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CALEXICO. Barcelona, 11-11-2012



Una casa de puertas abiertas.

Repasando esta mañana los motivos por los cuales el concierto de anoche de Calexico en la sala Apolo me pareció tan sobresaliente, me he dado cuenta de que, en el fondo, tampoco me sorprendieron tanto. Pero no porque esperara más de ellos, sino por todo lo contrario: de Calexico ya no sorprende la asombrosa capacidad cinemática, estilística y de hacer de la música el arte del encuentro entre gentes y culturas distintas; ni la extraordinaria variedad de instrumentos que complementan al dúo original, en continuas explosiones étnicas y rítmicas; ni, por supuesto, el impresionante peso que tienen Convertino y Burns, veterano cada uno en su papel, sobre el escenario. Por eso verlos en directo, por fin, más que admiración o sorpresa, lo que genera es algo parecido al cumplimiento de un sueño recurrente, tantas veces idealizado, que se hace realidad tal y como siempre lo habíamos imaginado: familiar, pero igualmente maravilloso.

Debe ser así cada vez, ya que la casa de Calexico está allá donde van, porque es la música misma; y siempre tendrá las puertas abiertas para convidados sonrientes. Ayer montaron una noche espectacular, de plena conexión con un público entregado, incluyéndonos a todos en una comunidad, la suya, que cuenta con amigos y colaboradores en cada ciudad que pisan. Compartió escenario con ellos Amparo Sánchez, por ser Barcelona, e interpretaron canciones juntos que forman parte de la historia de ambos. Dejaron ver, además, como buenos anfitriones de un hogar como el suyo, todos los rincones de su obra, y presentaron lo justo de su último trabajo, Algiers (ANTI-, 2012), perfectamente diluido en un repertorio mucho más amplio y ambicioso basado en el abanico de ritmos que tan bien dominan, desde lo alto de la América hispanohablante, los de Tucson.

Pioneros en la re-conceptualización del folk desde mediados de los ’90 (sin incluir su etapa en Giant Sand), Convertino y Burns han hecho carrera al borde de la frontera más extensa del mundo, demostrando en cada trabajo su ascendencia anglosajona, su admiración por la cultura mejicana, y una capacidad sincrética difícilmente comparable, incluso dentro del panorama neofolk. Tal vez porque, en cierto modo, esta banda no atiende solo a las tradiciones musicales que conoce, sino que intenta remontarse y reunir a toda la familia descendente de la música española, de la criolla desarrollada en cada sitio conquistado, reconquistado y mezclado, en el interior de su propio sonido: en el salón de un hogar que siempre se mueve al ritmo patriarcal de John Convertino, y bajo el acogedor tono de voz de Joey Burns.

Ayer montaron y abrieron la Casa de Calexico en el escenario de la sala Apolo, en un concierto organizado por Live Nation, y teloneado por Blind Pilot, unos amigos de Oregón con los que, ya en los bises y a viva voz, interpretó Burns Look At Miss Ohio, de Gillian Welch. Fue, con toda certeza, el momento emotivo más íntimo de la noche. Porque el resto, 20 canciones repartidas en dos horas, fueron pura extroversión. Y no solo porque en el setlist no quedara apenas hueco para el tipo de balada bajo el sol del desierto de Calexico, al margen de Para, hacia la media hora, y de The Vanishing Mind, con la que acabaron el concierto. Sino porque tal vez sea imposible o contradictorio emitir un sonido eminentemente solitario (el de canciones como Black Heart o Fortune Teller, por ejemplo, que sí sonaron en Madrid), con tanta gente, y tan buena, en el escenario. Es demasiado buena la compañía como para que pasen inadvertidos, así que, ¿para qué esconderlos? ¡Qué pasen todos y sean protagonistas!

Porque lo de Calexico es otra historia: del dúo original se ha conformado una banda estable, pero además, lo han hecho desde una concepción totalmente orquestal que ya se respiraba en los Cds. Puede que todo parta de una batería, una voz y una guitarra acústica, con una gran composición en bruto, pero se le suman nada menos que un contrabajo, un xilófono de los que tienen tubos por debajo, cientos de teclados, eléctricas, españolas, un acordeón, maracas, una steel guitar que maneja Jairo Zavala (de DePedro y Vacazul) como si hubiera nacido en Arkansas, y ese par de trompetones que tan bien remarcan el carácter festivo y de celebración que propuso ayer Calexico. Abrieron con Epic, pero en seguida demostraron por dónde querían ir: a través de Across The Wire, de Minas de Cobre y, en un final que podía haberse dilatado horas, con Alone Again Or, Puerto y Güero Canelo, hacia la gran orquesta del mestizaje. Incluso en la vertiente rumba-funk-rock de Crystal Frontier, en los bises, con un Zavala estelar.

No obstante, no resulta casual que empezaran y acabaran como lo hacen en su último trabajo. Lo tocaron de manera esencial, escogiendo muy bien qué temas y cuándo ponerlos; integrando a la perfección, por ejemplo, Maybe On Monday entre Sunken Waltz, Two Silver Trees, Victor Jara’s Hand y All Systems Red, varillas maestras del abanico de sonidos de Calexico. O Para, justo después de que Amparo les ayudase con Roka y Muchacho, antes de Minas de Cobre, y de que volviera la ex de Amparanoia a cantar Inspiración. Pero en absoluto el concierto se centró en Algiers: fue la expresión más festiva e incisiva del alma visible de la banda, tirando de grandes hitos del Carried To Dust (Quarterstick, 2008), del Garden Ruin (Qaurterstick, 2006) y el Feast Of Wire (Quarterstick, 2003), e incluso del The Black Light (Quarterstick, 1998).

Demuestran, ante todo, mucha complicidad. Entre todo ellos, con sus invitados y colaboradores, y tratan de establecerlo también con el público. En su repertorio había espacio para el lucimiento de todos los instrumentos; y así, a la hora de presentar Burns a su banda, los aplausos se repartieron equitativos entre todos ellos. Pero de aquel alma visible del que hablaba antes, o de ese hogar acogedor que propician entre todos, sobresale callada la figura perenne de John Convertino. Omnipresente en el pulso de cada punteo o lamento de steel, y en cada ritmo, sea de donde sea, dirigió este auténtico conciertazo desde el ángulo derecho del escenario, siempre cerca de Burns. Son los responsables de una música que le ha dado a las fronteras un significado completamente distinto: el de la unión. Hasta bendijeron a una pareja (pensamos que) en luna de miel que se acercó al escenario, invitándolos a champán. El mundo sería un lugar mucho más armonioso y alegre si fuera siempre un concierto de Calexico.

Fotos de Pablo Luna Chao.

También disponible en Alta Fidelidad.

Escucha el setlist (casi entero) del concierto en Spotify.

O Míralo aquí!)

RICHARD HAWLEY. Barcelona, 26-10-2012.



No es lo mismo planear que volar.

Richard Hawley está cabreado. No es que se note en su música, que en directo roza la perfección, pero a tenor de comentarios suyos en recientes entrevistas, y de los que hizo anoche en la sala Apolo, sobre todo en relación a las clases pudientes y a su responsabilidad en esta crisis, se diría que ha empuñado la guitarra, ahora más que nunca, para denunciar la injusticia social con mayor furor. Nacido en la minera ciudad de Sheffield en 1967, vivió en primera persona la reconversión industrial y el paro de los ’80 en su país, que tuvo uno de los epicentros más conflictivos precisamente en su ciudad (quién no recuerda Full Monty). Todos le hemos presentado como el gentleman del rock británico, pero en realidad es un contestatario.

Ayer en Barcelona se expresó en esa nueva faceta suya, que le ha llevado, entre otras cosas tal vez más importantes como son el respeto y la devoción del público, a ser candidato al prestigioso Mercury Music Prize británico. Porque Standing At The Sky’s Edge (Parlophone, 2012) ha marcado realmente un punto de inflexión en la carrera de Hawley. Al margen del reconocimiento, su sonido ha ganado en fibra y corpulencia, al tiempo que ha abandonado, en gran medida, su característica entonación crooner: solo en la voz, en esa cavernosa y cautivadora voz que resuena en su propio cuello, se mantiene el imprinting de cantautor a lo Dean Martin. Bueno, y en su aspecto: porque Richard Hawley es un macarra de la vieja escuela, de la de los ’50-’60.

Con chupa lisa de cuero, abrochada casi hasta arriba, tejanos oscuros, botas de piel negra, los restos bien conservados de lo que en su día pudo ser un lustroso tupé, gafas de pasta y un pendiente muy brit en la oreja izquierda, se presentó ayer noche el ex de Pulp ante una abarrotada y satisfecha sala Apolo, en un concierto impecable organizado por la promotora Live Nation. Y a parte de combativo, estuvo hablador, gracioso y enérgico; y todo ello se notó en su música, además del tremendo amor que le pone en su ejecución. Porque Hawley es de esos tipos que, habiendo tratado siempre a la música como si ésta fuera su reina, ahora reciben de ella la gratitud que merecen sin tan siquiera tener que pedirlo. Por eso, quizás, ha despuntado su figura justo ahora: solo porque él lo ha querido así.

Oyéndole en directo mezclar, por ejemplo, Soldier On, logrando que solo el aire acondicionado perturbase el silencio, con Leave Your Body Behind You, paradigma de su nuevo sonido, entendemos que hasta ahora solo ha estado agazapado: que aunque siempre haya dicho lo mismo, tal vez ahora lo está gritando. Para eso se rodea de una banda que le da verdadera consistencia y vertebración, y no el simple arropo de temas como la vieja Hotel Room. Ésta fue interpretada en tercer lugar, tras abrir el concierto con la stoner Standing At The Sky’s Edge y Don’t Stare At The Sun, quedando patente que todo el abanico del de Sheffield se abriría sin complejo alguno, para regocijo del variado público barcelonés. Tocó casi entero su último trabajo, intercalándolo en el bloque central con temas del Truelove’s Gutter (Mute, 2009), haciéndonos flotar a todos.

Entre Remorse Code, una baladaza de diez minutos de su penúltimo Cd, el planeo pre-psicodélico de Time Will Bring You Winter y el encarado guitarreo de Down In The Woods, nos debimos acercar a la experiencia del austriaco ese que ha saltado desde la estratosfera, pero a la inversa. Porque no es lo mismo planear que volar. En esa tríada final, Hawley desvela toda su evolución reciente: del crooner flotante y resguardado tras la pose, al aguerrido guitarrista de cuero, comprometido y cañero; rebosante de materia, de platos y bombos en la batería, y de resonancia en las cuerdas vocales graves. Pero como a pesar de todo sigue siendo un tío galante y nostálgico, volvió en los bises para cerrar con su versión más clásica: Lady Solitude y The Ocean.

El de ayer era el último concierto de una gira británica y europea que empezó a mediados de septiembre. Tal vez, si se cumplen los pronósticos y gana el Mercury, esta sea la última gira no del todo multitudinaria que haga Richard Hawley. Al tiempo. Creí entender que dijo que cuando esté en Sheffield, dentro de una semana, paseando al perro bajo la incesante lluvia, se acordará del público de anoche; y de sus caras, y de la felicidad que emanaban (esto lo pienso yo). Es posible, pero lo que no pongo en duda es el hecho de que la gente que, en efecto, acudió ayer a la sala Apolo, no olvidará en semanas lo que allí aconteció. Incluso las teloneras estuvieron a la altura: el dúo acústico femenino Smoke Fairies nos deleitó durante la espera con un folk suave al estilo de Mazzy Star, dando comienzo a una velada que resultó completamente redonda. 

Fotos de Pablo Luna Chao.

También disponible en Alta Fidelidad.