SHARON VAN ETTEN (Madrid, 27-09-2012)



La oscuridad nos permite divisar estrellas que siempre han estado ahí.

En teoría, es físicamente imposible ver nacer una estrella. Aunque eligiéramos un espacio negro del cielo, lo mirásemos fijamente durante un buen rato, y de pronto, como por arte de magia, se encendiera una pequeña lucecita, un minúsculo punto brillante, sabríamos que no es más que la noticia, con tal vez cientos de años luz de retraso, del verdadero nacimiento de la lejana estrella. O como pasa con Sharon van Etten: ¿Cuándo consideramos que nació la estrella, su estrella? ¿Al nacer ella? ¿Al empezar a cantar y tocar? ¿Al ser descubierta y empujada por la pléyade de amigos con los que se codea? ¿O tal vez cuando acumule un número mínimo de conciertos como el que dio anoche en el madrileño Teatro Lara? Es posible que un requisito indispensable sea que ella misma se lo crea, y que se vea como parte del star-system del indie-folk. Pero por mí, aunque siga toda la vida siendo tímida, cercana y tan humilde, Sharon van Etten es ya una de las grandes.

Lo ha conseguido por el camino correcto: paso a paso, sin hacer demasiado ruido, y despuntando con un tercer disco, editado ya con Jagjaguwar, cuando lo que todos esperábamos era el ansiado regreso de Cat Power. Tramp (Jagjaguwar, 2012) contiene ya material serio, con el que preparar conciertos suntuosos y emocionantes como el de ayer. Era el segundo de una gira que empezó el miércoles en Lisboa, y que la llevará, hasta el próximo enero, por gran parte de Europa, Norteamérica, e incluso a Australia. Y era, además, la primera vez que tocaba en Madrid. Mañana lo hará en Valencia, y el sábado en Barcelona. Tal vez por todo ello empezó un poco nerviosa, y aunque no titubeó ni un instante, se mostró tal y como debe ser: modesta, natural, comprometida con su música y con ganas de hacerlo bien. Personificando esa fragilidad, mansa y sin embargo inexpugnable, que tanto la caracteriza musicalmente.

El de anoche en el teatro Lara fue uno de esos típicos conciertos, sencillos pero redondos, que suele organizar la promotora Son de Estrella Galicia. Sharon se sintió a gusto; excelentemente bien acompañada por una banda de tres, con batería, bajo, teclado y refuerzos de guitarra y de voz constantes, Van Etten pudo arropar su ya de por sí autosuficiente fuerza vocal, completando un sonido, el del Tramp, con atractivas subidas y bajadas de tono y de intensidad. Porque la de Jersey, en efecto, quiso mostrar todo el prisma de luces que la iluminan al crear música, pero además, siempre desde el optimismo. Así, dio comienzo al recital con All I Can y Warsaw, interpretando el pop y el rock, con ese acento folk metropolitano que casi solo ella le sabe dar, desatado después con Save Yourself

Puede que hasta Magic Chords muchos no reconocieran a la Sharon van Etten del último disco: más curtida y umbría, es capaz, con canciones así, de tocar fondo anímicamente, y transformar la experiencia en una elegante procesión de luces y sombras; brillantemente interpretada por una voz que llenó el teatro, y nos erizó a todos en nuestras butacas. A partir de entonces, en la segunda mitad del concierto, Van Etten ganó la poca seguridad que le faltaba, agarró su carácter como bandera, y empezó a demostrar de verdad la madera de estrella que tiene, o que ha tenido siempre. Se marcó un solo inédito, con una guitarra acústica y una voz que hipnotiza, rellenando ella sola todo el escenario. Y cuando volvió su grupo, la temperatura ya había cambiado. Porque puede que haya más pasión en lo que hace esta chica cuando en su vida no luce el sol.

No quiero desearle el tormento a mis artistas favoritos solo para que compongan más y mejor, pero en cierto modo bendecimos todos aquellos tropiezos que, tras superarlos y digerirlos, dieron origen a temas como Give Out o Serpents, tocadas seguidas cerca del final. La primera sonó espectacular, con batería, guitarra y voces reforzadas, y en un tono aún más carnal que el que presenta en el Cd. Y la segunda, un auténtico temazo, con la energía y la intensidad de quien aún se siente fuerte tras el enésimo desplome. Sharon es delgada, aparentemente frágil, blanquita, y cuando habla, que lo hace mucho, irradia una simpatía casi cándida, pero por dentro es de un material duro y resistente, de las que saben absorber los golpes, aprender de los errores y transformarlos en algo bueno.

Dejó, eso sí, una ventana abierta a la luz al final del concierto: I’m Wrong y, tras la pausa, Love More, sellaron la paz con su estado de ánimo, que ya empezaba a ser consciente del placer que había sido para todos los asistentes el poder verla en directo, y tan de cerca. Sharon van Etten se distingue, en mi opinión, por un carácter auténtico, por una visión del folk muy liberada, y por esa nota distinta con la que siempre nos sorprende. Pero ayer, además de tablas en proceso de mejora destacable, demostró también que sabe dirigir a una buena banda: los de ayer eran músicos de primera, y si la Van Etten estuvo a la altura, es que de verdad la podemos considerar como una nueva estrella del firmamento independiente. Y no ha hecho más que empezar.

Fotos de Pablo Luna Chao.

También disponible en Alta Fidelidad.

Escucha el setlist del concierto en Spotify.
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THE XX (Coexist, 2012)



El "titovilanovismo" musical.

Corren tiempos difíciles en el mundo occidental. En la carrera (Historia) estudié que durante el período derivado de la crisis del '29 hasta la 2ª GM, prácticamente el 75% de las democracias que por aquel entonces había en Europa y América acabó cayendo frente al avance de una u otra dictadura de corte totalitario. Y por lo general, las vías que utilizaron para tratar de salir de la crisis económica se basaron en mecanismos de control de la población y del trabajo novedosas, retorcidas y alarmantes, aunque quizá más adaptadas a la realidad. Incluso las democracias que sobrevivieron tuvieron que adoptar fórmulas y mecanismos revolucionarios para salir de aquel atolladero (como el New Deal en EEUU). Hoy en día, en cambio, parece que la receta que nuestras élites político-económicas están adoptando es todo lo contrario a 'rompedoras': es la era del continuismo. Entiendo que a quienes les ha funcionado la fórmula opten por esto, como el Barça con Tito Vilanova, o The XX con el Coexist (Young Turks, 2012). Pero este mundo no tiene arreglo si no nos replanteamos ya el modelo de funcionamiento y desarrollo.

Dejaré fútbol y política para otra. En lo que respecta a The XX, el caso es que Romy, Oliver y Jamie acaban de editar su esperadísimo segundo álbum, y lo han hecho con mucha clase: dejándolo colgado en streming la semana previa para que todo el mundo pudiese oírlo y enviárselo a otro ser de este solitario planeta. Varios de los temas, además, habían sido ya presentados al público durante el verano, en la temporada de festivales (aquí, en la Península, en el Primavera Sound y en el Optimus Primavera de Porto). Será, con toda seguridad, uno de los álbumes más reseñados del año; y, como pasó con los móviles en aquella Navidad de '99, será ahora cuando por fin The XX se introduzca en cada casa. Y en cada iPod, y en cada oreja de cada habitante de La Tierra. Ofrecen en él algo muy similar al sonido que les catapultó al éxito precoz, sintetizado y magistralmente conceptualizado en el ya célebre xx (Young Turks, 2009). Coexist es, por tanto, un ejercicio de claro continuismo, y también el cumplimiento del deseo de millones de fans que le pedían al cielo que los XX no cambiasen nunca.

Yo fui uno de esos fans. Por momentos, durante los dos conciertos que he visto de ellos este verano, cuando presentaban lo nuevo, he dudado que pudieran mantener la fidelidad a un sonido tan perfectamente marcado como el que emana de su primer trabajo, pero creo que en líneas generales lo han conseguido con Coexist. Ni lo superan ni lo igualan, pero sí se parece bastante a lo que todos queríamos. Me pregunto, sin embargo, hasta cuándo les durará la frescura y la dosis mínima de originalidad si se siguen manteniendo en el acotado espectro musical que define su trabajo. Tal vez vayan explorando poco a poco desde las pequeñas  y sutiles diferencias que ya apreciamos ahora, a la espera de hacia dónde las mareas estéticas y estilísticas de la música decidan llevarles. Porque si algo tienen The XX es que son actuales, modernos, una innovación en pleno proceso: tal vez el funesto y vacío reflejo y el eco musical de una era, la tecnológica, que hemos inaugurado sin apenas ser conscientes.

Pero admitámoslo: el xx es un disco irrepetible, probablemente uno de los 10 mejores de la década pasada, así que por mucho continuismo que haya en su segundo trabajo, llaman poderosamente la atención las pequeñas diferencias, porque lo son con respecto al canon, a la perfección. En primer lugar está claro que los espacios creados son más abiertos (una pista: la portada blanca frente a la negra del anterior álbum), de techos más liberados y una planta menos gótica e intimidatoria. Obviamente, el sonido se sigue caracterizando por eso mismo: por la techumbre de aristas que dibuja Romy con su guitarra, con la misma guitarra, los suelos que crea Oliver con el bajo, y el espacio resultante que rellena metonímicamente Jamie desde la electrónica. En ese sentido, en segundo lugar, creo que el todo que se intuye bajo el silencio y el mínimal es menos concreto y depurado: un discurso ligeramente menos homogéneo, claro y monolítico. El leitmotiv se difumina.

Porque aunque el dúo de cuerdas y voces, y su eco reflejado en los aparatos de Jamie sigue siendo el hilo conductor, hay una leve ampliación de recursos sonoros, e incluso rítmicos en el Coexist (en tercer lugar; y segunda pista: la X de la portada contiene colores derivados de la deformación del negro). Que está muy bien, pero es una apertura con respecto al sonido totalitario del xx. Es un poco lo que me temía: que desbarataran esa sensación diáfana de feng sui musical decorando en exceso los espacios tan brillantemente creados. Por otra parte, hay que decir que los famosos fraseos de guitarra de Romy, tan mesiánicos, únicos y gemelos al mismo tiempo en el xx, resultan un tanto menos originales esta vez: son lo mismo, pero no son iguales. Digamos que en general dicen más o menos lo mismo (aunque observado bien vemos que es algo menos que más) pero utilizando más material música, más discurso, más palabras, más notas. Y eso, teniendo en cuenta la filosofía artística de The XX, creo que es un importante pero.

Destacan además varias canciones, cosa que no pasaba antes. Reunion, por esa utilización del hang (aunque pueda ser ficticio), por la evolución interna del ritmo, y por las pinceladas gordas y finas de Jamie. Missing, porque es, probablemente, la única canción realmente arriesgada del Cd: distinta, pero el paso que tal vez esperábamos de verdadera confirmación. De las pocas que cabría bien en el xx. Ahora sabemos que el límite está en su primera obra, porque el Cd no marca la tendencia infinita que, en concreto, sí tiene Missing. Chained, Sunset, Tides y Swept Away le dan un pulso más al ritmo, aunque no parezcan muy razonados o pensados los momento de meter semejantes variaciones métricas. Que tampoco están mal. Son, además, los temas que más se calcan de la sombra de los temas de su anterior obra: como si bastara con remezclarles el ritmo para darle continuidad al asunto.

En resumen, opino que las pequeñas diferencias sí que son capaces de romper un poco el encanto del concepto musical que The XX presentó al mundo con su ópera prima. Sorprendentemente, no porque hayan optado por un cambio brusco de dirección, todo lo contrario: precisamente por mantenerse en una línea continuista es por lo que se desenmascaran tan bien las sutiles diferencias que, por fuerza, ha de haber entre dos discos a los que quieras llamar con nombre diferente, y que decepcionan un poco. No obstante, como es obvio, si presenta un alto porcentaje de ingredientes en común, y los mecanismos que hicieron de xx una obra a emular, es normal que el resultado, aunque en mi opinión levemente peor, sea bastante sobresaliente. Seguirán siendo, de todas maneras, los mismos románticos post-modernos, de la era digital, que imaginan el medievo, la era del gótico, como un lugar solitario y lúgubre, pero increíblemente fantástico. Y así lo transmiten: un lugar para evadirse y para soñar.

Fotos de Pablo Luna Chao (tomadas en el Primavera Sound y en el Optimus Primavera de Porto).

También disponible en Alta Fidelidad.


ALT - J



Rebelión en la granja.

Una de los cosas más alucinantes de este An Awesome Wave de Alt-J es que, según va avanzando el Cd, se te va haciendo más y más difícil, cuando no imposible, definir qué estilo de música hacen estos chavales. Hacia la mitad del disco ya nos tienen en jaque; pero cuando acaba te das cuenta de que poco importa ese detalle de nomenclatura. Como su nombre: Alt-J; o el triángulo, o la delta, ¡o qué se yo! Lo realmente importante es que suenan de maravilla, hagan lo que hagan y se llamen cómo se llamen. Son de Cambridge, son cuatro, y van a ser casi seguro la revelación del año en el panorama indie.

An Awesome Wave es uno de los mejores álbumes de debut que recuerdo, tal vez, desde el Funeral de Arcade Fire, o desde el xx de The XX. 14 canciones, incluyendo tres interludios y una intro con bastante contenido, que forman un todo muy compacto, definido y, aunque parezca una contradicción, enormemente variado en su morfología exterior. Imposible acotar etiquetas a su sonido amplio y de cuidada varticalidad, pero campean con elegancia y seguridad por zonas cercanas a un trip-hop de luz y techo abierto, llegados desde áreas alternativas y acústicas del pop-rock más musical y colorido, pero siempre con un ritmo básico y una esencia vocal más propia de ese raggae de tapicería rústica y étnica que, en ocasiones, ha practicado Ben Harper. Por supuesto hay neo-folk del bueno, del camuflado entre cuerdas y voces, y también hay electrónica, en esencia, por esa constante tratamiento del beat, siempre marcado y nunca excesivamente rápido, que apoyan en una gama instrumental que reúne piano, bajo, unas guitarras y un teclado siempre deliciosos y, por supuesto, en una batería precisa, ágil y comprometida con la estructura de cada canción.

Alt-J sorprende al mundo con un disco, valga la redundancia, enteramente musical, donde no especulan ni una nota, donde derraman pasión, canralidad y una extremada y depurada atención por los detalles constantemente. Cada canción tiene algo que la hace especial, diferente, y a la vez necesaria dentro del organismo vivo que es el An Awesome Wave. Un disco mágico y fantástico, colorido y cavernoso, de piel suave y fresca como el tacto de la arena de las playas en la noche; donde no puedes dar nada por sentado, ya que en cada canción rompen sus propios moldes y se disparan en diversas direcciones: como si cada tema fuese la gestación de una pequeña mariposa musical. Un álbum de estados plenos de ánimo, con una vegetación floral que decora todo el trabajo con elementos extraidos de las cuatro estaciones, rezumando una humedad que huele a vida y a secreto bien guardado. Aunque por poco tiempo.

Porque esta gente tiene vocación de extrovesión: su música es el tipo de arte que surje por el impulso de agradecimiento ante un mundo que no para de asombrarlos y removerles su aguda sensibilidad. Es el fruto de quien sabe ver y ecuchar antes de expresarse: tal vez por eso suenen a tantos grupo a la vez, sin llegar a imitar ni a recordar a nadie en concreto. El principio, por ejemplo, podría haberlo firmado Piano Magic, con ese piano azulado, la distorisión melancólica, la batería concienzuda, borracha de vino tinto, y el encorvado lamento de Thomas mientras llueven los punteos. Una Intro que augura lo que luego no es: porque toda redención tiene un punto angustioso de orígen. Luego nos confunden con un Interdule I, a dos voces, con la métrica de un poema de Darío. Y por fin, con Tessellate parece que arranca definitivamente el Cd; todos suenan: batería de cálido beat, guitarras de agua, teclados y pianos cuan alfombras mágicas, y voces y alaridos de explorador frente a la hoguera. Todo con mucha clase.

Breezeblocks recoge el testigo ya con otra onda, construida entre la despreocupación caribeña, el tintineo y el redoble de ritmo de bajo, que se acaba imponiendo en uno de los pasajes más sorprendentes y pegadizos del Cd: "please don't go/ I love you so" rematan los Alt-J, haciendo del cubismo vocal un juego de niños bien criados. Puede que el estilo de la banda se sedimente mejor gracias a pacíficas oxigenaciones como el segundo interludio (Interlude 2), ya que apreciamos mejor tras él, en Something Good, la delicadeza de cómo meten un piano en escalera, una acustica africana en las cuerdas (también en las vocales), y como hacen confluir toda la instrumentación en ambientaciones y paisajes hermosísimos. También se hace notar más el silencio, justo en el corazón de disco, en Dissolve Me, logrando un hueco en el olimpo que ocupan los Fleet Foxes o Bon Iver con ese momento glorioso, hacia la mitad del tema, en que sositenen todo el Cd con un arco de voz.

Tal vez Matilda y Ms sean las canciones que menos llamarían la atención, pero en su modestia regalan pasajes de harmonía y, sobre todo, mucha de la riqueza de detalles con la que decoran cada compás. Ya siempre optimistas, siguen colgados del techo, recorriendo las cumbres que ellos mismos han constuido cantando. Desde luego, si el ritmo caracteriza el inicio sorprendente del Cd, el esfuerzo vocal lo hace en la segunda. Fitzpleasure, en su arrogancia, es el último coletazo rítmico: un beat elegante y encarado que revive el Cd cuando el viento ya ha cambiado. Porque de nuevo tras un liviano Interlude 3, Bloodflood huele ya distinto: a final, al recogimiento del atardecer, a los últimos pasajes de una historia asombrosa, colorida y emocionante que tiene que acabar; a esas despedidas y finales que hinchan el pecho pero oprimen la garganta. Taro es, por tanto, como la última mirada de regalo en la distancia: como el "Capitaaaaan" que gritó Dersou Uzala desde lo alto de la nieve cuando se separa de Arseniev. Lo que convierte algo especial en legendario; en inolvidable.

La última pista en una canción desnuda, acústica y en tono de folk matutino: Hand Made es lo que su nombre indica. Con ella se completa un Cd extraordinario que no pasará inadvertido en las listas de final de año. Por la grandeza del abanico de sonidos que demuestran, por su carácter y lo arriesgado del proyecto, por tenerlo tan jodidamente claro, y por tener un estilo tan insultantemente musical, de los que hacen honor al arte que representan, estos chicos de Alt-J van a estar en boca de todos, merecidamente, y siempre acompañados de alabanzas, sonrisas de alegría y el justo augurio de su éxito. Desde aquí le pido a grito a cualquiera de los promotores que trabajan en nuestro país que traigan pronto a estos chicos de Cambridge: su cotización se dispara, y pronto habrá tubas pidiéndolos como zombis por las calles. Y si no, al tiempo. 



NICOLAS JAAR. Barcelona, 16-09-2012



De cuando Apolo se rindió a los encantos de Nicolas.

No sé a qué iluminado escuché un día soltar la frase: “la música electrónica es como el sexo”. Podría afirmar, sobre todo después de asistir al concierto de ayer de Nicolas Jaar, que hay una importante dosis de verdad en esta afirmación, pero yo matizaría que en realidad solo la buena música electrónica se parece al buen sexo: candente, basada en una métrica cambiante, de intensas y múltiples velocidades, ha de ser sinónimo de conexión entre emisor y destinatario, ahondando en el deseo y la necesidad crecientes del siguiente cambio de ritmo, y contemporizando sutileza y contundencia en un mismo acto. Un concierto que fue seductor y elegante, sugerente y muy excitante. Pocas veces el objetivo de mi cámara me había parecido un elemento tan fálico, o me habían resultado tan claramente insinuaciones las rozaduras con... ¡Oh, cielo santo: es un tío el que me toca por detrás!

En realidad viene a ser nimia la diferencia entre un concierto y una sesión a estas alturas, y más, a los niveles de excelencia en los que se mueve Nicolas Jaar. Con poco más de 21 años, no solo se le puede considerar un niño prodigio por su carrera en la adolescencia, o por su fantástico primer Lp: ha confeccionado también un directo para quitarse el sombrero. ¡Qué polvazo, Nicolas! Las bases de las canciones que hay en su disco sirven de lejana línea melódica para unas estructuras que se enarbolan más allá de lo binario, y se rellenan con algo más que sonidos programados. Porque Jaar ha concebido un directo en el cual su electrónica, explotada y orquestada a la perfección desde el mínimal hasta el techno, se confabula con un saxo y una guitarra eléctrica para destrozar definitivamente las fronteras imaginables entre las etiquetas y los géneros musicales.

Anoche, en la abarrotada sala Apolo, y Primavera Sound mediante, este joven medio chileno medio norteamericano, hijo de una celebridad artística, se doctoró con nota; aunque no solo él. Nos hizo el amor. En prácticamente dos horas de espectáculo Nicolas reconstruyó parte de su incipiente obra, reformulándola en bloques de 20-30 minutos, iniciados siempre desde los escombros de algún sentimiento profundo y de iluminación tenue y queda. No obstante, el desarrollo posterior de cada parte, donde podían sonar reconocibles ciertos temas o no, fue como una sucesión de imágenes íntegramente sonoras  de construcciones arquitectónicas potentes y estilizadas, que levantaba in situ  con la ayuda de Dave Harrington y Will Epstein. Harrington, el guitarrista, deslumbrante de principio a fin, sostuvo casi en todo momento el discurso humanizado, que puede también emanar de la electrónica a veces, con punteos y riffs cercanos al space-rock, una presencia a lo M83, e incluso con simples rasgueos perfectamente amoldados al ritmo que marcaba Jaar.

La presencia de Epstein era más previsible, pero no por ello menos deslumbrante. Aportó esa leve estética étnica que decora el espacio que crea el maestro y lo ilumina: fue igualmente necesario para la argumentación del doctorado de Nicolas Jaar. Además, ambos parecen estar en sintonía con él en el aspecto electrónico, pues pulsaban más botones, pedales y teclas de Mac, que de saxo y que de cuerdas de guitarra. Tal vez sea por todo esto por lo que el concierto, en mi opinión, bajó ligeramente el nivel cuando, en uno de los bloques, se quedó solo el chaval ante el caldeado y sobreexcitado público de Apolo. Aunque siguió siendo categórico, los cambios en la marea de ritmos y las  intensidades resultaron más como la utilización de un recurso que como el verdadero fluir de pasiones en que se ha de basar, en mi opinión, el buen sexo...digo, la buena música electrónica.

Con todo, fue un conciertazo sin paliativos. Tuvimos incluso en honor de escuchar el reciente remix que ha hecho Jaar de Cherokee, el tema que abre el decepcionante Sun de nuestra idolatrada Cat Power (a quien, por cierto, veremos pronto por Barcelona gracias a Primavera Sound). También oímos la versión reconstruida y reformulada de Space Is Only Noise If You Can See, de Too Many Kids Finding Rain In The Dust, y de Keep Me There, entre otras delicias sonoras que, si bien se basaron en ciertos pasajes de ciertas canciones del disco, nada tienen que ver con aquel adorador del silencio que se destapó a principios del año pasado como una de las grandes promesas de la electrónica con un Cd de corte minimalista. El único pero fue que su voz, en los pasajes cantados, no se escuchaba demasiado. Ahora, tras verle y sentirle en directo, me doy cuenta de que hay que ser realmente bueno para rellena el espectro que va desde ahí al techno; y hacerlo encima como quien le hace bien el amor a una sala entera. Y Nicolas Jaar lo es realmente.

Fotos de Pablo Luna Chao.

También disponible en Alta Fidelidad.

UNICORNIBOT. Barcelona, 08-09-2012.



El coloquio incesante de cuatro entes.

Según Wikipedia, las matemáticas son una ciencia formal que, partiendo de axiomas y siguiendo el razonamiento lógico, estudia las propiedades y relaciones entre entes abstractos como los números, las figuras geométricas, y los símbolos. Del mismo modo, y siempre desde la misma fuente, el math rock se caracteriza por la complejidad de sus ritmos y lo raro de sus estructuras, maneja espacios y tiempos extremos. De todo esto, para describir la música y la personalidad grupal de Unicornibot, la última gran aportación al rock progresivo nacional, me quedo con que son el resultado de las propiedades y las relaciones entre cuatro entes abstractos, que empuñan instrumentos de plomo. Entes carburantes a base de licor café, enmascarados en plata, provenientes de las Rías Baixas.

Los Unicornibot son profetas en su tierra. Implicados en la reforestación cultural de la capital pontevedresa, son participantes del Liceo Mutante, un centro cultural auto-gestionado que el pasado 27 de Julio cumplió un primer y exitoso año de vida. Pero su trascendencia ha rebasado este año las fronteras de Galicia, y tras la edición de su segundo Lp, Dalle! (Matapadre, 2012), y un concierto en el trampolín del Primavera Sound, parecen estar preparados para dar el salto definitivo del panorama regional al nacional. Esta semana han iniciado una gira de casi dos meses por el noreste peninsular y el sur de Francia, y ayer sábado se dejaron ver por la sala Sidecar de Barcelona, gracias a la promotora local To Be Confirmed.

En faena este cuarteto gallego de math-rock-progresivo le da sentido a la definición que preside este artículo: despliegan complejidad rítmica, estructuras raras y enrevesadas, y un manejo del tiempo y del espacio extremo, unido a un vertiginoso virtuosismo instrumental. En ese sentido, su música es el resultado de las talentosas propiedades y capacidades de las que hacen gala estos extravagantes entes abstractos y enmascarados, relacionándose entre sí. Es decir: los Unicornibot son un incesante coloquio a cuatro bandas entre un bajo, dos guitarras, y una batería apabullantes. De la estirpe de Don Caballero o Battles, esta formación se diferencia de otras bandas relevantes del panorama post-rockero instrumental nacional como Toundra, por un uso casi lúdico y aparentemente gratuito de esas virtudes. Como si todo fuera una broma, una exageración perpetuada hasta donde llegue.

La pequeña y estrecha gruta que conforma la sala Sidecar se llenó de público y del estruendo que emanaba de la banda, perfectamente coordinada en torno a la poderosa batería de martillo y sudor. Guillermo García, a parte de guiar la cuadrícula laberíntica por la que han de moverse, veloces, los dedos de sus compañeros sobre sus respectivas cuerdas instrumentales, hace las veces de agarrotado y explosivo director de orquesta, todo en uno, con sus movimientos eléctricos y precisos sobre la endurecida batería que posee, una y otra vez, incansablemente. Dieron un concierto monolítico, porque en su directo recorren una y otra vez los mismos pasillos entrelazados, con callejones, requiebros y bifurcaciones, amurallados de piedra en grandes bloques; pero lo hacen obteniendo cada vez una ruta distinta hacia la única salida, pero siempre sobre el mismo suelo.

Unicornibot es de esas bandas que no dependen de un hit, de las que poco importa el setlist que hayan escogido: su fórmula, como en las matemáticas, es infalible y recurrente. Ayer tocaron 16 canciones en una hora, sin ofrecer tregua ni descanso alguno, demostrando el poco cariño que le tienen a la pausa y al silencio. No obstante, en un recital desarrollado en un ambiente tan familiar, arropados por la amplia colonia gallega de la ciudad condal, no podía faltar el tiempo para los agradecimientos, los reencuentros, para la subida de los más fieles al escenario, e incluso para las felicitaciones: las de David Tombilla, el fotógrafo oficial de la banda, que estaba de cumpleaños. Toda una fiesta, regada con el mejor licor café de todas las comarcas de Pontevedra; y un monumento a la contundencia hecho desde la humildad y el sobreesfuerzo desmesurado.

Fotos de Pablo Luna Chao. Inspiradas en el trabajo de David Tombilla

También disponible en Alta Fidelidad.

CAT POWER (Sun, 2012)



Lamentablemente...

Lamentablemente, el Tramp de Sharon van Etten es el disco que esperaba de Cat Power; y no el Sun. Tras más de cuatro años de silencio, y casi siete sin material nuevo propio, Chan Marshall ha vuelto, con un cambio radical de look, estético y musical, que no termina de convencerme. Y lo dice alguien que vendería muy barata su alma a quién fuese necesario para poder dedicarme el resto de la eternidad a servir de muso para esta magnífica cantautora nacida en Atlanta, Georgia, hace ahora 40 años. Mucho han cambiado las cosas en el panorama musical desde mediados de la década pasada, mucho ha cambiado el público, y, en cierto sentido, parece que Cat Power ha perdido un poco su lugar, ocupado ahora por una pléyade de artistas de nueva generación que, en verdad, y de forma irreversible, parecen haber heredado su esencia.

Lamentablemente, no es la Cat Power íntima, desnuda y orgullosamente decadente del Moon Pix, su primer disco con Matador Records, allá por 1998: en mi opinión, su mejor obra. Ni la glamurosa dama de un folk sureño visto desde la ventana de un apartamento en NYC, o desde la ventanilla de uno de esos enormes coches americanos tipo Cadillac, descapotable en las secundarias, como lo ha sido en el resto de su carrera. Ni siquiera destaca por los pasajes entremezclados de rock y piano propios del You Are Free (2003) o del The Greatest (2006). Carece incluso de aquel acento de elegancia con el que impregnó, e hizo suyas para siempre, las canciones del Jukebox (2008), ese delicioso álbum de versiones.

Lamentablemente, solo hay un tema que me recuerda ligeramente a esa pedazo de artista, Cherokee, aunque ya presenta algunos de los síntomas del deterioro estilístico de Chan Marshall. Cuando conseguí descargármelo hace unas semanas, pese a que en teoría salía a la luz el 3 de Septiembre, casi desee, al principio, no haberlo escuchado, que no hubiera salido. Una sensación agridulce me invadió con su primer y mejor tema: la guitarra y el piano con que empieza saben a gloria, después de tantos años sin verla, sin oírla, pero aunque luego melódicamente resulte un tema enormemente atractivo, ese ritmo programado de base que suena en el estribillo nos descubre a una Chan Marshall con la que, por primera vez en nuestra larga relación, no me sentaría a contarle mis cosas, mis intimidades; como sí hacíamos antes.

Lamentablemente, ese es solo uno de los síntomas, pero no el único. Se ha distanciado del público, mostrando una imagen menos humana, más corporativa: resulta que al cambiar de look da la sensación, precisamente, de habérselo creado, de haberse fabricado o impostado un estilo, cuando antes lo tenía por defecto, natural, inherente y coherente a su forma de tocar, de ser y de componer. Hay como una especie de máscara, algo que esconde y aleja a la verdadera Chan Marshall de nosotros. Pero hay más. Muchas veces ese algo es uno o varios elementos instrumentales, generalmente rítmicos y electrónicos, que parecen desubicados intentos de actualización, o de rejuvenecimiento: como el de Los lunes al sol que se tiñe el pelo y se pone la ropa de su hijo, que además le enseña informática. En Sun, en Real Life y en Manhattan, resulta evidente, aunque esta última tenga un aire mucho más desmaquillado.

Lamentablemente, en ese sentido, parece que le han crecido los enanos, que se le han subido a las barbas sus discípulas: la pléyade de nuevas reinas del rock, que a la sombra de su influencia, han ido aportando elementos al dogma que ahora, la propia Cat Power, no parece ser capaz de interiorizar y expresar, aunque lo intenta. Su faceta rockera, por ejemplo, recuerda ahora despiadadamente a St. Vincent, sobre todo en Ruin, con ese disparatado pianito agudo del principio, los bajos bien marcados, los requiebros de batería y guitarra, y esa distorsión tan chiclosa. O adolece de aquella plástica curvada, que tanto la caracterizaba (y que, sin ir más lejos, salva Cherokee), en Silent Machine y en Peace And Love. Me parece básica y un tanto primaria; como en 3, 6, 9, en tono pop, que demuestra que cuando se ha perdido la chispa creadora, lo sencillo vuelve a resulta sencillista.

Lamentablemente, apenas podemos rescatar un par de momentos más, a parte de la canción que abre el Cd, al menos en mi opinión. En su brevedad, Always On My Own nos recuerda a la Cat Power sincera y minimalista, intensa y precaria a la vez en su utilización del rock como forma de expresión. Y Human Being, tal vez el tema que mejor encarna esa nueva versión de sí misma que pretende crear en Sun, cercano al sonido lacado de Massive Attack en 100th Windows, que sí posee esa fuerza subcutánea, inherente en esa parte de la partitura que no se escribe que tienen las mejores canciones de la anterior Chan Marshall. Nothin But Time, por otra parte, la larga canción de casi 11 minutos que casi cierra el Cd, parece un derroche excesivo de una misma composición, que, si bien recorre aquellos paisajes sureños llenos de negras gordas en iglesias protestantes, parece ya un atisbo del pasado algo desfasado: poco acorde con el resto del disco y su intención.

Lamentablemente, tal vez no haya una nueva Chan Marshall del todo. Quizá el problema es que en estos largos años de pausa y desconexión la norteamericana no se ha reciclado plenamente. Como eso que siempre pensamos que impide el teletransporte: la reconfiguración molecular. Cat Power se ha vuelto a formar, pero las piezas no encajan como antes: aún quedan rémoras, antiguas virtudes desaparecidas, nuevas facetas en las que no convence, una mezcla incompleta, una fórmula que no funciona. Parece haberse quedado, anclada y mal formada, a medio camino entre una versión de sí misma que ha querido dejar atrás, sin demasiado éxito, y otra modernizada que no acaba de encajar con su personalidad nostálgica. No obstante, mantendremos ciertas esperanzas hasta que la podamos ver en directo: uno de mis sueños, y ahora un triste examen a la nueva personalidad de Chan Marshall. Nuestra querida Chan Marshall.




LOWER DENS (Nootropics, 2012)



Madurar engorda.

Hace cerca de dos años vaticiné que Lower Dens sería un grupo de los grandes, que crecería disco a disco regalándonos canciones inolvidables en un futuro próximo. Su primer álbum, Twin-Hand Movement, publicado en verano de 2010, a parte de obtener críticas muy favorables, les proporcionó un material con el que no han parado de girar durante estos dos años, madurando su sonido hasta convertirlo en algo sólido y más bien duro, consistente. Les vi en concierto aquel invierno de 2010, en la carismática Sala Moby Dick de Madrid, y el pasado mayo en el Primavera Sound; y lo primero que se me pasó por la cabeza fue que habían engordado. Nootropics es el resultado material de ese proceso de madurez prematura (valga el oxímoron): no sé si hacia adelante, pero es el paso en la dirección que todos esperábamos, a tenor de lo escuchado en su ópera prima.

Es posible que la propia Jana Hunter haya ganado también unos quilitos: aunque la música sea básicamente la misma, con un estilo muy marcado desde el principio, el acento de inestabilidad de su primer trabajo, de desequilibrio y de angustiosa necesidad de exteriorizar un discurso plagado de sentimientos contradictorios, pegaba a la perfección con su apariencia desgarbada: aquella figura raquítica de mirada afilada, aferrada siempre a su guitarra, se movía más ágil, de día y de noche, siempre como huyendo de algo. Esa sensación de inestabilidad y desequilibrio parece haber desaparecido: Hunter camina con paso más firme, decidida, consciente ya de cuál es el canal de comunicación entre su interior y el resto del mundo. Ha engordado, y Lower Dens, aunque haya perdido agilidad, ha duplicado su corpus, su materia y su presencia.

Nootropics presenta, además, ciertas diferencias con respecto al primer álbum de esta banda de Baltimore, a nivel instrumental y estructural. Formalmente, como ya he dicho, me parece igualmente sobresaliente, por el tufo insoportable a ellos mismos que posee en todo momento, aunque con menor versatilidad. Pero es más calmado, entre otras cosas, porque creo que carece de esa necesidad de hacerse oír de la que hablaba antes, y nos mantiene en sedación constante, bajo una complicada y tosca argamasa instrumental y melódica. Hunter, en ese sentido, se abandona bastante al teclado, a lo Victoria Legrand, dejando a las cuerdas formar una tela de araña que, a la postre, hace las veces de suelo con mayor firmeza que cuando su guitarra dirigía la melodía con mayor protagonismo.

En cualquier caso, destaca por encima de todo el resto del Cd Brains, el primer single, con ese insistente y coordinado cabalgar de batería y guitarra, que va abriéndose e incluyendo a los demás instrumentos, hasta alcanzar, en su lógica y propia evolución, una intensidad hasta ahora nunca vista en Lower Dens; al menos no tan cocida a fuego lento: sólida, densa y pacientemente. El teclado va ganando protagonismo y la voz de Hunter sale reforzada tras un primer tema, Alphabet Song, donde recuerda, quizá demasiado, a Beach House. Pero la densidad y la ligera monotonía anestésica se muestran tras Stem, la versión agilizada del hitazo: en Propagation, una dilatada y cinemática canción saturada, con transparencias hermosas por donde pasear nuestros oídos, plagadas de guitarras que gimen en la madrugada. Una monotonía que bien podría acompañar largos paseos nocturnos, en la soledad de un invierno húmedo y tranquilo.

La apuesta por la reiteración empieza a parecer un tanto obsesiva en Lower Dens cuando comienza Lamb, tema de estructura a planta circular, con claraboya central. Pero la base queda y de rítmica casi minimalista permite el primer gran lucimiento vocal de Jana Hunter, con cierta voluntad de protagonismo. Candy, a continuación, sí marca un punto más encarado, más dinámico, aunque sea en un claro picado, menos monótono, pero siempre desde la saturación y la intensidad. En ese aspecto, el momento más complicado del Cd es Lion In Winter pt. 1: un ejercicio de experimentación instrumental sin dirección alguna. Ahora, superado ese momento, el disco nos regala aún dos buenas piezas: Lion In Winter pt. 2 y Nova Anthem. La primera es quizá la versión más pop-playera de Lower Dens, pero con acabados, enlaces y arreglos bastante ingeniosos: ideal para acabar los conciertos dejando sabor a esperanza. Y Nova Anthem, que es el segundo y más grande lucimiento vocal de Jana Hunter, que emana de una bonita torre plateada y afilada erigida desde los cimientos a base de un ritmo casi digital y un teclado clerical.

Ignorando un poco la enervante canción final, In The End Is The Beginnig, que más bien parece un paseo por el oscurantismo de remordimientos más digeridos, nos queda un Cd irregular, aunque curiosamente monótono y pesado (ambos términos en el mejor de los sentidos), con dos o tres temas de verdadero peso, y con Brains como bandera. A Lower Dens, y a ningún grrupo debutante se le exige que todos los temas de su segundo álbum sean perfectos, como tal vez sí se les exige del primero para llamar la atención. Basta con que corroboren sus buenas maneras, sus estilo bien marcados y su futura proyección con una serie de temas que renueven nuestro oído, y no nos haga volver al primer trabajo. Nootropics es, por tanto, un Cd que les corrobora y que les hace avanzar, más maduros, en la dirección que todos esperábamos.