Hay gente que hace del mundo un lugar un poquito mejor.
2011 ha sido el año de mucha gente en el mundo de la música, pero creo que por encima de todos ha destacado el binomio compuesto por PJ Harvey y Bon Iver. La primera porque con su décimo disco se ha elevado ya a la categoría inalcanzable de diva universal; y Justin Vernon, porque con su segundo álbum ha demostrado que es posible convencer a todo el mundo de forma unánime. La emergencia de esta nueva personalidad musical es un hecho que debería hacer del mundo un lugar un poquito mejor, un lugar un poco más acogedor y seguro. Porque escucharle reconforta; ejercita los músculos del cariño, de la sinceridad y de la comprensión; y porque su música parece la fórmula mágica que es capaz de extender la bondad por toda La Tierra.
Bon Iver ha superado con creces las expectativas generadas por su primer Lp, creando un Cd enorme de donde uno, una vez dentro, ni puede ni quiere salir. For Emma, Forever Ago, sin embargo, resulta ahora un trabajo más limitado y finito al lado de este inconmensurable y eterno BON IVER. Evitando cualquier acepción peyorativa del término, podría decirse que resulta también más superficial. Es, en apariencia, más sencillo, más de cantautor solista acompañado de una guitarra acústica. BON IVER, en cambio, es profundo como la luz cambiante del atardecer. Es como esas majestuosas e inquietantes grutas que grabó Herzog en la Antártida: incontestables obras maestras de la naturaleza esculpidas en el hielo que, segundos después de mirarlas, han cambiado irremediablemente su aspecto.
Porque cada vez que escucho este Cd me da la sensación de que algo ha cambiado, o de que hay algo que antes no estaba; es como pasear por la misma gruta, pero que nunca es la misma. El único hilo conductor, la única antorcha que me guía y hace que no me pierda y me deje ir, es la voz inimitable de Justin Vernon: el eje de una producción que va mucho más allá. Infinidad de instrumentos y sonidos acompañan el discurso del de Wisconsin, todos sutiles y certeros, encantadores y de una naturaleza plácida y armónica. Pero es su voz multi-tonal, multi-térmica y omnipresente la que otorga al disco esa coherencia interna que tanto engancha, la que abraza todos y cada uno de los sonidos que percibimos, la que los posee, y la que nos posee a todos (los que escuchamos y no solo oímos la música).
Las diez canciones son de una calidad extraordinaria, incluso el puente fantasma Lisbon, OH. No sabría con cuál quedarme si solo me dejasen escuchar una el resto de mi vida. Al principio no pasaba de las dos primeras. Pensaba: "con esto me vale para saber que un discazo". Con dos canciones ya era mejor que otros Cds donde hay 15 o 20 pistas. La apertura de guitarra de Perth es un pisotón contundente y delicado a la vez con la huella inconfundible de Bon Iver. Los coros y la percusión militar anuncian la llegada de su voz, y hacia el minuto y medio, el tema se rompe y eclosiona. Después hay flautas que se acercan, como pajarillos en el aire a San Francisco de Asís si volase, para codearse con la voz de Vernon; violines, cuerdas y vientos celestiales que dejan un poso de guitarra enclavada en un fraseo que enlaza ya con Minnesota, WI. Un fraseo que me pierde, que me vuelve loco: querría vivir allí para siempre, o al menos disponer de su sombra y su cobijo cada vez que tenga miedo. Un fraseo que dura poco y se pierde en el vasto terreno abonado de la pista 2. Es impresionante como cambia la canción en apenas 3 minutos: el saxo, los teclados y las guitarras, a veces insoportablemente minimalista, parecen depender del antojo del carácter de Justin Vernon.
Pero cuando me atreví a escuchar el disco, más allá del tema 3, descubrí que aquellos dos primeros no eran ni la punta del iceberg: el resto del disco escondía algo así como un continente entero. Holocene, el segundo single, es un tema abierto y emocionante: una canción para mirar a las estrellas y sentir la insignificancia de nuestra existencia, y para apreciar, por tanto, la grandeza de cuanto nos rodea. Aunque el Cd haya salido en verano, este tema es un regalo para acompañar a una buena estufa (de piñones) o una chimenea en las noches de este buen invierno. Después Towers, aunque sigue a uno de los temazos, no padece del típico bajón: es más bien como la llegada a la cima, y la visión de la vasta y florida meseta musical que nos aguarda en la segunda parte del Cd. La versión más folkie de Bon Iver, además, se desata hacia el minuto 2, recordándonos que este chico, aunque su sonido sea ya universal, proviene del rural del Estado más rural de los EEUU. Pero en Michicant rompe otra vez los moldes, construyendo un tema prácticamente de la nada, solo con su voz, una melodía que es una auténtica caricia, y unos arreglos sutiles de abrumadora armonía; rozando nuevamente el minimalismo.
La misma atmósfera minimalista y brumosa se respira en Himmon, TX, hasta que desde detrás del eco de un piano, surge la voz de Vernon como si bastase para emular a los rayos del sol. Si los vientos y las cuerdas protagonizaron la escalada, esa primera parte del Cd en clara ascendencia, el piano y el teclado parecen ser ahora los que mandan. Wash es otra confesión hecha con cariño, derramada en susurros al amparo de un instrumento fiel, y de otros muchos que se acercan afectuosamente a interesarse. Ese alivio de redención que marca el piano al final del tema, y que conduce a Calgary, es, probablemente, el momento en que divisamos de verdad la cumbre del disco.
El penúltimo empujón lo damos con un teclado angelical que acompaña a Vernon a pinceladas largas y espesas. Después entran unas eléctricas con ganas de jugar y una batería bien rockera, y el sol nos permite ver el mundo a nuestros pies. Y cuando la progresión ha abierto el tema definitivamente, más o menos, es cuando me quedo sin palabras. Ahí, en la cima del continente que confundí al principio con un iceberg. Pero ahí no acaba el disco; antes queda el bello cantar de los instrumentos en Lisbon, OH, que parece como si éstos quisieran dar las gracias, en una pausa necesaria para respirar y creérselo, por tener la oportunidad de interpretar algo tan hermoso. Y aquel puente fantasma, desde esa misma colina en lo alto de Calgary, nos transporta directamente a los años '80, a Beth/Rest. Los primeros años del siglo XXI están resultando una constante rebúsqueda de lo que nos gustó de los '80, y Vernon, a base de ecos y saxos, de teclados dorados de fondo oscuro, y punteos agudos de guitarras en la noche, nos abre mucho el apetito con respecto a esa década musical, tantas veces infravalorada.
En una reñidísima disputa con el Let England Shake de PJ Harvey, finalmente me decanté por el BON IVER como disco del año. Al menos, hace mucho que no recordaba una tentación tan poderosa y tantas veces saciada como la de darle de nuevo la play cuando acaba este portentoso disco. El objetivo ahora no es solo ver un concierto de Bon Iver, sino conseguir que toque solo para mí, todas las noches hasta que se me vayan los miedos; o al menos hasta que me duerma.
Interesante blog para estar a la útima. Me ha gustado esta exposición sobre Bon Iver -desconocido para mí. Pasaré, siemrpe que pueda, por aquí para empaparme de esta música.
ResponderEliminarCordial saludo.
Ramón
Muchas gracias, Ramón! Me halagan mucho tus palabras! Es todoun privilegio haberte "presentado" a Justin Vernon..
ResponderEliminarEspero que vuelvas a menudo, y que vuelva a leer tus comentarios. :) Son el mejor empuje para hacer lo que hago :D