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ABSYNTHE MINDED



En las pelis siempre dicen, con razón: '¡sé tú mismo!'

En el verano de 2006 me fui con unos amigos hasta Bélgica para ver en directo a Tool, Mogwai, Sigur Rós, Muse, Placebo, y a Depeche Mode, entre otros, que se reunían en el Rock Werchter. Nos propusimos, como cualquier pandilla de novatos, escuchar todos los grupos del cartel antes de ir, y obviamente, empezamos por la A. Así que ni siquiera conocí a Absynthe Minded por haber ido a su país a escuchar música, sino por una mera coincidencia de nomenclatura. Como es lógico, no pasamos de la B, y por supuesto tampoco vimos todo lo que nos habíamos propuesto: al fin y al cabo, era un festival. Pero al menos conocimos al grupo local más prometedor de aquel entonces, y tuvimos la oportunidad de verlos en directo en uno de sus primeros grandes momentos como banda. Tras haber editado dos Cds, parecía que se preparaban para su expansión por Europa, pero al final ésta siempre se ha pospuesto; tal vez hasta ahora.

Porque Absynthe Minded han seguido trabajando duro su sonido desde entonces, madurándolo, aunque siempre haya sido adulto y muy serio, y curándolo en su propio estilo con elegancia y complacencia. Con un primer Cd, Acquired Taste (Keremos, 2004), sorprendente, juguetón, fresco y ecléctico; una canción, My Heroics, Part 1 (del segundo Cd, New Day [Keremos, 2005]), nombrada por los oyentes de una cadena de radio como la mejor canción belga de la década; y un cuarto Cd, Absynthe Minded (AZ  [Universal], 2009) que arrasó en los Premios de la Industria Musical Belga de 2011, los de Gante ya debería haber rebasado las fronteras de Europa o, por lo menos, haberla conquistado sin contestación alguna. La ofensiva definitiva ha de ser As It Ever Was (AZ [Universal], 2012), su quinto disco, editado en mayo, y la consecuente gira de presentación que llevan en proceso prácticamente desde entonces.

La banda gira en torno a Bert Ostyn, a su voz aterciopelada y vital; al sonido acústico de su guitarra, del violín de  Renaud Ghilbert y del contrabajo de Sergej Van Bouwel; al acento elegante, clásico y de buena educación que le otorgan éstos, junto con el hammond de Jan Duthoy; y a la batería, ya siempre en clave pop-rockera, de Jakob Nachtergaele. Todo esto da como resultado un sonido amable y característico, con sello propio, que aunque se haya movido hasta hace poco por los circuitos del panorama independiente, no tiene nada de alternativo. Todo lo contrario: Absynthe Minded logra esa tonalidad neutra, en paz con el mundo que les rodea, propia del mejor pop-rock anglosajón de tendencia folk. Con una personalidad musical cada vez más depurada y definida, reclaman su lugar entre los legítimos herederos de los años ’60 y ’70, junto a bandas como The Wallflowers, la Dave Matthew’s Band o The Shins.

Lo hacen mediante un disco, As It Ever Was, que mantiene la fórmula, y que contiene ya pasajes o fraseos que solo pueden sonar a ellos mismos: como por ejemplo el estribillo de You Will Be Mine, o la espectacular Crosses, con el as en la manga del violín, en clave gipsy, a máxima potencia. En general es un muy buen disco, con una producción (en la que ha colaborado Adam Samuels) y una riqueza y elección de ritmos y sonidos impecables. Pese a abrirse con el que ha sido su primer single, Space, una destacada y fuerte balada con la que combatir la amargura, el disco no resulta en absoluto un descenso.

La vitalidad y el ritmo de As It Ever Was, canción que da título al álbum, la sensación de libertad que otorga How Short A Time, reforzada por teclado y guitarras acuosas y acústicas, el sorprendente final de la popera Fighting Against Time, y el extravagante intento de electrónica (con octopad incluido) de Little Rascall, sostienen la primera mitad del Cd. Pero si por algo destaca este As It Ever Was es porque por fin, como decía antes, empiezan a sonar a ellos mismos; y las mejores muestras de ello se hallan en la segunda mitad del disco. A parte de las ya mencionadas, Only Skin Deep, con el delicioso planear del violín, o 24 7, de aliento ascendente, tienen el inconfundible aroma de Absynthe Minded, con melodías y frases musicales solo concebibles a lomos de la voz de Ostyn.

Pero el mundo de la música a veces es injusto con grandes artistas y gente trabajadora, humilde y con modales (musicales y generales). Así que tal vez no sea tampoco con este quinto Cd con el que Absynthe Minded se popularicen como merecen. No obstante, han marcado un punto de inflexión en su carrera, que hará que si no despegan definitivamente, se haga oficial su entrada en la lista de célebres desconocidos, de joyas que pasan inadvertidas por el gran público. El mes que viene tocan en Barcelona: un bonito reencuentro para algunos, y la oportunidad, para otros, de conocer a uno de los fenómenos más interesantes y populares de Bélgica, pero, sobre todo, para hacerles justicia y escuchar música de la buena.

También disponible en Alta Fidelidad.


CUCHILLO. Barcelona, 10-10-2012.



Contemplando a Cuchillo.

La última vez que vimos a Cuchillo en su casa, en Barcelona, les daba en la cara un potente sol de junio, casi completamente horizontal, que bañaba de luz una plaza del Poble Espanyol que más tarde, ya bajo las estrellas, albergaría a Beth Gibbons y a los Portishead. En aquella ocasión, la tremenda expectación por los de Bristol nubló a los elegidos locales, que presentaron tímidamente parte de su recién estrenado segundo Lp, Encanto (Limbo Starr, 2012), ante el escaso y distraído público que iba llegando. Pero ayer, tras regresar de una breve gira por Noruega, Estados Unidos y Méjico, volvían a una sala de la condal, esta vez para ser los únicos protagonistas. Así, dentro del Budweiser Live Circuit, y gracias a la colaboración con éstos de la sala Music Hall y del sello Limbo Starr, los Cuchillo abrieron su mini-gira por la península con un discreto concierto. El 19 estarán en Girona, el 20 en Valencia y el 25 en Madrid.

Está claro que una sala pequeña es el hábitat climatizado para que la fórmula de Cuchillo funcione en su máxima potencialidad. Recuerdo haberla presenciado, en los Veranos de la Villa de 2011, cuando tocaron en el perfecto auditorio del Conde Duque. Pero ayer, pese a que todos los astros se alineaban en el cielo, creo que no vimos la mejor versión de este interesante y prometedor dúo reconvertido a trío. No faltó calidad, ni las finas y delicadas salpicaduras decorativas habituales: arreglos de flauta, teclado, y hasta saxo; ni faltó el juego de intensidad y dilatación, de concreción y dispersión que surge de un setlist bien orquestado. Quizá, exigiéndoles tal vez demasiado pronto un paso hacia el frente, necesitan un punto más de efectismo: les falta pisar más fuerte, gritar más alto, y sacarle más partido a las virtudes que saben que tienen.

Porque el atractivo de Cuchillo no ha de limitarse solo a su gran capacidad de ambientación. En su dispersión armónica y de intención cinemática, más presente en su segundo Cd, optan por unos desarrollos más bien paisajísticos; pero en realidad, supongo que todos queremos recordar y evocar los caminos que hemos recorrido en la vida, o en un momento dado, y no solo acordarse de un simple y vago paisaje, más o menos cambiante. El verdadero carácter del trío, en mi opinión, lo encontraremos entre las progresiones fatalistas (y hasta toolianas) del Duat (Limbo Starr, 2010), y el enganche de su melódica soleada, presente en su álbum de debut, Cuchillo (Sinnamon, 2008). Ayer en la Music Hall intercalaron lo viejo entre lo nuevo, pero todo sonó un poco como cuando nos dejamos llevar, y simplemente miramos por la ventanilla del pasajero.

Solo cuando enlazaron Sombra y Mar, Come With Me y Breathing Again, al poco rato de haber comenzado, y con La Hierba, ya a modo de cierre, marcaron realmente territorio en un escenario, y ante un público, que no les debió suponer un reto especialmente complejo. No es que el Encanto tenga un sonido débil, pero es más frío y estático, por lo que las piernas flaquearon cuando abandonaron aquel tono fronterizo y tan desafiante, de corte desértico, serpenteante y tostado, propio de su trabajo pasado; y eso fue la mayor parte del concierto. La dulzura y la armónica conjunción de instrumentos fueron las notas dominantes, pero no son suficientes si en verdad lo que se quiere es apostar, arriesgar y destacar.

En cualquier caso, la proyección de Cuchillo está fuera de toda duda: con una propuesta diferente dentro del panorama indie de nuestro país, estos chicos gozan de un amplio margen, ya no de mejora, sino de evolución. Da la sensación de que aún andan removiendo ingredientes, sentimientos y músicas bien diversas en sus interiores, como quien gesta tempestades para luego engendrar un algo grandioso y definitivo. Pero mientras eso no termina de ocurrir, nos seguiremos contentando con asistir a conciertos de atmósfera contemplativa y distendida como el de ayer, donde llegaron incluso a versionar a capella a David Crosby.

Israel Marco a la guitarra, Dani Domínguez a la batería y Henrik Argen con guitarra y tecalado conforman ahora mismo Cuchillo, pero contaron ayer con la colaboración de Rhys Pyefinch al saxo, en Navega y en La Hierba, acabando el recital con una pequeña apoteosis instrumental. Un concierto que tuvo momentos de especial interés acústico, sobre todo cuando Marco empuñó una guitarra viejísima, de los ’60, Domínguez un udu (instrumento esférico de percusión africano), y Agren una enigmática caja de madera para interpretar, de manera absolutamente desnuda, Algo Mejor.

En poco más de una hora, tal vez cansados, y desde luego no al 100%, los Cuchillo finiquitaron un recital que, pese a todo, resultó compacto y bastante sólido: con un sonido sin perfiles ni perímetros fijos, la personalidad de este trío sueco-barcelonés reside en la construcción de un lenguaje de modales aseados y cuidadas descripciones ambientales. Y desde luego, esa es la mejor base para edificar un proyecto que, en mi opinión, ha de destacar en el panorama musical nacional. 

Fotos de Pablo Luna Chao.


También disponible en Alta Fidelidad

CALEXICO (Algiers, 2012)


Volver a casa.

Las ceremonias cambian. Antes, cuando comprábamos un Cd que acababa de salir, llegábamos a casa como con prisa, nos encerrábamos en la habitación, y, lentamente, tirábamos de esa cintita de plástico que nunca cumplía del todo bien su función de apertura-fácil, y se rompía. Entonces arrancábamos nerviosos todo el envoltorio de plástico, y sin siquiera tirarlo a la papelera (por aquél entonces casi nadie reciclaba), abríamos extasiados el recipiente de aquel preciado tesoro que era un Cd nuevo, original, por estrenar. Lo metíamos en el reproductor típico de la época, y le dábamos al play con el nerviosismo de quien entra en un examen que no se sabe muy bien. Ahora leemos en alguna red social que fulanito ha sacado (o incluso que va a sacar) disco, copiamos su nombre a golpe de ratón, lo ponemos en google, y al cabo de un rato ya podemos oírlo, en medio de una montaña de otros grupos a los que accedemos casi sin restricción alguna. Cuando hace unas semanas hice esto mismo con el Algiers (ANTI-, 2012) de Calexico, añoré de veras aquellas épocas ceremoniosas que ya nunca volverán (hasta que me pase al vinilo).

Porque Joey Burns y John Convertino, al margen de un par de bandas sonoras (Circo y The Guard), llevaban 4 años sin publicar nada nuevo, y eso es mucho tiempo; tanto, que merecería aquella ceremonia. Con este son ya 7 discos los que los contemplan, a parte de la extensa carrera que desarrollaron previamente en Giant Sand, desde mediados de los '80. Calexico no ha sido nunca una banda paralela: ha desarrollado un estilo y un sonido propios desde el principio, desde su primer álbum, Spoke (producido por el sello alemán Hausemusik en 1996, cuando de hecho aún se llamaban así, Spoke, y reeditado con el sello Quarterstick Records al año siguiente, cuando ya eran Calexico). Un estilo a medio camino entre el pop-rock indie del suroeste de los EEUU y el folk alternativo del norte de Méjico, de estética fronteriza y cinemática, pero con bastante más garbo que el spaghetti western. De gran carga emotiva, cada Cd de Calexico es una obra aparte, donde coquetean con géneros y tendencias dispares, pero remarcando siempre el de dónde son a fuego, como la marca de propiedad en la piel curtida de las reses.

Algiers responde perfectamente a la línea general del trabajo de la banda. Tal vez no sea el mejor, ni el más arriesgado, ni el más característico de sus Cds, pero transmite esa cálida y reconfortante sensación que se siente al volver a casa y comprobar que las cosas no han cambiado casi nada. En este caso, la casa de Calexico es el desierto de Sonora, el Bosque Petrificado y el Río Pecos: un terreno baldío bajo el sol y sobre el polvo del recuerdo de unos antepasados que no supieron nada de naciones o fronteras, pero que dejaron huella en lo cultural. Porque lo que siempre ha hecho esta banda es lo que ahora se alaba de otras como Fleet Foxes o Mumford and Sons: rescatar las raíces musicales de la propia tierra y darle vida mediante su reconceptualización. Nos hacen así partícipes de su propia cultura identitaria mestiza.

Da la sensación, en cualquier caso, de que la voluntad de exploración ha acabado en Calexico. Al menos en un sentido extrospectivo, o en relación a otras músicas no directamente emparentadas con sus genes. La experimentación ahora gira más sutilmente en torno a su propio universo, adentrándose más a un lado (No Te Vayas, Puerto y, en menor medida, Algiers) y a otro de la frontera. En cierto modo, parece la reflexión, introspectiva y cansada, de quien observa el fin de un camino, o de una separación, desde el borde del mar, donde el rumor eterno apacigua la tristeza, cicatriza las heridas y otorga calma y perspectiva a nuestras almas. Hay en Algiers un punto de fuga y de huida (sobre todo en Fortune Teller) que se adentra en el océano, hacia el oeste, hacia el ocaso, emocionante e intenso: muy de Calexico. Pero aunque la sombra que creen, en su incansable caminar (parece que hacia Comala), siguen entornando los ojos, pues se hallan bajo el mismo sol justiciero de siempre.

Algiers se mueve entre el típico medio-tempo de Calexico, un galope de poncho y arrastre, y la canción lenta, al fuego de la sedosa e invariable voz de Burns, con un ligero anestesiamiento progresivo, a la vez que también se permiten los pocos juegos con el verdadero son de Jalisco. Como siempre, los de Tucson logran narrar un relato de viajes casi al completo: describiendo la peregrinación por el desierto, la expiación a través de la música. Desde Epic a The Vanishing Mind, perdiendo fuerzas, pero ganando experiencia y sosegada sabiduría. Como la de los chamanes que se quedan ciegos. La primera, y Splitter, rebosan energía: de turbada decisión la que abre el Cd, como quien repite el mismo sacrificio, con oficio, una vez más; y de honrado entusiasmo la segunda, rozando el tipo de melodía más abierta y popera de la banda, cercana al Garden Ruin (Quarterstick Records, 2006).

Pero rápidamente llegamos al hueso del Cd, a la médula rítmica y al tono legendario, pero cubierto, que marca el destino de aquel viaje del que hablaba antes. Sinner In The Sea, con la acústica bien afilada, los punteos al atardecer, las trompetas en el eco, batería de palo y bajo pisando el suelo de fuego a tímidos saltos, se rompe a los dos minutos a base de piano y teclado, en un oscuro reflejo del caminante que, solitario, se acaba enfrentando en un narcótico descenso consigo mismo: nuestro único verdadero enemigo. Parece la primera noche del viaje; y Fortune Teller la primera mañana de después: cuando más claro se ve el horizonte, el punto de fuga. Guitarra, batería, y la voz de Burns ululando como el viento recio del alba, que nos empuja, en silencio, a seguir adelante. Pero el camino no es fácil, y la majestuosa aunque funesta Para, nos lo recuerda. Con arreglos de buen cine, con trompetas y violines que suben cuando hay que apretar el corazón, se presenta como la premonición de una desgracia que sobrevuela.

Algiers, el tema que le da nombre al Cd, y que es su epicentro, es una sonata instrumental, apoyada en acordeón, batería de feria ambulante, y en una guitarra que parece salida de una plaza cualquiera de toros de un desierto inanimado. Si concebimos el Cd como una travesía hacia el océano, hacia la salida, trazada justo sobre la frontera, con etapas en un lado y etapas en el otro, Algiers sería el funambulismo de intentar estar a la vez en uno y en otros, y también a la vez, en ninguno de ellos. Y Maybe Monday, en ese sentido, es la etapa en Arizona, pero con la amarga nostalgia de Méjico. Porque Calexico representa también esa cruel ambivalencia del sincretismo, que te hace sentir dividido en dos; la brecha del emigrante, de quien tiene una clara división en sus recuerdos y sus ancestros. Por eso se busca el consuelo del mar, porque siempre hay algo amado en la otra orilla.

Puerto, con su bilingüismo, letrístico e instrumental, parece entonces el inestable equilibrio de la fórmula mestiza, como en los mejores tiempos de Amparanoia, recordándonos que los genes castellanos se hallan por doquier. Con el ritmo más acelerado del Cd, es un tema de duelo bajo el sol del mediodía. A partir de ahí, en el último tercio del Cd, parece como si se hubiera perdido ese duelo, y la rendición, en lugar de ser amarga, fuera como una liberación. Better And Better es solo una voz, dos guitarras hermanadas, y una batería de pulso lento y tranquilo. Se vislumbra el final, y la claridad más allá del horizonte. No Te Vayas es la despedida definitiva de Méjico, y solo queda sentarse a la orilla y mirar el mar.

Hush y The Vanishing Mind son el destino que se respiraba en el disco desde que empezó el viaje. Se impone el ritmo lento, la fijación de las guitarras, la claridad de la voz de Burns, que respira en cada bocanada, y esos arreglos sutiles que van creciendo en ambas, y que otorgan la fotografía de fondo de la película que nos han planeado, y que nos plantean siempre en cada disco. Algiers en seguida resulta familiar y cercano, porque son enteramente reconocibles y fieles a sí mismos. Cuidado hasta el mínimo detalle, es un trabajo hecho con cariño, que suena más a despedida que a llegada. O tal vez, no es más que el eterno y cíclico volver a casa.


SHARON VAN ETTEN (Madrid, 27-09-2012)



La oscuridad nos permite divisar estrellas que siempre han estado ahí.

En teoría, es físicamente imposible ver nacer una estrella. Aunque eligiéramos un espacio negro del cielo, lo mirásemos fijamente durante un buen rato, y de pronto, como por arte de magia, se encendiera una pequeña lucecita, un minúsculo punto brillante, sabríamos que no es más que la noticia, con tal vez cientos de años luz de retraso, del verdadero nacimiento de la lejana estrella. O como pasa con Sharon van Etten: ¿Cuándo consideramos que nació la estrella, su estrella? ¿Al nacer ella? ¿Al empezar a cantar y tocar? ¿Al ser descubierta y empujada por la pléyade de amigos con los que se codea? ¿O tal vez cuando acumule un número mínimo de conciertos como el que dio anoche en el madrileño Teatro Lara? Es posible que un requisito indispensable sea que ella misma se lo crea, y que se vea como parte del star-system del indie-folk. Pero por mí, aunque siga toda la vida siendo tímida, cercana y tan humilde, Sharon van Etten es ya una de las grandes.

Lo ha conseguido por el camino correcto: paso a paso, sin hacer demasiado ruido, y despuntando con un tercer disco, editado ya con Jagjaguwar, cuando lo que todos esperábamos era el ansiado regreso de Cat Power. Tramp (Jagjaguwar, 2012) contiene ya material serio, con el que preparar conciertos suntuosos y emocionantes como el de ayer. Era el segundo de una gira que empezó el miércoles en Lisboa, y que la llevará, hasta el próximo enero, por gran parte de Europa, Norteamérica, e incluso a Australia. Y era, además, la primera vez que tocaba en Madrid. Mañana lo hará en Valencia, y el sábado en Barcelona. Tal vez por todo ello empezó un poco nerviosa, y aunque no titubeó ni un instante, se mostró tal y como debe ser: modesta, natural, comprometida con su música y con ganas de hacerlo bien. Personificando esa fragilidad, mansa y sin embargo inexpugnable, que tanto la caracteriza musicalmente.

El de anoche en el teatro Lara fue uno de esos típicos conciertos, sencillos pero redondos, que suele organizar la promotora Son de Estrella Galicia. Sharon se sintió a gusto; excelentemente bien acompañada por una banda de tres, con batería, bajo, teclado y refuerzos de guitarra y de voz constantes, Van Etten pudo arropar su ya de por sí autosuficiente fuerza vocal, completando un sonido, el del Tramp, con atractivas subidas y bajadas de tono y de intensidad. Porque la de Jersey, en efecto, quiso mostrar todo el prisma de luces que la iluminan al crear música, pero además, siempre desde el optimismo. Así, dio comienzo al recital con All I Can y Warsaw, interpretando el pop y el rock, con ese acento folk metropolitano que casi solo ella le sabe dar, desatado después con Save Yourself

Puede que hasta Magic Chords muchos no reconocieran a la Sharon van Etten del último disco: más curtida y umbría, es capaz, con canciones así, de tocar fondo anímicamente, y transformar la experiencia en una elegante procesión de luces y sombras; brillantemente interpretada por una voz que llenó el teatro, y nos erizó a todos en nuestras butacas. A partir de entonces, en la segunda mitad del concierto, Van Etten ganó la poca seguridad que le faltaba, agarró su carácter como bandera, y empezó a demostrar de verdad la madera de estrella que tiene, o que ha tenido siempre. Se marcó un solo inédito, con una guitarra acústica y una voz que hipnotiza, rellenando ella sola todo el escenario. Y cuando volvió su grupo, la temperatura ya había cambiado. Porque puede que haya más pasión en lo que hace esta chica cuando en su vida no luce el sol.

No quiero desearle el tormento a mis artistas favoritos solo para que compongan más y mejor, pero en cierto modo bendecimos todos aquellos tropiezos que, tras superarlos y digerirlos, dieron origen a temas como Give Out o Serpents, tocadas seguidas cerca del final. La primera sonó espectacular, con batería, guitarra y voces reforzadas, y en un tono aún más carnal que el que presenta en el Cd. Y la segunda, un auténtico temazo, con la energía y la intensidad de quien aún se siente fuerte tras el enésimo desplome. Sharon es delgada, aparentemente frágil, blanquita, y cuando habla, que lo hace mucho, irradia una simpatía casi cándida, pero por dentro es de un material duro y resistente, de las que saben absorber los golpes, aprender de los errores y transformarlos en algo bueno.

Dejó, eso sí, una ventana abierta a la luz al final del concierto: I’m Wrong y, tras la pausa, Love More, sellaron la paz con su estado de ánimo, que ya empezaba a ser consciente del placer que había sido para todos los asistentes el poder verla en directo, y tan de cerca. Sharon van Etten se distingue, en mi opinión, por un carácter auténtico, por una visión del folk muy liberada, y por esa nota distinta con la que siempre nos sorprende. Pero ayer, además de tablas en proceso de mejora destacable, demostró también que sabe dirigir a una buena banda: los de ayer eran músicos de primera, y si la Van Etten estuvo a la altura, es que de verdad la podemos considerar como una nueva estrella del firmamento independiente. Y no ha hecho más que empezar.

Fotos de Pablo Luna Chao.

También disponible en Alta Fidelidad.

Escucha el setlist del concierto en Spotify.
o míralo aquí!)

ALT - J



Rebelión en la granja.

Una de los cosas más alucinantes de este An Awesome Wave de Alt-J es que, según va avanzando el Cd, se te va haciendo más y más difícil, cuando no imposible, definir qué estilo de música hacen estos chavales. Hacia la mitad del disco ya nos tienen en jaque; pero cuando acaba te das cuenta de que poco importa ese detalle de nomenclatura. Como su nombre: Alt-J; o el triángulo, o la delta, ¡o qué se yo! Lo realmente importante es que suenan de maravilla, hagan lo que hagan y se llamen cómo se llamen. Son de Cambridge, son cuatro, y van a ser casi seguro la revelación del año en el panorama indie.

An Awesome Wave es uno de los mejores álbumes de debut que recuerdo, tal vez, desde el Funeral de Arcade Fire, o desde el xx de The XX. 14 canciones, incluyendo tres interludios y una intro con bastante contenido, que forman un todo muy compacto, definido y, aunque parezca una contradicción, enormemente variado en su morfología exterior. Imposible acotar etiquetas a su sonido amplio y de cuidada varticalidad, pero campean con elegancia y seguridad por zonas cercanas a un trip-hop de luz y techo abierto, llegados desde áreas alternativas y acústicas del pop-rock más musical y colorido, pero siempre con un ritmo básico y una esencia vocal más propia de ese raggae de tapicería rústica y étnica que, en ocasiones, ha practicado Ben Harper. Por supuesto hay neo-folk del bueno, del camuflado entre cuerdas y voces, y también hay electrónica, en esencia, por esa constante tratamiento del beat, siempre marcado y nunca excesivamente rápido, que apoyan en una gama instrumental que reúne piano, bajo, unas guitarras y un teclado siempre deliciosos y, por supuesto, en una batería precisa, ágil y comprometida con la estructura de cada canción.

Alt-J sorprende al mundo con un disco, valga la redundancia, enteramente musical, donde no especulan ni una nota, donde derraman pasión, canralidad y una extremada y depurada atención por los detalles constantemente. Cada canción tiene algo que la hace especial, diferente, y a la vez necesaria dentro del organismo vivo que es el An Awesome Wave. Un disco mágico y fantástico, colorido y cavernoso, de piel suave y fresca como el tacto de la arena de las playas en la noche; donde no puedes dar nada por sentado, ya que en cada canción rompen sus propios moldes y se disparan en diversas direcciones: como si cada tema fuese la gestación de una pequeña mariposa musical. Un álbum de estados plenos de ánimo, con una vegetación floral que decora todo el trabajo con elementos extraidos de las cuatro estaciones, rezumando una humedad que huele a vida y a secreto bien guardado. Aunque por poco tiempo.

Porque esta gente tiene vocación de extrovesión: su música es el tipo de arte que surje por el impulso de agradecimiento ante un mundo que no para de asombrarlos y removerles su aguda sensibilidad. Es el fruto de quien sabe ver y ecuchar antes de expresarse: tal vez por eso suenen a tantos grupo a la vez, sin llegar a imitar ni a recordar a nadie en concreto. El principio, por ejemplo, podría haberlo firmado Piano Magic, con ese piano azulado, la distorisión melancólica, la batería concienzuda, borracha de vino tinto, y el encorvado lamento de Thomas mientras llueven los punteos. Una Intro que augura lo que luego no es: porque toda redención tiene un punto angustioso de orígen. Luego nos confunden con un Interdule I, a dos voces, con la métrica de un poema de Darío. Y por fin, con Tessellate parece que arranca definitivamente el Cd; todos suenan: batería de cálido beat, guitarras de agua, teclados y pianos cuan alfombras mágicas, y voces y alaridos de explorador frente a la hoguera. Todo con mucha clase.

Breezeblocks recoge el testigo ya con otra onda, construida entre la despreocupación caribeña, el tintineo y el redoble de ritmo de bajo, que se acaba imponiendo en uno de los pasajes más sorprendentes y pegadizos del Cd: "please don't go/ I love you so" rematan los Alt-J, haciendo del cubismo vocal un juego de niños bien criados. Puede que el estilo de la banda se sedimente mejor gracias a pacíficas oxigenaciones como el segundo interludio (Interlude 2), ya que apreciamos mejor tras él, en Something Good, la delicadeza de cómo meten un piano en escalera, una acustica africana en las cuerdas (también en las vocales), y como hacen confluir toda la instrumentación en ambientaciones y paisajes hermosísimos. También se hace notar más el silencio, justo en el corazón de disco, en Dissolve Me, logrando un hueco en el olimpo que ocupan los Fleet Foxes o Bon Iver con ese momento glorioso, hacia la mitad del tema, en que sositenen todo el Cd con un arco de voz.

Tal vez Matilda y Ms sean las canciones que menos llamarían la atención, pero en su modestia regalan pasajes de harmonía y, sobre todo, mucha de la riqueza de detalles con la que decoran cada compás. Ya siempre optimistas, siguen colgados del techo, recorriendo las cumbres que ellos mismos han constuido cantando. Desde luego, si el ritmo caracteriza el inicio sorprendente del Cd, el esfuerzo vocal lo hace en la segunda. Fitzpleasure, en su arrogancia, es el último coletazo rítmico: un beat elegante y encarado que revive el Cd cuando el viento ya ha cambiado. Porque de nuevo tras un liviano Interlude 3, Bloodflood huele ya distinto: a final, al recogimiento del atardecer, a los últimos pasajes de una historia asombrosa, colorida y emocionante que tiene que acabar; a esas despedidas y finales que hinchan el pecho pero oprimen la garganta. Taro es, por tanto, como la última mirada de regalo en la distancia: como el "Capitaaaaan" que gritó Dersou Uzala desde lo alto de la nieve cuando se separa de Arseniev. Lo que convierte algo especial en legendario; en inolvidable.

La última pista en una canción desnuda, acústica y en tono de folk matutino: Hand Made es lo que su nombre indica. Con ella se completa un Cd extraordinario que no pasará inadvertido en las listas de final de año. Por la grandeza del abanico de sonidos que demuestran, por su carácter y lo arriesgado del proyecto, por tenerlo tan jodidamente claro, y por tener un estilo tan insultantemente musical, de los que hacen honor al arte que representan, estos chicos de Alt-J van a estar en boca de todos, merecidamente, y siempre acompañados de alabanzas, sonrisas de alegría y el justo augurio de su éxito. Desde aquí le pido a grito a cualquiera de los promotores que trabajan en nuestro país que traigan pronto a estos chicos de Cambridge: su cotización se dispara, y pronto habrá tubas pidiéndolos como zombis por las calles. Y si no, al tiempo. 



CAT POWER (Sun, 2012)



Lamentablemente...

Lamentablemente, el Tramp de Sharon van Etten es el disco que esperaba de Cat Power; y no el Sun. Tras más de cuatro años de silencio, y casi siete sin material nuevo propio, Chan Marshall ha vuelto, con un cambio radical de look, estético y musical, que no termina de convencerme. Y lo dice alguien que vendería muy barata su alma a quién fuese necesario para poder dedicarme el resto de la eternidad a servir de muso para esta magnífica cantautora nacida en Atlanta, Georgia, hace ahora 40 años. Mucho han cambiado las cosas en el panorama musical desde mediados de la década pasada, mucho ha cambiado el público, y, en cierto sentido, parece que Cat Power ha perdido un poco su lugar, ocupado ahora por una pléyade de artistas de nueva generación que, en verdad, y de forma irreversible, parecen haber heredado su esencia.

Lamentablemente, no es la Cat Power íntima, desnuda y orgullosamente decadente del Moon Pix, su primer disco con Matador Records, allá por 1998: en mi opinión, su mejor obra. Ni la glamurosa dama de un folk sureño visto desde la ventana de un apartamento en NYC, o desde la ventanilla de uno de esos enormes coches americanos tipo Cadillac, descapotable en las secundarias, como lo ha sido en el resto de su carrera. Ni siquiera destaca por los pasajes entremezclados de rock y piano propios del You Are Free (2003) o del The Greatest (2006). Carece incluso de aquel acento de elegancia con el que impregnó, e hizo suyas para siempre, las canciones del Jukebox (2008), ese delicioso álbum de versiones.

Lamentablemente, solo hay un tema que me recuerda ligeramente a esa pedazo de artista, Cherokee, aunque ya presenta algunos de los síntomas del deterioro estilístico de Chan Marshall. Cuando conseguí descargármelo hace unas semanas, pese a que en teoría salía a la luz el 3 de Septiembre, casi desee, al principio, no haberlo escuchado, que no hubiera salido. Una sensación agridulce me invadió con su primer y mejor tema: la guitarra y el piano con que empieza saben a gloria, después de tantos años sin verla, sin oírla, pero aunque luego melódicamente resulte un tema enormemente atractivo, ese ritmo programado de base que suena en el estribillo nos descubre a una Chan Marshall con la que, por primera vez en nuestra larga relación, no me sentaría a contarle mis cosas, mis intimidades; como sí hacíamos antes.

Lamentablemente, ese es solo uno de los síntomas, pero no el único. Se ha distanciado del público, mostrando una imagen menos humana, más corporativa: resulta que al cambiar de look da la sensación, precisamente, de habérselo creado, de haberse fabricado o impostado un estilo, cuando antes lo tenía por defecto, natural, inherente y coherente a su forma de tocar, de ser y de componer. Hay como una especie de máscara, algo que esconde y aleja a la verdadera Chan Marshall de nosotros. Pero hay más. Muchas veces ese algo es uno o varios elementos instrumentales, generalmente rítmicos y electrónicos, que parecen desubicados intentos de actualización, o de rejuvenecimiento: como el de Los lunes al sol que se tiñe el pelo y se pone la ropa de su hijo, que además le enseña informática. En Sun, en Real Life y en Manhattan, resulta evidente, aunque esta última tenga un aire mucho más desmaquillado.

Lamentablemente, en ese sentido, parece que le han crecido los enanos, que se le han subido a las barbas sus discípulas: la pléyade de nuevas reinas del rock, que a la sombra de su influencia, han ido aportando elementos al dogma que ahora, la propia Cat Power, no parece ser capaz de interiorizar y expresar, aunque lo intenta. Su faceta rockera, por ejemplo, recuerda ahora despiadadamente a St. Vincent, sobre todo en Ruin, con ese disparatado pianito agudo del principio, los bajos bien marcados, los requiebros de batería y guitarra, y esa distorsión tan chiclosa. O adolece de aquella plástica curvada, que tanto la caracterizaba (y que, sin ir más lejos, salva Cherokee), en Silent Machine y en Peace And Love. Me parece básica y un tanto primaria; como en 3, 6, 9, en tono pop, que demuestra que cuando se ha perdido la chispa creadora, lo sencillo vuelve a resulta sencillista.

Lamentablemente, apenas podemos rescatar un par de momentos más, a parte de la canción que abre el Cd, al menos en mi opinión. En su brevedad, Always On My Own nos recuerda a la Cat Power sincera y minimalista, intensa y precaria a la vez en su utilización del rock como forma de expresión. Y Human Being, tal vez el tema que mejor encarna esa nueva versión de sí misma que pretende crear en Sun, cercano al sonido lacado de Massive Attack en 100th Windows, que sí posee esa fuerza subcutánea, inherente en esa parte de la partitura que no se escribe que tienen las mejores canciones de la anterior Chan Marshall. Nothin But Time, por otra parte, la larga canción de casi 11 minutos que casi cierra el Cd, parece un derroche excesivo de una misma composición, que, si bien recorre aquellos paisajes sureños llenos de negras gordas en iglesias protestantes, parece ya un atisbo del pasado algo desfasado: poco acorde con el resto del disco y su intención.

Lamentablemente, tal vez no haya una nueva Chan Marshall del todo. Quizá el problema es que en estos largos años de pausa y desconexión la norteamericana no se ha reciclado plenamente. Como eso que siempre pensamos que impide el teletransporte: la reconfiguración molecular. Cat Power se ha vuelto a formar, pero las piezas no encajan como antes: aún quedan rémoras, antiguas virtudes desaparecidas, nuevas facetas en las que no convence, una mezcla incompleta, una fórmula que no funciona. Parece haberse quedado, anclada y mal formada, a medio camino entre una versión de sí misma que ha querido dejar atrás, sin demasiado éxito, y otra modernizada que no acaba de encajar con su personalidad nostálgica. No obstante, mantendremos ciertas esperanzas hasta que la podamos ver en directo: uno de mis sueños, y ahora un triste examen a la nueva personalidad de Chan Marshall. Nuestra querida Chan Marshall.




LOWER DENS (Nootropics, 2012)



Madurar engorda.

Hace cerca de dos años vaticiné que Lower Dens sería un grupo de los grandes, que crecería disco a disco regalándonos canciones inolvidables en un futuro próximo. Su primer álbum, Twin-Hand Movement, publicado en verano de 2010, a parte de obtener críticas muy favorables, les proporcionó un material con el que no han parado de girar durante estos dos años, madurando su sonido hasta convertirlo en algo sólido y más bien duro, consistente. Les vi en concierto aquel invierno de 2010, en la carismática Sala Moby Dick de Madrid, y el pasado mayo en el Primavera Sound; y lo primero que se me pasó por la cabeza fue que habían engordado. Nootropics es el resultado material de ese proceso de madurez prematura (valga el oxímoron): no sé si hacia adelante, pero es el paso en la dirección que todos esperábamos, a tenor de lo escuchado en su ópera prima.

Es posible que la propia Jana Hunter haya ganado también unos quilitos: aunque la música sea básicamente la misma, con un estilo muy marcado desde el principio, el acento de inestabilidad de su primer trabajo, de desequilibrio y de angustiosa necesidad de exteriorizar un discurso plagado de sentimientos contradictorios, pegaba a la perfección con su apariencia desgarbada: aquella figura raquítica de mirada afilada, aferrada siempre a su guitarra, se movía más ágil, de día y de noche, siempre como huyendo de algo. Esa sensación de inestabilidad y desequilibrio parece haber desaparecido: Hunter camina con paso más firme, decidida, consciente ya de cuál es el canal de comunicación entre su interior y el resto del mundo. Ha engordado, y Lower Dens, aunque haya perdido agilidad, ha duplicado su corpus, su materia y su presencia.

Nootropics presenta, además, ciertas diferencias con respecto al primer álbum de esta banda de Baltimore, a nivel instrumental y estructural. Formalmente, como ya he dicho, me parece igualmente sobresaliente, por el tufo insoportable a ellos mismos que posee en todo momento, aunque con menor versatilidad. Pero es más calmado, entre otras cosas, porque creo que carece de esa necesidad de hacerse oír de la que hablaba antes, y nos mantiene en sedación constante, bajo una complicada y tosca argamasa instrumental y melódica. Hunter, en ese sentido, se abandona bastante al teclado, a lo Victoria Legrand, dejando a las cuerdas formar una tela de araña que, a la postre, hace las veces de suelo con mayor firmeza que cuando su guitarra dirigía la melodía con mayor protagonismo.

En cualquier caso, destaca por encima de todo el resto del Cd Brains, el primer single, con ese insistente y coordinado cabalgar de batería y guitarra, que va abriéndose e incluyendo a los demás instrumentos, hasta alcanzar, en su lógica y propia evolución, una intensidad hasta ahora nunca vista en Lower Dens; al menos no tan cocida a fuego lento: sólida, densa y pacientemente. El teclado va ganando protagonismo y la voz de Hunter sale reforzada tras un primer tema, Alphabet Song, donde recuerda, quizá demasiado, a Beach House. Pero la densidad y la ligera monotonía anestésica se muestran tras Stem, la versión agilizada del hitazo: en Propagation, una dilatada y cinemática canción saturada, con transparencias hermosas por donde pasear nuestros oídos, plagadas de guitarras que gimen en la madrugada. Una monotonía que bien podría acompañar largos paseos nocturnos, en la soledad de un invierno húmedo y tranquilo.

La apuesta por la reiteración empieza a parecer un tanto obsesiva en Lower Dens cuando comienza Lamb, tema de estructura a planta circular, con claraboya central. Pero la base queda y de rítmica casi minimalista permite el primer gran lucimiento vocal de Jana Hunter, con cierta voluntad de protagonismo. Candy, a continuación, sí marca un punto más encarado, más dinámico, aunque sea en un claro picado, menos monótono, pero siempre desde la saturación y la intensidad. En ese aspecto, el momento más complicado del Cd es Lion In Winter pt. 1: un ejercicio de experimentación instrumental sin dirección alguna. Ahora, superado ese momento, el disco nos regala aún dos buenas piezas: Lion In Winter pt. 2 y Nova Anthem. La primera es quizá la versión más pop-playera de Lower Dens, pero con acabados, enlaces y arreglos bastante ingeniosos: ideal para acabar los conciertos dejando sabor a esperanza. Y Nova Anthem, que es el segundo y más grande lucimiento vocal de Jana Hunter, que emana de una bonita torre plateada y afilada erigida desde los cimientos a base de un ritmo casi digital y un teclado clerical.

Ignorando un poco la enervante canción final, In The End Is The Beginnig, que más bien parece un paseo por el oscurantismo de remordimientos más digeridos, nos queda un Cd irregular, aunque curiosamente monótono y pesado (ambos términos en el mejor de los sentidos), con dos o tres temas de verdadero peso, y con Brains como bandera. A Lower Dens, y a ningún grrupo debutante se le exige que todos los temas de su segundo álbum sean perfectos, como tal vez sí se les exige del primero para llamar la atención. Basta con que corroboren sus buenas maneras, sus estilo bien marcados y su futura proyección con una serie de temas que renueven nuestro oído, y no nos haga volver al primer trabajo. Nootropics es, por tanto, un Cd que les corrobora y que les hace avanzar, más maduros, en la dirección que todos esperábamos.





SHARON VAN ETTEN




La nota distinta: las otras nunca lo harían.

Sharon van Etten es, en estos momentos, el principal motivo de mi felicidad. Sé que es superficial, efímera y basada en ese placer que pruebo y reconozco cuando descubro un artista o grupo que me enamora a primera vista: noto el pecho más ancho, una sonrisa siempre latente, y unas ganas tremendas de contar lo que oigo, siento y observo. Y la vida es así: hace un mes no la conocía, era solo uno de los incontables nombres que había leído, y que tenía pendiente; me la perdí en el Primavera Sound. Pero cada cosa tiene su momento, supongo, y así disfrutaré durante todo el verano de las ansias de querer escucharla en directo. La cita: a finales de septiembre en Madrid, Valencia y Barcelona.

Lo que sé de Sharon van Etten lo aprendí en Wikipedia, pero todo lo que demás me lo enseña ella cuando canta. Sé que es de Jersey, que Kyp Malone, el de los TV On The Radio, la animó a iniciar su carrera musical, que ha colaborado con The Antlers, que su último Cd, el primero que he escuchado yo, TRAMP, lo ha prodcido Jajgaguwar, y que se ha grabado en el estudio de Aaron Dessner, de The National. Pero también intuyo, yo solito, que esta chica va a llegar muy lejos: por lo menos, al lugar que le corresponde dentro de la generación de mujeres que, en el mundo anglosajón, se está haciendo con el control del rock. Del corte de Cat Power, PJ Harvey, Mazzy Star, Leslie Feist o St. Vincent, la de Jersey compone un folk educado en la urbe, suave en su definición, pero triste en su andadura. Una suerte de baladas modernas, envueltas en una voz preciosa que no alardea ni especula. Pero además, Sharon van Etten tiene siempre una nota distinta, un punto diferenciador.

NEUMAN



Genética pop-rock; disfraz de post-rock.

¡Vaya sorpresón me he llevado con Neuman! Desde que escuché las primeras notas de su álbum de debut, PLASTIC HEAVEN, he pensado que tal vez haya cometido un grave error al no incluir su segundo Lp, The Family Plot, en la lista de lo mejor de 2011. Digo tal vez porque aún no le he escuchado. Porque un grupo así se merece la atención adecuada, y se merece que le haga justicia escuchando las veces que sean necesarias su primer trabajo antes de pasar al segundo. Merecen un número de escuchas suficiente, para así tener la noción justa de la espera, y poder entonces regodearme y rebozarme a gusto cuando llegue a lo realmente nuevo. Siento una deuda con Neuman, y pienso recuperar el tiempo perdido. Solo entonces pasaré a su siguiente Cd.

PLASTIC HEAVEN es un disco largo y generoso: casi 2 horas, 14 canciones, la mayoría de ellas de más de 4 minutos, y casi todas con mucho contenido y un gran valor ambiental. Mediante este trabajo Neuman se postula como una banda nacida para despejar las fronteras del pop con el post-rock, como Nudozurdo, por ejemplo. Su sonido se basa en elementos de ambos estilos, aunque también podría decirse de ellos que hacen un pop oscuro con un fantástico disfraz de post-rock. Si entendiéramos el post-rock en su definición más amplia diríamos que Neuman tiene esa facilidad genérica para hacer de la variación el centro de sus mejores canciones, esa inercia característica del sonido post-rockero que tiende a dar mayor importancia a una textura, a un punteo o a un fraseo insospechado, que surge de la propia canción y no de las partituras (en apariencia), a esa especie de creación progresiva que se enarbola siempre hacia arriba, ganando en complejidad y, a la vez, en profundidad. Diríamos que Neuman tiene claramente el color azul oscuro del post-rock, ese que cambia en el cielo, lenta pero implacablemente, todas las tardes al anochecer. Pero hay más suavidad en sus notas que en la mayoría de las composiciones del género. Por eso tal vez ellos, por fin, sean capaces de popularizar las bases del post-rock en nuestro país.

THE BLACK KEYS



La eterna reproducción.

Lo han vuelto a hacer. The Black Keys no fallan. Cuando todo el pescado parecía vendido en 2011, en diciembre, y casi sin tiempo para degustarlo antes de Navidad, este dúo guitarra-batería reventó la lista de lo mejor del año. Pero claro, de esta manera no podemos decir que la banda haya caracterizado el año que recientemente hemos despedido: PJ Harvey y Bon Iver, en cambio, sí lo han hecho porque sus discos, editados el 11 de febrero y el 21 de junio respectivamente, han caminado, majestuosos, a lo largo y ancho de todo 2011. Polly Jean y Justin Vernon han sido, con todos los honores y la legitimidad, la reina y el rey del año pasado. Sin embargo, EL CAMINO de The Black Keys es, irónica y curiosamente, 2012.

Dan Auerbach y Patrick Carney son The Black Keys, una banda de blues-rock y rock garage que nació en 2001 en Akron, Ohio, y que están partiendo cada vez más la pana. Y no es que al principio no fuesen buenos y hayan ido mejorando, es que al principio ya eran la reostia, y aún así cada disco suyo es como una enorme zancada hacia adelante. The Big Come Up (2002), su primer Cd, sonaba tan americano que hasta parecía que ayer mismo era 1970, y que Jimi Hendrix seguía vivo. A partir de ahí, con el paso firme de 7 discos en apenas 9 años, han dejado evolucionar su propia música; la han escuchado, como nunca un creador omnipotente había escuchado antes a su obra viva; la han dejado desarrollarse de forma natural, sin forzar una sola nota, sin imposición alguna. Y el resultado es que hoy en día hacen una música limada, pulida y poderosa: The Black Keys son un monumento musical reconocible desde el espacio, pero además, su sonido tiene ese halo de libertad y magia creativa que muy pocos tienen. Porque se nota cuando alguien está contento con lo que hace, cuando sus manos son un manantial de creación, un torrente puro y directo desde sus entrañas, y cuando su música es la perfecta traducción de un eterno proceso interior. Y se nota también cuando fluye todo eso entre dos o más personas: en este caso entre la voz y la guitarra de Auerbach y la batería de Carney.


LOW

 


Música para contar, una a una, todas las estrellas del cielo.

Parece que todo marcha bien en el matrimonio Sparhawk-Parker. Low, tras casi 20 años de carrera y 9 discos, muestra una salud envidiable. C'MON probablemente no sea su mejor disco, pero sí que se sitúa entre los tres o cuatro imprescindibles de esta pequeña gran banda de Minnesota. Muchos de nosotros entramos en contacto con ellos cuando firmaron con SubPop, cuando editaron de su disco más emblemático, The Great Destroyer, allá por 2005. No obstante, y aunque resulte curioso e incluso paradójico, opino que éste no sería tan buen Cd si no se caracterizaran los Low por un sonido algo diferente. Aquél fue, y sigue siendo, la nota de excepción en la trayectoria de un grupo que encarna mejor que nadie la etiqueta slowcore: más apertura y efectos, mucha más distorsión y, sobre todo, más materia y substancia. Y este C'MON es, probablemente, el disco que más se acerca a aquel hito, pero esta vez sin salirse de sus propios cauces.

Al decir materia y substancia, entiéndaseme, me refiero a contenido musical real y físico. No quiero decir que los demás Cds estén vacíos de contenido de calidad, ni que sean superficiales; todo lo contrario. Si por algo destaca Low es por la gran capacidad de concentración minimalista que tienen. Solo ellos saben verter tanta intensidad, tanta tensión y pasión en tan pocos movimientos instrumentales; a veces en un solo fraseo de guitarra, repetido carnalmente hasta la saciedad. Los Low nunca tienen prisa, parece la música más apropiada para contar, una a una, todas las estrellas del firmamento. Nunca se aceleran, ni se precipitan; a veces ni siquiera parece que estén contando gran cosa, o que lo que dicen, lo dicen usando poquísimas palabras, como un discurso claro y básico, planteado de la manera más firme, y a la vez tranquila, sosegada. The Great Destroyer, sencillamente, parece tener más amplitud narrativa, pero a la vez, parece indistinguiblemente más enrevesada que de costumbre.

BON IVER



Hay gente que hace del mundo un lugar un poquito mejor.

2011 ha sido el año de mucha gente en el mundo de la música, pero creo que por encima de todos ha destacado el binomio compuesto por PJ Harvey y Bon Iver. La primera porque con su décimo disco se ha elevado ya a la categoría inalcanzable de diva universal; y Justin Vernon, porque con su segundo álbum ha demostrado que es posible convencer a todo el mundo de forma unánime. La emergencia de esta nueva personalidad musical es un hecho que debería hacer del mundo un lugar un poquito mejor, un lugar un poco más acogedor y seguro. Porque escucharle reconforta; ejercita los músculos del cariño, de la sinceridad y de la comprensión; y porque su música parece la fórmula mágica que es capaz de extender la bondad por toda La Tierra.

Bon Iver ha superado con creces las expectativas generadas por su primer Lp, creando un Cd enorme de donde uno, una vez dentro, ni puede ni quiere salir. For Emma, Forever Ago, sin embargo, resulta ahora un trabajo más limitado y finito al lado de este inconmensurable y eterno BON IVER. Evitando cualquier acepción peyorativa del término, podría decirse que resulta también más superficial. Es, en apariencia, más sencillo, más de cantautor solista acompañado de una guitarra acústica. BON IVER, en cambio, es profundo como la luz cambiante del atardecer. Es como esas majestuosas e inquietantes grutas que grabó Herzog en la Antártida: incontestables obras maestras de la naturaleza esculpidas en el hielo que, segundos después de mirarlas, han cambiado irremediablemente su aspecto.


THE ANTLERS



Miradas de amor desde la distancia.

Son curiosos los razonamientos automáticos que procesa nuestra mente a veces. Como las que genera la mía cuando escucha algo nuevo, relacionando al grupo con el sello y viceversa. En ocasiones (luego generalmente voy descubriendo que no tengo razón), como en el caso de Matador y Esben and The Witch, me pregunto por qué una grande le da esa oportunidad a unos raros desconocidos; y en otras, como en el caso de The Antlers y Frenchkiss Prod., no puedo evitar pensar que es como cuando un equipo pequeño ficha a un genio del fútbol, hasta ahora desconocido, y lo da a conocer al mundo, disfrutando de su presencia mientras aguarda el inevitable momento en que venga uno grande y se lo lleve. Porque esta banda, después del BURST APART, ya no puede pasar más desapercibida.

Peter Silberman es el responsable directo de este proyecto de Broocklyn que a mí, personalmente, me tiene loquito últimamente. Practican un delicado pop-rock independiente, ligeramente alternativo, y un poquito post-algo: una música muy identificable (me niego a decir catalogable, aunque lo sean), pero con una personalidad clara y bastante particular. Recuerdan un poco a Piano Magic y a The National, pero en general, y pese a no resultar en absoluto inclasificables, a quien recuerdan en todo momento es a ellos mismos. The Antlers es de esas bandas que mientras las oyes eres, en todo momento, plenamente consciente de a quién estás escuchando y por qué. Pero no busques motivos de escaparate, no muestran a gritos o con luces de neon su bandera: te van conquistando con la insistencia de las caricias que siempre son bien recibidas. Hay mucho amor en la voz herida de Silberman.