La misma piedra, más pulida.
A estas alturas del año ya podemos ir marcando en las quinielas de repaso de 2012 a Beach House como uno de los más claros triunfadores a nivel musical, sin miedo a equivocarnos. Su popularidad y cotización han ido irremediablemente hacia arriba desde que nacieron, hace ahora 8 años, y poco a poco se han ido envolviendo en un halo de excelencia solo comparable a las vitrinas de un museo. Tal vez sea ahí dónde deba estar este dúo de origen francés nacido en Baltimore, Maryland, sobre todo a tenor de las críticas escuchadas y leídas a propósito de su último trabajo, Bloom: su dream-pop barroco parece la rareza que todos estábamos esperando; la pieza de arte, ni muy clásica ni muy moderna, en la que todas las opiniones convergen, una diana de unanimidad. Pero se trata de un éxito esperado: de una colisión entre la escena indie y lo comercial que se veía venir desde lejos, como cuando los continentes chocan, a una velocidad colosalmente lenta pero inapelable.
Bloom ha sido un disco muy esperado, como si las predicciones y las lecturas de pájaros en el cielo hubieran anticipado el advenimiento del mesías hecho Lp. Reverenciado desde la primera nota escuchada, ha venido a materializar el mejor momento de la formación, resumiendo expectativas y capacidades en apenas 10 canciones, redondas y complementarias a la vez, que son ahora el paradigma más expresivo de lo que es el sonido de Beach House. Porque, en el fondo, no ha cambiado tanto. No ha cambiado nada; y no aportan nada nuevo, nada distinto: ni una nota fuera del guión. Bloom es más de lo mismo, pero más pulido, rozando la perfección. Los de Baltimore son como el artesano que, de tanto repetir una fórmula, acaban por dominarla y convertirla en arte. Al mirar atrás se nota la evolución, lenta y concienzuda, que ha transformado un bosquejo esquemático y más tosco, en una obra acabada y verdaderamente perfecta.
De todas maneras, sin entrar a valorar quién sería Mozart en esta ecuación, me planteo que hay, como en la historia de Amadeus, dos vertiente importantes en la creación artística: la que busca la perfección, lo sublime y, en última instancia, a Dios y a lo divino-espiritual; y la que existe por sí misma, por puro genio, por esa infinita y a veces caprichosa capacidad imaginativa del hombre, para recordarnos que es precisamente en nosotros donde reside la divinidad. Sí valoro a Beach House como a un Salieri en la ecuación, y hace tiempo que lo perfecto dejó de impresionarnos e interesarnos. Se puede acusar a Victoria Legrand y a Alex Scally de lineales, usando el Bloom, como cualquier otro Cd, de argumento, y probablemente lo verían como un halago. Muchos lo verían como un halago; y yo, en general, también. La atmósfera que generan con las capas instrumentales, de textura aterciopelada y densos cromatismos, es coherente y sin fisura alguna; el halo magnético que se crea hipnotiza, utilizando un ritmo invariable y la sedante voz de Victoria; y resulta que cada centímetro de música que de ellos se extrae podría reconocerse desde la Luna. Pero es la misma figurita de siempre, solo que con más oficio: la misma piedra, más pulida.
Bloom es la consecución de un ambiente que, de principio a fin, se hace dueño y señor de nuestra atención, y de nuestros sentidos. Tal vez la especialidad de esta pareja sea precisamente la ambientación y, cómo no, las texturas. Y en este último álbum han logrado, más que nunca, uniformizar y unir estos dos elementos, creando una atmósfera completa y, como decía antes, sin fisura alguna. En un inicio espectacular, basado en los teclados cardados, las baterías de bombo y timbal mudo, de platos que brillan, en adornos de guitarra y, naturalmente, en la voz especial de Victoria, plantean esa atmósfera, cuasi analógica, que si bien no decae en exceso en el resto del disco, sí es verdad que representa, seguramente, lo mejor del Cd. Entre Myth, Wild y Lazuli establecen la línea rítmica y el abanico instrumental y de sonidos que luego dominarán durante el resto de disco.
Con la inercia de tan impresionante inicio, parece como si Other People enganchara su melodía a la estela que dejan las tres primeras, y ya de por sí funcionara. En general ocurre lo mismo durante un buen rato, careciendo The Hours y Troublemaker, en cierto modo, de personalidad propia. Rendidas al embrujo general, al taumatúrgico ritual de reiteración barroca y preciosista que es el alma del Cd. Hasta New Year, la pista 7, donde vuelve la verdadera personalidad, con variaciones de intensidad y melódicas, ausentes desde la 3. O Wishes, con remarcadas líneas de fuga y una versión de Victoria de las que realmente enamoran. On The Sea, ya casi al final, queda como un puente al último suspiro, al último tema, donde finalmente se disipará toda la tensión estática, capilar y cardada, que generaba el campo magnético del Bloom. Esa que puede oírse al principio y al final de Irene.
Una pista oculta, llamada Wherever You Go, del todo distendida, cierra un Cd que sonará hasta la saciedad los próximos meses. Un Cd que catapultará a Beach House a un éxito comercial que, esperemos, sabrán gestionar. Un paso adelante en sus carreras. Los problemas puede que lleguen, si es que llegan (yo espero que no, sinceramente), por la necesaria y exigente fidelidad que requiere un estilo tan personal y perfeccionado. Mientras la frescura compositiva siga como hasta ahora, radiante, no habrá nada que temer, pero poco a poco parece que se cierran más puertas a influencias externas, y tal vez se hayan cortado las vías de escape de sí mismos, las vías de experimentación e innovación. Permanecerán fieles a su elección, hasta que se sature la atmósfera que creen. Hasta entonces, permaneceremos sedados por Beach House y su maravilloso Bloom.
Fotos de Pablo Luna Chao.
A estas alturas del año ya podemos ir marcando en las quinielas de repaso de 2012 a Beach House como uno de los más claros triunfadores a nivel musical, sin miedo a equivocarnos. Su popularidad y cotización han ido irremediablemente hacia arriba desde que nacieron, hace ahora 8 años, y poco a poco se han ido envolviendo en un halo de excelencia solo comparable a las vitrinas de un museo. Tal vez sea ahí dónde deba estar este dúo de origen francés nacido en Baltimore, Maryland, sobre todo a tenor de las críticas escuchadas y leídas a propósito de su último trabajo, Bloom: su dream-pop barroco parece la rareza que todos estábamos esperando; la pieza de arte, ni muy clásica ni muy moderna, en la que todas las opiniones convergen, una diana de unanimidad. Pero se trata de un éxito esperado: de una colisión entre la escena indie y lo comercial que se veía venir desde lejos, como cuando los continentes chocan, a una velocidad colosalmente lenta pero inapelable.
Bloom ha sido un disco muy esperado, como si las predicciones y las lecturas de pájaros en el cielo hubieran anticipado el advenimiento del mesías hecho Lp. Reverenciado desde la primera nota escuchada, ha venido a materializar el mejor momento de la formación, resumiendo expectativas y capacidades en apenas 10 canciones, redondas y complementarias a la vez, que son ahora el paradigma más expresivo de lo que es el sonido de Beach House. Porque, en el fondo, no ha cambiado tanto. No ha cambiado nada; y no aportan nada nuevo, nada distinto: ni una nota fuera del guión. Bloom es más de lo mismo, pero más pulido, rozando la perfección. Los de Baltimore son como el artesano que, de tanto repetir una fórmula, acaban por dominarla y convertirla en arte. Al mirar atrás se nota la evolución, lenta y concienzuda, que ha transformado un bosquejo esquemático y más tosco, en una obra acabada y verdaderamente perfecta.
De todas maneras, sin entrar a valorar quién sería Mozart en esta ecuación, me planteo que hay, como en la historia de Amadeus, dos vertiente importantes en la creación artística: la que busca la perfección, lo sublime y, en última instancia, a Dios y a lo divino-espiritual; y la que existe por sí misma, por puro genio, por esa infinita y a veces caprichosa capacidad imaginativa del hombre, para recordarnos que es precisamente en nosotros donde reside la divinidad. Sí valoro a Beach House como a un Salieri en la ecuación, y hace tiempo que lo perfecto dejó de impresionarnos e interesarnos. Se puede acusar a Victoria Legrand y a Alex Scally de lineales, usando el Bloom, como cualquier otro Cd, de argumento, y probablemente lo verían como un halago. Muchos lo verían como un halago; y yo, en general, también. La atmósfera que generan con las capas instrumentales, de textura aterciopelada y densos cromatismos, es coherente y sin fisura alguna; el halo magnético que se crea hipnotiza, utilizando un ritmo invariable y la sedante voz de Victoria; y resulta que cada centímetro de música que de ellos se extrae podría reconocerse desde la Luna. Pero es la misma figurita de siempre, solo que con más oficio: la misma piedra, más pulida.
Bloom es la consecución de un ambiente que, de principio a fin, se hace dueño y señor de nuestra atención, y de nuestros sentidos. Tal vez la especialidad de esta pareja sea precisamente la ambientación y, cómo no, las texturas. Y en este último álbum han logrado, más que nunca, uniformizar y unir estos dos elementos, creando una atmósfera completa y, como decía antes, sin fisura alguna. En un inicio espectacular, basado en los teclados cardados, las baterías de bombo y timbal mudo, de platos que brillan, en adornos de guitarra y, naturalmente, en la voz especial de Victoria, plantean esa atmósfera, cuasi analógica, que si bien no decae en exceso en el resto del disco, sí es verdad que representa, seguramente, lo mejor del Cd. Entre Myth, Wild y Lazuli establecen la línea rítmica y el abanico instrumental y de sonidos que luego dominarán durante el resto de disco.
Con la inercia de tan impresionante inicio, parece como si Other People enganchara su melodía a la estela que dejan las tres primeras, y ya de por sí funcionara. En general ocurre lo mismo durante un buen rato, careciendo The Hours y Troublemaker, en cierto modo, de personalidad propia. Rendidas al embrujo general, al taumatúrgico ritual de reiteración barroca y preciosista que es el alma del Cd. Hasta New Year, la pista 7, donde vuelve la verdadera personalidad, con variaciones de intensidad y melódicas, ausentes desde la 3. O Wishes, con remarcadas líneas de fuga y una versión de Victoria de las que realmente enamoran. On The Sea, ya casi al final, queda como un puente al último suspiro, al último tema, donde finalmente se disipará toda la tensión estática, capilar y cardada, que generaba el campo magnético del Bloom. Esa que puede oírse al principio y al final de Irene.
Una pista oculta, llamada Wherever You Go, del todo distendida, cierra un Cd que sonará hasta la saciedad los próximos meses. Un Cd que catapultará a Beach House a un éxito comercial que, esperemos, sabrán gestionar. Un paso adelante en sus carreras. Los problemas puede que lleguen, si es que llegan (yo espero que no, sinceramente), por la necesaria y exigente fidelidad que requiere un estilo tan personal y perfeccionado. Mientras la frescura compositiva siga como hasta ahora, radiante, no habrá nada que temer, pero poco a poco parece que se cierran más puertas a influencias externas, y tal vez se hayan cortado las vías de escape de sí mismos, las vías de experimentación e innovación. Permanecerán fieles a su elección, hasta que se sature la atmósfera que creen. Hasta entonces, permaneceremos sedados por Beach House y su maravilloso Bloom.
Fotos de Pablo Luna Chao.
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