De cuando Apolo se rindió a los encantos de Nicolas.
No sé a qué iluminado escuché un día soltar la frase: “la música electrónica es como el sexo”. Podría afirmar, sobre todo después de asistir al concierto de ayer de Nicolas Jaar, que hay una importante dosis de verdad en esta afirmación, pero yo matizaría que en realidad solo la buena música electrónica se parece al buen sexo: candente, basada en una métrica cambiante, de intensas y múltiples velocidades, ha de ser sinónimo de conexión entre emisor y destinatario, ahondando en el deseo y la necesidad crecientes del siguiente cambio de ritmo, y contemporizando sutileza y contundencia en un mismo acto. Un concierto que fue seductor y elegante, sugerente y muy excitante. Pocas veces el objetivo de mi cámara me había parecido un elemento tan fálico, o me habían resultado tan claramente insinuaciones las rozaduras con... ¡Oh, cielo santo: es un tío el que me toca por detrás!
En realidad viene a ser nimia la diferencia entre un concierto y una sesión a estas alturas, y más, a los niveles de excelencia en los que se mueve Nicolas Jaar. Con poco más de 21 años, no solo se le puede considerar un niño prodigio por su carrera en la adolescencia, o por su fantástico primer Lp: ha confeccionado también un directo para quitarse el sombrero. ¡Qué polvazo, Nicolas! Las bases de las canciones que hay en su disco sirven de lejana línea melódica para unas estructuras que se enarbolan más allá de lo binario, y se rellenan con algo más que sonidos programados. Porque Jaar ha concebido un directo en el cual su electrónica, explotada y orquestada a la perfección desde el mínimal hasta el techno, se confabula con un saxo y una guitarra eléctrica para destrozar definitivamente las fronteras imaginables entre las etiquetas y los géneros musicales.
Anoche, en la abarrotada sala Apolo, y Primavera Sound mediante, este joven medio chileno medio norteamericano, hijo de una celebridad artística, se doctoró con nota; aunque no solo él. Nos hizo el amor. En prácticamente dos horas de espectáculo Nicolas reconstruyó parte de su incipiente obra, reformulándola en bloques de 20-30 minutos, iniciados siempre desde los escombros de algún sentimiento profundo y de iluminación tenue y queda. No obstante, el desarrollo posterior de cada parte, donde podían sonar reconocibles ciertos temas o no, fue como una sucesión de imágenes íntegramente sonoras de construcciones arquitectónicas potentes y estilizadas, que levantaba in situ con la ayuda de Dave Harrington y Will Epstein. Harrington, el guitarrista, deslumbrante de principio a fin, sostuvo casi en todo momento el discurso humanizado, que puede también emanar de la electrónica a veces, con punteos y riffs cercanos al space-rock, una presencia a lo M83, e incluso con simples rasgueos perfectamente amoldados al ritmo que marcaba Jaar.
La presencia de Epstein era más previsible, pero no por ello menos deslumbrante. Aportó esa leve estética étnica que decora el espacio que crea el maestro y lo ilumina: fue igualmente necesario para la argumentación del doctorado de Nicolas Jaar. Además, ambos parecen estar en sintonía con él en el aspecto electrónico, pues pulsaban más botones, pedales y teclas de Mac, que de saxo y que de cuerdas de guitarra. Tal vez sea por todo esto por lo que el concierto, en mi opinión, bajó ligeramente el nivel cuando, en uno de los bloques, se quedó solo el chaval ante el caldeado y sobreexcitado público de Apolo. Aunque siguió siendo categórico, los cambios en la marea de ritmos y las intensidades resultaron más como la utilización de un recurso que como el verdadero fluir de pasiones en que se ha de basar, en mi opinión, el buen sexo...digo, la buena música electrónica.
Con todo, fue un conciertazo sin paliativos. Tuvimos incluso en honor de escuchar el reciente remix que ha hecho Jaar de Cherokee, el tema que abre el decepcionante Sun de nuestra idolatrada Cat Power (a quien, por cierto, veremos pronto por Barcelona gracias a Primavera Sound). También oímos la versión reconstruida y reformulada de Space Is Only Noise If You Can See, de Too Many Kids Finding Rain In The Dust, y de Keep Me There, entre otras delicias sonoras que, si bien se basaron en ciertos pasajes de ciertas canciones del disco, nada tienen que ver con aquel adorador del silencio que se destapó a principios del año pasado como una de las grandes promesas de la electrónica con un Cd de corte minimalista. El único pero fue que su voz, en los pasajes cantados, no se escuchaba demasiado. Ahora, tras verle y sentirle en directo, me doy cuenta de que hay que ser realmente bueno para rellena el espectro que va desde ahí al techno; y hacerlo encima como quien le hace bien el amor a una sala entera. Y Nicolas Jaar lo es realmente.
Fotos de Pablo Luna Chao.
También disponible en Alta Fidelidad.
Fotos de Pablo Luna Chao.
También disponible en Alta Fidelidad.