LA FUGA



El rock español ha gravitado, desde finales de los años '80, sobre dos pivotes forzados al entendimiento: el pop y el punk-rock revival. En la última década, a parte de la eclosión de pequeños y aislados proyectos más alternativos, se ha visto el definitivo despegue del primero de ellos, y un definitivo estancamiento del segundo. En ese caso, el rock español, en esta variante, no ha podido sobrevivir a la quizá demasiado exigente sombra de Heroes del Silencio y, sobre todo, de Extremoduro. CALLES DE PAPEL es una muestra de su última buena noticia: La fuga.

La propuesta de La fuga, como la de Marea, Los suaves, Leño o Reincidentes descansa, por lo general, en estructuras sencillas, livianas, pero de intensa púa, en una cañera sucesión de quintas, una batería sin excesos, básica, y en la linea que seapara la tenacidad de la testarudez, en el verso directo y punzante, en la descarnada lucha interior de la complejidad humana; el punk-rock revival de La fuga, sin embargo, tiene un tono de acercamiento al pop mucho mayor que sus predecesores: en la voz herida de Rulo, en la soledad aguda que esconden sus palabras, en sus limitadas aunque personales estructuras que no pueden ocultar al cantautor que lleva dentro. Es la desesperanzada e inútil brazada de un náufrago en medio del mar, carente de un verdadero movimiento musical en que resguradarse, en que influenciarse. Su disolución puede marcar el definitivo cierre de la adolescencia española, el fin tardío de un punk-rock, que parece que ya solo sobrevive en California, de la mano del sello Epitaph (el también llamado hardcore melódico).

CALLES DE PAPEL, no obstante, es un disco conceptualmente muy compacto. Bajo el limitado abanico de acordes, ritmos y efectos, de tonos y tonalidades de sonido, subyace un intenso grito de desacuerdo, de disconformidad, y de esa benévola displacencia que ha perdido Fito tras Platero y tú (aunque sin su sarcasmo, del cual tampoco hay ya noticias). Comparte, como la linea maestra del rock español, esa extraña sensación que todos hemos sentido alguna vez, de no pertenencia, de insensata pequeñez ante la inmensa maquinaria, ante ese gran todo que a veces representa al Estado, al futuro, o a la vida en sí misma.

Con el Agila, Extremoduro marcó la cumbre del rock español, allá por 1996. Dos años después se certificó la defunción de un movimiento musical que ha perdido fuelle y originalidad. Los grandes clásicos están en claro declive, y los jóvenes grupos, pese al persistente éxito de público, carecen de medios, de proyección internacional y de influencias suficientemente enrriquecedoras.

Los discos de La fuga quedarán en la memoria, quizás, como las últimas piezas de una época que ya ha pasado, piezas a las que volveremos los nostálgicos de vez en cuando. Porque el sonido de La fuga es, quizá ya a destiempo, la última propuesta de genuino rock español de los '90 (aunque ya no tan trangresivo como el de Roberto Iniesta).


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