PS2012. Día 2: The Chameleons, Lower Dens, The War On Drugs, The Cure, Dirty Three, M83 y The Rapture.
Mi programa para el segundo día, por el cartel, se antojaba más tranquilo
que día anterior. El monopolio de público que ejercería la larguísima actuación
de The Cure, de casi tres horas, propició que durante ese tiempo apenas hubiese
conciertos en otros escenarios. Aproveché para cenar, comprar merchandising y
darme una vuelta por alguno de lo conciertos que sí estaban programados para
que coincidieran con la banda de Robert Smith. Al final fue otro día largo,
aunque no tanto como el jueves, y no tan intenso como el que me espera
hoy.
Definitivamente, hay una gran diferencia entre los conciertos de día y los
de noche. Le resta encanto la luz solar a un espectáculo que gana enteros con
los focos de colores, los humos que se tiñen, y con la oscuridad alrededor. No
sé si fue ese el motivo, pero The Chameleons me decepcionaron. Llegué justo
para su concierto, habiendo descartado el ver a los Cuchillo, por el simple
lujo de comer tranquilo y poder ver un rato a mi novia. Sonaron los británicos
crudos, como poco hechos, con una buena dosis de ese oscuro clasicismo del que
se alimentan, pero mostrándolo a un nivel al que muchos, con perdón, llegarían:
pensé para mis adentros, y puede que lo exteriorizara, que The Chameleons habían
sonado como otros tantos miles de grupos que juegan a mezclar post-punk y dream
pop. Aún así, acabaron con Second Skin, uno de sus grandes éxitos, y el público
lo agradeció; algunos incluso se acercaron a estrecharse con un Mark Burgess
que se había ido animando poco a poco, y que hasta había bajado al foso. Pero
en mi opinión, será unos de los conciertos que más rápido pasará a la historia
en esta edición del San Miguel Primavera Sound.
No imaginaba que después de los británicos tendría que resarcirme de algún
modo: Lower Dens no estaba proyectado en mi programa con esa misión, pero a
parte de demostrarme el buen nivel que siguen desarrollando, consiguió también
que pronto olvidara de dónde venía. Los de Baltimore, con Jana Hunter a la
cabeza, acaban de publicar un segundo álbum, Nootropics (Ribbon Music, 2012),
que incluso ha superado las expectativas generadas por su interesantísimo disco
de debut, Twin Hand Movement (Gnomonsong, 2010). Se diría que son los típicos
primer y segundo trabajo de un grupo que va a llegar lejos. Su sonido se basa
en la combinación de languidez y firmeza, del fluir de unas guitarras
serpenteantes sobre ritmos que avanzan sin mirar atrás, implacables pero
discretos. Hunter, además, le aporta con su voz un sentimiento ambivalente de
soledad y ganas de cariño que hace que, aunque aparentemente sin quererlo, su
discurso se enriquezca y gane atractivo: se nota cuando los músicos, realmente,
tienen algo que decir.
Sin embargo, aunque sonaron con la entereza y la precisión necesarias para
que su música se manifestase como es realmente, tuvieron ciertas dificultades
para otorgarle al recital un corpus compacto. Entre canción y canción, debido a
veces a problemas técnicos, se generaron pausas demasiado largas, como si los
temas fuesen islotes aislados que no se tocan entre ellos. No obstante, hay que
decir que tras uno de los peores parones vino Brains, el single de su segundo
Cd, y así incluso tuvo un efecto reforzado. Parece mentira que la banda pueda
entrar en ese estado de intensa languidez e irreductible firmeza narrativa, y
salir de él con tanta facilidad. Puede que no fueran uno de los reclamos
básicos del festival, y tampoco es que hicieran el concierto del día, pero los
de Baltimore superan cada vez las expectativas, y crecen día a día con discos
de calidad y directos muy bien interpretados. Les falta todavía, y supongo que
a muchos de sus potenciales seguidores, creer que realmente son una banda a
tener en cuenta.
Media hora más tarde, en ese mismo escenario (Pitchfork), tocaba Kurt Vile
con The War On Drugs. Es siempre bien recibido un concierto de un tipo como él:
trabajador incansable del rock, este joven de Pennsylvania parece ya un
veterano, y también que quiere hacer carrera como mítico y carismático icono de
la vieja escuela. El problema es que pocos minutos después tocaba detrás de él
uno que sí es, indiscutiblemente, uno de los referentes más grandes de la
música de los últimos 30 años. Apenas pude disfrutar de un par de canciones,
pero daba la sensación de que no había ningún tipo de ensombrecimiento en su
forma de tocar la guitarra: con la melena por los hombros, y la chaqueta tejana
roída por los codas, Vile parecía liderar a una muy buena banda, cargada toda
ella de un mismo acento clásico, pero a la vez fresco. The War On Drugs,
funcionando como aperitivo de lo que venía a continuación, o como plato
principal, contiene ingredientes para saciar a cualquier buen amante del rock
que busque sonidos que venga de cara. Porque Kurt Vile es un currante de la
música, y eso siempre se agradece.
A partir de entonces cayó la noche sobre el Fòrum. Frente al escenario San
Miguel se abarrotaron decenas de miles de personas, que asistieron a uno de los
conciertos más largos de la historia del festival. The Cure no era para menos:
cabeza de cartel allá por dónde vayan, son capaces de reunir a gente de varias
generaciones, de irreconciliables gustos musicales que solo se engarzan a
través de ellos. Personalmente, nunca ha sido un grupo que me volviera loco,
pero es innegable que la línea de trabajo que han mantenido durante toda su
carrera es una de las piedras angulares en las que se ha sustentado la música
contemporánea: el claroscuro gótico de su pop al estilo británico y la genética
lúgubre de su expresión musical y corporal, han generado más discípulos casi
que los Beatles. Muchos, como los propios Chameleons, se quedan el camino, como
en un purgatorio en el que también se venden discos. Pero si hay un paraíso
reservado a los más grandes, ese es el sitio de Robert Smith y compañía.
Demostraron estar en una forma envidiable, musical y vitalmente. No cabía un
alfiler entre el público, que oyó muchos de los grandes hits de la banda, como
Just Like Heaven, Friday I'm In Love, Lovesong y, por supuesto, Boys Don't Cry.
Más de 30 canciones, 3 bises. Todo ante un público fiel y entusiasmado que al
que no le flaquearon las piernas ni un instante. Tocaron bien, con una puesta
en escena espectacular y un sonido impecable: cabían todas las alturas a las
que llega la voz de Smith. Éste, con ese aspecto de bruja venida a menos, de
fiera mal domesticada que envejece porque no hay más remedio, acaparaba todas
las miradas. Es una figura, y así lo demostró musicalmente, que aunque enraíce
en los últimos '70 y brotara en los '80, no pertenece a una época: la vida y la
historia pasan a través de él, y las interpreta desde su óptica, turbia pero
increíblemente sensible. No permanecí mucho tiempo oyéndoles porque quería
aprovechar los vacíos que dejaban en el resto del recinto, pero alcancé a notar
un ambiente como pocas veces he visto en un concierto. Alejándome de allí pensé
que cualquier otra cosa que viera me parecería sosa, blanda, y hasta un error.
Pero me fui, y dejé a The Cure en un apogeo que duró casi tres horas.
Gracias a dios, la opción que manejaba para el plan anti-The Cure no hizo lo
que yo esperaba. Dirty Three parece una gente equilibrada cuando oyes sus Cds,
aunque tengan arranques post-rockeros y shoegazers, pero en directo, sobre todo
Warren Ellis, violinista y líder del trío instrumental, parece un loco de los de
atar. Los australianos se dedican al folk, armado con bastantes quilos de
distorsión y progresiones que pueden recordar a Mogwai en determinados
momentos. Una batería que tiende al crazy-jazz de improvisación, una guitarra
conductora, y el violín de Ellis, que a parte de sufrir la efervescencia de su
portador, libera un sonido que entonces echa a volar y sobrevuela praderas
verdes y lugares hermosos sin el rastro del hombre. En directo no es que sean
desequilibrados, es que se contagian del alma de Elis, que bien podría ser la
de Rasputín reencarnado: su aspecto físico al menos así lo indicaba. No obstante, el recital fue de una calidad asombrosa, con idas y venidas de las melodías, y una fuerza intrínseca que nunca que se sentía desde todos los instrumentos. Parece mentira que seas solo un trío con tan descomunal sonido que practican en directo.
Debido a la extraordinaria larga duración del concierto de The Cure, y a la
cancelación de Melvins (al parecer perdieron el avión), el horario varió
levemente. Probablemente muchos no sabían que M83 se había retrasado 20 minutos, y
se notó cierta impaciencia en los últimos minutos de espera: ver luego a The
Rapture, en el otro extremo del recinto, parecía complicarse. Una hora se
antojaba corta ante el revuelo que el último disco del francés, Hurry Up, We'reDreaming (Naïve, 2011), ha generado en este último año. Anthony González se ha
desprendido de los últimos lazos que le unían al shoegaze, al menos en
apariencia, y ha logrado el favor unánime del público con una fórmula
electrónica metálica y grandilocuenteque no ahorra en luces ni en ritmos
bailables. El concierto fue intenso: manejaron el ritmo con destreza y el
entusiasmo con el que interpretaron, en su mayoría, los temas de su último
trabajo, se reflejaba en el público como si fuera un espejo.
Tal vez no sea el mejor concierto visto hasta ahora en el festival, pero
visualmente, y con respecto a la respuesta del público, sí va a ser uno de los más
destacados. Derrocharon salud musical y ganas de inmortalizar momentos con
canciones ricas en detalles compositivos, más allá del inmensos abanico de
instrumentos que manejan, algunos naturales, otros electrónicos. Oyéndolos uno
solo puede pensar que esta es la música de nuestros días, y que por eso conecta
irremediablemente con las masas. Lo cual puede confundir y hacer olvidar el
hecho de que este hombre tiene un pasado. En fenómenos como el de M83 da rabia
pensar que gran parte del público se ha dejado llevar por la moda: no se trata
en absoluto de un hype, pero la edición de su último Cd ha sido, sin previo
aviso, una despedida silenciosa y definitiva del viejo Anthony González. Y no
es que me guste menos el nuevo, que siempre estuvo latente en el francés, pero
lo que sí detesto es ver machar a mareas de gente una vez se ha interpretado
Midnight City, el tema del año. Por lo menos fue la penúltima. De todas maneras, y pese a toda la casuística que acompaña siempre a este tipo de fenómenos socio-musicales, M83 hizo un conciertazo a la altura, hoy por hoy, de muy pocos.
Algo parecido podía ocurrir con The Rapture, pero en su caso el hit
pertenece a una época en la que todavía no habían dado el pelotazo. La
inocencia irreverente de Luke Jenner y compañía salió a paseo a eso de las dos
y cuarto de la madrugada, y fue el espaldarazo que todos necesitábamos para
combatir el cansancio. Abrieron con la canción que da título a su último
trabajo, In The Grace Of Your Love (DFA/Modular, 2011), y desde ahí se fueron
encaramando a los más alto de la fiesta que ellos mismos proponían con su
música y su actitud. Con un Vito Roccoforte impresionante a la batería, y unos
temas que destilan claridad y potencia energética de origen natural, los
neoyorquinos se marcaron un concierto de 10. Siempre al borde del descontrol,
pero pisando cada vez donde tenían que hacerlo; con Jenner tocando de esa forma
tan suya de tocar la guitarra, como con las uñas, que transmite ganas de ser
funky. A base de temas como Get Myself Into It, House Of Jealous Lovers, NeverDie Again, Sail Away o How Deep Is Your Love?, The Rapture nos convenció de que
nuestro cansancio era solo una ilusión.
Sonó, por supuesto, Echoes, el temazo de la serie Misfits, pero esta vez lo
hizo engarzado a un todo y sumándose a una causa mayor. El concierto se colocó
desde el principio a una altura que requería que todos los temas tuvieran un
plus de contundencia, una percusión reforzada que nos elevase en volandas sobre
nuestros pies. The Rapture es garantía de éxito hoy en día, pero con conciertos
como el de ayer, en un festival, demuestran que se sienten más cómodos cuanto
más tarde sea su hora de actuación. Tienen esa asombrosa capacidad de hacernos
olvidar todo lo demás que nos queda aún por ver. Por lo tanto, al acabar su
última canción, y la especie de sesión de super rock que se marcaron, muchos
volvimos a la tierra, y el suelo volvió a arder. Era hora de marcharse, de
renunciar a AraabMUZIK y descansar para la intensa jornada del sábado, que se
antoja gloriosa.
Fotos de Pablo Luna Chao.
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