SONO. La noche alternativa de Estrella Galicia.
“En actividades de cualquier género, especialmente culturales, es aquello que se contrapone a los modelos oficiales comúnmente aceptados”. Así define la RAE el término ‘alternativo’, y si tenemos en cuenta la coincidencia con el concierto de los Foo Fighters, el miércoles noche, entenderemos por qué SON, la promotora de conciertos de Estrella Galicia, bautizó su evento en el Teatro Lara con el sugerente nombre La noche alternativa de Estrella Galicia. SONO: un sueño, el de una noche de verano en Madrid. Y resultó ser, en efecto, algo más que una simple noche de conciertos. Cataloguemos o no lo que sonó en el Teatro con la etiqueta de música alternativa, lo que está claro es que el modelo de directo que allí experimentamos, y con el que nos sorprendieron, es innovador y novedoso o, al menos, poco habitual. Un concierto convencional (The High Llamas), un espectáculo músico-tribal (Esben & The Witch), una sesión de sombras analógicas (The Suicide Of Western Culture), y otra, la de una reciclada EME Dj, que se intercaló con los conciertos mientras todos cenábamos.
Y es que por momentos pensé que la música estaba siendo lo de menos. Porque señores, todo aquello fue organizado por gallegos, y como es norma entre ellos, de su casa los invitados no salen con hambre. Mejillones, empanada de xoubas, salpicón de marisco, presentado en una ingeniosa tarrina, chupitos de gazpacho y ajoblanco, jamón (del bueno), panes, brochetas de fruta en sopa de naranja aromatizada con vainilla, tarta de almendra con inyección de crema de orujo…y muchas, pero que muchas cervezas. En la noche alternativa, créanme, se vieron más Estrellas en el interior de Lara que en el firmamento acalorado de la noche de Madrid. La excusa, por buscar alguna, pudo ser el lanzamiento, hace ya unos meses, de Estrella Artesana, una cerveza de menor graduación, especial para las comidas, en cuya creación ha colaborado nada menos que Pepe Solla, seguramente la figura más importante de la nueva gastronomía gallega, y nacional. Entre The High Llamas y Esben & The Witch se destapó la verdad de La noche alternativa: todo aquello era un cóctel encubierto, y con muy buena música.
Los conciertos, de todas formas, y aunque en absoluto fueron lo de menos, resultaron un tanto extraños. El orden lógico de las cosas hizo que The High Llamas abriera la noche, con su sonido apacible, con su público particular; Esben & The Witch, el principal motivo de mi asistencia, nos pilló a todos con la digestión a medio hacer, y la atmósfera que crearon, sobrecogedora por momentos, pareció más una pesadilla, con espectacular banda sonora, eso sí, que la apacible noche de verano que veníamos viendo hasta entonces. Lo de EME Dj, entre tanto camarero de etiqueta que no paraba de sacar comida y cervezas, también resultó chocante, aunque sorprendentemente estimulante y bueno. Y para rematar una noche insólita, alternativa si se quiere, dos sombras invadieron lo que quedaba del Teatro, ya a eso de las 2, para regalarnos una electrónica épica, galáctica e infinita. Eran The Suicide of Western Culture.
High Llamas, al margen de gustos, tocó fenomenal. Sean O’Hagan, su líder, y antiguo integrante de Stereolab, tiene tablas de sobra sobre un escenario. Nada que ver con aquello: lleva 20 años con esta banda, y hace una música que puede transportar a un distraído oyente a la época del primer rock inglés, de aquel pop-rock inocente, alegre y despreocupado que los Beatles popularizaron. Las melodías, el tono, el xilófono, el banjo, la edad media de los seis músicos y las leves pinceladas de folk clásico americano que exhibieron, hablan de una banda que no se rinde a la modernidad. Y en ese sentido, me extrañó verles en La noche alternativa.
Pero la verdadera buena noticia de la noche del miércoles, al margen de las tres horas íntegras de Foo Fighters, al otro lado de la Castellana, fue el debut en España de Esben & The Witch. El trío de Brighton estuvo espectacular, muy por encima de mis expectativas. Tras la decepción que sufrí con Warpaint en el Primavera Sound, temía que estas nuevas bandas que considero hijas del Third (de Portishead), fueran solo mérito de buen estudio, producto de producción. La intensidad del concierto, el sonido denso y potente, y la tremenda caracterización de cada una de las canciones, en seguida, me hicieron comprender que Esben & The Witch son una realidad; con atmósfera de mal sueño, de onírica trascendencia, pero real, al fin y al cabo.
Presentaban Violet Cries, su álbum de debut, editado a finales de enero por el prestigioso sello independiente Matador Records; y se presentaban ellos. Resulta fascinante ver a estos chicos hacer música. Alrededor de un timbal y de un simple plato, aporreados sin piedad, y siempre sobre bases de samplers y sonidos oscuros, tres cuerdas ceden al baile del post-rock, al embrujo de un trip-hop caducado, entrecortado, y más tétrico que nunca.
Los tres viven su propio concierto, su particular ceremonia entorno al fuego redentor de la música: Thomas Fisher toca la guitarra y prepara las bases y Daniel Copeman, con la melena tapándole toda la cara, guitarrea al más puro estilo shoegaze, y participa, junto a su atractiva compañera, en una básica percusión, con auténticos tintes de tenebrosa espiritualidad. Y Rachel Davies, la bajista hechicera de la banda, entre percusión y cuerda, demuestra tener la voz bien puesta. Aferrada al micro con la teatralidad de Beth Gibbons, acorde al espectáculo escénico de la banda entera, despliega un torrente perfecto y poderoso, un tono que se halla entre la firmeza y la seguridad, y la el más absoluto terror por la natural incertidumbre de nuestra vidas mortales.
El primer single, 'Marching Song', 'Warpath' y 'Eumenides', canción con la que cerraron el show, en una apoteosis de percusión final, sonaron especialmente bien. Cualquiera diría que hacen los músicos hacen poco sobre el trasfondo de la base, pero rasgar unas cuantas cuerdas, y aporrear un plato y un simple timbal, a veces, puede resultar un ejercicio de auténtico hipnotismo musical. Y cuando eso pasa, resulta fascinante. A ver cómo se portan en otro tipo de escenario; a ver qué hacen en el Paredes de Coura.
La noche la cerraron los chicos de The Suicide of Western Culture, una pareja de misteriosos personajes encapuchados: dos sombras sobre una gran mesa llena de aparatos electrónicos procedentes de otra época, incluso de otra galaxia. Los amantes de Boards of Canadá, Neu! o Crystal Castles, habrían disfrutado con ellos. Electrónica contundente pero diáfana, pesada pero a la vez muy volátil, como si no le afectara esa irremediable fuerza de gravedad que a los habitantes de la Tierra nos mantiene encerrados en el limitado y, a veces, aburrido suelo.
No obstante, noches como la del miércoles en el Teatro Lara, que aparecen en nuestro horizonte cultural y de ocio como por arte de magia, sorprendiéndonos y divirtiéndonos, son buen ejemplo de lo ilimitadas que son las cosas a nivel del suelo. Sobre todo cuando en medio de tanto asfalto, y de tanta meseta, acudimos a la casa de unos gallegos, que es lo que parece que es últimamente el Teatro Lara.
Y es que por momentos pensé que la música estaba siendo lo de menos. Porque señores, todo aquello fue organizado por gallegos, y como es norma entre ellos, de su casa los invitados no salen con hambre. Mejillones, empanada de xoubas, salpicón de marisco, presentado en una ingeniosa tarrina, chupitos de gazpacho y ajoblanco, jamón (del bueno), panes, brochetas de fruta en sopa de naranja aromatizada con vainilla, tarta de almendra con inyección de crema de orujo…y muchas, pero que muchas cervezas. En la noche alternativa, créanme, se vieron más Estrellas en el interior de Lara que en el firmamento acalorado de la noche de Madrid. La excusa, por buscar alguna, pudo ser el lanzamiento, hace ya unos meses, de Estrella Artesana, una cerveza de menor graduación, especial para las comidas, en cuya creación ha colaborado nada menos que Pepe Solla, seguramente la figura más importante de la nueva gastronomía gallega, y nacional. Entre The High Llamas y Esben & The Witch se destapó la verdad de La noche alternativa: todo aquello era un cóctel encubierto, y con muy buena música.
Los conciertos, de todas formas, y aunque en absoluto fueron lo de menos, resultaron un tanto extraños. El orden lógico de las cosas hizo que The High Llamas abriera la noche, con su sonido apacible, con su público particular; Esben & The Witch, el principal motivo de mi asistencia, nos pilló a todos con la digestión a medio hacer, y la atmósfera que crearon, sobrecogedora por momentos, pareció más una pesadilla, con espectacular banda sonora, eso sí, que la apacible noche de verano que veníamos viendo hasta entonces. Lo de EME Dj, entre tanto camarero de etiqueta que no paraba de sacar comida y cervezas, también resultó chocante, aunque sorprendentemente estimulante y bueno. Y para rematar una noche insólita, alternativa si se quiere, dos sombras invadieron lo que quedaba del Teatro, ya a eso de las 2, para regalarnos una electrónica épica, galáctica e infinita. Eran The Suicide of Western Culture.
High Llamas, al margen de gustos, tocó fenomenal. Sean O’Hagan, su líder, y antiguo integrante de Stereolab, tiene tablas de sobra sobre un escenario. Nada que ver con aquello: lleva 20 años con esta banda, y hace una música que puede transportar a un distraído oyente a la época del primer rock inglés, de aquel pop-rock inocente, alegre y despreocupado que los Beatles popularizaron. Las melodías, el tono, el xilófono, el banjo, la edad media de los seis músicos y las leves pinceladas de folk clásico americano que exhibieron, hablan de una banda que no se rinde a la modernidad. Y en ese sentido, me extrañó verles en La noche alternativa.
Pero la verdadera buena noticia de la noche del miércoles, al margen de las tres horas íntegras de Foo Fighters, al otro lado de la Castellana, fue el debut en España de Esben & The Witch. El trío de Brighton estuvo espectacular, muy por encima de mis expectativas. Tras la decepción que sufrí con Warpaint en el Primavera Sound, temía que estas nuevas bandas que considero hijas del Third (de Portishead), fueran solo mérito de buen estudio, producto de producción. La intensidad del concierto, el sonido denso y potente, y la tremenda caracterización de cada una de las canciones, en seguida, me hicieron comprender que Esben & The Witch son una realidad; con atmósfera de mal sueño, de onírica trascendencia, pero real, al fin y al cabo.
Presentaban Violet Cries, su álbum de debut, editado a finales de enero por el prestigioso sello independiente Matador Records; y se presentaban ellos. Resulta fascinante ver a estos chicos hacer música. Alrededor de un timbal y de un simple plato, aporreados sin piedad, y siempre sobre bases de samplers y sonidos oscuros, tres cuerdas ceden al baile del post-rock, al embrujo de un trip-hop caducado, entrecortado, y más tétrico que nunca.
Los tres viven su propio concierto, su particular ceremonia entorno al fuego redentor de la música: Thomas Fisher toca la guitarra y prepara las bases y Daniel Copeman, con la melena tapándole toda la cara, guitarrea al más puro estilo shoegaze, y participa, junto a su atractiva compañera, en una básica percusión, con auténticos tintes de tenebrosa espiritualidad. Y Rachel Davies, la bajista hechicera de la banda, entre percusión y cuerda, demuestra tener la voz bien puesta. Aferrada al micro con la teatralidad de Beth Gibbons, acorde al espectáculo escénico de la banda entera, despliega un torrente perfecto y poderoso, un tono que se halla entre la firmeza y la seguridad, y la el más absoluto terror por la natural incertidumbre de nuestra vidas mortales.
El primer single, 'Marching Song', 'Warpath' y 'Eumenides', canción con la que cerraron el show, en una apoteosis de percusión final, sonaron especialmente bien. Cualquiera diría que hacen los músicos hacen poco sobre el trasfondo de la base, pero rasgar unas cuantas cuerdas, y aporrear un plato y un simple timbal, a veces, puede resultar un ejercicio de auténtico hipnotismo musical. Y cuando eso pasa, resulta fascinante. A ver cómo se portan en otro tipo de escenario; a ver qué hacen en el Paredes de Coura.
La noche la cerraron los chicos de The Suicide of Western Culture, una pareja de misteriosos personajes encapuchados: dos sombras sobre una gran mesa llena de aparatos electrónicos procedentes de otra época, incluso de otra galaxia. Los amantes de Boards of Canadá, Neu! o Crystal Castles, habrían disfrutado con ellos. Electrónica contundente pero diáfana, pesada pero a la vez muy volátil, como si no le afectara esa irremediable fuerza de gravedad que a los habitantes de la Tierra nos mantiene encerrados en el limitado y, a veces, aburrido suelo.
No obstante, noches como la del miércoles en el Teatro Lara, que aparecen en nuestro horizonte cultural y de ocio como por arte de magia, sorprendiéndonos y divirtiéndonos, son buen ejemplo de lo ilimitadas que son las cosas a nivel del suelo. Sobre todo cuando en medio de tanto asfalto, y de tanta meseta, acudimos a la casa de unos gallegos, que es lo que parece que es últimamente el Teatro Lara.
Fotos de Pablo Luna Chao.