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ALT - J



Rebelión en la granja.

Una de los cosas más alucinantes de este An Awesome Wave de Alt-J es que, según va avanzando el Cd, se te va haciendo más y más difícil, cuando no imposible, definir qué estilo de música hacen estos chavales. Hacia la mitad del disco ya nos tienen en jaque; pero cuando acaba te das cuenta de que poco importa ese detalle de nomenclatura. Como su nombre: Alt-J; o el triángulo, o la delta, ¡o qué se yo! Lo realmente importante es que suenan de maravilla, hagan lo que hagan y se llamen cómo se llamen. Son de Cambridge, son cuatro, y van a ser casi seguro la revelación del año en el panorama indie.

An Awesome Wave es uno de los mejores álbumes de debut que recuerdo, tal vez, desde el Funeral de Arcade Fire, o desde el xx de The XX. 14 canciones, incluyendo tres interludios y una intro con bastante contenido, que forman un todo muy compacto, definido y, aunque parezca una contradicción, enormemente variado en su morfología exterior. Imposible acotar etiquetas a su sonido amplio y de cuidada varticalidad, pero campean con elegancia y seguridad por zonas cercanas a un trip-hop de luz y techo abierto, llegados desde áreas alternativas y acústicas del pop-rock más musical y colorido, pero siempre con un ritmo básico y una esencia vocal más propia de ese raggae de tapicería rústica y étnica que, en ocasiones, ha practicado Ben Harper. Por supuesto hay neo-folk del bueno, del camuflado entre cuerdas y voces, y también hay electrónica, en esencia, por esa constante tratamiento del beat, siempre marcado y nunca excesivamente rápido, que apoyan en una gama instrumental que reúne piano, bajo, unas guitarras y un teclado siempre deliciosos y, por supuesto, en una batería precisa, ágil y comprometida con la estructura de cada canción.

Alt-J sorprende al mundo con un disco, valga la redundancia, enteramente musical, donde no especulan ni una nota, donde derraman pasión, canralidad y una extremada y depurada atención por los detalles constantemente. Cada canción tiene algo que la hace especial, diferente, y a la vez necesaria dentro del organismo vivo que es el An Awesome Wave. Un disco mágico y fantástico, colorido y cavernoso, de piel suave y fresca como el tacto de la arena de las playas en la noche; donde no puedes dar nada por sentado, ya que en cada canción rompen sus propios moldes y se disparan en diversas direcciones: como si cada tema fuese la gestación de una pequeña mariposa musical. Un álbum de estados plenos de ánimo, con una vegetación floral que decora todo el trabajo con elementos extraidos de las cuatro estaciones, rezumando una humedad que huele a vida y a secreto bien guardado. Aunque por poco tiempo.

Porque esta gente tiene vocación de extrovesión: su música es el tipo de arte que surje por el impulso de agradecimiento ante un mundo que no para de asombrarlos y removerles su aguda sensibilidad. Es el fruto de quien sabe ver y ecuchar antes de expresarse: tal vez por eso suenen a tantos grupo a la vez, sin llegar a imitar ni a recordar a nadie en concreto. El principio, por ejemplo, podría haberlo firmado Piano Magic, con ese piano azulado, la distorisión melancólica, la batería concienzuda, borracha de vino tinto, y el encorvado lamento de Thomas mientras llueven los punteos. Una Intro que augura lo que luego no es: porque toda redención tiene un punto angustioso de orígen. Luego nos confunden con un Interdule I, a dos voces, con la métrica de un poema de Darío. Y por fin, con Tessellate parece que arranca definitivamente el Cd; todos suenan: batería de cálido beat, guitarras de agua, teclados y pianos cuan alfombras mágicas, y voces y alaridos de explorador frente a la hoguera. Todo con mucha clase.

Breezeblocks recoge el testigo ya con otra onda, construida entre la despreocupación caribeña, el tintineo y el redoble de ritmo de bajo, que se acaba imponiendo en uno de los pasajes más sorprendentes y pegadizos del Cd: "please don't go/ I love you so" rematan los Alt-J, haciendo del cubismo vocal un juego de niños bien criados. Puede que el estilo de la banda se sedimente mejor gracias a pacíficas oxigenaciones como el segundo interludio (Interlude 2), ya que apreciamos mejor tras él, en Something Good, la delicadeza de cómo meten un piano en escalera, una acustica africana en las cuerdas (también en las vocales), y como hacen confluir toda la instrumentación en ambientaciones y paisajes hermosísimos. También se hace notar más el silencio, justo en el corazón de disco, en Dissolve Me, logrando un hueco en el olimpo que ocupan los Fleet Foxes o Bon Iver con ese momento glorioso, hacia la mitad del tema, en que sositenen todo el Cd con un arco de voz.

Tal vez Matilda y Ms sean las canciones que menos llamarían la atención, pero en su modestia regalan pasajes de harmonía y, sobre todo, mucha de la riqueza de detalles con la que decoran cada compás. Ya siempre optimistas, siguen colgados del techo, recorriendo las cumbres que ellos mismos han constuido cantando. Desde luego, si el ritmo caracteriza el inicio sorprendente del Cd, el esfuerzo vocal lo hace en la segunda. Fitzpleasure, en su arrogancia, es el último coletazo rítmico: un beat elegante y encarado que revive el Cd cuando el viento ya ha cambiado. Porque de nuevo tras un liviano Interlude 3, Bloodflood huele ya distinto: a final, al recogimiento del atardecer, a los últimos pasajes de una historia asombrosa, colorida y emocionante que tiene que acabar; a esas despedidas y finales que hinchan el pecho pero oprimen la garganta. Taro es, por tanto, como la última mirada de regalo en la distancia: como el "Capitaaaaan" que gritó Dersou Uzala desde lo alto de la nieve cuando se separa de Arseniev. Lo que convierte algo especial en legendario; en inolvidable.

La última pista en una canción desnuda, acústica y en tono de folk matutino: Hand Made es lo que su nombre indica. Con ella se completa un Cd extraordinario que no pasará inadvertido en las listas de final de año. Por la grandeza del abanico de sonidos que demuestran, por su carácter y lo arriesgado del proyecto, por tenerlo tan jodidamente claro, y por tener un estilo tan insultantemente musical, de los que hacen honor al arte que representan, estos chicos de Alt-J van a estar en boca de todos, merecidamente, y siempre acompañados de alabanzas, sonrisas de alegría y el justo augurio de su éxito. Desde aquí le pido a grito a cualquiera de los promotores que trabajan en nuestro país que traigan pronto a estos chicos de Cambridge: su cotización se dispara, y pronto habrá tubas pidiéndolos como zombis por las calles. Y si no, al tiempo. 



PORTISHEAD. Barcelona, 22-06-2012.



Paseo por el amor y la muerte.

Es posible que existan otras bandas en el mundo, otras formaciones con calidad, carisma y un puñado de canciones memorables; tal vez haya otros grupos igual de buenos, importantes e impresionantes en directo, pero durante la hora y media que duró su concierto del viernes, y hasta pasadas varias horas, solo pude pensar que Portishead son total y absolutamente únicos; los mejores, incomparables. 3 discos desde 1994, una rara avis en los escenarios: una de las bandas de culto por excelencia de nuestra generación. Los de Bristol se presentaban dos noches en Barcelona, en el privilegiado emplazamiento del Poble Espanyol, con una pléyade de teloneros y dos post-conciertos muy suculentos en Razzmatazz. Pero solo existieron ellos, antes, durante, y después de su inconmensurable concierto.

De los 3 teloneros lo más reseñable fue el hecho de que tan solo una pequeña minoría del público esperaba algo de ellos, puede que erróneamente. No importó que fueran bandas elegidas por los propios Portishead: reinó durante toda la tarde un denso ambiente de espera ciertamente inhibidor. Los barceloneses Cuchillo abrieron el festival bregando con el sol, como si esa fuera su rutina habitual: su música es el bailoteo que produce la calima, cuando el astro rey está en su cénit; un folk fílmico, hipnótico y cargado de momentos de bella evasión acústica. Thought Forms, a continuación, logró deprimirnos a todos: su tormentoso shoegaze, formado a partir de una montaña de graves, casi consiguió bajar las persianas de la noche antes de tiempo. Las luces y las sombras se sucedieron en el Poble Espanyol, y tras ellos, la calma del pacífico discurso de King Creosote y Jon Hopkins: guitarra y voz de cantautor, acompañado de piano y acordeón. Su versión de Song Of The Sirens, lo mejor del recital.

El problema de concebir un festival al rededor de la figura imponente de un grupo como Portishead, es que nada podría estar jamás a su altura. El sampler en portugués con el que rompieron, en 2008, nada menos que diez años de silencio, arrancó puntual colmando la enorme expectación acumulada. Silence, con la doble percusión y la voz lúgubre de Gibbons, anunciaba un concierto plagado de sombras malagüeras, melancolías y dolores, fermentados y curados como el buen vino. Hunter y Nylon Smile confirmaron la tendencia. Los de Bristol reproducían en orden su último trabajo, Third, postulando su mensaje claro y sin anestesia, un mensaje que se ha endurecido y oscurecido tras aquella década: la esperanza parece haberse consumido en Portishead, los sueños cumplidos se han desvanecido, y la luz de media altura que siempre habían exhibido, elegante y sofisticada, parece haberse disipado entre las tinieblas, formando grotescas figura y elementos sonoros. Barroco al servicio de la desesperanza.

La portentosa voz de Gibbons se mantiene igual que hace veinte años: profunda y tremendamente expresiva, sigue siendo el termómetro del corazón y el alma del sonido de la banda. Translúcida y profética, la madre indiscutible del trip-hop de pura cepa no pudo evitar marcar con el mismo acento sombrío que ya anunciaba en el Third, clásicos del tamaño de Mysterons o Sour Times, cuando empezó a intercalar aquél con temas del Dummy. Es inexplicable cómo su voz, aún resultando idéntica, puede llegar a contener todos y cada uno de los años que han pasado por su vida. Tal vez lo maravilloso del trabajo de Portishead, de su vuelta tras diez años de silencio, y de lo que son ahora capaces de hacer en directo, resida en esa mezcla de clasicismo y funesta modernidad, que parece que mira al futuro con rechazo y vencimiento; pero el anclaje en los tiempos que ya se fueron resulta frágil y desamparado, como la imagen de Beth, agarrada siempre al micro, incapaz de mantener la mirada fija hacia adelante.

Tras dos clasicazos del Dummy, el concierto entró en la épica romántica del derrotismo con Magic Door, y a partir de ahí, abandonamos lo real. Gibbons, que se desdobla en su propia voz, se rompió y acabó el calentamiento: se ofrecía como mano y guía a quien quisiera acompañarla al interior de sus propios infiernos. Siempre he pensado que para ella la música ha de ser una suerte de purgatorio, una eterna confesión dolorosa, pero para el público que asiste a sus conciertos, la experiencia resulta un auténtico paseo celestial. El concierto había entrado en una fase no terrenal, cuando la banda se redujo al trío original para interpretar Wandering Star, desnuda y minimalizada. Elegantemente vencida, y llenando la totalidad del recinto, enorme en el tendido, Beth Gibbons nos conducía por las ruinas de la dignidad humana, ofreciéndonos su mano en consuelo, y su voz como manto para dormir hasta un mañana que, de seguro, será aún peor.

La oscuridad se cierne sobre Portishead desde hace un tiempo, pero son tinieblas catedralicias, de esas en las que se atisba, tras mares y océanos de dudas y preguntas ancestrales, algunas de las respuestas que, en el fondo, no son más que un bálsamo. Machine Gun es, quizá, la más contundente de todas, y tal vez por eso se acompañó de imágenes de represión del movimiento 15M. El atractivo fatalista de Portishead no es una novedad, pero sorprende ver lo bien que engarzan tres décadas, dos generaciones, sociológica y musicalmente hablando. Over, Glory Box y Cowboys, encadenadas hacia el final de repertorio, se habían envenenado ya con el aire podrido que respiramos hoy en día: clásicos que de tan vivos que están aún, enferman con nuestros propios males.

Reservaron para el bis uno de los momentos más esperados y admirados: la interpretación de Roads. Gibbons ha logrado con ello estandarizar la liturgia de la sencillez, de la sensibilidad y de la sinceridad frente a un micro. Transmite un extraña paz, residente entre la vida y la muerte, tan intensa que parece la rendición definitiva de un corazón malherido. Eterna y sublime, su voz llegó hasta lugares del interior de mi cuerpo que ni siquiera conocía, y tengo la firme certeza de que mi conato de lágrima no fue el único. Uno de los momentos musicales más bonitos del año, hasta ahora, y de mi vida entera.

Y como solo ellos podían romper el hechizo en que se encontraba el público, acabaron el concierto con la insistencia abrasiva de We Carry On, que sonó a modo de despertador. Gibbons aprovechó para bajar al foso y saludar, uno a uno, a todos los que se acercaron a la primera fila.

Comienza una nueva era, los viejos valores, modelos y modales caducan a ritmos forzados, y el clasicismo parece ya una fuente lejana de inspiración y baremo. Portishead han sabido mejor que nadie adaptarse, actualizarse y volver a innovar; a anticipar e inaugurar fórmulas y variantes musicales, basadas en el instrumental, la electrónica, y toneladas de talento y estilo puro. Aunque parezca que lo hagan a regañadientes, como peleados con el presente, lúgubre y sombrío. Por fortuna, a los mortales, siempre nos quedarán los conciertos sublimes como este como escapatoria de los largos días de oscuridad que la humanidad está viviendo.

P.D: Fuentes no del todo ebrias afirmaban que el batería extra que llevaban, una bestia técnica que parecía el innato ritmo de Portishead, era el que había grabado con Radiohead su último disco. Espero confirmarlo en unas semanas...

P.D: Geoff Barrow en una máquina de hacer música.

Fotos de Pablo Luna Chao.

NICOLAS JAAR



Nicolas Jaar es el niño prodigio de la electrónica minimal ambiental y del deep house. Con solo 21 años, y tras publicar un primer Lp en febrero del presente año, este neoyorquino de raíces chilenas ha conseguido poner su nombre en boca de todos. Puede que el hecho de ser hijo de quien es le haya proporcionado buenos medios, equipo e instrumentos de primera, e incluso que le haya abierto un par de puertas, pero lo cierto es que su calidad como compositor y productor está fuera de toda duda. La extendida buena recepción de su álbum de debut, SPACE IS ONLY NOISE, es todo mérito suyo. Porque, al menos en mi caso, ha sido gracias a Nicolas Jaar que he conocido la obra de su padre, Alfredo Jaar.

Es verdad que no todos los chicos de 14 años pueden hacer música electrónica en su casa, y Chile no creo que sea una excepción. Allí pasó parte de su infancia este chico de ideas y música claras. Pero si gracias al bien recompensado trabajo de su padre tuvo la oportunidad de desarrollar su propia forma de expresión, suerte por él; y suerte nosotros que ganamos un artista interesantísimo.


SPACE IS ONLY NOISE es un Cd sutil, casi podríamos decir que silencioso; con un ritmo que en muchas ocasiones no es en absoluto explícito, ralentizado con respecto a sus anteriores y más cortos trabajos. Un halago al downtempo con ligeras influencias que van desde Massive Attack a Depeche Mode, pasando por DJ Shadow, Nathan Fake, Matthew Dear, Bonobo, The Knife o el mismo James Blake. Ante todo, mucha elegancia. Electrónica blanca de escondida fascinación instrumental, con delicadas cavernas de sonido suave donde casi siempre tintinea un piano de fondo. Sin renunciar a sampleos vocales y a piezas cantadas (que recuerdan a lo mejor de Tricky), Nicolas Jaar plantea un Cd de electrónica poco habitual, cercano, por momentos, al acid-jazz y al trip-hop. Un sonido intrigante por naturaleza.

Para mí el disco empieza en la pista 3, porque no me gustan los eructos de Être ni la voz robotizada rollo N'Sync de Colomb. Su arritmia, de todas formas, ya es sintomática. Sunflowers funcionaría de intro, con su piano y su métrica delirante, y Too Many Kids Finding Rain In The Dust, la puerta al misterio que esconde este Cd. Entre susurros de cuerdas y violines, un acento étnico de no se sabe dónde y una oscuridad débilmente iluminada, nos adentramos agachados en un sonido del que nos va a costar salir, por un pasillo húmedo y magestuoso que conduce, o eso pensamos al menos, a un enorme espacio de decoración minimal. Sin las dos primeras creo que el disco sería más redondo. 

Porque a partir de ese temazo se desarrolla un mismo concepto de música con varias caras distintas, enriqueciéndose sin aglomerarse. El Cd crece tema a tema hasta la última canción (^tre, que también me sobra): Keep Me There eleva el techo hasta el cielo estrellado, e incluso deja entrar a un saxo en la cueva; ritmos más perceptibles, pero igualmente descansados. Perfecta para noches de las que ya no esperas nada bueno, más allá de tu propia mente. Problems With The Sun marca el epicentro del ritmo, y en Space Is Only Noise If You Can See, éste se engalana con la síntesis del teclado. Todo muy sutil, siempre como tratando de preservar el silencio incluso dentro del sonido. 

La canción que casi da título al álbum es otro de los temazos, pero en seguida volvemos al ritmo perdido y contemplativo: Almost Fell fluye sobre el correr del agua y el agitar del viento. De ahí nace una métrica nocturna, cantada en frío por una voz feminizada. Balance Her In Between Your Eyes demuestra que a este chico las nanas se las cantaba Beth Gibbons. El tema más de DJ, Spectrum Of The Future, no desentona en absoluto con la calma del Cd: la elegancia del piano es la constante más reconocible del SPACE IS ONLY NOISE

Trace es solo batería y agua, pero también es la antesala del último gran aporte. Variations hace honor a su nombre: propone un baile no escuchado hasta entonces en el Cd, con el acento puesto esta vez en una guitarra de aires orientales. Intuimos que tiene mucha más música en la sesera este Nicolas Jaar, y desde luego muy capaz de cambiar su cara en un directo, o en diversos ambientes. El Cd cierra con el mismo lamento de piano (con eructos rollo Pantano del Hedor Eterno de Dentro del Laberinto; sí, la de Bowie); sella el álbum como lo abrió: mostrando una oscuridad a la luz de los ojos del que tenga paciencia para los detalles.

Fotos de Alfredo Jaar.

También disponible en My Feet In Flames.

THE KILIMANJARO DARKJAZZ ENSAMBLE

El horror de mi reflejo.

No sé si es conveniente explicar quién es esta gente, o mantener vivo el espíritu de su sonido dejándolos en un descriptivo anonimato, reduciéndoles a ese enigmático perfil con el que se autorretratan a través de la música. Pero al menos diré que The Kilimanjaro Darkjazz Ensamble es una formación de origen holandés, que hace una especie de nu jazz, o acid-jazz extremo, o algo parecido al jazz electrónico, al downtempo, al trip-hop; tremendamente experimental, en cualquier caso. Podría ser la exageración de la Cinematic Orchestra, o un acto de puro vanguardismo musical, pero de lo que no cabe duda, una vez escuchado su HERE BE DRAGONS, es de que el magnetismo de la oscuridad seguirá atrayendo al ser humano por toda la eternidad.

Diré también que son un sexteto de músicos no demasiado convencionales, con una serie de inquitudes y cualidades artísticas que son el alma y el trasfondo del grupo. El proyecto nace a principios de la década, pero no se completa su formación hasta 2008, cuando se embarcan en la producción de HERE BE DRAGONS, el tercer trabajo bajo tan fascinante nombre; el primero de larga duración. En 2011 han vuelto con From The Stairwell. Y poco más de su curriculum, la verdad. El resto es todo pura traducción de lo que oigo.

La instrumentalización clásica deformada es una de las constantes de The Kilimanjaro Darkjazz Ensamble: hacen de su jazz algo que no parece merecer ser parte de la sociedad. Parece la banda sonora del vagar de un monstruo cualquiera, encapotado, culto e injuriado, que sortea las luces de candil entre las nebulosas calles nocturnas de Londres. Un Londres victoriano, para más señas. El saxo nos habla de un solitario y su locura, de un retrato desfigurado en el espejo. Pero al final, canciones como la dulce Seneca nos hacen dudar: la imagen, y el monstruo que vemos reflejado pueden ser solo producto de nuestra mente, del ojo que mira muy adentro de su propia mirada.


Otra constante es la rítmica de largo recorrido, de evolución celular gradual. Siempre dentro de la oscuridad, el downtempo y el trip-hop aparecen como un rayo de expresionismo pseudoabstracto entre afinaciones y sonidos impresionistas, siempre teñidos de la elegancia y el señorío de instrumentos mimados en blanco y negro. The MacGuffin es el único tema que apuesta por un ritmo y una evolución más propias del post-rock instrumental (en una micro aproximación al universo Godspeed You! Black Emperor), con lo que elevan la mirada al mismo cielo al que miran quienes hacen space-rock o drampop, por ejemplo.

La inyección transversal de la electrónica es, sin duda, otra de las características más destacadas de The Kilimanjaro Darkjazz Ensamble, no solo por la rítmica anteriormente mencionada, sino también por la acidez con la que infectan ese jazz, tan desvencijado que da pena mirarlo, ya desde Lead Squid. Es la caducidad manifiesta de la convención musical: un nuevo juego en el que todo vale. El predominio electrónico es la droga a través de la cual transforman la realidad en deformada visión del mundo, el alucinógeno que hace crecer al monstruo entre las arrugas de nuestra faz, el cristal caleidoscópico que hace casi desaparecer todo vestigio de clasicismo, aunque siga ahí.

La voz femenina que aparece en Embers (que se acerca peligrosamente a Portishead), Mits Of Krakatoa y Siroco, solo puede conducirnos al pecado: una femme fatal que se mueve al ritmo lento y saturado de 2046, y que huele a las flores que olían a desastre en Perdición. Los violines que la acompañan, y que suenan solos en Caravan!, además, nos remiten inmediatamente a una lugar muy poco concreto del Mediterráneo oriental, casi como si quisieran hacernos ver, de manera elegante pero soberbia, que el embrujo de The Kilimanjaro Darkjazz Ensamble puede llevarnos, a través de las luces de la oscuridad, a donde les de la real gana llevarnos.

En noches de soledad, son la banda sonora de cuantos hayan perdido algo alguna vez en la vida, de quienes no caen en la nostalgia, no imaginan un pasado que ya no existe, pero caminan noctámbulos, escurridizos y olvidados, por el desértico camino de sus vidas. Sin embargo, a la luz de la cordura, son lo que anda buscando todo aquel que siempre busca algo. Son la respuesta del mañana a la pregunta que los viejos no se atreven a imaginar. Un acto puro de irreverencia vanguardista.



ARCHIVE



Breves coordenadas del género.

En los años '30 Marc Bloch y Lucien Febvre crearon en Francia una revista de Historia que resultó ser tremendamente revolucionaria. 'Annales' abogaba por un discurso histórico total, sin fragmentaciones. Atentaba contra el método alemán historicista que, atendiendo a una obsesiva y pulcra plasmación de los datos, dividía la historia en pequeñas cajoneras separadas que contenían la Historia social, la económica, la política, con la interior en un cajón, y la exterior en otro. Así tendemos a hacer aquellos que escribimos sobre musica: etiquetamos, clasificamos, y metemos en inmensos sacos todo sonido, elemento musical o artista que pase frente a nosotros, sin ningún tipo de contemplación. Justo o no, ése es el método que tenemos nostros para explicar y describir la música; y ellos, quizá en su obligación, han de huír del clasificado, renegar de la etiqueta impuesta, desencasillarse y evolucionar. Así nacieron términos como el de trip-hop.

Cuando me preguntan, suelo definirlo como un sonido que se hizo en Bristol entre 1994 y 1998 que, pese a no haber sido reconocido por sus supuestos progenitores, y haber desaparecido casi absolutamente, ha influido enormemente en importantes ramas de la música contemporánea. Portishead, Massive Attack y Tricky son la referencia indiscutible. Negándola en su momento, y abandonándola después, han hecho de esta música un lujo de existencias limitadas, una minúscula rareza irrepetible, completamente no-atemporal (que en este caso aumenta su valor), un híbrido genético musical alucinante, pero incapaz de dejar descendencia. Es, además, un magnífico y excepcional fósil guía que reconstruye las tendencias que confluyeron, a mediados de los '90, en principio, entre la música electrónica y el hip-hop.

Trip-hop de catálogo.

Archive, desconocido para mí hasta hace unos días, practicó trip-hop en sus inicios, pero como mandan los cánones del género, pronto lo abandonó. Darius Keller y Danny Griffiths son el núcleo de esta banda londinense que, formada en 1994 con la incorporación de la vocalista Roya Arab y el rapero Rosko John, editó un disco, LONDINIUM, y en seguida se disolvió. Otra rara avis. Nos dejaron, éstos cuatro músicos, un disco delicioso de auténtico y genuíno trip-hop. Keller y Griffiths, de todas formas, han dado continuidad al proyecto con otros colaboradores, sacando al mercado más de media docena de Cds más, eso sí, en otra linea musical. LONDINIUM es el disco (nunca mejor escrito, con mayúsculas).

El trip-hop de Archive no es como el de Massive Attack o Portishead: las mareas musicales encontradas no armonizan tan majestuosamente como en los padres del género. Las bases no resultan tan definitorias del tema; son más neutras, y permanecen un tanto camufladas bajo arreglos de tinte algo más clásico que en Portishead o en Massive Attack. El ritmo creado es el habitual downtempo del trip-hop y del acid-jazz: un latir elegante y accesible, pero preparado para ser lanzadera de un rapeo, con ligero acento africano-caribeño. Por otro lado, el juego vocalista combina el rap con la voz melódica femenina, más en la linea de Lamb que en la de Beth Gibbons, de manera un tanto segregada. En cierto modo parece como si todavía no hubieran tomado la decisión de qué vía escoger, como si su música avanzara con el pie sobre el freno, atenta y consciente de la cercanía de una bifurcación insalvable.

LONDINIUM, de todas formas, cumple con creces con la 1ª característica indispensable para hacer buen trip-hop: la elegancia. Nobleza de ambiente, ritmo lento pero seguro, henchido de brillantes y pulidos secretos, y una combinación vocalista que, pese a mi quisquillosidad desquiciante, es fantástica. El rap y la voz melódica se combinan a la perfección en So Few Words, Darkroom y el Last Five (caso aparte el de Londinium, que va más allá). Incluso en otros temas, cuando aparecen por separado, entonan el mismo juego: timbres dulces, calmados discursos, seducción lenta y encanto; pieles delicadas para un trip-hop de escaparate. Porque Archive da un poquito de todos aquellos elementos que, unidos como en una fórmula alquímica, hicieron posible que se hablara de este género, pero solo a modo de catálogo. Bases de hip-hop en downtempo, homenaje a los clásicos del jazz y del soul, acid-jazz (Headspace) y electrónica derivada, o atraída por, voces melódicas y seductoras (mejor si son femeninas), el imprescindible sombreado del rap, scratches, samplers, sintetizadores y, por supuesto, la innata elegancia necesaria.

Archive es genuíno porque no imita a nadie: es su trip-hop. En una linea muy cercana al dogma de Bristol, los de Londres son más hip-hop alternativo cuando rapea Rosko John, y más acid-jazz, con base en lugar de instrumentación (salvo en Headspace que sí es plenamente acid-jazz), cuando canta Roya Arab. El único pero es que el valle entre esas dos tendencias, ese utópico lugar que llamamos trip-hop, en Archive, resulta un tanto menos fertil. Por tanto, en mi opinión, el disco sube de nivel con los temas más raperos (más que con la aportación de la cantante). Entre otras cosas por ese tenue olor a Fugees que tanto me gusta del tema Londinium. Y del otro lado, de la ladera del acid-soul, destaca Nothing Else, que pese a sonar musicalmente más a Lamb o a la noruega Beady Belle, tiene ese encanto teatral que tanto caracteriza a Beth Gibbons.

LONDINIUM no tendrá la sólida definición interna del Blue Lines, del Dummy, del Maxiquaye, del Portishead, o del Mezzanine, pero conecta tanto genéticamente con ellos como yo con mis primos gallegos. Tienes la misma sensación de privilegio al escucharlo. La sutileza, el ritmo sofisticado, la selecta atmósfera, el estilo, son conceptos que Archive domina con esta primera formación. Lo que viene después me interesa como una décima parte. LONDIMIUM ha entrado en el aristocrático saco del trip-hop auténtico cuando ya casi lo daba por cerrado. Lo cual me lleva a la siguiente conclusión: puede que el trip-hop haya muerto a día de hoy (certificaron su muerte los propios creadores con el Third y el Heligoland), pero la arqueología musical todavía puede rescatarme algunas piezas hasta ahora desconocidas. Suerte que la música es infinita.




ESBEN AND THE WITCH



Como en Cien años de soledad, cuando alguien muy importante se va durante años, y luego regresa, tiempo después empiezan a aparecerle por doquier hijos desconocidos, que llaman a su puerta reclamando su paternidad y bendición. 17 Aurelianos; y serán 17 las hijas del Third de Portishead. Warpaint y Esben and The Witch son la avanzadilla. No me extraña, por tanto, que ambas bandas estuvieran nominadas al 'Sound of 2011' de la BBC, junto con James Blake, The Vaccines o Yuck, entre otros. Sin duda que darán que hablar en los próximos años, y no sólo en el Reino Unido. Ambas demuestran, definitivamente, que el trip-hop ya no existe.

Esben and The Witch es una de las más nuevas e interesantes apuestas de Matador Records para 2011. El 31 de enero editaron su álbum de debut, VIOLET CRIES: otra prueba más de lo lejos que quedan ya los primeros años '90. Trip-hop de 3ª generación, ya muy distante de un Blue Lines, un Dummy, o incluso de un Motion (The Cinematic Orchestra), o de un Moon Safari (Air). Heredero directo del Third, y caminando por un terreno allanado por The XX, este Cd se mueve siempre a un ritmo abatido, de sólidas dispersiones mentales, de densos humos de reflexión circular; al ritmo enfermizo del augurio de la muerte. Pero en la espera de lo inevitable, este trío de Brighton nos regala momentos de extrema delicadeza, profundidades abismales, descritas con la calma del vencido.

Me sorprenden dos cosas de este VIOLET CRIES tras una primera escucha: la profundidad y la personalidad que demuestran en todas y cada una de las pistas. Como todos sus precedentes, Esben and The Witch busca un sonido oscuro y elegante, una pose de engalanada dignidad, y una mirada sutil, siempre misteriosa. Otras formaciones parecidas pecan quizás de excesiva formalidad; Esben and The Witch son todo contenido. La decadencia en la voz de Rachel Davies, casi tétrica, pero tremendamente atractiva, las extrañas abstracciones de su electrónica, la difusa ambientación de platos y bombo, el coro de ángelas caídas, y la finitud de sus arpegios y punteos hablan, más que de una forma, de un lenguaje lleno de contenido, un lenguaje que es el mensaje; el sentimiento y la expresión, materializadas en una misma música.

Quizá la primera virtud del VIOLET CRIES sea que al escucharlo, uno no tiene por qué saber de dónde viene su sonido. Por primera vez, el Bristol de los '90 no ensombrece a su propia descendencia. Esben and The Witch tienen personalidad propia, precisamente porque beben más de ese sonido, ya evolucionado por el Third de Portishead (ya no lo digo más), por ese trip-hop actualizado: mucho más entrecortado, disonante, amante del desequilibrio controlado, más sombrío y desencantado; otra vez miedoso, como lo eran las voces del dream pop inglés de la Era Nirvana (1987-94), pero con el tono de Chan Marshall, de PJ, o el de las chicas de Warpaint.

No obstante, soy consciente de lo arriesgado que es llamar a esto trip-hop: su abanico de sonido es, con toda seguridad, mucho más amplio. La abrasiva influencia del post-rock ensancha sus fronteras (sobre todo en Light Streams, Hexagons IV y en el final de Eumenides), las estructuras son más imprevisibles y libres (incluso la progresiva Argyria); y, en general, el sonido parece mucho más experimental. Pero la tensión impenetrable que subyace en VIOLET CRIES, sobre todo en Chorea, Marching Song, nos remite nostálgicamente a aquél efímero estilo musical. También podríamos llamarlo trip-hop maduro, siempre y cuando aceptemos que tiene la esencia partida en dos: más que nunca, entre la electrónica y el post-rock.

La buena noticia es que discos como este nos hacen creer aún en la vitalidad y validez de esa unión. Esben and The Witch parece saber administrar las dosis de una y otra influencia, con una personalidad notoria; saben respetar la distancia con sus referentes, leen su evolución; y crean, en definitiva, una atmósfera propia, muy definida, y que hace honor a la época de incertidumbre que estamos viviendo.




Imágenes de Emi Wakatsuki

HIDDEN ORCHESTRA



A priori, todos los géneros musicales pueden llegar a ser mezclados entre sí, ¿por qué no? Ahora, también es cierto que el que mucho abarca, poco aprieta. Partiendo de estas dos bases, escuchemos Hidden Orchestra, el proyecto de Joe Acheson donde pretende fusionar el jazz, post-rock, trip-hop, downtempo, electrónica y música clásica de cámara, y juzguemos si algo así es concebible. NIGHT WALKS es su primer trabajo, producido por el sello británico Tru Thoughts (que hicieron debutar a Bonobo con su Animal magic), y es algo que no se encuentra todos los días.

Hidden Orchestra son escoceses: Tim Lane y Jamie Graham tocan dos baterías a la vez (debido a la influencia de Gene Krupa, el primer batería superstar), Poppy Ackroyd se encarga de teclados y los violines y Joe Acheson, a parte de componerlo todo, toca el bajo y manipula samplers electrónicos. A esto hay que sumarle, para la grabación en estudio de NIGHT WALKS, el cello de Su-a Lee, la trompeta de Phil Cardwell, el corno francés de Marcus Britton, y un saxo soprano, una flauta travesera turca kaval, y una flauta dulce irlandesa low whistles, interpretadas por Fraser Fifield. Acheson, un auténtico hombre-orquesta, dirige todo esto de una manera impensable, aunque con una clara tendencia hacia la electrónica, el downtempo en concreto, y la constante presencia del concepto de grupo de cámara.

Desde luego, el mayor logro en cuanto a fusión, es el temazo que abre el Cd: Antiphon. Sobre una base de trip-hop se desarrolla una estructura que, por momentos, recuerda a cosas de Red sparowes, de Godspeed you! Black Emperor o incluso de Mogwai. A partir de aquí, no hay ni rastro de rock. Acheson se declara fan de Radiohead para justificar su intento de fusión, pero para alcanzar el genuíno estilo de rock etéreo de los ingleses, ese rock elíptico que hasta puede carecer de guitarras, hace falta mucha experiencia en el rock 'n' roll convencional. A Acheson le falta, y se nota.

El rock fuera. El resto de elementos, sin embargo, sí que están más equilibradamente presentes a lo largo del disco. La métrica de sus canciones varía desde el trip-hop y el downtempo hasta algo cercano al drum & bass, pero siempre elegantemente adornada por un abanico instrumental considerable, samplers con sonidos naturales, y la ácida entonación del jazz vanguardista. El resultado es un sonido, por momentos, tremendamente cinematográfico, elegante por lo elevado de la conjunción intrumental y un ejemplo más de que, con el tiempo, sí puede llegar a existir una música clásica posmoderna.

NIGHT WALKS es un disco interesantísimo, sorprendente, refinado y de aire distinguido. Un sonido en la línea del Motion y del Every day de Cinematic Orchestra, y también, aunque con bastante menor habilidad para el jazz, cercano a la sublime propuesta de Portico Quartet, Knee-deep in the North Sea. ¿Electrónica elegante, o jazz modernista?


Dust

Footsteps

Strange

PORTISHEAD



La oscuridad se cierne sobre Portishead.

La oscuridad se cierne sobre Portishead. El trip-hop ya no existe. Ejecutado por sus propios creadores. Portishead ha vuelto, pero ya no estamos en los años '90. Tras un larguísimo y angustiante silencio de diez años, por fin salió a la luz el tercer disco de estudio de esta banda de culto que, desde Bristol, ha sorprendido y enamorado al mundo con apenas un puñado de canciones, eternas e inolvidables todas ellas. Una banda que no tiene fans, tiene devotos; que han guardado, durante estos últimos años, como auténticas reliquias atemporales de música, envasadas al vacío, aquellas 22 canciones, aquellos 2 discos (3 contando el directo en el Roseland) que, a mediados de los '90, convirtieron a Portishead en uno de los grupos más influyentes y respetados de toda la escena musical contemporánea. Referente para tantos estilos como seamos capaces de concebir; síntesis de todo un siglo de música, de todo un mundo (occidental) de sonidos.

El tiempo ha pasado, y acabando ya el primer decenio del siglo XXI, nos damos cuenta de que el futuro futurista no existe: ni 1984, ni el mundo feliz, ni bomberos quemadores de literatura, ni blade-runners, ni terminators, ni coches voladores ni teletransporte molecular. Portishead siempre ha sido como una cápsula, como un vehículo hiperespacial que nos permitía (a sus devotos) viajar en el tiempo. Hoy, con el THIRD, nos enseñan una clara y cruda visión del futuro que vivimos sin darnos ni cuenta. Como si todos estos años de silencio, sin aparentemente nada nuevo que decir, se hubieran dedicado a observar, pantocráticos, desde lo alto de su templo, cómo la sociedad se degrada; cómo el futuro acecha, aún más oscuro de lo que nos habíamos llegado a imaginar; cómo se cierne la oscuridad sobre el hombre.

El THIRD es como un profundo y tenebroso agujero, sombrío e inquietante, pero con ese impresionante poder de seducción primitivo, instintivo y ancestral que provoca en el hombre el olor a muerte, a destrucción, a sangre de color burdeos. Es el placer de degustar, lentamente, la amargura de lo inevitable. Portishead (porque es mujer) siempre resultó muy atractiva y misteriosa; la desmaterialización del poder de Greta Garbo; el sonido de la elegante resignación, de la silenciosa y honorable derrota. Un sonido que enmascaraba bien la vulnerabilidad que hay en todos nosotros. Que nos reconcilia, de algún modo, pacífica y dolorosamente, con el lado oscuro de nuestra mente. En el THIRD, oímos a una Beth Gibbons más hermética y herida que nunca. Portishead ya no hace piezas de museo: son monumentos a la incomprensión, al siempre latente conflicto interior que hay en el ser humano; son crueles sentencias; declaraciones de oscuros y lacerantes secretos, confesiones de complejas luchas, de dialéctica inacabada, de tensión irrefrenable; de reacción atómica mental.

Que nadie espere otro Dummy, ni otro Portishead, porque se llevará una profunda decepción. El THIRD no es fácil de escuchar; como no es fácil vivir en un mundo que llama débil al romántico, iluso al soñador, y mariquita a quien muestra un ápice de sensibilidad. Las joyas del THIRD no nos harán sentir mejor, ni más fuertes, ni más altos ni más guapos. Son las miradas más autocríticas y punzantes que un espejo nos pueda devolver. No hay harmonía, ni ese delicioso olor a viejo que producían los surcos del vinilo. Pero me da la sensación que este disco me acompañará durante años, como los tres anteriores. Parece un buen narcótico para sobrellevar los envites, desconcertantes e implacables, del oscuro mar abierto por el que navegamos con Portishead.


We carry on

Small

Magic door

MASSIVE ATTACK



Dos personas cuya opinión musical respeto a ciegas me han dicho lo mismo de este disco: "no es tan redondo como el 100th window"; y sé que no se han puesto de acuerdo. Y es que para muchos, incluso por encima del Mezzanine, el penúltimo es el mejor disco de esta banda de Bristol. En cualquier caso, la evolución de Massive Attack siempre ha sido sorpendente y, a la larga, muy admirada y envidiada. Ha necesitado 3 oportunidades, aunque reconozco que las dos primeras no fueron en el contexto adecuado.

HELIGOLAND no pasará a la historia como su mejor album, pero sí como uno paso más en la experimentación rítmica presente en todos sus trabajos. La oscuridad sigue de telón de fondo, los ecos del dub, siempre atractivos, siempre tentadores. Siempre elegantes, pese a la desnudez de algunos temas, pese a la contundencia de su melódica electrónica. Porque este trabajo combina algunos de los elementos más clásicos del grupo (desde la inconfudible voz de Horace Andy hasta esa arritmia que podríamos llamar trip-dub-hop) con la incansable búsqueda, con ese viaje onírico por las desconocidas tierras de la electrónica rock, que tan bien recorrió, creando el auténtico sonido triphopero, en Protection y en Mezzanine (Girl I love you = Spying glass).

Es verdad, no es redondo. No es como el 100th window; pero éste es comparable al () de Sigur Rós, y vive de esa sensación cíclica, repetitiva pero siempre incisiva: pequeños y sutiles cambios apenas pecibidos son capaces de cambiar el prisma a un mismo discurso musical. Todo en esos discos fluye a la perfección, nada parece cambiar, pero el desarrollo es intensísimo. Sin embargo, como el Med sud í eyrum... para los islandeses, el HELIGOLAND para Massive Attack significa una nueva aventura en busca de nuevas geografías musicales, pero manteniendo su inconfundible sello: ritmos valientes, de rompehielos, un tendido instrumental en alta tensión, melodías de una intrigante y cálida oscuridad. Una elegante llamada a la orgullosa y experimentada decadencia postmoderna. Y cuanto más lo escucho, más ganas tengo de coger el coche, y conducir al son del HELIGOLAND hacia costas estigias, siguiendo las señales del estigma.

Es posible que sea el disco más difícil de oír de Massive attack, porque cada canción es un nuevo acto, no hay continuidad; y porque, en el fondo, solo hay cuatro o cinco Temazos. Rezo por ver algo de esta gira, porque el directo de este trabajo puede ser inolvidable. Luces, sonidos, sombras, denuncia social. Quien esté dispuesto a ir al sudoeste portugués a principios de agosto que cuente conmigo! Creo que este disco por fin ha entrado en mi cabeza, a ver ahora cómo y cuándo puedo sacármelo. Su sonido es pegadizo, vicioso y lleno de diminutos detalles maestros, fruto de una precisión instrumental digna del mejor rock: sus arpegios premonitorios y largas estructuras cortantes recuerdan a Tool. El Third de Portishead, bastante similar también, abrió un camino inhóspito que el HELIGOLAND recorre con mayor seguridad. Es el trip-hop del siglo XXI? O tan solo el lento y nostálgico alejamiento hacia la electrónica? El tiempo lo dirá.


Atlas air

Girl I love you

Paradise circus

BOWERY ELECTRIC



No es tan lagro el trecho que separa al shoegaze del trip-hop, y éste ha sido recorrido, en cuatro etapas y seis años, por este dúo de NYC. En 1994 parecía todo dicho en la escena más apática y lánguida del rock eléctrico, pero Bowery electric nacía para desarrollar una sorprendente evolución electrónica de la retórica oscura y reverberada del sonido shoegazing.

En su debut (Bowery electric, 1994) marcan el inicio con una propuesta académica, potente y "adecuadamente aburrida": voces melancólicas y sombrías, largas distorsiones pendulantes y un comandante y melódico bajo acompañan a ese ritmo pegajoso y tentador del que nace el rap y la elegancia del trip-hop que inventaba Miles Davis, Herbie Hancock o Geoff Barrow (Portishead) desde hacía un par de años. El duo Lawrence Chandler - Martha Schwendener contó con un batería de mano experta y cansina, encarnando el latir cadencioso que, más tarde, sería robotizado; un latir que nace y muere bien cerquita de Gales, en el corazón de Bristol y de Beth Gibbons.

Lo que siguió de Bowery electric fueron dos discos de experimentación electrónica (Beat, 1995; Vértigo, 1997): la luz, poco a poco, va entrando en los dilatados compases, y el teclado esconde, gradual y educadamente, a guitarras y pedales. Batería en extinción: una simple base y el bajo marcarán la pauta. Pero, sobre todo, experimentación (incluso remixes) y entrada de luz.

Nada más poner el esperadísimo LUSHLIFE te das cuenta de que tienes algo bueno entre manos. No han perdido el tiempo en estos tres años. Un nacarado trip-hop emana (y sorprende, por delicado) de la armoniosa conjunción instrumental. El nuevo sonido se basa en estructuras domadas, refinados arreglos de azulado fondo, sutiles gotas de eléctrica, y en el mismo bajo de siempre, potente y rompehielos. El ritmo, marcado por una base de aguja de zafiro y surcos en stereo, es 100% trip-hop, 100% Bristol. El LUSHLIFE es, seguramente, la última gran noticia en esta escena en los últimos 10 años: un sonido tan tenue que resulta cuasi imperceptible, cuasi perecedero ante la luz del nuevo siglo.

En resumen, quien (como yo) disfrute con Bethany curve disfrutará con el primero de Bowery electric; quien (como yo) ame a Portishead por encima de casi todas las cosas de este sucio mundo, disfrutará con el LUSHLIFE de Bowery electric. Lushlife

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