Como en Cien años de soledad, cuando alguien muy importante se va durante años, y luego regresa, tiempo después empiezan a aparecerle por doquier hijos desconocidos, que llaman a su puerta reclamando su paternidad y bendición. 17 Aurelianos; y serán 17 las hijas del Third de Portishead. Warpaint y Esben and The Witch son la avanzadilla. No me extraña, por tanto, que ambas bandas estuvieran nominadas al 'Sound of 2011' de la BBC, junto con James Blake, The Vaccines o Yuck, entre otros. Sin duda que darán que hablar en los próximos años, y no sólo en el Reino Unido. Ambas demuestran, definitivamente, que el trip-hop ya no existe.
Esben and The Witch es una de las más nuevas e interesantes apuestas de Matador Records para 2011. El 31 de enero editaron su álbum de debut, VIOLET CRIES: otra prueba más de lo lejos que quedan ya los primeros años '90. Trip-hop de 3ª generación, ya muy distante de un Blue Lines, un Dummy, o incluso de un Motion (The Cinematic Orchestra), o de un Moon Safari (Air). Heredero directo del Third, y caminando por un terreno allanado por The XX, este Cd se mueve siempre a un ritmo abatido, de sólidas dispersiones mentales, de densos humos de reflexión circular; al ritmo enfermizo del augurio de la muerte. Pero en la espera de lo inevitable, este trío de Brighton nos regala momentos de extrema delicadeza, profundidades abismales, descritas con la calma del vencido.
Me sorprenden dos cosas de este VIOLET CRIES tras una primera escucha: la profundidad y la personalidad que demuestran en todas y cada una de las pistas. Como todos sus precedentes, Esben and The Witch busca un sonido oscuro y elegante, una pose de engalanada dignidad, y una mirada sutil, siempre misteriosa. Otras formaciones parecidas pecan quizás de excesiva formalidad; Esben and The Witch son todo contenido. La decadencia en la voz de Rachel Davies, casi tétrica, pero tremendamente atractiva, las extrañas abstracciones de su electrónica, la difusa ambientación de platos y bombo, el coro de ángelas caídas, y la finitud de sus arpegios y punteos hablan, más que de una forma, de un lenguaje lleno de contenido, un lenguaje que es el mensaje; el sentimiento y la expresión, materializadas en una misma música.
Quizá la primera virtud del VIOLET CRIES sea que al escucharlo, uno no tiene por qué saber de dónde viene su sonido. Por primera vez, el Bristol de los '90 no ensombrece a su propia descendencia. Esben and The Witch tienen personalidad propia, precisamente porque beben más de ese sonido, ya evolucionado por el Third de Portishead (ya no lo digo más), por ese trip-hop actualizado: mucho más entrecortado, disonante, amante del desequilibrio controlado, más sombrío y desencantado; otra vez miedoso, como lo eran las voces del dream pop inglés de la Era Nirvana (1987-94), pero con el tono de Chan Marshall, de PJ, o el de las chicas de Warpaint.
No obstante, soy consciente de lo arriesgado que es llamar a esto trip-hop: su abanico de sonido es, con toda seguridad, mucho más amplio. La abrasiva influencia del post-rock ensancha sus fronteras (sobre todo en Light Streams, Hexagons IV y en el final de Eumenides), las estructuras son más imprevisibles y libres (incluso la progresiva Argyria); y, en general, el sonido parece mucho más experimental. Pero la tensión impenetrable que subyace en VIOLET CRIES, sobre todo en Chorea, Marching Song, nos remite nostálgicamente a aquél efímero estilo musical. También podríamos llamarlo trip-hop maduro, siempre y cuando aceptemos que tiene la esencia partida en dos: más que nunca, entre la electrónica y el post-rock.
La buena noticia es que discos como este nos hacen creer aún en la vitalidad y validez de esa unión. Esben and The Witch parece saber administrar las dosis de una y otra influencia, con una personalidad notoria; saben respetar la distancia con sus referentes, leen su evolución; y crean, en definitiva, una atmósfera propia, muy definida, y que hace honor a la época de incertidumbre que estamos viviendo.
Imágenes de Emi Wakatsuki
Esben and The Witch es una de las más nuevas e interesantes apuestas de Matador Records para 2011. El 31 de enero editaron su álbum de debut, VIOLET CRIES: otra prueba más de lo lejos que quedan ya los primeros años '90. Trip-hop de 3ª generación, ya muy distante de un Blue Lines, un Dummy, o incluso de un Motion (The Cinematic Orchestra), o de un Moon Safari (Air). Heredero directo del Third, y caminando por un terreno allanado por The XX, este Cd se mueve siempre a un ritmo abatido, de sólidas dispersiones mentales, de densos humos de reflexión circular; al ritmo enfermizo del augurio de la muerte. Pero en la espera de lo inevitable, este trío de Brighton nos regala momentos de extrema delicadeza, profundidades abismales, descritas con la calma del vencido.
Me sorprenden dos cosas de este VIOLET CRIES tras una primera escucha: la profundidad y la personalidad que demuestran en todas y cada una de las pistas. Como todos sus precedentes, Esben and The Witch busca un sonido oscuro y elegante, una pose de engalanada dignidad, y una mirada sutil, siempre misteriosa. Otras formaciones parecidas pecan quizás de excesiva formalidad; Esben and The Witch son todo contenido. La decadencia en la voz de Rachel Davies, casi tétrica, pero tremendamente atractiva, las extrañas abstracciones de su electrónica, la difusa ambientación de platos y bombo, el coro de ángelas caídas, y la finitud de sus arpegios y punteos hablan, más que de una forma, de un lenguaje lleno de contenido, un lenguaje que es el mensaje; el sentimiento y la expresión, materializadas en una misma música.
Quizá la primera virtud del VIOLET CRIES sea que al escucharlo, uno no tiene por qué saber de dónde viene su sonido. Por primera vez, el Bristol de los '90 no ensombrece a su propia descendencia. Esben and The Witch tienen personalidad propia, precisamente porque beben más de ese sonido, ya evolucionado por el Third de Portishead (ya no lo digo más), por ese trip-hop actualizado: mucho más entrecortado, disonante, amante del desequilibrio controlado, más sombrío y desencantado; otra vez miedoso, como lo eran las voces del dream pop inglés de la Era Nirvana (1987-94), pero con el tono de Chan Marshall, de PJ, o el de las chicas de Warpaint.
No obstante, soy consciente de lo arriesgado que es llamar a esto trip-hop: su abanico de sonido es, con toda seguridad, mucho más amplio. La abrasiva influencia del post-rock ensancha sus fronteras (sobre todo en Light Streams, Hexagons IV y en el final de Eumenides), las estructuras son más imprevisibles y libres (incluso la progresiva Argyria); y, en general, el sonido parece mucho más experimental. Pero la tensión impenetrable que subyace en VIOLET CRIES, sobre todo en Chorea, Marching Song, nos remite nostálgicamente a aquél efímero estilo musical. También podríamos llamarlo trip-hop maduro, siempre y cuando aceptemos que tiene la esencia partida en dos: más que nunca, entre la electrónica y el post-rock.
La buena noticia es que discos como este nos hacen creer aún en la vitalidad y validez de esa unión. Esben and The Witch parece saber administrar las dosis de una y otra influencia, con una personalidad notoria; saben respetar la distancia con sus referentes, leen su evolución; y crean, en definitiva, una atmósfera propia, muy definida, y que hace honor a la época de incertidumbre que estamos viviendo.
Imágenes de Emi Wakatsuki