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EPÍLOGO DEL PRIMAVERA SOUND 2012




PRIMAVERA SOUND 2012. EPÍLOGO. Nacho Vegas y Yann Tiersen.

Y el último día llegaron las lluvias. Tras un fin de semana de cielos despejados y temperaturas veraniegas, el domingo se desató en Barcelona la tormenta. Por suerte no afectó al desarrollo del Primavera Sound, ya que el recinto que había albergado a más de 150000 personas durante los últimos tres días, había cerrado ya sus puertas. Afectó, eso sí, a los varios miles que se acercaron a la plazoleta del Arc del Triomf para asistir a los conciertos gratis que regalaba la organización del festival, como ocurriera el miércoles pasado. En esta ocasión, los platos fuertes eran Nacho Vegas y Yann Tiersen.

El epílogo del Primavera Sound traía a dos figuras importantes de la música francesa y española de los últimos años, con un gran volumen de fans. Nacho Vegas, con una banda de las buenas, tocó un buen rato su pop-rock independiente de letras pensadas, con una copa de vino a su lado, que es lo que hace la gente elegante como él. Sonó correcto, con esa tibieza que transmite su tono y su forma de expresarse. Y conectó con el público, que tiene en gran estima a este asturiano que se ha hecho él solo, al margen de los grandes medios, una carrera más que admirable a su corta edad. Luego puede que resultara una música algo convencional, pero Nacho Vegas vive del detalle silencioso, de un poso que va dejando, poco a poco, la buena sensación de que nos han contado algo que, aún no siendo especialmente extraordinario, sí ha sido un relato sincero y bien armado. 

Yann Tiersen, de todas maneras, reunió a bastante más gente. De hecho, su concierto coincidió con el momento de mayor inclemencia meteorológica, con rayos y truenos, y una fuerte lluvia que obligó a quien podía a sacar su paraguas. El bretón encontró la fama hace diez años con dos bandas sonoras (Amelie y Good Bye Lennin), y desde entonces no ha parado de evolucionar. Desde hace unos años se inclina más claramente hacia el rock, pero parece haber dejado atrás una fase shoegaze que, muchos espectadores de sus conciertos, no se esperaban al ir a verle. La influencia de My Bloody Valentine parece haber menguado en favor de la del primer M83, o la de Beach House. Porque Tiersen es uno de esos músicos capaces de absorber sonidos, reciclarlos en su interior, y sacarlos a relucir con una asombrosa calidad compositiva. El problema es que se arriesga a perder o no definir más claramente un sello personal propio, más allá de los sonidos que le hicieron famoso hace una década. No obstante, fue un buen concierto de indie rock electrónico. 

El fin de fiesta del Primavera Sound 2012, aunque envuelto en tormenta, sirvió para que muchos lo repasáramos con nuestras amistades: pasamos revista a 5 días de conciertos, y estas son algunas de las conclusiones lapidarias a las que llegué, siendo plenamente consciente de que todo, absolutamente todo en el mundo de la música es cuestión de gustos y pareceres, personales, intransferibles y dotados de una lógica propia. 

Mejores conciertos: Wilco, The Rapture, Justice.

Conciertos revelación: Chromatics, Neon Indian.

Peor concierto: The Chameleons.

Cuentas pendientes: Beach Fossils, Lee Ranaldo, Death Cab For Cutie, Beirut, Cuchillo, Siskiyou, Girls, I Break Horses, The Drums, SBTRKT, Death In Vegas, The Olivia Tremor Control, Real Estate, Saint-Etienne, The Weeknd, Wild Beasts, Jamie XX, Washed Out

Fotos de Pablo Luna Chao







PRIMAVERA SOUND 2012. Día 3




PS2012. Día 3: Kings Of Konvenience, Atlas Sound, Beach House, Chromatics, Yo La Tengo, Justice (Live) y Neon Indian.

La noche del sábado fue la última de esta edición del San Miguel Primavera Sound en el recinto del Parc del Fòrum. El domingo aún se celebrarían conciertos gratuitos, como los del miércoles, en el Arc de Triomf, pero el coctel de grupos y los paseos a toda prisa entre escenario y escenario por las excelentes instalaciones a pie de mar, acabaron, y lo hicieron de la mejor manera posible: con algunos de los pesos pesados del cartel de esta edición. Tras dos días de intensa actividad desde primera hora de la tarde, la noche del sábado dio por fin una tregua, ya que la traca final daba comienzo a eso de las 20:30. A partir de ahí, no hubo descanso hasta el telón se bajó, a las 4 para algunos; para otros, con más aguante, a las 6.

La noche se planteaba como un paulatino in-crescendo, que iba desde los Kings Of Convenience a Justice. Los noruegos sacaron las guitarras cuando el sol todavía calentaba, afinando con esos tonos tan característicos de la época de Simon y Gartfunkel. Tocaban en el escenario principal, y prácticamente todos los que entraban a esa hora en el recinto se detenían unos instantes para comprobar la capacidad que tiene este dúo para construir canciones bonitas con apenas un par de voces y de guitarras. Pero la convencionalidad de su música, quizás, hizo que muchos solo hicieran un alto allí para luego centrarse en algo más elaborado. Bradford Cox, por ejemplo, tocaba en el cercano escenario Pitchfork, y aunque él también salió solo con la guitarra, pero sin acompañante, sus canciones ofrecían pasajes más efectistas, manipulados y sesudos. El líder de Deerhunter, con su tremendo magnetismo, parece esculpir con más libertad sus canciones, a base de pedales y samplers de guitarra, cuando es Atlas Sound. En un concierto que se hizo corto presentó su último álbum, Parallax (4AD, 2011), del que sonaron, por supuesto, The Shakes, Mona Lisa o Angel Is Broken

Pero sonaban como las iba construyendo Cox, ahí, sin nadie más, marcando el ritmo con su propio ingenio, mostrando una creatividad fértil y fresca, y una visión musical clara y precisa, aunque el aspecto sea disperso y volátil. No es que improvisara, pero resultaba imprevisible el cómo interpretaría y sonaría cada pasaje, variando el boceto del disco. Algo que, por ejemplo, no ocurrió después con Beach House. Los de Baltimore, que han obtenido extraordinarias críticas por su cuarto trabajo de estudio, Bloom (Sub Pop, 2012), solo reforzaron un poco la percusión, dejando muy poco a la imaginación. Su dream pop, ambiental y sofisticado, parece no poder salirse de la cuadrícula, y aunque contengan todas las canciones un inconfundible sello estilístico, al final, resultan un todo demasiado homogéneo. De hechuras brillantes, pero monolítico.

Victoria Legrand y Alex Scally, de origen francés, tienen algo de ese barroco cortesano del XVII: palidez, contraste y ambientación vaporosa en cada composición. Desde el fondo del escenario, ella tras los teclados y él con su guitarra (había un batería a la derecha), expanden un halo narcotizado de harmónicas melodías y ritmos placenteros, aderezados con una voz que parece macerada en vino blanco, reserva de hace muchos, muchos años. Abrieron con Wild, cerraron con Irene, y aunque recuperaron algunos temas del Teen Dream (Sub Pop, 2010), como Zebra o Silver Soul, tocaron prácticamente todo el Bloom. Un tanto encorsetados, y sin salirse en ningún caso del guión, los Beach House decepcionaron a quienes querían ver desmelenadas las posibilidades que se esbozan desde los Cds. Pero los de Baltimore, anclados en una actitud más propia del shoegaze que de la era de la electrónica, no ofrecieron sobresaltos, ni para bien ni para mal.

Para compensar las pequeñas decepciones siempre es bueno arriesgarse y acudir a un concierto que no estuviera en las quinielas: Chromatics, una formación norteamericana de electrónica y synth-pop, en lugar de Saint-Etienne, por ejemplo. Con un punto más de intensidad y de ritmo que Beach House, los Chromatics se mueven en un estilo musical que por momentos parece hortera, y en otros una absoluta genialidad. La bellísima Ruth Radelet pone las voces a una base electrónica que va desde el chillwave al disco mejor camuflado, aportando un acento anómalo de suspense y atractivo que bien podría provenir de la escena de Warpaint, Lower Dens o Still Corners: dream pop femenino con la contundencia rítmica de una batería, teclados y programadores al servicio de la música de baile. Fue un concierto pleno, con esos altibajos que, en ocasiones, hacen disfrutar más que el mejor directo lineal. Con una genética que proviene, en parte, del trip-hop de Bristol, los de Oregón sonaron sorprendentes, arriesgados y bastante originales, haciendo honor a su nombre: coloreando el escenario con muchos de los cromatismos que la música permite hoy en día exponer gracias a la electrónica.

Pero otra forma de compensar es también confiar en quienes nunca fallan, y en ese apartado sobresalen, como todo el mundo sabe, los Yo La Tengo. Son un grupo inesquivable dentro de la historia reciente del rock, y hoy por hoy da lo mismo si presentan un nuevo Cd o simplemente tocan por placer: nunca fallan. Ni siquiera importa qué canciones suenan, ni el orden, ni quién interpreta qué instrumento. No, los concierto de Yo La Tengo se dilatan el tiempo, algunos dirán que incluso logran detenerlo; son una retahíla de fraseos memorables que tienen la aparente sencillez que a veces presenta lo sublime. Tienen ese inocuo desequilibrio que hace libre a sus creadores, y al público que los escucha. El trío de Jersey convierte sus canciones en clásicos solo con hacérnoslas oír una vez en directo. El sábado dieron una lección de música en el escenario Mini (de nombre desafortunado), amalgamando acordes y disonancias, surfeando Ira Kaplan sobre sus propias distorsiones hasta la extenuación, y demostrando que a veces para tener carisma solo es necesario ser buen músico y disfrutar con lo que se hace.

Se nota que los Yo La Tengo son felices con lo que hacen. Y si no han alcanzado el estatus de grupo de culto en la práctica totalidad de los amantes de la buena música, es porque parece importarles bien poco. Aquí no fue una cuestión de modas, sino de un grupo que ha cosechado un estilo durante casi tres décadas, hasta el punto de lograr ser considerados como indefinibles: calificables solo en función de ellos mismos, al margen de géneros y etiquetas que, con bandas así, resultan insultantemente limitadoras.

A partir de ahí, a la noche solo le quedaba el baile, con un programa que prácticamente era inmejorable. Primero el dúo francés Justice, en modo live, Jamie XX, solapado ligeramente, y casi cerrando el festival, Neon Indian. Una pena no poder disfrutar del programador de los XX, que habrá mostrado todas sus capacidades e inquietudes en una sesión a última hora, donde también le gusta moverse. Pero lo verdaderamente serio se fraguó en el escenario principal, el San Miguel, con los chicos de la cruz de brillantes. Justice registró probablemente el mayor lleno de todo el fin de semana, incluso por encima de los míticos The Cure. No faltaba nadie: decenas de miles de manos en alto, de pies saltando, de cuerpos agitándose; frente a una potencia decibélica estratosférica, que debe haberse sentido incluso en Chile, y un espectáculo visual y sonoro de auténtico órdago. El mejor colofón imaginable: una sesión dura, binaria, incluso fálica, iluminada por el recuerdo del mejor Daft Punk. Gerpard Augé y Xavier de Rosnay parecen manejar bloques de hormigón con la destreza de un malabarista, pero parecía que nos venían encima constantemente.

Fue un concierto insuperable, con la firmeza que muestran bajo su aspecto mastodóntico. Transformando los temas a su antojo, pinchándolos, mezclando y remezclando Civilization o D. A. N. C. E., y jugando con el ritmo cardíaco del abarrotado recinto del Fòrum. Fue todo un ejemplo de hasta dónde ha llegado la humanidad a la hora de hacer ingeniería musical: una oda a la era tecnológica que nuestra generación ha inaugurado. Justice es un icono de los nuevos tiempos, y va más allá del house, del techno, o de la música dance. Después de eso, Neon Indian corría el riesgo de parecernos un placebo, un azucarillo después de haber comido dulces a toneladas. Sin embargo, con una modulación melódica mucho más elástica y combada, los tejanos resultaron más interesantes y con más contenido del esperado. Una banda construida al rededor de un ritmo y un discurso electrónico, con la retórica de las bandas de rock sucio herederas de Sex Pistols, pero con la psicodelia ambiental propia del chillwave, acelerada y endurecida levemente por eso de las horas y circunstancias en las que les tocaba aparecer. Dieron la talla, y administraron bien un público que venía la euforia masiva. Polish Girl fue el hit que cerró la edición de 2012 del San Miguel Primavera Sound.

Fotos de Pablo Luna Chao

PRIMAVERA SOUND 2012. Día 2




PS2012. Día 2: The Chameleons, Lower Dens, The War On Drugs, The Cure, Dirty Three, M83 y The Rapture.

Mi programa para el segundo día, por el cartel, se antojaba más tranquilo que día anterior. El monopolio de público que ejercería la larguísima actuación de The Cure, de casi tres horas, propició que durante ese tiempo apenas hubiese conciertos en otros escenarios. Aproveché para cenar, comprar merchandising y darme una vuelta por alguno de lo conciertos que sí estaban programados para que coincidieran con la banda de Robert Smith. Al final fue otro día largo, aunque no tanto como el jueves, y no tan intenso como el que me espera hoy. 

Definitivamente, hay una gran diferencia entre los conciertos de día y los de noche. Le resta encanto la luz solar a un espectáculo que gana enteros con los focos de colores, los humos que se tiñen, y con la oscuridad alrededor. No sé si fue ese el motivo, pero The Chameleons me decepcionaron. Llegué justo para su concierto, habiendo descartado el ver a los Cuchillo, por el simple lujo de comer tranquilo y poder ver un rato a mi novia. Sonaron los británicos crudos, como poco hechos, con una buena dosis de ese oscuro clasicismo del que se alimentan, pero mostrándolo a un nivel al que muchos, con perdón, llegarían: pensé para mis adentros, y puede que lo exteriorizara, que The Chameleons habían sonado como otros tantos miles de grupos que juegan a mezclar post-punk y dream pop. Aún así, acabaron con Second Skin, uno de sus grandes éxitos, y el público lo agradeció; algunos incluso se acercaron a estrecharse con un Mark Burgess que se había ido animando poco a poco, y que hasta había bajado al foso. Pero en mi opinión, será unos de los conciertos que más rápido pasará a la historia en esta edición del San Miguel Primavera Sound

No imaginaba que después de los británicos tendría que resarcirme de algún modo: Lower Dens no estaba proyectado en mi programa con esa misión, pero a parte de demostrarme el buen nivel que siguen desarrollando, consiguió también que pronto olvidara de dónde venía. Los de Baltimore, con Jana Hunter a la cabeza, acaban de publicar un segundo álbum, Nootropics (Ribbon Music, 2012), que incluso ha superado las expectativas generadas por su interesantísimo disco de debut, Twin Hand Movement (Gnomonsong, 2010). Se diría que son los típicos primer y segundo trabajo de un grupo que va a llegar lejos. Su sonido se basa en la combinación de languidez y firmeza, del fluir de unas guitarras serpenteantes sobre ritmos que avanzan sin mirar atrás, implacables pero discretos. Hunter, además, le aporta con su voz un sentimiento ambivalente de soledad y ganas de cariño que hace que, aunque aparentemente sin quererlo, su discurso se enriquezca y gane atractivo: se nota cuando los músicos, realmente, tienen algo  que decir. 

Sin embargo, aunque sonaron con la entereza y la precisión necesarias para que su música se manifestase como es realmente, tuvieron ciertas dificultades para otorgarle al recital un corpus compacto. Entre canción y canción, debido a veces a problemas técnicos, se generaron pausas demasiado largas, como si los temas fuesen islotes aislados que no se tocan entre ellos. No obstante, hay que decir que tras uno de los peores parones vino Brains, el single de su segundo Cd, y así incluso tuvo un efecto reforzado. Parece mentira que la banda pueda entrar en ese estado de intensa languidez e irreductible firmeza narrativa, y salir de él con tanta facilidad. Puede que no fueran uno de los reclamos básicos del festival, y tampoco es que hicieran el concierto del día, pero los de Baltimore superan cada vez las expectativas, y crecen día a día con discos de calidad y directos muy bien interpretados. Les falta todavía, y supongo que a muchos de sus potenciales seguidores, creer que realmente son una banda a tener en cuenta. 

Media hora más tarde, en ese mismo escenario (Pitchfork), tocaba Kurt Vile con The War On Drugs. Es siempre bien recibido un concierto de un tipo como él: trabajador incansable del rock, este joven de Pennsylvania parece ya un veterano, y también que quiere hacer carrera como mítico y carismático icono de la vieja escuela. El problema es que pocos minutos después tocaba detrás de él uno que sí es, indiscutiblemente, uno de los referentes más grandes de la música de los últimos 30 años. Apenas pude disfrutar de un par de canciones, pero daba la sensación de que no había ningún tipo de ensombrecimiento en su forma de tocar la guitarra: con la melena por los hombros, y la chaqueta tejana roída por los codas, Vile parecía liderar a una muy buena banda, cargada toda ella de un mismo acento clásico, pero a la vez fresco. The War On Drugs, funcionando como aperitivo de lo que venía a continuación, o como plato principal, contiene ingredientes para saciar a cualquier buen amante del rock que busque sonidos que venga de cara. Porque Kurt Vile es un currante de la música, y eso siempre se agradece. 

A partir de entonces cayó la noche sobre el Fòrum. Frente al escenario San Miguel se abarrotaron decenas de miles de personas, que asistieron a uno de los conciertos más largos de la historia del festival. The Cure no era para menos: cabeza de cartel allá por dónde vayan, son capaces de reunir a gente de varias generaciones, de irreconciliables gustos musicales que solo se engarzan a través de ellos. Personalmente, nunca ha sido un grupo que me volviera loco, pero es innegable que la línea de trabajo que han mantenido durante toda su carrera es una de las piedras angulares en las que se ha sustentado la música contemporánea: el claroscuro gótico de su pop al estilo británico y la genética lúgubre de su expresión musical y corporal, han generado más discípulos casi que los Beatles. Muchos, como los propios Chameleons, se quedan el camino, como en un purgatorio en el que también se venden discos. Pero si hay un paraíso reservado a los más grandes, ese es el sitio de Robert Smith y compañía. 

Demostraron estar en una forma envidiable, musical y vitalmente. No cabía un alfiler entre el público, que oyó muchos de los grandes hits de la banda, como Just Like Heaven, Friday I'm In Love, Lovesong y, por supuesto, Boys Don't Cry. Más de 30 canciones, 3 bises. Todo ante un público fiel y entusiasmado que al que no le flaquearon las piernas ni un instante. Tocaron bien, con una puesta en escena espectacular y un sonido impecable: cabían todas las alturas a las que llega la voz de Smith. Éste, con ese aspecto de bruja venida a menos, de fiera mal domesticada que envejece porque no hay más remedio, acaparaba todas las miradas. Es una figura, y así lo demostró musicalmente, que aunque enraíce en los últimos '70 y brotara en los '80, no pertenece a una época: la vida y la historia pasan a través de él, y las interpreta desde su óptica, turbia pero increíblemente sensible. No permanecí mucho tiempo oyéndoles porque quería aprovechar los vacíos que dejaban en el resto del recinto, pero alcancé a notar un ambiente como pocas veces he visto en un concierto. Alejándome de allí pensé que cualquier otra cosa que viera me parecería sosa, blanda, y hasta un error. Pero me fui, y dejé a The Cure en un apogeo que duró casi tres horas. 

Gracias a dios, la opción que manejaba para el plan anti-The Cure no hizo lo que yo esperaba. Dirty Three parece una gente equilibrada cuando oyes sus Cds, aunque tengan arranques post-rockeros y shoegazers, pero en directo, sobre todo Warren Ellis, violinista y líder del trío instrumental, parece un loco de los de atar. Los australianos se dedican al folk, armado con bastantes quilos de distorsión y progresiones que pueden recordar a Mogwai en determinados momentos. Una batería que tiende al crazy-jazz de improvisación, una guitarra conductora, y el violín de Ellis, que a parte de sufrir la efervescencia de su portador, libera un sonido que entonces echa a volar y sobrevuela praderas verdes y lugares hermosos sin el rastro del hombre. En directo no es que sean desequilibrados, es que se contagian del alma de Elis, que bien podría ser la de Rasputín reencarnado: su aspecto físico al menos así lo indicaba. No obstante, el recital fue de una calidad asombrosa, con idas y venidas de las melodías, y una fuerza intrínseca que nunca que se sentía desde todos los instrumentos. Parece mentira que seas solo un trío con tan descomunal sonido que practican en directo.

Debido a la extraordinaria larga duración del concierto de The Cure, y a la cancelación de Melvins (al parecer perdieron el avión), el horario varió levemente. Probablemente muchos no sabían que M83 se había retrasado 20 minutos, y se notó cierta impaciencia en los últimos minutos de espera: ver luego a The Rapture, en el otro extremo del recinto, parecía complicarse. Una hora se antojaba corta ante el revuelo que el último disco del francés, Hurry Up, We'reDreaming (Naïve, 2011), ha generado en este último año. Anthony González se ha desprendido de los últimos lazos que le unían al shoegaze, al menos en apariencia, y ha logrado el favor unánime del público con una fórmula electrónica metálica y grandilocuenteque no ahorra en luces ni en ritmos bailables. El concierto fue intenso: manejaron el ritmo con destreza y el entusiasmo con el que interpretaron, en su mayoría, los temas de su último trabajo, se reflejaba en el público como si fuera un espejo. 

Tal vez no sea el mejor concierto visto hasta ahora en el festival, pero visualmente, y con respecto a la respuesta del público, sí va a ser uno de los más destacados. Derrocharon salud musical y ganas de inmortalizar momentos con canciones ricas en detalles compositivos, más allá del inmensos abanico de instrumentos que manejan, algunos naturales, otros electrónicos. Oyéndolos uno solo puede pensar que esta es la música de nuestros días, y que por eso conecta irremediablemente con las masas. Lo cual puede confundir y hacer olvidar el hecho de que este hombre tiene un pasado. En fenómenos como el de M83 da rabia pensar que gran parte del público se ha dejado llevar por la moda: no se trata en absoluto de un hype, pero la edición de su último Cd ha sido, sin previo aviso, una despedida silenciosa y definitiva del viejo Anthony González. Y no es que me guste menos el nuevo, que siempre estuvo latente en el francés, pero lo que sí detesto es ver machar a mareas de gente una vez se ha interpretado Midnight City, el tema del año. Por lo menos fue la penúltima. De todas maneras, y pese a toda la casuística que acompaña siempre a este tipo de fenómenos socio-musicales, M83 hizo un conciertazo a la altura, hoy por hoy, de muy pocos.

Algo parecido podía ocurrir con The Rapture, pero en su caso el hit pertenece a una época en la que todavía no habían dado el pelotazo. La inocencia irreverente de Luke Jenner y compañía salió a paseo a eso de las dos y cuarto de la madrugada, y fue el espaldarazo que todos necesitábamos para combatir el cansancio. Abrieron con la canción que da título a su último trabajo, In The Grace Of Your Love (DFA/Modular, 2011), y desde ahí se fueron encaramando a los más alto de la fiesta que ellos mismos proponían con su música y su actitud. Con un Vito Roccoforte impresionante a la batería, y unos temas que destilan claridad y potencia energética de origen natural, los neoyorquinos se marcaron un concierto de 10. Siempre al borde del descontrol, pero pisando cada vez donde tenían que hacerlo; con Jenner tocando de esa forma tan suya de tocar la guitarra, como con las uñas, que transmite ganas de ser funky. A base de temas como Get Myself Into It, House Of Jealous Lovers, NeverDie Again, Sail Away o How Deep Is Your Love?, The Rapture nos convenció de que nuestro cansancio era solo una ilusión. 

Sonó, por supuesto, Echoes, el temazo de la serie Misfits, pero esta vez lo hizo engarzado a un todo y sumándose a una causa mayor. El concierto se colocó desde el principio a una altura que requería que todos los temas tuvieran un plus de contundencia, una percusión reforzada que nos elevase en volandas sobre nuestros pies. The Rapture es garantía de éxito hoy en día, pero con conciertos como el de ayer, en un festival, demuestran que se sienten más cómodos cuanto más tarde sea su hora de actuación. Tienen esa asombrosa capacidad de hacernos olvidar todo lo demás que nos queda aún por ver. Por lo tanto, al acabar su última canción, y la especie de sesión de super rock que se marcaron, muchos volvimos a la tierra, y el suelo volvió a arder. Era hora de marcharse, de renunciar a AraabMUZIK y descansar para la intensa jornada del sábado, que se antoja gloriosa. 

 Fotos de Pablo Luna Chao.

PRIMAVERA SOUND 2012. Día 1



PS2012. Día 1: Unicornibot, Archers Of Loaf, Afghan Whigs, Mazzy Star, Wilco, The XX, Spiritualized y John Talabot.

Ayer jueves se abrió el recinto del Fórum en Barcelona para una nueva edición del San Miguel Primavera Sound: música a raudales hasta el domingo, en un festival que con los años se ha venido erigiendo como uno de los más importantes del panorama independiente en Europa. El programa del primer día hizo que rápidamente olvidáramos el prólogo del miércoles del Arc del Triomf: las exigencias de movilización de un escenario a otro añaden un importante plus de fatiga, pero lo compensan nueve escenarios de impecable calidad de sonido, y un amplísimo abanico de posibilidades que, como siempre, generó grandes dilemas entre actuaciones que se solapaban. Este es el resumen de mis doce horas en el recinto.

Mi primer objetivo fue Unicornibot, el último pelotazo de la prolífica factoría gallega. Los de Pontevedra son un cuarteto instrumental potente y de calculada y precisa desmesura. Practican un math rock progresivo, donde cada nota forma parte de un todo intrincado, laberíntico y geométrico, muy deudor de Tool o Battles, pero con los dedos bastante más inquietos e imprevisibles. Con solo licor café como combustible, y unas ganas tremendas de sacar a borbotones la música que llevan dentro, los Unicornibot dieron un caudaloso concierto donde exhibieron gran parte de su segundo y último trabajo, Dalle! (Matapadre, 2012). Su música bien podría compararse a la arquitectura de alguna de las grandes civilizaciones de la antigüedad: maestros constructores, los gallegos también tienen esa innata habilidad para juntar enormes bloques de pesada piedra, y hacer que el resultado sea algo sencillamente monumental.

Antes de que se pusiera el sol tenía prevista seguir endureciendo mi piel con más piezas de rock candente, y la posibilidad de ver a los veteranos Archers Of Loaf, juntos de nuevo, sobre un escenario, se postulaba como la mejor opción. Da gusto comprobar cómo hay gente que envejece de manera tan inadvertida: los de Chicago tal vez entraron en hibernación a finales de los '90, y al despertar han mantenido intactas las aristas mansas de su indie-grunge. Pero aunque el estado físico e interpretativo de Erich Bachmann (guitarra y voz), Matt Gentling (bajo) y compañía no parezca resentirse demasiado por el declive del género al que pertenecen, sí se les nota ya un poco fuera de contexto. Su música es plenamente frontal y no parecen esconder o reservar nada para la sorpresa o para el trabajo de los ingenieros de sonido: un juego, el de la producción creativa, al que tal vez hayan llegado un poco tarde.

En ese sentido, los Afghan Whigs son un ejemplo justo de lo contrario: puede que su música también nos transporte a una época donde aún se permitía la canalización del romanticismo a través de la música y las baladas, pero se nota que la exploración musical de Greg Dulli, centrado ahora en The Twilight Singers, no ha cesado durante los más de diez años en los que la banda como tal no trabaja en el estudio. La esencia sigue siendo la misma que cuando se convirtieron en el primer grupo grunge de fuera de Seattle que firmaba con Sub Pop, con ese característico sello emocional, vehemente y por momentos ardiente. Tal vez por eso se han convertido en un grupo de culto durante su separación. Centraron la actuación en sus últimos tres álbumes: Gentleman (Elektra, 1993), el más celebrado y aplaudido, Black Love (Elektra, 1996) y 1965 (Columbia, 1998), dándole un mayor empaque y un revestimiento más preciosista a temas como Uptown Again o When We Two Parted con arreglos instrumentales in situ. Ésta última, junto a My Enemy, marcaron seguramente los momentos más altos de un recital que, con todo, ha significado un regreso más que digno de los Afghan Whigs a los escenarios.

La siguiente parada de mi ruta por la primera jornada de Primavera Sound era el concierto de Mazzy Star, otra vieja gloria de los '90 que nunca nos ha abandonado. Pese a que sus disco no se cuentan ni con los dedos de una mano, la banda liderada por Hope Sandoval ha seguido aumentando su volumen de fans debido, seguramente, a un sello vocal que no ha pasado nunca de moda: artistas como PJ Harvey, Cat Power o Leslie Feist han cosechado últimamente grandes éxitos, basados en elementos, en cierta medida, comunes a ellos. La cantante, severa y taciturna, dirige a su banda con miradas de acero y sentimientos muy profundos. Y pese a que comenzaron más fríos de lo cabía esperar, como preservando una distancia prudencial entre los sentimientos expresados en sus discos y el público, el concierto fue adquiriendo una forma, y desenterrando un contenido, que revelaron unas inquietudes musicales más alternativas, oscuras y conspicuas de lo que cabía imaginar por su trabajo de estudio. Los californianos fueron abriendo las esencias de la psicodelia, del country, del post-rock, y hasta del shoegaze sin previo aviso, como dejando caer chaparrones de intensa marea emocional tras un velo de cierto retraimiento.

Los que no dieron ni un solo síntoma de inhibición fueron los Wilco, minutos después en el escenario más grande. Porque lo de este grupo son palabras mayores: son una ofrenda de riqueza, naturalidad y brillantez puesta al servicio de la buena música. Tweedy y compañía dieron un concierto de los que hacen saltar las lágrimas, incluso las de quienes pensamos que sus discos, aunque sobresalientes, son un poquito aburridos. Saltaron al ruedo en semi acústico, enseñando las costuras que unen el sonido y la personalidad de cada integrante de la banda: al mirarlos uno solo puede pensar que tocar como lo hacen ellos debe ser lo más parecido a hacer el amor conjuntamente, a practicar una orgía de amor y arte a la vista de todo un mundo boquiabierto. Pero es que luego, con Art Of Almost, llevaron tan al extremo sus cualidades, en un fundido de distorsión y notas en picado, que parecía que podían abrir una brecha entre el público, como hizo Moisés con las aguas del Mar Rojo.

Jeff Tweedy, elegantísimo con sombrero blanco y chaqueta de hombre de costa, curtido y satisfecho, me llamó la atención, claro: con esa voz que parece la de un joven de 20 años, y con esa delicadeza que tiene al decir las verdades. Pero aluciné con Nels Cline. El hombre conoce la guitarra que toca mejor que cualquier otra parte de su cuerpo, y además de puntear de manera gloriosa en Impossible Germany, entre otras, manejaba ciertos hilos electrónicos y dejaba escapar los granos precisos en cada distorsión. He comprobado, por tanto, que es cierto eso que dicen de que los conciertos de Wilco son un caso a parte: su directo supera con creces, para mi gusto, al material ofertado en sus discos. Demuestran ser unos músicos de primer orden, y que son capaces de lograr algo francamente difícil, pero que se da en ocasiones: que mientras estás en un concierto suyo no existe para ti otro grupo en el planeta.

Eso ocurre hasta que tu mente vuelve a pisar la tierra y te das cuenta de lo que viene a continuación: The XX, y en el escenario más alejado, el Mini. Su concierto registró una afluencia masiva, como los abanderados de la música nueva más vanguardista que son. Su fórmula: un sonido minimalista y de arquitectura espaciosa que abre claraboyas en la nocturnidad más sugerente que se recuerda, quizás, desde Portishead. Romy Madley Croft, a la guitarra, Oliver Sim al bajo, y Jamie Smith, con un armamento espectacular de aparatos electrónicos, presentan una imagen que tiende a la simetría, al orden y a una elegante discreción. Pero su sonido, además de transmitir todo eso, funciona también de sofisticada fuente de liberación para el público, que se siente libre bajo el cielo estrellado, mientras ellos lo tienen bajo los pies (pantallas de móviles, cámaras, iPods, etc).

Bajo y guitarra a dúo, como las voces de sus portadores. Nunca hablan todos a la vez, los cuatro, pero comparten exactamente el mismo discurso: espacios abiertos, pinceladas firmes, cuerdas tensas y luces que dan sosiego y confianza para cuando nos toca caminar solos por la vida. Un discurso, además, que está íntimamente armado por el costurero mayor del Reino, Jamie XX, en un esfuerzo encomiable de sutileza y de interpretación de unas partituras que, de no ser por el peso de las bases que aporta, se volarían y acabarían perdiéndose en el oscuro firmamento como un globo desprendido de la mano de algún niño. Con todo, fueron de menos a más, con algún acople malsonante y un nervio que todavía no está hecho a prueba de bombas. Presentaron su ya célebre XX (Young Turks, 2009), y lanzaron alguna pieza de lo que será su segundo disco, que pronto verá la luz. Temas con algo más de decoración, pero con el mismo perímetro y material con el que han erigido su monumental buena fama. The XX tendrá mucho que demostrar en su próximo trabajo, pero obras como la Intro de su primer disco, o Night Time, dos de las canciones más aclamadas anoche, son difícilmente repetibles.

Los londinenses nos regalaron uno o dos momentos de esos que recuerdas años más tarde: se fueron entonando; y, sin que nos diéramos cuenta, lograron extraer de nosotros toda la energía empática que les hacía falta para sentirse cómodos del todo. El problema es que, por lo menos a mí, me dejaron sin un ápice de fuerza para seguir moviéndome por el recinto y, además, prestar atención. Me dejé ir en Spiritualized, que fue un espectáculo precioso, ejempo de cómo el fluir de la música puede integrarse en la musculatura de un cuerpo. Y mi percepción solo logró convencer a mi mente de que retuviera el fantástico juego vocal que ofreció el cantante en compañía de dos mujeres del gospel. Después, como buscando un chute de energía en la música electrónica de baile, me acerqué a la sesión/concierto de John Talabot, el fenómeno del deep house español, uno de los artistas nacionales más exportables y exportados últimamente. El barcelonés, acompañado de otro músico con el que compartía mesa y aparatos, estuvo todo lo contundente que cabía imaginar. Una montaña de decibelios puestos al servicio de un montón de piernas aún con ganas de moverse. Pero lo que fueron las mías, en cuanto Talabot echó el cierre, solo pudieron ya dirigirse hacia un lugar: mi casa. 

Fotos de Pablo Luna Chao.

PRÓLOGO DEL PRIMAVERA SOUND 2012



PRIMAVERA SOUND 2012. PRÓLOGO: The Wedding Present y The Walkmen.

Pese a que desde el inicio del mes de mayo ha habido ya conciertos, en clubs y bares de toda la ciudad, hoy día 30 ha comenzado de verdad el San Miguel Primavera Sound en Barcelona, edición 2012. Y lo ha hecho regalando una tarde-noche de conciertos en el Arco del Triunfo, gratuitos y abiertos a cuanto público se acercase, y una serie de conciertos en las dos salas de Apolo. Para ir abriendo boca antes de las sucesivas sobredosis que nos esperan en los próximos cuatro días, me he acercado solo un rato a la alargada y habilitada plaza que hay, a modo de bulevar, entre los dos sentidos del Passeig de Lluís Companys. El menú incluía a No More Lies, Jeremy Jay, The Wedding Present, The Walkmen y a los Black Lips, pero me contentaba con ver a los tres últimos.

Llegué antes de que Jeremy Jay, un joven californiano de lo más indie, acabase su concierto. Al frente de una banda que parecía algo tímida, e interpretando canciones de cierta delicadeza floral, el cantautor resonó un poco hueco en un escenario tan grande, vacío y diurno. Lo mismo le habría pasado a The Wedding Present, probablemente, si no llevaran 25 años subidos a las tablas. Los de Leeds forman parte de una época que, en cierto modo, ya pasó: suenan irremediablemente a clásico de los ’90. El parón de casi 10 años (1996-2005) terminó siendo una transición demasiado dura para la banda, que ya nunca volvió a ver los números y el éxito de la que fue su década. La formación que acompaña a David Gedge no tiene ya nada que ver con la que empezó, así que ninguno de los miembros salvo el líder y compositor fueron responsables de la creación de su álbum más aclamado, el que además venían a interpretar: Sea Monster (RCA, 1991).

Es innegable que el sonido resultante del trabajo de The Wedding Present tiene bastante de carismático, pero también es verdad que su efecto se disuelve a medida que avanza su repertorio. Su post-rock de antaño se ha transformado en una música a la que le cuesta resultar sorprendente, poco rupturista; y la actitud que reina y transmiten, aunque vital y, por momentos, bastante enérgica, aqueja cierta nostalgia incurable. No obstante, estuvieron a la altura de las expectativas del público, haciendo gala de una seriedad y un saber hacer bastante notables.

Las expectativas, en este caso mías personales, con respecto a The Walkmen, por otra parte, se cumplieron también medianamente: lo que pasa es que no eran muy altas ya de por sí. Y no es que su concierto fuera malo, que no lo fue, pero desde la publicación de su segundo álbum, Bows + Arrows (Record Collection, 2004), todo lo que hace esta banda norteamericana me parece un puedo y no quiero. No termino de encontrar la garra que exhibían en aquel Cd, con The Rat a la cabeza, como si aquel sprint inicial les hubiera permitido pedalear a la deriva por el resto de sus carreras. Con todo, los Walkmen tienen una base correcta de música inspirada que les basta para pisar siempre terreno firme, para hacer que la lúcida voz de Hamilton Leithauser llegue a la altura desde la que ha de ser lanzada al público. Protagonizó el concierto el cantante, engalanado con camisa, americana, y una pose siempre fotogénica, dando la impresión de que han alcanzado una categoría o un estatus en el mundillo de la música que les permite evitar mancarse las manos: y creo que es justo ahí de donde no se saca la garra necesaria para convencer, al menos, a quien escribe.

Y como en los aperitivos uno no ha de llenarse demasiado el estómago, archivado ya lo visto, emprendí el camino a casa en bici sin acabar de escuchar a The Black Lips. Desechados los Beach Fossils y el plan de Apolo por aforo completo, The Wedding Present y The Walkmen, dos grupos de pelotón, de los que no hacen un festival pero sí le dan cuerpo, fueron suficiente para la primera noche de festival. A partir de mañana abre sus puertas el recinto de los 10 escenarios en el Fórum, y la agenda no será tan lineal como la de hoy. Espero que los platos principales den un salto de cualidad con respecto a los aperitivos, y que haya conciertos de los que hacen saltar las lágrimas. 

Fotos de Pablo Luna Chao.