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ALT - J



Rebelión en la granja.

Una de los cosas más alucinantes de este An Awesome Wave de Alt-J es que, según va avanzando el Cd, se te va haciendo más y más difícil, cuando no imposible, definir qué estilo de música hacen estos chavales. Hacia la mitad del disco ya nos tienen en jaque; pero cuando acaba te das cuenta de que poco importa ese detalle de nomenclatura. Como su nombre: Alt-J; o el triángulo, o la delta, ¡o qué se yo! Lo realmente importante es que suenan de maravilla, hagan lo que hagan y se llamen cómo se llamen. Son de Cambridge, son cuatro, y van a ser casi seguro la revelación del año en el panorama indie.

An Awesome Wave es uno de los mejores álbumes de debut que recuerdo, tal vez, desde el Funeral de Arcade Fire, o desde el xx de The XX. 14 canciones, incluyendo tres interludios y una intro con bastante contenido, que forman un todo muy compacto, definido y, aunque parezca una contradicción, enormemente variado en su morfología exterior. Imposible acotar etiquetas a su sonido amplio y de cuidada varticalidad, pero campean con elegancia y seguridad por zonas cercanas a un trip-hop de luz y techo abierto, llegados desde áreas alternativas y acústicas del pop-rock más musical y colorido, pero siempre con un ritmo básico y una esencia vocal más propia de ese raggae de tapicería rústica y étnica que, en ocasiones, ha practicado Ben Harper. Por supuesto hay neo-folk del bueno, del camuflado entre cuerdas y voces, y también hay electrónica, en esencia, por esa constante tratamiento del beat, siempre marcado y nunca excesivamente rápido, que apoyan en una gama instrumental que reúne piano, bajo, unas guitarras y un teclado siempre deliciosos y, por supuesto, en una batería precisa, ágil y comprometida con la estructura de cada canción.

Alt-J sorprende al mundo con un disco, valga la redundancia, enteramente musical, donde no especulan ni una nota, donde derraman pasión, canralidad y una extremada y depurada atención por los detalles constantemente. Cada canción tiene algo que la hace especial, diferente, y a la vez necesaria dentro del organismo vivo que es el An Awesome Wave. Un disco mágico y fantástico, colorido y cavernoso, de piel suave y fresca como el tacto de la arena de las playas en la noche; donde no puedes dar nada por sentado, ya que en cada canción rompen sus propios moldes y se disparan en diversas direcciones: como si cada tema fuese la gestación de una pequeña mariposa musical. Un álbum de estados plenos de ánimo, con una vegetación floral que decora todo el trabajo con elementos extraidos de las cuatro estaciones, rezumando una humedad que huele a vida y a secreto bien guardado. Aunque por poco tiempo.

Porque esta gente tiene vocación de extrovesión: su música es el tipo de arte que surje por el impulso de agradecimiento ante un mundo que no para de asombrarlos y removerles su aguda sensibilidad. Es el fruto de quien sabe ver y ecuchar antes de expresarse: tal vez por eso suenen a tantos grupo a la vez, sin llegar a imitar ni a recordar a nadie en concreto. El principio, por ejemplo, podría haberlo firmado Piano Magic, con ese piano azulado, la distorisión melancólica, la batería concienzuda, borracha de vino tinto, y el encorvado lamento de Thomas mientras llueven los punteos. Una Intro que augura lo que luego no es: porque toda redención tiene un punto angustioso de orígen. Luego nos confunden con un Interdule I, a dos voces, con la métrica de un poema de Darío. Y por fin, con Tessellate parece que arranca definitivamente el Cd; todos suenan: batería de cálido beat, guitarras de agua, teclados y pianos cuan alfombras mágicas, y voces y alaridos de explorador frente a la hoguera. Todo con mucha clase.

Breezeblocks recoge el testigo ya con otra onda, construida entre la despreocupación caribeña, el tintineo y el redoble de ritmo de bajo, que se acaba imponiendo en uno de los pasajes más sorprendentes y pegadizos del Cd: "please don't go/ I love you so" rematan los Alt-J, haciendo del cubismo vocal un juego de niños bien criados. Puede que el estilo de la banda se sedimente mejor gracias a pacíficas oxigenaciones como el segundo interludio (Interlude 2), ya que apreciamos mejor tras él, en Something Good, la delicadeza de cómo meten un piano en escalera, una acustica africana en las cuerdas (también en las vocales), y como hacen confluir toda la instrumentación en ambientaciones y paisajes hermosísimos. También se hace notar más el silencio, justo en el corazón de disco, en Dissolve Me, logrando un hueco en el olimpo que ocupan los Fleet Foxes o Bon Iver con ese momento glorioso, hacia la mitad del tema, en que sositenen todo el Cd con un arco de voz.

Tal vez Matilda y Ms sean las canciones que menos llamarían la atención, pero en su modestia regalan pasajes de harmonía y, sobre todo, mucha de la riqueza de detalles con la que decoran cada compás. Ya siempre optimistas, siguen colgados del techo, recorriendo las cumbres que ellos mismos han constuido cantando. Desde luego, si el ritmo caracteriza el inicio sorprendente del Cd, el esfuerzo vocal lo hace en la segunda. Fitzpleasure, en su arrogancia, es el último coletazo rítmico: un beat elegante y encarado que revive el Cd cuando el viento ya ha cambiado. Porque de nuevo tras un liviano Interlude 3, Bloodflood huele ya distinto: a final, al recogimiento del atardecer, a los últimos pasajes de una historia asombrosa, colorida y emocionante que tiene que acabar; a esas despedidas y finales que hinchan el pecho pero oprimen la garganta. Taro es, por tanto, como la última mirada de regalo en la distancia: como el "Capitaaaaan" que gritó Dersou Uzala desde lo alto de la nieve cuando se separa de Arseniev. Lo que convierte algo especial en legendario; en inolvidable.

La última pista en una canción desnuda, acústica y en tono de folk matutino: Hand Made es lo que su nombre indica. Con ella se completa un Cd extraordinario que no pasará inadvertido en las listas de final de año. Por la grandeza del abanico de sonidos que demuestran, por su carácter y lo arriesgado del proyecto, por tenerlo tan jodidamente claro, y por tener un estilo tan insultantemente musical, de los que hacen honor al arte que representan, estos chicos de Alt-J van a estar en boca de todos, merecidamente, y siempre acompañados de alabanzas, sonrisas de alegría y el justo augurio de su éxito. Desde aquí le pido a grito a cualquiera de los promotores que trabajan en nuestro país que traigan pronto a estos chicos de Cambridge: su cotización se dispara, y pronto habrá tubas pidiéndolos como zombis por las calles. Y si no, al tiempo. 



DJANGO DJANGO




¡Welcome to the jungle!

Hay discos que son como un veneno con efecto retardado. Cuando en abril escuché por primera vez el Django Django de Django Django, poco antes de emprender un largo viaje de un mes por Mozambique, me gustó bastante, aunque ya estaba distraído e impermeable ante la música nueva. Pero lo que no sabía es que me habían picado, y su efecto, aunque a largo plazo, ya estaba en marcha. A mi regreso, fue el primer disco que escuché; y a medida que ha avanzado el verano, un deseo creciente dentro de mí ha hecho que acudiera de nuevo, una y otra vez, al entramado rítmico y sonoro de esta ópera prima, como si fuera extendiéndose por mi cuerpo, como hace el veneno de los mosquitos más evolucionados, un picor sano a medida que me rasco, a medida que me introduzco más y más en el fascinante mundo de Django Django: una especie de Jumanji musical, extremadamente original, que rebosa calidad y frescura compositiva.

Algunos han clasificado a este cuarteto británico como art-rock, y aunque realmente se conocieron en la Escuela de Arte de Edimburgo, ellos mismos afirman desconocer el significado de esa etiqueta. Tal vez, puestos a inventar géneros, podrían englobarse en una escena ciertamente psicodélica, naturalista, con formato de synth-pop y ritmo electrónico de inspiración étnico-tribal de lo más colorista. Pero en lo referente al estilo, lo mejor será dejar la descripción en un simple eclecticismo de influencias claras, pasado por una batidora muy personal, y transformado en un engendro experimental con cara de pop, movimientos de electrónica básica, y cuerpo formado por elementos de todo tipo de músicas, como si la bestia se compusiera de partes de los cientos de animales que conforman la fauna de una jungla. Django Django es un coctel explosivo, con sabores del mundo entero, de hoy, de ayer y de mañana.

Se trata de un sonido verdaderamente arriesgado, donde los instrumentos se disfrazan de lo que no son, y los ritmos, aunque no en exceso acelerados, resultan siempre frenéticos y un pequeño acto de locura. Destaca, por encima de otras características, la preponderancia rítmica sobre unas melodías que, de sencillistas, pasan casi por infantiloides, inocentes, con un punto de ingenuidad que puede recordar desde a Pink Floyd, a la excentricidad casi dadaísta de Ariel Pink. Pero el ritmo es prioritario, básico (en ambos sentidos), primario y primitivo. Tribal, pero en el sentido tarzanesco de unos tipos siendo naturales, y un poquito selváticos y salvajes, haciendo música en bolas con lo que les ofrece la jungla. Y usan de todo: desde los famosos cocos, a un bombo, hondo y redondo, pasando por varios aparatos electrónicos, y teclados, bajos y guitarras, que muchas veces prestan más servicio al ritmo que a la melodía. Dicen que al principio apenas tenían con qué marcarlo, que incluso una vez perdieron los cocos y casi tienen que suspender el concierto, buscando la fruta por los markets de todo el pueblo. Pero la carencia, tal vez, proporcionó la riqueza.

Lo cierto es que el Django Django es un disco intrincado, con gran cantidad de recovecos y esquinas que conducen a lugares insospechados, con quiasmos y retruécanos musicales por doquier. Pero también es verdad que resulta, bien escuchado, un tanto irregular. Tal vez se deba a la esencia caótica de su espíritu musical. Pueden mantener nuestra atención activa durante los 48 minutos y 13 canciones, a través del sinfín de sonidos que surgen de la selva, pero cuando bajan el ritmo, en ciertas canciones centrales, su intensidad también se resiente. No obstante, nos regalan un inicio de Cd realmente acojonante. Introduction, con ese primer teclado básico que da inicio al ritmo, antes de que el bombo entre, y con ese segundo, bien encajadito en las cuadrículas rítmicas, como buenos británicos que son, anticipan lo que va a ser este viaje, ligeramante psicodélico.

Toda esa promesa se desata en Hail Bop y Default. En la primera, ácida y fresca a más no poder, aparecen también las voces en coro, que es otras de las particularidades de Django Django, recordándonos a la época de los cuartetos vocales (bom, boM, bOM, BOM), y el beat se abre en un horizonte ancho y muy bien iluminado. El track 3, Default, soltado a las primeras de cambio, enlaza con el cabalgar decidido del principio, completando un inicio para enmarcar. Una guitarra cruda comanda el ritmo, a base de rasgadas contundentes hacia arriba y abajo, y en el estribillo, voces mezcladas casi como si fuera beatbox, el tema se convierte en temazo.

Firewater es la primera tregua: asoma la acústica, las pulsaciones bajan, y la melódica manda, relajada, liviana y blusera, porque lleva el ritmo implícito. Acaba, en cierto modo, el hechizo del inicio. Waveforms retoma el ritmo medular del Django Django, con el aroma de siempre, y aunque de manera aislada podría resultar, probablemente, el otro hit del Cd, tras la tregua pierde capacidad de impacto. Zum Zum, sin embargo, sí logra llamarnos más la atención, con esa disparatada composición instrumental, el sencillismo exacerbado de la composición, y la franqueza de su estructura: una divertida pantalla del Donkey Kong Country 3. Justo en el ecuador del álbum, Hand Of Man hace de segunda tregua, acústica y pacífica, pero el álbum ya no se levantará nunca como antes.

La segunda mitad del Django Django de Django Django no está a la altura de la primera, pero demuestran que, pese a ser religionarios de una caja de ritmos bien acelerada, son capaces de dilatar y estirar la superficie melódica de sus composiciones, como si fuera una tela de licra ajustable, para adaptarla a diversas velocidades. Así, Love’s Dart y WOR, por ejemplo, aunque sobradamente contrarias en tempo, comparten la misma urgencia sedada. Ésta última, más en la línea regular, encajaría junto con las demás destacables, en una atolondrada banda sonora de peli de persecuciones de coches, tipo El mundo está loco loco. Storm y Life’s A Beach son otros ejercicios vocales y rítmicos, porque aunque lo mejor esté al principio, todo el Cd está impregnado con las mismas virtudes y características de riqueza decorativa.

El último tema de la línea más combativa de Django Django es Skies Over Cairo, con esa tópica melodía egipcia, y un teclado en su misma sintonía. Pero lo que realmente destaca es, nuevamente, esa rítmica tarzanesca: de pirámide a pirámide en liana, mientras los tambores resuenan al ritmo de un baile entorno a una olla con seres humanos que se salvan en el último momento, porque irrumpe Silver Rays, como si de una nave intergaláctica se tratara, para transformar el final de la historia en una imagen de depurada y cuidada jungla espacial, psicoactiva y tremendamente rítmica, que seguramente acabará entre lo mejor del 2012. Default, al menos para mí, es uno de los hits más grandes y pegadizos que se han visto en lo que va de año. La cita en directo: Dcode Festival; Madrid, mediados del próximo mes.


BON IVER. Barcelona, 27-07-2012



Las transalucinantes virtudes del increíble Bon Iver.

¡Bendita gloria la música! Bon Iver es gigantesco. Ayer dio en el Poble Espanyol de Barcelona uno de esos conciertos que te dejan sin palabras, y a la vez deseoso de compartir lo que has experimentado. Pero cualquier adjetivo o frase que engarce tratando de describirlo fielmente, me resultará repugnante al lado del delicioso recuerdo que aún permanece vivo en mi memoria. Fue un espectáculo sobrecogedor, intenso y tremendamente emocionante: una sinfonía constante, a 16 movimientos, brillante y redonda; 16 momentos únicos y gloriosos de rock orquestal. Sorprendentes en todo momento, Justin Vernon y compañía rebasaron con creces las ya de por sí altísimas expectativas, materializando una de esas noches que ya nunca se olvidan.

Dicen que las mejores cosas en la vida se hacen esperar, pero que una vez en marcha, los acontecimientos se suceden como si la excelencia formase parte de un devenir lógico y necesario. Y así fue la noche de ayer. Con un leve retraso rápidamente perdonado, y con la noche mediterránea cayendo y aliviando el bochorno veraniego que se había ido adueñando del cielo barcelonés durante la tarde, salió al escenario, pasadas las diez, la orquesta sinfónica moderna de Bon Iver: 9 tíos. A partir de ahí, dos horas de una música que para describirla habría que apropiarse de palabras inventadas como transalucinante, o establecer un rasero nuevo inalcanzable de perfección denominado boniveriano. Sus canciones, ya maravillosas y de una intimidad abanderada muy destacable en los Cds, explotan en directo; y aquello es una lluvia incesante de emociones, de belleza, y de algo que en la música se debe corresponder a la felicidad humana.

Sonaron sus dos discos casi al completo, pero la esencia se basó en el ritmo vital de su último trabajo, el alabadísimo Bon Iver. El paradigma de cómo nace y muere un disco, y de cómo se traslada al directo, dándole realmente vida a una música, y a una idea. Y así, sin pausa ninguna entre tema y tema, fueron desflorando la vida entera, dominando Vernon las fuerzas de la música como los dioses creadores dominan las de la naturaleza en los relatos fantástico-religiosos. Canciones que serán legendarias, parte del bagaje cultural clásico de las generaciones futuras, interpretadas todas de manera algo distinta, aunque siempre buscando lo sublime. Con más ritmo, más materia, con un cuerpo colosal, pero ágil, muy terrenal y sobre todo muy detallista, y una presencia multiplicada y elevada al cubo por el gran acompañamiento instrumental.

Porque si Justin Vernon ya impone, segregando genialidad manifiesta con su voz y su guitarra, la banda que lo acompaña demuestra ser absolutamente deslumbrante; y el resultado es un prodigioso directo, contundente y poderoso. Dos baterías hermanadas, que desdoblaban el universo en dos, para que pasara siempre limpia la gran voz de Vernon; y a parte de él, otros 6 músicos que se alternaban teclado, bajo, guitarras, violines, y múltiples vientos y percusiones menores siempre en grupo. Hasta la iluminación y el decorado resultaron sobresalientes, con telas rugosas de cálida presencia y extraños farolillos a baja altura. Una puesta en escena extremadamente ambiciosa, teniéndolo todo en cuenta.

Tras mostrar en Woods, en solitario y a modo de intro, lo que podía hacer en directo con su propia voz, encadenó para entrar en materia las tres primeras canciones de su último álbum. Las primeras notas de Perth, esa guitarra, la voz, y la batería de batallón, a parte de encender el furor del numeroso público, anunciaban la primera explosión: porque en cuanto el tema se abre, todos los instrumentos y arreglos cobraron vida y revolotearon como pequeñas partículas de la creación, tan perfectas como el global al que pertenecían. Vientos, cuerdas y un ritmo basados en el doble bombo, que dieron paso sin pausa al dulce contoneo de Minnesota, WI, versionada con potencia y mayor intensidad. Lo mismo que Holocene, que logró elevar la vista de todo el público a lo más alto de sus sueños, todavía a salvo, en un inicio que se marcaba al ritmo del Bon Iver.

No solo introducían variaciones en los arreglos, o dejaban volar la imaginación instrumental hasta casi la aparente improvisación, sino que más de un tema sonó a otro ritmo, con más cantidad de sonido y riqueza decorativa, e incluso con añadidos extra que parecían ahí puestos de toda la vida: como si realmente su trabajo de estudio fuese un mero boceto de lo que luego desarrollan en directo; con fraseos, estrofas y orquestas extra. El final de Blood Bank: una probeta de punteos de guitarra y vientos; y Flume: la receta de cómo callar a 5000 personas, y al mundo entero, y de cómo rellenar de música una partitura semi-vacía, y cada molécula de aire que nos rodea. Resultaba, por tanto, casi más apasionante la incógnita de lo que haría Vernon con la siguiente canción, sobre todo, cuando se trataba de un antiguo tema, del For Emma, Forever Ago; más imprevisible. Y siempre, siempre, le hizo el amor a su canción; apasionadamente.

En ese sentido, Skinny Love, pasado ya el ecuador del recital, quedó memorable. Se le veían las venas a esa voz y a esa guitarra, y se oyó desde el silencio más sagrado, que lo mantuvieron imperturbable, hasta el último contacto de cada instrumento con el alma de su portador, en un final apoteósico y sorprendente. Y en Re:stacks volvió a bajar la marea, se quedó Vernon solo en el escenario, con la guitarra, y lo bordó como el cantautor que es, y que siempre llevará dentro. El final se avecinaba, anunciado por el teclado de Calgary, y las eléctricas sonaron más que nunca, siempre a doble batería, y con la poderosa y cristalina voz del responsable principal de todo esto capitaneándolo. E hicieron de su final casi una segunda parte, igualmente brillante. Beth/Rest, por último, con ese amargo sabor a despedida, tenía que sonar como cierre. Y flotó en el ambiente algo muy grande capaz de hermanarnos a todos frente a lo que estaba siendo una auténtica obra de arte.

Para el bis dejaron dos temas de su primer trabajo, cerrando definitivamente con For Emma, fabricada mediante la belleza de lo sencillo, y la perfección de la técnica más sobresaliente que he visto agrupada en mucho tiempo. Dejó a todo el mundo saciado, satisfecho y gratamente sorprendido. Casi nadie esperaba que fuese tan rematadamente bueno, él y la banda que lo acompaña. Los privilegiados asistentes de su concierto de anoche nos quedamos con una increíble sensación de paz interior, como la que deben sentir los creyentes ante los signos del advenimiento. Pero para mí, lo que hace es reforzar mi fe en algo aún más grande, algo tan sencillo como lo que es capaz de transmitir Bon Iver en directo: arte del bueno.

Fotos de Pablo Luna Chao.

También disponible en Alta Fidelidad.

Escucha el setlist del concierto en Spotify.
O míralo aquí!)

SIGUR RÓS

 


¿Amanece o anochece?

Llevaba tiempo esperando poder decir lo siguiente: ¡Sigur Rós han vuelto! Cuando hace apenas dos años anunciaron que se tomaban un descanso indefinido, para centrarse en sus carreras en solitario, jamás imaginamos que necesitarían tan poco tiempo para darse cuenta de lo huérfanos que nos dejaban a todos sus seguidores. Es como si últimamente hubieramos tenido que aprender a dormir solos por las noches, sin el cuento o la canción de cuna con la que nos criaron nuestros padres. Pero ahora, como venidos de un largo viaje que se antojaba solo de ida, vuelven el calor de sus manos a arroparnos, el sosiego de su voz a embelesarnos, y su contar melódico y nostálgico a conducirnos, envueltos en paz y harmonía, a donde solo la imaginación y la magia reinen sobre mi mente.

Los islandeses siempre han sido un grupo diferente, una banda a parte. Con una sensibilidad especial, y un inalterable fondo de bondad absoluta, siempre han parecido de otro planeta: los protagonistas, quizás, de una mitología tan del norte que pertenece a las estrellas. Serían la leyendo de quien creó de la oscuridad la luz, de quien le dio voz al silencio, de quien armonizó el cielo con la tierra, el fuego y el hielo, y la noche y el día. Sigur Rós no podían nunca pasar inadvertidos: hegemónicos sobre el post-rock, el space-rock y el dream-pop del siglo XXI. 

Ahora han vuelto y percibimos ciertos cambios: transformaciones naturales que se han ido produciendo a fuego lento, y que ahora se muestran orgullosamente enunciadas. VALTARI no tiene el fresco verdor de otros discos, ni la tensión ni el ritmo de galope; no tiene el desarrollo apocaliptico que nos hizo estremecer en obras pasadas. Pero en el poso de su sonido se nota todo eso, interiorizado y fusionado en sus entrañas. Se entrevén, más allá de la apariencia harmónica y casi tántrica del nuevo disco, todas las etapas y estratos que han conducido a Sigur Rós al punto exacto musical en el que se hallan. Y como no podía ser de otro modo con gente así, el ciclo de los islandese remite a un lugar muy familiar para todos, cerca de sus orígenes.

No es que VALTARI sea un volver a empezar, una vuelta al principio, pero sí se respira esa misma suspensión en la nada que se apreciaba en el Von: una nada llena de detalles como surgidos de la inercia y del caos puesto en paz, observado lenta y apaciblemente. Hay, frente a su primer disco, una mayor capacidad de síntesis, de silencio y suavidad. Y aunque rítmicamente sea, como aquel, mucho más monótono que los demás álbumes, la riqueza compositiva de melodías y texturas supera con creces la que aquel disco áspero, denso y desafiante con el que se presentaron al mundo. 

Es como contraponer el alba con el atardecer: inconfundibles entre ambos, no son más que el sol puesto en el mismo ángulo. Sigur Rós hace que nos dé igual si empiezan o acaban, si es el principio o el fin de algo; hacen que, sin más, te detengas un instante y observes qué hay afuera, ahí, frente a tí, a tu alrededor. El cromatismo característico de los islandeses, en este como en sus mejores trabajos, nos recuerda una vez más que el hogar de cada uno es uno mismo, y que aunque el mundo es grande y asusta, es precisamente ahí donde radica la magia de estar vivo. 

Desgranar VALTARI es como descorrer vestidos de seda en busca de un secreto que reluce en el fondo del armario. Puede que la tensión y el gótico de anteriores etapas haya menguado, pero parece que su paso por el barroco ha concluido, dejando atrás esa fase, orquestal y florida, que representa en la carrera de Sigur Rós el Með Suð I Eyrum Við Spilum Endalaust. Canción a canción encontramos siempre una contención natural a los sentimientos que, en anteriores trabajos, se expresaban con más aínco e intensidad. Pero transmiten todo el proceso de lucha y contradicción dialéctica interna que han sufrido para llegar hasta aquí. No habrá momentos de éxtasis más allá de Varúð o Rembihnútu, y sin la grandilocuencia de antaño. Ni voz en las últimas canciones, como ese final anticipado al que solo ellos saben poner música. 

Tal vez haya gente que crea que este disco solo vale para echarse la siesta, y no hace falta que le augure dulces sueños, porque estoy convencido de que los tendrá. Y más que dulces, los tendrá plateados, y de ese azul tan poco carnoso al que han vuelto los islandeses. Después de su exito por todo el mundo, su florecimiento cuando Jonsi buscaba en solitario, y después de la promoción que hicieron con Heima e Inni, esta vez sí, Sigur Rós han vuelto...a casa.

Os dejo el documental Heima, que es una joya.

LOS EVANGELISTAS



Doce escalones que miran al cielo.

Me resisto a pensar que éste pueda ser un disco para iniciados. Es verdad que cuando Enrique Morente murió, en aquel lluvioso otoño de 2010, muchos le lloramos y auguramos que nunca nadie nos haría sentir como nos había hecho sentir él; y es verdad. Pero también es cierto que para todos los que nos derretimos escuchando el Omega de Enrique Morente y Lagartija Nick una y otra vez, este álbum resulta un regalo que parece proceder de las nubes. Por eso, el HOMENAJE A ENRIQUE MORENTE del supergrupo Los Evangelistas, es un Lp especial. Los responsables de esta obra de arte son Antorio Arias, de Lagartija Nick y J, Florent y Enric Jiménez, de Los Planetas, con la aprobación y colaboración de miembros de la familia Morente. La continuación de la gran obra, la herencia del genio: la escalera que conduce al inmortal Enrique.

Pero para quien no esté iniciado en la obra de cantaor granadino, y más concretamente en su álbum Omega, diremos que marca un hito insalvable en el flamenco: trabajado y editado con la banda de rock gaditana Lagartija Nick, y versionando poemas de Lorca y canciones de Leonard Cohen, el Cd recrea la unión perfecta y eterna de ambos géneros, teñida a veces con la luz y el ritmo apocalíptico de la poesía del '27, y otras con la elegancia de bailarín de vals del judío de Montrèal. En mi modesta opinión, el mejor disco de la historia de la música contemporánea española. Tal vez la puerta a la traición, o quizá a la apertura conceptual del flamenco: un género eminentemente conservador... hasta el Omega.

HOMENAJE A ENRIQUE MORENTE llega 18 años después de aquel hito, en el que por supuesto también participó Antonio Arias. La madurez de aquella herencia ha eclosionado ahora en un trabajo muy serio, poderoso y señorial, carnal, emocionante y repleto de cariño y profunda admiración: es un monumento esculpido en música a la memoria del Maestro, con el material y las herramientas que él mismo inventó. Solo le falta, para ser ya perfecto, que el mismísimo Enrique Morente hubiera grabado las voces.

La fórmula es sencilla, pero funciona: ha nacido de ella un organismo vivo y complejo, marcado a fuego por el destino del flamenco, pese a que su cuerpo nos engañe y nos haga creer que es de rock. Todos los temas menos uno, El Loco (distinguible por el ritmo acelerado), son versiones de canciones de Morente, y entre todas forman un todo tan compacto y bien estructurado que solo al final deja alguna rendija por donde poder escapar: el sonido del disco te atrapa y no te deja respirar, de principio a fin, sin bajones ni treguas. Son doce piezas grandes de piedra perfecta, pulida con la rugosidad del cante popular, que nos acerca al imborrable recuerdo del genio. Desde el principio salen a la luz los elementos de la fórmula: guitarras que hablan de fondo con su distorsión, que son telones llorosos que surgen de lo profundo, que se rasgan, aúllan, y lo oscurecen todo, con el regusto a post-rock y post-punk que, de seguro, ni siquiera el Maestro supo que aplicaba. Una batería de bombo y timbales hondos, pausada pero implacable, y platos brillantes que iluminan la tragedia con el blanco andaluz de las farolas; testigos de la calle.

El cuerpo casi me obliga a describir qué es lo que siente, porque algo activa dentro de mí, algo que no creo que tenga demasiado que ver con el hecho de ser español: nunca he reconocido en mi interior los paisajes sureños que tanto han inspirado al folklore nacional; ni la idiosincrasia del flamenco. Pero este sincretismo activa en mí el misterio del credo que nunca tuve, aún siendo hijo de la Contrarreforma. 

Detrás de este HOMENAJE A ENRIQUE MORENTE hay una producción impecable que hace que, por una parte, resulte un corpus homogéneo, y por otra, que parezca que cada canción es única en su especie. El disco se abre casi como se abría la Misa Flamenca del Maestro, con un Gloria que parece provenir de las mismas puertas del más allá, desde lo más profundo de la fe, desde el mismo miedo al apocalipsis que hace que todas las generaciones de los hijos de Dios le cantemos, desesperados, una y otra vez. El ritmo de bombos galopantes, y de guitarras plañideras, son el primer chute de esta droga. ¡Y cómo se enlaza con Decadencia! Con una guitarra colgada de las cuerdas más sagradas, con el eco de una distorsión que son la traducción del silencio eterno del poeta. 

El disco está lleno de momentos de extraordinaria calidad, de situaciones musicales inolvidables, de descripciones largas y ricas de una atmósfera que se sostiene increíblemente más de lo que en apariencia se podría. En Un Sueño Viniste, por ejemplo, tiene hasta la desfachatez de parecer una pieza de rock progresivo, aunque la intensidad y la tensión no claudiquen ni un segundo. También Encima De Las Corrientes, pero a estas alturas del disco uno es casi drogadicto de Morente, y ya no nota las diferencias terrenales de unos temas que son lluvia de gracia divina. Ésta empieza con un cante ondulado temeroso del mañana, con un punteo cenital, y con unos ecos que marcan, triste y amenazadora, una melodía que sobrevolará, cuan ave rapaz en cacería, al bajo, vigilando que no se le escape. Al escucharlo, pienso que es de los mejores temas del Cd. 

Pero luego llega Delante De Mi Madre, y me rompe. Me rompe Carmen Linares, y es una de las sensaciones más bonitas que mi cuerpo es capaz de sentir: el desprendimiento de uno de los muros que encierra nuestros corazones. Y esos últimos gritos de guitarra logran sobrepasarme y desbordarme. En Yo Poeta Decadente todo me sabe a la misma gloria que la del principio: las cuerdas colgadas que gritan y se rasgan, los ecos descriptivos y asesinos, esas voces (ahora la de Soleá Morente) que hablan directamente al cielo, hacia su público más admirado, y esos mismos ritmos hieráticos que inundan el disco de soberana trascendencia. Sin tregua, sin dejar de oír a Soleá, entramos en la estela decadente de La Estrella, precipitándonos por las laderas de la inmortalidad siguiendo el más bello de los cortejos fúnebres que se le han hecho nunca a nadie: uno que, básicamente, está hecho del material con el que nos hablaba el Maestro. 

Ahora bien, cuando el ritmo cambia en El Loco, el embrujo se esfuma: despertamos para despedir al genio con los ojos bien abiertos, mirándole de frente, con lágrimas en los labios, pero no en los ojos, para que las miradas sean fuertes como lo fueron sus palabras, y largas como las noches que no regaló bajo su manto, y profundas y sinceras como las cascadas de voz que le salían del estómago. Amante es todo eso, traducido en un puñao mísero de notas, y Alegrías De Enrique son las risas de después. El embrujo se da cerrado, y Donde Pones El Alma parece, por fin, el primer día después de su muerte: el liberador momento en que ya solo sonríes cuando visita tu mente; aunque haya dolor, algo se ha conciliado entre él y el recuerdo del genio. 

Sin ningún tipo de miramientos me atrevo a decir que HOMENAJE A ENRIQUE MORENTE va a ser el disco nacional del año. Muy, pero que muy bien lo tiene que hacer alguien si quiere desbancarlo. Queda mucho año aún por delante, pero lo que este álbum contiene ni siquiera se puede cuantificar con palabras ni cifras. Es, sencillamente, una obra de arte.

ANNA CALVI



Ha nacido una estrella.

A esta chica la escuché, por el rabillo de la oreja, a principios de verano en el Día de la Música Heineken de Madrid, sin saber quién era, y sin hacerle mucho caso. Recuerdo haber comentado algo que se suele decir en los festivales cuando oyes algo que no conocías hasta el momento: "Oye, pues mola esta tía, eh?". Pero no siempre vuelves a casa y acoplas de inmediato esa novedad en tu día a día musical. Y yo, en este caso, he tardado medio año en rendirme al encanto de Anna Calvi. Solo he tenido que darle al play, en un momento cualquiera del día, de un mes cualquiera, para darme cuenta de la evidencia: que esta chica tiene algo muy pero que muy especial. Porque aunque sea una banda estable, la personalidad en la composición de esta londinense de ascendencia italiana, es abrumadora. Casi puedes respirar su perfume, recomponer su cara sin haberla visto, conocerla sin haberla conocido.

Odio que un disco se llame como el grupo, la verdad. Pero el ANNA CALVI de Anna Calvi, sin embargo, sí que hace honor a su título: es una presentación en toda regla de una artista que, con toda seguridad, va a ser una estrella. Anna Calvi está llamada a hacer grandes cosas en la música, o al menos eso se desprende de su primer trabajo. Y no solo porque éste le haya valido para ser nominada al Mercury Music Prize (que inevitablebemente habría de llevarse PJ Harvey), o porque hace justo un año estuviera entre los finalistas del BBC's Sounds of 2011. Está claro que es un gran trabajo, pero esconde algo mucho más importante: el nacimiento de una auténtica personalidad musical. Después tendrá que crecer, desarrollarse y consolidarse, pero ya ha nacido.


TV ON THE RADIO



La serpiente del millón de pieles.

TV on the Radio no es un grupo más, es una de esas bandas de culto, inclasificables, llamadas a marcar el camino para las próximas generaciones de músicos (con algo en la cabeza). Su sonido no tiene nada que ver con casi nada que hayamos escuchado antes. Cada una de sus canciones son como enteros ecosistemas, diferenciado entre sí, pero cuyas fronteras son absolutamente ilocalizables. Son ecosistemas vivos, cambiantes, en constante mutación: TV on the Radio son la serpiente de un millón de pieles, sibilina y astuta; un organismo perfecto, con coraza de rock y la sangre negra.

Desde su nacimiento en 2001, esta banda de Broocklyn la integraban Tunde Adebimpe, de origen nigeriano, Kyp Malone, David A. Sitek, que también los produce (el único blanco, por cierto), y el recientemente fallecido Gerard Smith. Murió el 20 de abril, el día que el Real Madrid le ganó la Copa del Rey (o chupito) al Barça; y por muy culé que sea, no fue esa, ni de lejos, la mala noticia del día. Con su 5º Cd recién salido al mercado, ya sabíamos que su grabación se había visto irremediablemente marcada por la enfermedad del bajista, que además fue fulminante. Muchos notamos en NINE TYPES OF LIGHTS un ligero acento de tristeza, y su efusividad musical bastante rebajada. Eso sí, sin perder un ápice de calidad y de esa capacidad de asombrarnos con cada canción.



Con TV on the Radio pasa como en el síndrome de Estocolmo, como en Átame: cada tema capta tu atención, secuestra tus oídos, los abren para que pasen todos sus múltiples instrumentos, te atrae cada vez más hacia su interior, como si el disco fuera un pequeño universo plagado de enormes y colindantes agujeros negros. Y cuando ya estás dentro, sientes que es un encierro voluntario; pero disfrutas tanto con la compañía de tus secuestradores, con sus voces de goma, que desearías que no te soltaran nunca.

No voy a discutir si me parece mejor este Cd que el Dear Science, el Desperate Youth, Love Thirsty Babes, el Ok Calculator, o que el inconmensurable Return To Cookie Mountain. Porque esta banda está madura desde las raíces; y los frutos, distintos en cada estación, son racimos perfectos de fraseos originales, provocativos y de alma funky. Tienen el flow de los Globetrotters, de la estética setentera, pero pasada por la trituradora del grunge, del punk, del postrock y del postpunk (por la trituradora de los 80-90, vaya).

Diría, eso sí, que el NINE TYPES OF LIGHTS es el disco más homogéneo: sin contundencias extremas, y sin caer en la melancolía evidente, aquí los TV on the Radio establecen una medular menos dispuesta al ácido, más realista, acomodada y, por decirlo de alguna manera, adulta y seria. Empieza Second Song con lo que parece un acordeón, y una voz, ambas de tendencia plañidera. Pero pronto, antes del minuto y medio, la banda lo despliega todo: guitarra, bajo, batería, base, y de pronto, Tunde cambia su voz. Realmente parece otro: no es posible que una voz tenga tanta profundidad. Parece una de esas plantitas que cambian su color mil veces en apenas unos milímetros; o ese chorro de agua, proveniente de dos grifos, que está caliente y frío al mismo tiempo. Agudos y graves, Tunde los abarca todos en la glotis.

En Keep Your Heart vuelve a pasar (como en casi toda la disografía): los estribillos, siempre agudos y melódicos, son más finos y volátiles; y en este caso, la cascadita de guitarra marca el ritmo, de constancia pasajera, no solo del tema sino del disco en general. Por este principio podríamos augurar un Cd con menos aristas, menos sonido enlatado en distorsiones y efectos; aunque TV on the Radio sean los maestos del sonido metálico, los orfebres del postrock artístico. Porque sí, tal vez sea el disco más artístico de los de Broocklyn.

Sin salirse de esa línea elegantona, recuperan su vertiente funky y hiphopera (muy sutil, como de laboratorio) en You, que es un temazo que se mueve por sí solo, que baila consigo mismo, y sobre todo en No Future Shock. El funky de TV on the Radio es único y casi imperceptible; distinto y conceptual. Parece que llegan a él desde donde nadie antes se había acercado: como accedieran entraran por una puerta de atrás que nadie conocía, como venidos del rock, haciendo el camino inverso. Este temazo termina con vientos en fiesta, con un festival de ritmo entre lo caribeño y lo raggae. Y cuando solo ello pueden parar la inercia, cada vez más arrolladora del Cd, lo hacen con Killer Crane: una dulce balada, como de juglar posmoderno, suspendida entre gatillo y gatillo.

Porque en seguida suena Will Do: todos los discos de TV on the Radio tienen un temazo que destaca por encima del resto de canciones, y en NINE TYPES OF LIGHTS, es este. Tiene el ritmo más descaradamente callejero, aunque sobrado de elegancia y nobleza. Es un poco como el primer tema de un rapero que ya es veterano, como si hubieran cruzado una frontera de madurez que ya no tiene vuelta atrás. La provocación suena más a amenaza de padre que a insulto de crío, pero la tintura adulta a TV on the Radio le sienta bien, como las canas a George Clooney. Pero los de Broocklyn son factoriales: conservan, pese a las mutaciones, todas las características y elementos sonoros con los que han ido creciendo. En New Cannonball Blues realmente parecen el último peldaño que ha alcanzado la música negra, la completa sofiscticación de un sonido milenario (no nos pasemos, dejémoslo en centenario).Y de nuevo los vientos en fiesta.

El final del Cd no es tan bueno como su principio. Repetition es ya un ejercicio de rock más o menos convencional, con la acentuación pertinente de esa faceta adictiva y obsesiva de su sonido. Flaquea sobre todo en Forgotten, porque de repente huele a final sin previo aviso, y casi te entran ganas de que, efectivamente, acabe y puedas pararte a pensarlo. No obstante, reservan para el verdadero final el ritmo engreído (con permiso de Will Do): Caffenaited Consciousness combina ese hiphop rockero de Beastie Boys o Rage Against the Machine con un estribillo que podría haber sido extraído de un The Best of Red Hot Chili Peppers. Que tampoco es mala, por supuesto que no; pero es la primera vez que los TV on the Radio nos recuerdan a otros grupos.

Supongo que estará siendo una gira extraña para los de Broocklyn; sin Gerard Smith. Es quizá lo único que lamento no haber hecho este verano: verles en directo. Supongo también que tendré ocasión de hacerlo en un futuro, porque la banda parece que sigue adelante. Habrá que ver cómo afecta a su sonido a medio y largo plazo. Desde luego, parece difícil que este acontecimiento, por dramático cortante que pueda ser, pueda empañar o minar la extraordinaria trayectoria de este grupo. Para mí, una de las guías de innovación más imporantes de la música actual; una de las bandas por las que ha mereceido la pena esta última década.

WILD BEASTS



Pop perfumado y con pedigree.

Hace justo una semana asistí al Día de la Música en el Matadero; solo el sábado. Iba para ver a The Pains of Being Pure at Heart y, sinceramente, me llevé una pequeña decepción. Al grupo más prometedor del momento se le vieron cosas buenas, pero también bastantes otras por mejorar; aunque siempre teniendo en cuenta las enormes espectativas que generan. De todas formas, Wild Beasts se encargó de darnos la de arena (o la de cal, nunca he entendido cuál es mejor): un concierto sensacional, el mejor de la noche, absolutamente sorprendente para todos aquellos que, como yo, conocíamos a esta banda desde hace poco, desde la publicación de su tercer álbum, Smother, el pasado mes de mayo.


Como preparación para el festival escuché su segundo trabajo, TWO DANCERS, y casi sin tiempo para fijarme, ya me llamó la atención. El concierto ha dado pie a una escucha más atenta, y es puro deleite.Su primer disco, Limbo, Panto, queda muy lejos del nivel que exhiben los de Leeds en sus siguientes Cds, modulando su extrema musicalidad hasta alcanzar el equilibrio perfecto. Un pop sofisticado y con pedigree.

Si tuviera que compararlos con alguien (cosa a la que nadie me obliga; en realidad me encanta), o hablar de los ingredientes que este sonido posee, diría tres nombres: Arcade Fire + Sigur Rós + Vampire Weekend. No obstante, quiero dejar claro que, como ocurre a veces en la mezcla de colores, en este caso las influencias evidentes dan como resultado un producto que casi nada tiene que ver con las bandas mencionadas. La vocación fuertemente artística, casi barroca, esa retórica casi de musical, e incluso la pose de Hyden Thorpe (con un aire a Win Buttler), recuerdan a los canadienses; también por la calidad de su sonido. Los agudos sobre una profundidad luminosa podrían acercarse a lo último de los islandeses; y esa capacidad de hacer sencillo lo articulado, o el ritmo sin complejo alguno, me recuerdan a los neoyorquinos.

Pero ese glamour que inunda todo el TWO DANCERS es totalmente de cosecha propia, al igual que el particular acento que proporciona la voz sobre las guitarras, cristalinas y claras, la infinidad de texturas y colores son capaces de crear, o el aire de homenaje a Queen, o al mismísimo Sinatra, son producto de una personalidad musical importante. Wild Beasts, con este Cd, se ha hecho un hueco en el panorama del pop independiente a base de derrochar personalidad compositiva y estética. Entre la extravagancia de temas como The Fun Powder Plot o Underbelly, la épica íntima de Two Dancers I, la extrovertida de Hooting & Howling, All The King's Men o Throught The Iron Gate, y los temas de dreampop moderno a lo Blonde Redhead tipo We Still Got The Taste Dancin' On Our Tonques o This Is Our Lot, construyen un disco redondo, pulido y de aspecto totalmente renovador; probablemente el pop más cuidado y perfumado del planeta.

Cuidado, de todas formas, con abusar de este Cd. Es como abusar de la comida china: al final puede llegar a empalagar. Tanto condimento sabroso sacia hasta el apetito del más glotón. El Smother, problemente, tiene menos grasa. Pero sin duda, todas las artes musicales, todos los ingredientes de la cocina de Wild Beasts, están expuestas en el maravilloso TWO DANCERS: un disco indispensable para todos los amantes del dream pop, que casi siempre es independeiente.




RADIOHEAD



El rock sin el rock.

Son el sonido de una era, la desmaterialización en notas, efectos, y átomos de música de museo, de una realidad en la que vivimos varios millones de personas de mi generación. Radiohead, sin duda, es el grupo más importante de los últimos 15 años, por esa extraña capacidad de reinventar todo aquello que tocan, por haber abierto caminos de experimentación jamás vistos hasta ahora, y por hacerlo con esa increíble naturalidad, por haber inspirado a cientos de bandas de todo el mundo y, sobre todo, porque nunca, nunca defraudan.

El pasado lunes anunciaban por sorpresa el inminente lanzamiento de su octavo trabajo de estudio, THE KING OF LIMBS, que pudo adquirirse ya el viernes (con un día de adelanto) directamente desde su página web. El quinteto de Oxfordshire ya colgó su anterior trabajo, In Raimbows (2007), para la libre descarga, previo pago, o no, de un donativo de cuantía indefinida. No obstante, este hecho no les impidió liderar las listas de venta ordinaria durante varias semanas. En esta ocasión, sin embargo, el precio sí es fijo. Duro no, durísimo golpe a toda pieza intermediaria prescindible entre ellos y su público.

THE KING OF LIMBS es muy bueno en sí, vale. Pero hay una cosa que no suelen tener los grandísimos discos, y que este sí lo tiene: resulta tan claro en su discurso que aporta una nueva visión sobre el resto de su trabajo anterior. De pronto, sin otro motivo aparente, tengo la necesidad de re-escuchar In Rainbows, que en su día no me convenció al 100%, y ahora le veo todo el sentido. Posados los pies del arcoiris, podemos ya observar el precioso desarrollo de su arco, en todo su esplendor. Toda la evolución desde el Kid A (2000) se nos aparece, como una visión ultraterrenal, entre la inmensa luminosidad de esta octava maravilla.

Pero Radiohead se nos va, han trascendido; levitan, se elevan, y su música ya no está posada en la tierra, sino construída en el aire. Apenas se intuyen, levemente, las sutiles conexiones que, como raíces finas y electricas, unen su electrónica al rock que les amamantó durante sus comienzos. Es la metonimia máxima. El rock sin el rock. O tal vez no se vayan ellos, sino nosotros mismos: nuestra vida, nuestro tiempo. Radiohead es la banda sonora de esos cambios que no se esperan, que no se advierten hasta que se han cumplido. Es el sonido íntimo de nuestra propia nostalgia, un bramido interior que ellos universalizan. Escuchando THE KING OF LIMBS, y siendo consciente de lo que ellos han dejado atrás, entiendes lo que tú has dejado atrás.

Es un disco deslumbrante, sorprendente, como siempre, con una luz palpable, delicada y precisa, con un tono contundente pero amable, y una voz, la de Thom Yorke, que lejos de aceptar unos límites normales, planea de manera majestuosa sobre cualquier tipo de terreno. Por momentos, como en Morning Mr. Magpie o en Little By Little, se aprecia claramente el rock deformado, el abobinable y experimental trabajo de bajo, guitarra y batería que, milagrosamente, ha derivado en la creación, no de un monstruo, sino en la de un ser superior.

Pero el concepto de rock electrónico se les queda corto. Feral, por ejemplo, carece que cualquier tipo de elemento de rock, en Bloom el bajo tan solo marca, y levemente, una mínima estructura, y, en general, la percusión está tan afinada que cuesta distinguir cuando es real y cuando no. Pero el eco y la dulce ambientación de Lotus Flower, Codex y Give Up The Ghost (casi acúsitca), nos remiten tan directamente a los clásicos de Radiohead, que nuestra mente puede recorrer, planeando a lomos de la voz, las finas y robotizadas raíces de su sonido, desangeladas, pero con alguna esporádica corriente de flujo sanguíneo, todavía un poco humano. Y Separator, como colofón de un disco partido en dos, tiene el bajo sutil que marca la estructura, el eco del Radiohead atemporal, el rock deformado, pero la batería (aunque igualmente afinadísima) más creíble de todo el Cd.

Radiohead, ahora más que nunca, se ha transformado en Marvin, aquel angustiado robot de la saga de Douglas Adams al que dedicaron Paranoid Android: una máquina con sentimientos humanos; electrónica con vestigios de rock. El sello personal que nunca perderán, y que también tenía el proyecto en solitario de Thom Yorke, The Eraser, es esa capacidad de crear momentos y sonidos instantámeos, que se dilaten en sí mismos. Canciones que son cuadros, cuyos bordes se deforman y entremezclan, ante el vertido voluntario de gotas de electrónica. THE KING OF LIMBS es un disco entre dos propuestas, pero con un abanico tan rico de sonidos, que Radiohead demuestra en él, una vez más, que son capaces de abarcar, con las dos manos, todo el universo (musical) conocido.



También disponible en Fanzine Radar.es

Cuadros de Minako Abe, expuesto en ARCO 2011.

TOOL



Llevo una década pensando que Tool es la mejor banda de rock de nuestra generación, pero como tardan de media 4 años entre Cd y Cd, en ese lapso de tiempo, puedo llegar a olvidarlo. Todo elogio que haya vertido antes sobre otros grupos quedará aquí empequeñecido hasta niveles atómicos, porque Tool es el cánon de la perfección. El rock progresivo de los ángeles caídos.

Son californianos, pero están hechos de energía pura y de geometría espiritual. Empezaron a tocar hace ya 20 años, en un ambiente donde se codearon con Pearl Jam, Red Hot Chili Peppers y Rage Against The Machine, pero no tiene nada que ver con ellos. No tienen más que cuatro álbumes de estudio (y dos o tres Eps), pero fundamentalmente son dos los que han hecho de Tool un grupo de culto: Aenima (1996) y Lateralus (2001). Demuestran, no solo una técnica increíblemente perfecta, sino también una capacidad de ambientación extrema: tiñen la mente de sus devotos con el oscuro perfume de la fatalidad, siembran en toda alma espectante el don incalculable y cruel de la duda existencial. Lo llamaban magia negra en el Medioevo.

La complejidad del sonido de Tool hace que, de primeras, no se capten todos los infinitos detalles que componen sus enormes canciones. Rara es la que dura menos de 5 minutos, y en todas se repite el mismo esquema portentoso: Tool crea una monumental estructura arquitectónica de música y moral, cargada de simbolismos y profundas reflexiones, que luego destruye sin contemplaciones, en una escalada de relativismo posmoderno y encerrada impotencia. La progresión de sus temas, aunque hayan bebido de King Crimson y Cream, se aventuran mucho más allá: "to swim on the spiral of our divinity/and still be a human" (Lateralus), porque: "high is the way but our eyes are up on the ground" (10.000 Days). La espiritualidad es un ingrediente fundamental en Tool: la redención mediante el dolor, la resurrección del alma tras la ruptura del espejo en mil pedazos.

Aenima fue un duro golpe sobre la mesa, en pleno apogeo del Brit-pop, que impulsó el éxito de bandas que dieron un corpus a eso que llamamos Nu metal (a Deftones y Korn, los llamados fundadores, se unieron Slipknot, Limp Bizkit, Linkin Park, System Of A Down, etc). Crearon para otros un mundo que ni quisieron explotar. Como tampoco hizo Trent Reznor (NIN). Pero lo del Lateralus ya es otra historia. Más que una obra maestra, es un magistral guiño a la mente humana: 13 piezas que, eso sí, ordenadas de manera correcta, describen un recorrido y una historia personal de muerte y resurrección. Una ordenación de la que no dijeron palabra, y que un público friki y con avanzados conocimientos matemáticos sacó a la luz, meses después de su publicación. Porque la reordenación correcta de temas, partiendo del medio, responde al patrón de sucesión de Fibonacci, una de las claves interpretativas del número áureo. (orden correcto: 6,7,5,8,4,9,3,10,2,11,1,12,13). Si os fijáis, de dos en dos, siempre suman 13. ¿No asusta un poco?

Parabol + Parabola anuncia la dirección y el vértigo del camino que vamos a tomar. Un viaje, universalmente descrito, a través de un estado de consciencia alterada, hacia el interior de uno mismo. Schism preconiza la caída, y en Ticks & Leeches, un grito a la desesperanza, nos vemos planear, como Dave en 2001, sobre el oscuro pozo de nuestro aciago destino. La clave del renacimiento descansa en lo que ahora es el epicentro espiritual del disco, Lateralus. Una canción que reproduce también el código de Fibonacci, en la batería y en las sílabas de las primeras estrofas. Se ha creado una estructura, un cánon, uno molde geométrico perfecto que debemos saber cómo y cuándo hacer añicos. Y eso es Tool: ingeniería musical destinada a perecer en la tarea más loable de la mente humana: intentar dominar el caos (o la naturaleza, que viene a ser lo mismo) que nos rodea, fundiéndonos en él (o en ella).

A partir de The Grudge, la parábola es ascendente, y la geometría aún más evidente. Porque lo de Danny Carey, el batería, no es normal. Puede ser el mejor o no, pero nunca nadie compuso algo parecido. Tool, para él y para nosotros, es un instrumento, un ritual de salvación; como también lo es para 'Maynard' James Keenan, emblemático y arcano vocalista, de textura aterciopelada, oscura y mesiánica. Con Eon Blue Apocalypse empiezan los arpegios y el hechizo. El sonido, si cabe, se hace aún más envolvente, irresistiblemente magnético. Reflection es la mejor canción de rock progresivo de la historia. La riqueza de los matices que, durante 11 minutos, se van desarrollando en este tema siempre me producirá escalofríos. Guitarra y bajo siempre tienen la ditorsión adecuada, el efecto preciso para seducirnos y encerrarnos en su perfecto círculo de sonido.

Cuando acaba el Cd, con esa clarificante Disposition, y se evapora la envoltura de Tool sobre nuestras vidas, por un momento, sentimos el frío ancestral del mundo, la soledad innata de nuestra raza, y el incúlume peso que sobre nosotros vierte el futuro a cada paso. Entonces el viaje ha terminado, y solo podemos ver cómo el tiempo ha pasado: "mention something, mention anything, mention this to me, and watch the weather change". Tool no es fácil de escuchar, no se lo recomendaría a todo el mundo; pero cuando entras en su dinámica, que sea hard rock, o que sea progresive metal, deja de importarnos en el acto. Porque, musicalmente hablando, sucumbir al embrujo de esta banda inigualable es de las mejores cosas que me han pasado en la vida.