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LOWER DENS (Nootropics, 2012)



Madurar engorda.

Hace cerca de dos años vaticiné que Lower Dens sería un grupo de los grandes, que crecería disco a disco regalándonos canciones inolvidables en un futuro próximo. Su primer álbum, Twin-Hand Movement, publicado en verano de 2010, a parte de obtener críticas muy favorables, les proporcionó un material con el que no han parado de girar durante estos dos años, madurando su sonido hasta convertirlo en algo sólido y más bien duro, consistente. Les vi en concierto aquel invierno de 2010, en la carismática Sala Moby Dick de Madrid, y el pasado mayo en el Primavera Sound; y lo primero que se me pasó por la cabeza fue que habían engordado. Nootropics es el resultado material de ese proceso de madurez prematura (valga el oxímoron): no sé si hacia adelante, pero es el paso en la dirección que todos esperábamos, a tenor de lo escuchado en su ópera prima.

Es posible que la propia Jana Hunter haya ganado también unos quilitos: aunque la música sea básicamente la misma, con un estilo muy marcado desde el principio, el acento de inestabilidad de su primer trabajo, de desequilibrio y de angustiosa necesidad de exteriorizar un discurso plagado de sentimientos contradictorios, pegaba a la perfección con su apariencia desgarbada: aquella figura raquítica de mirada afilada, aferrada siempre a su guitarra, se movía más ágil, de día y de noche, siempre como huyendo de algo. Esa sensación de inestabilidad y desequilibrio parece haber desaparecido: Hunter camina con paso más firme, decidida, consciente ya de cuál es el canal de comunicación entre su interior y el resto del mundo. Ha engordado, y Lower Dens, aunque haya perdido agilidad, ha duplicado su corpus, su materia y su presencia.

Nootropics presenta, además, ciertas diferencias con respecto al primer álbum de esta banda de Baltimore, a nivel instrumental y estructural. Formalmente, como ya he dicho, me parece igualmente sobresaliente, por el tufo insoportable a ellos mismos que posee en todo momento, aunque con menor versatilidad. Pero es más calmado, entre otras cosas, porque creo que carece de esa necesidad de hacerse oír de la que hablaba antes, y nos mantiene en sedación constante, bajo una complicada y tosca argamasa instrumental y melódica. Hunter, en ese sentido, se abandona bastante al teclado, a lo Victoria Legrand, dejando a las cuerdas formar una tela de araña que, a la postre, hace las veces de suelo con mayor firmeza que cuando su guitarra dirigía la melodía con mayor protagonismo.

En cualquier caso, destaca por encima de todo el resto del Cd Brains, el primer single, con ese insistente y coordinado cabalgar de batería y guitarra, que va abriéndose e incluyendo a los demás instrumentos, hasta alcanzar, en su lógica y propia evolución, una intensidad hasta ahora nunca vista en Lower Dens; al menos no tan cocida a fuego lento: sólida, densa y pacientemente. El teclado va ganando protagonismo y la voz de Hunter sale reforzada tras un primer tema, Alphabet Song, donde recuerda, quizá demasiado, a Beach House. Pero la densidad y la ligera monotonía anestésica se muestran tras Stem, la versión agilizada del hitazo: en Propagation, una dilatada y cinemática canción saturada, con transparencias hermosas por donde pasear nuestros oídos, plagadas de guitarras que gimen en la madrugada. Una monotonía que bien podría acompañar largos paseos nocturnos, en la soledad de un invierno húmedo y tranquilo.

La apuesta por la reiteración empieza a parecer un tanto obsesiva en Lower Dens cuando comienza Lamb, tema de estructura a planta circular, con claraboya central. Pero la base queda y de rítmica casi minimalista permite el primer gran lucimiento vocal de Jana Hunter, con cierta voluntad de protagonismo. Candy, a continuación, sí marca un punto más encarado, más dinámico, aunque sea en un claro picado, menos monótono, pero siempre desde la saturación y la intensidad. En ese aspecto, el momento más complicado del Cd es Lion In Winter pt. 1: un ejercicio de experimentación instrumental sin dirección alguna. Ahora, superado ese momento, el disco nos regala aún dos buenas piezas: Lion In Winter pt. 2 y Nova Anthem. La primera es quizá la versión más pop-playera de Lower Dens, pero con acabados, enlaces y arreglos bastante ingeniosos: ideal para acabar los conciertos dejando sabor a esperanza. Y Nova Anthem, que es el segundo y más grande lucimiento vocal de Jana Hunter, que emana de una bonita torre plateada y afilada erigida desde los cimientos a base de un ritmo casi digital y un teclado clerical.

Ignorando un poco la enervante canción final, In The End Is The Beginnig, que más bien parece un paseo por el oscurantismo de remordimientos más digeridos, nos queda un Cd irregular, aunque curiosamente monótono y pesado (ambos términos en el mejor de los sentidos), con dos o tres temas de verdadero peso, y con Brains como bandera. A Lower Dens, y a ningún grrupo debutante se le exige que todos los temas de su segundo álbum sean perfectos, como tal vez sí se les exige del primero para llamar la atención. Basta con que corroboren sus buenas maneras, sus estilo bien marcados y su futura proyección con una serie de temas que renueven nuestro oído, y no nos haga volver al primer trabajo. Nootropics es, por tanto, un Cd que les corrobora y que les hace avanzar, más maduros, en la dirección que todos esperábamos.





PRIMAVERA SOUND 2012. Día 2




PS2012. Día 2: The Chameleons, Lower Dens, The War On Drugs, The Cure, Dirty Three, M83 y The Rapture.

Mi programa para el segundo día, por el cartel, se antojaba más tranquilo que día anterior. El monopolio de público que ejercería la larguísima actuación de The Cure, de casi tres horas, propició que durante ese tiempo apenas hubiese conciertos en otros escenarios. Aproveché para cenar, comprar merchandising y darme una vuelta por alguno de lo conciertos que sí estaban programados para que coincidieran con la banda de Robert Smith. Al final fue otro día largo, aunque no tanto como el jueves, y no tan intenso como el que me espera hoy. 

Definitivamente, hay una gran diferencia entre los conciertos de día y los de noche. Le resta encanto la luz solar a un espectáculo que gana enteros con los focos de colores, los humos que se tiñen, y con la oscuridad alrededor. No sé si fue ese el motivo, pero The Chameleons me decepcionaron. Llegué justo para su concierto, habiendo descartado el ver a los Cuchillo, por el simple lujo de comer tranquilo y poder ver un rato a mi novia. Sonaron los británicos crudos, como poco hechos, con una buena dosis de ese oscuro clasicismo del que se alimentan, pero mostrándolo a un nivel al que muchos, con perdón, llegarían: pensé para mis adentros, y puede que lo exteriorizara, que The Chameleons habían sonado como otros tantos miles de grupos que juegan a mezclar post-punk y dream pop. Aún así, acabaron con Second Skin, uno de sus grandes éxitos, y el público lo agradeció; algunos incluso se acercaron a estrecharse con un Mark Burgess que se había ido animando poco a poco, y que hasta había bajado al foso. Pero en mi opinión, será unos de los conciertos que más rápido pasará a la historia en esta edición del San Miguel Primavera Sound

No imaginaba que después de los británicos tendría que resarcirme de algún modo: Lower Dens no estaba proyectado en mi programa con esa misión, pero a parte de demostrarme el buen nivel que siguen desarrollando, consiguió también que pronto olvidara de dónde venía. Los de Baltimore, con Jana Hunter a la cabeza, acaban de publicar un segundo álbum, Nootropics (Ribbon Music, 2012), que incluso ha superado las expectativas generadas por su interesantísimo disco de debut, Twin Hand Movement (Gnomonsong, 2010). Se diría que son los típicos primer y segundo trabajo de un grupo que va a llegar lejos. Su sonido se basa en la combinación de languidez y firmeza, del fluir de unas guitarras serpenteantes sobre ritmos que avanzan sin mirar atrás, implacables pero discretos. Hunter, además, le aporta con su voz un sentimiento ambivalente de soledad y ganas de cariño que hace que, aunque aparentemente sin quererlo, su discurso se enriquezca y gane atractivo: se nota cuando los músicos, realmente, tienen algo  que decir. 

Sin embargo, aunque sonaron con la entereza y la precisión necesarias para que su música se manifestase como es realmente, tuvieron ciertas dificultades para otorgarle al recital un corpus compacto. Entre canción y canción, debido a veces a problemas técnicos, se generaron pausas demasiado largas, como si los temas fuesen islotes aislados que no se tocan entre ellos. No obstante, hay que decir que tras uno de los peores parones vino Brains, el single de su segundo Cd, y así incluso tuvo un efecto reforzado. Parece mentira que la banda pueda entrar en ese estado de intensa languidez e irreductible firmeza narrativa, y salir de él con tanta facilidad. Puede que no fueran uno de los reclamos básicos del festival, y tampoco es que hicieran el concierto del día, pero los de Baltimore superan cada vez las expectativas, y crecen día a día con discos de calidad y directos muy bien interpretados. Les falta todavía, y supongo que a muchos de sus potenciales seguidores, creer que realmente son una banda a tener en cuenta. 

Media hora más tarde, en ese mismo escenario (Pitchfork), tocaba Kurt Vile con The War On Drugs. Es siempre bien recibido un concierto de un tipo como él: trabajador incansable del rock, este joven de Pennsylvania parece ya un veterano, y también que quiere hacer carrera como mítico y carismático icono de la vieja escuela. El problema es que pocos minutos después tocaba detrás de él uno que sí es, indiscutiblemente, uno de los referentes más grandes de la música de los últimos 30 años. Apenas pude disfrutar de un par de canciones, pero daba la sensación de que no había ningún tipo de ensombrecimiento en su forma de tocar la guitarra: con la melena por los hombros, y la chaqueta tejana roída por los codas, Vile parecía liderar a una muy buena banda, cargada toda ella de un mismo acento clásico, pero a la vez fresco. The War On Drugs, funcionando como aperitivo de lo que venía a continuación, o como plato principal, contiene ingredientes para saciar a cualquier buen amante del rock que busque sonidos que venga de cara. Porque Kurt Vile es un currante de la música, y eso siempre se agradece. 

A partir de entonces cayó la noche sobre el Fòrum. Frente al escenario San Miguel se abarrotaron decenas de miles de personas, que asistieron a uno de los conciertos más largos de la historia del festival. The Cure no era para menos: cabeza de cartel allá por dónde vayan, son capaces de reunir a gente de varias generaciones, de irreconciliables gustos musicales que solo se engarzan a través de ellos. Personalmente, nunca ha sido un grupo que me volviera loco, pero es innegable que la línea de trabajo que han mantenido durante toda su carrera es una de las piedras angulares en las que se ha sustentado la música contemporánea: el claroscuro gótico de su pop al estilo británico y la genética lúgubre de su expresión musical y corporal, han generado más discípulos casi que los Beatles. Muchos, como los propios Chameleons, se quedan el camino, como en un purgatorio en el que también se venden discos. Pero si hay un paraíso reservado a los más grandes, ese es el sitio de Robert Smith y compañía. 

Demostraron estar en una forma envidiable, musical y vitalmente. No cabía un alfiler entre el público, que oyó muchos de los grandes hits de la banda, como Just Like Heaven, Friday I'm In Love, Lovesong y, por supuesto, Boys Don't Cry. Más de 30 canciones, 3 bises. Todo ante un público fiel y entusiasmado que al que no le flaquearon las piernas ni un instante. Tocaron bien, con una puesta en escena espectacular y un sonido impecable: cabían todas las alturas a las que llega la voz de Smith. Éste, con ese aspecto de bruja venida a menos, de fiera mal domesticada que envejece porque no hay más remedio, acaparaba todas las miradas. Es una figura, y así lo demostró musicalmente, que aunque enraíce en los últimos '70 y brotara en los '80, no pertenece a una época: la vida y la historia pasan a través de él, y las interpreta desde su óptica, turbia pero increíblemente sensible. No permanecí mucho tiempo oyéndoles porque quería aprovechar los vacíos que dejaban en el resto del recinto, pero alcancé a notar un ambiente como pocas veces he visto en un concierto. Alejándome de allí pensé que cualquier otra cosa que viera me parecería sosa, blanda, y hasta un error. Pero me fui, y dejé a The Cure en un apogeo que duró casi tres horas. 

Gracias a dios, la opción que manejaba para el plan anti-The Cure no hizo lo que yo esperaba. Dirty Three parece una gente equilibrada cuando oyes sus Cds, aunque tengan arranques post-rockeros y shoegazers, pero en directo, sobre todo Warren Ellis, violinista y líder del trío instrumental, parece un loco de los de atar. Los australianos se dedican al folk, armado con bastantes quilos de distorsión y progresiones que pueden recordar a Mogwai en determinados momentos. Una batería que tiende al crazy-jazz de improvisación, una guitarra conductora, y el violín de Ellis, que a parte de sufrir la efervescencia de su portador, libera un sonido que entonces echa a volar y sobrevuela praderas verdes y lugares hermosos sin el rastro del hombre. En directo no es que sean desequilibrados, es que se contagian del alma de Elis, que bien podría ser la de Rasputín reencarnado: su aspecto físico al menos así lo indicaba. No obstante, el recital fue de una calidad asombrosa, con idas y venidas de las melodías, y una fuerza intrínseca que nunca que se sentía desde todos los instrumentos. Parece mentira que seas solo un trío con tan descomunal sonido que practican en directo.

Debido a la extraordinaria larga duración del concierto de The Cure, y a la cancelación de Melvins (al parecer perdieron el avión), el horario varió levemente. Probablemente muchos no sabían que M83 se había retrasado 20 minutos, y se notó cierta impaciencia en los últimos minutos de espera: ver luego a The Rapture, en el otro extremo del recinto, parecía complicarse. Una hora se antojaba corta ante el revuelo que el último disco del francés, Hurry Up, We'reDreaming (Naïve, 2011), ha generado en este último año. Anthony González se ha desprendido de los últimos lazos que le unían al shoegaze, al menos en apariencia, y ha logrado el favor unánime del público con una fórmula electrónica metálica y grandilocuenteque no ahorra en luces ni en ritmos bailables. El concierto fue intenso: manejaron el ritmo con destreza y el entusiasmo con el que interpretaron, en su mayoría, los temas de su último trabajo, se reflejaba en el público como si fuera un espejo. 

Tal vez no sea el mejor concierto visto hasta ahora en el festival, pero visualmente, y con respecto a la respuesta del público, sí va a ser uno de los más destacados. Derrocharon salud musical y ganas de inmortalizar momentos con canciones ricas en detalles compositivos, más allá del inmensos abanico de instrumentos que manejan, algunos naturales, otros electrónicos. Oyéndolos uno solo puede pensar que esta es la música de nuestros días, y que por eso conecta irremediablemente con las masas. Lo cual puede confundir y hacer olvidar el hecho de que este hombre tiene un pasado. En fenómenos como el de M83 da rabia pensar que gran parte del público se ha dejado llevar por la moda: no se trata en absoluto de un hype, pero la edición de su último Cd ha sido, sin previo aviso, una despedida silenciosa y definitiva del viejo Anthony González. Y no es que me guste menos el nuevo, que siempre estuvo latente en el francés, pero lo que sí detesto es ver machar a mareas de gente una vez se ha interpretado Midnight City, el tema del año. Por lo menos fue la penúltima. De todas maneras, y pese a toda la casuística que acompaña siempre a este tipo de fenómenos socio-musicales, M83 hizo un conciertazo a la altura, hoy por hoy, de muy pocos.

Algo parecido podía ocurrir con The Rapture, pero en su caso el hit pertenece a una época en la que todavía no habían dado el pelotazo. La inocencia irreverente de Luke Jenner y compañía salió a paseo a eso de las dos y cuarto de la madrugada, y fue el espaldarazo que todos necesitábamos para combatir el cansancio. Abrieron con la canción que da título a su último trabajo, In The Grace Of Your Love (DFA/Modular, 2011), y desde ahí se fueron encaramando a los más alto de la fiesta que ellos mismos proponían con su música y su actitud. Con un Vito Roccoforte impresionante a la batería, y unos temas que destilan claridad y potencia energética de origen natural, los neoyorquinos se marcaron un concierto de 10. Siempre al borde del descontrol, pero pisando cada vez donde tenían que hacerlo; con Jenner tocando de esa forma tan suya de tocar la guitarra, como con las uñas, que transmite ganas de ser funky. A base de temas como Get Myself Into It, House Of Jealous Lovers, NeverDie Again, Sail Away o How Deep Is Your Love?, The Rapture nos convenció de que nuestro cansancio era solo una ilusión. 

Sonó, por supuesto, Echoes, el temazo de la serie Misfits, pero esta vez lo hizo engarzado a un todo y sumándose a una causa mayor. El concierto se colocó desde el principio a una altura que requería que todos los temas tuvieran un plus de contundencia, una percusión reforzada que nos elevase en volandas sobre nuestros pies. The Rapture es garantía de éxito hoy en día, pero con conciertos como el de ayer, en un festival, demuestran que se sienten más cómodos cuanto más tarde sea su hora de actuación. Tienen esa asombrosa capacidad de hacernos olvidar todo lo demás que nos queda aún por ver. Por lo tanto, al acabar su última canción, y la especie de sesión de super rock que se marcaron, muchos volvimos a la tierra, y el suelo volvió a arder. Era hora de marcharse, de renunciar a AraabMUZIK y descansar para la intensa jornada del sábado, que se antoja gloriosa. 

 Fotos de Pablo Luna Chao.

LOWER DENS (Twin Hard Movement, 2010)



El pasado lunes tuve la suerte de asistir, bien recomendado y mejor acompañado, al primer concierto de Lower Dens en Madrid, en la pequeña sala Moby Dick. Un concierto promovido por el Colectivo Piovra, muy bien teloneado por los madrileños The Secret Society. Al final, cuando más inspirados estaban, pensé en lo privilegiado que era por estar viendo tan de cerca, tan íntimamente, a una banda que dentro de poco va a llenar salas mucho más grandes. Lower Dens triunfará, es solo cuestión de tiempo.

Al estar tan cerca de ellos uno se da cuenta de que es gente seria, seguros de lo que hacen; uno se da cuenta del talento innato y de la tremenda presencia de Jana Hunter. El grupo gira en torno a ella, una tejana que hace ya 5 años impresionó a Devendra Banhart con sus composiciones, oscuras e introspectivas, hasta el punto de ficharla para su recién creado sello Gnomosong. Después de un álbum en solitario, Hunter se ha trasladado a Baltimore donde ha formado Lower Dens, una banda que, ceñida a su minúsculo cuerpo, parece hecha a su medida.

TWIN HAND MOVEMENT es un magnífico debut: se nota la mano de un experto como Chris Coady (Beach House, TV on the Radio, Yeah Yeah Yeahs, Grizzly Bear, ...Trail of Dead, etc), capaz de marcar sus trabajos con sello propio, pero permitiendo y fomentando la elaboración de un sonido muy personal. Lower Dens puede recordar a alguno de eso grupos, a Deerhunter o incluso a Wild Nothing. Por momentos tiene la evasión (que acostumbramos a llamar) psicodélica de Bark Psychosis, y otros la fuerza desnaturalizada de Come y el talento bipolar con voz de mujer a lo Throwing Muses o PJ Harvey (en Pitchfork comparan la voz de Hunter con la de Polly Jean).


Se trata de un Cd compacto, sin apenas fisuras, en un tono rasurado de guitarras líquidas y espumosas. El ritmo nunca es demasiado acelerado, ni demasiado lento; simplemente, con el delicado tejer de las guitrras, lo tiñe todo con un filtro azulado, grisáceo; áspero y arisco, pero acogedor. Podría decirse que es una especie de shoegaze muy edulcorado, y podríamos incluirlo dentro del amplísimo espectro del post-rock, pero lo más probable e que Hunter se salga por la tangente. Los músicos como ella (¡Cómo coño se dice, ¿las músicas, las músicos?!) tienen la capacidad de transformarse, de evolucionar y de sorprendernos una y otra vez.

TWIN HAND MOVEMENT es solo el principio de algo que sabemos que va a ser mucho más grande: cuento con que Lower Dens crecerá más y más en cada disco, con que hará temas verdaderamente inolvodables, y con que dentro de unos años pueda hablar del primer concierto que dieron en España con orgullo y, por qué no (siguiendo el estilo de la banda), con algo de soberbia.