Respirando al ritmo de Bejar se vive más.
Daniel Bejar es Destroyer. Con el apoyo de una banda sensacional de músicos que siguen su compás, este canadiense que se acerca a los cuarenta, con más de una veintena de discos a la espalda, asume todo el peso compositivo y la dirección de un proyecto que, aunque pase por personal, depende del buen hacer y el buen entendimiento de una buena cantidad de músicos de escuela. Un nombre que resulta extremadamente poco apropiado: Bejar y el sonido que manifiesta son de naturaleza pacífica y holgada, contemplativa, incapaz de gestos bruscos y, por supuesto, de cualquier acción o sonido destructor o estridente.
Anoche, en el inmejorable escenario del madrileño Teatro Lara, y gracias al siempre excelente trabajo de la promotora SON, de Estrella Galicia, Destroyer presentó fragmentos inolvidables de su variada y prolífica obra, amenizando la calurosa noche en la capital. Bejar sigue siendo pieza básica en The New Pornographers, quizá su grupo más conocido, y sigue colaborando con otros colectivos canadienses como Swan Lake o Hello, Blue Roses, pero es con los Destroyer con quien más cómodo se siente. Con camisa de cuadros, su característico pelo rizado, la barba, y una actitud relajada, se pasó buena parte del concierto sentado en el suelo, con el micro en una mano, y usando la otra para llevarse a la boca deliciosos tragos de Estrella. Apenas 12 temas, pero una muestra sincera y amable del tipo de inquietudes musicales que recorren las venas de Daniel Bejar.
No ha de ser un tipo corriente: respira distinto, tiene su propio ritmo interno, exteriorizado a través de sus canciones con Destroyer, una esencia de sombra de palmera, de intro de vacaciones en el mar, y un ligero reflejo de oscuridad en su semblante y en su aire distraído. Canta casi como si no diera valor a lo que hace: solo por pura expresión artística, sin pretensiones más allá del desahogo y la libertad creativa. Ni siquiera parece adscribirse a ninguna corriente estilística de manera definitiva: lo irreversible no tiene cabida en su obra, fruto de una mente capaz de aceptar contradicciones y autocorrecciones de rumbo. Sus discos difieren bastante entre ellos, pero suelen ser compactos y altamente coherentes. El último, Kaputt, de hecho, cuenta con un importante leitmotiv instrumental, de vientos, que en opinión de muchos críticos, ha terminado de convertir a Destroyer, definitivamente, en uno de los grupos más valorados del panorama independiente canadiense y, por tanto, internacional.
Dedicó más o menos la mitad del repertorio precisamente a este último trabajo, contando con un trompetista que mezclaba su propio instrumento electrónicamente, y otro músico que, aparte de dominar el saxo y la travesera, tocó en un par de temas una extraña flauta electrónica de lo más sofisticada. Los vientos del Kaputt. Una trompeta siempre lejana que tiñe toda la composición de nostalgia y amena felicidad recreada; y un saxo lleno de glamur, vestido de blanco inmaculado, que ayudó a llenar la sala de los buenos recuerdos que a todos nos vinieron a la cabeza al sonar Kaputt, el single que da título al Cd, Chinatown; o, con ayuda esta vez de la travesera, al sonar Suicide Demo For Kara Walker. Todo al compás de un fuego lento, pero ligero y volátil como el vuelo de un ave que planea disfrutando de su plena libertad.
Ocho músicos hacen posible que la delicada estructura y el elegante revestimiento de Kaputt quede en directo con el mismo acabado, pero tal vez más mérito tenga aún la sutil adaptación que hicieron de sus temas antiguos a la última inquietud de Bejar, más encarrilada hacia el glam-pop sintetizado que hacia el pop-folk, personal e intransferible, que practicaba con más frecuencia en el pasado. Pero este personaje no se desprende de los estilos, los interioriza. Destroyer es hoy una amalgama de esencias que van y vienen, como ocurre en los mejores jardines, de manera delicada y natural. Y aunque puede que reine un aroma algo más revisionista, sobre todo en cuanto a los ritmos, y despegado en relación a lo que hace con otros grupos, siempre es el mismo mundo visto por los mismos ojos, abstraídos pero bien abiertos.
El concierto que dieron ayer los Destroyer tal vez no entre en la categoría de los que utilizaré en las próximas semanas para dar envidia al personal, pero fue una muestra perfecta del portentoso talento compositivo y de los interiores musicales del fascinante mundo de Daniel Bejar. Texturas frescas para aliviar el calor a un público que disfrutó relajado en sus respectivas butacas; melodías refinadas y esbeltas, y un sonido general que en su sencillez, como pasa casi siempre con el agua pura, encierra el secreto del valor catártico que posee. Destroyer limpia por dentro, porque al ritmo de Bejar todo fluye mejor: respirando como él, seguro que se vive más.
Fotos de Pablo Luna Chao.
También disponible en Alta Fidelidad.
Escucha el setlist del concierto en Spotify.
(¡o míralo aquí!)
Daniel Bejar es Destroyer. Con el apoyo de una banda sensacional de músicos que siguen su compás, este canadiense que se acerca a los cuarenta, con más de una veintena de discos a la espalda, asume todo el peso compositivo y la dirección de un proyecto que, aunque pase por personal, depende del buen hacer y el buen entendimiento de una buena cantidad de músicos de escuela. Un nombre que resulta extremadamente poco apropiado: Bejar y el sonido que manifiesta son de naturaleza pacífica y holgada, contemplativa, incapaz de gestos bruscos y, por supuesto, de cualquier acción o sonido destructor o estridente.
Anoche, en el inmejorable escenario del madrileño Teatro Lara, y gracias al siempre excelente trabajo de la promotora SON, de Estrella Galicia, Destroyer presentó fragmentos inolvidables de su variada y prolífica obra, amenizando la calurosa noche en la capital. Bejar sigue siendo pieza básica en The New Pornographers, quizá su grupo más conocido, y sigue colaborando con otros colectivos canadienses como Swan Lake o Hello, Blue Roses, pero es con los Destroyer con quien más cómodo se siente. Con camisa de cuadros, su característico pelo rizado, la barba, y una actitud relajada, se pasó buena parte del concierto sentado en el suelo, con el micro en una mano, y usando la otra para llevarse a la boca deliciosos tragos de Estrella. Apenas 12 temas, pero una muestra sincera y amable del tipo de inquietudes musicales que recorren las venas de Daniel Bejar.
No ha de ser un tipo corriente: respira distinto, tiene su propio ritmo interno, exteriorizado a través de sus canciones con Destroyer, una esencia de sombra de palmera, de intro de vacaciones en el mar, y un ligero reflejo de oscuridad en su semblante y en su aire distraído. Canta casi como si no diera valor a lo que hace: solo por pura expresión artística, sin pretensiones más allá del desahogo y la libertad creativa. Ni siquiera parece adscribirse a ninguna corriente estilística de manera definitiva: lo irreversible no tiene cabida en su obra, fruto de una mente capaz de aceptar contradicciones y autocorrecciones de rumbo. Sus discos difieren bastante entre ellos, pero suelen ser compactos y altamente coherentes. El último, Kaputt, de hecho, cuenta con un importante leitmotiv instrumental, de vientos, que en opinión de muchos críticos, ha terminado de convertir a Destroyer, definitivamente, en uno de los grupos más valorados del panorama independiente canadiense y, por tanto, internacional.
Dedicó más o menos la mitad del repertorio precisamente a este último trabajo, contando con un trompetista que mezclaba su propio instrumento electrónicamente, y otro músico que, aparte de dominar el saxo y la travesera, tocó en un par de temas una extraña flauta electrónica de lo más sofisticada. Los vientos del Kaputt. Una trompeta siempre lejana que tiñe toda la composición de nostalgia y amena felicidad recreada; y un saxo lleno de glamur, vestido de blanco inmaculado, que ayudó a llenar la sala de los buenos recuerdos que a todos nos vinieron a la cabeza al sonar Kaputt, el single que da título al Cd, Chinatown; o, con ayuda esta vez de la travesera, al sonar Suicide Demo For Kara Walker. Todo al compás de un fuego lento, pero ligero y volátil como el vuelo de un ave que planea disfrutando de su plena libertad.
Ocho músicos hacen posible que la delicada estructura y el elegante revestimiento de Kaputt quede en directo con el mismo acabado, pero tal vez más mérito tenga aún la sutil adaptación que hicieron de sus temas antiguos a la última inquietud de Bejar, más encarrilada hacia el glam-pop sintetizado que hacia el pop-folk, personal e intransferible, que practicaba con más frecuencia en el pasado. Pero este personaje no se desprende de los estilos, los interioriza. Destroyer es hoy una amalgama de esencias que van y vienen, como ocurre en los mejores jardines, de manera delicada y natural. Y aunque puede que reine un aroma algo más revisionista, sobre todo en cuanto a los ritmos, y despegado en relación a lo que hace con otros grupos, siempre es el mismo mundo visto por los mismos ojos, abstraídos pero bien abiertos.
El concierto que dieron ayer los Destroyer tal vez no entre en la categoría de los que utilizaré en las próximas semanas para dar envidia al personal, pero fue una muestra perfecta del portentoso talento compositivo y de los interiores musicales del fascinante mundo de Daniel Bejar. Texturas frescas para aliviar el calor a un público que disfrutó relajado en sus respectivas butacas; melodías refinadas y esbeltas, y un sonido general que en su sencillez, como pasa casi siempre con el agua pura, encierra el secreto del valor catártico que posee. Destroyer limpia por dentro, porque al ritmo de Bejar todo fluye mejor: respirando como él, seguro que se vive más.
Fotos de Pablo Luna Chao.
También disponible en Alta Fidelidad.
Escucha el setlist del concierto en Spotify.
(¡o míralo aquí!)
Wow, qué fotos y qué gran texto. Me habría encantado estar ahí.
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