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THE XX (Coexist, 2012)



El "titovilanovismo" musical.

Corren tiempos difíciles en el mundo occidental. En la carrera (Historia) estudié que durante el período derivado de la crisis del '29 hasta la 2ª GM, prácticamente el 75% de las democracias que por aquel entonces había en Europa y América acabó cayendo frente al avance de una u otra dictadura de corte totalitario. Y por lo general, las vías que utilizaron para tratar de salir de la crisis económica se basaron en mecanismos de control de la población y del trabajo novedosas, retorcidas y alarmantes, aunque quizá más adaptadas a la realidad. Incluso las democracias que sobrevivieron tuvieron que adoptar fórmulas y mecanismos revolucionarios para salir de aquel atolladero (como el New Deal en EEUU). Hoy en día, en cambio, parece que la receta que nuestras élites político-económicas están adoptando es todo lo contrario a 'rompedoras': es la era del continuismo. Entiendo que a quienes les ha funcionado la fórmula opten por esto, como el Barça con Tito Vilanova, o The XX con el Coexist (Young Turks, 2012). Pero este mundo no tiene arreglo si no nos replanteamos ya el modelo de funcionamiento y desarrollo.

Dejaré fútbol y política para otra. En lo que respecta a The XX, el caso es que Romy, Oliver y Jamie acaban de editar su esperadísimo segundo álbum, y lo han hecho con mucha clase: dejándolo colgado en streming la semana previa para que todo el mundo pudiese oírlo y enviárselo a otro ser de este solitario planeta. Varios de los temas, además, habían sido ya presentados al público durante el verano, en la temporada de festivales (aquí, en la Península, en el Primavera Sound y en el Optimus Primavera de Porto). Será, con toda seguridad, uno de los álbumes más reseñados del año; y, como pasó con los móviles en aquella Navidad de '99, será ahora cuando por fin The XX se introduzca en cada casa. Y en cada iPod, y en cada oreja de cada habitante de La Tierra. Ofrecen en él algo muy similar al sonido que les catapultó al éxito precoz, sintetizado y magistralmente conceptualizado en el ya célebre xx (Young Turks, 2009). Coexist es, por tanto, un ejercicio de claro continuismo, y también el cumplimiento del deseo de millones de fans que le pedían al cielo que los XX no cambiasen nunca.

Yo fui uno de esos fans. Por momentos, durante los dos conciertos que he visto de ellos este verano, cuando presentaban lo nuevo, he dudado que pudieran mantener la fidelidad a un sonido tan perfectamente marcado como el que emana de su primer trabajo, pero creo que en líneas generales lo han conseguido con Coexist. Ni lo superan ni lo igualan, pero sí se parece bastante a lo que todos queríamos. Me pregunto, sin embargo, hasta cuándo les durará la frescura y la dosis mínima de originalidad si se siguen manteniendo en el acotado espectro musical que define su trabajo. Tal vez vayan explorando poco a poco desde las pequeñas  y sutiles diferencias que ya apreciamos ahora, a la espera de hacia dónde las mareas estéticas y estilísticas de la música decidan llevarles. Porque si algo tienen The XX es que son actuales, modernos, una innovación en pleno proceso: tal vez el funesto y vacío reflejo y el eco musical de una era, la tecnológica, que hemos inaugurado sin apenas ser conscientes.

Pero admitámoslo: el xx es un disco irrepetible, probablemente uno de los 10 mejores de la década pasada, así que por mucho continuismo que haya en su segundo trabajo, llaman poderosamente la atención las pequeñas diferencias, porque lo son con respecto al canon, a la perfección. En primer lugar está claro que los espacios creados son más abiertos (una pista: la portada blanca frente a la negra del anterior álbum), de techos más liberados y una planta menos gótica e intimidatoria. Obviamente, el sonido se sigue caracterizando por eso mismo: por la techumbre de aristas que dibuja Romy con su guitarra, con la misma guitarra, los suelos que crea Oliver con el bajo, y el espacio resultante que rellena metonímicamente Jamie desde la electrónica. En ese sentido, en segundo lugar, creo que el todo que se intuye bajo el silencio y el mínimal es menos concreto y depurado: un discurso ligeramente menos homogéneo, claro y monolítico. El leitmotiv se difumina.

Porque aunque el dúo de cuerdas y voces, y su eco reflejado en los aparatos de Jamie sigue siendo el hilo conductor, hay una leve ampliación de recursos sonoros, e incluso rítmicos en el Coexist (en tercer lugar; y segunda pista: la X de la portada contiene colores derivados de la deformación del negro). Que está muy bien, pero es una apertura con respecto al sonido totalitario del xx. Es un poco lo que me temía: que desbarataran esa sensación diáfana de feng sui musical decorando en exceso los espacios tan brillantemente creados. Por otra parte, hay que decir que los famosos fraseos de guitarra de Romy, tan mesiánicos, únicos y gemelos al mismo tiempo en el xx, resultan un tanto menos originales esta vez: son lo mismo, pero no son iguales. Digamos que en general dicen más o menos lo mismo (aunque observado bien vemos que es algo menos que más) pero utilizando más material música, más discurso, más palabras, más notas. Y eso, teniendo en cuenta la filosofía artística de The XX, creo que es un importante pero.

Destacan además varias canciones, cosa que no pasaba antes. Reunion, por esa utilización del hang (aunque pueda ser ficticio), por la evolución interna del ritmo, y por las pinceladas gordas y finas de Jamie. Missing, porque es, probablemente, la única canción realmente arriesgada del Cd: distinta, pero el paso que tal vez esperábamos de verdadera confirmación. De las pocas que cabría bien en el xx. Ahora sabemos que el límite está en su primera obra, porque el Cd no marca la tendencia infinita que, en concreto, sí tiene Missing. Chained, Sunset, Tides y Swept Away le dan un pulso más al ritmo, aunque no parezcan muy razonados o pensados los momento de meter semejantes variaciones métricas. Que tampoco están mal. Son, además, los temas que más se calcan de la sombra de los temas de su anterior obra: como si bastara con remezclarles el ritmo para darle continuidad al asunto.

En resumen, opino que las pequeñas diferencias sí que son capaces de romper un poco el encanto del concepto musical que The XX presentó al mundo con su ópera prima. Sorprendentemente, no porque hayan optado por un cambio brusco de dirección, todo lo contrario: precisamente por mantenerse en una línea continuista es por lo que se desenmascaran tan bien las sutiles diferencias que, por fuerza, ha de haber entre dos discos a los que quieras llamar con nombre diferente, y que decepcionan un poco. No obstante, como es obvio, si presenta un alto porcentaje de ingredientes en común, y los mecanismos que hicieron de xx una obra a emular, es normal que el resultado, aunque en mi opinión levemente peor, sea bastante sobresaliente. Seguirán siendo, de todas maneras, los mismos románticos post-modernos, de la era digital, que imaginan el medievo, la era del gótico, como un lugar solitario y lúgubre, pero increíblemente fantástico. Y así lo transmiten: un lugar para evadirse y para soñar.

Fotos de Pablo Luna Chao (tomadas en el Primavera Sound y en el Optimus Primavera de Porto).

También disponible en Alta Fidelidad.


THE XX



En este caso sí: es oro, y reluce.

A estas alturas no voy a descubrirle a nadie esta banda: fueron el pelotazo británico de 2009, ganadores del Mercury Music Prize de 2010 y, hoy por hoy son uno de los mejores reclamos que cualquier festival podría tener. Ya todos saben que The XX son Romy Madley Croft, Oliver Sim y James Smith (también conocido como Jamie XX), tres veinteañeros que se conocieron en la londinense Elliott School (cuna de Burial y de Hot Chip) hace algunos años, que al editar hace 3 su álbum de debut fueron recibidos al nacer por los brazos abiertos del éxito. Ni siquiera es fácil especificar qué género fue el que revitalizaron con su XX, porque lo que hacen es tan atractivo como insólito. Electrónica indie, downtempo, post-punk minimalista: es realmente complicado ponerle adjetivos a la música que hacen los chicos de The XX.

Hoy por hoy ya todos conocemos y reconocemos su sello, su inconfundible morfología musical: su sonido resulta el paradigma de hasta dónde ha llegado a inculcarse la electrónica en casi toda producción musical contemporánea: sutil pero determinante, resulta hoy un elemento ineludible para seguir innovando y descubriendo nuevas fórmulas. Enmarcable en una línea que empieza en el Kid A de Radiohead, y cuya última parada fue el Lp de debut de James Blake, la electrónica de The XX parece tener algo de genético, y se transforma en algo más que un simple lenguaje: es la capacidad creadora de Jamie Smith, la facultad divina de manipular una realidad, sonora, pero igualmente palpable.

Porque en realidad, la base de The XX es la combinación de dos voces, una guitarra cruda de distorsión hueca, y un bajo capital, con el moldeado electrónico y rítmico que le da constantemente Smith desde el fondo: un matiz determinante, una ingeniería silenciosa pero gigantesca que ha erigido un hermosísimo y sólido palacio de cristal. De aristas elevadas y luminosas, el espacio que levantan los británicos parece fruto de la magia y la sencillez, pero la laboriosidad con que se engarzan cada compás uno con otro, cada ritmo con el siguiente, cada nota con su reflejo en el eco, y cada tema con el que va después, solo puede ser obra de un visionario y de un superdotado para la composición y la producción. Juegan, además, con una vocación ochentera y post-rockera, tendente a la oscuridad, mezclada con los solemnes reflejos de luz que entran desde unos puntos de fuga siempre elevadísimos. Nadie hace estructura de techos tan altos como los que nacen del sonido de The XX.

XX es uno de esos excepcionales Cds con plena coherencia interna: puedes escucharlo de principio a fin sin pestañear, y cuando termina aún te quedas con ganas de ponerlo otra vez desde el principio. Tiene un clarísimo leitmotiv y no se aleja de él ni un instante; orbitando a su alrededor siempre a la misma velocidad de crucero, con variaciones imperceptibles y graduales que generan suaves cambios de tiempo y temperatura. Y la constante es ese ritmo downtempo, esas voces desnudas que brillan en la oscuridad, las guitarras de una cuerda que marcan ellas solas el pulso, el eco modulado y dominado por Smith, y ese sonido que transpira de la soledad y el silencio y se transparenta, dibujando los pliegues delicados de ese cuerpo que hay debajo que no se ve ni se oye, pero se intuye. Porque The XX son otros que hacen pura metonimia musical.

Por eso, entre otras cosas, es complicado distinguir hits que sobresalgan sobre los demás; da la impresión de que cada canción supera a la anterior, y que esa, la que suena en ese momento, sea cual sea, es la mejor del Cd. Pero es que además, es el todo lo que nos gusta, y las canciones son esas pequeñas partes que nos muestran. Es la metonimia: la parte por el todo. Creo que una de la cosas por las que gusta tanto este XX es precisamente porque resulta un discurso único subdividido en 11 piezas que encajan a la perfección, que forman un todo al que no le falta ni le sobra una sola nota. Canciones unidas por un parentesco clarísimo que va más allá del estilo y de la mente que las concibió.

Por elegir un algún momento que me sobrecoja especialmente, mencionaré ese ya mítico inicio de Intro, con guitarra y teclado nomás, un bombo digital: la primera palabra, sin letra, de un discurso tan íntegro como atractivo. O la segunda parte de la intimísima Heart Skipped A Beat, cuando gotea un teclado en arpegio, desde el helado techo alto hasta el oscuro suelo de mármol ligero, mientras crece el dúo de voces y la base de cuerdas. O la enigmática Fantasy, con ese canto entre la niebla, y ese único punteo final escalofriante. O la distorsión hueca y metálica de Shelter. O Night Time, quizá la mejor de todas. Tal vez sea porque al ser de las últimas parece resumir todo lo dicho hasta ahora, pero si tuviera que quedarme solo con una de todo el disco, creo que me quedaría con esta.

Es posible que estos chicos estén ante uno de los retos más complicados que se han presentado en el mundillo de la música en los últimos años: superar el XX, o al menos estar un poco a su altura. Según tengo entendido, su segundo álbum verá la luz en breve, y no tendrá mucho que ver con su primer trabajo. Veremos si es un acierto o por el contrario se desvanece su encanto. Hagan lo que hagan, le han regalado al mundo una pieza única, una obra de arte de la electrónica y la música moderna.

EL COLUMPIO ASESINO. Barcelona, 06-04-2012.



El Columpio Asesino: el todoterreno de la música española.

Pocas discotecas ofrecen lo que Razzmatazz: hay numerosas salas, a gusto de todos, con música de casi todos los palos, y hasta un espacio para que el fumador y los demás asistentes desahoguen algunos de sus vicios nocturnos. Además, en veladas como la de ayer, viernes santo, regalan actuaciones de excepción que amenizan y complementan el trabajo de los Dj residentes. Anoche los invitados de honor eran los navarros El Columpio Asesino, una de las bandas más destacadas del último año en el panorama musical nacional: su cuarto álbum, Diamantes, valorado por muchos como el mejor disco de 2011, les ha colocado al frente de esta nueva generación de artistas y grupos que, ahora sí, están significando el verdadero despegue del movimiento indie en nuestro país.

La maquinaria de la fiesta no para en las noches de Razzmatazz, y el concierto se embutió entre temas pinchados de lo mejor del rock alternativo y sesiones de electrónica: el entorno propicio para que el sonido de El Columpio Asesino se manifestara de la manera que lo hizo. Los de la comunidad foral no saben qué son las medias tintas; enemigos de la famosa gama del gris, son radicalmente blanco y negro: un sonido de rock estridente, recto y diagonal, que basa su particularismo en la riqueza rítmica tribal conductora, el acompañamiento primario y crudo de dos guitarras y un bajo, siempre desafiantes, teclados y vientos rompedores que se clavan a fuego en las viciadas melodías, y un juego de voces tan desvergonzado y agudo que hasta pincha.

No obstante, con un público diluido entre la sólita masiva afluencia a Razzmatazz de una noche de viernes, y debido a que prácticamente tocaron de 3 a 4 de la mañana (poco y tarde), costó mucho encontrar la atmósfera adecuada para un concierto. Dudo que aquellos que acudieron a la sala sin saber quiénes eran esos Columpio Asesino, salieran de ella sabiéndolo. Espero equivocarme, pero creo que su aparición en el escenario fue más un detalle de la noche, que el elemento esperado por la mayoría. Con todo, los navarros cumplieron y ofrecieron solo lo más contundente de su repertorio, en una batería indiscriminada de sobreexcitación instrumental y fórmulas musicales de ataque premeditado: Corazón Anguloso, On the Floor, Vamos y, por supuesto, Toro, las más destacadas, sonaron corrosivas y rebosantes de esa adrenalina envenenada que tanto caracteriza el sabor de sus discos.


Mención aparte, dentro del planteamiento de El Columpio Asesino, es la presencia y aportación de Álvaro Arizaleta, batería y vocalista, que encarna la figura del santero loco que manipula toneladas de sustancias tóxicas con sorna y soberbia, desprendiendo furia y poder en un ritual intensísimo de magia musical negra y primitiva. En directo se entiende que todo en El Columpio Asesino es acompañamiento del ritmo, y que el esqueleto de su sonido se sustenta en las extremidades de Álvaro, y en un nutrido grupo de cuerdas, algunas vocales y otras en forma de guitarras y teclado. Los otros cuatro integrantes de la banda, desde la sombra de una iluminación críptica y básica, interpretaron su papel en la ceremonia, clamando venganza frente a las horas muertas del silencio.

Los navarros son todoterreno. Ajenos a las condiciones del lugar donde han de tocar, mostraron ayer una preparación envidiable para llenar de ritmo y de contundente contenido musical una sala como la grande de Razzmatazz. Con muchísima personalidad, una inclinación evidente a la desvergüenza punk, y una capacidad de calentamiento espectacular, El Columpio Asesino respira a pleno pulmón los aires de liderazgo de una generación que vive de las referencias eclécticas que ofrece la red y su libre albedrío. 

Fotos de Pablo Luna Chao.

También disponible en Alta Fidelidad .

UNKNOWN MORTAL ORCHESTRA



La sombra de Ariel Pink es alargada y huele a máquina del tiempo.

Unknown Mortal Orchestra tienen el don de la espontaneidad. Ha sido el efecto sorpresa de este verano. Nada de lo que hacen parece haber sido preparado previamente, como si sus canciones no fuesen el fruto de un concienzudo ensayo; sin embargo tienen un punto sintético, un lenguaje programado, que hace de su sonido algo enigmático y abierto a la vez: como si fuera un gran secreto a voces. Se dieron a conocer con un Bandcamp de un solo tema, Ffunny Ffriend, y solo tras un año, después de contagiarla por medio mundo, Fat Possum les ha editado un primer Lp.

El hit que abre el Cd, el tema emblemático de Unknown Mortal Orchestra, es un planteamiento relajado, como no queriendo demostrar nada, con guitarras y un punteo despreocupados. Es un beat que no muestra la verdadera cara del Cd, aunque anticipa el ritmo latente de psyhorock y electrofunk que va a desarrollarse a posteriori. Huele ya a máquina del tiempo, y solo poco a poco iremos concretando qué mes de qué año de la década de los '70 se pasea por nuestros oídos.

Por momentos me parece que la sombra de The Bavarian Druglords y Ariel Pink ha llegado a Nueva Zelanda (lugar de procedencia de Ruban Nielson, el instigador, aunque el grupo se formó en Portland. Creo). La síntesis y esa especie de psicodelia de desenganchados, clara, nada confusionista y sana, son la norma del Cd; además de cierto empuje funky, muy camulfado y ralentizado. Bycicle y Thought Ballune, con ese aire retro, tienen esa extraña narrativa explicativa de quien experimenta con la psicodelia, pero con fraseos reconocibles y muy cuerdos. Son como un acid-rock 1970, pero pasados la clínica, y por la revolución de la electrónica, aunque ésta esté presente de manera casi testimonial.

Las guitarras suelen ser a pinceladas largas y gordas, escuetas en su discurso, pero insistentes, como en Jello And Jaggernauts. Este tema, como Little Blu House, son más elegantes y calmados, menos rockeros y menos ejercicio de síntesis del psycho-rock, son canciones para días de inactividad, de poso, aquellos donde las situaciones se sedimentan. Pero las guitaras no pueden evitar sonreír al final de cada fraseo, de recogerse, cuán látigo, tras un certero golpe. How Can You Luv Me ya es más funky, porque canta como un negro orgulloso del color de su piel y del calor de su garganta; y porque el bajo describe un constante baile de caderas, saltando como nunca hasta ahora en el disco. No obstante, lo intuíamos.

Nerve Damage! es rockanroll total, con guitarras colgadas en los cables de la luz. Un discurso súper claro, rápido y sin rodeos, pero cantado desde dos puntos, dos voces extrañas y aparentemente puestas. Es un golpe material de rock, pero con el mismo encanto psychofunky de fondo.

Al final del Cd da la sensación de que el techo se acerca a nosotros cada vez más. Stranger Are Strangers es como una conga sigilosa y en cuclillas, de gente que hace tiempo perdió la vergüenza, que ya ni piensan que bailar es un acto de desinhibición. Una conga que desata una especie de huída a Méjico. En Boy Witch rompen con el ritmo, con cualquier ritmo, y se dedican a liberar músculos y tensiones. Es como si las células o mecanismos internos (como los de un reloj) se separarsen y el encanto se deshiciera por momentos, en una estrofa desencajada y un estribillo rompedor.

UNKNOWN MORTAL ORCHESTRA es un Cd difícil de describir. Engancha porque Ffunny Ffriends es un temazo hecho a base de opio musical. El resto lo escuchas por puro peso gravitatorio. Apenas media hora de experimentación molecular con notas, distorsionesy ritmos. No podría catalogarlo de rareza, pero no es habitual que lo retro y lo moderno case tan bien. Como ya ocurrió con el Round And Round del Before Today de Ariel Pink's Haunted Graffiti, le auguro al hit de este disco una posición muy elevada en la lista de lo mejor del año de Pitchfork. Y si no, será que se equivocan.

También disponible en My Feet In Flames.



M83



No. No voy a hablar del último Cd de M83. Paso del Hurry Up, We're Dreaming. No es que no haya tenido tiempo de escucharlo en profundidad, es que pierdo la paciencia de la repetición cuando algo no me convence, cuando algo no me entra a la primera. Cuando es un grupo nuevo simplemente desisto, lo dejo por imposible y paso a otra cosa. Pero cuando es el nuevo disco de alguien como M83, o le doy una y más oportunidades, o me pasa lo que en este caso: que termino huyendo a su obra más completa. Ante la decepción me he refugiado en DEAD CITIES, RED SEAS AND LOST GHOSTS. Puede que haya gente a la que le guste lo nuevo (9 y pico en Ptchfork, nada menos), pero a mí me gusta demasiado ese segundo álbum como para apreciar lo bueno que hay (no lo dudo) en su reciente nuevo trabajo.

Yo querría que este disco quedara inalterado, protegido contra el tiempo, como inalcanzable, elevado sobre todas las cosas materiales de este mundo. Quise, cuando lo escuché por primera vez, que este grupo no hiciese absolutamente nada más: así quedaría este trabajo como el testamento de aquel milenio que ya era historia, como el legado silencioso de todo el ruido que emitió la humanidad desde que aprendió a hablar y a hacer música. Algo me ha dicho siempre dentro de mí que ignore cualquier otro disco de M83, que solo haga caso a su verdadera y única voz: DEAD CITIES, RED SEAS AND LOST GHOSTS tiene ese aura de atemporalidad que hace de un sonido un estilo de música; campea sobre nosotros, suspendido en un mañana que nos recuerda terriblemente al ayer: siempre será futurista y retro a la vez. 



Todo lo demás que han hecho me parece una inútil imitación de este disco, un vano intento de evolución de algo inamovible, imperecedero. Es como el trazado de un bólido en una vuelta perfecta al circuito de carreras: todo lo que sea alejarse de la ortodoxia plasmada en el DEAD CITIES, RED SEAS AND LOST GHOSTS me parece una desviación decadente, una caída de nivel, una bajada a tierra firme, al territorio de las cosas mortales. Y el sonido de M83 no debería pertenecer a ese mundo. 

Es la perfecta unión de shoegaze con la música electrónica. En ningún otro momento les salió tan bien esa mezcla, o quizá les dejó de interesar. Amalgamar el modernismo de la electrónica ambient, la nostalgia característica de la Generación X, la épica futurista a lo Blade Runner y el sonido infinito del post-rock instrumental no es fácil, pero el resultado es asombroso. Las piezas de este Cd encajan como si hubieran nacido todas de una vez, como pura narrativa de ciencia ficción: sólida e implacable. 

Este dúo francés ama las guitarras bien distorsionadas. Pero del mismo chorro liso y recto de las eléctricas en cascada hacen brotar teclados tipo Vangelis, y ritmos mucho más vivos que los de Pale Saints, Slowdive o Bethany Curve: el sancta sanctorum del shoegaze de los '90. Run Into Flowers, 0078h, America y Cyborg son los mejores ejemplos. Luego hay temas donde ni la electrónica ni la distorsión de guitarras parecen tener protagonismo: temas lánguidos como In Church, On A White Lake, Near A Green Mountain o Be Wild en los que, sin embargo, te van envolviendo como una manta de fieltro viejo; con un desarrollo apático pero esperanzador. 

Lo mismo pasa con Unrecorder, Noise y Gone. Son mis temas favoritos: perfectas canciones de rock, melodías abocadas a la derrota que levantan la cabeza una y otra vez; miran al suelo, pero conscientes del espacio abierto por sus desgarros y distorsiones. El space-rock tiene en M83 a uno de sus principales referentes: ya sea por la ambientación electrónica, o por la conmovedora costumbre de componer siempre en ascendente, el oyente del DEAD CITIES, RED SEAS AND LOST GHOSTS siempre renacerá de sus cenizas y lamerá sus heridas conservando la esperanza. No en vano, si en algo ha evolucionado ese sonido shoegaze, dreampop o space-rock en la última década, y en esto ha ayudado M83, es en haber recuperado cierta ilusión por el mundo y por la vida. 

El placer de este disco es conceptual, por lo sorprendente de la unión, y de lo bien que suenan juntas cosas tan alejadas. Puede que haya más hits en otros Cds, pero el placer de ver dos ideas amándose, tan distintas, tan aparentemente distantes, le gana al disfrute momentáneo y pasajero de una canción pegadiza. Puede que ya no sean los únicos que hacen esto, y puede que tampoco en su día lo fueran, pero el valor de hacerlo de la manera sincera, cruda y evidente en que lo hicieron, es indudable e incalculable. Así fue el verdadero y definitivo testimonio de M83; lo demás, renglones torcidos.

TV ON THE RADIO



La serpiente del millón de pieles.

TV on the Radio no es un grupo más, es una de esas bandas de culto, inclasificables, llamadas a marcar el camino para las próximas generaciones de músicos (con algo en la cabeza). Su sonido no tiene nada que ver con casi nada que hayamos escuchado antes. Cada una de sus canciones son como enteros ecosistemas, diferenciado entre sí, pero cuyas fronteras son absolutamente ilocalizables. Son ecosistemas vivos, cambiantes, en constante mutación: TV on the Radio son la serpiente de un millón de pieles, sibilina y astuta; un organismo perfecto, con coraza de rock y la sangre negra.

Desde su nacimiento en 2001, esta banda de Broocklyn la integraban Tunde Adebimpe, de origen nigeriano, Kyp Malone, David A. Sitek, que también los produce (el único blanco, por cierto), y el recientemente fallecido Gerard Smith. Murió el 20 de abril, el día que el Real Madrid le ganó la Copa del Rey (o chupito) al Barça; y por muy culé que sea, no fue esa, ni de lejos, la mala noticia del día. Con su 5º Cd recién salido al mercado, ya sabíamos que su grabación se había visto irremediablemente marcada por la enfermedad del bajista, que además fue fulminante. Muchos notamos en NINE TYPES OF LIGHTS un ligero acento de tristeza, y su efusividad musical bastante rebajada. Eso sí, sin perder un ápice de calidad y de esa capacidad de asombrarnos con cada canción.



Con TV on the Radio pasa como en el síndrome de Estocolmo, como en Átame: cada tema capta tu atención, secuestra tus oídos, los abren para que pasen todos sus múltiples instrumentos, te atrae cada vez más hacia su interior, como si el disco fuera un pequeño universo plagado de enormes y colindantes agujeros negros. Y cuando ya estás dentro, sientes que es un encierro voluntario; pero disfrutas tanto con la compañía de tus secuestradores, con sus voces de goma, que desearías que no te soltaran nunca.

No voy a discutir si me parece mejor este Cd que el Dear Science, el Desperate Youth, Love Thirsty Babes, el Ok Calculator, o que el inconmensurable Return To Cookie Mountain. Porque esta banda está madura desde las raíces; y los frutos, distintos en cada estación, son racimos perfectos de fraseos originales, provocativos y de alma funky. Tienen el flow de los Globetrotters, de la estética setentera, pero pasada por la trituradora del grunge, del punk, del postrock y del postpunk (por la trituradora de los 80-90, vaya).

Diría, eso sí, que el NINE TYPES OF LIGHTS es el disco más homogéneo: sin contundencias extremas, y sin caer en la melancolía evidente, aquí los TV on the Radio establecen una medular menos dispuesta al ácido, más realista, acomodada y, por decirlo de alguna manera, adulta y seria. Empieza Second Song con lo que parece un acordeón, y una voz, ambas de tendencia plañidera. Pero pronto, antes del minuto y medio, la banda lo despliega todo: guitarra, bajo, batería, base, y de pronto, Tunde cambia su voz. Realmente parece otro: no es posible que una voz tenga tanta profundidad. Parece una de esas plantitas que cambian su color mil veces en apenas unos milímetros; o ese chorro de agua, proveniente de dos grifos, que está caliente y frío al mismo tiempo. Agudos y graves, Tunde los abarca todos en la glotis.

En Keep Your Heart vuelve a pasar (como en casi toda la disografía): los estribillos, siempre agudos y melódicos, son más finos y volátiles; y en este caso, la cascadita de guitarra marca el ritmo, de constancia pasajera, no solo del tema sino del disco en general. Por este principio podríamos augurar un Cd con menos aristas, menos sonido enlatado en distorsiones y efectos; aunque TV on the Radio sean los maestos del sonido metálico, los orfebres del postrock artístico. Porque sí, tal vez sea el disco más artístico de los de Broocklyn.

Sin salirse de esa línea elegantona, recuperan su vertiente funky y hiphopera (muy sutil, como de laboratorio) en You, que es un temazo que se mueve por sí solo, que baila consigo mismo, y sobre todo en No Future Shock. El funky de TV on the Radio es único y casi imperceptible; distinto y conceptual. Parece que llegan a él desde donde nadie antes se había acercado: como accedieran entraran por una puerta de atrás que nadie conocía, como venidos del rock, haciendo el camino inverso. Este temazo termina con vientos en fiesta, con un festival de ritmo entre lo caribeño y lo raggae. Y cuando solo ello pueden parar la inercia, cada vez más arrolladora del Cd, lo hacen con Killer Crane: una dulce balada, como de juglar posmoderno, suspendida entre gatillo y gatillo.

Porque en seguida suena Will Do: todos los discos de TV on the Radio tienen un temazo que destaca por encima del resto de canciones, y en NINE TYPES OF LIGHTS, es este. Tiene el ritmo más descaradamente callejero, aunque sobrado de elegancia y nobleza. Es un poco como el primer tema de un rapero que ya es veterano, como si hubieran cruzado una frontera de madurez que ya no tiene vuelta atrás. La provocación suena más a amenaza de padre que a insulto de crío, pero la tintura adulta a TV on the Radio le sienta bien, como las canas a George Clooney. Pero los de Broocklyn son factoriales: conservan, pese a las mutaciones, todas las características y elementos sonoros con los que han ido creciendo. En New Cannonball Blues realmente parecen el último peldaño que ha alcanzado la música negra, la completa sofiscticación de un sonido milenario (no nos pasemos, dejémoslo en centenario).Y de nuevo los vientos en fiesta.

El final del Cd no es tan bueno como su principio. Repetition es ya un ejercicio de rock más o menos convencional, con la acentuación pertinente de esa faceta adictiva y obsesiva de su sonido. Flaquea sobre todo en Forgotten, porque de repente huele a final sin previo aviso, y casi te entran ganas de que, efectivamente, acabe y puedas pararte a pensarlo. No obstante, reservan para el verdadero final el ritmo engreído (con permiso de Will Do): Caffenaited Consciousness combina ese hiphop rockero de Beastie Boys o Rage Against the Machine con un estribillo que podría haber sido extraído de un The Best of Red Hot Chili Peppers. Que tampoco es mala, por supuesto que no; pero es la primera vez que los TV on the Radio nos recuerdan a otros grupos.

Supongo que estará siendo una gira extraña para los de Broocklyn; sin Gerard Smith. Es quizá lo único que lamento no haber hecho este verano: verles en directo. Supongo también que tendré ocasión de hacerlo en un futuro, porque la banda parece que sigue adelante. Habrá que ver cómo afecta a su sonido a medio y largo plazo. Desde luego, parece difícil que este acontecimiento, por dramático cortante que pueda ser, pueda empañar o minar la extraordinaria trayectoria de este grupo. Para mí, una de las guías de innovación más imporantes de la música actual; una de las bandas por las que ha mereceido la pena esta última década.

ESBEN AND THE WITCH



Como en Cien años de soledad, cuando alguien muy importante se va durante años, y luego regresa, tiempo después empiezan a aparecerle por doquier hijos desconocidos, que llaman a su puerta reclamando su paternidad y bendición. 17 Aurelianos; y serán 17 las hijas del Third de Portishead. Warpaint y Esben and The Witch son la avanzadilla. No me extraña, por tanto, que ambas bandas estuvieran nominadas al 'Sound of 2011' de la BBC, junto con James Blake, The Vaccines o Yuck, entre otros. Sin duda que darán que hablar en los próximos años, y no sólo en el Reino Unido. Ambas demuestran, definitivamente, que el trip-hop ya no existe.

Esben and The Witch es una de las más nuevas e interesantes apuestas de Matador Records para 2011. El 31 de enero editaron su álbum de debut, VIOLET CRIES: otra prueba más de lo lejos que quedan ya los primeros años '90. Trip-hop de 3ª generación, ya muy distante de un Blue Lines, un Dummy, o incluso de un Motion (The Cinematic Orchestra), o de un Moon Safari (Air). Heredero directo del Third, y caminando por un terreno allanado por The XX, este Cd se mueve siempre a un ritmo abatido, de sólidas dispersiones mentales, de densos humos de reflexión circular; al ritmo enfermizo del augurio de la muerte. Pero en la espera de lo inevitable, este trío de Brighton nos regala momentos de extrema delicadeza, profundidades abismales, descritas con la calma del vencido.

Me sorprenden dos cosas de este VIOLET CRIES tras una primera escucha: la profundidad y la personalidad que demuestran en todas y cada una de las pistas. Como todos sus precedentes, Esben and The Witch busca un sonido oscuro y elegante, una pose de engalanada dignidad, y una mirada sutil, siempre misteriosa. Otras formaciones parecidas pecan quizás de excesiva formalidad; Esben and The Witch son todo contenido. La decadencia en la voz de Rachel Davies, casi tétrica, pero tremendamente atractiva, las extrañas abstracciones de su electrónica, la difusa ambientación de platos y bombo, el coro de ángelas caídas, y la finitud de sus arpegios y punteos hablan, más que de una forma, de un lenguaje lleno de contenido, un lenguaje que es el mensaje; el sentimiento y la expresión, materializadas en una misma música.

Quizá la primera virtud del VIOLET CRIES sea que al escucharlo, uno no tiene por qué saber de dónde viene su sonido. Por primera vez, el Bristol de los '90 no ensombrece a su propia descendencia. Esben and The Witch tienen personalidad propia, precisamente porque beben más de ese sonido, ya evolucionado por el Third de Portishead (ya no lo digo más), por ese trip-hop actualizado: mucho más entrecortado, disonante, amante del desequilibrio controlado, más sombrío y desencantado; otra vez miedoso, como lo eran las voces del dream pop inglés de la Era Nirvana (1987-94), pero con el tono de Chan Marshall, de PJ, o el de las chicas de Warpaint.

No obstante, soy consciente de lo arriesgado que es llamar a esto trip-hop: su abanico de sonido es, con toda seguridad, mucho más amplio. La abrasiva influencia del post-rock ensancha sus fronteras (sobre todo en Light Streams, Hexagons IV y en el final de Eumenides), las estructuras son más imprevisibles y libres (incluso la progresiva Argyria); y, en general, el sonido parece mucho más experimental. Pero la tensión impenetrable que subyace en VIOLET CRIES, sobre todo en Chorea, Marching Song, nos remite nostálgicamente a aquél efímero estilo musical. También podríamos llamarlo trip-hop maduro, siempre y cuando aceptemos que tiene la esencia partida en dos: más que nunca, entre la electrónica y el post-rock.

La buena noticia es que discos como este nos hacen creer aún en la vitalidad y validez de esa unión. Esben and The Witch parece saber administrar las dosis de una y otra influencia, con una personalidad notoria; saben respetar la distancia con sus referentes, leen su evolución; y crean, en definitiva, una atmósfera propia, muy definida, y que hace honor a la época de incertidumbre que estamos viviendo.




Imágenes de Emi Wakatsuki

ARIEL PINK'S HAUNTED GRAFFITI



Ariel Pink es un curiosísimo personaje de Los Ángeles que, tras bastantes años de carrera en solitario, de autoproducción casera y casi para sí mismo, parece haber encontrado un segmento de mercado y de público capaz de hacerle pasar por el nuevo genio de la miscelánea y el eclecticismo del siglo XXI. Ariel Pink's Haunted Graffiti es la especie de banda resultante, y BEFORE TODAY, su flamante nuevo trabajo.

Con Ariel Pink's Haunted Graffiti nada es fácil. Es complicado entender de qué rollo va, casi imposible definirlos dentro de un estilo normal de música y, aunque agradable y rebosante de calidad y momentos brillantes, no es fácil de escuchar. En cualquier caso, mucho más tangible y serio que todo su anterior trabajo.

En 2003 Josh Dibb, de Animal Collective, conoció a Pink tras uno de sus 'recitales', y gracias a un amigo en común, Ariel Pink se convirtió en el primer fichaje de Paw Tracks, el sello de la banda de Baltimore. 7 años más tarde, y tras probar con varias producciones, Ariel Pink's Haunted Graffiti ha editado su primer trabajo verdaderamente importante con 4AD. BEFORE TODAY es un disco lleno de sorpresas; nos asombra en cada esquina, en cada rincón, con cada cambio de decorado (prácticamente a cada canción) y con las infinitas ramificaciones y combinaciones de su sonido.

Se ha definido a Ariel Pink como freak-folk, debido a su excentricidad, a su curioso aspecto, y a la rareza de sus 'conciertos'. Lo que es innegable es que se ha abierto paso por el mundo de la música con una independencia apabullante, hasta hacerse un hueco en los oídos de medio mundo gracias a BEFORE TODAY (9º mejor álbum de 2010 para Pitchfork). Estamos ante un auténtico jugador: la psicodelia y la experimentación llegan a cotas de gran sofisticación en este Cd. Ariel Pink se aburriría enclaustrado en un solo estilo musical, y por eso utiliza cuantos más mejor para crear su propio sonido, tan lleno de personalidad que parece mostrarnos claramente la alterada psique de este personaje.

Hay, como mucho, cuatro canciones que podríamos clasificar como rock: Bright Lit Blue Skies, un líquido y manejable indiepop; Butt-House Blondies, que es como una agradable pedrada de distorsión, entre tanta miscelánea; Little Wig, que bien podría haberse oído en Woodstock, entre ácidos y pioneros del rock duro; y Revolution's A Lie, con un bajo marcado a lo post-punk. El resto del Cd, que rebosa frescura, energía y esa pacífica fuerza del hippie, se mueve entre melodías semiaéreas (L'estac), de entre las nubes, y ritmos que, cuando se disipan los humos de la experimentación más pura, van desde el mismo rock variado que mencionaba antes, hasta una especie de acid soul (Beveryl Kills o Can't Hear My Eyes), pasando por algo que suena, de reojo, a funkypop difuminado y mal pinchado (Round and Round, el temazo del año para Pitchfork), y con un ligero trasfondo de electrónica básica que, por momentos, nos transporta a sus albores, a finales de los '70, principios de los '80 (Fright Night, Menopause Man o las mismas Revolution's A Lie y Round And Round) .

Pero es tratar de clasificar lo indefinible. Todo se mezcla, todo suena indirectamente a varias cosas. Ariel Pink's Haunted Graffiti se escucha, divierte, sorprende y, si nos gusta, simplemente repetimos. Teclado y bajo hacen constantemente el amor; la voz es cortejada, sin tregua, por la percusión, y los arreglos y ese sinfín de incursiones instrumentales llaman, una y otra vez, a una sensualidad implícita. Y cuando los diversos elementos de un sonido se aman tanto, y de una manera tan libre y desinhibida, salen cosas como el BEFORE TODAY de Ariel Pink's Haunted Graffiti. Quizá no vaya a ser el disco de cabecera de nadie medianamente cuerdo, pero es un ejercicio genial de apertura mental; un ejemplo interesantísimo de cuánto puede llegar a caber en una docena de temas.

RADIOHEAD



El rock sin el rock.

Son el sonido de una era, la desmaterialización en notas, efectos, y átomos de música de museo, de una realidad en la que vivimos varios millones de personas de mi generación. Radiohead, sin duda, es el grupo más importante de los últimos 15 años, por esa extraña capacidad de reinventar todo aquello que tocan, por haber abierto caminos de experimentación jamás vistos hasta ahora, y por hacerlo con esa increíble naturalidad, por haber inspirado a cientos de bandas de todo el mundo y, sobre todo, porque nunca, nunca defraudan.

El pasado lunes anunciaban por sorpresa el inminente lanzamiento de su octavo trabajo de estudio, THE KING OF LIMBS, que pudo adquirirse ya el viernes (con un día de adelanto) directamente desde su página web. El quinteto de Oxfordshire ya colgó su anterior trabajo, In Raimbows (2007), para la libre descarga, previo pago, o no, de un donativo de cuantía indefinida. No obstante, este hecho no les impidió liderar las listas de venta ordinaria durante varias semanas. En esta ocasión, sin embargo, el precio sí es fijo. Duro no, durísimo golpe a toda pieza intermediaria prescindible entre ellos y su público.

THE KING OF LIMBS es muy bueno en sí, vale. Pero hay una cosa que no suelen tener los grandísimos discos, y que este sí lo tiene: resulta tan claro en su discurso que aporta una nueva visión sobre el resto de su trabajo anterior. De pronto, sin otro motivo aparente, tengo la necesidad de re-escuchar In Rainbows, que en su día no me convenció al 100%, y ahora le veo todo el sentido. Posados los pies del arcoiris, podemos ya observar el precioso desarrollo de su arco, en todo su esplendor. Toda la evolución desde el Kid A (2000) se nos aparece, como una visión ultraterrenal, entre la inmensa luminosidad de esta octava maravilla.

Pero Radiohead se nos va, han trascendido; levitan, se elevan, y su música ya no está posada en la tierra, sino construída en el aire. Apenas se intuyen, levemente, las sutiles conexiones que, como raíces finas y electricas, unen su electrónica al rock que les amamantó durante sus comienzos. Es la metonimia máxima. El rock sin el rock. O tal vez no se vayan ellos, sino nosotros mismos: nuestra vida, nuestro tiempo. Radiohead es la banda sonora de esos cambios que no se esperan, que no se advierten hasta que se han cumplido. Es el sonido íntimo de nuestra propia nostalgia, un bramido interior que ellos universalizan. Escuchando THE KING OF LIMBS, y siendo consciente de lo que ellos han dejado atrás, entiendes lo que tú has dejado atrás.

Es un disco deslumbrante, sorprendente, como siempre, con una luz palpable, delicada y precisa, con un tono contundente pero amable, y una voz, la de Thom Yorke, que lejos de aceptar unos límites normales, planea de manera majestuosa sobre cualquier tipo de terreno. Por momentos, como en Morning Mr. Magpie o en Little By Little, se aprecia claramente el rock deformado, el abobinable y experimental trabajo de bajo, guitarra y batería que, milagrosamente, ha derivado en la creación, no de un monstruo, sino en la de un ser superior.

Pero el concepto de rock electrónico se les queda corto. Feral, por ejemplo, carece que cualquier tipo de elemento de rock, en Bloom el bajo tan solo marca, y levemente, una mínima estructura, y, en general, la percusión está tan afinada que cuesta distinguir cuando es real y cuando no. Pero el eco y la dulce ambientación de Lotus Flower, Codex y Give Up The Ghost (casi acúsitca), nos remiten tan directamente a los clásicos de Radiohead, que nuestra mente puede recorrer, planeando a lomos de la voz, las finas y robotizadas raíces de su sonido, desangeladas, pero con alguna esporádica corriente de flujo sanguíneo, todavía un poco humano. Y Separator, como colofón de un disco partido en dos, tiene el bajo sutil que marca la estructura, el eco del Radiohead atemporal, el rock deformado, pero la batería (aunque igualmente afinadísima) más creíble de todo el Cd.

Radiohead, ahora más que nunca, se ha transformado en Marvin, aquel angustiado robot de la saga de Douglas Adams al que dedicaron Paranoid Android: una máquina con sentimientos humanos; electrónica con vestigios de rock. El sello personal que nunca perderán, y que también tenía el proyecto en solitario de Thom Yorke, The Eraser, es esa capacidad de crear momentos y sonidos instantámeos, que se dilaten en sí mismos. Canciones que son cuadros, cuyos bordes se deforman y entremezclan, ante el vertido voluntario de gotas de electrónica. THE KING OF LIMBS es un disco entre dos propuestas, pero con un abanico tan rico de sonidos, que Radiohead demuestra en él, una vez más, que son capaces de abarcar, con las dos manos, todo el universo (musical) conocido.



También disponible en Fanzine Radar.es

Cuadros de Minako Abe, expuesto en ARCO 2011.

THE BAVARIAN DRUGLORDS



La voz de las máquinas.

Si me dijeran que la música de The Bavarian Druglords es el producto de una de esas máquinas-ordenador que ocupaban una pared, antigua pero súper potente, y que además tiene cualidades humanas como Hall9000, me lo creería sin dudarlo un segundo. No suenan a humano, y eso es inquietante y, por tanto, atractivo y adictivo. The Bavarian Druglords crea cierta adicción, y por eso me hacen desconfiar, mirar hacia atrás con temor, y dudar de toda la existencia.

Para grupo desconocido, éste. Sé que el proyecto musical es básicamente personal, el de Syed Druglord, un chaval de Brooklyn; sé que detrás de él hay algo llamado Kill Art Movement, que parece que le edita este segundo Cd del que quiero hablar: 229. Y sé que su música es excepcional, y original, y prepotente, y poderosamente atractiva, compleja y tremendamente indescifrable. Por eso es tan cierto lo que acabo de leer de ellos: lo mejor es escucharlos para que la morralla que soltamos los que intentamos poner nombre a algo que no lo tiene, no os confunda o, lo que es peor, os llene de infundados prejuicios o falsas esperanzas. "The Bavarian Druglords, Señores:", debería poner, y lo demás solo sería su música.

En 2009, tras editar tres Eps, vio la luz el primer Cd de esta especie de banda/proyecto personal, llamado 205; en 2010 volvieron con 229, y para 2011 han prometido un nuevo álbum, 301. Parece que a las máquinas se les ha quedado corto el sistema binario. Porque Syed Druglords, o los The Bavarian Druglords, son el eco hueco del metal, un estilo extravagante de rock que parece tener alma de electrónica, piel sintética y la voz propia de un ser virtual y de inteligencia artificial. 205 es más variado, y algo más catalogable que el 229: una especie de mal llamado rock psicodélico, muy personal y particular, inspirado en el rollito Madchester, y con esa especia de alma androide que sueña con ovejas eléctricas.

229, mi toma de contacto con The Bavarian Druglords, es muy similar, pero más sintético aún. Sintético en los dos sentidos: es más compacto y concreto, más preciso y pulido, pero también más industrial, más mecánico, más repetitivo, con las mismas ráfagas de dub, con algún ingrediente más de funky y menos ambiente shoegaze. Piezas como Cascades me vuelven loco. Es como una metonimia musical de tamaño descomunal, como ver la música aumentada un millón, a través del microscopio, hasta el punto de poder ver su propia consistencia química. Podrían ser las voces de los instrumentos eléctricos, captadas a escondidas, subiendo muchísimo el volúmen. Si los dejamos en el estudio una noche, a solas, y escuchamos luego la grabación a un volúmens desorbitado, esto es lo que suena: The Bavarian Druglords: la voz de las máquinas.

Es cierto que el sonido cansa, después de un buen rato, pero en su justa medida deja un sabor de boca incomparable, una imagen de ciudad nocturna, que se rinde a los pies de la sofisticada actitud que también nos deja preparada en la retina. Syed Druglord hace esta música él solo, por lo que parece, cortando y pegando samplers y loops. Y es uno de esos casos en los que importa más el lenguaje que el contenido...pero ahora sí: The Bavarian Druglords, Señores!

MOGWAI (Hardcore Will Never Die, But You Will, 2011)



Aires nuevos recorren las cuerdas de Mogwai.

Son como ese vecino majete de toda la vida, ese con el que nos encontramos de vez en cuando en la panadería, y con el que siempre cae una agradable cañita y una charla amena que nos endulza el paladar. Rebosan familiaridad, humildad y grandes dosis de trabajo y constancia. Por eso Mogwai rara vez nos decepciona. Los de Glasgow editan este invierno su 7º álbum de estudio, HARDCORE WILL NEVER DIE, BUT YOU WILL, y eso me lleva a dos conclusiones. Uno: que me estoy haciendo mayor si recuerdo casi íntegra la carrera de una banda con 7 discos. Y dos: que a veces ese vecino modesto y de hábito cotidiano, de pronto, se ha convertido, no solo en estrella, sino en una de las más admiradas referencias del post-rock.

Esta vez han vuelto en serio, de verdad; Y son los de siempre: el Mogwai del Mr. Best y del Happy Songs For Happy People, que relega casi al ostracismo a su olvidable y último trabajo, The Hawk Is Howling. De este Cd dije hace unos meses que no me convencía, que le faltaba ese pasito hacia adelante que ya tocaba, una evolución necesaria. Porque el post-rock debe reinventarse casi cada mañana ya que, en teoría, aborrece lo ya establecido. Y el paso ha sido todo un salto, con oca de por medio.


HARDCORE WILL NEVER DIE, BUT YOU WILL suena a nuevo desde la primera nota, desde la aireada y siempre instrumental White Noise. La múltiples capas de guitarra, bajo y teclado vuelven a su sitio, pero proyectan sombras distintas, hábilmente deformadas. Otra novedad: con Mexican Grand Prix demuestran, al parecer, haber superado su asignatura pendiente, la de coquetear con la electrónica manteniendo incólumes sus estructuras progresivas de rock agresivo. Las mismas que, contundentemente, renuevan en Rano Pano, una 3ª pista que completa un primer cuarto de hora brillante. Aires nuevos recorren las cuerdas de Mogwai.

Siempre han sido maestros del contraste: eléctricos y anestésicos; pero ahora nos sorprenden con pequeñas dosis de concentrada contundencia como San Pedro, de remarcada estructura, donde cada nota se ha colocado con martillo. Eso sí, bien rodeada de narcóticos. Sonar a nuevo y a añejo a la vez no es fácil, pero los de Glasgow lo han conseguido. Porque las mejores transiciones se hacen modificando poco a poco las piezas.Y How To Be A Warewolf o Too Raging To Cheers (o las mismas Rano Pano y White Noise), por ejemplo, repiten la clásica progresión Mogwai, pero con fraseos, transiciones y pequeños detalles totalmente inéditos hasta ahora.

Un grupo de culto como este no suele necesitar nuevos argumentos para presentarse en un festival como el Primavera Sound. Sin embargo, en este caso, Mogwai sí nos da una buena razón para volver a verles en mayo. HARDCORE WILL NEVER DIE, BUT YOU WILL proporcionará a su directo las mismas oleadas de suaves y densos guitarreos, la misma profundidad, iluminada por manchas, de su callado instrumentalismo, y el mismo claroscuro rítmico de siempre, que nos hace gravitar desde el torrente al remanso. Pero también habrá un Mogwai más maduro, más pulido, con una mejora técnica que parece haber barnizado su sonido. Es lo que suele pasar cuando un grupo crece tanto desde un sello independiente como Matador Records: siendo tan dueños de su sonido, tarde o temprano, terminan auto-produciéndose. Este es, por tanto, el primer trabajo importante de Rock Action Records, su propio sello discográfico.

El disco, por cierto, se filtró en internet el 31 de diciembre, pese a que la fecha oficial del lanzamiento es el 14 de febrero. Definitivamente, la industria musical ya ha cambiado. Y Mogwai navega viento en popa simplemente porque son buenos y hacen bien su trabajo.