Cuchillo en HD.
Entrar ayer noche en el auditorio del recinto del Conde Duque fue como entrar en una dimensión de alta definición: el radar de los sentidos disparado, la percepción acentuada, los poros de la piel totalmente dilatados; todo era poco para absorber lo que allí se estaba cociendo. En esa sala diáfana y distinguida de asientos mullidos, en ese pulcro escenario de música erudita, sobre unas tablas exigentes, y ante un público experimentado, los Cuchillo perpetraban su asalto definitivo a la capital. Los Veranos de la Villa, siempre a la altura, nos dio ayer la oportunidad de disfrutar de una de las bandas más prometedoras del panorama musical español, uno de los directos más interesantes que actualmente podemos ver y exportar. Cuchillo es una amalgama de influencias, oportunamente destiladas, que se articulan en una especie de rock fílmico, experimental, folk y psicodélico. Hipnotizan, evocan y enganchan.
La primera vez que su disco Cuchillo me acompañó en mis quehaceres, apenas profundicé en mi observación. Me atreví a recomendarlo, atribuyéndoles ciertas semejanzas a Tool, lejanas y sutiles, por supuesto, pero esa común envoltura oscura, de arpegios narcóticos y notas circulares existe; y los Cuchillo la mostraron ayer a modo de bienvenida. 'Sombra y Mar', la canción que abre su Ep Duat, abrió también el recital. Tras una alargada intro, de guitarras bajo el sol de Calexico, nació el canto monacal que tanto me recordó a Fleet Foxes la primera vez que lo oí; y en seguida se blandieron las baquetas, las guitarras. En seguida, la versión más concreta y material de Cuchillo, la más enérgica y desafiante, afloró como si esa fuera su habitual naturaleza. Y no era más que el principio.
Lo que al principio era un dúo, el de Israel Marcos (guitarra y voces) y Daniel Domínguez (percusión), se ha transformado en trío con la incorporación de Henrik Agren, un pintoresco músico noruego que tocó la segunda guitarra, el teclado y el piano, entre otras cosas, envuelto en un chaleco que no encaja en el siglo XXI. Peores eran los pantaloncitos vaqueros del batería, pero sus buenas artes con baquetas (de tres y cinco tipos), panderetas y demás castañuelas de conchas de mar, así como el suave contoneo de su forma de tocar, hicieron que los ignorásemos rápidamente. Israel Marcos iba impoluto. Su camisa blanca relucía como en el anuncio del mejor detergente, la pluma colocada en su guitarra parecía la de un ave imperial, y en general, por su actitud y la extremada calidad de todo lo que hizo, cualquiera pensaría que lleva media vida subido a un escenario.
De todas formas, el concierto de ayer no estaba concebido como algo normal o convencional. La perfección y pulcritud estética, la diáfana ordenación de acordes, decorado e iluminación, las camisas y el piano de cola, eran el maquillaje adecuado para que aquello quedara registrado en video. Era su definitiva puesta de largo, grabada en absoluta intimidad: en la que da un público pasmado por la retahíla de cosas asombrosamente bien hechas con las que Cuchillo no dejó de honrarnos. A parte de sus temas más reconocibles, nos regalaron el anticipo de cuatro de las nuevas piezas de lo que será su segundo Lp, uno de ellos interpretado en Madrid por segunda vez ante el público: “fresquito”, se atrevieron a decir. Y aunque el fallo fuera insignificante y rápidamente corregido, incluso previsto por el indiscutible Marcos, demostraron ser un poquito humanos, gracias a Dios.
El tiempo con los Cuchillo parece correr en círculos. El concierto no duró más de hora y media, pero los minutos fueron densos y de una textura que nos permitió disfrutar de cada uno de sus segundos como si fueran semanas. 'Cuando Te Canto', 'Black And White Numbers' y 'Come With Me', hacia la mitad del recital, fueron auténticos ejercicios de experimentación del rock: afloraron los pequeños instrumentos, los delicados detalles, el bamboleo diluido de las guitarras sobre ritmos hondos y esféricos, y la psicodelia limpia y sana. De repente pensé que estos chicos nada tenían que envidiar a Grizzly Bear o a Beach House. Marcos samplea su propia voz, y la guitarra, como haría también más tarde en 'Breathing Again', la última antes de la pausa, y en 'Último Silencio': ultimísima canción. Incluso, entre tanta experimentación folk, me pareció entender su rollo moroone como un acercamiento al 'Kashmir' de Led Zeppelin en 'Come With Me'. En cualquier caso, por momentos, solo le faltaba a todo aquello la presencia de un chamán, de un viejo brujo o de un jefe indio, invocando a los dioses y a los muertos.
Una de las grandes virtudes de Cuchillo, ahora que les he visto en directo, es que resulta que sus discos no son más que un bosquejo de lo que luego son capaces de hacer sobre un escenario, un boceto de cualidades con pulso de cadáver que obtiene vida, se levanta y anda, solo cuando la cita es el directo. Sobre las tablas estos chicos pueden transformar los temas a su antojo, matizándolos y enriqueciéndolos una barbaridad. Así es como hicieron del 'Ultimo Silencio' el más atronador de los finales; al más puro estilo Godspeed You! Black Emperor: describiendo el apocalipsis, y después el nuevo orden. Cuesta creer que sean solo tres. Tres hombres para hacer música, con la propiedad de quien expresa estados puros de ánimo.
La imagen, por momentos, parecía no ser real: demasiado perfecta, demasiada definición; demasiado ambiente pintado por y para la música del trío. Las cámaras vigilaban, los objetivos enfocaban sin dolor, y ellos hicieron más de lo que tenían que hacer. Todos salimos en el vídeo con la boca abierta, con los ojos cerrados de nuestra imaginación, libre y campante por lo irreales palacios de sonido de Cuchillo. Todos menos ellos, firmes y seguros como estatuas de canon clásico; en paz con su música, y con un público que, con el tiempo, se rendirá como a la peor de las epidemias, al misterioso encanto del post-rock más interesante de nuestro panorama musical. Lo que vimos en el auditorio del recinto del Conde Duque es, sin más, el mejor directo que un grupo español puede ofrecernos en la actualidad. Y lo vimos en HD.
La primera vez que su disco Cuchillo me acompañó en mis quehaceres, apenas profundicé en mi observación. Me atreví a recomendarlo, atribuyéndoles ciertas semejanzas a Tool, lejanas y sutiles, por supuesto, pero esa común envoltura oscura, de arpegios narcóticos y notas circulares existe; y los Cuchillo la mostraron ayer a modo de bienvenida. 'Sombra y Mar', la canción que abre su Ep Duat, abrió también el recital. Tras una alargada intro, de guitarras bajo el sol de Calexico, nació el canto monacal que tanto me recordó a Fleet Foxes la primera vez que lo oí; y en seguida se blandieron las baquetas, las guitarras. En seguida, la versión más concreta y material de Cuchillo, la más enérgica y desafiante, afloró como si esa fuera su habitual naturaleza. Y no era más que el principio.
Lo que al principio era un dúo, el de Israel Marcos (guitarra y voces) y Daniel Domínguez (percusión), se ha transformado en trío con la incorporación de Henrik Agren, un pintoresco músico noruego que tocó la segunda guitarra, el teclado y el piano, entre otras cosas, envuelto en un chaleco que no encaja en el siglo XXI. Peores eran los pantaloncitos vaqueros del batería, pero sus buenas artes con baquetas (de tres y cinco tipos), panderetas y demás castañuelas de conchas de mar, así como el suave contoneo de su forma de tocar, hicieron que los ignorásemos rápidamente. Israel Marcos iba impoluto. Su camisa blanca relucía como en el anuncio del mejor detergente, la pluma colocada en su guitarra parecía la de un ave imperial, y en general, por su actitud y la extremada calidad de todo lo que hizo, cualquiera pensaría que lleva media vida subido a un escenario.
De todas formas, el concierto de ayer no estaba concebido como algo normal o convencional. La perfección y pulcritud estética, la diáfana ordenación de acordes, decorado e iluminación, las camisas y el piano de cola, eran el maquillaje adecuado para que aquello quedara registrado en video. Era su definitiva puesta de largo, grabada en absoluta intimidad: en la que da un público pasmado por la retahíla de cosas asombrosamente bien hechas con las que Cuchillo no dejó de honrarnos. A parte de sus temas más reconocibles, nos regalaron el anticipo de cuatro de las nuevas piezas de lo que será su segundo Lp, uno de ellos interpretado en Madrid por segunda vez ante el público: “fresquito”, se atrevieron a decir. Y aunque el fallo fuera insignificante y rápidamente corregido, incluso previsto por el indiscutible Marcos, demostraron ser un poquito humanos, gracias a Dios.
El tiempo con los Cuchillo parece correr en círculos. El concierto no duró más de hora y media, pero los minutos fueron densos y de una textura que nos permitió disfrutar de cada uno de sus segundos como si fueran semanas. 'Cuando Te Canto', 'Black And White Numbers' y 'Come With Me', hacia la mitad del recital, fueron auténticos ejercicios de experimentación del rock: afloraron los pequeños instrumentos, los delicados detalles, el bamboleo diluido de las guitarras sobre ritmos hondos y esféricos, y la psicodelia limpia y sana. De repente pensé que estos chicos nada tenían que envidiar a Grizzly Bear o a Beach House. Marcos samplea su propia voz, y la guitarra, como haría también más tarde en 'Breathing Again', la última antes de la pausa, y en 'Último Silencio': ultimísima canción. Incluso, entre tanta experimentación folk, me pareció entender su rollo moroone como un acercamiento al 'Kashmir' de Led Zeppelin en 'Come With Me'. En cualquier caso, por momentos, solo le faltaba a todo aquello la presencia de un chamán, de un viejo brujo o de un jefe indio, invocando a los dioses y a los muertos.
Una de las grandes virtudes de Cuchillo, ahora que les he visto en directo, es que resulta que sus discos no son más que un bosquejo de lo que luego son capaces de hacer sobre un escenario, un boceto de cualidades con pulso de cadáver que obtiene vida, se levanta y anda, solo cuando la cita es el directo. Sobre las tablas estos chicos pueden transformar los temas a su antojo, matizándolos y enriqueciéndolos una barbaridad. Así es como hicieron del 'Ultimo Silencio' el más atronador de los finales; al más puro estilo Godspeed You! Black Emperor: describiendo el apocalipsis, y después el nuevo orden. Cuesta creer que sean solo tres. Tres hombres para hacer música, con la propiedad de quien expresa estados puros de ánimo.
La imagen, por momentos, parecía no ser real: demasiado perfecta, demasiada definición; demasiado ambiente pintado por y para la música del trío. Las cámaras vigilaban, los objetivos enfocaban sin dolor, y ellos hicieron más de lo que tenían que hacer. Todos salimos en el vídeo con la boca abierta, con los ojos cerrados de nuestra imaginación, libre y campante por lo irreales palacios de sonido de Cuchillo. Todos menos ellos, firmes y seguros como estatuas de canon clásico; en paz con su música, y con un público que, con el tiempo, se rendirá como a la peor de las epidemias, al misterioso encanto del post-rock más interesante de nuestro panorama musical. Lo que vimos en el auditorio del recinto del Conde Duque es, sin más, el mejor directo que un grupo español puede ofrecernos en la actualidad. Y lo vimos en HD.