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DJ SHADOW. Barcelona, 27-10-2012



En la noche, el fin justifica los medios.

El único consuelo que suele quedarnos cuando cambian el horario en octubre, dando carpetazo a todo lo que pueda recordarnos que un día hubo calor, playas abarrotadas y el rico dolce far niente del verano, es que, en verdad, aún no ha llegado el invierno. Pero es la confirmación del otoño: la puñetera lógica energética que hará que despidamos al día, a partir de ahora, y hasta finales de marzo, insoportablemente pronto. Y si además, como pasó ayer, resulta que sí hace una noche auténticamente invernal, el ultimísimo consuelo que puede ya quedarnos es el tener un gran plan (porque siempre es sábado) para sacarle partido a esa miserable hora de noche que ganamos. Por suerte, así era; y en Barcelona nos despedimos del verano como se merece: bailando en una sesión de excepción del mismísimo Josh Davis, más conocido como Dj Shadow.

El productor californiano es una eminencia en lo suyo, y la apuesta de Primavera Sound, como siempre, no podía apuntar más abajo. Pero ha pasado quizás demasiado tiempo desde que Davis pariera el Cd que le dio la vuelta a todo el panorama de la electrónica a mediados de los ’90, como para que alguien sea lo suficientemente iluso para creer que un concierto suyo puede sonar a algo parecido. Desde luego conserva muchas cosas, y por momentos se hizo bastante reconocible su sello durante el set, pero aquella etapa acabó hace años. Entroducing..... (Mo Wax, 1996) quedará como un hito, un referente: un punto de partida que tal vez se olvide cuando el hombre se retire. Pero con un material discográfico en clara recesión, por lo menos en cuanto a interés suscitado, y una mentalidad siempre abierta, innovadora y auto-reciclable, la única finalidad que parece que le queda a la música que crea en directo Dj Shadow es casi 100% el baile.

Entonces podríamos pensar que qué maquiavélico es este músico, porque en verdad el fin justificó los medios. El Dj Set que venía a presentar, 'All Basses Covered', pretendía ser un compendio de géneros musicales, confluyentes en las manos y el estilo de Dj Shadow, y con un nexo de unión: los bajos. De modo que durante más de una hora pinchó el californiano, y por sus platos y aparatos de producción pasaron, en efecto, desde el tance al hip-hop instrumental old-school, tocando muchos de los palos de la electrónica, y acabando incluso con unos minutos de drum'n'bass. Pero todo estaba enfocado al movimiento, al beat roto que evita la monotonía en el baile. Nadie esperaba menos, y el público estuvo efervescente durante toda la noche, excitado, y consciente del privilegio que es tener a uno de los mejores y más afamados Djs del mundo pinchando para ti.

Es difícil valorar musicalmente la ejecución del Set que propuso Davis al margen del efecto motor que obviamente provocó. Tal vez ocurra esto en la mayoría de las sesiones, pero en mi opinión es importante que podamos alcanzar a discernir entre lo que es material musical neto y el efectismo que nos invade en una pista de baile, como fue la sala Apolo anoche, cuando un experimentado Dj quiere enloquecer a su público. En este sentido, el concierto de Dj Shadow tuvo altibajos. Fue de menos a más, y pienso que solo impuso claramente su impronta en la última media hora. Tal vez me lo pareció porque Organ Donor, la única canción original, dejó un aroma clásico en es resto de la sesión; o tal vez fue porque, poco a poco, nos íbamos enterando del leitmotiv en que se basaba su Set.

Lo cierto es que puestos a buscarle coherencia interna al desarrollo que propuso Davis ayer en la sala Apolo, la encontrabas. No obstante, es probable que haya que ser un verdadero amante de la electrónica para entender esos matices, porque aunque formalmente resulte contundente, Dj Shadow es un productor muy sutil; adulto: no hace nada de manera explícita aunque lo parezca. En cualquier caso, su sesión empezó y acabó siendo dura, aunque cambiara la densidad por el ritmo; no mostró excesiva riqueza en el uso de la métrica del beat, y en general, dio la sensación de tener más recursos de los que estaba utilizando (abusó, en ocasiones, de la reiteración del mismo efecto o sonido). Fue siempre punzante, incisivo y directo, aunque por momentos (escasos) también plomizo.

Pero todo disgusto es solo porque de Dj Shadow esperamos, sencillamente, lo mejor. En el fondo, al margen de quién fuera el artista que había detrás del sonido que hacía enloquecer, por momentos, al público de Apolo, lo cierto es que fue una hora y media de música electrónica en directo de altísima envergadura. Aunque muchas veces para entenderlo haya que fijarse en la reacción colectiva. Davis, además, estuvo agradecido, hablador y se notó la dedicación que le estaba poniendo a un Set calculado y bien montado. Por momentos, entendíamos que el mismísimo Dj Shadow estaba ahí, esforzándose de manera sincera y comprometida con la única finalidad importaba en aquel momento: bailar, disfrutar, y olvidarse durante unas horas de que el invierno ha llegado.

Fotos de Pablo Luna Chao.

También disponible en Alta Fidelidad.

THE XX (Coexist, 2012)



El "titovilanovismo" musical.

Corren tiempos difíciles en el mundo occidental. En la carrera (Historia) estudié que durante el período derivado de la crisis del '29 hasta la 2ª GM, prácticamente el 75% de las democracias que por aquel entonces había en Europa y América acabó cayendo frente al avance de una u otra dictadura de corte totalitario. Y por lo general, las vías que utilizaron para tratar de salir de la crisis económica se basaron en mecanismos de control de la población y del trabajo novedosas, retorcidas y alarmantes, aunque quizá más adaptadas a la realidad. Incluso las democracias que sobrevivieron tuvieron que adoptar fórmulas y mecanismos revolucionarios para salir de aquel atolladero (como el New Deal en EEUU). Hoy en día, en cambio, parece que la receta que nuestras élites político-económicas están adoptando es todo lo contrario a 'rompedoras': es la era del continuismo. Entiendo que a quienes les ha funcionado la fórmula opten por esto, como el Barça con Tito Vilanova, o The XX con el Coexist (Young Turks, 2012). Pero este mundo no tiene arreglo si no nos replanteamos ya el modelo de funcionamiento y desarrollo.

Dejaré fútbol y política para otra. En lo que respecta a The XX, el caso es que Romy, Oliver y Jamie acaban de editar su esperadísimo segundo álbum, y lo han hecho con mucha clase: dejándolo colgado en streming la semana previa para que todo el mundo pudiese oírlo y enviárselo a otro ser de este solitario planeta. Varios de los temas, además, habían sido ya presentados al público durante el verano, en la temporada de festivales (aquí, en la Península, en el Primavera Sound y en el Optimus Primavera de Porto). Será, con toda seguridad, uno de los álbumes más reseñados del año; y, como pasó con los móviles en aquella Navidad de '99, será ahora cuando por fin The XX se introduzca en cada casa. Y en cada iPod, y en cada oreja de cada habitante de La Tierra. Ofrecen en él algo muy similar al sonido que les catapultó al éxito precoz, sintetizado y magistralmente conceptualizado en el ya célebre xx (Young Turks, 2009). Coexist es, por tanto, un ejercicio de claro continuismo, y también el cumplimiento del deseo de millones de fans que le pedían al cielo que los XX no cambiasen nunca.

Yo fui uno de esos fans. Por momentos, durante los dos conciertos que he visto de ellos este verano, cuando presentaban lo nuevo, he dudado que pudieran mantener la fidelidad a un sonido tan perfectamente marcado como el que emana de su primer trabajo, pero creo que en líneas generales lo han conseguido con Coexist. Ni lo superan ni lo igualan, pero sí se parece bastante a lo que todos queríamos. Me pregunto, sin embargo, hasta cuándo les durará la frescura y la dosis mínima de originalidad si se siguen manteniendo en el acotado espectro musical que define su trabajo. Tal vez vayan explorando poco a poco desde las pequeñas  y sutiles diferencias que ya apreciamos ahora, a la espera de hacia dónde las mareas estéticas y estilísticas de la música decidan llevarles. Porque si algo tienen The XX es que son actuales, modernos, una innovación en pleno proceso: tal vez el funesto y vacío reflejo y el eco musical de una era, la tecnológica, que hemos inaugurado sin apenas ser conscientes.

Pero admitámoslo: el xx es un disco irrepetible, probablemente uno de los 10 mejores de la década pasada, así que por mucho continuismo que haya en su segundo trabajo, llaman poderosamente la atención las pequeñas diferencias, porque lo son con respecto al canon, a la perfección. En primer lugar está claro que los espacios creados son más abiertos (una pista: la portada blanca frente a la negra del anterior álbum), de techos más liberados y una planta menos gótica e intimidatoria. Obviamente, el sonido se sigue caracterizando por eso mismo: por la techumbre de aristas que dibuja Romy con su guitarra, con la misma guitarra, los suelos que crea Oliver con el bajo, y el espacio resultante que rellena metonímicamente Jamie desde la electrónica. En ese sentido, en segundo lugar, creo que el todo que se intuye bajo el silencio y el mínimal es menos concreto y depurado: un discurso ligeramente menos homogéneo, claro y monolítico. El leitmotiv se difumina.

Porque aunque el dúo de cuerdas y voces, y su eco reflejado en los aparatos de Jamie sigue siendo el hilo conductor, hay una leve ampliación de recursos sonoros, e incluso rítmicos en el Coexist (en tercer lugar; y segunda pista: la X de la portada contiene colores derivados de la deformación del negro). Que está muy bien, pero es una apertura con respecto al sonido totalitario del xx. Es un poco lo que me temía: que desbarataran esa sensación diáfana de feng sui musical decorando en exceso los espacios tan brillantemente creados. Por otra parte, hay que decir que los famosos fraseos de guitarra de Romy, tan mesiánicos, únicos y gemelos al mismo tiempo en el xx, resultan un tanto menos originales esta vez: son lo mismo, pero no son iguales. Digamos que en general dicen más o menos lo mismo (aunque observado bien vemos que es algo menos que más) pero utilizando más material música, más discurso, más palabras, más notas. Y eso, teniendo en cuenta la filosofía artística de The XX, creo que es un importante pero.

Destacan además varias canciones, cosa que no pasaba antes. Reunion, por esa utilización del hang (aunque pueda ser ficticio), por la evolución interna del ritmo, y por las pinceladas gordas y finas de Jamie. Missing, porque es, probablemente, la única canción realmente arriesgada del Cd: distinta, pero el paso que tal vez esperábamos de verdadera confirmación. De las pocas que cabría bien en el xx. Ahora sabemos que el límite está en su primera obra, porque el Cd no marca la tendencia infinita que, en concreto, sí tiene Missing. Chained, Sunset, Tides y Swept Away le dan un pulso más al ritmo, aunque no parezcan muy razonados o pensados los momento de meter semejantes variaciones métricas. Que tampoco están mal. Son, además, los temas que más se calcan de la sombra de los temas de su anterior obra: como si bastara con remezclarles el ritmo para darle continuidad al asunto.

En resumen, opino que las pequeñas diferencias sí que son capaces de romper un poco el encanto del concepto musical que The XX presentó al mundo con su ópera prima. Sorprendentemente, no porque hayan optado por un cambio brusco de dirección, todo lo contrario: precisamente por mantenerse en una línea continuista es por lo que se desenmascaran tan bien las sutiles diferencias que, por fuerza, ha de haber entre dos discos a los que quieras llamar con nombre diferente, y que decepcionan un poco. No obstante, como es obvio, si presenta un alto porcentaje de ingredientes en común, y los mecanismos que hicieron de xx una obra a emular, es normal que el resultado, aunque en mi opinión levemente peor, sea bastante sobresaliente. Seguirán siendo, de todas maneras, los mismos románticos post-modernos, de la era digital, que imaginan el medievo, la era del gótico, como un lugar solitario y lúgubre, pero increíblemente fantástico. Y así lo transmiten: un lugar para evadirse y para soñar.

Fotos de Pablo Luna Chao (tomadas en el Primavera Sound y en el Optimus Primavera de Porto).

También disponible en Alta Fidelidad.


NICOLAS JAAR. Barcelona, 16-09-2012



De cuando Apolo se rindió a los encantos de Nicolas.

No sé a qué iluminado escuché un día soltar la frase: “la música electrónica es como el sexo”. Podría afirmar, sobre todo después de asistir al concierto de ayer de Nicolas Jaar, que hay una importante dosis de verdad en esta afirmación, pero yo matizaría que en realidad solo la buena música electrónica se parece al buen sexo: candente, basada en una métrica cambiante, de intensas y múltiples velocidades, ha de ser sinónimo de conexión entre emisor y destinatario, ahondando en el deseo y la necesidad crecientes del siguiente cambio de ritmo, y contemporizando sutileza y contundencia en un mismo acto. Un concierto que fue seductor y elegante, sugerente y muy excitante. Pocas veces el objetivo de mi cámara me había parecido un elemento tan fálico, o me habían resultado tan claramente insinuaciones las rozaduras con... ¡Oh, cielo santo: es un tío el que me toca por detrás!

En realidad viene a ser nimia la diferencia entre un concierto y una sesión a estas alturas, y más, a los niveles de excelencia en los que se mueve Nicolas Jaar. Con poco más de 21 años, no solo se le puede considerar un niño prodigio por su carrera en la adolescencia, o por su fantástico primer Lp: ha confeccionado también un directo para quitarse el sombrero. ¡Qué polvazo, Nicolas! Las bases de las canciones que hay en su disco sirven de lejana línea melódica para unas estructuras que se enarbolan más allá de lo binario, y se rellenan con algo más que sonidos programados. Porque Jaar ha concebido un directo en el cual su electrónica, explotada y orquestada a la perfección desde el mínimal hasta el techno, se confabula con un saxo y una guitarra eléctrica para destrozar definitivamente las fronteras imaginables entre las etiquetas y los géneros musicales.

Anoche, en la abarrotada sala Apolo, y Primavera Sound mediante, este joven medio chileno medio norteamericano, hijo de una celebridad artística, se doctoró con nota; aunque no solo él. Nos hizo el amor. En prácticamente dos horas de espectáculo Nicolas reconstruyó parte de su incipiente obra, reformulándola en bloques de 20-30 minutos, iniciados siempre desde los escombros de algún sentimiento profundo y de iluminación tenue y queda. No obstante, el desarrollo posterior de cada parte, donde podían sonar reconocibles ciertos temas o no, fue como una sucesión de imágenes íntegramente sonoras  de construcciones arquitectónicas potentes y estilizadas, que levantaba in situ  con la ayuda de Dave Harrington y Will Epstein. Harrington, el guitarrista, deslumbrante de principio a fin, sostuvo casi en todo momento el discurso humanizado, que puede también emanar de la electrónica a veces, con punteos y riffs cercanos al space-rock, una presencia a lo M83, e incluso con simples rasgueos perfectamente amoldados al ritmo que marcaba Jaar.

La presencia de Epstein era más previsible, pero no por ello menos deslumbrante. Aportó esa leve estética étnica que decora el espacio que crea el maestro y lo ilumina: fue igualmente necesario para la argumentación del doctorado de Nicolas Jaar. Además, ambos parecen estar en sintonía con él en el aspecto electrónico, pues pulsaban más botones, pedales y teclas de Mac, que de saxo y que de cuerdas de guitarra. Tal vez sea por todo esto por lo que el concierto, en mi opinión, bajó ligeramente el nivel cuando, en uno de los bloques, se quedó solo el chaval ante el caldeado y sobreexcitado público de Apolo. Aunque siguió siendo categórico, los cambios en la marea de ritmos y las  intensidades resultaron más como la utilización de un recurso que como el verdadero fluir de pasiones en que se ha de basar, en mi opinión, el buen sexo...digo, la buena música electrónica.

Con todo, fue un conciertazo sin paliativos. Tuvimos incluso en honor de escuchar el reciente remix que ha hecho Jaar de Cherokee, el tema que abre el decepcionante Sun de nuestra idolatrada Cat Power (a quien, por cierto, veremos pronto por Barcelona gracias a Primavera Sound). También oímos la versión reconstruida y reformulada de Space Is Only Noise If You Can See, de Too Many Kids Finding Rain In The Dust, y de Keep Me There, entre otras delicias sonoras que, si bien se basaron en ciertos pasajes de ciertas canciones del disco, nada tienen que ver con aquel adorador del silencio que se destapó a principios del año pasado como una de las grandes promesas de la electrónica con un Cd de corte minimalista. El único pero fue que su voz, en los pasajes cantados, no se escuchaba demasiado. Ahora, tras verle y sentirle en directo, me doy cuenta de que hay que ser realmente bueno para rellena el espectro que va desde ahí al techno; y hacerlo encima como quien le hace bien el amor a una sala entera. Y Nicolas Jaar lo es realmente.

Fotos de Pablo Luna Chao.

También disponible en Alta Fidelidad.

THE XX



En este caso sí: es oro, y reluce.

A estas alturas no voy a descubrirle a nadie esta banda: fueron el pelotazo británico de 2009, ganadores del Mercury Music Prize de 2010 y, hoy por hoy son uno de los mejores reclamos que cualquier festival podría tener. Ya todos saben que The XX son Romy Madley Croft, Oliver Sim y James Smith (también conocido como Jamie XX), tres veinteañeros que se conocieron en la londinense Elliott School (cuna de Burial y de Hot Chip) hace algunos años, que al editar hace 3 su álbum de debut fueron recibidos al nacer por los brazos abiertos del éxito. Ni siquiera es fácil especificar qué género fue el que revitalizaron con su XX, porque lo que hacen es tan atractivo como insólito. Electrónica indie, downtempo, post-punk minimalista: es realmente complicado ponerle adjetivos a la música que hacen los chicos de The XX.

Hoy por hoy ya todos conocemos y reconocemos su sello, su inconfundible morfología musical: su sonido resulta el paradigma de hasta dónde ha llegado a inculcarse la electrónica en casi toda producción musical contemporánea: sutil pero determinante, resulta hoy un elemento ineludible para seguir innovando y descubriendo nuevas fórmulas. Enmarcable en una línea que empieza en el Kid A de Radiohead, y cuya última parada fue el Lp de debut de James Blake, la electrónica de The XX parece tener algo de genético, y se transforma en algo más que un simple lenguaje: es la capacidad creadora de Jamie Smith, la facultad divina de manipular una realidad, sonora, pero igualmente palpable.

Porque en realidad, la base de The XX es la combinación de dos voces, una guitarra cruda de distorsión hueca, y un bajo capital, con el moldeado electrónico y rítmico que le da constantemente Smith desde el fondo: un matiz determinante, una ingeniería silenciosa pero gigantesca que ha erigido un hermosísimo y sólido palacio de cristal. De aristas elevadas y luminosas, el espacio que levantan los británicos parece fruto de la magia y la sencillez, pero la laboriosidad con que se engarzan cada compás uno con otro, cada ritmo con el siguiente, cada nota con su reflejo en el eco, y cada tema con el que va después, solo puede ser obra de un visionario y de un superdotado para la composición y la producción. Juegan, además, con una vocación ochentera y post-rockera, tendente a la oscuridad, mezclada con los solemnes reflejos de luz que entran desde unos puntos de fuga siempre elevadísimos. Nadie hace estructura de techos tan altos como los que nacen del sonido de The XX.

XX es uno de esos excepcionales Cds con plena coherencia interna: puedes escucharlo de principio a fin sin pestañear, y cuando termina aún te quedas con ganas de ponerlo otra vez desde el principio. Tiene un clarísimo leitmotiv y no se aleja de él ni un instante; orbitando a su alrededor siempre a la misma velocidad de crucero, con variaciones imperceptibles y graduales que generan suaves cambios de tiempo y temperatura. Y la constante es ese ritmo downtempo, esas voces desnudas que brillan en la oscuridad, las guitarras de una cuerda que marcan ellas solas el pulso, el eco modulado y dominado por Smith, y ese sonido que transpira de la soledad y el silencio y se transparenta, dibujando los pliegues delicados de ese cuerpo que hay debajo que no se ve ni se oye, pero se intuye. Porque The XX son otros que hacen pura metonimia musical.

Por eso, entre otras cosas, es complicado distinguir hits que sobresalgan sobre los demás; da la impresión de que cada canción supera a la anterior, y que esa, la que suena en ese momento, sea cual sea, es la mejor del Cd. Pero es que además, es el todo lo que nos gusta, y las canciones son esas pequeñas partes que nos muestran. Es la metonimia: la parte por el todo. Creo que una de la cosas por las que gusta tanto este XX es precisamente porque resulta un discurso único subdividido en 11 piezas que encajan a la perfección, que forman un todo al que no le falta ni le sobra una sola nota. Canciones unidas por un parentesco clarísimo que va más allá del estilo y de la mente que las concibió.

Por elegir un algún momento que me sobrecoja especialmente, mencionaré ese ya mítico inicio de Intro, con guitarra y teclado nomás, un bombo digital: la primera palabra, sin letra, de un discurso tan íntegro como atractivo. O la segunda parte de la intimísima Heart Skipped A Beat, cuando gotea un teclado en arpegio, desde el helado techo alto hasta el oscuro suelo de mármol ligero, mientras crece el dúo de voces y la base de cuerdas. O la enigmática Fantasy, con ese canto entre la niebla, y ese único punteo final escalofriante. O la distorsión hueca y metálica de Shelter. O Night Time, quizá la mejor de todas. Tal vez sea porque al ser de las últimas parece resumir todo lo dicho hasta ahora, pero si tuviera que quedarme solo con una de todo el disco, creo que me quedaría con esta.

Es posible que estos chicos estén ante uno de los retos más complicados que se han presentado en el mundillo de la música en los últimos años: superar el XX, o al menos estar un poco a su altura. Según tengo entendido, su segundo álbum verá la luz en breve, y no tendrá mucho que ver con su primer trabajo. Veremos si es un acierto o por el contrario se desvanece su encanto. Hagan lo que hagan, le han regalado al mundo una pieza única, una obra de arte de la electrónica y la música moderna.

M83



No. No voy a hablar del último Cd de M83. Paso del Hurry Up, We're Dreaming. No es que no haya tenido tiempo de escucharlo en profundidad, es que pierdo la paciencia de la repetición cuando algo no me convence, cuando algo no me entra a la primera. Cuando es un grupo nuevo simplemente desisto, lo dejo por imposible y paso a otra cosa. Pero cuando es el nuevo disco de alguien como M83, o le doy una y más oportunidades, o me pasa lo que en este caso: que termino huyendo a su obra más completa. Ante la decepción me he refugiado en DEAD CITIES, RED SEAS AND LOST GHOSTS. Puede que haya gente a la que le guste lo nuevo (9 y pico en Ptchfork, nada menos), pero a mí me gusta demasiado ese segundo álbum como para apreciar lo bueno que hay (no lo dudo) en su reciente nuevo trabajo.

Yo querría que este disco quedara inalterado, protegido contra el tiempo, como inalcanzable, elevado sobre todas las cosas materiales de este mundo. Quise, cuando lo escuché por primera vez, que este grupo no hiciese absolutamente nada más: así quedaría este trabajo como el testamento de aquel milenio que ya era historia, como el legado silencioso de todo el ruido que emitió la humanidad desde que aprendió a hablar y a hacer música. Algo me ha dicho siempre dentro de mí que ignore cualquier otro disco de M83, que solo haga caso a su verdadera y única voz: DEAD CITIES, RED SEAS AND LOST GHOSTS tiene ese aura de atemporalidad que hace de un sonido un estilo de música; campea sobre nosotros, suspendido en un mañana que nos recuerda terriblemente al ayer: siempre será futurista y retro a la vez. 



Todo lo demás que han hecho me parece una inútil imitación de este disco, un vano intento de evolución de algo inamovible, imperecedero. Es como el trazado de un bólido en una vuelta perfecta al circuito de carreras: todo lo que sea alejarse de la ortodoxia plasmada en el DEAD CITIES, RED SEAS AND LOST GHOSTS me parece una desviación decadente, una caída de nivel, una bajada a tierra firme, al territorio de las cosas mortales. Y el sonido de M83 no debería pertenecer a ese mundo. 

Es la perfecta unión de shoegaze con la música electrónica. En ningún otro momento les salió tan bien esa mezcla, o quizá les dejó de interesar. Amalgamar el modernismo de la electrónica ambient, la nostalgia característica de la Generación X, la épica futurista a lo Blade Runner y el sonido infinito del post-rock instrumental no es fácil, pero el resultado es asombroso. Las piezas de este Cd encajan como si hubieran nacido todas de una vez, como pura narrativa de ciencia ficción: sólida e implacable. 

Este dúo francés ama las guitarras bien distorsionadas. Pero del mismo chorro liso y recto de las eléctricas en cascada hacen brotar teclados tipo Vangelis, y ritmos mucho más vivos que los de Pale Saints, Slowdive o Bethany Curve: el sancta sanctorum del shoegaze de los '90. Run Into Flowers, 0078h, America y Cyborg son los mejores ejemplos. Luego hay temas donde ni la electrónica ni la distorsión de guitarras parecen tener protagonismo: temas lánguidos como In Church, On A White Lake, Near A Green Mountain o Be Wild en los que, sin embargo, te van envolviendo como una manta de fieltro viejo; con un desarrollo apático pero esperanzador. 

Lo mismo pasa con Unrecorder, Noise y Gone. Son mis temas favoritos: perfectas canciones de rock, melodías abocadas a la derrota que levantan la cabeza una y otra vez; miran al suelo, pero conscientes del espacio abierto por sus desgarros y distorsiones. El space-rock tiene en M83 a uno de sus principales referentes: ya sea por la ambientación electrónica, o por la conmovedora costumbre de componer siempre en ascendente, el oyente del DEAD CITIES, RED SEAS AND LOST GHOSTS siempre renacerá de sus cenizas y lamerá sus heridas conservando la esperanza. No en vano, si en algo ha evolucionado ese sonido shoegaze, dreampop o space-rock en la última década, y en esto ha ayudado M83, es en haber recuperado cierta ilusión por el mundo y por la vida. 

El placer de este disco es conceptual, por lo sorprendente de la unión, y de lo bien que suenan juntas cosas tan alejadas. Puede que haya más hits en otros Cds, pero el placer de ver dos ideas amándose, tan distintas, tan aparentemente distantes, le gana al disfrute momentáneo y pasajero de una canción pegadiza. Puede que ya no sean los únicos que hacen esto, y puede que tampoco en su día lo fueran, pero el valor de hacerlo de la manera sincera, cruda y evidente en que lo hicieron, es indudable e incalculable. Así fue el verdadero y definitivo testimonio de M83; lo demás, renglones torcidos.

NICOLAS JAAR



Nicolas Jaar es el niño prodigio de la electrónica minimal ambiental y del deep house. Con solo 21 años, y tras publicar un primer Lp en febrero del presente año, este neoyorquino de raíces chilenas ha conseguido poner su nombre en boca de todos. Puede que el hecho de ser hijo de quien es le haya proporcionado buenos medios, equipo e instrumentos de primera, e incluso que le haya abierto un par de puertas, pero lo cierto es que su calidad como compositor y productor está fuera de toda duda. La extendida buena recepción de su álbum de debut, SPACE IS ONLY NOISE, es todo mérito suyo. Porque, al menos en mi caso, ha sido gracias a Nicolas Jaar que he conocido la obra de su padre, Alfredo Jaar.

Es verdad que no todos los chicos de 14 años pueden hacer música electrónica en su casa, y Chile no creo que sea una excepción. Allí pasó parte de su infancia este chico de ideas y música claras. Pero si gracias al bien recompensado trabajo de su padre tuvo la oportunidad de desarrollar su propia forma de expresión, suerte por él; y suerte nosotros que ganamos un artista interesantísimo.


SPACE IS ONLY NOISE es un Cd sutil, casi podríamos decir que silencioso; con un ritmo que en muchas ocasiones no es en absoluto explícito, ralentizado con respecto a sus anteriores y más cortos trabajos. Un halago al downtempo con ligeras influencias que van desde Massive Attack a Depeche Mode, pasando por DJ Shadow, Nathan Fake, Matthew Dear, Bonobo, The Knife o el mismo James Blake. Ante todo, mucha elegancia. Electrónica blanca de escondida fascinación instrumental, con delicadas cavernas de sonido suave donde casi siempre tintinea un piano de fondo. Sin renunciar a sampleos vocales y a piezas cantadas (que recuerdan a lo mejor de Tricky), Nicolas Jaar plantea un Cd de electrónica poco habitual, cercano, por momentos, al acid-jazz y al trip-hop. Un sonido intrigante por naturaleza.

Para mí el disco empieza en la pista 3, porque no me gustan los eructos de Être ni la voz robotizada rollo N'Sync de Colomb. Su arritmia, de todas formas, ya es sintomática. Sunflowers funcionaría de intro, con su piano y su métrica delirante, y Too Many Kids Finding Rain In The Dust, la puerta al misterio que esconde este Cd. Entre susurros de cuerdas y violines, un acento étnico de no se sabe dónde y una oscuridad débilmente iluminada, nos adentramos agachados en un sonido del que nos va a costar salir, por un pasillo húmedo y magestuoso que conduce, o eso pensamos al menos, a un enorme espacio de decoración minimal. Sin las dos primeras creo que el disco sería más redondo. 

Porque a partir de ese temazo se desarrolla un mismo concepto de música con varias caras distintas, enriqueciéndose sin aglomerarse. El Cd crece tema a tema hasta la última canción (^tre, que también me sobra): Keep Me There eleva el techo hasta el cielo estrellado, e incluso deja entrar a un saxo en la cueva; ritmos más perceptibles, pero igualmente descansados. Perfecta para noches de las que ya no esperas nada bueno, más allá de tu propia mente. Problems With The Sun marca el epicentro del ritmo, y en Space Is Only Noise If You Can See, éste se engalana con la síntesis del teclado. Todo muy sutil, siempre como tratando de preservar el silencio incluso dentro del sonido. 

La canción que casi da título al álbum es otro de los temazos, pero en seguida volvemos al ritmo perdido y contemplativo: Almost Fell fluye sobre el correr del agua y el agitar del viento. De ahí nace una métrica nocturna, cantada en frío por una voz feminizada. Balance Her In Between Your Eyes demuestra que a este chico las nanas se las cantaba Beth Gibbons. El tema más de DJ, Spectrum Of The Future, no desentona en absoluto con la calma del Cd: la elegancia del piano es la constante más reconocible del SPACE IS ONLY NOISE

Trace es solo batería y agua, pero también es la antesala del último gran aporte. Variations hace honor a su nombre: propone un baile no escuchado hasta entonces en el Cd, con el acento puesto esta vez en una guitarra de aires orientales. Intuimos que tiene mucha más música en la sesera este Nicolas Jaar, y desde luego muy capaz de cambiar su cara en un directo, o en diversos ambientes. El Cd cierra con el mismo lamento de piano (con eructos rollo Pantano del Hedor Eterno de Dentro del Laberinto; sí, la de Bowie); sella el álbum como lo abrió: mostrando una oscuridad a la luz de los ojos del que tenga paciencia para los detalles.

Fotos de Alfredo Jaar.

También disponible en My Feet In Flames.

WASHED OUT




Cuando el pop encontró a la electrónica.

La mayoría de la gente cree, en mi opinión erróneamente, que está ya todo inventado, sobre todo en el campo del arte. ¡Qué arrogancia presentecentrista! ¿Qué sentido tendría seguir aquí, creando y reflexionando? Lo que pasa es que la gente espera ver lo nuevo, lo innovador, saliendo de debajo de una sábana, en la camilla de algún inventor chiflado y mediático. El Renacimiento no surgió al descorrer un telón, sino a través de pequeños y encadenados avances, muchos de ellos inadvertidos, protagonizados por diversos genios a lo largo de muchos años.

Lo mismo ha pasado con muchos de los estilos musicales que ahora se practican, o que se han practicado en el último medio siglo. Algunos, sí, han sugido de un pionero icónico, rompedor y referencial, de alguien que, en efecto, hizo lo que nadie antes había hecho. Pero por lo general, los estilos brotan donde el caldo de cultivo está poblado de pequeños inventores, más o menos cuerdos, autoinfluenciándose con cercanas referencias que, con el paso del tiempo, generan un corpus musical reconocible y caracterizable. En ese sentido, el panorama musical se parece a esos mapas del mundo de noche, donde no hay fronteras, y solo vemos las diversas aglomeraciones humanas por los puntos de luz que marcan las ciudades. Ahí donde acude más gente, donde haya unión entre los puntos de luz, habrá un estilo de música.




Washed Out (Ernest Greene) es uno de los referentes indispensables del chillwave, una tendencia enmarcada en el electropop, que trataré de traducir en base al WITHIN AND WITHOUT, el primer Cd de Greene. Neon Indian, que acaba de editar un brillantísimo segundo álbum, Toro Y Moi, MGMT, incluso Animal Collective, Four Tet o Caribou, y en otro lenguaje un poco distinto, The Rapture, Unknown Mortal Orchestra o el propio Ariel Pink, son algunas de las demás referencias imprescindibles de un estilo que, aunque incipiente, ya tiene grandes iconos mediáticos (Of Montreal o Architecture in Helsinki, por ejemplo). Es como una ciudad creciendo en la noche en medio de la nada, a medio camino entre muchas cosas, creciendo sin tener en cuenta las fronteras.

Son muy distintos entre sí todos estos grupos: hablando del WITHIN AND WITHOUT no explico nada de Caribou, por ejmplo; pero me parece un Cd bastante paradigmático de una tendencia muy nueva: lleno de elementos que la definen y la caracterizan.

Para empezar, el disco se mueve siempre en un ritmo electrónico de downtempo, donde la ambientación está por encima de la percusión, que es de garito, ritmo de música de noche, de baile, de pista, de contoneos de evasión con los ojos cerrados, suaves y armónicos. Un ritmo que, si se me permite, entró en el panorama indie de mano de Arcade Fire: es aquel que prevalece en el Funeral, aquel con el que termina toda celebración humana, ya sea de la vida que de la muerte. Es el ritmo de Wake Up, de Haití y, sobre todo, de Rebellion. El que retoman luego en The Suburbs con Half Light II y Sprawl II. Los canadienses, entre otras cosas, son los porteros que abrieron la puerta del indie a la fiesta. Como si hubieran dado permiso a todos para meter el garito en la música y no al revés, donde muchas veces entrea con calzador.

Pero nada tiene que ver Washed Out con Arcade Fire. Solo es un tío con buen gusto que hace una electrónica muy soft; tiene un punto de velocidad más que el downtempo, pero lo compensa su enorme capacidad ambiental: en ningún caso el ritmo desborda la melodía, que es dulce, elegante y enternecedoramente pop. Washed Out, más en este Cd que en su primer trabajo, el Ep Life Of Leisure, dibuja unas canciones sencillas, sin acidez alguna, poperas, revestidas de esa electrónica new wave de paredes blancas soleadas. En el Ep, si acaso, ese pop es algo más alternativo, psycho y synth popero, y hasta post-algo.

WITHIN AND WITHOUT es un sonido ya trabajado, preparado para gustar a más gente, con influencias y recuerdos a otros sonidos mucho menos evidentes que en el Ep, con aspecto de producto pulido, terminado y compacto. Da la impresión de que necesita menos ornamentos de sonido para expresar algo que, además, está más claro. No es una electrónica instrumental, y de hecho las voces tienen una presencia mucho más central y melódica. Se respira todo el rato una atmósfera un tanto mágica y elegante, como de pausado hedonismo. La atmósfera propia del dreampop.

El disco ha sido unánimemente bien recibido por la crítica, incluso muy bien diría yo. Me resisto a infravalorar lo sencillo; y en este caso, la fórmula de Washed Out me parede una vitrina bien limpita donde apreciar algunos de los elemento sonoros, y todas las buenas intenciones de los músicos del chillwave. Greene se aleja mucho de la electrónica al uso, pero forma parte del núcleo que está dando corpus a un estilo nuevo: quizá el primero que realmente ha hecho posible la unión entre la electrónica y los estilos generacionales (léase en este caso, pop). Soft, Far Away y Before, mis temas favoritos.


THE KILIMANJARO DARKJAZZ ENSAMBLE

El horror de mi reflejo.

No sé si es conveniente explicar quién es esta gente, o mantener vivo el espíritu de su sonido dejándolos en un descriptivo anonimato, reduciéndoles a ese enigmático perfil con el que se autorretratan a través de la música. Pero al menos diré que The Kilimanjaro Darkjazz Ensamble es una formación de origen holandés, que hace una especie de nu jazz, o acid-jazz extremo, o algo parecido al jazz electrónico, al downtempo, al trip-hop; tremendamente experimental, en cualquier caso. Podría ser la exageración de la Cinematic Orchestra, o un acto de puro vanguardismo musical, pero de lo que no cabe duda, una vez escuchado su HERE BE DRAGONS, es de que el magnetismo de la oscuridad seguirá atrayendo al ser humano por toda la eternidad.

Diré también que son un sexteto de músicos no demasiado convencionales, con una serie de inquitudes y cualidades artísticas que son el alma y el trasfondo del grupo. El proyecto nace a principios de la década, pero no se completa su formación hasta 2008, cuando se embarcan en la producción de HERE BE DRAGONS, el tercer trabajo bajo tan fascinante nombre; el primero de larga duración. En 2011 han vuelto con From The Stairwell. Y poco más de su curriculum, la verdad. El resto es todo pura traducción de lo que oigo.

La instrumentalización clásica deformada es una de las constantes de The Kilimanjaro Darkjazz Ensamble: hacen de su jazz algo que no parece merecer ser parte de la sociedad. Parece la banda sonora del vagar de un monstruo cualquiera, encapotado, culto e injuriado, que sortea las luces de candil entre las nebulosas calles nocturnas de Londres. Un Londres victoriano, para más señas. El saxo nos habla de un solitario y su locura, de un retrato desfigurado en el espejo. Pero al final, canciones como la dulce Seneca nos hacen dudar: la imagen, y el monstruo que vemos reflejado pueden ser solo producto de nuestra mente, del ojo que mira muy adentro de su propia mirada.


Otra constante es la rítmica de largo recorrido, de evolución celular gradual. Siempre dentro de la oscuridad, el downtempo y el trip-hop aparecen como un rayo de expresionismo pseudoabstracto entre afinaciones y sonidos impresionistas, siempre teñidos de la elegancia y el señorío de instrumentos mimados en blanco y negro. The MacGuffin es el único tema que apuesta por un ritmo y una evolución más propias del post-rock instrumental (en una micro aproximación al universo Godspeed You! Black Emperor), con lo que elevan la mirada al mismo cielo al que miran quienes hacen space-rock o drampop, por ejemplo.

La inyección transversal de la electrónica es, sin duda, otra de las características más destacadas de The Kilimanjaro Darkjazz Ensamble, no solo por la rítmica anteriormente mencionada, sino también por la acidez con la que infectan ese jazz, tan desvencijado que da pena mirarlo, ya desde Lead Squid. Es la caducidad manifiesta de la convención musical: un nuevo juego en el que todo vale. El predominio electrónico es la droga a través de la cual transforman la realidad en deformada visión del mundo, el alucinógeno que hace crecer al monstruo entre las arrugas de nuestra faz, el cristal caleidoscópico que hace casi desaparecer todo vestigio de clasicismo, aunque siga ahí.

La voz femenina que aparece en Embers (que se acerca peligrosamente a Portishead), Mits Of Krakatoa y Siroco, solo puede conducirnos al pecado: una femme fatal que se mueve al ritmo lento y saturado de 2046, y que huele a las flores que olían a desastre en Perdición. Los violines que la acompañan, y que suenan solos en Caravan!, además, nos remiten inmediatamente a una lugar muy poco concreto del Mediterráneo oriental, casi como si quisieran hacernos ver, de manera elegante pero soberbia, que el embrujo de The Kilimanjaro Darkjazz Ensamble puede llevarnos, a través de las luces de la oscuridad, a donde les de la real gana llevarnos.

En noches de soledad, son la banda sonora de cuantos hayan perdido algo alguna vez en la vida, de quienes no caen en la nostalgia, no imaginan un pasado que ya no existe, pero caminan noctámbulos, escurridizos y olvidados, por el desértico camino de sus vidas. Sin embargo, a la luz de la cordura, son lo que anda buscando todo aquel que siempre busca algo. Son la respuesta del mañana a la pregunta que los viejos no se atreven a imaginar. Un acto puro de irreverencia vanguardista.



RADIOHEAD



El rock sin el rock.

Son el sonido de una era, la desmaterialización en notas, efectos, y átomos de música de museo, de una realidad en la que vivimos varios millones de personas de mi generación. Radiohead, sin duda, es el grupo más importante de los últimos 15 años, por esa extraña capacidad de reinventar todo aquello que tocan, por haber abierto caminos de experimentación jamás vistos hasta ahora, y por hacerlo con esa increíble naturalidad, por haber inspirado a cientos de bandas de todo el mundo y, sobre todo, porque nunca, nunca defraudan.

El pasado lunes anunciaban por sorpresa el inminente lanzamiento de su octavo trabajo de estudio, THE KING OF LIMBS, que pudo adquirirse ya el viernes (con un día de adelanto) directamente desde su página web. El quinteto de Oxfordshire ya colgó su anterior trabajo, In Raimbows (2007), para la libre descarga, previo pago, o no, de un donativo de cuantía indefinida. No obstante, este hecho no les impidió liderar las listas de venta ordinaria durante varias semanas. En esta ocasión, sin embargo, el precio sí es fijo. Duro no, durísimo golpe a toda pieza intermediaria prescindible entre ellos y su público.

THE KING OF LIMBS es muy bueno en sí, vale. Pero hay una cosa que no suelen tener los grandísimos discos, y que este sí lo tiene: resulta tan claro en su discurso que aporta una nueva visión sobre el resto de su trabajo anterior. De pronto, sin otro motivo aparente, tengo la necesidad de re-escuchar In Rainbows, que en su día no me convenció al 100%, y ahora le veo todo el sentido. Posados los pies del arcoiris, podemos ya observar el precioso desarrollo de su arco, en todo su esplendor. Toda la evolución desde el Kid A (2000) se nos aparece, como una visión ultraterrenal, entre la inmensa luminosidad de esta octava maravilla.

Pero Radiohead se nos va, han trascendido; levitan, se elevan, y su música ya no está posada en la tierra, sino construída en el aire. Apenas se intuyen, levemente, las sutiles conexiones que, como raíces finas y electricas, unen su electrónica al rock que les amamantó durante sus comienzos. Es la metonimia máxima. El rock sin el rock. O tal vez no se vayan ellos, sino nosotros mismos: nuestra vida, nuestro tiempo. Radiohead es la banda sonora de esos cambios que no se esperan, que no se advierten hasta que se han cumplido. Es el sonido íntimo de nuestra propia nostalgia, un bramido interior que ellos universalizan. Escuchando THE KING OF LIMBS, y siendo consciente de lo que ellos han dejado atrás, entiendes lo que tú has dejado atrás.

Es un disco deslumbrante, sorprendente, como siempre, con una luz palpable, delicada y precisa, con un tono contundente pero amable, y una voz, la de Thom Yorke, que lejos de aceptar unos límites normales, planea de manera majestuosa sobre cualquier tipo de terreno. Por momentos, como en Morning Mr. Magpie o en Little By Little, se aprecia claramente el rock deformado, el abobinable y experimental trabajo de bajo, guitarra y batería que, milagrosamente, ha derivado en la creación, no de un monstruo, sino en la de un ser superior.

Pero el concepto de rock electrónico se les queda corto. Feral, por ejemplo, carece que cualquier tipo de elemento de rock, en Bloom el bajo tan solo marca, y levemente, una mínima estructura, y, en general, la percusión está tan afinada que cuesta distinguir cuando es real y cuando no. Pero el eco y la dulce ambientación de Lotus Flower, Codex y Give Up The Ghost (casi acúsitca), nos remiten tan directamente a los clásicos de Radiohead, que nuestra mente puede recorrer, planeando a lomos de la voz, las finas y robotizadas raíces de su sonido, desangeladas, pero con alguna esporádica corriente de flujo sanguíneo, todavía un poco humano. Y Separator, como colofón de un disco partido en dos, tiene el bajo sutil que marca la estructura, el eco del Radiohead atemporal, el rock deformado, pero la batería (aunque igualmente afinadísima) más creíble de todo el Cd.

Radiohead, ahora más que nunca, se ha transformado en Marvin, aquel angustiado robot de la saga de Douglas Adams al que dedicaron Paranoid Android: una máquina con sentimientos humanos; electrónica con vestigios de rock. El sello personal que nunca perderán, y que también tenía el proyecto en solitario de Thom Yorke, The Eraser, es esa capacidad de crear momentos y sonidos instantámeos, que se dilaten en sí mismos. Canciones que son cuadros, cuyos bordes se deforman y entremezclan, ante el vertido voluntario de gotas de electrónica. THE KING OF LIMBS es un disco entre dos propuestas, pero con un abanico tan rico de sonidos, que Radiohead demuestra en él, una vez más, que son capaces de abarcar, con las dos manos, todo el universo (musical) conocido.



También disponible en Fanzine Radar.es

Cuadros de Minako Abe, expuesto en ARCO 2011.

THE BAVARIAN DRUGLORDS



La voz de las máquinas.

Si me dijeran que la música de The Bavarian Druglords es el producto de una de esas máquinas-ordenador que ocupaban una pared, antigua pero súper potente, y que además tiene cualidades humanas como Hall9000, me lo creería sin dudarlo un segundo. No suenan a humano, y eso es inquietante y, por tanto, atractivo y adictivo. The Bavarian Druglords crea cierta adicción, y por eso me hacen desconfiar, mirar hacia atrás con temor, y dudar de toda la existencia.

Para grupo desconocido, éste. Sé que el proyecto musical es básicamente personal, el de Syed Druglord, un chaval de Brooklyn; sé que detrás de él hay algo llamado Kill Art Movement, que parece que le edita este segundo Cd del que quiero hablar: 229. Y sé que su música es excepcional, y original, y prepotente, y poderosamente atractiva, compleja y tremendamente indescifrable. Por eso es tan cierto lo que acabo de leer de ellos: lo mejor es escucharlos para que la morralla que soltamos los que intentamos poner nombre a algo que no lo tiene, no os confunda o, lo que es peor, os llene de infundados prejuicios o falsas esperanzas. "The Bavarian Druglords, Señores:", debería poner, y lo demás solo sería su música.

En 2009, tras editar tres Eps, vio la luz el primer Cd de esta especie de banda/proyecto personal, llamado 205; en 2010 volvieron con 229, y para 2011 han prometido un nuevo álbum, 301. Parece que a las máquinas se les ha quedado corto el sistema binario. Porque Syed Druglords, o los The Bavarian Druglords, son el eco hueco del metal, un estilo extravagante de rock que parece tener alma de electrónica, piel sintética y la voz propia de un ser virtual y de inteligencia artificial. 205 es más variado, y algo más catalogable que el 229: una especie de mal llamado rock psicodélico, muy personal y particular, inspirado en el rollito Madchester, y con esa especia de alma androide que sueña con ovejas eléctricas.

229, mi toma de contacto con The Bavarian Druglords, es muy similar, pero más sintético aún. Sintético en los dos sentidos: es más compacto y concreto, más preciso y pulido, pero también más industrial, más mecánico, más repetitivo, con las mismas ráfagas de dub, con algún ingrediente más de funky y menos ambiente shoegaze. Piezas como Cascades me vuelven loco. Es como una metonimia musical de tamaño descomunal, como ver la música aumentada un millón, a través del microscopio, hasta el punto de poder ver su propia consistencia química. Podrían ser las voces de los instrumentos eléctricos, captadas a escondidas, subiendo muchísimo el volúmen. Si los dejamos en el estudio una noche, a solas, y escuchamos luego la grabación a un volúmens desorbitado, esto es lo que suena: The Bavarian Druglords: la voz de las máquinas.

Es cierto que el sonido cansa, después de un buen rato, pero en su justa medida deja un sabor de boca incomparable, una imagen de ciudad nocturna, que se rinde a los pies de la sofisticada actitud que también nos deja preparada en la retina. Syed Druglord hace esta música él solo, por lo que parece, cortando y pegando samplers y loops. Y es uno de esos casos en los que importa más el lenguaje que el contenido...pero ahora sí: The Bavarian Druglords, Señores!

HIDDEN ORCHESTRA



A priori, todos los géneros musicales pueden llegar a ser mezclados entre sí, ¿por qué no? Ahora, también es cierto que el que mucho abarca, poco aprieta. Partiendo de estas dos bases, escuchemos Hidden Orchestra, el proyecto de Joe Acheson donde pretende fusionar el jazz, post-rock, trip-hop, downtempo, electrónica y música clásica de cámara, y juzguemos si algo así es concebible. NIGHT WALKS es su primer trabajo, producido por el sello británico Tru Thoughts (que hicieron debutar a Bonobo con su Animal magic), y es algo que no se encuentra todos los días.

Hidden Orchestra son escoceses: Tim Lane y Jamie Graham tocan dos baterías a la vez (debido a la influencia de Gene Krupa, el primer batería superstar), Poppy Ackroyd se encarga de teclados y los violines y Joe Acheson, a parte de componerlo todo, toca el bajo y manipula samplers electrónicos. A esto hay que sumarle, para la grabación en estudio de NIGHT WALKS, el cello de Su-a Lee, la trompeta de Phil Cardwell, el corno francés de Marcus Britton, y un saxo soprano, una flauta travesera turca kaval, y una flauta dulce irlandesa low whistles, interpretadas por Fraser Fifield. Acheson, un auténtico hombre-orquesta, dirige todo esto de una manera impensable, aunque con una clara tendencia hacia la electrónica, el downtempo en concreto, y la constante presencia del concepto de grupo de cámara.

Desde luego, el mayor logro en cuanto a fusión, es el temazo que abre el Cd: Antiphon. Sobre una base de trip-hop se desarrolla una estructura que, por momentos, recuerda a cosas de Red sparowes, de Godspeed you! Black Emperor o incluso de Mogwai. A partir de aquí, no hay ni rastro de rock. Acheson se declara fan de Radiohead para justificar su intento de fusión, pero para alcanzar el genuíno estilo de rock etéreo de los ingleses, ese rock elíptico que hasta puede carecer de guitarras, hace falta mucha experiencia en el rock 'n' roll convencional. A Acheson le falta, y se nota.

El rock fuera. El resto de elementos, sin embargo, sí que están más equilibradamente presentes a lo largo del disco. La métrica de sus canciones varía desde el trip-hop y el downtempo hasta algo cercano al drum & bass, pero siempre elegantemente adornada por un abanico instrumental considerable, samplers con sonidos naturales, y la ácida entonación del jazz vanguardista. El resultado es un sonido, por momentos, tremendamente cinematográfico, elegante por lo elevado de la conjunción intrumental y un ejemplo más de que, con el tiempo, sí puede llegar a existir una música clásica posmoderna.

NIGHT WALKS es un disco interesantísimo, sorprendente, refinado y de aire distinguido. Un sonido en la línea del Motion y del Every day de Cinematic Orchestra, y también, aunque con bastante menor habilidad para el jazz, cercano a la sublime propuesta de Portico Quartet, Knee-deep in the North Sea. ¿Electrónica elegante, o jazz modernista?


Dust

Footsteps

Strange