PORTICO QUARTET. Barcelona, 23-02-2012.



Alta arquitectura musical.

Creo que hay músicos que, además de intérpretes y geniales compositores, son ante todo auténticos ingenieros del sonido. Personas que cuando hacen música, ven matrix. Yo cuando oigo lo que hacen, hago eso: oírlo, y gracias. Pero ellos la ven; ven la música físicamente ante sus ojos, la tienen ahí, la observan, la palpan, la manipulan y la transforman a su antojo. Duncan Bellamy, batería de los Portico Quartet es una de esas personas. Tal vez hasta ahora había pesado menos su tendencia electrónico-sintética en el sonido global de la banda, en los dos primeros álbumes, Knee-Deep In The North See e Isla, pero ayer noche en La [2] de Apolo demostró ser él quien está detrás de la apertura y el cambio de sonido que ha registrado el cuarteto en su último homónimo trabajo. Un material más electrónico y menos jazzístico, pero igualmente asombroso en cuanto a la capacidad que les caracteriza de crear espacios habitables y a la vez artísticos: como los mejores arquitectos.

Porque yo, desde luego, si la música fuera arquitectura, y tuviese que construirme una casa, le daría el proyecto a estos chicos de East London. Es cierto que han dado un paso adelante hacia terrenos más electrónicos, hacia un lacado y fastuoso terreno ambiental basado en el ritmo y en la repetición, pero no por ello han dejado atrás ese acento tan característico que le ha dado siempre el sonido del hang de Keir Vine (antes Nick Mulvey) y el de los saxos de Jack Wyllie. Hay menos inocencia en el sonido de Portico Quartet, y a la hora de ponerla en escena son quizá más libres de expresar sus obsesiones y su permeabilidad a todo tipo de influencias. En acción, Bellamy parece haberse comido a John Steiner y a Dave Konopka, de los Battles, y haber hecho de ellos una síntesis perfecta, elegante y totalmente adaptada para servir de base a tres músicos de auténtico jazz. Su batería es híbrida, medio instrumento medio máquina, y compagina la pegada propia de un duro percusionista ajado, con los parches y la programación rítmica. Pero su electrónica de interior sigue creando espacios hermosos donde yo, al menos, viviría plácidamente: acogedores y con luz tenue; cómodos, atractivos y sugerentes.



El otro miembro del cuartero, Milo Fitzpatrick, el contrabajista, fue quien se dirigió al público en un decente castellano para presentar a sus compañeros, y la canción que fueran a tocar. Su peso específico en la banda resulta tan importante Y fundamental como el suelo que pisamos en el interior de una casa. De hecho, el sonido de la banda tardó en calentarse, y lo que Fitzpatrick nos marcaba al principio, un frío y empedrado mármol, poco a poco fue convirtiéndose en un cálido y suave terreno enmoquetado, seguro y decente: un lugar perfectamente apropiado para que jueguen los niños. Porque ese toque de magia infantil que tiene Portico Quartet, esa que sale de debajo de las camas, del interior de un armario, o de lo más profundo, sagrado y puro de la imaginación de un chiquillo, surge en el cuarteto londinense del cóncavo sonido del hang, que tan tranquilamente toca el bueno de Keir Vine. Aunque tal vez su presencia haya pasado a un segundo plano frente a la ola electrónica que ahora abordan, sé que en el hogar que me construyen con su sonido, siempre habrá lugar para la inocencia y el hechizo.

Este nuevo Capricho de Apolo, que abarrotó ayer noche la sala más pequeña del recinto, hizo las delicias del público en un concierto corto pero intenso. Tal vez la densidad del hang y del contrabajo, la generada por un teclado envolvente, en los momentos en los que sonaba, habría congestionado demasiado el ambiente de no ser por la necesaria participación de los vientos de Jack Wyllie: sus dos saxos, soprano y tenor, son el tiro de luz del espacio cerrado e íntimo que crean los Portico Quartet. Son el techo y las ventanas, y son las lámparas de luz tenue colocadas en esquinas impensables.

Tocaron los cuatro concentrados, y de esa manera carnal que se les supone al escuchar cualquiera de sus Cds. Porque los Portico Quartet, precisamente porque están explorando aún más la electrónica instrumental desde una base jazzística muy personal y reconocible ya desde sus inicios, representan con su música esa dialéctica moderna que describe al ser humano como un ente cuya esencia se divide, dramáticamente, entre lo tecnológico y lo natural; entre la máquina y el hombre, o entre lo moderno y lo clásico. O, si queremos seguir la línea de ideal/materia, entre lo virtual y lo real. Así, plantearon un recital partido en dos, presentando primero su último trabajo, Portico Quartet, y después repasando el Isla. Tal vez por eso fue de menos a más, ya que su segundo trabajo, el más cercano a sonidos como el de Cinematic Orchestra, seguramente enmarque mejor el punto medio de aquel camino que andan los de East London desde un lugar del jazz hacia la electrónica; pero siempre con su elegante casa a cuestas.

Fotos de Pablo Luna Chao.

Escucha el setlist del concierto en Spotify.

También disponible en Alta Fidelidad.

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