En este caso sí: es oro, y reluce.
A estas alturas no voy a descubrirle a nadie esta banda: fueron el pelotazo británico de 2009, ganadores del Mercury Music Prize de 2010 y, hoy por hoy son uno de los mejores reclamos que cualquier festival podría tener. Ya todos saben que
The XX son
Romy Madley Croft,
Oliver Sim y
James Smith (también conocido como
Jamie XX), tres veinteañeros que se conocieron en la londinense Elliott School (cuna de
Burial y de
Hot Chip) hace algunos años, que al editar hace 3 su álbum de debut fueron recibidos al nacer por los brazos abiertos del éxito. Ni siquiera es fácil especificar qué género fue el que revitalizaron con su
XX, porque lo que hacen es tan atractivo como insólito. Electrónica indie, downtempo, post-punk minimalista: es realmente complicado ponerle adjetivos a la música que hacen los chicos de
The XX.
Hoy por hoy ya todos conocemos y reconocemos su sello, su inconfundible morfología musical: su sonido resulta el paradigma de hasta dónde ha llegado a inculcarse la electrónica en casi toda producción musical contemporánea: sutil pero determinante, resulta hoy un elemento ineludible para seguir innovando y descubriendo nuevas fórmulas. Enmarcable en una línea que empieza en el Kid A de Radiohead, y cuya última parada fue el Lp de debut de James Blake, la electrónica de The XX parece tener algo de genético, y se transforma en algo más que un simple lenguaje: es la capacidad creadora de Jamie Smith, la facultad divina de manipular una realidad, sonora, pero igualmente palpable.
Porque en realidad, la base de The XX es la combinación de dos voces, una guitarra cruda de distorsión hueca, y un bajo capital, con el moldeado electrónico y rítmico que le da constantemente Smith desde el fondo: un matiz determinante, una ingeniería silenciosa pero gigantesca que ha erigido un hermosísimo y sólido palacio de cristal. De aristas elevadas y luminosas, el espacio que levantan los británicos parece fruto de la magia y la sencillez, pero la laboriosidad con que se engarzan cada compás uno con otro, cada ritmo con el siguiente, cada nota con su reflejo en el eco, y cada tema con el que va después, solo puede ser obra de un visionario y de un superdotado para la composición y la producción. Juegan, además, con una vocación ochentera y post-rockera, tendente a la oscuridad, mezclada con los solemnes reflejos de luz que entran desde unos puntos de fuga siempre elevadísimos. Nadie hace estructura de techos tan altos como los que nacen del sonido de The XX.
XX es uno de esos excepcionales Cds con plena coherencia interna: puedes escucharlo de principio a fin sin pestañear, y cuando termina aún te quedas con ganas de ponerlo otra vez desde el principio. Tiene un clarísimo leitmotiv y no se aleja de él ni un instante; orbitando a su alrededor siempre a la misma velocidad de crucero, con variaciones imperceptibles y graduales que generan suaves cambios de tiempo y temperatura. Y la constante es ese ritmo downtempo, esas voces desnudas que brillan en la oscuridad, las guitarras de una cuerda que marcan ellas solas el pulso, el eco modulado y dominado por Smith, y ese sonido que transpira de la soledad y el silencio y se transparenta, dibujando los pliegues delicados de ese cuerpo que hay debajo que no se ve ni se oye, pero se intuye. Porque
The XX son otros que hacen pura metonimia musical.
Por eso, entre otras cosas, es complicado distinguir hits que sobresalgan sobre los demás; da la impresión de que cada canción supera a la anterior, y que esa, la que suena en ese momento, sea cual sea, es la mejor del Cd. Pero es que además, es el todo lo que nos gusta, y las canciones son esas pequeñas partes que nos muestran. Es la metonimia: la parte por el todo. Creo que una de la cosas por las que gusta tanto este
XX es precisamente porque resulta un discurso único subdividido en 11 piezas que encajan a la perfección, que forman un todo al que no le falta ni le sobra una sola nota. Canciones unidas por un parentesco clarísimo que va más allá del estilo y de la mente que las concibió.
Por elegir un algún momento que me sobrecoja especialmente, mencionaré ese ya mítico inicio de
Intro, con guitarra y teclado nomás, un bombo digital: la primera palabra, sin letra, de un discurso tan íntegro como atractivo. O la segunda parte de la intimísima
Heart Skipped A Beat, cuando gotea un teclado en arpegio, desde el helado techo alto hasta el oscuro suelo de mármol ligero, mientras crece el dúo de voces y la base de cuerdas. O la enigmática
Fantasy, con ese canto entre la niebla, y ese único punteo final escalofriante. O la distorsión hueca y metálica de
Shelter. O
Night Time, quizá la mejor de todas. Tal vez sea porque al ser de las últimas parece resumir todo lo dicho hasta ahora, pero si tuviera que quedarme solo con una de todo el disco, creo que me quedaría con esta.
Es posible que estos chicos estén ante uno de los retos más complicados que se han presentado en el mundillo de la música en los últimos años: superar el
XX, o al menos estar un poco a su altura. Según tengo entendido, su segundo álbum verá la luz en breve, y no tendrá mucho que ver con su primer trabajo. Veremos si es un acierto o por el contrario se desvanece su encanto. Hagan lo que hagan, le han regalado al mundo una pieza única, una obra de arte de la electrónica y la música moderna.