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MUMFORD AND SONS (Babel, 2012)



Los banjos al poder.

Puede que los que hayan visto Deliverance (John Boorman, 1972) me entiendan. Yo me crié escuchando en cada viaje, en el coche de mi padre, el famoso Dueling Banjos de Arthur 'Guitar Boogie' Smith que aparece en el filme; así que tal vez no sea del todo imparcial al reseñar este segundo álbum de Mumford and Sons, Babel (Island, 2012), ya que el sonido del banjo me transporta a lugares especiales de mi memoria. Y no precisamente a las pantanosas riberas de la cuenca central y sur del Mississippi, de donde es originario el folk que practica esta banda del oeste de Londres. Porque el mundo global de nuestros días permite eso, entre otras cosas no tan enriquecedoras: que el folklore personal de cada uno pueda componerse de piezas de variada procedencia cultural; demostrando que el arte y la cultura no entienden de nacionalismos ni patrimonios de mira estrecha y horizonte corto.

Ben Lovett (voces, teclado, acordeón, batería), Winston Marshall (voces, banjo, dobro), y Ted Dwane (voces, contrabajo, batería, guitarra) no son hijos de Marcus Mumford (voz principal, guitarra, batería, mandolina), pero pensaron que el nombre, a modo de antigua empresa familiar, pegaba con la filosofía del grupo. Mumford ya se había dado a conocer entre la comunidad folk del oeste de Londres, haciendo de batería para Laura Marling en su inicios (2006-8); y fue precisamente a través del mánager de ésta, Adam Tudhope, como se puso en marcha el proyecto de Mumford and Sons. Sin embargo, antes de firmar con Island Records (filial de Universal), y de tener a Markus Dravs (que había trabajado recientemente con Björk, Coldplay o Arcade Fire) de productor para su álbum de debut, el cuarteto se lo curró girando por media Inglaterra, madurando su sonido, y editando algún que otro Ep. 

En octubre de 2009 vio por fin la luz Sigh No More (Island, 2009), pero la impresinante extensión de su popularidad vendría generada más adelante, desde principios de 2011, cuando actuaron en la ceremonia de los Grammy. Pese a no ganar ninguna de las dos nominaciones (Mejor Artista Nuevo y Mejor Canción de Rock, por Little Lion Man), interpretaron el single The Cave, y compartieron escenario con The Avett Brothers y con el mismísimo Bob Dylan, con quienes tocaron Maggie's Farm. Dylan declaró, además, que Mumford and Sons era una de sus bandas favoritas del momento. Así es como han conseguido ser el primer grupo británico, desde Coldplay, que vende más de un millón de discos en EEUU; aunque aquellos no lo hicieron con su primer trabajo. Pero lo que es indudable es que una banda de estas características, hace 10 o 15 años, no habría funcionado como ahora.

Vivimos el boom de un fenómeno que solemos denominar como neo-folk, una suerte de revisión de las formas musicales tradicionales, modernizadas y revalorizadas, y manteniendo una estricta fidelidad con el espíritu ancestral; un fenómeno que, en otros estilos, no forzosamente cercanos geográficamente, ha propiciado también el nacimiento y éxito de bandas como Fleet Foxes, The Black Keys, Beirut, Iron and Wine, Kings Of Leon, The Tallest Man On The Earth (en plan solitario), M. Ward, Siskiyou, The Decemberists, los mismos Calexico, o aquí en la península, Manel o Los Evangelistas, por poner algunos ejemplos. Aunque referentes a dos mundos tan alejados como son la vieja Louissiana y los bosques húmedos y frondosos de la costa del Pacífico norte, y pese a una evidente diferencia en la tendencia estilística de fondo, el paralelismo con Fleet Foxes es evidente: el mismo halo de expectativa envolvió el lanzamiento del segundo trabajo de éstos últimos, Helplessness Blues (Sub Pop, 2011) el año pasado, como el que ha acompañado durante 2012 toda información sobre el Babel de Mumford and Sons, la esperada confirmación de su supuesta excelencia (por mucho que le moleste a Ben Lovett).

Más que un disco continuista, considero que Babel es incluso un paso hacia atrás en la naturaleza del sonido de Mumford and Sons y su evolución. Diría que por una parte, la instrumental, se acercan más a la ortodoxia del country, y por otra, al pop posmoderno, en la estructura y en la abierta narración melódica. Pese a resultar un disco abundante, demuestran una pizca menos de capacidad compositiva y de versatilidad y relieve morfológicos. Casi me pegaría más éste como su disco de debut, y Sigh No More una leve apertura de su sonido; o tal vez es que siguen escarbando en las raíces, asidos al cabo comercial del aire liberal de las formas del pop. En cualquier, caso está clara la apuesta de Mumford and Sons: reforzar el atractivo efecto de su sonido acústico, apoyado más que nunca en el banjo, las guitarras circulares y un ritmo cabalgante; y valerse de estructuras más directas, que facilitan la creación de la atmósfera de épica, leyenda y pasión, en desarrollos que van siempre hacia arriba.

En ese sentido, las canciones del Babel resultan algo parecidas entre sí: da igual cómo empiezan, porque siempre acaban con el cambio de tono de la voz de Mumford en el último estribillo, con arreglos de viento y una aceleración de intensidad, más que de ritmo, que haría que hasta el más escéptico del plantea creyera en algo grandioso por un momento. Así funcionan, al menos, Lover Of The Light, Whispers In The Dark, I Will Wait, Holland Road, Lover's Eyes, Broken Crown, Below My Feet...incluso Ghost That We Knew, desde un plano más lento y acústico, donde se oye el movimiento y el latir de los dedos. No es de extrañar, por tanto, que incluyeran una versión de The Boxer, de Simon and Gartfunkel, que tan bien se adapta a esa estructura. Estribillos gloriosos en un énfasis ensalzado de vitalidad y sensación de libertad perfilada en el horizonte de poniente.

Pero nada de esto impide que el Babel sea un gran disco: Mumford and Sons tienen argumentos de sobra para repetir fórmula y seguir extasiando a público y crítica. No solo por su virtuosismo instrumental (todos se intercambian todo en directo), o por el impagable acento de liderazgo justiciero de la voz de Mumford: los apoyos corales, la autenticidad de su entusiasmo rítmico, el respeto por la tradición literaria anglosajona reflejado en sus letras y la pureza de los orígenes culturales a los que hacen constante homenaje son algunos de los otros elementos que hacen grandes a esta banda. Y todos están presentes en este Babel que tanto va a dar que hablar, pese a que en otros aspectos haya ciertas limitaciones. Imprescindibles, por otra parte, en directo: en verano, en el Optimus Alive, fueron de lo mejorcito.

También disponible en Alta Fidelidad.


ALT - J



Rebelión en la granja.

Una de los cosas más alucinantes de este An Awesome Wave de Alt-J es que, según va avanzando el Cd, se te va haciendo más y más difícil, cuando no imposible, definir qué estilo de música hacen estos chavales. Hacia la mitad del disco ya nos tienen en jaque; pero cuando acaba te das cuenta de que poco importa ese detalle de nomenclatura. Como su nombre: Alt-J; o el triángulo, o la delta, ¡o qué se yo! Lo realmente importante es que suenan de maravilla, hagan lo que hagan y se llamen cómo se llamen. Son de Cambridge, son cuatro, y van a ser casi seguro la revelación del año en el panorama indie.

An Awesome Wave es uno de los mejores álbumes de debut que recuerdo, tal vez, desde el Funeral de Arcade Fire, o desde el xx de The XX. 14 canciones, incluyendo tres interludios y una intro con bastante contenido, que forman un todo muy compacto, definido y, aunque parezca una contradicción, enormemente variado en su morfología exterior. Imposible acotar etiquetas a su sonido amplio y de cuidada varticalidad, pero campean con elegancia y seguridad por zonas cercanas a un trip-hop de luz y techo abierto, llegados desde áreas alternativas y acústicas del pop-rock más musical y colorido, pero siempre con un ritmo básico y una esencia vocal más propia de ese raggae de tapicería rústica y étnica que, en ocasiones, ha practicado Ben Harper. Por supuesto hay neo-folk del bueno, del camuflado entre cuerdas y voces, y también hay electrónica, en esencia, por esa constante tratamiento del beat, siempre marcado y nunca excesivamente rápido, que apoyan en una gama instrumental que reúne piano, bajo, unas guitarras y un teclado siempre deliciosos y, por supuesto, en una batería precisa, ágil y comprometida con la estructura de cada canción.

Alt-J sorprende al mundo con un disco, valga la redundancia, enteramente musical, donde no especulan ni una nota, donde derraman pasión, canralidad y una extremada y depurada atención por los detalles constantemente. Cada canción tiene algo que la hace especial, diferente, y a la vez necesaria dentro del organismo vivo que es el An Awesome Wave. Un disco mágico y fantástico, colorido y cavernoso, de piel suave y fresca como el tacto de la arena de las playas en la noche; donde no puedes dar nada por sentado, ya que en cada canción rompen sus propios moldes y se disparan en diversas direcciones: como si cada tema fuese la gestación de una pequeña mariposa musical. Un álbum de estados plenos de ánimo, con una vegetación floral que decora todo el trabajo con elementos extraidos de las cuatro estaciones, rezumando una humedad que huele a vida y a secreto bien guardado. Aunque por poco tiempo.

Porque esta gente tiene vocación de extrovesión: su música es el tipo de arte que surje por el impulso de agradecimiento ante un mundo que no para de asombrarlos y removerles su aguda sensibilidad. Es el fruto de quien sabe ver y ecuchar antes de expresarse: tal vez por eso suenen a tantos grupo a la vez, sin llegar a imitar ni a recordar a nadie en concreto. El principio, por ejemplo, podría haberlo firmado Piano Magic, con ese piano azulado, la distorisión melancólica, la batería concienzuda, borracha de vino tinto, y el encorvado lamento de Thomas mientras llueven los punteos. Una Intro que augura lo que luego no es: porque toda redención tiene un punto angustioso de orígen. Luego nos confunden con un Interdule I, a dos voces, con la métrica de un poema de Darío. Y por fin, con Tessellate parece que arranca definitivamente el Cd; todos suenan: batería de cálido beat, guitarras de agua, teclados y pianos cuan alfombras mágicas, y voces y alaridos de explorador frente a la hoguera. Todo con mucha clase.

Breezeblocks recoge el testigo ya con otra onda, construida entre la despreocupación caribeña, el tintineo y el redoble de ritmo de bajo, que se acaba imponiendo en uno de los pasajes más sorprendentes y pegadizos del Cd: "please don't go/ I love you so" rematan los Alt-J, haciendo del cubismo vocal un juego de niños bien criados. Puede que el estilo de la banda se sedimente mejor gracias a pacíficas oxigenaciones como el segundo interludio (Interlude 2), ya que apreciamos mejor tras él, en Something Good, la delicadeza de cómo meten un piano en escalera, una acustica africana en las cuerdas (también en las vocales), y como hacen confluir toda la instrumentación en ambientaciones y paisajes hermosísimos. También se hace notar más el silencio, justo en el corazón de disco, en Dissolve Me, logrando un hueco en el olimpo que ocupan los Fleet Foxes o Bon Iver con ese momento glorioso, hacia la mitad del tema, en que sositenen todo el Cd con un arco de voz.

Tal vez Matilda y Ms sean las canciones que menos llamarían la atención, pero en su modestia regalan pasajes de harmonía y, sobre todo, mucha de la riqueza de detalles con la que decoran cada compás. Ya siempre optimistas, siguen colgados del techo, recorriendo las cumbres que ellos mismos han constuido cantando. Desde luego, si el ritmo caracteriza el inicio sorprendente del Cd, el esfuerzo vocal lo hace en la segunda. Fitzpleasure, en su arrogancia, es el último coletazo rítmico: un beat elegante y encarado que revive el Cd cuando el viento ya ha cambiado. Porque de nuevo tras un liviano Interlude 3, Bloodflood huele ya distinto: a final, al recogimiento del atardecer, a los últimos pasajes de una historia asombrosa, colorida y emocionante que tiene que acabar; a esas despedidas y finales que hinchan el pecho pero oprimen la garganta. Taro es, por tanto, como la última mirada de regalo en la distancia: como el "Capitaaaaan" que gritó Dersou Uzala desde lo alto de la nieve cuando se separa de Arseniev. Lo que convierte algo especial en legendario; en inolvidable.

La última pista en una canción desnuda, acústica y en tono de folk matutino: Hand Made es lo que su nombre indica. Con ella se completa un Cd extraordinario que no pasará inadvertido en las listas de final de año. Por la grandeza del abanico de sonidos que demuestran, por su carácter y lo arriesgado del proyecto, por tenerlo tan jodidamente claro, y por tener un estilo tan insultantemente musical, de los que hacen honor al arte que representan, estos chicos de Alt-J van a estar en boca de todos, merecidamente, y siempre acompañados de alabanzas, sonrisas de alegría y el justo augurio de su éxito. Desde aquí le pido a grito a cualquiera de los promotores que trabajan en nuestro país que traigan pronto a estos chicos de Cambridge: su cotización se dispara, y pronto habrá tubas pidiéndolos como zombis por las calles. Y si no, al tiempo. 



CAT POWER (Sun, 2012)



Lamentablemente...

Lamentablemente, el Tramp de Sharon van Etten es el disco que esperaba de Cat Power; y no el Sun. Tras más de cuatro años de silencio, y casi siete sin material nuevo propio, Chan Marshall ha vuelto, con un cambio radical de look, estético y musical, que no termina de convencerme. Y lo dice alguien que vendería muy barata su alma a quién fuese necesario para poder dedicarme el resto de la eternidad a servir de muso para esta magnífica cantautora nacida en Atlanta, Georgia, hace ahora 40 años. Mucho han cambiado las cosas en el panorama musical desde mediados de la década pasada, mucho ha cambiado el público, y, en cierto sentido, parece que Cat Power ha perdido un poco su lugar, ocupado ahora por una pléyade de artistas de nueva generación que, en verdad, y de forma irreversible, parecen haber heredado su esencia.

Lamentablemente, no es la Cat Power íntima, desnuda y orgullosamente decadente del Moon Pix, su primer disco con Matador Records, allá por 1998: en mi opinión, su mejor obra. Ni la glamurosa dama de un folk sureño visto desde la ventana de un apartamento en NYC, o desde la ventanilla de uno de esos enormes coches americanos tipo Cadillac, descapotable en las secundarias, como lo ha sido en el resto de su carrera. Ni siquiera destaca por los pasajes entremezclados de rock y piano propios del You Are Free (2003) o del The Greatest (2006). Carece incluso de aquel acento de elegancia con el que impregnó, e hizo suyas para siempre, las canciones del Jukebox (2008), ese delicioso álbum de versiones.

Lamentablemente, solo hay un tema que me recuerda ligeramente a esa pedazo de artista, Cherokee, aunque ya presenta algunos de los síntomas del deterioro estilístico de Chan Marshall. Cuando conseguí descargármelo hace unas semanas, pese a que en teoría salía a la luz el 3 de Septiembre, casi desee, al principio, no haberlo escuchado, que no hubiera salido. Una sensación agridulce me invadió con su primer y mejor tema: la guitarra y el piano con que empieza saben a gloria, después de tantos años sin verla, sin oírla, pero aunque luego melódicamente resulte un tema enormemente atractivo, ese ritmo programado de base que suena en el estribillo nos descubre a una Chan Marshall con la que, por primera vez en nuestra larga relación, no me sentaría a contarle mis cosas, mis intimidades; como sí hacíamos antes.

Lamentablemente, ese es solo uno de los síntomas, pero no el único. Se ha distanciado del público, mostrando una imagen menos humana, más corporativa: resulta que al cambiar de look da la sensación, precisamente, de habérselo creado, de haberse fabricado o impostado un estilo, cuando antes lo tenía por defecto, natural, inherente y coherente a su forma de tocar, de ser y de componer. Hay como una especie de máscara, algo que esconde y aleja a la verdadera Chan Marshall de nosotros. Pero hay más. Muchas veces ese algo es uno o varios elementos instrumentales, generalmente rítmicos y electrónicos, que parecen desubicados intentos de actualización, o de rejuvenecimiento: como el de Los lunes al sol que se tiñe el pelo y se pone la ropa de su hijo, que además le enseña informática. En Sun, en Real Life y en Manhattan, resulta evidente, aunque esta última tenga un aire mucho más desmaquillado.

Lamentablemente, en ese sentido, parece que le han crecido los enanos, que se le han subido a las barbas sus discípulas: la pléyade de nuevas reinas del rock, que a la sombra de su influencia, han ido aportando elementos al dogma que ahora, la propia Cat Power, no parece ser capaz de interiorizar y expresar, aunque lo intenta. Su faceta rockera, por ejemplo, recuerda ahora despiadadamente a St. Vincent, sobre todo en Ruin, con ese disparatado pianito agudo del principio, los bajos bien marcados, los requiebros de batería y guitarra, y esa distorsión tan chiclosa. O adolece de aquella plástica curvada, que tanto la caracterizaba (y que, sin ir más lejos, salva Cherokee), en Silent Machine y en Peace And Love. Me parece básica y un tanto primaria; como en 3, 6, 9, en tono pop, que demuestra que cuando se ha perdido la chispa creadora, lo sencillo vuelve a resulta sencillista.

Lamentablemente, apenas podemos rescatar un par de momentos más, a parte de la canción que abre el Cd, al menos en mi opinión. En su brevedad, Always On My Own nos recuerda a la Cat Power sincera y minimalista, intensa y precaria a la vez en su utilización del rock como forma de expresión. Y Human Being, tal vez el tema que mejor encarna esa nueva versión de sí misma que pretende crear en Sun, cercano al sonido lacado de Massive Attack en 100th Windows, que sí posee esa fuerza subcutánea, inherente en esa parte de la partitura que no se escribe que tienen las mejores canciones de la anterior Chan Marshall. Nothin But Time, por otra parte, la larga canción de casi 11 minutos que casi cierra el Cd, parece un derroche excesivo de una misma composición, que, si bien recorre aquellos paisajes sureños llenos de negras gordas en iglesias protestantes, parece ya un atisbo del pasado algo desfasado: poco acorde con el resto del disco y su intención.

Lamentablemente, tal vez no haya una nueva Chan Marshall del todo. Quizá el problema es que en estos largos años de pausa y desconexión la norteamericana no se ha reciclado plenamente. Como eso que siempre pensamos que impide el teletransporte: la reconfiguración molecular. Cat Power se ha vuelto a formar, pero las piezas no encajan como antes: aún quedan rémoras, antiguas virtudes desaparecidas, nuevas facetas en las que no convence, una mezcla incompleta, una fórmula que no funciona. Parece haberse quedado, anclada y mal formada, a medio camino entre una versión de sí misma que ha querido dejar atrás, sin demasiado éxito, y otra modernizada que no acaba de encajar con su personalidad nostálgica. No obstante, mantendremos ciertas esperanzas hasta que la podamos ver en directo: uno de mis sueños, y ahora un triste examen a la nueva personalidad de Chan Marshall. Nuestra querida Chan Marshall.




BEACH HOUSE



La misma piedra, más pulida.

A estas alturas del año ya podemos ir marcando en las quinielas de repaso de 2012 a Beach House como uno de los más claros triunfadores a nivel musical, sin miedo a equivocarnos. Su popularidad y cotización han ido irremediablemente hacia arriba desde que nacieron, hace ahora 8 años, y poco a poco se han ido envolviendo en un halo de excelencia solo comparable a las vitrinas de un museo. Tal vez sea ahí dónde deba estar este dúo de origen francés nacido en Baltimore, Maryland, sobre todo a tenor de las críticas escuchadas y leídas a propósito de su último trabajo, Bloom: su dream-pop barroco parece la rareza que todos estábamos esperando; la pieza de arte, ni muy clásica ni muy moderna, en la que todas las opiniones convergen, una diana de unanimidad. Pero se trata de un éxito esperado: de una colisión entre la escena indie y lo comercial que se veía venir desde lejos, como cuando los continentes chocan, a una velocidad colosalmente lenta pero inapelable. 

Bloom ha sido un disco muy esperado, como si las predicciones y las lecturas de pájaros en el cielo hubieran anticipado el advenimiento del mesías hecho Lp. Reverenciado desde la primera nota escuchada, ha venido a materializar el mejor momento de la formación, resumiendo expectativas y capacidades en apenas 10 canciones, redondas y complementarias a la vez, que son ahora el paradigma más expresivo de lo que es el sonido de Beach House. Porque, en el fondo, no ha cambiado tanto. No ha cambiado nada; y no aportan nada nuevo, nada distinto: ni una nota fuera del guión. Bloom es más de lo mismo, pero más pulido, rozando la perfección. Los de Baltimore son como el artesano que, de tanto repetir una fórmula, acaban por dominarla y convertirla en arte. Al mirar atrás se nota la evolución, lenta y concienzuda, que ha transformado un bosquejo esquemático y más tosco, en una obra acabada y verdaderamente perfecta.

De todas maneras, sin entrar a valorar quién sería Mozart en esta ecuación, me planteo que hay, como en la historia de Amadeus, dos vertiente importantes en la creación artística: la que busca la perfección, lo sublime y, en última instancia, a Dios y a lo divino-espiritual; y la que existe por sí misma, por puro genio, por esa infinita y a veces caprichosa capacidad imaginativa del hombre, para recordarnos que es precisamente en nosotros donde reside la divinidad. Sí valoro a Beach House como a un Salieri en la ecuación, y hace tiempo que lo perfecto dejó de impresionarnos e interesarnos. Se puede acusar a Victoria Legrand y a Alex Scally de lineales, usando el Bloom, como cualquier otro Cd, de argumento, y probablemente lo verían como un halago. Muchos lo verían como un halago; y yo, en general, también. La atmósfera que generan con las capas instrumentales, de textura aterciopelada y densos cromatismos, es coherente y sin fisura alguna; el halo magnético que se crea hipnotiza, utilizando un ritmo invariable y la sedante voz de Victoria; y resulta que cada centímetro de música que de ellos se extrae podría reconocerse desde la Luna. Pero es la misma figurita de siempre, solo que con más oficio: la misma piedra, más pulida.

Bloom es la consecución de un ambiente que, de principio a fin, se hace dueño y señor de nuestra atención, y de nuestros sentidos. Tal vez la especialidad de esta pareja sea precisamente la ambientación y, cómo no, las texturas. Y en este último álbum han logrado, más que nunca, uniformizar y unir estos dos elementos, creando una atmósfera completa y, como decía antes, sin fisura alguna. En un inicio espectacular, basado en los teclados cardados, las baterías de bombo y timbal mudo, de platos que brillan, en adornos de guitarra y, naturalmente, en la voz especial de Victoria, plantean esa atmósfera, cuasi analógica, que si bien no decae en exceso en el resto del disco, sí es verdad que representa, seguramente, lo mejor del Cd. Entre Myth, Wild y Lazuli establecen la línea rítmica y el abanico instrumental y de sonidos que luego dominarán durante el resto de disco.

Con la inercia de tan impresionante inicio, parece como si Other People enganchara su melodía a la estela que dejan las tres primeras, y ya de por sí funcionara. En general ocurre lo mismo durante un buen rato, careciendo The Hours y Troublemaker, en cierto modo, de personalidad propia. Rendidas al embrujo general, al taumatúrgico ritual de reiteración barroca y preciosista que es el alma del Cd. Hasta New Year, la pista 7, donde vuelve la verdadera personalidad, con variaciones de intensidad y melódicas, ausentes desde la 3. O Wishes, con remarcadas líneas de fuga y una versión de Victoria de las que realmente enamoran. On The Sea, ya casi al final, queda como un puente al último suspiro, al último tema, donde finalmente se disipará toda la tensión estática, capilar y cardada, que generaba el campo magnético del Bloom. Esa que puede oírse al principio y al final de Irene.

Una pista oculta, llamada Wherever You Go, del todo distendida, cierra un Cd que sonará hasta la saciedad los próximos meses. Un Cd que catapultará a Beach House a un éxito comercial que, esperemos, sabrán gestionar. Un paso adelante en sus carreras. Los problemas puede que lleguen, si es que llegan (yo espero que no, sinceramente), por la necesaria y exigente fidelidad que requiere un estilo tan personal y perfeccionado. Mientras la frescura compositiva siga como hasta ahora, radiante, no habrá nada que temer, pero poco a poco parece que se cierran más puertas a influencias externas, y tal vez se hayan cortado las vías de escape de sí mismos, las vías de experimentación e innovación. Permanecerán fieles a su elección, hasta que se sature la atmósfera que creen. Hasta entonces, permaneceremos sedados por Beach House y su maravilloso Bloom.

Fotos de Pablo Luna Chao.


ST. VINCENT. Barcelona, 20-06-2012.



El diablillo de Annie.

Esta semana van a pasar por Barcelona dos iconos musicales femeninos de contrastada tradición, y uno que está naciendo: por una parte la reina del pop comercial, Madonna; por otra, la madre y dueña del trip-hop, Beth Gibbons, cerebro de Portishead; y por otra, Annie Clark, cantante, guitarrista y líder de St. Vincent. Ésta última, tras su exitoso paso por la edición más reciente del Primavera Club, allá por noviembre, actuará también en Madrid en el festival del Día de la Música de Heineken. Y a partir de entonces ya será imposible mantenerlo en secreto: Annie Clark es la bomba, y siempre estará a punto de estallar.

Anoche en la Sala Apolo, ante un reducido pero entregado público acalorado, St. Vincent despertó más de un ánimo del abotargamiento propio de un verano precoz. Porque la banda es una batería correcta y compacta, un moog disparatado pero selecto, un teclado de extraño glamour y, sobre todo, una fiera con guitarra y voz entre manos. Clark atrae y lo abarca todo: es un imán para las miradas y el prisma por el cual pasa todo sonido que exprese la banda. Traduce, con su cuerpo fino y estilizado, la perfecta conjunción del rock más canalla y sucio, del pop más purpúreo y femenino, y de la electrónica más simple y efectista. Pero además, con su presencia, energética y explosiva, y la seriedad con que planta su figura en el escenario e interpreta sus canciones, logra un efecto deslumbrante, musical y visualmente.

La tejana segrega un poderoso atractivo ambivalente: inocente y salvaje al mismo tiempo. Anoche reinó claramente, victorioso sobre su hombro izquierdo, el diablillo de Annie, y perpetró un setlist con una sola tregua, Champagne Year, hacia la mitad del recital. Si en algo recuerda esta chica a los primeros años de PJ Harvey, a parte de en la voz, es en esa característica bipolaridad controlada y fértil, que hace que sea capaz de componer orfebrerías arboladas como Surgeon, y hacer que suenen, precisamente, justo antes de la tregua. Sorprendente y brillante en todos sus actos, en sus pasitos de geisha robótica hacia adelante y hacia atrás, en los espasmos de su cuerpo, más allá de esas largas piernas de pluma, y en todas y cada una de las distorsiones que manejaba con pies y manos, y que rasgaba con uñas y dientes.

No tiene aún 30 años, pero va camino de convertirse en una personalidad musical de referencia y primer orden, si no lo es ya. El carácter que imprime a sus temas es como un sello de garantía de propiedad, personal e intransferible, que se manifiesta en directo con una base instrumental necesaria, que sirve de colchoneta donde la tejana, en efecto, lleva a cabo sus saltos, piruetas y mortales, como guitarrista y como intérprete. Annie Clark, y St. Vincent por extensión, deben mucho al rock sucio y ruidoso derivado del punk que se escuchaba en los ’90, pero con la destreza y la firmeza propias de una domadora ágil de leones, la norteamericana ha bordado acabados de punto y estampados, en los bordes espinosos de sus propias melodías. Veneno y antídoto, en una misma copa.

Fue un directo potente, sugerente, sexy y carnal, como es ella. Se hizo su voluntad, y entre las durezas de su pop-rock estridente y agudo, fue confesando una a una sus intimidades y sus propias tentaciones. Se vació. No dejó nada en la recámara, y prácticamente nos tocó entero su último trabajo, Strange Mercy. Hay quien la tocó a ella, además, ya que antes de la pausa para el bis, entre la versión del tema de The Pop Group, She Is Beyond Good And Evil, y el recientemente editado track Krokodil, Annie se tiró al público (en sentido no del todo literal). Llegó a cantar totalmente erguida, agarrada de los tobillos por el público, elevada y reverenciada como la nueva diosa que se aloja en el Olimpo.

No sé dónde los mete, pero esta chica tan finita se zampa los escenarios. Allí arriba transforma esa carita de buena chica, mansa y sencilla, en un semblante y una pose de fiereza, garra y ahínco, con arranques igualmente intensos de dulzura y contracción. Anoche cabía, y muy bien, su sonido en la Sala Apolo; también su público, por desgracia, que no la llenó. Pero ella no cabía ni de lejos: como Daryl Hannah en Attack of the 50 Ft. Woman, Annie Clark sobresalía de las instalaciones, y quedaron los asistentes en las primeras filas, a los pies de unas quilométricas piernas que no parecían tener fin. Solo que desde la cima de su grandeza, delicada y estirada, salían chispazos punzantes de pop-rock refinado y erizado. 

Fotos de Pablo Luna Chao.


También disponible en Alta Fidelidad.

BON IVER



Hay gente que hace del mundo un lugar un poquito mejor.

2011 ha sido el año de mucha gente en el mundo de la música, pero creo que por encima de todos ha destacado el binomio compuesto por PJ Harvey y Bon Iver. La primera porque con su décimo disco se ha elevado ya a la categoría inalcanzable de diva universal; y Justin Vernon, porque con su segundo álbum ha demostrado que es posible convencer a todo el mundo de forma unánime. La emergencia de esta nueva personalidad musical es un hecho que debería hacer del mundo un lugar un poquito mejor, un lugar un poco más acogedor y seguro. Porque escucharle reconforta; ejercita los músculos del cariño, de la sinceridad y de la comprensión; y porque su música parece la fórmula mágica que es capaz de extender la bondad por toda La Tierra.

Bon Iver ha superado con creces las expectativas generadas por su primer Lp, creando un Cd enorme de donde uno, una vez dentro, ni puede ni quiere salir. For Emma, Forever Ago, sin embargo, resulta ahora un trabajo más limitado y finito al lado de este inconmensurable y eterno BON IVER. Evitando cualquier acepción peyorativa del término, podría decirse que resulta también más superficial. Es, en apariencia, más sencillo, más de cantautor solista acompañado de una guitarra acústica. BON IVER, en cambio, es profundo como la luz cambiante del atardecer. Es como esas majestuosas e inquietantes grutas que grabó Herzog en la Antártida: incontestables obras maestras de la naturaleza esculpidas en el hielo que, segundos después de mirarlas, han cambiado irremediablemente su aspecto.


ANNA CALVI



Ha nacido una estrella.

A esta chica la escuché, por el rabillo de la oreja, a principios de verano en el Día de la Música Heineken de Madrid, sin saber quién era, y sin hacerle mucho caso. Recuerdo haber comentado algo que se suele decir en los festivales cuando oyes algo que no conocías hasta el momento: "Oye, pues mola esta tía, eh?". Pero no siempre vuelves a casa y acoplas de inmediato esa novedad en tu día a día musical. Y yo, en este caso, he tardado medio año en rendirme al encanto de Anna Calvi. Solo he tenido que darle al play, en un momento cualquiera del día, de un mes cualquiera, para darme cuenta de la evidencia: que esta chica tiene algo muy pero que muy especial. Porque aunque sea una banda estable, la personalidad en la composición de esta londinense de ascendencia italiana, es abrumadora. Casi puedes respirar su perfume, recomponer su cara sin haberla visto, conocerla sin haberla conocido.

Odio que un disco se llame como el grupo, la verdad. Pero el ANNA CALVI de Anna Calvi, sin embargo, sí que hace honor a su título: es una presentación en toda regla de una artista que, con toda seguridad, va a ser una estrella. Anna Calvi está llamada a hacer grandes cosas en la música, o al menos eso se desprende de su primer trabajo. Y no solo porque éste le haya valido para ser nominada al Mercury Music Prize (que inevitablebemente habría de llevarse PJ Harvey), o porque hace justo un año estuviera entre los finalistas del BBC's Sounds of 2011. Está claro que es un gran trabajo, pero esconde algo mucho más importante: el nacimiento de una auténtica personalidad musical. Después tendrá que crecer, desarrollarse y consolidarse, pero ya ha nacido.


THE ANTLERS



Miradas de amor desde la distancia.

Son curiosos los razonamientos automáticos que procesa nuestra mente a veces. Como las que genera la mía cuando escucha algo nuevo, relacionando al grupo con el sello y viceversa. En ocasiones (luego generalmente voy descubriendo que no tengo razón), como en el caso de Matador y Esben and The Witch, me pregunto por qué una grande le da esa oportunidad a unos raros desconocidos; y en otras, como en el caso de The Antlers y Frenchkiss Prod., no puedo evitar pensar que es como cuando un equipo pequeño ficha a un genio del fútbol, hasta ahora desconocido, y lo da a conocer al mundo, disfrutando de su presencia mientras aguarda el inevitable momento en que venga uno grande y se lo lleve. Porque esta banda, después del BURST APART, ya no puede pasar más desapercibida.

Peter Silberman es el responsable directo de este proyecto de Broocklyn que a mí, personalmente, me tiene loquito últimamente. Practican un delicado pop-rock independiente, ligeramente alternativo, y un poquito post-algo: una música muy identificable (me niego a decir catalogable, aunque lo sean), pero con una personalidad clara y bastante particular. Recuerdan un poco a Piano Magic y a The National, pero en general, y pese a no resultar en absoluto inclasificables, a quien recuerdan en todo momento es a ellos mismos. The Antlers es de esas bandas que mientras las oyes eres, en todo momento, plenamente consciente de a quién estás escuchando y por qué. Pero no busques motivos de escaparate, no muestran a gritos o con luces de neon su bandera: te van conquistando con la insistencia de las caricias que siempre son bien recibidas. Hay mucho amor en la voz herida de Silberman.


MY MORNING JACKET


Empieza a ser habitual que grandes bandas consolidadas compren iglesias en sus pueblos para convertirlas en estudios de grabación. No creo que el oído humano esté preparado para apreciarlo de primeras, pero lo cierto es que las casas de Dios han sido siempre lugares donde la música se manifiesta de manera especialmente sobrecogedora, grandiosa, y tremendamente poderosa. Los últimos en seguir esta extraña costumbre han sido los norteamericanos My Morning Jacket. Se podría pensar que la voz de Jim James solo cabe en edificios de ese calado, de tan imponente porte como el que tienen las iglesias; pero en realidad es en la voz de Jim James donde cabe todo Dios.

CIRCUITALS es el sexto álbum de la banda de Kentucky, y con cada disco llegan más alto en las listas de venta de todo el mundo. Poco a poco van enamorando, con ese estilo de rock sano, vigoroso e íntimo a la vez, colorido y lleno de vida: un rock con los ojos bien abiertos, capaces de apreciar todo lo bello que el mundo nos ofrece cada día. My Morning Jacket es como un buen tipo, como un gran tipo; sería de esas personas llenas de bondad, absolutamente incapaces de la más mínima maldad, que solo reparten buenas intenciones; de las que te fías conociéndolas de un día.

Z es, seguramente, su mejor disco hasta la fecha. Ningún otro me parece tan completo y equilibrado. Este CIRCUITALS, pese a ser, como siempre, un trabajo muy correcto de la banda de James, no me parece de esos discos que los dejas correr en tu reproductor: sobresalen temazos, y corre el riesgo de acabar siendo recordado simplemente por haberlos contenido, y no por formar parte de un todo imparable, coherente y firme. En general, opino que el disco se sustenta en dos piezas iniciales gloriosas, Victory Dance y Circuitals, y un par de temas hacia la mitad que hacen que el descenso hacia el final no sea una cuesta en picado: Holding On The Black Metal y First Light. Curiosamente, es ese hasta ahora inédito deje soulero de hombretón negro el que termina por salvar el Cd. Pero claro, ¿quién es el iluso que aún espera encontrar un disco de folk cuando abre la caja de My Morning Jacket?

No sería justo decir que el resto de las canciones son malas. Todo lo que hace esta banda es envolvente, detallista y cálido, como un salón con chimenea, alfombras gruesas, madera y mantas; como un fuego que chisporrotea mientras el otoño avanza tras los fuertes muros de piedra. You Wanna Freak Out tiene, además, el brillo colorido de la luz pasando pura por las cristaleras de su iglesia; Slow Slow Tune y Movin' Away esa calma nostálgica de los viajes de vuelta. Y no digamos Wonderful (The Way I Feel), que nace de un arpegio cantado en soledad, para acabar siendo, esta vez sí, un pequeño hit de granero. The Day Is Coming y Outta My System, para mi gusto, encajan un poco peor: prometen más de lo que luego dan (o quizá es la injusta maldición de las canciones que van después de los temazos).

Merece mención especial, de todas maneras, el espectacular inicio del CIRCUITALS. Son 13 minutos exactos de tremendo rock: de ese que no tiene apellidos, pero que es capaz de detener unos segundos el movimiento de La Tierra cuando suena en directo en algún punto del planeta. Dondante seguirá siendo indiscutiblemente la mejor canción de My Morning Jacket, pero Victory Dance y Circuitals se le han acercado bastante.

La primera tiene un poquito de lo mejor de Pearl Jam y bastante de esa capacidad que tiene Coldplay para emocionar explícitamente. Empieza extraña, con el canto de dos pájaros (JJ y una guitarra), y un teclado que comienza marcando el camino. Al poco entran la batería y el bajo para poner orden, y conducir el tema siempre hacia arriba, siempre hacia adelante. La guitara empieza a lijar sobre el insistente carril del teclado, cada vez más fuerte, más profundo, y pronto romperá el huevo y saldrá a volar, en un punteo que llega ya cuando el tema ruge y alcanza su nivel de progresión más elevado. Miento, porque después aún queda ese tremendo redoble que en directo debe poner patas arriba toda la santísima creación del Señor.

Circuitals, la canción que da título al álbum, aunque me guste unas décimas menos que la anterior, es una de esas pistas que se rayan en pocos días, un hit indiscutible. Teniendo en cuenta de donde viene, es como el triunfo de la primavera sobre el duro invierno; es la delicia de ver una flor naciente abriéndose poco a poco, creciendo hasta llegar sana a su máximo esplendor. Es una oda a esa fuerza de la vida que es capaz de abrirse paso siempre entre la muerte.

Con tan tremendos chutes al principio es normal que el resto del disco no parezca estar a la altura. Y no está, desde luego, a la altura de estas dos piezas iniciales, pero sí con respecto a su evolución discográfica en los doce o trece años que llevan tocando. Con CIRCUITALS debe pasar como con la heroína, que nunca un viaje será igual que el primero: siempre andarás buscando, como el pobre yonki de las esquinas, tu Riding The Dragon particular. Pero ni Victory Dance ni Circuitals vuelven a sonar.

STILL CORNERS



Still Corners son como una aparición fantasmagórica en medio de la noche. Tanto es así, que algunas mañana me levanto pensando que tal vez los he soñado. Pertenecen a un mundo donde las formas no están establecidas, donde lo concreto no existe, y donde cualquier sombra es tan real como el objeto que la proyecta. Tessa Murray y Greg Hughes son el núcleo de esta banda de dreampop británica nacida en 2008 que, desde la edición de su primer Lp, CREATURES OF AN HOUR, han transformado las buenas sensaciones en una realidad. Ya son, oficialmente, una promesa...si es que son reales (si es que estoy despierto mientras escribo esto).

Ahora, una vez dejado de lado el hecho de si son de este o de otro mundo, una vez aceptada la travesía por lo onírico, podemos disfrutar tranquilos de un disco que, probablemente, estará en alguna de las listas de lo mejor del año. Desde luego, según mi criterio y gusto, está ya entre los 3 mejores del otoño. Demuestra que el dreampop está más de moda que nunca, apoyado en la gran paleta de colores, en el gran abanico de sonidos que abre la era electrónica. Pero aunque la referencia indiscutible de Still Corners sea Cocteau Twins, están mucho más cerca de bandas como Deerhunter, Beach House, Beach Fossils, Wild Nothing o incluso Warpaint: dreampop del siglo XXI.

Todas las canciones son de una nocturnidad exacerbada. No pueds imaginarte a Tessa con otra cosa que un camisón blanco (o negro) a la brisa de la noche, transparentando frente a una ventana abierta. El sonido pálido de Still Corners vale también para los amaneceres lentos, de días que pueden ser el último. Lo notamos ya en sus dos primeras canciones: el acogedor eco de Cuckoo se transforma en una premonitoria y angustiosa Circulars.  El teclado, que recuerda subliminalmente al Exorcista, el grito ahogado de la guitarra, y esa batería que corre, huye o se apremia por salvar la vida, hacen de esta canción, mi preferida de todo el Cd, una llamada a la sensatez, una advertencia, un alegato al estado de guardia. Porque los que más pueden amar son lo que más pueden sufrir. (Los que más tienen son los que más pueden perder)


CREATURES OF AN HOUR es un disco melancólico, teñido de una tristeza luminosa y abierta a la esperanza. Es un álbum de recogimiento; no es un escondite para animales heridos que ya solo esperan la muerte, sino más una zona de boxes oculta, oscura y mullida donde lamer los rasguños del inevitable roce de la vida. Endless Summer tiene ese aspecto de guarida, y el final propio de un arranque de restauración sentimental. Into The Trees, por el contrario, es ya una composición sana y fuerte de corazón, con el sabor del típico dreampop despreocupado y medio pijo del nuestra época. Rico musicalmente, pero quizá excesivamente ensimismado y vanidoso. Que los Still Corners se gustan a sí mismos queda claro en el final de este tema: las lluvias tibias de guitarra sobre el teclado son su hábitat natural.


Hasta ahora, está claro que la voz de Tessa Murray no nos ha pasado inadvertida. Pero es en The White Season cuando, a modo de nana, la muestra más desnuda y expuesta. Poco a poco, en nuestra mente, se aleja más y más de Liz Fraser y de las damas oscuras y pálidas de los '80-'90. Su voz, a estas alturas, se ha erigido como SU voz, y no como la que se parece a la de otra. Y para cuando suena la genial I Wrote In Blood, su tono nos parece ya algo categórico. El teclado y su escala nos recuerda a Circular, y nos recuerda también que, aunque vivamos intentando olvidarlo, hay siempre un mal presagio sobre todos nosotros, un drama en ciernes allá donde haya vida, allá donde solo hay muerte al final de cada camino. Se palpa el dolor en este tema, pero también la fortaleza de los materiales nobles, con los que se hacen y conformar los seres humanos.


Para cuando suena The Twilight Hour uno ya ha captado el mensaje del disco, los susurros de Tessa se han instalado cómodamente junto a nuestro tímpano, y el lento discurrir del dreampop nocturno de estos ingleses nos parece ya lo más natural del mundo. A medio camino entre la tensión de la incertidumbre y la quietud de la calma, se mueven la mayoría de las canciones, como Velveteen; y otras como Demons son tan solo la expresión de la rendición ante la constante y oscura amenaza que siempre nos rodea. El colofón y cierre de CREATURES OF AN HOUR es quizá la canción que emana mayor seguridad: Submarine tiene un ritmo suficientemente acelerado que no permite que el disco se acabe entre la somnolencia y la rendición.




Y cuando acaba el Cd, y lo has escuchado atentamente por fin te das cuenta que sí que son reales. Muy reales. Solo que en lugar de tener cuerpo y presencia física, son pura música sostenida por capas y capas de alquimia sónica.

UNKNOWN MORTAL ORCHESTRA



La sombra de Ariel Pink es alargada y huele a máquina del tiempo.

Unknown Mortal Orchestra tienen el don de la espontaneidad. Ha sido el efecto sorpresa de este verano. Nada de lo que hacen parece haber sido preparado previamente, como si sus canciones no fuesen el fruto de un concienzudo ensayo; sin embargo tienen un punto sintético, un lenguaje programado, que hace de su sonido algo enigmático y abierto a la vez: como si fuera un gran secreto a voces. Se dieron a conocer con un Bandcamp de un solo tema, Ffunny Ffriend, y solo tras un año, después de contagiarla por medio mundo, Fat Possum les ha editado un primer Lp.

El hit que abre el Cd, el tema emblemático de Unknown Mortal Orchestra, es un planteamiento relajado, como no queriendo demostrar nada, con guitarras y un punteo despreocupados. Es un beat que no muestra la verdadera cara del Cd, aunque anticipa el ritmo latente de psyhorock y electrofunk que va a desarrollarse a posteriori. Huele ya a máquina del tiempo, y solo poco a poco iremos concretando qué mes de qué año de la década de los '70 se pasea por nuestros oídos.

Por momentos me parece que la sombra de The Bavarian Druglords y Ariel Pink ha llegado a Nueva Zelanda (lugar de procedencia de Ruban Nielson, el instigador, aunque el grupo se formó en Portland. Creo). La síntesis y esa especie de psicodelia de desenganchados, clara, nada confusionista y sana, son la norma del Cd; además de cierto empuje funky, muy camulfado y ralentizado. Bycicle y Thought Ballune, con ese aire retro, tienen esa extraña narrativa explicativa de quien experimenta con la psicodelia, pero con fraseos reconocibles y muy cuerdos. Son como un acid-rock 1970, pero pasados la clínica, y por la revolución de la electrónica, aunque ésta esté presente de manera casi testimonial.

Las guitarras suelen ser a pinceladas largas y gordas, escuetas en su discurso, pero insistentes, como en Jello And Jaggernauts. Este tema, como Little Blu House, son más elegantes y calmados, menos rockeros y menos ejercicio de síntesis del psycho-rock, son canciones para días de inactividad, de poso, aquellos donde las situaciones se sedimentan. Pero las guitaras no pueden evitar sonreír al final de cada fraseo, de recogerse, cuán látigo, tras un certero golpe. How Can You Luv Me ya es más funky, porque canta como un negro orgulloso del color de su piel y del calor de su garganta; y porque el bajo describe un constante baile de caderas, saltando como nunca hasta ahora en el disco. No obstante, lo intuíamos.

Nerve Damage! es rockanroll total, con guitarras colgadas en los cables de la luz. Un discurso súper claro, rápido y sin rodeos, pero cantado desde dos puntos, dos voces extrañas y aparentemente puestas. Es un golpe material de rock, pero con el mismo encanto psychofunky de fondo.

Al final del Cd da la sensación de que el techo se acerca a nosotros cada vez más. Stranger Are Strangers es como una conga sigilosa y en cuclillas, de gente que hace tiempo perdió la vergüenza, que ya ni piensan que bailar es un acto de desinhibición. Una conga que desata una especie de huída a Méjico. En Boy Witch rompen con el ritmo, con cualquier ritmo, y se dedican a liberar músculos y tensiones. Es como si las células o mecanismos internos (como los de un reloj) se separarsen y el encanto se deshiciera por momentos, en una estrofa desencajada y un estribillo rompedor.

UNKNOWN MORTAL ORCHESTRA es un Cd difícil de describir. Engancha porque Ffunny Ffriends es un temazo hecho a base de opio musical. El resto lo escuchas por puro peso gravitatorio. Apenas media hora de experimentación molecular con notas, distorsionesy ritmos. No podría catalogarlo de rareza, pero no es habitual que lo retro y lo moderno case tan bien. Como ya ocurrió con el Round And Round del Before Today de Ariel Pink's Haunted Graffiti, le auguro al hit de este disco una posición muy elevada en la lista de lo mejor del año de Pitchfork. Y si no, será que se equivocan.

También disponible en My Feet In Flames.



WILD NOTHING




Un día lejano que sabes que pronto se volverá a repetir.  

Jack Tatum es un chico de Virginia, y además es Wild Nothing, una de las grandes noticias de 2010. Empezó a hacer ruido en 2009 con unas demos, y pronto fichó por un sello joven de Broocklyn, Captured Tracks, para la confección de lo que ha sido su álbum de debut. GEMINI fue uno de los Cds preferidos por la crítica especializada el año pasado, y no es para menos. Tatum se rodeó entonces, lo mismo que para sus actuaciones en directo, de una banda que le sigue a pies juntillas. Fruto de aquel contrato y de ese trabajo, vio la luz en mayo este maravilloso Cd de enorme producción propia. Un sonido que nos recuerda a infinidad de grupos de los últimos 30 años, un ejercicio de revisionismo más que destaca por liviano, grácil y fluido.


La comparación con The Pains of Being Pure at Heart me parece inevitable, aunque también cabría hacerla con The Morning Benders, The Radio Dept. o incluso con Yo La Tengo; así en general. Claro que luego hay temas en concreto que parecen vitrinas de museo de músicas de otro tiempo, como Driffter, que bien podría ser de Cocteau Twins o de This Mortal Coil. Confirmation me recuerda al rollo cyberbruja puesta de ácido tipo Ariel Pink's Haunted Graffiti, y My Angel Lonely, un poquito, al acento Deerhunter. GEMINI, por tanto, no me parece un canto a la originalidad, pero sí que consigue armonizar todas esas influencias y semejanzas. Es una de esas mezclas capaces de hacerte olvidar los evidentes ingredientes que lo componen, para transformarlos todos en pequeños aportes a un nuevo sonido, aunque tremendamente familiar.

GEMINI destaca frente a otros Cds de poprock independiente por esa extraña frescura que tiene su acento a sabor viejo, ya usado. Es como cuando compras algo de segundaano y te parece mentira que alguien haya podido haberla usado ya antes: suena a nuevo y a antiguo a la vez, como si fueran una revisión de ellos mismos, antes incluso de que se establecieran como un sonido concreto. No obstante, el tono de voz, el color de la piel de su sonido, y la recurrencia en los efectos, los teclados y los ritmos calmados, nos hablan de una personalidad musical importante; al menos, incipiente.

Lo que más me gusta de Wild Nothing es la aparente sencillez de lo que hace. Lo fácil que parece que le resulta a Tatum hacer música. Es como de una lógica aplastante, como si estas melodías y efectos, estas texturas de ante, impregnadas de la dosis justa de purpurina y brillantina, hubieran estado ahí, siempre al alcance de todos, suspendidas en el imaginario colectivo a la vista de todos, esperando a que alguien se las apropiara. Son canciones que cuando las oyes piensas: "claro...¿cómo no se la había ocurrido antes a nadie coponer esto?". Summer Hollyday y, sobre todo, Live In Dreams y Our Composition Bock te hacen sentir como esas canciones de Yo La Tengo y The Pains of Being Pure at Heart, que sabes que tiene algo especial. Llamémosle canon del indie: llevan implícita una luminosidad interna, irradian tanta sensación de libertad, de emancipación, que te parece ver el mundo como una inmensa pradera sin fronteras.

Wild Nothing hace un poprock envuleto en neblina postmoderna, un rock pálido e independiente del mundo formal; un pop construido con el material del que se hacen los sueños, con un ritmo siempre amable, acompañado de unos teclados inconfundibles de sonido acristalado pero grumoso. Confieren ese eco de luz tenue que abre la pista de baile a las formas y sonidos que van de hoy hasta los '80. Pero siempre con un principio de personalidad muy grande. Varios de los temas, algunos porque nos suenan a otros grandes grupos, y otros porque nos parecen una novedad incontestable, parecen haber nacido para ser míticos. Parecen himnos de un día perdido en la memoria, un día lejano que sabes que pronto se volverá a repetir.