LOS EVANGELISTAS



Doce escalones que miran al cielo.

Me resisto a pensar que éste pueda ser un disco para iniciados. Es verdad que cuando Enrique Morente murió, en aquel lluvioso otoño de 2010, muchos le lloramos y auguramos que nunca nadie nos haría sentir como nos había hecho sentir él; y es verdad. Pero también es cierto que para todos los que nos derretimos escuchando el Omega de Enrique Morente y Lagartija Nick una y otra vez, este álbum resulta un regalo que parece proceder de las nubes. Por eso, el HOMENAJE A ENRIQUE MORENTE del supergrupo Los Evangelistas, es un Lp especial. Los responsables de esta obra de arte son Antorio Arias, de Lagartija Nick y J, Florent y Enric Jiménez, de Los Planetas, con la aprobación y colaboración de miembros de la familia Morente. La continuación de la gran obra, la herencia del genio: la escalera que conduce al inmortal Enrique.

Pero para quien no esté iniciado en la obra de cantaor granadino, y más concretamente en su álbum Omega, diremos que marca un hito insalvable en el flamenco: trabajado y editado con la banda de rock gaditana Lagartija Nick, y versionando poemas de Lorca y canciones de Leonard Cohen, el Cd recrea la unión perfecta y eterna de ambos géneros, teñida a veces con la luz y el ritmo apocalíptico de la poesía del '27, y otras con la elegancia de bailarín de vals del judío de Montrèal. En mi modesta opinión, el mejor disco de la historia de la música contemporánea española. Tal vez la puerta a la traición, o quizá a la apertura conceptual del flamenco: un género eminentemente conservador... hasta el Omega.

HOMENAJE A ENRIQUE MORENTE llega 18 años después de aquel hito, en el que por supuesto también participó Antonio Arias. La madurez de aquella herencia ha eclosionado ahora en un trabajo muy serio, poderoso y señorial, carnal, emocionante y repleto de cariño y profunda admiración: es un monumento esculpido en música a la memoria del Maestro, con el material y las herramientas que él mismo inventó. Solo le falta, para ser ya perfecto, que el mismísimo Enrique Morente hubiera grabado las voces.

La fórmula es sencilla, pero funciona: ha nacido de ella un organismo vivo y complejo, marcado a fuego por el destino del flamenco, pese a que su cuerpo nos engañe y nos haga creer que es de rock. Todos los temas menos uno, El Loco (distinguible por el ritmo acelerado), son versiones de canciones de Morente, y entre todas forman un todo tan compacto y bien estructurado que solo al final deja alguna rendija por donde poder escapar: el sonido del disco te atrapa y no te deja respirar, de principio a fin, sin bajones ni treguas. Son doce piezas grandes de piedra perfecta, pulida con la rugosidad del cante popular, que nos acerca al imborrable recuerdo del genio. Desde el principio salen a la luz los elementos de la fórmula: guitarras que hablan de fondo con su distorsión, que son telones llorosos que surgen de lo profundo, que se rasgan, aúllan, y lo oscurecen todo, con el regusto a post-rock y post-punk que, de seguro, ni siquiera el Maestro supo que aplicaba. Una batería de bombo y timbales hondos, pausada pero implacable, y platos brillantes que iluminan la tragedia con el blanco andaluz de las farolas; testigos de la calle.

El cuerpo casi me obliga a describir qué es lo que siente, porque algo activa dentro de mí, algo que no creo que tenga demasiado que ver con el hecho de ser español: nunca he reconocido en mi interior los paisajes sureños que tanto han inspirado al folklore nacional; ni la idiosincrasia del flamenco. Pero este sincretismo activa en mí el misterio del credo que nunca tuve, aún siendo hijo de la Contrarreforma. 

Detrás de este HOMENAJE A ENRIQUE MORENTE hay una producción impecable que hace que, por una parte, resulte un corpus homogéneo, y por otra, que parezca que cada canción es única en su especie. El disco se abre casi como se abría la Misa Flamenca del Maestro, con un Gloria que parece provenir de las mismas puertas del más allá, desde lo más profundo de la fe, desde el mismo miedo al apocalipsis que hace que todas las generaciones de los hijos de Dios le cantemos, desesperados, una y otra vez. El ritmo de bombos galopantes, y de guitarras plañideras, son el primer chute de esta droga. ¡Y cómo se enlaza con Decadencia! Con una guitarra colgada de las cuerdas más sagradas, con el eco de una distorsión que son la traducción del silencio eterno del poeta. 

El disco está lleno de momentos de extraordinaria calidad, de situaciones musicales inolvidables, de descripciones largas y ricas de una atmósfera que se sostiene increíblemente más de lo que en apariencia se podría. En Un Sueño Viniste, por ejemplo, tiene hasta la desfachatez de parecer una pieza de rock progresivo, aunque la intensidad y la tensión no claudiquen ni un segundo. También Encima De Las Corrientes, pero a estas alturas del disco uno es casi drogadicto de Morente, y ya no nota las diferencias terrenales de unos temas que son lluvia de gracia divina. Ésta empieza con un cante ondulado temeroso del mañana, con un punteo cenital, y con unos ecos que marcan, triste y amenazadora, una melodía que sobrevolará, cuan ave rapaz en cacería, al bajo, vigilando que no se le escape. Al escucharlo, pienso que es de los mejores temas del Cd. 

Pero luego llega Delante De Mi Madre, y me rompe. Me rompe Carmen Linares, y es una de las sensaciones más bonitas que mi cuerpo es capaz de sentir: el desprendimiento de uno de los muros que encierra nuestros corazones. Y esos últimos gritos de guitarra logran sobrepasarme y desbordarme. En Yo Poeta Decadente todo me sabe a la misma gloria que la del principio: las cuerdas colgadas que gritan y se rasgan, los ecos descriptivos y asesinos, esas voces (ahora la de Soleá Morente) que hablan directamente al cielo, hacia su público más admirado, y esos mismos ritmos hieráticos que inundan el disco de soberana trascendencia. Sin tregua, sin dejar de oír a Soleá, entramos en la estela decadente de La Estrella, precipitándonos por las laderas de la inmortalidad siguiendo el más bello de los cortejos fúnebres que se le han hecho nunca a nadie: uno que, básicamente, está hecho del material con el que nos hablaba el Maestro. 

Ahora bien, cuando el ritmo cambia en El Loco, el embrujo se esfuma: despertamos para despedir al genio con los ojos bien abiertos, mirándole de frente, con lágrimas en los labios, pero no en los ojos, para que las miradas sean fuertes como lo fueron sus palabras, y largas como las noches que no regaló bajo su manto, y profundas y sinceras como las cascadas de voz que le salían del estómago. Amante es todo eso, traducido en un puñao mísero de notas, y Alegrías De Enrique son las risas de después. El embrujo se da cerrado, y Donde Pones El Alma parece, por fin, el primer día después de su muerte: el liberador momento en que ya solo sonríes cuando visita tu mente; aunque haya dolor, algo se ha conciliado entre él y el recuerdo del genio. 

Sin ningún tipo de miramientos me atrevo a decir que HOMENAJE A ENRIQUE MORENTE va a ser el disco nacional del año. Muy, pero que muy bien lo tiene que hacer alguien si quiere desbancarlo. Queda mucho año aún por delante, pero lo que este álbum contiene ni siquiera se puede cuantificar con palabras ni cifras. Es, sencillamente, una obra de arte.

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