THE ANTLERS



Miradas de amor desde la distancia.

Son curiosos los razonamientos automáticos que procesa nuestra mente a veces. Como las que genera la mía cuando escucha algo nuevo, relacionando al grupo con el sello y viceversa. En ocasiones (luego generalmente voy descubriendo que no tengo razón), como en el caso de Matador y Esben and The Witch, me pregunto por qué una grande le da esa oportunidad a unos raros desconocidos; y en otras, como en el caso de The Antlers y Frenchkiss Prod., no puedo evitar pensar que es como cuando un equipo pequeño ficha a un genio del fútbol, hasta ahora desconocido, y lo da a conocer al mundo, disfrutando de su presencia mientras aguarda el inevitable momento en que venga uno grande y se lo lleve. Porque esta banda, después del BURST APART, ya no puede pasar más desapercibida.

Peter Silberman es el responsable directo de este proyecto de Broocklyn que a mí, personalmente, me tiene loquito últimamente. Practican un delicado pop-rock independiente, ligeramente alternativo, y un poquito post-algo: una música muy identificable (me niego a decir catalogable, aunque lo sean), pero con una personalidad clara y bastante particular. Recuerdan un poco a Piano Magic y a The National, pero en general, y pese a no resultar en absoluto inclasificables, a quien recuerdan en todo momento es a ellos mismos. The Antlers es de esas bandas que mientras las oyes eres, en todo momento, plenamente consciente de a quién estás escuchando y por qué. Pero no busques motivos de escaparate, no muestran a gritos o con luces de neon su bandera: te van conquistando con la insistencia de las caricias que siempre son bien recibidas. Hay mucho amor en la voz herida de Silberman.




BURST APART suena constantemente a cosas bien hechas, a un trabajo con paciencia y laboriosidad; a un trabajo delicado y lleno de cariño. Aunque en mi opinión hay tres temas que sobresalen, se nota la dedicación en cada canción, el amor que Silberman ha de sentir por cada una de sus notas, de sus progresiones. Por cada suspiro y cada sururro. Además, quizá por la ordenación del resto de temas, o tal vez porque también son súper buenos, los valles que hay entre esas tres cumbres parecen deliciosos planeos que contagiarían la paz por el mundo como la peor de las epidemias.

Comienza con la actitud tremendamente benevolente de I Don't Want Love, donde Silberman solo saca a pasear su voz unos segundos, y de French Exit, donde parece crear un tímido duo con voz femenina; temas bajo los cuales la presión nunca nos alcanzaría. Y como si de una broma se tratase, destapan el teclado del suspense, y toda esa presión atmosférica de la que creíamos estar a salvo, nos empieza a ahogar un poquito, suavemente. Parentheses es el primero de los temazos, una pausa en el cortejo: una rara avis en la trayectoria de The Antlers, y quizá por eso resulte tan atractiva. Tiene un ritmo triphopero muy pegadizo, y una entoncación desafiante pero amistosa a la vez, un bajo potente y muy a la vista, y un guitarreo egocéntrico que se desarrolla desde el ecuador del tema.

No Windows se mantiene en esa atmósfera ligeramente espectral que crean en Parentheses, pero con bastante más recogimiento. La ambivalencia sexual de la voz de Silberman me sigue haciendo dudar de la presencia de una chica cantando, pero no es un tema para noches de pareja. Rolled Together corrobora la idea que me viene al escuchar este disco de que es como un largo lamento de seducción traducida. La explosión de su grito al cielo, y el final con vientos y guitarras que desdibujan las estrellas, son como una mirada de amiración y de amor, pero no desde la intimada de la proximidad, sino desde el exterior de una casa hacia dentro, desde la distancia. The Antlers son amor desde lejos, como una relación a distancia.

El único momento en que esa distancia parece doler es en el segundo temazo del Cd: Every Night My Teeth Are Falling Out. En seguida me recordó a Halfway Thought, de Piano Magic: desde el comienzo sabes que es algo especial. Para mí es una de las canciones del año, aunque pasará desapercibida. Con ese inicio, entre guitarra y mandolina, con la voz crepuscular y caliente de Silberman. Con esa cadencia que abre el estribillo, ya con hiriente distorsión. Con la insistencia de la mandolina, y el matilleo del pájaro carpintero que hay cerca del teclado. Con la contorsión y la enajenación de la voz de Silberman; y con ese final tan apotósico que acaba en un logradísimo punto final que lo guarda todo. Con todo eso, el disco se rome definitivamente.

Y la grandeza de la ordenación del disco reside en hacer de la próxima canción una transición más hacia otro principio. Tiptoe no es más que la larga sombra de la pedazo de canción que la precede. Así consiguen que Hounds suene a un nuevo comienzo. En realidad, casi todas las canciones suenan al despertar de una nueva mañana, esperanzadora. Todas menos las tres más molonas...curioso. Pero Hounds, que está hecha a base de un arpegio y un teclado espolvoreado sobre él, y Corsicana, una bonita balada a piano, son precisamente el último valle de placentero y pacífico sonido antes del último asalto: la canción que me vuelve loco.

Putting The Dog To Sleep creo que podría durar eternamente, y yo sería feliz escuchándola en un bucle sin principio ni fin. Antes o después me sacaría toda la mierda que esconden mis intimidades: al final me haría llorar y confesar, estoy seguro. Es mejor que cualquier psicoanalista, porque su sencillez expresa realmente humildad, modestia y aceptación: es como mirar a un espejo honestamente y decirte a tí mismo toda la verdad a la cara; sin tapujos, ni artificios; sin dramas ni eufemismos. El el mejor colofón posible a un disco más que notable de The Antlers; Quizá no tenga la grandilocuencia y la perfección de otros que sí liderarán las listas de los mejor del año, pero BURST APART, al menos en la mía, gozará de una privilegiada posición porque me ha conquistado. Desde luego, es para quien aprecia la pausa y la humildad en la música.

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