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OPTIMUS PRIMAVERA SOUND. Porto. Día 1




OPS2012. Día 1: Atlas Sound, Yann Tiersen, The Drums, Suede, Mercury Rev y The Rapture

 Ha nacido un nuevo festival, la unión de dos grandes clásicos ibérico: Primavera y Optimus, juntos en Porto. El formato nada tiene que ver con el festival de Barcelona: apenas un par de escenarios (al menos el primer día), y ninguna coincidencia de bandas tocando al mismo tiempo. Los dilemas de elección, entre un cartel que es aproximadamente la mitad que el de su matriz, con muchos de los grupos que ya pudimos ver el fin de semana pasado, no se producen en Porto. El recinto, a orilla del mar, presenta los dos escenarios juntos, con una elevación natural al frente que permite al público divisar bien lo que ocurre aún estando lejos. Césped, buena música, cervezas y comidas algo más baratas y, sobre todo, la oportunidad de enmendar las decisiones tomadas durante el Primavera de Barcelona, o de repetir con aquello que nos fascinó, o incluso con lo que no nos convenció.

La primera jornada, algo más light de lo que nos espera estos días, registró ya una asistencia bastante masiva: algunos de los pesos pesados del cartel no se iban a hacer esperar. Bradford Cox no parecía uno de ellos: tocando él solo frente a un público que ya esperaba a Yann Tiersen, el responsable de Atlas Sound, no parecía tener el caché que lleva cuando lidera a los Deerhunter. Pero ese a que mucha gente todavía seguía en la cola para obtener la pulsera, y a que los que estaban no parecían prestarle excesiva atención, el de Georgia jugó con su guitara y los pedales, convirtiendo el recital de un cantautor en un espectáculo de producción y auto-remezcla in situ. Eso sí, los hits del Parallax, su último trabajo en solitario, sonaron bien claros y reconocibles: porque tampoco hay que confundir tanto al gentío.

Yann Tiersen era otra historia, pero al parecer se ha desligado completamente de su pasado musical y ahora trata de ser uno más. Toca la guitarra, se apoya en aparatitos electrónicos que le permiten desarrollar sus sobresalientes dotes compositivas, y ha logrado modernizar su estilo aunque ello pueda haber significado una ligera pérdida de identidad. Su música alberga hoy en día desde la épica del rock celta hasta ciertos afluentes del shoegaze y el grunge, pero en mi opinión, aunque exhibe un sonido de calidad, compositiva e instrumentalmente, hay algo de indefinición, de exceso, y de querer decir demasiado en sus conciertos. Puede entenderse como un handicap, pero es riqueza musical: no parece saber hacia dónde conducir ahora su evolución, pero mientras siga indeciso, y coquetee con tantos estilos o géneros se le vayan poniendo por delante, habrá gente que esté feliz porque en sus conciertos siempre hay calidad; aunque no sea fácil reconocerle tras su sonido.

Tampoco el público ha de decidir nada, cuando puede abarcarse toda la oferta, en este caso, musical. De no se así, es probable que no hubiera asistido al concierto de The Drums, que aunque tienen la fama, la popularidad, y el ferviente favor del público, no termino de encontrarles el fondo de contenido musical que se espera de las bandas que venden tanto. Tienen un gancho evidente, con ritmos casi binarios endulzados de melodías sencillistas que no son capaces de llenar el espacio de un recinto como este. Las primeras filas registraban una afluencia mayoritariamente joven, tal vez símbolo de lo mucho que le queda a esta banda para llegar a la plena madurez musical. Algo que demostraron los Suede, poco después, con una sola canción, y el primer meneo de caderas de Brett Anderson. Los británicos tienen una inmensa seguridad en sí mismos: no compiten, simplemente ganan.

Su sonido se elevó anoche sobre un público entregado, que pudo comprobar en primera persona el enorme magnetismo que el cantante produce: Anderson, atractivo lo mires como lo mires, bajó en varias ocasiones al foso a dejarse tocar por los fans incondicionales, que respondieron en todo momento. La música, por otra parte, resultó también provocadora, sugerente, y llena de pasión. Muchos de sus grandes éxitos, como Trash o Beauteful Ones, sonaron radiantes y con ese acento amargo tan característico que tienen los Suede, que pese al ligero cambio de tono vocal, sigue activo tras más de dos décadas. Fue un concierto intenso, con apagón incluido, bonito y cargado de momentos de esa magia y entrega que, por ejemplo, le faltó a The Drums. Convencieron, y desenterraron con un prisma suficientemente nuevo las bases del brit-pop.

Después, pese a que en el programa aún estaba marcada la actuación de Explosions In The Sky, aparecieron los Mercury Rev. La substitución no se había confirmado por todos los canales a la hora del concierto, pero muchos fans se habían congregado allí, con la información o la esperanza de que iban a ver a uno de los clásicos alternativos más infravalorados de la escena indie. Montaron un espectáculo potente, basado en la contundencia más que en la velocidad, en un contenido melódico bien trabajado, pero sobre todo apoyado en una batería fuertemente equilibrada en la que se podría basar casi cualquier estilo, pero también una catedral o una construcción concebida para durar siglos. Tocaron francamente bien, con descaro, con ritmo, con vino de Oporto, y con la voluntad sincera y honesta de tratar de hacer de casa instante, de cada canción, un momento imperecedero. Los Mercury Rev, que no se prodigan mucho por estos lares, mostraron ayer una de sus mejores caras.

Pero en el intervalo que lleva de las últimas canciones de una banda al inicio del concierto de otra, como ayer entre Mercuty Rev y The Rapture, pude extraer mi primera conclusión acerca de la naturaleza de este festival. No parece haber espacio para rutas alternativas, de promesas, para evitar el momento hit, y a un público poco fiel que se mueve a otra cosa cuando una banda ya ha cumplido. Pasó con Yann Tiersen, con los Drums, y pasó en el intervalo entre Mercury Rev y The Rapture, cuando la gente abandonaba un escenario ya cantando las canciones que sonarían en el otro. Como si se tratase de simples turnos, cual sesión de Dj de un bar indie cualquiera. Gran parte del público viene atraída, no por la banda, sino por el hit, y eso le resta a los conciertos el mínimo proceso empático necesario para que haya conciertos 10. Al menos eso ocurrió anoche.

Porque la comparación con el Primavera Sound de Barcelona va a ser inevitable, y en ese sentido puedo afirmar que The Rapture, uno de los grandes triunfadores de la edición de la condal, no pudieron estar a la altura de su actuación allí. Tal vez porque el público no respondió de la misma manera, o tal vez porque el aparente cansancio de la banda fue real, pero el caso es que no imprimieron la intensidad, ni el ritmo, ni el plus de electrónica pinchada al repertorio como sí hicieron el fin de semana pasado. Con todo, fue un concierto completo, al que solo se faltó el extra que, cuando sabes que lo tienen y lo pueden dar, da rabia no recibir. Lo pueden hacer mejor, pero el saberlo no desentona demasiado un concierto suyo.

El ejemplo claro de lo que decía antes se pudo apreciar en la forma en la que insertaron Echoes: como la punta del iceberg y el reclamo que todos quería oír. En Barcelona por fin logró ser una más, al servicio de un sonido conceptualizado de otra manera, a la que se adaptó sin problemas. En Oporto, sin embargo, el recital no fue una sesión tan brillante de súper rock, y apareció más aislada, como la pieza básica de un recital convencional de rock. Y eso que eran las mismas dos de la mañana. The Rapture, con Luke Jenner y su gracia natural a la cabeza, han de ser una referencia en sí mismos: han logrado capturar el por qué de su éxito, y lo han conseguido exprimir al máximo con un último disco antológico. Lástima que en su concierto de ayer no pudieran hacer imperar el concepto musical que lleva detrás, frente al empuje de sus éxitos anteriores. Pero insisto, opino que no es culpa suya, tal vez un poco de su cansancio, pero me parece que muchas veces una banda en un concierto solo está a la altura que el público le permite estar. Y The Rapture tiene mucha música, aún más de la que mostró anoche.

Fotos de Pablo Luna Chao.

PRIMAVERA SOUND 2012. Día 2




PS2012. Día 2: The Chameleons, Lower Dens, The War On Drugs, The Cure, Dirty Three, M83 y The Rapture.

Mi programa para el segundo día, por el cartel, se antojaba más tranquilo que día anterior. El monopolio de público que ejercería la larguísima actuación de The Cure, de casi tres horas, propició que durante ese tiempo apenas hubiese conciertos en otros escenarios. Aproveché para cenar, comprar merchandising y darme una vuelta por alguno de lo conciertos que sí estaban programados para que coincidieran con la banda de Robert Smith. Al final fue otro día largo, aunque no tanto como el jueves, y no tan intenso como el que me espera hoy. 

Definitivamente, hay una gran diferencia entre los conciertos de día y los de noche. Le resta encanto la luz solar a un espectáculo que gana enteros con los focos de colores, los humos que se tiñen, y con la oscuridad alrededor. No sé si fue ese el motivo, pero The Chameleons me decepcionaron. Llegué justo para su concierto, habiendo descartado el ver a los Cuchillo, por el simple lujo de comer tranquilo y poder ver un rato a mi novia. Sonaron los británicos crudos, como poco hechos, con una buena dosis de ese oscuro clasicismo del que se alimentan, pero mostrándolo a un nivel al que muchos, con perdón, llegarían: pensé para mis adentros, y puede que lo exteriorizara, que The Chameleons habían sonado como otros tantos miles de grupos que juegan a mezclar post-punk y dream pop. Aún así, acabaron con Second Skin, uno de sus grandes éxitos, y el público lo agradeció; algunos incluso se acercaron a estrecharse con un Mark Burgess que se había ido animando poco a poco, y que hasta había bajado al foso. Pero en mi opinión, será unos de los conciertos que más rápido pasará a la historia en esta edición del San Miguel Primavera Sound

No imaginaba que después de los británicos tendría que resarcirme de algún modo: Lower Dens no estaba proyectado en mi programa con esa misión, pero a parte de demostrarme el buen nivel que siguen desarrollando, consiguió también que pronto olvidara de dónde venía. Los de Baltimore, con Jana Hunter a la cabeza, acaban de publicar un segundo álbum, Nootropics (Ribbon Music, 2012), que incluso ha superado las expectativas generadas por su interesantísimo disco de debut, Twin Hand Movement (Gnomonsong, 2010). Se diría que son los típicos primer y segundo trabajo de un grupo que va a llegar lejos. Su sonido se basa en la combinación de languidez y firmeza, del fluir de unas guitarras serpenteantes sobre ritmos que avanzan sin mirar atrás, implacables pero discretos. Hunter, además, le aporta con su voz un sentimiento ambivalente de soledad y ganas de cariño que hace que, aunque aparentemente sin quererlo, su discurso se enriquezca y gane atractivo: se nota cuando los músicos, realmente, tienen algo  que decir. 

Sin embargo, aunque sonaron con la entereza y la precisión necesarias para que su música se manifestase como es realmente, tuvieron ciertas dificultades para otorgarle al recital un corpus compacto. Entre canción y canción, debido a veces a problemas técnicos, se generaron pausas demasiado largas, como si los temas fuesen islotes aislados que no se tocan entre ellos. No obstante, hay que decir que tras uno de los peores parones vino Brains, el single de su segundo Cd, y así incluso tuvo un efecto reforzado. Parece mentira que la banda pueda entrar en ese estado de intensa languidez e irreductible firmeza narrativa, y salir de él con tanta facilidad. Puede que no fueran uno de los reclamos básicos del festival, y tampoco es que hicieran el concierto del día, pero los de Baltimore superan cada vez las expectativas, y crecen día a día con discos de calidad y directos muy bien interpretados. Les falta todavía, y supongo que a muchos de sus potenciales seguidores, creer que realmente son una banda a tener en cuenta. 

Media hora más tarde, en ese mismo escenario (Pitchfork), tocaba Kurt Vile con The War On Drugs. Es siempre bien recibido un concierto de un tipo como él: trabajador incansable del rock, este joven de Pennsylvania parece ya un veterano, y también que quiere hacer carrera como mítico y carismático icono de la vieja escuela. El problema es que pocos minutos después tocaba detrás de él uno que sí es, indiscutiblemente, uno de los referentes más grandes de la música de los últimos 30 años. Apenas pude disfrutar de un par de canciones, pero daba la sensación de que no había ningún tipo de ensombrecimiento en su forma de tocar la guitarra: con la melena por los hombros, y la chaqueta tejana roída por los codas, Vile parecía liderar a una muy buena banda, cargada toda ella de un mismo acento clásico, pero a la vez fresco. The War On Drugs, funcionando como aperitivo de lo que venía a continuación, o como plato principal, contiene ingredientes para saciar a cualquier buen amante del rock que busque sonidos que venga de cara. Porque Kurt Vile es un currante de la música, y eso siempre se agradece. 

A partir de entonces cayó la noche sobre el Fòrum. Frente al escenario San Miguel se abarrotaron decenas de miles de personas, que asistieron a uno de los conciertos más largos de la historia del festival. The Cure no era para menos: cabeza de cartel allá por dónde vayan, son capaces de reunir a gente de varias generaciones, de irreconciliables gustos musicales que solo se engarzan a través de ellos. Personalmente, nunca ha sido un grupo que me volviera loco, pero es innegable que la línea de trabajo que han mantenido durante toda su carrera es una de las piedras angulares en las que se ha sustentado la música contemporánea: el claroscuro gótico de su pop al estilo británico y la genética lúgubre de su expresión musical y corporal, han generado más discípulos casi que los Beatles. Muchos, como los propios Chameleons, se quedan el camino, como en un purgatorio en el que también se venden discos. Pero si hay un paraíso reservado a los más grandes, ese es el sitio de Robert Smith y compañía. 

Demostraron estar en una forma envidiable, musical y vitalmente. No cabía un alfiler entre el público, que oyó muchos de los grandes hits de la banda, como Just Like Heaven, Friday I'm In Love, Lovesong y, por supuesto, Boys Don't Cry. Más de 30 canciones, 3 bises. Todo ante un público fiel y entusiasmado que al que no le flaquearon las piernas ni un instante. Tocaron bien, con una puesta en escena espectacular y un sonido impecable: cabían todas las alturas a las que llega la voz de Smith. Éste, con ese aspecto de bruja venida a menos, de fiera mal domesticada que envejece porque no hay más remedio, acaparaba todas las miradas. Es una figura, y así lo demostró musicalmente, que aunque enraíce en los últimos '70 y brotara en los '80, no pertenece a una época: la vida y la historia pasan a través de él, y las interpreta desde su óptica, turbia pero increíblemente sensible. No permanecí mucho tiempo oyéndoles porque quería aprovechar los vacíos que dejaban en el resto del recinto, pero alcancé a notar un ambiente como pocas veces he visto en un concierto. Alejándome de allí pensé que cualquier otra cosa que viera me parecería sosa, blanda, y hasta un error. Pero me fui, y dejé a The Cure en un apogeo que duró casi tres horas. 

Gracias a dios, la opción que manejaba para el plan anti-The Cure no hizo lo que yo esperaba. Dirty Three parece una gente equilibrada cuando oyes sus Cds, aunque tengan arranques post-rockeros y shoegazers, pero en directo, sobre todo Warren Ellis, violinista y líder del trío instrumental, parece un loco de los de atar. Los australianos se dedican al folk, armado con bastantes quilos de distorsión y progresiones que pueden recordar a Mogwai en determinados momentos. Una batería que tiende al crazy-jazz de improvisación, una guitarra conductora, y el violín de Ellis, que a parte de sufrir la efervescencia de su portador, libera un sonido que entonces echa a volar y sobrevuela praderas verdes y lugares hermosos sin el rastro del hombre. En directo no es que sean desequilibrados, es que se contagian del alma de Elis, que bien podría ser la de Rasputín reencarnado: su aspecto físico al menos así lo indicaba. No obstante, el recital fue de una calidad asombrosa, con idas y venidas de las melodías, y una fuerza intrínseca que nunca que se sentía desde todos los instrumentos. Parece mentira que seas solo un trío con tan descomunal sonido que practican en directo.

Debido a la extraordinaria larga duración del concierto de The Cure, y a la cancelación de Melvins (al parecer perdieron el avión), el horario varió levemente. Probablemente muchos no sabían que M83 se había retrasado 20 minutos, y se notó cierta impaciencia en los últimos minutos de espera: ver luego a The Rapture, en el otro extremo del recinto, parecía complicarse. Una hora se antojaba corta ante el revuelo que el último disco del francés, Hurry Up, We'reDreaming (Naïve, 2011), ha generado en este último año. Anthony González se ha desprendido de los últimos lazos que le unían al shoegaze, al menos en apariencia, y ha logrado el favor unánime del público con una fórmula electrónica metálica y grandilocuenteque no ahorra en luces ni en ritmos bailables. El concierto fue intenso: manejaron el ritmo con destreza y el entusiasmo con el que interpretaron, en su mayoría, los temas de su último trabajo, se reflejaba en el público como si fuera un espejo. 

Tal vez no sea el mejor concierto visto hasta ahora en el festival, pero visualmente, y con respecto a la respuesta del público, sí va a ser uno de los más destacados. Derrocharon salud musical y ganas de inmortalizar momentos con canciones ricas en detalles compositivos, más allá del inmensos abanico de instrumentos que manejan, algunos naturales, otros electrónicos. Oyéndolos uno solo puede pensar que esta es la música de nuestros días, y que por eso conecta irremediablemente con las masas. Lo cual puede confundir y hacer olvidar el hecho de que este hombre tiene un pasado. En fenómenos como el de M83 da rabia pensar que gran parte del público se ha dejado llevar por la moda: no se trata en absoluto de un hype, pero la edición de su último Cd ha sido, sin previo aviso, una despedida silenciosa y definitiva del viejo Anthony González. Y no es que me guste menos el nuevo, que siempre estuvo latente en el francés, pero lo que sí detesto es ver machar a mareas de gente una vez se ha interpretado Midnight City, el tema del año. Por lo menos fue la penúltima. De todas maneras, y pese a toda la casuística que acompaña siempre a este tipo de fenómenos socio-musicales, M83 hizo un conciertazo a la altura, hoy por hoy, de muy pocos.

Algo parecido podía ocurrir con The Rapture, pero en su caso el hit pertenece a una época en la que todavía no habían dado el pelotazo. La inocencia irreverente de Luke Jenner y compañía salió a paseo a eso de las dos y cuarto de la madrugada, y fue el espaldarazo que todos necesitábamos para combatir el cansancio. Abrieron con la canción que da título a su último trabajo, In The Grace Of Your Love (DFA/Modular, 2011), y desde ahí se fueron encaramando a los más alto de la fiesta que ellos mismos proponían con su música y su actitud. Con un Vito Roccoforte impresionante a la batería, y unos temas que destilan claridad y potencia energética de origen natural, los neoyorquinos se marcaron un concierto de 10. Siempre al borde del descontrol, pero pisando cada vez donde tenían que hacerlo; con Jenner tocando de esa forma tan suya de tocar la guitarra, como con las uñas, que transmite ganas de ser funky. A base de temas como Get Myself Into It, House Of Jealous Lovers, NeverDie Again, Sail Away o How Deep Is Your Love?, The Rapture nos convenció de que nuestro cansancio era solo una ilusión. 

Sonó, por supuesto, Echoes, el temazo de la serie Misfits, pero esta vez lo hizo engarzado a un todo y sumándose a una causa mayor. El concierto se colocó desde el principio a una altura que requería que todos los temas tuvieran un plus de contundencia, una percusión reforzada que nos elevase en volandas sobre nuestros pies. The Rapture es garantía de éxito hoy en día, pero con conciertos como el de ayer, en un festival, demuestran que se sienten más cómodos cuanto más tarde sea su hora de actuación. Tienen esa asombrosa capacidad de hacernos olvidar todo lo demás que nos queda aún por ver. Por lo tanto, al acabar su última canción, y la especie de sesión de super rock que se marcaron, muchos volvimos a la tierra, y el suelo volvió a arder. Era hora de marcharse, de renunciar a AraabMUZIK y descansar para la intensa jornada del sábado, que se antoja gloriosa. 

 Fotos de Pablo Luna Chao.