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TV ON THE RADIO



La serpiente del millón de pieles.

TV on the Radio no es un grupo más, es una de esas bandas de culto, inclasificables, llamadas a marcar el camino para las próximas generaciones de músicos (con algo en la cabeza). Su sonido no tiene nada que ver con casi nada que hayamos escuchado antes. Cada una de sus canciones son como enteros ecosistemas, diferenciado entre sí, pero cuyas fronteras son absolutamente ilocalizables. Son ecosistemas vivos, cambiantes, en constante mutación: TV on the Radio son la serpiente de un millón de pieles, sibilina y astuta; un organismo perfecto, con coraza de rock y la sangre negra.

Desde su nacimiento en 2001, esta banda de Broocklyn la integraban Tunde Adebimpe, de origen nigeriano, Kyp Malone, David A. Sitek, que también los produce (el único blanco, por cierto), y el recientemente fallecido Gerard Smith. Murió el 20 de abril, el día que el Real Madrid le ganó la Copa del Rey (o chupito) al Barça; y por muy culé que sea, no fue esa, ni de lejos, la mala noticia del día. Con su 5º Cd recién salido al mercado, ya sabíamos que su grabación se había visto irremediablemente marcada por la enfermedad del bajista, que además fue fulminante. Muchos notamos en NINE TYPES OF LIGHTS un ligero acento de tristeza, y su efusividad musical bastante rebajada. Eso sí, sin perder un ápice de calidad y de esa capacidad de asombrarnos con cada canción.



Con TV on the Radio pasa como en el síndrome de Estocolmo, como en Átame: cada tema capta tu atención, secuestra tus oídos, los abren para que pasen todos sus múltiples instrumentos, te atrae cada vez más hacia su interior, como si el disco fuera un pequeño universo plagado de enormes y colindantes agujeros negros. Y cuando ya estás dentro, sientes que es un encierro voluntario; pero disfrutas tanto con la compañía de tus secuestradores, con sus voces de goma, que desearías que no te soltaran nunca.

No voy a discutir si me parece mejor este Cd que el Dear Science, el Desperate Youth, Love Thirsty Babes, el Ok Calculator, o que el inconmensurable Return To Cookie Mountain. Porque esta banda está madura desde las raíces; y los frutos, distintos en cada estación, son racimos perfectos de fraseos originales, provocativos y de alma funky. Tienen el flow de los Globetrotters, de la estética setentera, pero pasada por la trituradora del grunge, del punk, del postrock y del postpunk (por la trituradora de los 80-90, vaya).

Diría, eso sí, que el NINE TYPES OF LIGHTS es el disco más homogéneo: sin contundencias extremas, y sin caer en la melancolía evidente, aquí los TV on the Radio establecen una medular menos dispuesta al ácido, más realista, acomodada y, por decirlo de alguna manera, adulta y seria. Empieza Second Song con lo que parece un acordeón, y una voz, ambas de tendencia plañidera. Pero pronto, antes del minuto y medio, la banda lo despliega todo: guitarra, bajo, batería, base, y de pronto, Tunde cambia su voz. Realmente parece otro: no es posible que una voz tenga tanta profundidad. Parece una de esas plantitas que cambian su color mil veces en apenas unos milímetros; o ese chorro de agua, proveniente de dos grifos, que está caliente y frío al mismo tiempo. Agudos y graves, Tunde los abarca todos en la glotis.

En Keep Your Heart vuelve a pasar (como en casi toda la disografía): los estribillos, siempre agudos y melódicos, son más finos y volátiles; y en este caso, la cascadita de guitarra marca el ritmo, de constancia pasajera, no solo del tema sino del disco en general. Por este principio podríamos augurar un Cd con menos aristas, menos sonido enlatado en distorsiones y efectos; aunque TV on the Radio sean los maestos del sonido metálico, los orfebres del postrock artístico. Porque sí, tal vez sea el disco más artístico de los de Broocklyn.

Sin salirse de esa línea elegantona, recuperan su vertiente funky y hiphopera (muy sutil, como de laboratorio) en You, que es un temazo que se mueve por sí solo, que baila consigo mismo, y sobre todo en No Future Shock. El funky de TV on the Radio es único y casi imperceptible; distinto y conceptual. Parece que llegan a él desde donde nadie antes se había acercado: como accedieran entraran por una puerta de atrás que nadie conocía, como venidos del rock, haciendo el camino inverso. Este temazo termina con vientos en fiesta, con un festival de ritmo entre lo caribeño y lo raggae. Y cuando solo ello pueden parar la inercia, cada vez más arrolladora del Cd, lo hacen con Killer Crane: una dulce balada, como de juglar posmoderno, suspendida entre gatillo y gatillo.

Porque en seguida suena Will Do: todos los discos de TV on the Radio tienen un temazo que destaca por encima del resto de canciones, y en NINE TYPES OF LIGHTS, es este. Tiene el ritmo más descaradamente callejero, aunque sobrado de elegancia y nobleza. Es un poco como el primer tema de un rapero que ya es veterano, como si hubieran cruzado una frontera de madurez que ya no tiene vuelta atrás. La provocación suena más a amenaza de padre que a insulto de crío, pero la tintura adulta a TV on the Radio le sienta bien, como las canas a George Clooney. Pero los de Broocklyn son factoriales: conservan, pese a las mutaciones, todas las características y elementos sonoros con los que han ido creciendo. En New Cannonball Blues realmente parecen el último peldaño que ha alcanzado la música negra, la completa sofiscticación de un sonido milenario (no nos pasemos, dejémoslo en centenario).Y de nuevo los vientos en fiesta.

El final del Cd no es tan bueno como su principio. Repetition es ya un ejercicio de rock más o menos convencional, con la acentuación pertinente de esa faceta adictiva y obsesiva de su sonido. Flaquea sobre todo en Forgotten, porque de repente huele a final sin previo aviso, y casi te entran ganas de que, efectivamente, acabe y puedas pararte a pensarlo. No obstante, reservan para el verdadero final el ritmo engreído (con permiso de Will Do): Caffenaited Consciousness combina ese hiphop rockero de Beastie Boys o Rage Against the Machine con un estribillo que podría haber sido extraído de un The Best of Red Hot Chili Peppers. Que tampoco es mala, por supuesto que no; pero es la primera vez que los TV on the Radio nos recuerdan a otros grupos.

Supongo que estará siendo una gira extraña para los de Broocklyn; sin Gerard Smith. Es quizá lo único que lamento no haber hecho este verano: verles en directo. Supongo también que tendré ocasión de hacerlo en un futuro, porque la banda parece que sigue adelante. Habrá que ver cómo afecta a su sonido a medio y largo plazo. Desde luego, parece difícil que este acontecimiento, por dramático cortante que pueda ser, pueda empañar o minar la extraordinaria trayectoria de este grupo. Para mí, una de las guías de innovación más imporantes de la música actual; una de las bandas por las que ha mereceido la pena esta última década.

...AND YOU WILL KNOW US BY THE TRAIL OF DEAD




...And You Will Know Us By The Trail Of Dead, con todas las letras. 

Tienen un nombre tan imposible de recordar como inconfundible. Nadie en su sano juicio rechazaría la abreviatura que se ha terminado imponiendo, pero seguramente ignorarían el tremendo significado simbólico del definitivo desprendimiento de palabras en su nombre. ...And You Will Know Us By The Trail Of Dead no es lo mismo que Trail Of Dead, o eso creí entender al verles en directo en el Paredes de Coura 2011. Tuvieron su momento, pero por desgracia, éste parece haber pasado ya. Voluntaria o no, su evolución marca un desinfle importante en las virtudes que les hicieron romper los moldes. SOURCE TAGS & CODES fue el momento: aquel en el que todas y cada una de las palabras simbolizaba un buen motivo para escuchar ...And You Will Know Us By The Trail Of Dead

Al margen del cambio de componentes, y del progresivo cambio de estilo, a parte de que califiquemos este disco como post-rock, o incluso post-hardcore, y a los últimos como mero ejercicio de pop-pock alternativo, lo que más decepciona de su evolución es que, salvo el SOURCE TAGS & CODES, ninguno de sus otros Cds te marca realmente. No quita que sean buenos: hay un montón de discos que te entran despacio; que al escucharlos parece que tenemos puesto un impermeable, que todo nos resbala: cada nota, cada canción. Entré en este grupo por el So Divided y por el Worlds Apart, que te permiten apreciar la calidad del grupo; incluso generaron en mí deseos de verles en directo. Y ya ahí me llevé el primer chasco.



Pero es que el SOURCE TAGS & CODES sí que te marca: sí que reconoces, desde el mismo instante en el que suena por primera vez, cada nota, cada canción. Como si ya las conocieras de antemano; como si siempre hubieran estado ahí, agazapadas en tu mente esperando a que tu mano sobre el play las iluminara, las despertara. Con buen oído y paciencia te gustarán los demás discos, porque son buenos: como esos platos ultracondimentados tan ricos de los restaurantes. 

Pero este es otra cosa: no valen la paciencia ni la espera. Es ya, es todo a la vez. Es un torrente, no de intenciones, sino de actos. Un boceto hecho en directo, inmediato, sin preparación alguna: de ritmo voraz, parece haber nacido fruto del primer ensayo, como si fuera el discurso apresurado e improvisado de quien no ha dicho nunca nada, y a la primera, lo suelta todo de golpe, sin pensarlo; sin pensar que es toda la verdad, sin rodeos ni subterfugios. Son un chute de leche condensada; los macarrones con tomate improvisados que, a las 6 de la mañana, cuando llegas borracho a casa, te saben a gloria, justo a lo que tú querías comer. Aquí sí que son ...And You Will Know Us By The Trail Of Dead, con todas las letras.

It Was There That I Saw You abre el disco con salto speedico de la cama, un impulso fuerte de electricidad, se da un respiro y, con el mismo salto, con la misma zancada, empieza a caminar; paso a paso, canción a canció; siempre firme y voraz. De esta primera piensas que es un temazo, pero con Another Morning Stoner sabes ya que es un discazo. Cada redoble está en su sitio, y te parece que siempre han estado allí, clavados, de un solo certero y preciso golpe. Conrad Keely y Jason Reece se intercambian guitarra, batería y la labor de cantante, pero me da igual quien hacía qué en esta canción: parace que a cada uno le sale del alma lo que suena de cada instrumento. 

Homage ya es casi un escupitajo de rock duro, tan primario que conecta directamente con el tuétano de nuestros sistema óseo. Las baquetas son tibias de algún homo habilis que cedió su cuerpo a la ciencia. Quizá por eso luego nos parece tan cálido el redoble de How Near, How Far, su bajo escalador, y el envoltorio agudo de las guitarras, que pugnan en la sombra por ver cual de las dos te consuela mejor. Ésta, Heart In The Hand Of The Matter y Moonson son las que más se parecen a lo que harán más adelante; pero aquí resulta sorprendente, y enriquece el Cd. Después, solo es la letanía de un estilo personal asentado y cómodo.

En Moonson ya vas entendiendo que la fiera se ha calmado. Incluso su final, parecería el perfecto final para un disco corto. Pero entonces llega Days Of Being Wild, como aquel inflexible Brezhnev, que volvió a proyectar la sombra funesta de su mano de hierro sobre la URSS, tras el pequeño interregno de Jrushchov, y su proyecto de desestalinización. ...And You Will Know Us By The Trail Of Dead son rama dura del PCUS en este álbum, y vuelven a la carga tras una leve relajación. 

De todas formas, el final del Cd parece tener una naturaleza distinta a la del principio. Parece que ha mutado durante su escucha, bajo nuestras propias narices. Days Of Being Wild era un espejismo, la última palabra del discurso de la bestia. Acaba por imponerse un rock más sosegado, ácido igualmente, pero más estático y moldeado. Relative Ways y Source Tags & Codes son la velocidad de crucero adecuadas que ha dejado la inercia de esos primeros impulsos, casi irracionales. Lástima que luego esa fórmula resulte caduca.

SOURCE TAGS & CODES es un disco que no deja indiferente a quien esté dispuesto a oírlo. Es un estilo estridente, directo, aguerrido, y puede no gustar a mucha gente de buen gusto; lo entiendo. Pero a las esponjas auditivas como yo, estoy seguro, les impresionará la intensa claridad de la idea de rock que estos señores tenían en 2002.


Fotos de Pablo Luna Chao, Paredes de Coura 2011.


INTERPOL




Creo que ha llegado el momento de enfrentarme a Interpol, de describir esta extraña relación de amor-odio que tengo con los de New York. Los vengo siguiendo prácticamente desde el principio: desde la edición de su primer y, hasta ahora, insuperado disco TURN ON THE BRIGHT LIGHTS. Cada vez me gustaban menos, hasta que el pasado año, con la publicación de Interpol, su cuarto Cd, casi me desmarqué definitivamente de ellos (la prueba la tenéis en mi post de The National). Mi opinión sobre ellos iba paralela a la que tenía sobre Dexter: 1ª entrega sobresaliente, 2ª aprobada por los pelos, y 3ª muy por debajo del nivel. La 4ª de Dexter superó incluso a la primera, pero a Interpol ya los daba por perdidos. Por fortuna, aposté por verles en el Primavera Sound, y resultaron ser los que más me gustaron. Conscientes del decaimiento compositivo que sufren, preparan un directo basado en sus grandes éxitos, que son muchos, pero antiguos (que no anticuados). Es vivir, y bien, de las rentas. Su concierto ha provocado en mí un nuevo brote de enamoramiento; y, cómo no, he vuelto a su increíble ópera prima.
TURN ON THE BRIGHT LIGHT salió a las calles el 19 de Agosto de 2002 con el sello de Matador Records. Llegó alto en las listas, sobre todo en el Reino Unido, de donde heredan claramente su sonido, y tuvo una acogida espléndida entre la crítica y el público. Casi una década más tarde, todavía oímos la ruptura del plástico de envolver antes de empezar a escucharlo. Es una música inconfundible, pero suspendida en el tiempo: por este disco no pasan los años; y si lo hacen, solo consiguen mejorarlo. Es un álbum redondo, con vida propia, profundo y oscuro, pero luminoso y bello; un disco en el que todas las canciones parecen la misma (si te gusta una, te gustan todas), o cada una, pequeños fragmentos de un todo enormemente coherente; TURN ON THE BRIGHT LIGHTS es la definición categórica del estilo de Interpol. Cada tema, de todas formas, tiene algo especial: una marca inconfundible que enriquece el preciso canon que proponen sin desvío durante toda la obra.

Porque aunque sea una banda norteamericana, se nota muchísimo que Paul Banks y Daniel Kessler, los dos integrantes más notorios, son británicos. De los 11 temas hay solo cuatro que podríamos considerar lentos, y tan solo NYC se libra de ese ritmo métrico cuadriculado, tan británico. Siempre hay un 1x1 de base en Interpol, y eso, en los otros 7 temas, más cañeros, resulta el trampolín perfecto para unos rasgueos de guitarra igualmente directos. Porque además Interpol combina algo realmente difícil de conjugar: la contundencia instrumental con la honesta declamación de una retahíla de sentimientos puros, con el traslucir sincero y opaco de un intimismo de puertas abiertas.

TURN ON THE BRIGHT LIGHTS está vivo porque su transcurrir marca el ritmo del ciclo hacia la muerte. El principio suena a principio, a despertar, a cimientos que se desdibujan cada año un poco más. Untitled es como esos primeros pasos, inseguros y torpes, que damos al nacer, quién sabe en qué dirección. Lenta y profunda, con acampanadas guitarras de lluvia fina, y apenas bitónica, se desvanece ante la fuerza básica, casi infantil de Obstacle 1. Una pareja de rasgueos a cuadros inauguran el tema, y un porrazo de batería abre definitivamente el disco al cielo abierto. Con este tema los Interpol parecen dispuestos absolutamente a todo. Uno de los 3 o 4 mejores temas de la banda. Banks más que cantar, expresa: expira una voz quejosa, que las guitarras y la batería, en procesión de bofetones al galope, elevan como a un importante portaestandartes.

Durante años mi canción favorita fue NYC. Es la más extraña y distinta de todo el álbum, y tiene ese aire envolvente y cálido de tranquila introspección de Lost in Translation, que la hace absolutamente mágica. Es como mirar el invierno a través de una ventana empañada por el hielo y la lluvia; como echar unas gotas a una acuarela para diluir la imagen hacia reinos oníricos. Pero en este nuevo brote me centro más en el Interpol de cuerda fija. Pda es como ese caminar seguro de los jóvenes que completan con éxito y decisión el difícil puente entre la adolescencia y la juventud; como saliendo de un extraño trance de confusión, los Interpol ya saben a dónde se dirigen: hacia un poprock de herencia punk británica que siempre mira hacia adelante. Porque el futuro también puede producir nostalgia. Ese último minuto es como un viaje en autobús, de noche, hacia una nueva ciudad que nos acoja. Dejándolo todo atrás.

La parte central de Cd suena, de hecho, a punto medio. Say Hello To The Angel, Hands Away, la penúltima y acristalada pausa antes del largo desenlace, y Obstacle 2 son lo más neutro y convencional del disco. Suenan mucho a Interpol, prestándose a formar parte del paradigma, pero ceden su personalidad a la común del disco: son algo menos especiales. Pero en seguida, como cortada por otro rasero nuevo, alterada por un leve matiz de texturas y grano, aparece Stella. Es el principio del fin.

Porque el final, en TURN ON THE BRIGHT LIGHT, suena intensamente a final. Es alucinante. Es lo opuesto a la sólita estafa del cine romanticón de Hollywood: la nostalgia de la música no es un simple truquito para la lágrima fácil; en Interpol va primero el sonido, y luego nuestra imaginación crea la imagen de despedida, de ahogo en el olvido, de final irrevocable. Esa sensación empieza en las estrofas de Stella (que nunca oiré en directo, me temo), y de la un toque increíble al último bloque del Cd; pero, sobre todo, le da vida propia al álbum entero. Al final es una canción como las otras, pero con más grano, con un ligero aumento: es lo mismo pero con una cámara que recoge hasta las arrugas de sus caras, hasta la textura del surco de sus llantos.

Stella es quizá el mejor ejemplo de otra característica que hace irresistible el sonido de Interpol, detalle que se acentúa a medida que avanza el Cd. La obsesión de la banda es notable: no hay mucha lírica en sus composiciones, pero sí mucha repetición, mucho pasar mil veces por el mismo sitio, hasta crear un camino, aunque éste sea en círculo. La insistencia es la mejor arma de este grupo, quizá por eso ahora bordan los directos, pero están secos de líquido fresco: aceptaría que sacaran un disco cada tres años con tal de que lo rodaran tan bien como hicieron con el primero.

En Roland parece que no están dispuestos a dejarnos, hasta que llega ese punteo repetitivo, aferrado al calvo ardiente que es la vida. Nunca antes habían subido tan alto, y el descenso ya suena a final de etapa. Aunque constantemente esgrimen cosas nuevas, se va anunciando lo que en The New es ya inminente. Ésta, de todas formas, contiene los últimos estertores de juventud de un hombre que agoniza, orgulloso, mientras recuerda el ritmo implacable sobre el que cabalgó durante toda su vida. Puro diálogo entre bajo y guitarristas. Una lucha interna que nos prepara para aceptar con calma y paz el inevitable final.

Liet Erikson se supone que fue el primer europeo que vio América, hace ahora mil años. Un nuevo mundo desde el hielo, desde la muerte: un nuevo comienzo, que solo es posible mediante un previo final.

TURN ON THE BRIGHT LIGHTS acaba posándose con la dulzura digna de quien ha vivido fiel a sus principios. Poco hay de esos valores musicales en el resto de su discografía, pese a pequeñas y aisladas excepciones (sobre todo en el Antics, su 2º trabajo). Personalmente opino que han perdido casi toda la fuerza, frescura y sinceridad que rebosaba en este primer álbum, pero es normal porque la calidad compositiva se desbordó sin remedio aquí. Por fortuna, como ya he dicho, creo que son muy conscientes de que viven de unas rentas que, por méritos propios, les son suficiente argumento para llenar, emocionar e impresionar a estadios enteros. Desde luego, a mí me basta con este disco para que sigan gustándome otros diez años por lo menos.



DEERHUNTER




Deerhunter tiene algo. No sé qué es; y seguramente, por muchos esfuerzos que haga, nunca llegaré a entenderlo exactamente. Pero hay algo indescifrable en su sonido, algo subliminal que se esconde tras las cortinas armónicas de guitarras y voces semi enterradas. Un extraordinario secreto, casi imperceptible, que es, sin embargo, el ingrediente oculto que altera toda la fórmula, el aliciente, el polvo mágico que transforma el agua en vino: el detalle sin el cual esta banda sería, simplemente, otra más.

Por eso, con Deerhunter no vale solo la primera impresión, ni la segunda, ni la tercera. Es un continuo redescubrimiento, una excavación arqueológica sin fin, en la que siempre nos parecerá que es en la próxima escucha, en el próximo estrato, un poco más profundo aún, donde hallaremos el secreto deslumbrante del sonido de esta banda. Un secreto bien guardado, que hace que sigamos escarbando, una y otra vez, sobre las muchísimas capas de que se compone su música. No sé si algún día llegaré tan abajo, pero el profundizar es siempre delicioso, y espero no alcanzar nunca el subsuelo. Una referencia: Troya apareció en el estrato 6-b, así que aún debe quedarme Deerhunter para rato.



Es difícil restringir a un solo disco el comentario sobre Deerhunter: las fronteras de esta banda son tan difusas como coherente es el conjunto de su trabajo. En mi memoria se solapan los Cds formando un paisaje completo, un inmenso planeta vírgen que espera ser surcado siempre como si fuese la primera vez. Pero de un tiempo a esta parte he sentido especial atracción por el MICROCASTLE, con un particular enamoramiento por Never Stops, que se produjo en Barcelona, cuando el Primavera, sin necesidad de haber ido a su concierto (elegí Explosions, como sabréis). Que sirva de ejemplo para un intento de aproximación y descripción.

Habría que decir que Deerhunter son de Atlanta, Georgia, que han editado 5 álbumes de estudio, y que lo han hecho con Kranky Records en EEUU y con 4AD en Europa. Que su valoración está, hoy en día, en alza, y que es uno de los grupos más admirados, importantes y representativos del momento en la escena independiente. Practican un indie cargado de la electricidad estática del shoegaze, y de una experimentación intermitente; un rock desgastado, creativo y original, a medio camino entre el pop y el grunge. Liderados por Bradford Cox, los Deerhunter no tienen un disco igual a otro: trabajan a diario su sonido, y siempre podremos esperar de ellos cosas nuevas. De hecho, nada más sacar el MICROCASTLE, editaron también el Weird Era Cont., como desmarcándose de su propio sonido, como huyendo de su propia sombra. De evolución impredecible, se podría decir que cada vez son más concretos.

De todas formas, MICROCASTLE se sigue componiendo de una infinidad de capas ambientales, y un puñado de momentos, de fraseos concretos y contundencia estructural, que marcan el pulso del Cd entero: saben controlar la evolución de la intensidad de su produco mejor que nadie. Cover Me, Agoraphobia y Never Stops en una primera pulsión; un largo interfaz acristalado que tiene en Green Jacket su clímax; y Nothing Ever Happened, que desata una segunda pulsión que eleva el ambiente creado y alimentado durante todo el Cd, a nivels ionosféricos. Un planeo sin altercados que va diluyéndose y aterrizándose, lentamente, sobre las verdes colinas vírgenes del universo compositivo conjunto de este cuarteo norteamericano.

Es difícil penetrar en su sonido, porque es como observarse fijamente en un espejo: una tarea difícil que al poco rato nos hará apartar la mirada. El reflejo real es la imagen más aterradora. Deerhunter, que parece el sincero ejercicio de expresión de la introspección de Cox, es también la banda sonora de nuestra propia imposición rítmica, la traducción del tira y afloja interno que cada uno de nosotros sufrimos en la vida: la materialización de la dialéctica muscular del corazón humano. Aprietan y aflojan; dilatan y contraen. destruyen y crean.


DISCO LAS PALEMERAS!



Para cuando estemos en guerra.

Menos mal que pago mi suscripción a Spotify religiosamente cada mes, porque si no esa estúpida restricción de escuchar, como mucho, 5 veces una canción, me habría impedido regodearme en el tema que abre este Cd, La Casa Cuartel, tantas veces como lo he hecho. LastFm dice que llevo 10 escuchas, pero entre el coche y el nieto moderno del walkman, estoy seguro de haber llegado al medio centenar de reproducciones. Es, sin duda, la mejor canción de este primer álbum de Disco Las Palmeras!, una banda de Sarria (Lugo) que me ha convencido, ahora ya en serio, de que en España empieza a ver grupos verdaderamente interesantes, y exportables. 

Al margen del clásico pop-rock (o punrock), y de un pop pastelero, siempre prolífico, del que raras veces entiendo su éxito, parece que el rock alternativo ha despertado; un rock de influencias serias, de intenciones sin complejo, con peso y poso. No es que sienta orgullo patrio, nada más lejos; pero me alegra comprobar que nuestra generación, efectivamente, posee un bagaje musical netamente superior al que tenían las anteriores. Así es como nacen bandas importantes, y así es como el público se hace más exigente y experto. Creo que Disco Las Palmeras! no podría haber existido hace 20 años, y ya no solo porque tengas influencias de reciente existencia, sino por el tipo de acceso que han tenido a ellas. Dios bendiga a Internet: mecenas de la música que viene (y que ya está aquí).


NIHIL OBSTAT es una bomba de relojería, o un cinturón militar de cartuchos de fusil, todos a punto de estallar. Desde el primer segundo de música el oyente se siente parte de una guerra: donde el miedo, el shock y la adrenalina desbordante son parte fundamental del juego. Disco Las Palmeras! practican un noise melódico, que envuelve un esqueleto post-punk, teñido de cierto derrotismo, algo de angustia, y una fascinante sensación de oscura inquietud. Las bandas guerreras, las que descargan ego con la eléctrica de su métrica, tienen algo de irreal que en Disco Las Palmeras! desaparece. Suena a un dibujo más certero, más real y cruel de la batalla: la guerra es ruidosa, sí, pero también es sucia, esquiva, pesada y exasperante. NIHIL OBSTAT es una recámara de arma cargada de estado emocionales, a veces contradictorios, pero siempre abocado a la eterna pelea (con la vida, supongo).

Pero volvamos a la casilla de salida: a La Casa Cuartel. No es un bajo lo que entra a los 8 segundos, para acompañar a una batería de atentado. La voz de Diego Castro, mortal como la picadura de una enorme araña negra, va pregonando la tragedia; y las guitarras, que son todo lo que hay, se abren paso entre los escombros. Poco a poco la imagen es más nítida, pero también más terrible. Un punteo lejano es el grito del caballo del Guernika. La constancia de la batería es la pulsión natural del corazón luchando por vivir. La melodía, escatológica y condenada, se va transformando, a medida que se abren las cuerdas, en la descripción pura de las llamas. Y al final, tras un mínimo armisticio, sabremos la verdad. 

Disco Las Palmeras! tiene un secreto: son un trío sin bajo. Se las arreglan con una séptima cuerda y con una distorsión desproporcionada. Por eso suenan así: como una cabalgata de coches fúnebres, desbocados sin freno. NIHIL OBSTAT mantiene el ritmo hasta el final, con una leve tregua shoegaze llamada precisamente Estados Emocionales (Y Vaticanos), que es lo que son sus canciones: un pulso constante con las emociones, con ese instintivo enfado que sentimos por haber sido creados mortales. Disco Las Palmeras! canaliza esa rabia en un sonido desafiante y marcadamente armado: bombardeos de batería en Los Economistas, fuego de mortero en No Lugares, ráfagas de pelotón de fusilamiento en Me La Jugaste En China; aniquilación nuclear lenta y sin dolor en Testigos de Dios.

Me los perdí en el Día de la Música, porque me hablaron de ellos esa misma noche, tras su concierto. Por eso digo que no es por orgullo patrio por lo que me alegra la aparición de buenos grupos nacionales, sino por la certeza, casi absoluta, de que veré a esta banda un montón de veces. La veré crecer, evolucionar, y con un poco de suerte, la veré despuntar en un escenario grande y oscuro, que es donde deben estar, aunque no hagan una música fácil de escuchar para el gran público. Disco Las Palmeras!, junto a Cuchillo, seguramente más expansible, son para mí el futuro del rock alternativo nacional (y ya veis: unos de Lugo y otros catalanes...).