Volver a casa.
Las ceremonias cambian. Antes, cuando comprábamos un Cd que acababa de salir, llegábamos a casa como con prisa, nos encerrábamos en la habitación, y, lentamente, tirábamos de esa cintita de plástico que nunca cumplía del todo bien su función de apertura-fácil, y se rompía. Entonces arrancábamos nerviosos todo el envoltorio de plástico, y sin siquiera tirarlo a la papelera (por aquél entonces casi nadie reciclaba), abríamos extasiados el recipiente de aquel preciado tesoro que era un Cd nuevo, original, por estrenar. Lo metíamos en el reproductor típico de la época, y le dábamos al play con el nerviosismo de quien entra en un examen que no se sabe muy bien. Ahora leemos en alguna red social que fulanito ha sacado (o incluso que va a sacar) disco, copiamos su nombre a golpe de ratón, lo ponemos en google, y al cabo de un rato ya podemos oírlo, en medio de una montaña de otros grupos a los que accedemos casi sin restricción alguna. Cuando hace unas semanas hice esto mismo con el Algiers (ANTI-, 2012) de Calexico, añoré de veras aquellas épocas ceremoniosas que ya nunca volverán (hasta que me pase al vinilo).
Porque Joey Burns y John Convertino, al margen de un par de bandas sonoras (Circo y The Guard), llevaban 4 años sin publicar nada nuevo, y eso es mucho tiempo; tanto, que merecería aquella ceremonia. Con este son ya 7 discos los que los contemplan, a parte de la extensa carrera que desarrollaron previamente en Giant Sand, desde mediados de los '80. Calexico no ha sido nunca una banda paralela: ha desarrollado un estilo y un sonido propios desde el principio, desde su primer álbum, Spoke (producido por el sello alemán Hausemusik en 1996, cuando de hecho aún se llamaban así, Spoke, y reeditado con el sello Quarterstick Records al año siguiente, cuando ya eran Calexico). Un estilo a medio camino entre el pop-rock indie del suroeste de los EEUU y el folk alternativo del norte de Méjico, de estética fronteriza y cinemática, pero con bastante más garbo que el spaghetti western. De gran carga emotiva, cada Cd de Calexico es una obra aparte, donde coquetean con géneros y tendencias dispares, pero remarcando siempre el de dónde son a fuego, como la marca de propiedad en la piel curtida de las reses.
Algiers responde perfectamente a la línea general del trabajo de la banda. Tal vez no sea el mejor, ni el más arriesgado, ni el más característico de sus Cds, pero transmite esa cálida y reconfortante sensación que se siente al volver a casa y comprobar que las cosas no han cambiado casi nada. En este caso, la casa de Calexico es el desierto de Sonora, el Bosque Petrificado y el Río Pecos: un terreno baldío bajo el sol y sobre el polvo del recuerdo de unos antepasados que no supieron nada de naciones o fronteras, pero que dejaron huella en lo cultural. Porque lo que siempre ha hecho esta banda es lo que ahora se alaba de otras como Fleet Foxes o Mumford and Sons: rescatar las raíces musicales de la propia tierra y darle vida mediante su reconceptualización. Nos hacen así partícipes de su propia cultura identitaria mestiza.
Da la sensación, en cualquier caso, de que la voluntad de exploración ha acabado en Calexico. Al menos en un sentido extrospectivo, o en relación a otras músicas no directamente emparentadas con sus genes. La experimentación ahora gira más sutilmente en torno a su propio universo, adentrándose más a un lado (No Te Vayas, Puerto y, en menor medida, Algiers) y a otro de la frontera. En cierto modo, parece la reflexión, introspectiva y cansada, de quien observa el fin de un camino, o de una separación, desde el borde del mar, donde el rumor eterno apacigua la tristeza, cicatriza las heridas y otorga calma y perspectiva a nuestras almas. Hay en Algiers un punto de fuga y de huida (sobre todo en Fortune Teller) que se adentra en el océano, hacia el oeste, hacia el ocaso, emocionante e intenso: muy de Calexico. Pero aunque la sombra que creen, en su incansable caminar (parece que hacia Comala), siguen entornando los ojos, pues se hallan bajo el mismo sol justiciero de siempre.
Algiers se mueve entre el típico medio-tempo de Calexico, un galope de poncho y arrastre, y la canción lenta, al fuego de la sedosa e invariable voz de Burns, con un ligero anestesiamiento progresivo, a la vez que también se permiten los pocos juegos con el verdadero son de Jalisco. Como siempre, los de Tucson logran narrar un relato de viajes casi al completo: describiendo la peregrinación por el desierto, la expiación a través de la música. Desde Epic a The Vanishing Mind, perdiendo fuerzas, pero ganando experiencia y sosegada sabiduría. Como la de los chamanes que se quedan ciegos. La primera, y Splitter, rebosan energía: de turbada decisión la que abre el Cd, como quien repite el mismo sacrificio, con oficio, una vez más; y de honrado entusiasmo la segunda, rozando el tipo de melodía más abierta y popera de la banda, cercana al Garden Ruin (Quarterstick Records, 2006).
Pero rápidamente llegamos al hueso del Cd, a la médula rítmica y al tono legendario, pero cubierto, que marca el destino de aquel viaje del que hablaba antes. Sinner In The Sea, con la acústica bien afilada, los punteos al atardecer, las trompetas en el eco, batería de palo y bajo pisando el suelo de fuego a tímidos saltos, se rompe a los dos minutos a base de piano y teclado, en un oscuro reflejo del caminante que, solitario, se acaba enfrentando en un narcótico descenso consigo mismo: nuestro único verdadero enemigo. Parece la primera noche del viaje; y Fortune Teller la primera mañana de después: cuando más claro se ve el horizonte, el punto de fuga. Guitarra, batería, y la voz de Burns ululando como el viento recio del alba, que nos empuja, en silencio, a seguir adelante. Pero el camino no es fácil, y la majestuosa aunque funesta Para, nos lo recuerda. Con arreglos de buen cine, con trompetas y violines que suben cuando hay que apretar el corazón, se presenta como la premonición de una desgracia que sobrevuela.
Algiers, el tema que le da nombre al Cd, y que es su epicentro, es una sonata instrumental, apoyada en acordeón, batería de feria ambulante, y en una guitarra que parece salida de una plaza cualquiera de toros de un desierto inanimado. Si concebimos el Cd como una travesía hacia el océano, hacia la salida, trazada justo sobre la frontera, con etapas en un lado y etapas en el otro, Algiers sería el funambulismo de intentar estar a la vez en uno y en otros, y también a la vez, en ninguno de ellos. Y Maybe Monday, en ese sentido, es la etapa en Arizona, pero con la amarga nostalgia de Méjico. Porque Calexico representa también esa cruel ambivalencia del sincretismo, que te hace sentir dividido en dos; la brecha del emigrante, de quien tiene una clara división en sus recuerdos y sus ancestros. Por eso se busca el consuelo del mar, porque siempre hay algo amado en la otra orilla.
Puerto, con su bilingüismo, letrístico e instrumental, parece entonces el inestable equilibrio de la fórmula mestiza, como en los mejores tiempos de Amparanoia, recordándonos que los genes castellanos se hallan por doquier. Con el ritmo más acelerado del Cd, es un tema de duelo bajo el sol del mediodía. A partir de ahí, en el último tercio del Cd, parece como si se hubiera perdido ese duelo, y la rendición, en lugar de ser amarga, fuera como una liberación. Better And Better es solo una voz, dos guitarras hermanadas, y una batería de pulso lento y tranquilo. Se vislumbra el final, y la claridad más allá del horizonte. No Te Vayas es la despedida definitiva de Méjico, y solo queda sentarse a la orilla y mirar el mar.
Hush y The Vanishing Mind son el destino que se respiraba en el disco desde que empezó el viaje. Se impone el ritmo lento, la fijación de las guitarras, la claridad de la voz de Burns, que respira en cada bocanada, y esos arreglos sutiles que van creciendo en ambas, y que otorgan la fotografía de fondo de la película que nos han planeado, y que nos plantean siempre en cada disco. Algiers en seguida resulta familiar y cercano, porque son enteramente reconocibles y fieles a sí mismos. Cuidado hasta el mínimo detalle, es un trabajo hecho con cariño, que suena más a despedida que a llegada. O tal vez, no es más que el eterno y cíclico volver a casa.
Las ceremonias cambian. Antes, cuando comprábamos un Cd que acababa de salir, llegábamos a casa como con prisa, nos encerrábamos en la habitación, y, lentamente, tirábamos de esa cintita de plástico que nunca cumplía del todo bien su función de apertura-fácil, y se rompía. Entonces arrancábamos nerviosos todo el envoltorio de plástico, y sin siquiera tirarlo a la papelera (por aquél entonces casi nadie reciclaba), abríamos extasiados el recipiente de aquel preciado tesoro que era un Cd nuevo, original, por estrenar. Lo metíamos en el reproductor típico de la época, y le dábamos al play con el nerviosismo de quien entra en un examen que no se sabe muy bien. Ahora leemos en alguna red social que fulanito ha sacado (o incluso que va a sacar) disco, copiamos su nombre a golpe de ratón, lo ponemos en google, y al cabo de un rato ya podemos oírlo, en medio de una montaña de otros grupos a los que accedemos casi sin restricción alguna. Cuando hace unas semanas hice esto mismo con el Algiers (ANTI-, 2012) de Calexico, añoré de veras aquellas épocas ceremoniosas que ya nunca volverán (hasta que me pase al vinilo).
Porque Joey Burns y John Convertino, al margen de un par de bandas sonoras (Circo y The Guard), llevaban 4 años sin publicar nada nuevo, y eso es mucho tiempo; tanto, que merecería aquella ceremonia. Con este son ya 7 discos los que los contemplan, a parte de la extensa carrera que desarrollaron previamente en Giant Sand, desde mediados de los '80. Calexico no ha sido nunca una banda paralela: ha desarrollado un estilo y un sonido propios desde el principio, desde su primer álbum, Spoke (producido por el sello alemán Hausemusik en 1996, cuando de hecho aún se llamaban así, Spoke, y reeditado con el sello Quarterstick Records al año siguiente, cuando ya eran Calexico). Un estilo a medio camino entre el pop-rock indie del suroeste de los EEUU y el folk alternativo del norte de Méjico, de estética fronteriza y cinemática, pero con bastante más garbo que el spaghetti western. De gran carga emotiva, cada Cd de Calexico es una obra aparte, donde coquetean con géneros y tendencias dispares, pero remarcando siempre el de dónde son a fuego, como la marca de propiedad en la piel curtida de las reses.
Algiers responde perfectamente a la línea general del trabajo de la banda. Tal vez no sea el mejor, ni el más arriesgado, ni el más característico de sus Cds, pero transmite esa cálida y reconfortante sensación que se siente al volver a casa y comprobar que las cosas no han cambiado casi nada. En este caso, la casa de Calexico es el desierto de Sonora, el Bosque Petrificado y el Río Pecos: un terreno baldío bajo el sol y sobre el polvo del recuerdo de unos antepasados que no supieron nada de naciones o fronteras, pero que dejaron huella en lo cultural. Porque lo que siempre ha hecho esta banda es lo que ahora se alaba de otras como Fleet Foxes o Mumford and Sons: rescatar las raíces musicales de la propia tierra y darle vida mediante su reconceptualización. Nos hacen así partícipes de su propia cultura identitaria mestiza.
Da la sensación, en cualquier caso, de que la voluntad de exploración ha acabado en Calexico. Al menos en un sentido extrospectivo, o en relación a otras músicas no directamente emparentadas con sus genes. La experimentación ahora gira más sutilmente en torno a su propio universo, adentrándose más a un lado (No Te Vayas, Puerto y, en menor medida, Algiers) y a otro de la frontera. En cierto modo, parece la reflexión, introspectiva y cansada, de quien observa el fin de un camino, o de una separación, desde el borde del mar, donde el rumor eterno apacigua la tristeza, cicatriza las heridas y otorga calma y perspectiva a nuestras almas. Hay en Algiers un punto de fuga y de huida (sobre todo en Fortune Teller) que se adentra en el océano, hacia el oeste, hacia el ocaso, emocionante e intenso: muy de Calexico. Pero aunque la sombra que creen, en su incansable caminar (parece que hacia Comala), siguen entornando los ojos, pues se hallan bajo el mismo sol justiciero de siempre.
Algiers se mueve entre el típico medio-tempo de Calexico, un galope de poncho y arrastre, y la canción lenta, al fuego de la sedosa e invariable voz de Burns, con un ligero anestesiamiento progresivo, a la vez que también se permiten los pocos juegos con el verdadero son de Jalisco. Como siempre, los de Tucson logran narrar un relato de viajes casi al completo: describiendo la peregrinación por el desierto, la expiación a través de la música. Desde Epic a The Vanishing Mind, perdiendo fuerzas, pero ganando experiencia y sosegada sabiduría. Como la de los chamanes que se quedan ciegos. La primera, y Splitter, rebosan energía: de turbada decisión la que abre el Cd, como quien repite el mismo sacrificio, con oficio, una vez más; y de honrado entusiasmo la segunda, rozando el tipo de melodía más abierta y popera de la banda, cercana al Garden Ruin (Quarterstick Records, 2006).
Pero rápidamente llegamos al hueso del Cd, a la médula rítmica y al tono legendario, pero cubierto, que marca el destino de aquel viaje del que hablaba antes. Sinner In The Sea, con la acústica bien afilada, los punteos al atardecer, las trompetas en el eco, batería de palo y bajo pisando el suelo de fuego a tímidos saltos, se rompe a los dos minutos a base de piano y teclado, en un oscuro reflejo del caminante que, solitario, se acaba enfrentando en un narcótico descenso consigo mismo: nuestro único verdadero enemigo. Parece la primera noche del viaje; y Fortune Teller la primera mañana de después: cuando más claro se ve el horizonte, el punto de fuga. Guitarra, batería, y la voz de Burns ululando como el viento recio del alba, que nos empuja, en silencio, a seguir adelante. Pero el camino no es fácil, y la majestuosa aunque funesta Para, nos lo recuerda. Con arreglos de buen cine, con trompetas y violines que suben cuando hay que apretar el corazón, se presenta como la premonición de una desgracia que sobrevuela.
Algiers, el tema que le da nombre al Cd, y que es su epicentro, es una sonata instrumental, apoyada en acordeón, batería de feria ambulante, y en una guitarra que parece salida de una plaza cualquiera de toros de un desierto inanimado. Si concebimos el Cd como una travesía hacia el océano, hacia la salida, trazada justo sobre la frontera, con etapas en un lado y etapas en el otro, Algiers sería el funambulismo de intentar estar a la vez en uno y en otros, y también a la vez, en ninguno de ellos. Y Maybe Monday, en ese sentido, es la etapa en Arizona, pero con la amarga nostalgia de Méjico. Porque Calexico representa también esa cruel ambivalencia del sincretismo, que te hace sentir dividido en dos; la brecha del emigrante, de quien tiene una clara división en sus recuerdos y sus ancestros. Por eso se busca el consuelo del mar, porque siempre hay algo amado en la otra orilla.
Puerto, con su bilingüismo, letrístico e instrumental, parece entonces el inestable equilibrio de la fórmula mestiza, como en los mejores tiempos de Amparanoia, recordándonos que los genes castellanos se hallan por doquier. Con el ritmo más acelerado del Cd, es un tema de duelo bajo el sol del mediodía. A partir de ahí, en el último tercio del Cd, parece como si se hubiera perdido ese duelo, y la rendición, en lugar de ser amarga, fuera como una liberación. Better And Better es solo una voz, dos guitarras hermanadas, y una batería de pulso lento y tranquilo. Se vislumbra el final, y la claridad más allá del horizonte. No Te Vayas es la despedida definitiva de Méjico, y solo queda sentarse a la orilla y mirar el mar.
Hush y The Vanishing Mind son el destino que se respiraba en el disco desde que empezó el viaje. Se impone el ritmo lento, la fijación de las guitarras, la claridad de la voz de Burns, que respira en cada bocanada, y esos arreglos sutiles que van creciendo en ambas, y que otorgan la fotografía de fondo de la película que nos han planeado, y que nos plantean siempre en cada disco. Algiers en seguida resulta familiar y cercano, porque son enteramente reconocibles y fieles a sí mismos. Cuidado hasta el mínimo detalle, es un trabajo hecho con cariño, que suena más a despedida que a llegada. O tal vez, no es más que el eterno y cíclico volver a casa.
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