Creo que ha llegado el momento de enfrentarme a Interpol, de describir esta extraña relación de amor-odio que tengo con los de New York. Los vengo siguiendo prácticamente desde el principio: desde la edición de su primer y, hasta ahora, insuperado disco TURN ON THE BRIGHT LIGHTS. Cada vez me gustaban menos, hasta que el pasado año, con la publicación de Interpol, su cuarto Cd, casi me desmarqué definitivamente de ellos (la prueba la tenéis en mi post de The National). Mi opinión sobre ellos iba paralela a la que tenía sobre Dexter: 1ª entrega sobresaliente, 2ª aprobada por los pelos, y 3ª muy por debajo del nivel. La 4ª de Dexter superó incluso a la primera, pero a Interpol ya los daba por perdidos. Por fortuna, aposté por verles en el Primavera Sound, y resultaron ser los que más me gustaron. Conscientes del decaimiento compositivo que sufren, preparan un directo basado en sus grandes éxitos, que son muchos, pero antiguos (que no anticuados). Es vivir, y bien, de las rentas. Su concierto ha provocado en mí un nuevo brote de enamoramiento; y, cómo no, he vuelto a su increíble ópera prima.
TURN ON THE BRIGHT LIGHT salió a las calles el 19 de Agosto de 2002 con el sello de Matador Records. Llegó alto en las listas, sobre todo en el Reino Unido, de donde heredan claramente su sonido, y tuvo una acogida espléndida entre la crítica y el público. Casi una década más tarde, todavía oímos la ruptura del plástico de envolver antes de empezar a escucharlo. Es una música inconfundible, pero suspendida en el tiempo: por este disco no pasan los años; y si lo hacen, solo consiguen mejorarlo. Es un álbum redondo, con vida propia, profundo y oscuro, pero luminoso y bello; un disco en el que todas las canciones parecen la misma (si te gusta una, te gustan todas), o cada una, pequeños fragmentos de un todo enormemente coherente; TURN ON THE BRIGHT LIGHTS es la definición categórica del estilo de Interpol. Cada tema, de todas formas, tiene algo especial: una marca inconfundible que enriquece el preciso canon que proponen sin desvío durante toda la obra.
Porque aunque sea una banda norteamericana, se nota muchísimo que Paul Banks y Daniel Kessler, los dos integrantes más notorios, son británicos. De los 11 temas hay solo cuatro que podríamos considerar lentos, y tan solo NYC se libra de ese ritmo métrico cuadriculado, tan británico. Siempre hay un 1x1 de base en Interpol, y eso, en los otros 7 temas, más cañeros, resulta el trampolín perfecto para unos rasgueos de guitarra igualmente directos. Porque además Interpol combina algo realmente difícil de conjugar: la contundencia instrumental con la honesta declamación de una retahíla de sentimientos puros, con el traslucir sincero y opaco de un intimismo de puertas abiertas.
TURN ON THE BRIGHT LIGHTS está vivo porque su transcurrir marca el ritmo del ciclo hacia la muerte. El principio suena a principio, a despertar, a cimientos que se desdibujan cada año un poco más. Untitled es como esos primeros pasos, inseguros y torpes, que damos al nacer, quién sabe en qué dirección. Lenta y profunda, con acampanadas guitarras de lluvia fina, y apenas bitónica, se desvanece ante la fuerza básica, casi infantil de Obstacle 1. Una pareja de rasgueos a cuadros inauguran el tema, y un porrazo de batería abre definitivamente el disco al cielo abierto. Con este tema los Interpol parecen dispuestos absolutamente a todo. Uno de los 3 o 4 mejores temas de la banda. Banks más que cantar, expresa: expira una voz quejosa, que las guitarras y la batería, en procesión de bofetones al galope, elevan como a un importante portaestandartes.
Durante años mi canción favorita fue NYC. Es la más extraña y distinta de todo el álbum, y tiene ese aire envolvente y cálido de tranquila introspección de Lost in Translation, que la hace absolutamente mágica. Es como mirar el invierno a través de una ventana empañada por el hielo y la lluvia; como echar unas gotas a una acuarela para diluir la imagen hacia reinos oníricos. Pero en este nuevo brote me centro más en el Interpol de cuerda fija. Pda es como ese caminar seguro de los jóvenes que completan con éxito y decisión el difícil puente entre la adolescencia y la juventud; como saliendo de un extraño trance de confusión, los Interpol ya saben a dónde se dirigen: hacia un poprock de herencia punk británica que siempre mira hacia adelante. Porque el futuro también puede producir nostalgia. Ese último minuto es como un viaje en autobús, de noche, hacia una nueva ciudad que nos acoja. Dejándolo todo atrás.
La parte central de Cd suena, de hecho, a punto medio. Say Hello To The Angel, Hands Away, la penúltima y acristalada pausa antes del largo desenlace, y Obstacle 2 son lo más neutro y convencional del disco. Suenan mucho a Interpol, prestándose a formar parte del paradigma, pero ceden su personalidad a la común del disco: son algo menos especiales. Pero en seguida, como cortada por otro rasero nuevo, alterada por un leve matiz de texturas y grano, aparece Stella. Es el principio del fin.
Porque el final, en TURN ON THE BRIGHT LIGHT, suena intensamente a final. Es alucinante. Es lo opuesto a la sólita estafa del cine romanticón de Hollywood: la nostalgia de la música no es un simple truquito para la lágrima fácil; en Interpol va primero el sonido, y luego nuestra imaginación crea la imagen de despedida, de ahogo en el olvido, de final irrevocable. Esa sensación empieza en las estrofas de Stella (que nunca oiré en directo, me temo), y de la un toque increíble al último bloque del Cd; pero, sobre todo, le da vida propia al álbum entero. Al final es una canción como las otras, pero con más grano, con un ligero aumento: es lo mismo pero con una cámara que recoge hasta las arrugas de sus caras, hasta la textura del surco de sus llantos.
Stella es quizá el mejor ejemplo de otra característica que hace irresistible el sonido de Interpol, detalle que se acentúa a medida que avanza el Cd. La obsesión de la banda es notable: no hay mucha lírica en sus composiciones, pero sí mucha repetición, mucho pasar mil veces por el mismo sitio, hasta crear un camino, aunque éste sea en círculo. La insistencia es la mejor arma de este grupo, quizá por eso ahora bordan los directos, pero están secos de líquido fresco: aceptaría que sacaran un disco cada tres años con tal de que lo rodaran tan bien como hicieron con el primero.
En Roland parece que no están dispuestos a dejarnos, hasta que llega ese punteo repetitivo, aferrado al calvo ardiente que es la vida. Nunca antes habían subido tan alto, y el descenso ya suena a final de etapa. Aunque constantemente esgrimen cosas nuevas, se va anunciando lo que en The New es ya inminente. Ésta, de todas formas, contiene los últimos estertores de juventud de un hombre que agoniza, orgulloso, mientras recuerda el ritmo implacable sobre el que cabalgó durante toda su vida. Puro diálogo entre bajo y guitarristas. Una lucha interna que nos prepara para aceptar con calma y paz el inevitable final.
Liet Erikson se supone que fue el primer europeo que vio América, hace ahora mil años. Un nuevo mundo desde el hielo, desde la muerte: un nuevo comienzo, que solo es posible mediante un previo final.
TURN ON THE BRIGHT LIGHTS acaba posándose con la dulzura digna de quien ha vivido fiel a sus principios. Poco hay de esos valores musicales en el resto de su discografía, pese a pequeñas y aisladas excepciones (sobre todo en el Antics, su 2º trabajo). Personalmente opino que han perdido casi toda la fuerza, frescura y sinceridad que rebosaba en este primer álbum, pero es normal porque la calidad compositiva se desbordó sin remedio aquí. Por fortuna, como ya he dicho, creo que son muy conscientes de que viven de unas rentas que, por méritos propios, les son suficiente argumento para llenar, emocionar e impresionar a estadios enteros. Desde luego, a mí me basta con este disco para que sigan gustándome otros diez años por lo menos.