El auténtico sabor del rock a la brasa.
Creo que hay alguna cadena de hamburgueserías que tiene como lema algo así como “el auténtico sabor americano”: el regusto a brasa en la carne, o el potente olor a salsa barbacoa, acompañados de la arquetípica figura del cowboy solitario, por ejemplo, nos hacen pensar a todos automáticamente en el característico aroma estadounidense. Su anuncio bien podría llevar la música de Deer Tick, una banda de Proividence, Rhode Island, que ayer golpeó con fuerza las tablas de la madrileña Sala Marco Aldany (antiguamente Sala Heineken, y más aún, Sala Arena). El quinteto, configurado en torno al guitarrista y cantautor John McCauley, hace un folk con indiscutible morfología de rock, y forman parte de una última generación de artistas (no solo norteamericanos) que, en los últimos diez o quince años, han revalorizado la música de sus ancestros locales, y la han presentado al mundo de manera renovada y más subjetiva que nunca. En la era del neo-folk global, Deer Tick representan el auténtico sabor americano.
Y no es que no haya, en el panorama independiente o mainstream, formaciones más ortodoxas en lo que se refiere a elementos propios y hasta únicos de la música tradicional de Norteamérica, pero teniendo en cuenta la extensión y variedad social del país, sería una locura pretender hacer o encontrar una música que abarcase toda esa vasta cantidad de culturas sonoras. Deer Tick, en ese sentido, ni siquiera parece hablarnos de un lugar concreto dentro de ese entramado, recurriendo o presentando características determinadas de una u otra tradición local: un folk sin domicilio fijo, podríamos decir. Pero precisamente por eso, también podríamos pensar que las raíces a las que hace referencia este reciente fenómeno musical, no están tan ancladas a la tierra como a la colección de discos de sus protagonistas creadores. Unas raíces y una colección que deberíamos denominan como pan-norteamericanas.
Ayer presentaban el que es su cuarto disco en apenas cinco años: Divine Providence, a grandes rasgos, sigue la línea de sus anteriores trabajos, aunque el punto de fuga, al menos con respecto a The Black Dirt Sessions, se haya acercado bastante al espectador. En mi opinión, el tono más rockero que se respira en este último trabajo, y en consecuencia en el concierto de anoche, disminuye la riqueza de detalles plásticos y descriptivo-evocativos que focalizaban más su sonido hacia el folk pan-norteamericano al que venían derivándose antes. Aunque en absoluto hagan ahora otra cosa, sí es cierto que parecen haber abrasado más al fuego la carne de sus composiciones, o dejado demasiado bajo el sol el bote de barbacoa de su morfosintaxis instrumental. Ahora, cuando McCauley saca la voz, toda esta palabrería sencillamente sobra.
Curiosamente, tardaron en calentarse, como un insolado que tiene frío por el exceso de calor acumulado. Diría que hasta Clownin Around, la 9ª de 15 que tocaron, no disfruté verdaderamente del recital: no me caló profundo, por ejemplo, la nostalgia de Chevy Express, ni me transportó a ningún lugar especial Baltimore Blues No. 1. En realidad, el ritmo entrecortado y canalla de The Bump y Easy, temas con los que abrieron la velada, ya anticipaba el sonido general que caracterizó el resto del concierto: un rock para noches de alcohol y medida soberbia y desenfreno. De hecho, me atrevería a decir que McCauley da lo mejor de sí mismo con unas cervezas encima (como buen irlandés). Así, con eso de que la faceta vocal se repartía entre los cinco, logró pillarnos por sorpresa con su voz en los últimos 4 o 5 temas antes del corte: Funny World y, sobre todo, Christ Jesus, sonaron ya con más cuerpo y resultaron emocionantes.
Cabe destacar, por otra parte, la insistente aportación de un teclado blusero que ha ejercido en Deer Tick una apreciable influencia hacia el cuero y las barras de bar. Quizá por eso dio la sensación, durante el concierto, de que muchas mujeres allí presentes notaban sus oídos transformados, cada vez más, en verdaderas zonas erógenas, activas y bien acariciadas. También la espectacular batería de Dennis Ryan, miembro original del dúo embrionario de la banda, contribuyó a recrear la atmósfera de suelo pegadizo de bar, clavando al público y activando, entre los hombres, sobre todo, el gen canalla que todos hemos tenido alguna vez. Y, por supuesto, la notable comunión existente entre McCauley y Ian O’Neil, el otro guitarrista, ex de Titus Andronicus, también ayudó a que se creara una conexión adecuada entre la banda y su público.
Tal vez Deer Tick se preocupe demasiado en definir su estilo para permanecer y sobrevivir al vertiginoso ritmo de los acontecimientos en el mundo de la música, en la vorágine de bandas independientes y el libre acceso a todas ellas. A fuerza de querer diseñar un sonido propio, personal e imperecedero, quizá resulte ya un poco antinatural el último giro que le han dado a su música. Pero al menos siguen demostrando algo que es inherente a su condición: ese auténtico sabor del rock a la brasa.
Fotos de Pablo Luna Chao.
Escucha el setlist (parcial) del concierto en Grooveshark.
También disponible en Alta Fidelidad.
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