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THE PAINS OF BEING PURE AT HEART + DULCE PÁJARA DE JUVENTUD. Barcelona, 13-11-2012




No resulta demasiado habitual la trayectoria de The Pains Of Being Pure At Heart este año en Barcelona. Después de sacar dos discos extraordinarios en 2009 y 2011, de ganar un montón de fama y seguidores dentro del mundillo indie pop-noise, y de llegar casi a llenar la sala 2 de Razzmatazz a principios de año, lo normal habría sido que su cotización y popularidad hubieran seguido aumentando. Pero se ve que en su caso no, ya que ayer tocaron de nuevo en la condal, y esta vez fue en la sala BeCool, de tamaño bastante más reducido. De modo que se puede esconder el hecho bajo diversos eufemismos como: “en un ambiente más íntimo” o “un concierto exclusivo”; o se puede hablar con franqueza (incluso usando metáforas): cuando cuesta arriba un coche no tira, hay que bajarle la marcha. La realidad, sin embargo, será igualmente la misma: los Pains siguen sin convencer del todo en directo, y consecuentemente han perdido público.

Hace tiempo que arrastran esta cuenta pendiente, pero se fue haciendo más notable a medida que aumentaba su fama, y el contraste con lo que de ellos se iba esperando. Así que, sin que esto sirva de menosprecio para con la sala, opino que se han visto relegados a una especie de 2ª división del directo barcelonés. Un emplazamiento que, sin embargo, tal vez les haya proporcionado un contexto más adecuado y propicio para ganar en seguridad, comodidad, y para hacer que el coche tirase más. Y los de NYC, reforzando el carácter noise y garagero, plantearon una versión de sí mismos más sucia y pretendidamente imperfecta de lo habitual, engordándole la talla a las guitarras, dando en el clavo con distorsiones más incisivas, y subrayando muchas de las mejores transiciones, que en otras ocasiones más solemnes han quedado lamentablemente des-acentuadas.

En cualquier caso, asistimos anoche (el martes) a la BeCool con la intención de comparar a una banda en aparente (y esperamos que superable) declive, con otra claramente emergente, los locales Dulce Pájara de Juventud, y con la equivocada sospecha de que los segundos nos gustarían más que los primeros. Puede que The Pains Of Being Pure At Heart no hicieran nada de otro mundo, que Kip Berman no aguantara su propio ritmo inicial, desafinando desde la mitad del concierto, puede incluso que hayan renunciado a varios de los atractivos que les lanzaron a la fama, como a las voces en dúo, o al falso anestésico ambiental que ponía de manifiesto la acidez latente en su pop post-adolescente. Pero al menos no se dejaron superar por los teloneros. Instrumentalmente estuvieron bastante acertados, aunque usaran brocha donde antes pincel.

Hicieron sonar, además, sus canciones más conocidas y apreciadas, para regocijo de un público que se lo pasó bien. Belong, Stay Alive, Young Adult Friction o This Love Is Fucking Right!, ya como cierre, no podían faltar. Por el contrario, lo más llamativo del concierto de Dulce Pájara de Juventud fue que no tocaron su canción más carismática, Nacer 3. Según confesaron a poco de acabar su concierto los propios miembros del grupo ante declaradas peticiones del público, el Pastor Paniagua se había quedado en casa esa noche. Y con él, todo lo especial que parecía podía aportar esta banda al plan desvirtuado de los Pains. Imagino que detrás de este desliz habrá una vocación más conceptual de su propia música, una voluntad de no dependencia de uno o varios temas icónicos: abogaron más por el espíritu efímero de temas como Feel, Gigalove o Junios vs. Death, que por esa actitud siniestra (en el sentido de retorcida) y atrevida de que es bandera su ausente tema estrella.

No fue, por tanto, una noche de altos vuelos. Unos teloneros deshinchados, casi como una banda cualquiera más, muy por debajo del nivel que se espera de ellos; y una especie de joven y prematura vieja gloria, venida a menos, que sin embargo demuestra que aún tiene ansias y márgenes de mejora. Sin llegar a hablar de renacimiento, creo que The Pains Of Being Pure At Heart, asumido su cambio de rol en el panorama que les vio nacer, aún pueden enderezar el rumbo hacia niveles en concordancia de sus discos. Por otra parte, Dulce Pájara de Juventud, debería empezar a sacar partido a sus virtudes si no quieren acabar como los norteamericanos; que no es poca cosa, pero creo que pueden aspirar a más, al menos a nivel nacional.

Fotos de Pablo Luna Chao.

También disponible en Alta Fidelidad.

CALEXICO. Barcelona, 11-11-2012



Una casa de puertas abiertas.

Repasando esta mañana los motivos por los cuales el concierto de anoche de Calexico en la sala Apolo me pareció tan sobresaliente, me he dado cuenta de que, en el fondo, tampoco me sorprendieron tanto. Pero no porque esperara más de ellos, sino por todo lo contrario: de Calexico ya no sorprende la asombrosa capacidad cinemática, estilística y de hacer de la música el arte del encuentro entre gentes y culturas distintas; ni la extraordinaria variedad de instrumentos que complementan al dúo original, en continuas explosiones étnicas y rítmicas; ni, por supuesto, el impresionante peso que tienen Convertino y Burns, veterano cada uno en su papel, sobre el escenario. Por eso verlos en directo, por fin, más que admiración o sorpresa, lo que genera es algo parecido al cumplimiento de un sueño recurrente, tantas veces idealizado, que se hace realidad tal y como siempre lo habíamos imaginado: familiar, pero igualmente maravilloso.

Debe ser así cada vez, ya que la casa de Calexico está allá donde van, porque es la música misma; y siempre tendrá las puertas abiertas para convidados sonrientes. Ayer montaron una noche espectacular, de plena conexión con un público entregado, incluyéndonos a todos en una comunidad, la suya, que cuenta con amigos y colaboradores en cada ciudad que pisan. Compartió escenario con ellos Amparo Sánchez, por ser Barcelona, e interpretaron canciones juntos que forman parte de la historia de ambos. Dejaron ver, además, como buenos anfitriones de un hogar como el suyo, todos los rincones de su obra, y presentaron lo justo de su último trabajo, Algiers (ANTI-, 2012), perfectamente diluido en un repertorio mucho más amplio y ambicioso basado en el abanico de ritmos que tan bien dominan, desde lo alto de la América hispanohablante, los de Tucson.

Pioneros en la re-conceptualización del folk desde mediados de los ’90 (sin incluir su etapa en Giant Sand), Convertino y Burns han hecho carrera al borde de la frontera más extensa del mundo, demostrando en cada trabajo su ascendencia anglosajona, su admiración por la cultura mejicana, y una capacidad sincrética difícilmente comparable, incluso dentro del panorama neofolk. Tal vez porque, en cierto modo, esta banda no atiende solo a las tradiciones musicales que conoce, sino que intenta remontarse y reunir a toda la familia descendente de la música española, de la criolla desarrollada en cada sitio conquistado, reconquistado y mezclado, en el interior de su propio sonido: en el salón de un hogar que siempre se mueve al ritmo patriarcal de John Convertino, y bajo el acogedor tono de voz de Joey Burns.

Ayer montaron y abrieron la Casa de Calexico en el escenario de la sala Apolo, en un concierto organizado por Live Nation, y teloneado por Blind Pilot, unos amigos de Oregón con los que, ya en los bises y a viva voz, interpretó Burns Look At Miss Ohio, de Gillian Welch. Fue, con toda certeza, el momento emotivo más íntimo de la noche. Porque el resto, 20 canciones repartidas en dos horas, fueron pura extroversión. Y no solo porque en el setlist no quedara apenas hueco para el tipo de balada bajo el sol del desierto de Calexico, al margen de Para, hacia la media hora, y de The Vanishing Mind, con la que acabaron el concierto. Sino porque tal vez sea imposible o contradictorio emitir un sonido eminentemente solitario (el de canciones como Black Heart o Fortune Teller, por ejemplo, que sí sonaron en Madrid), con tanta gente, y tan buena, en el escenario. Es demasiado buena la compañía como para que pasen inadvertidos, así que, ¿para qué esconderlos? ¡Qué pasen todos y sean protagonistas!

Porque lo de Calexico es otra historia: del dúo original se ha conformado una banda estable, pero además, lo han hecho desde una concepción totalmente orquestal que ya se respiraba en los Cds. Puede que todo parta de una batería, una voz y una guitarra acústica, con una gran composición en bruto, pero se le suman nada menos que un contrabajo, un xilófono de los que tienen tubos por debajo, cientos de teclados, eléctricas, españolas, un acordeón, maracas, una steel guitar que maneja Jairo Zavala (de DePedro y Vacazul) como si hubiera nacido en Arkansas, y ese par de trompetones que tan bien remarcan el carácter festivo y de celebración que propuso ayer Calexico. Abrieron con Epic, pero en seguida demostraron por dónde querían ir: a través de Across The Wire, de Minas de Cobre y, en un final que podía haberse dilatado horas, con Alone Again Or, Puerto y Güero Canelo, hacia la gran orquesta del mestizaje. Incluso en la vertiente rumba-funk-rock de Crystal Frontier, en los bises, con un Zavala estelar.

No obstante, no resulta casual que empezaran y acabaran como lo hacen en su último trabajo. Lo tocaron de manera esencial, escogiendo muy bien qué temas y cuándo ponerlos; integrando a la perfección, por ejemplo, Maybe On Monday entre Sunken Waltz, Two Silver Trees, Victor Jara’s Hand y All Systems Red, varillas maestras del abanico de sonidos de Calexico. O Para, justo después de que Amparo les ayudase con Roka y Muchacho, antes de Minas de Cobre, y de que volviera la ex de Amparanoia a cantar Inspiración. Pero en absoluto el concierto se centró en Algiers: fue la expresión más festiva e incisiva del alma visible de la banda, tirando de grandes hitos del Carried To Dust (Quarterstick, 2008), del Garden Ruin (Qaurterstick, 2006) y el Feast Of Wire (Quarterstick, 2003), e incluso del The Black Light (Quarterstick, 1998).

Demuestran, ante todo, mucha complicidad. Entre todo ellos, con sus invitados y colaboradores, y tratan de establecerlo también con el público. En su repertorio había espacio para el lucimiento de todos los instrumentos; y así, a la hora de presentar Burns a su banda, los aplausos se repartieron equitativos entre todos ellos. Pero de aquel alma visible del que hablaba antes, o de ese hogar acogedor que propician entre todos, sobresale callada la figura perenne de John Convertino. Omnipresente en el pulso de cada punteo o lamento de steel, y en cada ritmo, sea de donde sea, dirigió este auténtico conciertazo desde el ángulo derecho del escenario, siempre cerca de Burns. Son los responsables de una música que le ha dado a las fronteras un significado completamente distinto: el de la unión. Hasta bendijeron a una pareja (pensamos que) en luna de miel que se acercó al escenario, invitándolos a champán. El mundo sería un lugar mucho más armonioso y alegre si fuera siempre un concierto de Calexico.

Fotos de Pablo Luna Chao.

También disponible en Alta Fidelidad.

Escucha el setlist (casi entero) del concierto en Spotify.

O Míralo aquí!)

LOTUS PLAZA (Barcelona, 07-11-2012)



Como una fábrica de tejidos.

Resulta curioso lo poco identificables que son, por lo general, los componentes de los grupos, incluso los de los más icónicos, cuando no les vemos en su contexto habitual. Probablemente si nos cruzáramos por la calle a Robert Smith nos daríamos cuenta; pero la cosa cambia, y es normal, si se trata de, yo que sé, del batería de Sigur Rós, o del bajista de Radiohead, o del de Wilco. E incluso en su contexto natural, como un escenario, muchas veces ni siquiera nos vale con sus nombres de pila. Habría que tener mucha memoria, más allá de las fijaciones concretas, que existen. Por ejemplo, si nos dicen que Lockett Pundt da un concierto, es probable que nos quedemos igual que si nos dicen Fulanito Pérez; si te dicen Lotus Plaza, el nombre de su nuevo proyecto, ya puede que te suene un poco; pero ahora, si te dicen que es el otro guitarrista de Deerhunter, el que no es Bradford Cox, entonces vas corriendo porque piensas que se pueden acabar las entradas.

Pero no fue así. Tal vez por la concurrencia de conciertos (The Walkmen, Boys Noize, Blind Melon...), o quizá por lo extremadamente anti-mainstream del evento, recluido en la pequeña sala La[2] de Apolo, que ni siquiera dio visos de llenarse. Primavera Sound preparó esta noche íntima con Lockett Pundt, mientras mantiene el suspense sobre el substituto de Cat Power, cabeza de cartel retirada del mismo tras semanas de rumores, a un mes escaso del Primavera Club: fue sin duda el tema de conversación de todos los corrillos. Y así, en un ambiente extraño dentro del relax, tras la apertura de Gabriel y Vencerás, Lotus Plaza presentó ante el público barcelonés su segundo trabajo, Spooky Action At A Distance (Kranky, 2012), en un concierto denso y frágil a la vez.

Dicen que Pundt se ha quitado el miedo escénico, pero difícilmente podrá deshacerse de su aspecto de chico bueno: lidera un grupo de cinco que parece recién salido de la clase de química, con jersey de rayas, bien peinado, cara de no haber roto un plato en su vida; y anillo de casado a los 30. Es la parte pulcra y ordenada de Deerhunter. Anoche, en un directo pop-noise total, demostró cómo crea esa capa de espesa guitarra, translúcida y brillante, y cómo la deja crecer en la inercia, sin llegar a tocar ni un pelo la psicodelia, el caos o el desorden más mínimo. Domó un sonido que puede llegar a ahogarse en sí mismo, limó estridencias constantemente y completó el itinerario debido en cada canción, pero no logró imponerse sobre el escenario y las circunstancias. Resultó, pese a la condensación y al correcto funcionamiento de la música propiamente dicha, un directo un tanto frío, además de corto.

De su amigo Cox se le han pegado cosas. Coexisten en universos paralelos, afinados en la misma frecuencia, aunque Pundt no parece tan versátil a la hora de sumar notas y melodías a esas bases atmosféricas que tan plenamente domina. Reconocemos en Lotus Plaza el mismo discurrir que Deerhunter sí tiene y Atlas Sound no. Pero esa aceptación del feísmo y de la imperfección que se permite en Lotus Plaza, cantando como le viene, no casa con la imagen que da de chico bueno con pánico al ridículo. Es curiosa la especie de sana necesidad musical que se tienen el uno del otro, al rededor de la banda nodriza, sin que eso afecte a sus respectivas personalidades creativas; la de Pundt es innegable, pero le falta bastante carisma.

Lotus Plaza desplegó anoche toda la gama de materiales textiles en la textura de las capas resultantes de un bajo, un teclado, una guitarra que casi redobla al primero, y otra, la de Pundt, que planea con punteos básicos, repetitivos, y de pincelada gorda. Su destacada aportación al sonido de la banda consiste en ese firme discurrir sedoso, casi líquido, que puede ser concreto y directo como en White Galactic One o Stranger, o que puede alargarse diez minutos como en Come Back, temas con los que abrió el recital. Podría decirse que su música es la sonoridad pacífica de una corriente de agua, de un torrente que baja lento, en apariencia, pero que esconde fuertes mareas por debajo de la superficie. Tal vez apreciable solo por aquellos que perderían una tarde entera viendo transcurrir la vida en la orilla de una río.

Fotos de Pablo Luna Chao.

También disponible en Alta Fidelidad.

GODSPEED YOU! BLACK EMPEROR. Barcelona, 31-10-2012



Esto no es una crónica.

Hace unos años leí en un artículo completísimo de El País Semanal que aun a estas alturas de la historia se puede considerar que al rededor del 95% de la población mundial es, de algún modo, creyente de alguna religión o practicante de un sistema de creencias colectivo. El ateísmo sigue siendo una extraordinaria rareza, y el proceso de secularización, anunciado ya por Maquiavelo en el siglo XVI y casi certificado por Nietzsche en el XIX, o es una es una gran falacia, o su ritmo es tan lento que apenas ha avanzado en cinco siglos. El humano es un ser creyente por naturaleza, o al menos tiende a buscar cobijo para su alma mortal bajo algo inmenso que le supere y que sea eterno. Y aunque no sean más que creaciones o proyecciones suyas, los Dioses o las fuentes de fe a las que se venera, no dejan de adquirir verdadera entidad: son reales e inconmensurables.

Puede que la mayoría de los que asistimos ayer al concierto de Godspeed You! Black Emperor en la barcelonesa sala Apolo nunca hayamos participado en una misa, o en una ceremonia de cualquier religión, al menos creyéndonoslo; pero reconocemos su poder de sugestión, ya que, en cierto modo, tuvimos también nuestra propia liturgia. Los canadienses no son una banda al uso: 8 músicos, 0 micrófonos, un sexteto de cuerda electrificada y dos baterías; un sonido que lleva al extremo el concepto de post-rock instrumental progresivo, y que consigue hipnotizarnos en directo como si estuviéramos viendo la revelación. Si los discos de Godspeed You! Black Emperor son como libros sagrados, de lectura ritual íntima, sus conciertos son ceremonias que celebran el misterio.

Podía cuadrar todo a la perfección en una profecía maya: luna casi llena, noche de Halloween, año 2012, y los Godspeed You! Black Empeor que vuelven a los escenarios, y con disco nuevo. Parece la última señal que anuncia el apocalipsis: hoy podría ser el último día de muertos. De modo que la noche prometía. El halo de desconocimiento y excepcionalidad que envuelve a este colectivo canadiense provoca que el público respete sus tiempos, su nula interacción con el público a nivel personal y que se sienta parte integrante de un acto conjunto de sometimiento a algo más grande. Pienso que ellos mismos re rinden ante lo que son capaces de crear, y así en la música, a modo de iglesia, nos unimos todos: predicadores y nosotros, simples devotos, rehuyendo ellos el protagonismo.

Dead Rat Orchestra fueron los teloneros, y tras unos buenos 5 minutos de sonido en frecuencia descorcha-chakras, que ya era parte del concierto, los Godspeed You! Black Emperor fueron apareciendo poco a poco sobre un escenario lleno de instrumentos, pedales y conexiones de todo tipo. Ellos mismos habían afinado previamente, y lo habían dispuesto todo en semicírculo, de cara al público pero ignorándolo. Y entonces empezó todo. Personalmente no me importó lo que tocaron, ni voy a decir que esto o lo otro sonó mejor o peor, sencillamente porque me sobrecogieron, y mi opinión está alienada. Pero fueron 2 horas de increíble éxtasis musical, un derramamiento orquestal de progresiones, armonías y un constante homenaje al caos, observado en su esencia, y traducido a un lenguaje métrico monumental y terriblemente profundo.

Tampoco creo que haya que ahondar demasiado en quiénes son, ya que se mantienen al margen de la farándula de la mercadotecnia. Solo importa que dan voz a dos bajos, tres guitarras, dos baterías, un violín y un contrabajo (uno de los bajistas), y que sus canciones, de 15 minutos de media, parece que nacen en las nebulosas del Big Bang para morir más allá del fin de la raza humana, cuando el universo se disuelva lánguido en sí mismo. Y nos dejamos arrastrar por sus subidas y bajadas, confiando en ellos como Dante en Virgilio para visitar los infiernos, luego el purgatorio y, con un poco de suerte, para salir de Apolo como quien asciende al paraíso: en una nube, y repleto de una rebosante y agridulce sensación de fe y esperanza.

Hay algo oscuro, poderoso y bestial entre las sombras que proyecta la música de Godspeed You! Black Emperor: algo que parece desenmascarar una dramática verdad que hay en todos nosotros, y en todo cuanto nos rodea. Parecen conectar con la frecuencia de lo inexplicable, y se postulan como nexo de unión entre el suelo y lo que hay más allá del cielo, en el profundo y silencioso abismo del universo, sirviéndonos en bandeja el misterio de la creación, de la existencia, y del inmenso poder que la música y el arte pueden llegar a transmitir. En los albores del Siglo XXI, algunos hemos cambiado a nuestros viejos Dioses de papel por las pequeñas e innumerables piezas de divinidad que son las obras de arte; y a los antiguos mesías por los artistas como Godspeed You! Black Emperor

Fotos de Pablo Luna Chao.

También disponible en Alta Fidelidad.

TWIN SHADOW. Barcelona, 29-10-2012



Cuestión de gustos.

Una de las virtudes que más admiro del arte, y de la música en particular, es la inmensa diversidad de gustos que permiten. Cualquier razonamiento crítico o pretendidamente académico puede quedar desarticulado o invalidado con la simple frase “ya, pero me gusta/ya, pero no me gusta”, en sus dos vertientes aceptadas. Y punto. Porque aunque se agradezca una explicación argumentada, viene a ser como el “porque no” de las madres: categórico, algo que hay que respetar sí o sí, aunque no estemos de acuerdo. Luego lo que hacemos los que tratamos de transmitir objetivamente lo visto u oído en palabras, puede estar en sintonía o no con las opiniones de los demás, aunque en el fondo no deje de ser otra más; argumentada, en el mejor de los casos. 

Digo esto porque en ocasiones reseñamos conciertos donde notamos unanimidad en la valoración que el público asistente hace del mismo, y en otras, constatamos cómo a unos les ha gustado y a otros no. Y el concierto que dio ayer en la sala Apolo Twin Shadow, pertenece al segundo grupo. Aunque no deja de ser algo normal, algo que puede pasar, creo que sucede más, por ejemplo, cuando la banda o el sonido no están del todo cuajados o definidos: cuando parte del público, quizá, espera una cosa, y los demás otra. O cuando unos advierten carencias o insuficiencias, y otros las pasan por alto porque simplemente disfrutan con la música. Creo que las hubo, pero no contradeciré a aquél que se lo haya pasado bien.

El concierto lo organizaba Primavera Sound, tras haberlos traído ya a la edición del festival de hace dos años. Muchos venían a refrescar el buen recuerdo que dejó aquí entonces (yo, por el que me dejó ese mismo verano en el Paredes de Coura), y animados por el atractivo continuista de la fórmula de su segundo Cd, Confess (4AD, 2012). Twin Shadow gira en torno al guitarrista y vocalista dominicano (solo de nacimiento) George Lewis Jr., pero tras el pararrayos mediático que es su frontman, hay un grupo bastante interesante, aunque no peguen demasiado entre ellos. Y el tema funcionaba cuando Lewis interaccionaba bien con alguno o con todos los demás de la banda; cuando no quedaban huecos vacíos entre instrumento e instrumento.

Porque por momentos me pareció que el sonido estaba descompensado, que pesaban demasiado la guitarra, el bajo o la batería, y que en varias ocasiones, sobre todo en algunas de las canciones más destacables (como Slow o Castles In The Snow), la propia voz de Lewis quedaba sepultada por alguno de éstos. Increíblemente, ya que resulta quizá el elemento bandera de Twin Shadow. Cuando se le oyó cantar estuvo bien; y a la guitarra también; pero Andy Bauer, a la batería, estuvo sencillamente alucinante. Creativo, flexible y contundente, a la par que sutil y detallista, su aportación al sonido de la banda en directo solo es comparable a la labor estructural de las paredes de un templo como el Taj Mahal o la Basílica de Santa Sofía de Constantinopla. Más allá del magnetismo y la fotogenia de Lewis, mi concierto estuvo allá atrás.

Así que creo que en cierto modo adolecen de una ligera indefinición básica sobre si son un grupo de verdad, o solo una banda que acompaña a un tío con nombre de grupo. La personalidad de Lewis en el centro del escenario, cometarios y engreimiento a parte, es evidente, pero no me ha convencido como líder que favorece la cohesión de su banda: si los demás dan lo mejor de sí mismo, no parece que sea 100% en beneficio del colectivo. Falta compromiso; o eso me pareció leer entre los renglones mudos del pentagrama.

No obstante, como he dicho al principio, creo que esta no es la única lectura posible de la noche. En general, al margen de meticulosidades que pueden olvidarse con un punteo acertado (que los hubo, y muchos) o un tema bien entonado, resultó un concierto intenso y vistoso. Su dream pop sintético sonó duro y fuerte, resultón para un baile entre la pose pseudo-rapera y el romanticón tipo latino norteamericano (Weeknd es el modelo canadiense, con mejor planta), que tan bien representa este George Lewis Jr., que aunque se permite poner en duda prematuramente la nacionalidad compatriota de un asistente, no tiene ni papa de castellano.

Fotos de Pablo Luna Chao.

Versión de Joan Carles Isern en Alta Fidelidad.

Escucha el setlist del concierto en Spotify.
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DJ SHADOW. Barcelona, 27-10-2012



En la noche, el fin justifica los medios.

El único consuelo que suele quedarnos cuando cambian el horario en octubre, dando carpetazo a todo lo que pueda recordarnos que un día hubo calor, playas abarrotadas y el rico dolce far niente del verano, es que, en verdad, aún no ha llegado el invierno. Pero es la confirmación del otoño: la puñetera lógica energética que hará que despidamos al día, a partir de ahora, y hasta finales de marzo, insoportablemente pronto. Y si además, como pasó ayer, resulta que sí hace una noche auténticamente invernal, el ultimísimo consuelo que puede ya quedarnos es el tener un gran plan (porque siempre es sábado) para sacarle partido a esa miserable hora de noche que ganamos. Por suerte, así era; y en Barcelona nos despedimos del verano como se merece: bailando en una sesión de excepción del mismísimo Josh Davis, más conocido como Dj Shadow.

El productor californiano es una eminencia en lo suyo, y la apuesta de Primavera Sound, como siempre, no podía apuntar más abajo. Pero ha pasado quizás demasiado tiempo desde que Davis pariera el Cd que le dio la vuelta a todo el panorama de la electrónica a mediados de los ’90, como para que alguien sea lo suficientemente iluso para creer que un concierto suyo puede sonar a algo parecido. Desde luego conserva muchas cosas, y por momentos se hizo bastante reconocible su sello durante el set, pero aquella etapa acabó hace años. Entroducing..... (Mo Wax, 1996) quedará como un hito, un referente: un punto de partida que tal vez se olvide cuando el hombre se retire. Pero con un material discográfico en clara recesión, por lo menos en cuanto a interés suscitado, y una mentalidad siempre abierta, innovadora y auto-reciclable, la única finalidad que parece que le queda a la música que crea en directo Dj Shadow es casi 100% el baile.

Entonces podríamos pensar que qué maquiavélico es este músico, porque en verdad el fin justificó los medios. El Dj Set que venía a presentar, 'All Basses Covered', pretendía ser un compendio de géneros musicales, confluyentes en las manos y el estilo de Dj Shadow, y con un nexo de unión: los bajos. De modo que durante más de una hora pinchó el californiano, y por sus platos y aparatos de producción pasaron, en efecto, desde el tance al hip-hop instrumental old-school, tocando muchos de los palos de la electrónica, y acabando incluso con unos minutos de drum'n'bass. Pero todo estaba enfocado al movimiento, al beat roto que evita la monotonía en el baile. Nadie esperaba menos, y el público estuvo efervescente durante toda la noche, excitado, y consciente del privilegio que es tener a uno de los mejores y más afamados Djs del mundo pinchando para ti.

Es difícil valorar musicalmente la ejecución del Set que propuso Davis al margen del efecto motor que obviamente provocó. Tal vez ocurra esto en la mayoría de las sesiones, pero en mi opinión es importante que podamos alcanzar a discernir entre lo que es material musical neto y el efectismo que nos invade en una pista de baile, como fue la sala Apolo anoche, cuando un experimentado Dj quiere enloquecer a su público. En este sentido, el concierto de Dj Shadow tuvo altibajos. Fue de menos a más, y pienso que solo impuso claramente su impronta en la última media hora. Tal vez me lo pareció porque Organ Donor, la única canción original, dejó un aroma clásico en es resto de la sesión; o tal vez fue porque, poco a poco, nos íbamos enterando del leitmotiv en que se basaba su Set.

Lo cierto es que puestos a buscarle coherencia interna al desarrollo que propuso Davis ayer en la sala Apolo, la encontrabas. No obstante, es probable que haya que ser un verdadero amante de la electrónica para entender esos matices, porque aunque formalmente resulte contundente, Dj Shadow es un productor muy sutil; adulto: no hace nada de manera explícita aunque lo parezca. En cualquier caso, su sesión empezó y acabó siendo dura, aunque cambiara la densidad por el ritmo; no mostró excesiva riqueza en el uso de la métrica del beat, y en general, dio la sensación de tener más recursos de los que estaba utilizando (abusó, en ocasiones, de la reiteración del mismo efecto o sonido). Fue siempre punzante, incisivo y directo, aunque por momentos (escasos) también plomizo.

Pero todo disgusto es solo porque de Dj Shadow esperamos, sencillamente, lo mejor. En el fondo, al margen de quién fuera el artista que había detrás del sonido que hacía enloquecer, por momentos, al público de Apolo, lo cierto es que fue una hora y media de música electrónica en directo de altísima envergadura. Aunque muchas veces para entenderlo haya que fijarse en la reacción colectiva. Davis, además, estuvo agradecido, hablador y se notó la dedicación que le estaba poniendo a un Set calculado y bien montado. Por momentos, entendíamos que el mismísimo Dj Shadow estaba ahí, esforzándose de manera sincera y comprometida con la única finalidad importaba en aquel momento: bailar, disfrutar, y olvidarse durante unas horas de que el invierno ha llegado.

Fotos de Pablo Luna Chao.

También disponible en Alta Fidelidad.

RICHARD HAWLEY. Barcelona, 26-10-2012.



No es lo mismo planear que volar.

Richard Hawley está cabreado. No es que se note en su música, que en directo roza la perfección, pero a tenor de comentarios suyos en recientes entrevistas, y de los que hizo anoche en la sala Apolo, sobre todo en relación a las clases pudientes y a su responsabilidad en esta crisis, se diría que ha empuñado la guitarra, ahora más que nunca, para denunciar la injusticia social con mayor furor. Nacido en la minera ciudad de Sheffield en 1967, vivió en primera persona la reconversión industrial y el paro de los ’80 en su país, que tuvo uno de los epicentros más conflictivos precisamente en su ciudad (quién no recuerda Full Monty). Todos le hemos presentado como el gentleman del rock británico, pero en realidad es un contestatario.

Ayer en Barcelona se expresó en esa nueva faceta suya, que le ha llevado, entre otras cosas tal vez más importantes como son el respeto y la devoción del público, a ser candidato al prestigioso Mercury Music Prize británico. Porque Standing At The Sky’s Edge (Parlophone, 2012) ha marcado realmente un punto de inflexión en la carrera de Hawley. Al margen del reconocimiento, su sonido ha ganado en fibra y corpulencia, al tiempo que ha abandonado, en gran medida, su característica entonación crooner: solo en la voz, en esa cavernosa y cautivadora voz que resuena en su propio cuello, se mantiene el imprinting de cantautor a lo Dean Martin. Bueno, y en su aspecto: porque Richard Hawley es un macarra de la vieja escuela, de la de los ’50-’60.

Con chupa lisa de cuero, abrochada casi hasta arriba, tejanos oscuros, botas de piel negra, los restos bien conservados de lo que en su día pudo ser un lustroso tupé, gafas de pasta y un pendiente muy brit en la oreja izquierda, se presentó ayer noche el ex de Pulp ante una abarrotada y satisfecha sala Apolo, en un concierto impecable organizado por la promotora Live Nation. Y a parte de combativo, estuvo hablador, gracioso y enérgico; y todo ello se notó en su música, además del tremendo amor que le pone en su ejecución. Porque Hawley es de esos tipos que, habiendo tratado siempre a la música como si ésta fuera su reina, ahora reciben de ella la gratitud que merecen sin tan siquiera tener que pedirlo. Por eso, quizás, ha despuntado su figura justo ahora: solo porque él lo ha querido así.

Oyéndole en directo mezclar, por ejemplo, Soldier On, logrando que solo el aire acondicionado perturbase el silencio, con Leave Your Body Behind You, paradigma de su nuevo sonido, entendemos que hasta ahora solo ha estado agazapado: que aunque siempre haya dicho lo mismo, tal vez ahora lo está gritando. Para eso se rodea de una banda que le da verdadera consistencia y vertebración, y no el simple arropo de temas como la vieja Hotel Room. Ésta fue interpretada en tercer lugar, tras abrir el concierto con la stoner Standing At The Sky’s Edge y Don’t Stare At The Sun, quedando patente que todo el abanico del de Sheffield se abriría sin complejo alguno, para regocijo del variado público barcelonés. Tocó casi entero su último trabajo, intercalándolo en el bloque central con temas del Truelove’s Gutter (Mute, 2009), haciéndonos flotar a todos.

Entre Remorse Code, una baladaza de diez minutos de su penúltimo Cd, el planeo pre-psicodélico de Time Will Bring You Winter y el encarado guitarreo de Down In The Woods, nos debimos acercar a la experiencia del austriaco ese que ha saltado desde la estratosfera, pero a la inversa. Porque no es lo mismo planear que volar. En esa tríada final, Hawley desvela toda su evolución reciente: del crooner flotante y resguardado tras la pose, al aguerrido guitarrista de cuero, comprometido y cañero; rebosante de materia, de platos y bombos en la batería, y de resonancia en las cuerdas vocales graves. Pero como a pesar de todo sigue siendo un tío galante y nostálgico, volvió en los bises para cerrar con su versión más clásica: Lady Solitude y The Ocean.

El de ayer era el último concierto de una gira británica y europea que empezó a mediados de septiembre. Tal vez, si se cumplen los pronósticos y gana el Mercury, esta sea la última gira no del todo multitudinaria que haga Richard Hawley. Al tiempo. Creí entender que dijo que cuando esté en Sheffield, dentro de una semana, paseando al perro bajo la incesante lluvia, se acordará del público de anoche; y de sus caras, y de la felicidad que emanaban (esto lo pienso yo). Es posible, pero lo que no pongo en duda es el hecho de que la gente que, en efecto, acudió ayer a la sala Apolo, no olvidará en semanas lo que allí aconteció. Incluso las teloneras estuvieron a la altura: el dúo acústico femenino Smoke Fairies nos deleitó durante la espera con un folk suave al estilo de Mazzy Star, dando comienzo a una velada que resultó completamente redonda. 

Fotos de Pablo Luna Chao.

También disponible en Alta Fidelidad.

MANU CHAO. l'Hospitalet, 11-10-2012



El esperanto musical.

Me alegra comprobar que aún no soy lo demasiado adulto, ni estoy demasiado atrapado en la rutina y el apolillamiento como para rechazar una invitación para un concierto clandestino, camuflado e inesperado de Manu Chao en l'Hospitalet del Llobregat. Porque hay que dejar espacio en la vida para lo imprevisto. Pero por otra parte también he podido comprobar, atónito, que con 51 años en sus huesos, sigue teniendo más aguante y más fuelle que yo. Se presentó como suele hacer habitualmente en Barcelona: con otro nombre (Atomik Pardalets), sin publicidad de ningún tipo, con unas entradas baratas que se venden casi exclusivamente en el bar Mariachi, pero eso sí, con toneladas y toneladas de energía. 

Consecuente con un estilo que practica desde hace más de un cuarto de siglo, Manu Chao llenó la sala Salamandra con gente de todo tipo, y repasó, en el caos de una noche de fiesta sin principio ni final, una carrera que, aunque parezca haber frenado un poco, ha dejado huella en millones de personas de los cinco continentes. Anunciado para las 21h, debió empezar hacia las 22,30, pero cuando a la 1am nos marchamos de allí, no tengo la certeza de que aquello hubiera acabado. En un infinito derroche de fuerza, entrega, y de repetición y dilatación de sus grandes clásicos hasta convertirlos en una interminable pista de punk-rock rumbero, el franco-gallego-vasco (y catalán de adopción) se despedía y volvía una y otra vez, interpretando y reenganchando temas de nuevo, como si toda su carrera fuera una inmensa canción de más de tres horas, y como si cada minuto fuera a ser el último. 

Poco importó si ésta la tocó, o si aquella ya había sonado antes: porque Manu Chao, a parte de un puñado de canciones que conquistaron medio mundo en la década pasada, es un músico de filosofía y sentimiento, más que de hits y canciones bandera, que aunque también las tiene, se diluyen en una marejada catártica continuada que, como si fuera una bola de nieve bajando la ladera de una montaña a toda caña, siempre acaba en el tipo de rock mestizo que hacía con su hermano a finales de los '80 en Francia con Mano Negra

Pero Manu Chao evolucionó desde aquella época; viajó, se mezcló, aprendió músicas y culturas de todas partes, y se convirtió en algo más que un músico y líder de un movimiento socio-musical (aunque nunca asumiera el rol público y publicitario) de apertura al mestizaje: es, de alguna manera, el creador de una especie de esperanto musical en el que tiene cabida casi cualquier expresión cultural sonora, estilo tradicional o tendencia musical del mundo sincrético. Desde unas partituras simplistas, sinceras y casi dadaístas, su música siempre ha aceptado la adopción de formas que van desde el rock y el punk más sucio hasta la rumba y el son de Jalisco, pasando por variantes del ska y del raggae, y a veces incluso todo mezclado. Un ejemplo de la verdadera integración cultural, que aunque siempre es bueno tener en cuenta, lo es más en días  como hoy, en los que aún se celebra nuestra desastrosa llegada a América. 

Ni siquiera tiene excesivo protagonismo a nivel musical en el escenario: se dedica a tocar una guitarra, flanqueda por bajo, eléctrica y batería, que parece más bien anecdótica, mientras en verdad asume el papel de carismático rey de ceremonia, saltando, animando y agarrando la música por los cuernos, como si en ese momento fuera el hombre más feliz de la tierra. Comprometido siempre con causas que lo merecen, parece como si utilizara su magnético tirón para montar espectáculos de esta índole de vez en cuando, disfrutando con ello, para recaudar algo de dinero para luchar contra ésta o aquella injusticia: ayer, los 10$ que costaba la entrada se destinaban a la causa saharaui. No obstante, resulta curioso que aún alejado de los circuitos comerciales, ni siquiera le hace falta su nombre para mover lo que mueve, lo cual resulta admirable. 

Después de casi tres horas, y sin la certeza absoluta de que no siguen aún ahora tocando en la Salamandra, se puede decir que el concierto se había transformado en una especie de sesión del espíritu de Mano Negra, aderezada por la aparición de varios colaboradores eventuales, uno de ellos portugués y otro chileno. Con sus músicos de siempre, amigos de toda la vida, y la sintonía exaltada de Radio Bemba a todo trapo, Manu Chao parecía resistirse al cansancio, y fue el público el que empezó a marcharse de manera escalonada. El sábado repite en la misma sala, con el mismo nombre de camuflaje, y con las entradas agotadas ya desde hace días. No repetiría, sobre todo sabiéndolo de antemano, pero ¡qué bien sienta de vez en cuando dejarse contagiar por las vibraciones de Manu Chao! Sobre todo si hasta tres horas antes no tenías ni idea de que eso podía pasar...

Fotos de Pablo Luna Chao.

También disponible en Alta Fidelidad. 

CUCHILLO. Barcelona, 10-10-2012.



Contemplando a Cuchillo.

La última vez que vimos a Cuchillo en su casa, en Barcelona, les daba en la cara un potente sol de junio, casi completamente horizontal, que bañaba de luz una plaza del Poble Espanyol que más tarde, ya bajo las estrellas, albergaría a Beth Gibbons y a los Portishead. En aquella ocasión, la tremenda expectación por los de Bristol nubló a los elegidos locales, que presentaron tímidamente parte de su recién estrenado segundo Lp, Encanto (Limbo Starr, 2012), ante el escaso y distraído público que iba llegando. Pero ayer, tras regresar de una breve gira por Noruega, Estados Unidos y Méjico, volvían a una sala de la condal, esta vez para ser los únicos protagonistas. Así, dentro del Budweiser Live Circuit, y gracias a la colaboración con éstos de la sala Music Hall y del sello Limbo Starr, los Cuchillo abrieron su mini-gira por la península con un discreto concierto. El 19 estarán en Girona, el 20 en Valencia y el 25 en Madrid.

Está claro que una sala pequeña es el hábitat climatizado para que la fórmula de Cuchillo funcione en su máxima potencialidad. Recuerdo haberla presenciado, en los Veranos de la Villa de 2011, cuando tocaron en el perfecto auditorio del Conde Duque. Pero ayer, pese a que todos los astros se alineaban en el cielo, creo que no vimos la mejor versión de este interesante y prometedor dúo reconvertido a trío. No faltó calidad, ni las finas y delicadas salpicaduras decorativas habituales: arreglos de flauta, teclado, y hasta saxo; ni faltó el juego de intensidad y dilatación, de concreción y dispersión que surge de un setlist bien orquestado. Quizá, exigiéndoles tal vez demasiado pronto un paso hacia el frente, necesitan un punto más de efectismo: les falta pisar más fuerte, gritar más alto, y sacarle más partido a las virtudes que saben que tienen.

Porque el atractivo de Cuchillo no ha de limitarse solo a su gran capacidad de ambientación. En su dispersión armónica y de intención cinemática, más presente en su segundo Cd, optan por unos desarrollos más bien paisajísticos; pero en realidad, supongo que todos queremos recordar y evocar los caminos que hemos recorrido en la vida, o en un momento dado, y no solo acordarse de un simple y vago paisaje, más o menos cambiante. El verdadero carácter del trío, en mi opinión, lo encontraremos entre las progresiones fatalistas (y hasta toolianas) del Duat (Limbo Starr, 2010), y el enganche de su melódica soleada, presente en su álbum de debut, Cuchillo (Sinnamon, 2008). Ayer en la Music Hall intercalaron lo viejo entre lo nuevo, pero todo sonó un poco como cuando nos dejamos llevar, y simplemente miramos por la ventanilla del pasajero.

Solo cuando enlazaron Sombra y Mar, Come With Me y Breathing Again, al poco rato de haber comenzado, y con La Hierba, ya a modo de cierre, marcaron realmente territorio en un escenario, y ante un público, que no les debió suponer un reto especialmente complejo. No es que el Encanto tenga un sonido débil, pero es más frío y estático, por lo que las piernas flaquearon cuando abandonaron aquel tono fronterizo y tan desafiante, de corte desértico, serpenteante y tostado, propio de su trabajo pasado; y eso fue la mayor parte del concierto. La dulzura y la armónica conjunción de instrumentos fueron las notas dominantes, pero no son suficientes si en verdad lo que se quiere es apostar, arriesgar y destacar.

En cualquier caso, la proyección de Cuchillo está fuera de toda duda: con una propuesta diferente dentro del panorama indie de nuestro país, estos chicos gozan de un amplio margen, ya no de mejora, sino de evolución. Da la sensación de que aún andan removiendo ingredientes, sentimientos y músicas bien diversas en sus interiores, como quien gesta tempestades para luego engendrar un algo grandioso y definitivo. Pero mientras eso no termina de ocurrir, nos seguiremos contentando con asistir a conciertos de atmósfera contemplativa y distendida como el de ayer, donde llegaron incluso a versionar a capella a David Crosby.

Israel Marco a la guitarra, Dani Domínguez a la batería y Henrik Argen con guitarra y tecalado conforman ahora mismo Cuchillo, pero contaron ayer con la colaboración de Rhys Pyefinch al saxo, en Navega y en La Hierba, acabando el recital con una pequeña apoteosis instrumental. Un concierto que tuvo momentos de especial interés acústico, sobre todo cuando Marco empuñó una guitarra viejísima, de los ’60, Domínguez un udu (instrumento esférico de percusión africano), y Agren una enigmática caja de madera para interpretar, de manera absolutamente desnuda, Algo Mejor.

En poco más de una hora, tal vez cansados, y desde luego no al 100%, los Cuchillo finiquitaron un recital que, pese a todo, resultó compacto y bastante sólido: con un sonido sin perfiles ni perímetros fijos, la personalidad de este trío sueco-barcelonés reside en la construcción de un lenguaje de modales aseados y cuidadas descripciones ambientales. Y desde luego, esa es la mejor base para edificar un proyecto que, en mi opinión, ha de destacar en el panorama musical nacional. 

Fotos de Pablo Luna Chao.


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SHARON VAN ETTEN (Madrid, 27-09-2012)



La oscuridad nos permite divisar estrellas que siempre han estado ahí.

En teoría, es físicamente imposible ver nacer una estrella. Aunque eligiéramos un espacio negro del cielo, lo mirásemos fijamente durante un buen rato, y de pronto, como por arte de magia, se encendiera una pequeña lucecita, un minúsculo punto brillante, sabríamos que no es más que la noticia, con tal vez cientos de años luz de retraso, del verdadero nacimiento de la lejana estrella. O como pasa con Sharon van Etten: ¿Cuándo consideramos que nació la estrella, su estrella? ¿Al nacer ella? ¿Al empezar a cantar y tocar? ¿Al ser descubierta y empujada por la pléyade de amigos con los que se codea? ¿O tal vez cuando acumule un número mínimo de conciertos como el que dio anoche en el madrileño Teatro Lara? Es posible que un requisito indispensable sea que ella misma se lo crea, y que se vea como parte del star-system del indie-folk. Pero por mí, aunque siga toda la vida siendo tímida, cercana y tan humilde, Sharon van Etten es ya una de las grandes.

Lo ha conseguido por el camino correcto: paso a paso, sin hacer demasiado ruido, y despuntando con un tercer disco, editado ya con Jagjaguwar, cuando lo que todos esperábamos era el ansiado regreso de Cat Power. Tramp (Jagjaguwar, 2012) contiene ya material serio, con el que preparar conciertos suntuosos y emocionantes como el de ayer. Era el segundo de una gira que empezó el miércoles en Lisboa, y que la llevará, hasta el próximo enero, por gran parte de Europa, Norteamérica, e incluso a Australia. Y era, además, la primera vez que tocaba en Madrid. Mañana lo hará en Valencia, y el sábado en Barcelona. Tal vez por todo ello empezó un poco nerviosa, y aunque no titubeó ni un instante, se mostró tal y como debe ser: modesta, natural, comprometida con su música y con ganas de hacerlo bien. Personificando esa fragilidad, mansa y sin embargo inexpugnable, que tanto la caracteriza musicalmente.

El de anoche en el teatro Lara fue uno de esos típicos conciertos, sencillos pero redondos, que suele organizar la promotora Son de Estrella Galicia. Sharon se sintió a gusto; excelentemente bien acompañada por una banda de tres, con batería, bajo, teclado y refuerzos de guitarra y de voz constantes, Van Etten pudo arropar su ya de por sí autosuficiente fuerza vocal, completando un sonido, el del Tramp, con atractivas subidas y bajadas de tono y de intensidad. Porque la de Jersey, en efecto, quiso mostrar todo el prisma de luces que la iluminan al crear música, pero además, siempre desde el optimismo. Así, dio comienzo al recital con All I Can y Warsaw, interpretando el pop y el rock, con ese acento folk metropolitano que casi solo ella le sabe dar, desatado después con Save Yourself

Puede que hasta Magic Chords muchos no reconocieran a la Sharon van Etten del último disco: más curtida y umbría, es capaz, con canciones así, de tocar fondo anímicamente, y transformar la experiencia en una elegante procesión de luces y sombras; brillantemente interpretada por una voz que llenó el teatro, y nos erizó a todos en nuestras butacas. A partir de entonces, en la segunda mitad del concierto, Van Etten ganó la poca seguridad que le faltaba, agarró su carácter como bandera, y empezó a demostrar de verdad la madera de estrella que tiene, o que ha tenido siempre. Se marcó un solo inédito, con una guitarra acústica y una voz que hipnotiza, rellenando ella sola todo el escenario. Y cuando volvió su grupo, la temperatura ya había cambiado. Porque puede que haya más pasión en lo que hace esta chica cuando en su vida no luce el sol.

No quiero desearle el tormento a mis artistas favoritos solo para que compongan más y mejor, pero en cierto modo bendecimos todos aquellos tropiezos que, tras superarlos y digerirlos, dieron origen a temas como Give Out o Serpents, tocadas seguidas cerca del final. La primera sonó espectacular, con batería, guitarra y voces reforzadas, y en un tono aún más carnal que el que presenta en el Cd. Y la segunda, un auténtico temazo, con la energía y la intensidad de quien aún se siente fuerte tras el enésimo desplome. Sharon es delgada, aparentemente frágil, blanquita, y cuando habla, que lo hace mucho, irradia una simpatía casi cándida, pero por dentro es de un material duro y resistente, de las que saben absorber los golpes, aprender de los errores y transformarlos en algo bueno.

Dejó, eso sí, una ventana abierta a la luz al final del concierto: I’m Wrong y, tras la pausa, Love More, sellaron la paz con su estado de ánimo, que ya empezaba a ser consciente del placer que había sido para todos los asistentes el poder verla en directo, y tan de cerca. Sharon van Etten se distingue, en mi opinión, por un carácter auténtico, por una visión del folk muy liberada, y por esa nota distinta con la que siempre nos sorprende. Pero ayer, además de tablas en proceso de mejora destacable, demostró también que sabe dirigir a una buena banda: los de ayer eran músicos de primera, y si la Van Etten estuvo a la altura, es que de verdad la podemos considerar como una nueva estrella del firmamento independiente. Y no ha hecho más que empezar.

Fotos de Pablo Luna Chao.

También disponible en Alta Fidelidad.

Escucha el setlist del concierto en Spotify.
o míralo aquí!)

NICOLAS JAAR. Barcelona, 16-09-2012



De cuando Apolo se rindió a los encantos de Nicolas.

No sé a qué iluminado escuché un día soltar la frase: “la música electrónica es como el sexo”. Podría afirmar, sobre todo después de asistir al concierto de ayer de Nicolas Jaar, que hay una importante dosis de verdad en esta afirmación, pero yo matizaría que en realidad solo la buena música electrónica se parece al buen sexo: candente, basada en una métrica cambiante, de intensas y múltiples velocidades, ha de ser sinónimo de conexión entre emisor y destinatario, ahondando en el deseo y la necesidad crecientes del siguiente cambio de ritmo, y contemporizando sutileza y contundencia en un mismo acto. Un concierto que fue seductor y elegante, sugerente y muy excitante. Pocas veces el objetivo de mi cámara me había parecido un elemento tan fálico, o me habían resultado tan claramente insinuaciones las rozaduras con... ¡Oh, cielo santo: es un tío el que me toca por detrás!

En realidad viene a ser nimia la diferencia entre un concierto y una sesión a estas alturas, y más, a los niveles de excelencia en los que se mueve Nicolas Jaar. Con poco más de 21 años, no solo se le puede considerar un niño prodigio por su carrera en la adolescencia, o por su fantástico primer Lp: ha confeccionado también un directo para quitarse el sombrero. ¡Qué polvazo, Nicolas! Las bases de las canciones que hay en su disco sirven de lejana línea melódica para unas estructuras que se enarbolan más allá de lo binario, y se rellenan con algo más que sonidos programados. Porque Jaar ha concebido un directo en el cual su electrónica, explotada y orquestada a la perfección desde el mínimal hasta el techno, se confabula con un saxo y una guitarra eléctrica para destrozar definitivamente las fronteras imaginables entre las etiquetas y los géneros musicales.

Anoche, en la abarrotada sala Apolo, y Primavera Sound mediante, este joven medio chileno medio norteamericano, hijo de una celebridad artística, se doctoró con nota; aunque no solo él. Nos hizo el amor. En prácticamente dos horas de espectáculo Nicolas reconstruyó parte de su incipiente obra, reformulándola en bloques de 20-30 minutos, iniciados siempre desde los escombros de algún sentimiento profundo y de iluminación tenue y queda. No obstante, el desarrollo posterior de cada parte, donde podían sonar reconocibles ciertos temas o no, fue como una sucesión de imágenes íntegramente sonoras  de construcciones arquitectónicas potentes y estilizadas, que levantaba in situ  con la ayuda de Dave Harrington y Will Epstein. Harrington, el guitarrista, deslumbrante de principio a fin, sostuvo casi en todo momento el discurso humanizado, que puede también emanar de la electrónica a veces, con punteos y riffs cercanos al space-rock, una presencia a lo M83, e incluso con simples rasgueos perfectamente amoldados al ritmo que marcaba Jaar.

La presencia de Epstein era más previsible, pero no por ello menos deslumbrante. Aportó esa leve estética étnica que decora el espacio que crea el maestro y lo ilumina: fue igualmente necesario para la argumentación del doctorado de Nicolas Jaar. Además, ambos parecen estar en sintonía con él en el aspecto electrónico, pues pulsaban más botones, pedales y teclas de Mac, que de saxo y que de cuerdas de guitarra. Tal vez sea por todo esto por lo que el concierto, en mi opinión, bajó ligeramente el nivel cuando, en uno de los bloques, se quedó solo el chaval ante el caldeado y sobreexcitado público de Apolo. Aunque siguió siendo categórico, los cambios en la marea de ritmos y las  intensidades resultaron más como la utilización de un recurso que como el verdadero fluir de pasiones en que se ha de basar, en mi opinión, el buen sexo...digo, la buena música electrónica.

Con todo, fue un conciertazo sin paliativos. Tuvimos incluso en honor de escuchar el reciente remix que ha hecho Jaar de Cherokee, el tema que abre el decepcionante Sun de nuestra idolatrada Cat Power (a quien, por cierto, veremos pronto por Barcelona gracias a Primavera Sound). También oímos la versión reconstruida y reformulada de Space Is Only Noise If You Can See, de Too Many Kids Finding Rain In The Dust, y de Keep Me There, entre otras delicias sonoras que, si bien se basaron en ciertos pasajes de ciertas canciones del disco, nada tienen que ver con aquel adorador del silencio que se destapó a principios del año pasado como una de las grandes promesas de la electrónica con un Cd de corte minimalista. El único pero fue que su voz, en los pasajes cantados, no se escuchaba demasiado. Ahora, tras verle y sentirle en directo, me doy cuenta de que hay que ser realmente bueno para rellena el espectro que va desde ahí al techno; y hacerlo encima como quien le hace bien el amor a una sala entera. Y Nicolas Jaar lo es realmente.

Fotos de Pablo Luna Chao.

También disponible en Alta Fidelidad.