una especie de máscara, algo que esconde y aleja a la verdadera Chan Marshall de nosotros. Pero hay más. Muchas veces ese algo es uno o varios elementos instrumentales, generalmente rítmicos y electrónicos, que parecen desubicados intentos de actualización, o de rejuvenecimiento: como el de Los lunes al sol que se tiñe el pelo y se pone la ropa de su hijo, que además le enseña informática. En Sun, en Real Life y en Manhattan, resulta evidente, aunque esta última tenga un aire mucho más desmaquillado.

Lamentablemente, en ese sentido, parece que le han crecido los enanos, que se le han subido a las barbas sus discípulas: la pléyade de nuevas reinas del rock, que a la sombra de su influencia, han ido aportando elementos al dogma que ahora, la propia Cat Power, no parece ser capaz de interiorizar y expresar, aunque lo intenta. Su faceta rockera, por ejemplo, recuerda ahora despiadadamente a St. Vincent, sobre todo en Ruin, con ese disparatado pianito agudo del principio, los bajos bien marcados, los requiebros de batería y guitarra, y esa distorsión tan chiclosa. O adolece de aquella plástica curvada, que tanto la caracterizaba (y que, sin ir más lejos, salva Cherokee), en Silent Machine y en Peace And Love. Me parece básica y un tanto primaria; como en 3, 6, 9, en tono pop, que demuestra que cuando se ha perdido la chispa creadora, lo sencillo vuelve a resulta sencillista.

Lamentablemente, apenas podemos rescatar un par de momentos más, a parte de la canción que abre el Cd, al menos en mi opinión. En su brevedad, Always On My Own nos recuerda a la Cat Power sincera y minimalista, intensa y precaria a la vez en su utilización del rock como forma de expresión. Y Human Being, tal vez el tema que mejor encarna esa nueva versión de sí misma que pretende crear en Sun, cercano al sonido lacado de Massive Attack en 100th Windows, que sí posee esa fuerza subcutánea, inherente en esa parte de la partitura que no se escribe que tienen las mejores canciones de la anterior Chan Marshall. Nothin But Time, por otra parte, la larga canción de casi 11 minutos que casi cierra el Cd, parece un derroche excesivo de una misma composición, que, si bien recorre aquellos paisajes sureños llenos de negras gordas en iglesias protestantes, parece ya un atisbo del pasado algo desfasado: poco acorde con el resto del disco y su intención.

Lamentablemente, tal vez no haya una nueva Chan Marshall del todo. Quizá el problema es que en estos largos años de pausa y desconexión la norteamericana no se ha reciclado plenamente. Como eso que siempre pensamos que impide el teletransporte: la reconfiguración molecular. Cat Power se ha vuelto a formar, pero las piezas no encajan como antes: aún quedan rémoras, antiguas virtudes desaparecidas, nuevas facetas en las que no convence, una mezcla incompleta, una fórmula que no funciona. Parece haberse quedado, anclada y mal formada, a medio camino entre una versión de sí misma que ha querido dejar atrás, sin demasiado éxito, y otra modernizada que no acaba de encajar con su personalidad nostálgica. No obstante, mantendremos ciertas esperanzas hasta que la podamos ver en directo: uno de mis sueños, y ahora un triste examen a la nueva personalidad de Chan Marshall. Nuestra querida Chan Marshall.




SHARON VAN ETTEN




La nota distinta: las otras nunca lo harían.

Sharon van Etten es, en estos momentos, el principal motivo de mi felicidad. Sé que es superficial, efímera y basada en ese placer que pruebo y reconozco cuando descubro un artista o grupo que me enamora a primera vista: noto el pecho más ancho, una sonrisa siempre latente, y unas ganas tremendas de contar lo que oigo, siento y observo. Y la vida es así: hace un mes no la conocía, era solo uno de los incontables nombres que había leído, y que tenía pendiente; me la perdí en el Primavera Sound. Pero cada cosa tiene su momento, supongo, y así disfrutaré durante todo el verano de las ansias de querer escucharla en directo. La cita: a finales de septiembre en Madrid, Valencia y Barcelona.

Lo que sé de Sharon van Etten lo aprendí en Wikipedia, pero todo lo que demás me lo enseña ella cuando canta. Sé que es de Jersey, que Kyp Malone, el de los TV On The Radio, la animó a iniciar su carrera musical, que ha colaborado con The Antlers, que su último Cd, el primero que he escuchado yo, TRAMP, lo ha prodcido Jajgaguwar, y que se ha grabado en el estudio de Aaron Dessner, de The National. Pero también intuyo, yo solito, que esta chica va a llegar muy lejos: por lo menos, al lugar que le corresponde dentro de la generación de mujeres que, en el mundo anglosajón, se está haciendo con el control del rock. Del corte de Cat Power, PJ Harvey, Mazzy Star, Leslie Feist o St. Vincent, la de Jersey compone un folk educado en la urbe, suave en su definición, pero triste en su andadura. Una suerte de baladas modernas, envueltas en una voz preciosa que no alardea ni especula. Pero además, Sharon van Etten tiene siempre una nota distinta, un punto diferenciador.

BON IVER



Hay gente que hace del mundo un lugar un poquito mejor.

2011 ha sido el año de mucha gente en el mundo de la música, pero creo que por encima de todos ha destacado el binomio compuesto por PJ Harvey y Bon Iver. La primera porque con su décimo disco se ha elevado ya a la categoría inalcanzable de diva universal; y Justin Vernon, porque con su segundo álbum ha demostrado que es posible convencer a todo el mundo de forma unánime. La emergencia de esta nueva personalidad musical es un hecho que debería hacer del mundo un lugar un poquito mejor, un lugar un poco más acogedor y seguro. Porque escucharle reconforta; ejercita los músculos del cariño, de la sinceridad y de la comprensión; y porque su música parece la fórmula mágica que es capaz de extender la bondad por toda La Tierra.

Bon Iver ha superado con creces las expectativas generadas por su primer Lp, creando un Cd enorme de donde uno, una vez dentro, ni puede ni quiere salir. For Emma, Forever Ago, sin embargo, resulta ahora un trabajo más limitado y finito al lado de este inconmensurable y eterno BON IVER. Evitando cualquier acepción peyorativa del término, podría decirse que resulta también más superficial. Es, en apariencia, más sencillo, más de cantautor solista acompañado de una guitarra acústica. BON IVER, en cambio, es profundo como la luz cambiante del atardecer. Es como esas majestuosas e inquietantes grutas que grabó Herzog en la Antártida: incontestables obras maestras de la naturaleza esculpidas en el hielo que, segundos después de mirarlas, han cambiado irremediablemente su aspecto.