No es lo mismo planear que volar.
Richard Hawley está cabreado. No es que se note en su música, que en directo roza la perfección, pero a tenor de comentarios suyos en recientes entrevistas, y de los que hizo anoche en la sala Apolo, sobre todo en relación a las clases pudientes y a su responsabilidad en esta crisis, se diría que ha empuñado la guitarra, ahora más que nunca, para denunciar la injusticia social con mayor furor. Nacido en la minera ciudad de Sheffield en 1967, vivió en primera persona la reconversión industrial y el paro de los ’80 en su país, que tuvo uno de los epicentros más conflictivos precisamente en su ciudad (quién no recuerda Full Monty). Todos le hemos presentado como el gentleman del rock británico, pero en realidad es un contestatario.
Ayer en Barcelona se expresó en esa nueva faceta suya, que le ha llevado, entre otras cosas tal vez más importantes como son el respeto y la devoción del público, a ser candidato al prestigioso Mercury Music Prize británico. Porque Standing At The Sky’s Edge (Parlophone, 2012) ha marcado realmente un punto de inflexión en la carrera de Hawley. Al margen del reconocimiento, su sonido ha ganado en fibra y corpulencia, al tiempo que ha abandonado, en gran medida, su característica entonación crooner: solo en la voz, en esa cavernosa y cautivadora voz que resuena en su propio cuello, se mantiene el imprinting de cantautor a lo Dean Martin. Bueno, y en su aspecto: porque Richard Hawley es un macarra de la vieja escuela, de la de los ’50-’60.
Con chupa lisa de cuero, abrochada casi hasta arriba, tejanos oscuros, botas de piel negra, los restos bien conservados de lo que en su día pudo ser un lustroso tupé, gafas de pasta y un pendiente muy brit en la oreja izquierda, se presentó ayer noche el ex de Pulp ante una abarrotada y satisfecha sala Apolo, en un concierto impecable organizado por la promotora Live Nation. Y a parte de combativo, estuvo hablador, gracioso y enérgico; y todo ello se notó en su música, además del tremendo amor que le pone en su ejecución. Porque Hawley es de esos tipos que, habiendo tratado siempre a la música como si ésta fuera su reina, ahora reciben de ella la gratitud que merecen sin tan siquiera tener que pedirlo. Por eso, quizás, ha despuntado su figura justo ahora: solo porque él lo ha querido así.
Oyéndole en directo mezclar, por ejemplo, Soldier On, logrando que solo el aire acondicionado perturbase el silencio, con Leave Your Body Behind You, paradigma de su nuevo sonido, entendemos que hasta ahora solo ha estado agazapado: que aunque siempre haya dicho lo mismo, tal vez ahora lo está gritando. Para eso se rodea de una banda que le da verdadera consistencia y vertebración, y no el simple arropo de temas como la vieja Hotel Room. Ésta fue interpretada en tercer lugar, tras abrir el concierto con la stoner Standing At The Sky’s Edge y Don’t Stare At The Sun, quedando patente que todo el abanico del de Sheffield se abriría sin complejo alguno, para regocijo del variado público barcelonés. Tocó casi entero su último trabajo, intercalándolo en el bloque central con temas del Truelove’s Gutter (Mute, 2009), haciéndonos flotar a todos.
Entre Remorse Code, una baladaza de diez minutos de su penúltimo Cd, el planeo pre-psicodélico de Time Will Bring You Winter y el encarado guitarreo de Down In The Woods, nos debimos acercar a la experiencia del austriaco ese que ha saltado desde la estratosfera, pero a la inversa. Porque no es lo mismo planear que volar. En esa tríada final, Hawley desvela toda su evolución reciente: del crooner flotante y resguardado tras la pose, al aguerrido guitarrista de cuero, comprometido y cañero; rebosante de materia, de platos y bombos en la batería, y de resonancia en las cuerdas vocales graves. Pero como a pesar de todo sigue siendo un tío galante y nostálgico, volvió en los bises para cerrar con su versión más clásica: Lady Solitude y The Ocean.
El de ayer era el último concierto de una gira británica y europea que empezó a mediados de septiembre. Tal vez, si se cumplen los pronósticos y gana el Mercury, esta sea la última gira no del todo multitudinaria que haga Richard Hawley. Al tiempo. Creí entender que dijo que cuando esté en Sheffield, dentro de una semana, paseando al perro bajo la incesante lluvia, se acordará del público de anoche; y de sus caras, y de la felicidad que emanaban (esto lo pienso yo). Es posible, pero lo que no pongo en duda es el hecho de que la gente que, en efecto, acudió ayer a la sala Apolo, no olvidará en semanas lo que allí aconteció. Incluso las teloneras estuvieron a la altura: el dúo acústico femenino Smoke Fairies nos deleitó durante la espera con un folk suave al estilo de Mazzy Star, dando comienzo a una velada que resultó completamente redonda.
Fotos de Pablo Luna Chao.
También disponible en Alta Fidelidad.
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