El auténtico sabor del rock a la brasa.
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Ayer presentaban el que es su cuarto disco en apenas cinco años: Divine Providence, a grandes rasgos, sigue la línea de sus anteriores trabajos, aunque el punto de fuga, al menos con respecto a The Black Dirt Sessions, se haya acercado bastante al espectador. En mi opinión, el tono más rockero que se respira en este último trabajo, y en consecuencia en el concierto de anoche, disminuye la riqueza de detalles plásticos y descriptivo-evocativos que focalizaban más su sonido hacia el folk pan-norteamericano al que venían derivándose antes. Aunque en absoluto hagan ahora otra cosa, sí es cierto que parecen haber abrasado más al fuego la carne de sus composiciones, o dejado demasiado bajo el sol el bote de barbacoa de su morfosintaxis instrumental. Ahora, cuando McCauley saca la voz, toda esta palabrería sencillamente sobra.
Curiosamente, tardaron en calentarse, como un insolado que tiene frío por el exceso de calor acumulado. Diría que hasta Clownin Around, la 9ª de 15 que tocaron, no disfruté verdaderamente del recital: no me caló profundo, por ejemplo, la nostalgia de Chevy Express, ni me transportó a ningún lugar especial Baltimore Blues No. 1. En realidad, el ritmo entrecortado y canalla de The Bump y Easy, temas con los que abrieron la velada, ya anticipaba el sonido general que caracterizó el resto del concierto: un rock para noches de alcohol y medida soberbia y desenfreno. De hecho, me atrevería a decir que McCauley da lo mejor de sí mismo con unas cervezas encima (como buen irlandés). Así, con eso de que la faceta vocal se repartía entre los cinco, logró pillarnos por sorpresa con su voz en los últimos 4 o 5 temas antes del corte: Funny World y, sobre todo, Christ Jesus, sonaron ya con más cuerpo y resultaron emocionantes.
Cabe destacar, por otra parte, la insistente aportación de un teclado blusero que ha ejercido en Deer Tick una apreciable influencia hacia el cuero y las barras de bar. Quizá por eso dio la sensación, durante el concierto, de que muchas mujeres allí presentes notaban sus oídos transformados, cada vez más, en verdaderas zonas erógenas, activas y bien acariciadas. También la espectacular batería de Dennis Ryan, miembro original del dúo embrionario de la banda, contribuyó a recrear la atmósfera de suelo pegadizo de bar, clavando al público y activando, entre los hombres, sobre todo, el gen canalla que todos hemos tenido alguna vez. Y, por supuesto, la notable comunión existente entre McCauley y Ian O’Neil, el otro guitarrista, ex de Titus Andronicus, también ayudó a que se creara una conexión adecuada entre la banda y su público.
Tal vez Deer Tick se preocupe demasiado en definir su estilo para permanecer y sobrevivir al vertiginoso ritmo de los acontecimientos en el mundo de la música, en la vorágine de bandas independientes y el libre acceso a todas ellas. A fuerza de querer diseñar un sonido propio, personal e imperecedero, quizá resulte ya un poco antinatural el último giro que le han dado a su música. Pero al menos siguen demostrando algo que es inherente a su condición: ese auténtico sabor del rock a la brasa.
Fotos de Pablo Luna Chao.
Escucha el setlist (parcial) del concierto en Grooveshark.
También disponible en Alta Fidelidad.
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También disponible en Alta Fidelidad.
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