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DEERHUNTER




Deerhunter tiene algo. No sé qué es; y seguramente, por muchos esfuerzos que haga, nunca llegaré a entenderlo exactamente. Pero hay algo indescifrable en su sonido, algo subliminal que se esconde tras las cortinas armónicas de guitarras y voces semi enterradas. Un extraordinario secreto, casi imperceptible, que es, sin embargo, el ingrediente oculto que altera toda la fórmula, el aliciente, el polvo mágico que transforma el agua en vino: el detalle sin el cual esta banda sería, simplemente, otra más.

Por eso, con Deerhunter no vale solo la primera impresión, ni la segunda, ni la tercera. Es un continuo redescubrimiento, una excavación arqueológica sin fin, en la que siempre nos parecerá que es en la próxima escucha, en el próximo estrato, un poco más profundo aún, donde hallaremos el secreto deslumbrante del sonido de esta banda. Un secreto bien guardado, que hace que sigamos escarbando, una y otra vez, sobre las muchísimas capas de que se compone su música. No sé si algún día llegaré tan abajo, pero el profundizar es siempre delicioso, y espero no alcanzar nunca el subsuelo. Una referencia: Troya apareció en el estrato 6-b, así que aún debe quedarme Deerhunter para rato.



Es difícil restringir a un solo disco el comentario sobre Deerhunter: las fronteras de esta banda son tan difusas como coherente es el conjunto de su trabajo. En mi memoria se solapan los Cds formando un paisaje completo, un inmenso planeta vírgen que espera ser surcado siempre como si fuese la primera vez. Pero de un tiempo a esta parte he sentido especial atracción por el MICROCASTLE, con un particular enamoramiento por Never Stops, que se produjo en Barcelona, cuando el Primavera, sin necesidad de haber ido a su concierto (elegí Explosions, como sabréis). Que sirva de ejemplo para un intento de aproximación y descripción.

Habría que decir que Deerhunter son de Atlanta, Georgia, que han editado 5 álbumes de estudio, y que lo han hecho con Kranky Records en EEUU y con 4AD en Europa. Que su valoración está, hoy en día, en alza, y que es uno de los grupos más admirados, importantes y representativos del momento en la escena independiente. Practican un indie cargado de la electricidad estática del shoegaze, y de una experimentación intermitente; un rock desgastado, creativo y original, a medio camino entre el pop y el grunge. Liderados por Bradford Cox, los Deerhunter no tienen un disco igual a otro: trabajan a diario su sonido, y siempre podremos esperar de ellos cosas nuevas. De hecho, nada más sacar el MICROCASTLE, editaron también el Weird Era Cont., como desmarcándose de su propio sonido, como huyendo de su propia sombra. De evolución impredecible, se podría decir que cada vez son más concretos.

De todas formas, MICROCASTLE se sigue componiendo de una infinidad de capas ambientales, y un puñado de momentos, de fraseos concretos y contundencia estructural, que marcan el pulso del Cd entero: saben controlar la evolución de la intensidad de su produco mejor que nadie. Cover Me, Agoraphobia y Never Stops en una primera pulsión; un largo interfaz acristalado que tiene en Green Jacket su clímax; y Nothing Ever Happened, que desata una segunda pulsión que eleva el ambiente creado y alimentado durante todo el Cd, a nivels ionosféricos. Un planeo sin altercados que va diluyéndose y aterrizándose, lentamente, sobre las verdes colinas vírgenes del universo compositivo conjunto de este cuarteo norteamericano.

Es difícil penetrar en su sonido, porque es como observarse fijamente en un espejo: una tarea difícil que al poco rato nos hará apartar la mirada. El reflejo real es la imagen más aterradora. Deerhunter, que parece el sincero ejercicio de expresión de la introspección de Cox, es también la banda sonora de nuestra propia imposición rítmica, la traducción del tira y afloja interno que cada uno de nosotros sufrimos en la vida: la materialización de la dialéctica muscular del corazón humano. Aprietan y aflojan; dilatan y contraen. destruyen y crean.


BLONDE REDHEAD



El placer del contraste.

Kazu Makino y los gemelos Pace son Blonde Redhead, un trío italo-japonés que nació New York a mediados de los años '90, y que hoy en día es considerado, por muchos, como un grupo de culto. En 16 años han editado 8 Cds, los últimos tres con el sello británico 4AD, del Grupo Beggars. Llegaron a mis oídos hace dos o tres años como consecuencia del sunami que supuso en su carrera, y en el pop, la edición en 2007, de 23: para muchos, uno de los mejores álbumes del año, y probablemente su trabajo más escuchable y populista. 

Pero que no se me interprete mal: aunque provengan de un sonido cercano al grunge, auspiciado por el mismísimo Steve Shelley (batería de Sonic Youth y fundador del sello Smells Like Records, con el que también lanzó a la fama a Cat Power), y deriven en otro mucho más suavizado, sofisticado y pop, en ningún caso considero peor el 23 que, por ejemplo, el LA MIA VITA VIOLENTA, su segundo disco; o denigrante, criticable o lamentable la evolución a lo largo de su carrera. Respeto la línea que han seguido; no en vano, Girl Boy, el último track de su primera obra (cuando todavía eran cuatro), ya anunciaba el futuro de la banda.


En Blonde Redhead siempre ha estado latente la tendencia que explota en 23: un dream pop donde el peso de la distorsión se ha reducido drásticamente, más adaptable a los oídos de las mayorías. Personalmente, pese a que me fascinaron con ese sonido, he ido apreciando más y más a esta banda por sus primeros trabajos, sobre todo por este segundo, LA MIA VITA VIOLENTA. Conociendo dónde acaban, es delicioso observar como segregan las pocas gotas de dulce pop que, doce años más tarde, serán una líquida avalancha, un sunami de pop alternativo. La aspereza del grunge ya casi es costra, y pronto (o poco a poco, mejor dicho) desaparecerá del todo. Desde luego, no van a ser los primeros ni los únicos en mostrar cómo la incertidumbre de la generación X dejó cicatrices menos marcadas de lo que se pensaba.
LA MIA VITA VIOLENTA es el temprano punto de inflexión a partir del cual se va a imponer su personalidad y su determinado sonido, a cualquier tipo de etiqueta cerrada. Blonde Redhead, si es que lo hizo alguna vez, dejó muy pronto de hacer grunge, encontrando una fórmula de expresión clara, directa y concreta, pero con la vulnerabilidad que siguió a la muerte de Kurt Cobain. Si a ese mayor punto de emotividad le queremos llamar pop, hagámoslo; pero en la forma, en los rasgueos, en la imperfección manifiesta y chillona de las voces, en lo oblicuo de las miradas y la melodía, están todavía a años luz: es solo el zumo que sale de exprimirlo una y otra vez, como se hacía con los árboles de caucho en el Amazonas, allá por la época de los pioneros y fitzcarraldos.

Cuando abres el Cd la voz de Kazu Makino se sale de la caja, libre y plenamente consciente de cómo es el cuerpo que posee. En I Still Get Rock Off, justo al principio, coquetea con la influencia de Liz Fraser (Cocteau Twins), pero en seguida adopta la postura de una gata en celo, y su voz juega al despiste con la de Amadeo Pace, en un descosido dúo de jirones. Y no vuelve hasta I'm There While You Chock On Me, la más áspera junto con la primera y la última, Jewel. Parece como si reservaran la cara más severa, la más chirriante y rasgada a la voz femenina y mordiente de la nipona: auténtica bella enredada en espinos. Y la versión más envolvente, poprockera, oscurecida y glamurosa, se expone a la sombra de la voz masculina, más profunda que incisiva. Violent Life (pese a su violencia), U.F.O., 10 Feet High, y Down Under y Bean (aunque a dúo con Kazu). 

En Harmony y Young Neil muestran la faceta que hay presente en todas las canciones: una sana afición por la evasión, por una psicodelia misurada, imprecisa y esquelética. En la primera, casi del todo instrumental, ensayan un progresismo, acompañado por un sitar precioso, que culminan las voces en dúo. Desde luego, es un disco sin desperdicio alguno. Escuchándolo uno se debate entre la pasión latina del acento melódico, y la austera e insensible mirada turbia de los mártires del grunge. 

Blonde Redhead pasarán este verano por España. Será la primera vez desde que yo los conozco, y desde que presentaran su 23 en 2007 en gira con Interpol. Se supone que nos traen el Penny Sparkle, pero espero y deseo que muestren todas sus caras posibles. Escuchando este último Cd, mi tendencia natural ha sido ir a buscar sus primeros tiempos, y no porque fueran mejores, sino porque el contraste le queda a este trío como un guante. Es, quizá, su atractivo más especial.


YUCK



Pop veraniego en primavera.

Penetrar en el álbum de debut de Yuck puede resultar un ejercicio un tanto deconcertante. Es como si abriéramos una vulgar cebolla y, capa tras capa, su naturaleza cambiase del blanco al morado; limpia, sin mezclas chirriantes, ni colores de aguachirri. Llevo un mes escuchándolo y aún no sabría decir si los londinenses son poperos que coquetean con el viejo grunge, o ruidosos amantes de noise domados a golpe de cercana influencia. YUCK, de todas formas, es el debut de un grupo muy prometedor (preseleccionados para el BBC Sound of 2011), que volverá en breve a nuestro país (Primavera Sound y Día de la Música de Madrid).

Si las primeras notas del Belong de The Pain of Being Pure at Heart suenan a Smashing Pumpkins, las del YUCK de Yuck suena a Sonic Youth. Get Away tiene la de cal y la de arena: la suciedad de un bajo que se clava, de la voz enjaulada, y de una guitarra afinada en el tono de Seattle, y la suave textura de una batería pop, con pandereta, y de la otra guitarra, cálida y serena. Nada Surf son maestros en combinar esas dos facetas, pero Yuck se ofrecen, con The Wall, Shook Down y Sunday, como dignos competidores de los norteamericanos.

Y cuando nos acomodábamos en ese plácido pop-rock de cálidas acústicas, rompen el molde con Holing Out, recordándonos a base de distorsión que son británicos, súbditos de su majestad. Lo bueno de Yuck es que sus canciones no son complejas, pero tienen estructuras ricas, y elementos compositivos refrescantes y muy interesantes. En ese sentido, y sobre todo en Suicide Policeman y Georgia, recuerdan un poco a Yo La Tengo y a The Pains of Being Pure at Heart: un pop veraniego en primavera, maduro desde las raíces, con un dúo en stereo de géneros que da paz y esperanza, y un brillo profundo y firme desde el fondo de la sencillez.

A la altura de la pista 8 estoy casi convencido de que, en realidad, se trata de otro disco más de pop, de un grupo que se supone que viene a salvar el rock. Y desde luego que podrían hacerlo...si hubiera algún rock que salvar de algo. Pero entonces Operation irrumpe en escena, y vuelve la confusión. ¡Bendita confusión! Acordes, estrofas y distorsiones que recuerdan a Dinosaur Jr, a Pavement, a Sonic Youth. Son como pequeñas pepitas de metal duro entre suelo arcilloso.

La polivalencia musical de Yuck queda clara en el cierre del álbum. Rose Give A Lilly, en plano instrumental (el temita podría ser de Piano Magic, Mogwai o Explosions In The Sky perfectamente), y Rubber, por la occidua y gruesa distorsión, están más cerca del post-rock que del sonido general del disco en sí. Demuestran, en general, buenas dotes en el susurro melódico, y detalles de un noise muy rejuvenecido que no desdibujan el tierno sabor de boca colectivo del Cd. YUCK sabe a varias cosas, pero todas están ricas y combinan bien, tanto en el plato como en el estómago.

Estoy deseando que Yuck le de la razón a la BBC. Su disco es bueno, con repertorio suficiente como para enganchar al público con su ruido alegre y destensado. Volveremos a comprobarlo el sábado 28 de mayo en Barcelona, y el domingo 19 de junio en el Matadero de Madrid. Espero que con ellos dé comienzo, (no) oficialmente, el verano en la capital.





AFGHAN WHIGS



De pioneros y visionarios.

En todos los movimientos sociales, incluídos los culturales y, dentro de ellos, en todos los movimientos musicales, podemos identificar a una serie de pioneros que, con el tiempo y cierto éxito, han acabado siendo considerados visionarios. El grunge, por ejemplo, no habría sido el fenómenos que fue sin la apuesta que en su día realizó el sello Sub pop. Fundado en 1986 en Seattle, sus primeros años se caracterizaron por lanzar al mercado a artistas como Mudhoney, Soundgarden o Nirvana: la florinata de la escena local. Ninguno duró demasiado de todas formas, en un sello que nunca pasó de modesto.

Pues bien, Afghan wighs fue la primera banda de fuera de Seattle que fichaba por esta discográfica impulsora del grunge. Procedentes de Cincinnati, Ohio, y con galopantes problemas internos, Afghan whigs, que no fueron excesivamente apreciados en su momento, han ido acrecentando la concepción que se tiene de ellos como un grupo de culto del rock americano. Se separaron en 2001, tras un largo período de decadencia interna. No obstante, nos dejaron dos discos maravillosos: GENTLEMEN (1993) y Black love (1996), una vez que Sub pop cedió al ya maduro grupo a una discográfica grande como era entonces Elektra.

El sonido de Afghan whigs, por lo tanto, debería ser fácilmente enmarcable, con claras coordenadar geográficas y temporales. Sin embargo, no es un grupo 100% grunge, ni mucho menos. Lo que más me gusta del GENTLEMEN es que detrás de cada canción se esconde una balada; los ritmos son mucho más delicados y la textura infinitamente más suave, limpia y cuidada que las de cualquier banda genuinamente grunge. En cierto modo anticiparon, antes de su defunción definitiva, la evolución de la escena: hacia ese pesado y sentido rock alternativo, de profundos orígenes enraizados en Seattle, en la maravillosa Era Nirvana (1987-94). Una evolución que Chris Cornell (Soundgarden, Temple of the dog y Audioslave), por ejemplo, completó el 1999, con su interesantísimo Euphoria morning.

When we two parted, Be sweet o Now you know, por ejemplo, combinan a la perfección ese comedido desgarro de la voz, y el rasgueo de guitarra deambulante, callejera, nocturna, rechazada y herida. Que Debonair fuese su primer single denota la intención de un sello, Elektra, que fichaba a una banda grunge, que no se sentía cómoda siéndolo, sonando así. El segundo single, What jail is like, caracteriza mucho mejor a Afghan whigs.

Coros y voces femeninas, esporádicos arreglos de piano, ritmos variados y coherentes y una técnica envidiable hacen del GENTLEMEN una referencia, hoy en día, dentro del rock alternativo americano. Como pasa con el buen vino, el sonido de Afghan whigs ha reposado durante años para convertirse ahora en algo paradigmático.


Debonair (live)

Be sweet

What jail is like

DEAD MEADOW



Coincidencias; o es que la genialidad va por familias.

The wire, última temporada: McNulty visita a sus hijos, ya adolescentes, que apenas le prestan atención. Uno juega a la consola; el otro acaricia su eléctrica, tras dar un concierto al que McNulty no asistió. Está decepcionado, apenas le mira y rechaza hacerle una demostración, a destiempo, de lo que hace con su grupo. McNulty va perdiendo su sonrisa y no acierta a bromear con la música que suena en la habitación: "Qué grupo es ese?" pregunta, "Dead meadow" responde su otro hijo, el de la consola. "Dead metal?", "No! Meadow, Dead meadow". "Y qué pasó con los Ramones...?". Ante lo cual los dos hijos se miran, tristes y avergonzados.

Y es que Jason Simon, vocalista de Dead Meadow, es el sobrino de David Simon, genio creador de The Wire y de Treme. Yo sabía que me sonaba de algo este grupo, y ahora por fin sé el por qué. El grupo nació antes que la serie, y creció en solitario e independiente hasta formar parte de la cartera de grupazos de Matador Records.

Provenientes de un sonido que recuerda al mismísimo Jimi Hendrix, Dead Meadow evoluciona hacia un rock maduro y experimentado, hacia un sonido calmado y potente en su pose, y que sabe a elixir de reconstrucción interior, a terapia de autosuficiencia. Los rifs de guitarra, los cambios de ritmo de la batería, los punteos con guagua y el claroscuro que evoca la conjunción de éstos con el bajo alcanzan la brillantez en sus dos últimos discos (Feathers, 2005; OLD GROWTH, 2008).

La arrogancia en la voz de Jason casa perfectamente con el sonido provocador y semiacústico de las cuerdas, y con el ritmo soberbio, prepotente, con la inmensa llanura estival que crea la batería. Si el Feathers es, seguramente, la consagración del sonido de este grupazo, OLD GROWTH es una pequeña demostración más de la progresiva dilatación de los horizontes musicales de los de Washington DF.

Un sonido particular, atractivo y que genera cierta adicción. Gustará a quien pueda pasar de un dico a otro de Pearl jam sin disminución de entusiasmo, a quien disfrute con Morphine, Calla, Pavement, o con el punto de dejadez de Richard Ashcroft (The verbe). Disfrutará con el FEATHERS y con el OLD GROWTH de Dead Meadow el verdadero amante del rock. De ese al que apenas se le pueden poner apellidos.


Let it all pass

What needs must be

At her open door