Mostrando entradas con la etiqueta neo-folk-rock. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta neo-folk-rock. Mostrar todas las entradas

MUMFORD AND SONS (Babel, 2012)



Los banjos al poder.

Puede que los que hayan visto Deliverance (John Boorman, 1972) me entiendan. Yo me crié escuchando en cada viaje, en el coche de mi padre, el famoso Dueling Banjos de Arthur 'Guitar Boogie' Smith que aparece en el filme; así que tal vez no sea del todo imparcial al reseñar este segundo álbum de Mumford and Sons, Babel (Island, 2012), ya que el sonido del banjo me transporta a lugares especiales de mi memoria. Y no precisamente a las pantanosas riberas de la cuenca central y sur del Mississippi, de donde es originario el folk que practica esta banda del oeste de Londres. Porque el mundo global de nuestros días permite eso, entre otras cosas no tan enriquecedoras: que el folklore personal de cada uno pueda componerse de piezas de variada procedencia cultural; demostrando que el arte y la cultura no entienden de nacionalismos ni patrimonios de mira estrecha y horizonte corto.

Ben Lovett (voces, teclado, acordeón, batería), Winston Marshall (voces, banjo, dobro), y Ted Dwane (voces, contrabajo, batería, guitarra) no son hijos de Marcus Mumford (voz principal, guitarra, batería, mandolina), pero pensaron que el nombre, a modo de antigua empresa familiar, pegaba con la filosofía del grupo. Mumford ya se había dado a conocer entre la comunidad folk del oeste de Londres, haciendo de batería para Laura Marling en su inicios (2006-8); y fue precisamente a través del mánager de ésta, Adam Tudhope, como se puso en marcha el proyecto de Mumford and Sons. Sin embargo, antes de firmar con Island Records (filial de Universal), y de tener a Markus Dravs (que había trabajado recientemente con Björk, Coldplay o Arcade Fire) de productor para su álbum de debut, el cuarteto se lo curró girando por media Inglaterra, madurando su sonido, y editando algún que otro Ep. 

En octubre de 2009 vio por fin la luz Sigh No More (Island, 2009), pero la impresinante extensión de su popularidad vendría generada más adelante, desde principios de 2011, cuando actuaron en la ceremonia de los Grammy. Pese a no ganar ninguna de las dos nominaciones (Mejor Artista Nuevo y Mejor Canción de Rock, por Little Lion Man), interpretaron el single The Cave, y compartieron escenario con The Avett Brothers y con el mismísimo Bob Dylan, con quienes tocaron Maggie's Farm. Dylan declaró, además, que Mumford and Sons era una de sus bandas favoritas del momento. Así es como han conseguido ser el primer grupo británico, desde Coldplay, que vende más de un millón de discos en EEUU; aunque aquellos no lo hicieron con su primer trabajo. Pero lo que es indudable es que una banda de estas características, hace 10 o 15 años, no habría funcionado como ahora.

Vivimos el boom de un fenómeno que solemos denominar como neo-folk, una suerte de revisión de las formas musicales tradicionales, modernizadas y revalorizadas, y manteniendo una estricta fidelidad con el espíritu ancestral; un fenómeno que, en otros estilos, no forzosamente cercanos geográficamente, ha propiciado también el nacimiento y éxito de bandas como Fleet Foxes, The Black Keys, Beirut, Iron and Wine, Kings Of Leon, The Tallest Man On The Earth (en plan solitario), M. Ward, Siskiyou, The Decemberists, los mismos Calexico, o aquí en la península, Manel o Los Evangelistas, por poner algunos ejemplos. Aunque referentes a dos mundos tan alejados como son la vieja Louissiana y los bosques húmedos y frondosos de la costa del Pacífico norte, y pese a una evidente diferencia en la tendencia estilística de fondo, el paralelismo con Fleet Foxes es evidente: el mismo halo de expectativa envolvió el lanzamiento del segundo trabajo de éstos últimos, Helplessness Blues (Sub Pop, 2011) el año pasado, como el que ha acompañado durante 2012 toda información sobre el Babel de Mumford and Sons, la esperada confirmación de su supuesta excelencia (por mucho que le moleste a Ben Lovett).

Más que un disco continuista, considero que Babel es incluso un paso hacia atrás en la naturaleza del sonido de Mumford and Sons y su evolución. Diría que por una parte, la instrumental, se acercan más a la ortodoxia del country, y por otra, al pop posmoderno, en la estructura y en la abierta narración melódica. Pese a resultar un disco abundante, demuestran una pizca menos de capacidad compositiva y de versatilidad y relieve morfológicos. Casi me pegaría más éste como su disco de debut, y Sigh No More una leve apertura de su sonido; o tal vez es que siguen escarbando en las raíces, asidos al cabo comercial del aire liberal de las formas del pop. En cualquier, caso está clara la apuesta de Mumford and Sons: reforzar el atractivo efecto de su sonido acústico, apoyado más que nunca en el banjo, las guitarras circulares y un ritmo cabalgante; y valerse de estructuras más directas, que facilitan la creación de la atmósfera de épica, leyenda y pasión, en desarrollos que van siempre hacia arriba.

En ese sentido, las canciones del Babel resultan algo parecidas entre sí: da igual cómo empiezan, porque siempre acaban con el cambio de tono de la voz de Mumford en el último estribillo, con arreglos de viento y una aceleración de intensidad, más que de ritmo, que haría que hasta el más escéptico del plantea creyera en algo grandioso por un momento. Así funcionan, al menos, Lover Of The Light, Whispers In The Dark, I Will Wait, Holland Road, Lover's Eyes, Broken Crown, Below My Feet...incluso Ghost That We Knew, desde un plano más lento y acústico, donde se oye el movimiento y el latir de los dedos. No es de extrañar, por tanto, que incluyeran una versión de The Boxer, de Simon and Gartfunkel, que tan bien se adapta a esa estructura. Estribillos gloriosos en un énfasis ensalzado de vitalidad y sensación de libertad perfilada en el horizonte de poniente.

Pero nada de esto impide que el Babel sea un gran disco: Mumford and Sons tienen argumentos de sobra para repetir fórmula y seguir extasiando a público y crítica. No solo por su virtuosismo instrumental (todos se intercambian todo en directo), o por el impagable acento de liderazgo justiciero de la voz de Mumford: los apoyos corales, la autenticidad de su entusiasmo rítmico, el respeto por la tradición literaria anglosajona reflejado en sus letras y la pureza de los orígenes culturales a los que hacen constante homenaje son algunos de los otros elementos que hacen grandes a esta banda. Y todos están presentes en este Babel que tanto va a dar que hablar, pese a que en otros aspectos haya ciertas limitaciones. Imprescindibles, por otra parte, en directo: en verano, en el Optimus Alive, fueron de lo mejorcito.

También disponible en Alta Fidelidad.


CALEXICO (Algiers, 2012)


Volver a casa.

Las ceremonias cambian. Antes, cuando comprábamos un Cd que acababa de salir, llegábamos a casa como con prisa, nos encerrábamos en la habitación, y, lentamente, tirábamos de esa cintita de plástico que nunca cumplía del todo bien su función de apertura-fácil, y se rompía. Entonces arrancábamos nerviosos todo el envoltorio de plástico, y sin siquiera tirarlo a la papelera (por aquél entonces casi nadie reciclaba), abríamos extasiados el recipiente de aquel preciado tesoro que era un Cd nuevo, original, por estrenar. Lo metíamos en el reproductor típico de la época, y le dábamos al play con el nerviosismo de quien entra en un examen que no se sabe muy bien. Ahora leemos en alguna red social que fulanito ha sacado (o incluso que va a sacar) disco, copiamos su nombre a golpe de ratón, lo ponemos en google, y al cabo de un rato ya podemos oírlo, en medio de una montaña de otros grupos a los que accedemos casi sin restricción alguna. Cuando hace unas semanas hice esto mismo con el Algiers (ANTI-, 2012) de Calexico, añoré de veras aquellas épocas ceremoniosas que ya nunca volverán (hasta que me pase al vinilo).

Porque Joey Burns y John Convertino, al margen de un par de bandas sonoras (Circo y The Guard), llevaban 4 años sin publicar nada nuevo, y eso es mucho tiempo; tanto, que merecería aquella ceremonia. Con este son ya 7 discos los que los contemplan, a parte de la extensa carrera que desarrollaron previamente en Giant Sand, desde mediados de los '80. Calexico no ha sido nunca una banda paralela: ha desarrollado un estilo y un sonido propios desde el principio, desde su primer álbum, Spoke (producido por el sello alemán Hausemusik en 1996, cuando de hecho aún se llamaban así, Spoke, y reeditado con el sello Quarterstick Records al año siguiente, cuando ya eran Calexico). Un estilo a medio camino entre el pop-rock indie del suroeste de los EEUU y el folk alternativo del norte de Méjico, de estética fronteriza y cinemática, pero con bastante más garbo que el spaghetti western. De gran carga emotiva, cada Cd de Calexico es una obra aparte, donde coquetean con géneros y tendencias dispares, pero remarcando siempre el de dónde son a fuego, como la marca de propiedad en la piel curtida de las reses.

Algiers responde perfectamente a la línea general del trabajo de la banda. Tal vez no sea el mejor, ni el más arriesgado, ni el más característico de sus Cds, pero transmite esa cálida y reconfortante sensación que se siente al volver a casa y comprobar que las cosas no han cambiado casi nada. En este caso, la casa de Calexico es el desierto de Sonora, el Bosque Petrificado y el Río Pecos: un terreno baldío bajo el sol y sobre el polvo del recuerdo de unos antepasados que no supieron nada de naciones o fronteras, pero que dejaron huella en lo cultural. Porque lo que siempre ha hecho esta banda es lo que ahora se alaba de otras como Fleet Foxes o Mumford and Sons: rescatar las raíces musicales de la propia tierra y darle vida mediante su reconceptualización. Nos hacen así partícipes de su propia cultura identitaria mestiza.

Da la sensación, en cualquier caso, de que la voluntad de exploración ha acabado en Calexico. Al menos en un sentido extrospectivo, o en relación a otras músicas no directamente emparentadas con sus genes. La experimentación ahora gira más sutilmente en torno a su propio universo, adentrándose más a un lado (No Te Vayas, Puerto y, en menor medida, Algiers) y a otro de la frontera. En cierto modo, parece la reflexión, introspectiva y cansada, de quien observa el fin de un camino, o de una separación, desde el borde del mar, donde el rumor eterno apacigua la tristeza, cicatriza las heridas y otorga calma y perspectiva a nuestras almas. Hay en Algiers un punto de fuga y de huida (sobre todo en Fortune Teller) que se adentra en el océano, hacia el oeste, hacia el ocaso, emocionante e intenso: muy de Calexico. Pero aunque la sombra que creen, en su incansable caminar (parece que hacia Comala), siguen entornando los ojos, pues se hallan bajo el mismo sol justiciero de siempre.

Algiers se mueve entre el típico medio-tempo de Calexico, un galope de poncho y arrastre, y la canción lenta, al fuego de la sedosa e invariable voz de Burns, con un ligero anestesiamiento progresivo, a la vez que también se permiten los pocos juegos con el verdadero son de Jalisco. Como siempre, los de Tucson logran narrar un relato de viajes casi al completo: describiendo la peregrinación por el desierto, la expiación a través de la música. Desde Epic a The Vanishing Mind, perdiendo fuerzas, pero ganando experiencia y sosegada sabiduría. Como la de los chamanes que se quedan ciegos. La primera, y Splitter, rebosan energía: de turbada decisión la que abre el Cd, como quien repite el mismo sacrificio, con oficio, una vez más; y de honrado entusiasmo la segunda, rozando el tipo de melodía más abierta y popera de la banda, cercana al Garden Ruin (Quarterstick Records, 2006).

Pero rápidamente llegamos al hueso del Cd, a la médula rítmica y al tono legendario, pero cubierto, que marca el destino de aquel viaje del que hablaba antes. Sinner In The Sea, con la acústica bien afilada, los punteos al atardecer, las trompetas en el eco, batería de palo y bajo pisando el suelo de fuego a tímidos saltos, se rompe a los dos minutos a base de piano y teclado, en un oscuro reflejo del caminante que, solitario, se acaba enfrentando en un narcótico descenso consigo mismo: nuestro único verdadero enemigo. Parece la primera noche del viaje; y Fortune Teller la primera mañana de después: cuando más claro se ve el horizonte, el punto de fuga. Guitarra, batería, y la voz de Burns ululando como el viento recio del alba, que nos empuja, en silencio, a seguir adelante. Pero el camino no es fácil, y la majestuosa aunque funesta Para, nos lo recuerda. Con arreglos de buen cine, con trompetas y violines que suben cuando hay que apretar el corazón, se presenta como la premonición de una desgracia que sobrevuela.

Algiers, el tema que le da nombre al Cd, y que es su epicentro, es una sonata instrumental, apoyada en acordeón, batería de feria ambulante, y en una guitarra que parece salida de una plaza cualquiera de toros de un desierto inanimado. Si concebimos el Cd como una travesía hacia el océano, hacia la salida, trazada justo sobre la frontera, con etapas en un lado y etapas en el otro, Algiers sería el funambulismo de intentar estar a la vez en uno y en otros, y también a la vez, en ninguno de ellos. Y Maybe Monday, en ese sentido, es la etapa en Arizona, pero con la amarga nostalgia de Méjico. Porque Calexico representa también esa cruel ambivalencia del sincretismo, que te hace sentir dividido en dos; la brecha del emigrante, de quien tiene una clara división en sus recuerdos y sus ancestros. Por eso se busca el consuelo del mar, porque siempre hay algo amado en la otra orilla.

Puerto, con su bilingüismo, letrístico e instrumental, parece entonces el inestable equilibrio de la fórmula mestiza, como en los mejores tiempos de Amparanoia, recordándonos que los genes castellanos se hallan por doquier. Con el ritmo más acelerado del Cd, es un tema de duelo bajo el sol del mediodía. A partir de ahí, en el último tercio del Cd, parece como si se hubiera perdido ese duelo, y la rendición, en lugar de ser amarga, fuera como una liberación. Better And Better es solo una voz, dos guitarras hermanadas, y una batería de pulso lento y tranquilo. Se vislumbra el final, y la claridad más allá del horizonte. No Te Vayas es la despedida definitiva de Méjico, y solo queda sentarse a la orilla y mirar el mar.

Hush y The Vanishing Mind son el destino que se respiraba en el disco desde que empezó el viaje. Se impone el ritmo lento, la fijación de las guitarras, la claridad de la voz de Burns, que respira en cada bocanada, y esos arreglos sutiles que van creciendo en ambas, y que otorgan la fotografía de fondo de la película que nos han planeado, y que nos plantean siempre en cada disco. Algiers en seguida resulta familiar y cercano, porque son enteramente reconocibles y fieles a sí mismos. Cuidado hasta el mínimo detalle, es un trabajo hecho con cariño, que suena más a despedida que a llegada. O tal vez, no es más que el eterno y cíclico volver a casa.


SHARON VAN ETTEN




La nota distinta: las otras nunca lo harían.

Sharon van Etten es, en estos momentos, el principal motivo de mi felicidad. Sé que es superficial, efímera y basada en ese placer que pruebo y reconozco cuando descubro un artista o grupo que me enamora a primera vista: noto el pecho más ancho, una sonrisa siempre latente, y unas ganas tremendas de contar lo que oigo, siento y observo. Y la vida es así: hace un mes no la conocía, era solo uno de los incontables nombres que había leído, y que tenía pendiente; me la perdí en el Primavera Sound. Pero cada cosa tiene su momento, supongo, y así disfrutaré durante todo el verano de las ansias de querer escucharla en directo. La cita: a finales de septiembre en Madrid, Valencia y Barcelona.

Lo que sé de Sharon van Etten lo aprendí en Wikipedia, pero todo lo que demás me lo enseña ella cuando canta. Sé que es de Jersey, que Kyp Malone, el de los TV On The Radio, la animó a iniciar su carrera musical, que ha colaborado con The Antlers, que su último Cd, el primero que he escuchado yo, TRAMP, lo ha prodcido Jajgaguwar, y que se ha grabado en el estudio de Aaron Dessner, de The National. Pero también intuyo, yo solito, que esta chica va a llegar muy lejos: por lo menos, al lugar que le corresponde dentro de la generación de mujeres que, en el mundo anglosajón, se está haciendo con el control del rock. Del corte de Cat Power, PJ Harvey, Mazzy Star, Leslie Feist o St. Vincent, la de Jersey compone un folk educado en la urbe, suave en su definición, pero triste en su andadura. Una suerte de baladas modernas, envueltas en una voz preciosa que no alardea ni especula. Pero además, Sharon van Etten tiene siempre una nota distinta, un punto diferenciador.

ALABAMA SHAKES



Y el sol salió por Alabama.

Después del frío y oscuro invierno, de la intimidad y el recogimiento de las noches largas, siempre hay un disco que abre la veda de la primavera, de la extroversión y el colorido, uno que simboliza el inicio de la frescura renovadora, del renacimiento, y de la ilusión del volver a empezar. Luego puede que vengan más, o quizá es que simplemente nos sentimos atraídos por el primer sonido que pega con el sol, con los pantalones y las faldas cortas, con la playa o con el dolce far niente, pero como pasa con la pesca del primer atún rojo del año, siempre hay uno que marca el inicio; y suele ser el más grande y hermoso. Y en esta ocasión, la veda la han abierto los Alabama Shakes con su disco de debut BOYS & GIRLS.

De todas formas, opino que si este Cd se hubiera lanzado al mercado en pleno enero, hubieran dado igual las lógicas meteorológicas que aseguraban lluvias y mal tiempo, al menos, hasta marzo: el sol habría salido cada mañana desde Athens, Alabama para iluminar con su calor al planeta entero, convocado por el maravilloso rock-soul que hace este cuarteto. Pero al final se ha presentado ante el mundo en primavera, como hacen las flores, animadas por el astro rey. Ha brotado con fuerza, con un esplendor especial que lo hace tremendamente atractivo y hasta vicioso. Dura apenas 36 minutos, pero dudaría de la salud mental de aquel que, al descubrirlos, no se pase una hora, u hora y media, escuchándolos. No saturan porque cada tema es como un chapuzón en deliciosa agua pura, como el primero de cada verano; el único riesgo es acabar con la piel arrugada de tanta frescura.

BOYS & GIRLS es un discazo de soul fabricado con las armas del rock. Sin entrar en comparaciones, me resulta muy enmarcable en una corriente de música americana sureña que, tal vez solo durante los años de actividad de Janis Joplin, logró unir algunos de los elementos del soul más clásico, con otros relativos al folk y al southern rock. Ahora, con la influencia de formaciones como The Black Crowes, Kings Of Leon o The Black Keys en el horizonte, Alabama Shakes rescata ese genuino sabor a parrilla y libertad que tanto echamos de menos durante varias generaciones. La suprema y poderosa voz de Brittany Howard, que se desgarra y se recompone a su antojo, que sube y baja en volandas, cabalga ágil y sin montura sobre una base musical que parece hecha a su medida. No en vano, entre su voz, su guitarra, y el bajo de Zac Cockrell, nació este proyecto musical. Después se unieron el batería, Steve Johnson, y el guitarrista Heath Fogg: costaleros de la nueva diva del rock-soul americano.

Ben Tanner es un quinto integrante que se une a la banda como teclista para la grabación del álbum y para los conciertos: una aportación que resulta fundamental pues con él se desglosa un catálogo de elementos que remarcan la genética y el origen del sonido de Alabama Shakes, desde el teclado de ghospel de I Found You, a la pianola de saloon del medio oeste de Hang Loose. Eso sí, siempre con una vocación blusera muy al servicio del alma de cada canción: relanza finales apoteósicos como los de You Ain't Alone o Be Mine, verdaderos revivals de la esencia de la Joplin, y sostiene y contemporiza el pulso del esplendoroso lamento de Howard en éstas y en Heartbreaker. Esta aportación base, junto a un bajo en constante bamboleo, permite a las guitarras hilar muy fino: incluso en temas donde se nota menos, como Hold On o Boys & Girls, asumen el peso a base de pinceladas; con un fraseo seguro, alegre y ordenado en la primera, que abre el Cd en forma de impresionante mordisco, y dibujando un arpegio matutino en la segunda, que a parte de dar nombre al disco, aporta la necesaria pausa que toda buena experiencia debe tener. Son guitarras limpias, sin desperdicio alguno, que siempre acompañan desde atrás los cambios de ritmo e intensidad que ordena la jefa.

Lo mismo vale para la batería, rockera 100%, pero que parece agitarse y sonarse sola ante la vibración interna de Brittany Howard: se diría, si no fuera porque es pleno mérito del señor Johnson, que es una extensión, o una traducción rítmica del proceso que vive la cantante y guitarrista en cada canción. Su voz activa platos y redobles. 

Con todo se conforma un disco que vale la pena escuchar, que es capaz de curar, como lo hace el soul, sin material quirúrgico alguno, y de sacar al más timorato de su ya recalentada guarida invernal. La búsqueda de un hit que sobresalga claramente del resto nos hará reproducirlo una y otra vez, para darnos cuenta al final de que no hay rendija por donde hincarle el diente si queremos comérnoslo a pequeños bocados: BOYS & GIRLS de Alabama Shake es un disco que se engulle de un solo mordisco.

DEER TICK. Madrid, 23-03-2012.



El auténtico sabor del rock a la brasa.

Creo que hay alguna cadena de hamburgueserías que tiene como lema algo así como “el auténtico sabor americano”: el regusto a brasa en la carne, o el potente olor a salsa barbacoa, acompañados de la arquetípica figura del cowboy solitario, por ejemplo, nos hacen pensar a todos automáticamente en el característico aroma estadounidense. Su anuncio bien podría llevar la música de Deer Tick, una banda de Proividence, Rhode Island, que ayer golpeó con fuerza las tablas de la madrileña Sala Marco Aldany (antiguamente Sala Heineken, y más aún, Sala Arena). El quinteto, configurado en torno al guitarrista y cantautor John McCauley, hace un folk con indiscutible morfología de rock, y forman parte de una última generación de artistas (no solo norteamericanos) que, en los últimos diez o quince años,  han revalorizado la música de sus ancestros locales, y la han presentado al mundo de manera renovada y más subjetiva que nunca. En la era del neo-folk global, Deer Tick representan el auténtico sabor americano.

Y no es que no haya, en el panorama independiente o mainstream, formaciones más ortodoxas en lo que se refiere a elementos propios y hasta únicos de la música tradicional de Norteamérica, pero teniendo en cuenta la extensión y variedad social del país, sería una locura pretender hacer o encontrar una música que abarcase toda esa vasta cantidad de culturas sonoras. Deer Tick, en ese sentido, ni siquiera parece hablarnos de un lugar concreto dentro de ese entramado, recurriendo o presentando características determinadas de una u otra tradición local: un folk sin domicilio fijo, podríamos decir. Pero precisamente por eso, también podríamos pensar que las raíces a las que hace referencia este reciente fenómeno musical, no están tan ancladas a la tierra como a la colección de discos de sus protagonistas creadores. Unas raíces y una colección que deberíamos denominan como pan-norteamericanas.

Ayer presentaban el que es su cuarto disco en apenas cinco años: Divine Providence, a grandes rasgos, sigue la línea de sus anteriores trabajos, aunque el punto de fuga, al menos con respecto a The Black Dirt Sessions, se haya acercado bastante al espectador. En mi opinión, el tono más rockero que se respira en este último trabajo, y en consecuencia en el concierto de anoche, disminuye la riqueza de detalles plásticos y descriptivo-evocativos que focalizaban más su sonido hacia el folk pan-norteamericano al que venían derivándose antes. Aunque en absoluto hagan ahora otra cosa, sí es cierto que parecen haber abrasado más al fuego la carne de sus composiciones, o dejado demasiado bajo el sol el bote de barbacoa de su morfosintaxis instrumental. Ahora, cuando McCauley saca la voz, toda esta palabrería sencillamente sobra.

Curiosamente, tardaron en calentarse, como un insolado que tiene frío por el exceso de calor acumulado. Diría que hasta Clownin Around, la 9ª de 15 que tocaron, no disfruté verdaderamente del recital: no me caló profundo, por ejemplo, la nostalgia de Chevy Express, ni me transportó a ningún lugar especial Baltimore Blues No. 1. En realidad, el ritmo entrecortado y canalla de The Bump y Easy, temas con los que abrieron la velada, ya anticipaba el sonido general que caracterizó el resto del concierto: un rock para noches de alcohol y medida soberbia y desenfreno. De hecho, me atrevería a decir que McCauley da lo mejor de sí mismo con unas cervezas encima (como buen irlandés). Así, con eso de que la faceta vocal se repartía entre los cinco, logró pillarnos por sorpresa con su voz en los últimos 4 o 5 temas antes del corte: Funny World y, sobre todo, Christ Jesus, sonaron ya con más cuerpo y resultaron emocionantes.

Cabe destacar, por otra parte, la insistente aportación de un teclado blusero que ha ejercido en Deer Tick una apreciable influencia hacia el cuero y las barras de bar. Quizá por eso dio la sensación, durante el concierto, de que muchas mujeres allí presentes notaban sus oídos transformados, cada vez más, en verdaderas zonas erógenas, activas y bien acariciadas. También la espectacular batería de Dennis Ryan, miembro original del dúo embrionario de la banda, contribuyó a recrear la atmósfera de suelo pegadizo de bar, clavando al público y activando, entre los hombres, sobre todo, el gen canalla que todos hemos tenido alguna vez. Y, por supuesto, la notable comunión existente entre McCauley y Ian O’Neil, el otro guitarrista, ex de Titus Andronicus, también ayudó a que se creara una conexión adecuada entre la banda y su público.

Tal vez Deer Tick se preocupe demasiado en definir su estilo para permanecer y sobrevivir al vertiginoso ritmo de los acontecimientos en el mundo de la música, en la vorágine de bandas independientes y el libre acceso a todas ellas. A fuerza de querer diseñar un sonido propio, personal e imperecedero, quizá resulte ya un poco antinatural el último giro que le han dado a su música. Pero al menos siguen demostrando algo que es inherente a su condición: ese auténtico sabor del rock a la brasa.

Fotos de Pablo Luna Chao.

Escucha el setlist (parcial) del concierto en Grooveshark.

También disponible en Alta Fidelidad.

THE BLACK KEYS



La eterna reproducción.

Lo han vuelto a hacer. The Black Keys no fallan. Cuando todo el pescado parecía vendido en 2011, en diciembre, y casi sin tiempo para degustarlo antes de Navidad, este dúo guitarra-batería reventó la lista de lo mejor del año. Pero claro, de esta manera no podemos decir que la banda haya caracterizado el año que recientemente hemos despedido: PJ Harvey y Bon Iver, en cambio, sí lo han hecho porque sus discos, editados el 11 de febrero y el 21 de junio respectivamente, han caminado, majestuosos, a lo largo y ancho de todo 2011. Polly Jean y Justin Vernon han sido, con todos los honores y la legitimidad, la reina y el rey del año pasado. Sin embargo, EL CAMINO de The Black Keys es, irónica y curiosamente, 2012.

Dan Auerbach y Patrick Carney son The Black Keys, una banda de blues-rock y rock garage que nació en 2001 en Akron, Ohio, y que están partiendo cada vez más la pana. Y no es que al principio no fuesen buenos y hayan ido mejorando, es que al principio ya eran la reostia, y aún así cada disco suyo es como una enorme zancada hacia adelante. The Big Come Up (2002), su primer Cd, sonaba tan americano que hasta parecía que ayer mismo era 1970, y que Jimi Hendrix seguía vivo. A partir de ahí, con el paso firme de 7 discos en apenas 9 años, han dejado evolucionar su propia música; la han escuchado, como nunca un creador omnipotente había escuchado antes a su obra viva; la han dejado desarrollarse de forma natural, sin forzar una sola nota, sin imposición alguna. Y el resultado es que hoy en día hacen una música limada, pulida y poderosa: The Black Keys son un monumento musical reconocible desde el espacio, pero además, su sonido tiene ese halo de libertad y magia creativa que muy pocos tienen. Porque se nota cuando alguien está contento con lo que hace, cuando sus manos son un manantial de creación, un torrente puro y directo desde sus entrañas, y cuando su música es la perfecta traducción de un eterno proceso interior. Y se nota también cuando fluye todo eso entre dos o más personas: en este caso entre la voz y la guitarra de Auerbach y la batería de Carney.


BON IVER



Hay gente que hace del mundo un lugar un poquito mejor.

2011 ha sido el año de mucha gente en el mundo de la música, pero creo que por encima de todos ha destacado el binomio compuesto por PJ Harvey y Bon Iver. La primera porque con su décimo disco se ha elevado ya a la categoría inalcanzable de diva universal; y Justin Vernon, porque con su segundo álbum ha demostrado que es posible convencer a todo el mundo de forma unánime. La emergencia de esta nueva personalidad musical es un hecho que debería hacer del mundo un lugar un poquito mejor, un lugar un poco más acogedor y seguro. Porque escucharle reconforta; ejercita los músculos del cariño, de la sinceridad y de la comprensión; y porque su música parece la fórmula mágica que es capaz de extender la bondad por toda La Tierra.

Bon Iver ha superado con creces las expectativas generadas por su primer Lp, creando un Cd enorme de donde uno, una vez dentro, ni puede ni quiere salir. For Emma, Forever Ago, sin embargo, resulta ahora un trabajo más limitado y finito al lado de este inconmensurable y eterno BON IVER. Evitando cualquier acepción peyorativa del término, podría decirse que resulta también más superficial. Es, en apariencia, más sencillo, más de cantautor solista acompañado de una guitarra acústica. BON IVER, en cambio, es profundo como la luz cambiante del atardecer. Es como esas majestuosas e inquietantes grutas que grabó Herzog en la Antártida: incontestables obras maestras de la naturaleza esculpidas en el hielo que, segundos después de mirarlas, han cambiado irremediablemente su aspecto.


MY MORNING JACKET


Empieza a ser habitual que grandes bandas consolidadas compren iglesias en sus pueblos para convertirlas en estudios de grabación. No creo que el oído humano esté preparado para apreciarlo de primeras, pero lo cierto es que las casas de Dios han sido siempre lugares donde la música se manifiesta de manera especialmente sobrecogedora, grandiosa, y tremendamente poderosa. Los últimos en seguir esta extraña costumbre han sido los norteamericanos My Morning Jacket. Se podría pensar que la voz de Jim James solo cabe en edificios de ese calado, de tan imponente porte como el que tienen las iglesias; pero en realidad es en la voz de Jim James donde cabe todo Dios.

CIRCUITALS es el sexto álbum de la banda de Kentucky, y con cada disco llegan más alto en las listas de venta de todo el mundo. Poco a poco van enamorando, con ese estilo de rock sano, vigoroso e íntimo a la vez, colorido y lleno de vida: un rock con los ojos bien abiertos, capaces de apreciar todo lo bello que el mundo nos ofrece cada día. My Morning Jacket es como un buen tipo, como un gran tipo; sería de esas personas llenas de bondad, absolutamente incapaces de la más mínima maldad, que solo reparten buenas intenciones; de las que te fías conociéndolas de un día.

Z es, seguramente, su mejor disco hasta la fecha. Ningún otro me parece tan completo y equilibrado. Este CIRCUITALS, pese a ser, como siempre, un trabajo muy correcto de la banda de James, no me parece de esos discos que los dejas correr en tu reproductor: sobresalen temazos, y corre el riesgo de acabar siendo recordado simplemente por haberlos contenido, y no por formar parte de un todo imparable, coherente y firme. En general, opino que el disco se sustenta en dos piezas iniciales gloriosas, Victory Dance y Circuitals, y un par de temas hacia la mitad que hacen que el descenso hacia el final no sea una cuesta en picado: Holding On The Black Metal y First Light. Curiosamente, es ese hasta ahora inédito deje soulero de hombretón negro el que termina por salvar el Cd. Pero claro, ¿quién es el iluso que aún espera encontrar un disco de folk cuando abre la caja de My Morning Jacket?

No sería justo decir que el resto de las canciones son malas. Todo lo que hace esta banda es envolvente, detallista y cálido, como un salón con chimenea, alfombras gruesas, madera y mantas; como un fuego que chisporrotea mientras el otoño avanza tras los fuertes muros de piedra. You Wanna Freak Out tiene, además, el brillo colorido de la luz pasando pura por las cristaleras de su iglesia; Slow Slow Tune y Movin' Away esa calma nostálgica de los viajes de vuelta. Y no digamos Wonderful (The Way I Feel), que nace de un arpegio cantado en soledad, para acabar siendo, esta vez sí, un pequeño hit de granero. The Day Is Coming y Outta My System, para mi gusto, encajan un poco peor: prometen más de lo que luego dan (o quizá es la injusta maldición de las canciones que van después de los temazos).

Merece mención especial, de todas maneras, el espectacular inicio del CIRCUITALS. Son 13 minutos exactos de tremendo rock: de ese que no tiene apellidos, pero que es capaz de detener unos segundos el movimiento de La Tierra cuando suena en directo en algún punto del planeta. Dondante seguirá siendo indiscutiblemente la mejor canción de My Morning Jacket, pero Victory Dance y Circuitals se le han acercado bastante.

La primera tiene un poquito de lo mejor de Pearl Jam y bastante de esa capacidad que tiene Coldplay para emocionar explícitamente. Empieza extraña, con el canto de dos pájaros (JJ y una guitarra), y un teclado que comienza marcando el camino. Al poco entran la batería y el bajo para poner orden, y conducir el tema siempre hacia arriba, siempre hacia adelante. La guitara empieza a lijar sobre el insistente carril del teclado, cada vez más fuerte, más profundo, y pronto romperá el huevo y saldrá a volar, en un punteo que llega ya cuando el tema ruge y alcanza su nivel de progresión más elevado. Miento, porque después aún queda ese tremendo redoble que en directo debe poner patas arriba toda la santísima creación del Señor.

Circuitals, la canción que da título al álbum, aunque me guste unas décimas menos que la anterior, es una de esas pistas que se rayan en pocos días, un hit indiscutible. Teniendo en cuenta de donde viene, es como el triunfo de la primavera sobre el duro invierno; es la delicia de ver una flor naciente abriéndose poco a poco, creciendo hasta llegar sana a su máximo esplendor. Es una oda a esa fuerza de la vida que es capaz de abrirse paso siempre entre la muerte.

Con tan tremendos chutes al principio es normal que el resto del disco no parezca estar a la altura. Y no está, desde luego, a la altura de estas dos piezas iniciales, pero sí con respecto a su evolución discográfica en los doce o trece años que llevan tocando. Con CIRCUITALS debe pasar como con la heroína, que nunca un viaje será igual que el primero: siempre andarás buscando, como el pobre yonki de las esquinas, tu Riding The Dragon particular. Pero ni Victory Dance ni Circuitals vuelven a sonar.

THE BLACK ANGELS



Si tuviera que apostar, diría que estos chicos de The Black Angles formaron su grupito en 1969-70 y, accidentalmente, inventaron también una máquina del tiempo con la que viajaron hasta 2005. Con el paso de los años, y después de 3 discos, disimulan mejor; pero indudablemente su sonido es de una época que ya pasó hace mucho tiempo. De ser así, tendrían su mérito, pues habrían sido precursores, en cierto modo, de todo el movimiento Madchester, y del Brit-pop de los años '90.

The Black Angels son de Austin, Texas. Passover, DIRECTION TO SEE A GHOST, y Phosphene Dream son todo su trabajo: reminiscencia de una época donde el miedo no nos imedía soñar cada noche. Un sonido de vocación psicodélica, pero con la amabilidad y las buenas maneras de unos músicos muy lúcidos. The Black Angels son una especie de reencarnación de los Jefferson Airplane, pero pasado por la licuadora intelectual de principios del nuevo milenio. Y entre las más descaradas influencias, es inevitable nombrar a los Stone Roses, Kula Shaker, o The Charlatans. Suenan americanos, psicodélicos, tejanos, bluseros, pero también a la estilizada elegancia británica herencia de los Who, a ese ritmo irreverente, tan propio de los súbditos de su majestad.

Passover es un disco concreto de claras intenciones, compacto y aguerrido. Un sonido que solo carece de piedad. DIRECTION TO SEE A GHOST es el más experimental de los tres, elepicentro de mi pasión por esta banda, y Phosphene Dream, su último trabajo, el que van a presentar en el Primavera Sound, una evidente apertura, un sonido mucho más ligero y directo. Su tercer Cd aburre un poco, y eso que fue el primero que escuché. No, la esencia de esta banda reside en sus dos primeros trabajos, sin duda. DIRECTION TO SEE A GHOST destaca por el equilibrio perfecto entre esas dos referencias: el rock psicodélico americano de los '60-'70, y el brit-pop de principios de los '90. Frente al frontalismo del Passover, en el segundo Cd hay una aire más liberado, las notas se disparan en todas direcciones. Tiene muchísimo más contenido musical que los otros dos, desarrollos más largos, y adornos de presencia más intensa.



La verdad es que nada de estos tejanos tiene desperdicio. Cada disco tiene su valía, sus cualidades, su sonido redondeado y coherente. Pero entre ellos se pueden percibir pequeñas diferencias que nos hablan de un grupo en perpetua edificación. La psicodelia del DIRECTION TO SEE A GHOST, por ejemplo no es tan pura y libre en sus otros Cds, lo que hace de éste su trabajo más completo. Todos los temas superan los 4:30 minutos, y todos contienen diversos espacios musicales donde juegan con el blues de garaje, el poder manipulador anímico de los platos de una buena batería, y la movilidad apática derivada de la voz explayada de Alex Maas. El secreto de este álbum es la especie de onda expansiva en la que se manifiestan todas y cada una de las notas. A veces suenan más a The Verve, como en Doves o 18 Years, otras a Kula Shaker (en Deer-Ree-Shee), o en general, al pop-rock británico como In YOur Color, y otras veces reflejan la actualización de un sonido prototípico de los Jefferson Airplane, la Velvet Underground o The Jimmi Hendrix Experience (en el trasfondo de casi todos los temas, pero más especialmente en You On The Run, Science Killer, Mission District, Never/Ever, Vikings o la interminable Snake In The Grass).

The Black Angels difícilmente llegue al gran público. No es en absoluto una rareza; es más, es una mezcla de cosas que ya son, y suenan, clásicas. Pero aunque estén en una línea cercana, por ejemplo, a The Black Keys, o Black Rebel Motorcycle Club, The Black Angels representan el lado más oscuro y ácido del rock-blues alternativo y del folk sureño norteamericano, o la vertiente más psicodélica de aquel garage que, en el noreste, se desarrolló paralelo al movimiento grunge. De lo que estoy seguro es de que son buenos músicos, y por tanto imagino que gustarán mucho en directo. Eso sí, en festivales de música independiente, por el momento.





THE TALLEST MAN ON THE EARTH



Aquellos extraños e intolerantes fans de Bob Dylan, aquellos que le abuchearon, que le negaron el aplauso, y que le tildaron de traidor (a ellos, a sí mismo y a la música) concierto tras concierto, seguramente habrían entregado sus corazones a este joven sueco (de estatura media-baja) que tan bien está interpretando la música folk. Sin embargo, aunque bien podría provenir de la más profunda América, The tallest man on the Earth es, sobre todo, un sonido universal.

Cargado tan solo con una guitarra, un banjo y una voz alucinante, este chico desarrolla una música sencilla, intimista y dulce: hace del folk una experiencia tierna, un apacible viaje, al aterdecer, a través de interminables y suavizadas explanadas. THE WILD HUNT, su segundo Cd, refleja eso hasta en la portada. Sin embargo, he elegido la de su primer EP, pues describe más al artista que al sonido: un hombre medio desnudo, sencillo, sin complejos, que toca, nace y crece junto a la tierra y la naturaleza.

Es inevitable la comparación. Pero en este caso, es también un placer y una gran riqueza. The tallest man on the Earth, como decía antes, enlaza con la tradición musical en la que nació el gran mito americano de Bob Dylan, con la de los fieles herederos de Woody Guthrie. Su concepto rítmico (creado, cómo mandan los cánones, solo en base a guitarra y banjo) y estético son el 'abc' del folk del suroeste norteamericano, sin adornos ni florituras insustanciales. Tan solo suma la virtud de la juventud y de la vitalidad, el desahogo de un sonido puro y natural; la delicadeza y la frescura de sus composiciones.

Y, claro está, una voz especial. Lo bueno, en este caso, es que pese al tremendo parecido, THE WILD HUNT es un disco que no podría ser de Dylan. Entre otras muchas cosas, porque es mucho más clásico que cualquiera de los suyos, porque es amigo de los finales felices, porque la disciplina de su forma de cantar le resta ese punto de genialidad, y porque este pequeño gran chico sueco apenas ha empezado a caminar. Kristian Matsson ha demostrado que domina un determinado estilo de música. Su apuesta, pese a ser clasicista, es arriesgada (por la evidente comparación). El futuro dirá si es capaz de evolucionar esa estética y perfilar aun más su personalidad musical. Por lo menos esa es la apuesta del joven sello independiente Dead Oceans (hermano pequeño de Secretly Canadian y Jagjaguwar). Otra prueba de la buena salud del indie americano.


You're going back

The wild hunt (en intimidad)

Burden of tomorrow

HOLA A TODO EL MUNDO



El álbum de debut de esta banda madrileña, HOLA A TODO EL MUNDO, es toda una declaración de intenciones, de proyección, y de hasta dónde quieren llegar con este ambicioso sonido que practican. Una música fresca, intimista y expansiva a la vez, que juega a ratos con nuestras emociones, y a ratos con nuestra más inocente imaginación. Es la banda sonora de nuestros sueños más hermosos.

El sonido de Hola a todo el mundo no es habitual en nuestro país. No es tanto una rareza que canten en inglés, sino la apuesta por una desheredada tradición musical, por la ambientación neo-folk de sus canciones, por la riqueza y delicadeza instrumental (violines, banjos, acordeones, flautas, xilófonos, y todo tipo de panderetas), y por la búsqueda, a medio camino entre el pop y el soft-rock indie, de un sonido propio y personal, de evidentes y notables referencias, y con un sabor a la paleta de colores luminosos más amplia que podamos imaginar. Discípulos avanzados de Arcade fire, herederos de la incansable magia orquestal de lo último de Sigur Rós (Med sud í eyrum...), y amantes de la tierra y las raíces, como Fleet foxes, Hola a todo el mundo puede considerarse una de las apariciones más necesarias en la escena musical española. Vienen a llenar un gran vacío.

HOLA A TODO EL MUNDO es un disco potente, donde cada nota huele a primavera, a ilusión y a energía vital positiva, de decorados tremendamente desenfadados, y delicados por momentos. Cada canción es un universo propio de ritmos y estructuras cambiantes, complejas composiciones llenas de talento, de grandes aspiraciones, y de una humildad difícil de ignorar. Hola a todo el mundo han creado un sonido inconfundible que, espero, marque un antes y un después en la música indie nacional.


Making your mum your best friend


Amor fati

Inuit tale

MONSTERS OF FOLK



Lo primero que llama la atención de Monsters of folk es el impresionante currículum de sus miembros: M. Ward (de M. Ward y She & Him), Jim James (de My morning jacket), Conor Oberst y Mike Moggis (de Bright eyes). Lo segundo que llama la atención es que ninguno destaca sobre los demás, y no es la extensión de ninguna de las otras bandas relacionadas aunque determinados temas tengan un aire. No es una suma de nombres, sino de músicos. Lo tercero, una vez escuchado, es que, efectivamente, son enormes, unos monstruos; lo hayamos apreciado o no, hemos estado escuchando folk. ¡Abramos nuestras fronteras, refresquemos nuestras referencias: el folk se esconde en cada nota, vibra en cada cuerda, nace y muere en cada voz!

Quizá me equivoque, pero el fenómeno musical de las primeras décadas de la música occidental, del poprock, de la música independiente, puede ser la regionalización del sonido, la inspiración profunda en referencias, en músicas, en tradiciones locales. Por lo menos hay que admitir que está madurando una joven generación de artistas, en América sobre todo, que están destacando precisamente por la reinterpretación, ya no tanto de los estilos, de los sonidos y de los artistas locales (que también), como del propio entorno en el que han crecido. Lo bonito, lo nuevo de este neo-folk es, precisamente, que no es que recuerde a tal o cual grupo, sino que realmente suena a verdadera y nueva observación; del entorno, del territorio, de las gentes y los hábitos que pueblan las diversas zonas de EEUU. El folk de hoy no puede sonar al de ayer, porque el tiempo ha pasado, la gente ha cambiado. No obstante, algo recuerda a lo de siempre.

Monsters of folk está comuesto por un músico de Kentucky, dos de Nebraska, y un californiano adoptado por Oregón. Su música atraviesa el país como una esponja, veterana, relajada y fumando un pitillo tranqulia en el asiento de copiloto de un Dodge Challenger amarillo del '70. Su música viaja, mirando a izquierda y derecha (sur y norte), para después desprender un torrente cálido de rock acústico y country, con gotas templadas de blues, pop y hasta swing y white soul. Su música es, fundamentalmente, acústica, con momentos de intensa intimidad, y otros de sincera extroversión; con una producción impecable, y un sinfín de arreglos y texturas que solo pueden evocar un paisaje en movimiento. Vivo, y captado en su más absoluta, bella y perfecta naturaleza.

El MONSTERS OF FOLK, hasta ahora su único trabajo, es un disco delicioso, un desafío a la sensibilidad, una caricia del viento que recorre las grandes llanuras de Norteamérica que nuestra piel agradecerá. Es un sonido limpio, puro y sincero; sin prisas, que a veces recuerda al último galopar, a la última escena de John Wayne alejándose, en Centauros del desierto, pero que, sin embargo, siempre hace que nos sintamos muy bien acompañados.


Temazcal

The right place

Map of the world

CALEXICO



Uno de los fenómenos musicales más interesantes de las últimas dos décadas es la folkización de la música rock, la vuelta a las raíces, la búsqueda del sonido más tradicional, la reinterpretación de las músicas locales, una suerte de regionalismo musical que proporciona una variedad de sonidos en la escena rock que, según mi opinión, no tiene precedentes. Nuevas generaciones que no olvidan a sus muertos, pero capaces de transformar lo viejo en nuevo en base a un poroso eclecticismo. Calexico, en este sentido, es una de las bandas más importantes del momento, delicioso ejemplo del neo-folk-rock del suroeste norteamericano.

FEAST OF WIRE es su cuarto disco de estudio, su obra más madura y ecléctica. Su sonido huele más que nunca a frontera, al sigiloso transcurrir del tiempo bajo el sol de Agua Prieta, sobre el plomizo discurrir del Pecos River. Provienen de Arizona, tierras áridas entre el Bosque Petrificado y el Desierto de Sonora, tierras de western, de pistolas al amanecer, y de resacas de tequila, mezclada con mezcal. Su música refleja la onírica narrativa de Juan Rulfo (quizá más en su último disco, Carried to dust), el respeto hacia una naturaleza incontestable, y el lacónico y poético caminar hacia la nada, en busca de la salvación eterna, del merecido descanso eterno de los corazones negros.

Calexico expone en este disco una tremenda variedad de sonidos e influencias, que van desde el puramente mariachi, hasta lo eletrónico, pasando por el jazz o el pop-rock más sencillo. Pero todos los punteos de eléctrica, por leves y sutiles que sean, recuerdan al reflejos del sol sobre el desierto; todos los ritmos, a veces simples barridos sobre el timbal, nos obligan a entornar los ojos, buscando en el horizonte, entre la calima, un rancho que simplemente sacie nuestra sed. FEAST OF WIRE es un disco abierto, uno de los más interesantes y frescos ejercicios de mestizaje sobre una base de rock que podamos encontrar, con intenso sabor a México, a los orígenes del son de Jalisco. Es una de las muestras más originales de hasta dónde puede llegar la música indie en su vertiente neo-folk.

El FEAST OF WIRE de Calexico está lleno de sonidos sorprendentes, de texturas cuasi fílmicas; hay rincones escondidos de mágicos ecos, melodías intensamente evocadoras, hay quietud y esperanzas subterráneas; es, por momentos, el elegante retrato de un hombre muerto. Creo que todos pueden disfrutar con este disco, con cualquiera de Calexico, pero especialmente aquellos que escuchen Devendra Banhart, Iron & wine, Willard Grant Conspiracy, Black keys, o a los Allman Brothers y toda esa estirpe de enormes músicos que hicieron grande a la música americana desde el country, el blues y el rock and roll (Clapton, Fleetwood Mac, Rory Gallagher y un larguísimo etcétera).


Black heart

Quattro

Woven birds

M. WARD



Esto es una auténtica joya del rock americano. Uno de los sonidos más personales y deliciosos de toda la escena actual del noeoeste norteamericano. Californiano de nacimiento, pero afincado en Oregon desde los 90, Matthew Stephen Ward enamoró a Howe Gelb (Giant Sand) con una rudimentaria maqueta en 1999. Su apuesta por este joven cantautor y guitarrista de voz cálida y mecedora se puede ver como uno de los grandes aciertos que inauguran una fantástica década musical. El segundo capítulo de su colaboración es este END OF ANMESIA, en el que contaron con importantes ayudas.

El estilo de M. Ward es extremadamente dulce, es una caricia a los oidos, es intimidad entre el artista y su público, es unión pura entre creador y su propio arte. Sus influencias van desde Bob Dylan a lo más profundo del country y el folk del oeste, pasando por las grandes figuras del indie americano como Yo la tengo o Lambchop; y su música enlaza perfectamente con toda una nueva generación de jóvenes músicos que están reinterpretando su país y su tradición musical desde la humildad, con una claridad de ideas y de sonido que hacen pensar en una verdadera eclosión de lo que podríamos llamar neo folk-rock americano occidental.

END OF AMNESIA es una obra especial. Desde el principio conectas con el artista que hay detrás. No imaginas un concierto donde le cante a miles de espectadores: oyéndolo tan solo puedes concebirlo susurrándote al oido a tus espaldas, hablándote en la más absoluta intimidad, hablándote de tí mismo, de tu nostalgia y de tu pasado. Es un disco eminentemente acústico, pero con leves reflejos eléctricos, con una lenta y sutil percusión, constante, rica y muy limpia, y unos arreglas que confieren a cada canción un aura distinta. Solitarias todas ellas, pero llenas de motivos por los que merece la pena vivir. END OF AMNESIA es un disco inolvidable, capaz de convertir un día cualquiera en un recuerdo imborrable.

Lo recomiendo absolutamente a todo el mundo, no podía ser menos. Pero sobre todo a lo que viven al son de Yo la tengo, Fleet Foxes, Lambchop, Neil Young, Bob Dylan, Bon Iver, Cat power, Caléxico, Iron & wine, My morning jacket, Pavement o She & him y Monsters of folk (otros dos proyectos de M. Ward). Pienso que podemos entender un poco más a ese gran desconocido norteamericano a través de artistas como estos. Desde luego son un regalo para los oidos. Yo, por lo menos, me voy de vacaiones con M. Ward, y a dónde él quiera!


Carolina

Half moon

From a pirate radio sermon, 1989

FLEET FOXES



Con los primeros calores del verano, el cuerpo nos pide ritmos calmados y harmónicas melodías para poder pasar la tarde tumbados bajo el aire acondicionado. La tensión nos baja hasta donde casi la podemos pisar, los párpados flaquean y las manos, sudorosas, se hacen más anchas y torpes. Si en un certero gesto vamos a darle a un play, que sea para escuchar a Fleet Foxes. Quizá la siesta te sorprenda, o puede que entres en perfecta harmonía con el suave y placentero ambiente de distensión.

Es curioso que esta banda de Seattle, surgida de su propio myspace, haga una música tan de atardecer de domingo veraniego. No me imagino este grupo sin un inmenso y benévolo sol sobre sus notas, sin una camisa blanca sin mangas, muy abierta; su sonido evoca la absoluta relajación del reflejo del mar sobre una playa, y no son música hawaiana; evoca un día en el que nada es una obligación. Las notas te acompañan, se acompañan los instrumentos, las voces: y todos entre ellos te llevan en volandas hacia un lugar tranquilo, intensamente melódico y ligeramente folk.

El FLEET FOXES es un buen debut, es un increible debut; producido por una filial de la Warner, sobre unas canciones llenas de detalles de gran belleza, instrumentos sorpendentes y un sonido con fuertes raíces en ese folk del noroeste norteamericano tan exigente y evocador de la naturaleza más noble y emancipadora. Representan uno de los nuevos valores de la música ecléctica norteamericana: un rock súmamente amable, un pop lento barroco, y sumido en la calmada deriva de un río de montaña baja y prados de un verde infinito, y un fuerte olor a folk norteño.

Fleet Foxes es un sonido limpio, acústico y refrescante, con coros capaces de hacernos pensar que todo va a ir bien. El FLEET FOXES, su debut de 2008 (esperamos disco para este 2010!), hace perfecta compañía con cualquiera de Bon Iver, Iron & wine, Band of horses, Beirut o los Grizzly bear, cálidos, cuidadosos y con voces de la textura más suave y aterciopelada. Desde luego, son un grupo para seguir muy de cerca en los próximos años.


Ragged wood

Your protector

While winter hymnal