ELI 'PAPERBOY' REED. Madrid, 27-7-2011.



Eli 'Paperboy' Reed: el blanco que tenía el alma negra.

SON, la promotora musical de Estrella Galicia, nos está malacostumbrando. Sus citas en el Teatro Lara se están convirtiendo en algo absolutamente ineludible últimamente. Imagínense: el martes y el miércoles nos trajeron nada menos que al niño prodigio del soul americano, Eli ‘Paperboy’ Reed; ayer fue el turno de Jamie Lidell, y esta noche, para completar una semana de órdago, nos las veremos con el californiano, curtido en mil batallas, Chuck Prophet, y su actual banda, The Mission Express. Habrá que sentirse afortunado y todo por estar en Madrid durante este ecuador de verano. Desde luego, el padecimiento es soportable a la sombra del oasis en que han convertido los de SON nuestro Teatro de la Corredera baja de San Pablo. La doble sesión de Reed, o por lo menos el concierto que dio ayer miércoles, al que asistí por los pelos directamente desde la T1 de Barajas, fue una auténtica pasada. Todavía tengo dudas de que aquello fuese real; pero sinceramente, no creo que yo sea capaz de imaginar una voz tan alucinante por mi cuenta, así que supongo que aquello sucedió de verdad.

Cuando alguien te descubre a Eli Reed, lo primero que suele decirte es que lo que oyes no es soul de los años 60, de la edad de oro de la música negra. No, esta voz es actual, de ahorita mismo. Lo segundo que te dicen, para incrementar tu sorpresa y asombro, es que la voz en cuestión no pertenece a uno de esos negros portentosos de raíces sureñas: Eli es tan blanco como lo era Elvis, se gasta un tupé más propio del rockabilly que del R&B, y por lo que parece, le espera la misma evolución corporal que al Rey, al menos en lo que a la cintura se refiere. Por último, cuando ya uno no se puede creer el error de Dios en la asignación de las virtudes vocales, te dicen, para rematarte, que el chico de los periódicos apenas tiene 28 años. Y entonces solo puedes rendirte al genio que algunos seres poseen, quién sabe por qué, y disfrutar del regalo que éstos hacen al mundo cuando se ponen frente al público.

Son días tristes para el renacimiento del género, dicen. La muerte de Amy Winehouse es una tragedia humana y seguramente, aunque no es mi opinión, musical; pero no es cierto que deje huérfanos a los amantes del soul, que parece que no han tenido otra figura a la que aferrarse para dejar atrás los Cds de Marvin Gaye, Solomon Burke (fallecido hace menos de un año con una décima parte de cobertura mediática), u Otis Redding. La irrupción de Eli ‘Paperboy’ Reed en el panorama musical, sobre todo a raíz del lanzamiento de su segundo trabajo, Roll With It, en 2008, ha sido verdaderamente la mejor noticia de las últimas décadas en lo concerniente al soul. Puede que Winehouse volviera a popularizar el género, pero Reed está destinado a marcar una época; por un talento desbordante, una identidad innata, y un continuo demostrar que está en el mundo para cantar como canta. Es, sin duda, uno de los artistas del momento, y verle como lo vimos en el Teatro Lara, es un privilegio al que no quiero acostumbrarme.

Acompañado por los True Lovers, una banda de vientos, cuerdas y percusión que le llevó en volandas, el chico de Boston interpretó casi al completo su último Cd, Come And Get It, grabado junto a los arriba mencionados, y editado en 2010. Un soul clásico, pero claramente refrescado, pretendidamente nostálgico con una época y con una estética que siguen vivas, en el vestuario de Reed por ejemplo, o en su forma de gesticular mientras canta. Eli, por momentos, parecía un personaje sacado de uno de esos casinos donde siempre es año nuevo, fluctuando entre las décadas de 1950 y 1960. Pero en general, al margen de una estética u otra, todo el concierto fue una abrumadora demostración de que, al contrario que en la película de Benito Perojo, es un blanco que tiene el alma negra. Cuando se estruja el cuerpo entero para derrochar esas notas sostenidas, todos, hasta los músicos que lo acompañan, permanecemos en vilo, como creyendo que puede juntar el cielo y la tierra.

Supongo que así debían ser los conciertos de soul durante la edad de oro del género, e incluso mucho mejores. Conciertos como el del miércoles son, probablemente, lo más cerca que podemos estar de aquellas fiestas; incluso el teclista actuó de presentador de la gala, con espectacular presentación de cada uno de los miembros de la banda, y su correspondiente solo, y agradecimientos integrados a la música, ya convertida en base. Una forma concreta de vivir la música, la de los negros, que ya no es solo patrimonio suyo. Nadie puede resistir el chute del soul cuando se interpreta con la categoría que demuestra Eli Reed: el Teatro se desbordaba, todos en pie, bailando entre las butacas, y admirando el poderoso torrente de voz de esta joven promesa que ya es, por méritos propios, una gran estrella de la música. Pero desde luego, lo que está claro es que las penas que no se curen con una buena sesión de soul, es que no tienen cura.
Fotos de Pablo Luna Chao.

DISCO LAS PALEMERAS!



Para cuando estemos en guerra.

Menos mal que pago mi suscripción a Spotify religiosamente cada mes, porque si no esa estúpida restricción de escuchar, como mucho, 5 veces una canción, me habría impedido regodearme en el tema que abre este Cd, La Casa Cuartel, tantas veces como lo he hecho. LastFm dice que llevo 10 escuchas, pero entre el coche y el nieto moderno del walkman, estoy seguro de haber llegado al medio centenar de reproducciones. Es, sin duda, la mejor canción de este primer álbum de Disco Las Palmeras!, una banda de Sarria (Lugo) que me ha convencido, ahora ya en serio, de que en España empieza a ver grupos verdaderamente interesantes, y exportables. 

Al margen del clásico pop-rock (o punrock), y de un pop pastelero, siempre prolífico, del que raras veces entiendo su éxito, parece que el rock alternativo ha despertado; un rock de influencias serias, de intenciones sin complejo, con peso y poso. No es que sienta orgullo patrio, nada más lejos; pero me alegra comprobar que nuestra generación, efectivamente, posee un bagaje musical netamente superior al que tenían las anteriores. Así es como nacen bandas importantes, y así es como el público se hace más exigente y experto. Creo que Disco Las Palmeras! no podría haber existido hace 20 años, y ya no solo porque tengas influencias de reciente existencia, sino por el tipo de acceso que han tenido a ellas. Dios bendiga a Internet: mecenas de la música que viene (y que ya está aquí).


NIHIL OBSTAT es una bomba de relojería, o un cinturón militar de cartuchos de fusil, todos a punto de estallar. Desde el primer segundo de música el oyente se siente parte de una guerra: donde el miedo, el shock y la adrenalina desbordante son parte fundamental del juego. Disco Las Palmeras! practican un noise melódico, que envuelve un esqueleto post-punk, teñido de cierto derrotismo, algo de angustia, y una fascinante sensación de oscura inquietud. Las bandas guerreras, las que descargan ego con la eléctrica de su métrica, tienen algo de irreal que en Disco Las Palmeras! desaparece. Suena a un dibujo más certero, más real y cruel de la batalla: la guerra es ruidosa, sí, pero también es sucia, esquiva, pesada y exasperante. NIHIL OBSTAT es una recámara de arma cargada de estado emocionales, a veces contradictorios, pero siempre abocado a la eterna pelea (con la vida, supongo).

Pero volvamos a la casilla de salida: a La Casa Cuartel. No es un bajo lo que entra a los 8 segundos, para acompañar a una batería de atentado. La voz de Diego Castro, mortal como la picadura de una enorme araña negra, va pregonando la tragedia; y las guitarras, que son todo lo que hay, se abren paso entre los escombros. Poco a poco la imagen es más nítida, pero también más terrible. Un punteo lejano es el grito del caballo del Guernika. La constancia de la batería es la pulsión natural del corazón luchando por vivir. La melodía, escatológica y condenada, se va transformando, a medida que se abren las cuerdas, en la descripción pura de las llamas. Y al final, tras un mínimo armisticio, sabremos la verdad. 

Disco Las Palmeras! tiene un secreto: son un trío sin bajo. Se las arreglan con una séptima cuerda y con una distorsión desproporcionada. Por eso suenan así: como una cabalgata de coches fúnebres, desbocados sin freno. NIHIL OBSTAT mantiene el ritmo hasta el final, con una leve tregua shoegaze llamada precisamente Estados Emocionales (Y Vaticanos), que es lo que son sus canciones: un pulso constante con las emociones, con ese instintivo enfado que sentimos por haber sido creados mortales. Disco Las Palmeras! canaliza esa rabia en un sonido desafiante y marcadamente armado: bombardeos de batería en Los Economistas, fuego de mortero en No Lugares, ráfagas de pelotón de fusilamiento en Me La Jugaste En China; aniquilación nuclear lenta y sin dolor en Testigos de Dios.

Me los perdí en el Día de la Música, porque me hablaron de ellos esa misma noche, tras su concierto. Por eso digo que no es por orgullo patrio por lo que me alegra la aparición de buenos grupos nacionales, sino por la certeza, casi absoluta, de que veré a esta banda un montón de veces. La veré crecer, evolucionar, y con un poco de suerte, la veré despuntar en un escenario grande y oscuro, que es donde deben estar, aunque no hagan una música fácil de escuchar para el gran público. Disco Las Palmeras!, junto a Cuchillo, seguramente más expansible, son para mí el futuro del rock alternativo nacional (y ya veis: unos de Lugo y otros catalanes...).



BLONDE REDHEAD



El placer del contraste.

Kazu Makino y los gemelos Pace son Blonde Redhead, un trío italo-japonés que nació New York a mediados de los años '90, y que hoy en día es considerado, por muchos, como un grupo de culto. En 16 años han editado 8 Cds, los últimos tres con el sello británico 4AD, del Grupo Beggars. Llegaron a mis oídos hace dos o tres años como consecuencia del sunami que supuso en su carrera, y en el pop, la edición en 2007, de 23: para muchos, uno de los mejores álbumes del año, y probablemente su trabajo más escuchable y populista. 

Pero que no se me interprete mal: aunque provengan de un sonido cercano al grunge, auspiciado por el mismísimo Steve Shelley (batería de Sonic Youth y fundador del sello Smells Like Records, con el que también lanzó a la fama a Cat Power), y deriven en otro mucho más suavizado, sofisticado y pop, en ningún caso considero peor el 23 que, por ejemplo, el LA MIA VITA VIOLENTA, su segundo disco; o denigrante, criticable o lamentable la evolución a lo largo de su carrera. Respeto la línea que han seguido; no en vano, Girl Boy, el último track de su primera obra (cuando todavía eran cuatro), ya anunciaba el futuro de la banda.


En Blonde Redhead siempre ha estado latente la tendencia que explota en 23: un dream pop donde el peso de la distorsión se ha reducido drásticamente, más adaptable a los oídos de las mayorías. Personalmente, pese a que me fascinaron con ese sonido, he ido apreciando más y más a esta banda por sus primeros trabajos, sobre todo por este segundo, LA MIA VITA VIOLENTA. Conociendo dónde acaban, es delicioso observar como segregan las pocas gotas de dulce pop que, doce años más tarde, serán una líquida avalancha, un sunami de pop alternativo. La aspereza del grunge ya casi es costra, y pronto (o poco a poco, mejor dicho) desaparecerá del todo. Desde luego, no van a ser los primeros ni los únicos en mostrar cómo la incertidumbre de la generación X dejó cicatrices menos marcadas de lo que se pensaba.
LA MIA VITA VIOLENTA es el temprano punto de inflexión a partir del cual se va a imponer su personalidad y su determinado sonido, a cualquier tipo de etiqueta cerrada. Blonde Redhead, si es que lo hizo alguna vez, dejó muy pronto de hacer grunge, encontrando una fórmula de expresión clara, directa y concreta, pero con la vulnerabilidad que siguió a la muerte de Kurt Cobain. Si a ese mayor punto de emotividad le queremos llamar pop, hagámoslo; pero en la forma, en los rasgueos, en la imperfección manifiesta y chillona de las voces, en lo oblicuo de las miradas y la melodía, están todavía a años luz: es solo el zumo que sale de exprimirlo una y otra vez, como se hacía con los árboles de caucho en el Amazonas, allá por la época de los pioneros y fitzcarraldos.

Cuando abres el Cd la voz de Kazu Makino se sale de la caja, libre y plenamente consciente de cómo es el cuerpo que posee. En I Still Get Rock Off, justo al principio, coquetea con la influencia de Liz Fraser (Cocteau Twins), pero en seguida adopta la postura de una gata en celo, y su voz juega al despiste con la de Amadeo Pace, en un descosido dúo de jirones. Y no vuelve hasta I'm There While You Chock On Me, la más áspera junto con la primera y la última, Jewel. Parece como si reservaran la cara más severa, la más chirriante y rasgada a la voz femenina y mordiente de la nipona: auténtica bella enredada en espinos. Y la versión más envolvente, poprockera, oscurecida y glamurosa, se expone a la sombra de la voz masculina, más profunda que incisiva. Violent Life (pese a su violencia), U.F.O., 10 Feet High, y Down Under y Bean (aunque a dúo con Kazu). 

En Harmony y Young Neil muestran la faceta que hay presente en todas las canciones: una sana afición por la evasión, por una psicodelia misurada, imprecisa y esquelética. En la primera, casi del todo instrumental, ensayan un progresismo, acompañado por un sitar precioso, que culminan las voces en dúo. Desde luego, es un disco sin desperdicio alguno. Escuchándolo uno se debate entre la pasión latina del acento melódico, y la austera e insensible mirada turbia de los mártires del grunge. 

Blonde Redhead pasarán este verano por España. Será la primera vez desde que yo los conozco, y desde que presentaran su 23 en 2007 en gira con Interpol. Se supone que nos traen el Penny Sparkle, pero espero y deseo que muestren todas sus caras posibles. Escuchando este último Cd, mi tendencia natural ha sido ir a buscar sus primeros tiempos, y no porque fueran mejores, sino porque el contraste le queda a este trío como un guante. Es, quizá, su atractivo más especial.


CUCHILLO. Madrid, 9-7-2011.




Cuchillo en HD.

Entrar ayer noche en el auditorio del recinto del Conde Duque fue como entrar en una dimensión de alta definición: el radar de los sentidos disparado, la percepción acentuada, los poros de la piel totalmente dilatados; todo era poco para absorber lo que allí se estaba cociendo. En esa sala diáfana y distinguida de asientos mullidos, en ese pulcro escenario de música erudita, sobre unas tablas exigentes, y ante un público experimentado, los Cuchillo perpetraban su asalto definitivo a la capital. Los Veranos de la Villa, siempre a la altura, nos dio ayer la oportunidad de disfrutar de una de las bandas más prometedoras del panorama musical español, uno de los directos más interesantes que actualmente podemos ver y exportar. Cuchillo es una amalgama de influencias, oportunamente destiladas, que se articulan en una especie de rock fílmico, experimental, folk y psicodélico. Hipnotizan, evocan y enganchan.

La primera vez que su disco Cuchillo me acompañó en mis quehaceres, apenas profundicé en mi observación. Me atreví a recomendarlo, atribuyéndoles ciertas semejanzas a Tool, lejanas y sutiles, por supuesto, pero esa común envoltura oscura, de arpegios narcóticos y notas circulares existe; y los Cuchillo la mostraron ayer a modo de bienvenida. 'Sombra y Mar', la canción que abre su Ep Duat, abrió también el recital. Tras una alargada intro, de guitarras bajo el sol de Calexico, nació el canto monacal que tanto me recordó a Fleet Foxes la primera vez que lo oí; y en seguida se blandieron las baquetas, las guitarras. En seguida, la versión más concreta y material de Cuchillo, la más enérgica y desafiante, afloró como si esa fuera su habitual naturaleza. Y no era más que el principio.

Lo que al principio era un dúo, el de Israel Marcos (guitarra y voces) y Daniel Domínguez (percusión), se ha transformado en trío con la incorporación de Henrik Agren, un pintoresco músico noruego que tocó la segunda guitarra, el teclado y el piano, entre otras cosas, envuelto en un chaleco que no encaja en el siglo XXI. Peores eran los pantaloncitos vaqueros del batería, pero sus buenas artes con baquetas (de tres y cinco tipos), panderetas y demás castañuelas de conchas de mar, así como el suave contoneo de su forma de tocar, hicieron que los ignorásemos rápidamente. Israel Marcos iba impoluto. Su camisa blanca relucía como en el anuncio del mejor detergente, la pluma colocada en su guitarra parecía la de un ave imperial, y en general, por su actitud y la extremada calidad de todo lo que hizo, cualquiera pensaría que lleva media vida subido a un escenario.

De todas formas, el concierto de ayer no estaba concebido como algo normal o convencional. La perfección y pulcritud estética, la diáfana ordenación de acordes, decorado e iluminación, las camisas y el piano de cola, eran el maquillaje adecuado para que aquello quedara registrado en video. Era su definitiva puesta de largo, grabada en absoluta intimidad: en la que da un público pasmado por la retahíla de cosas asombrosamente bien hechas con las que Cuchillo no dejó de honrarnos. A parte de sus temas más reconocibles, nos regalaron el anticipo de cuatro de las nuevas piezas de lo que será su segundo Lp, uno de ellos interpretado en Madrid por segunda vez ante el público: “fresquito”, se atrevieron a decir. Y aunque el fallo fuera insignificante y rápidamente corregido, incluso previsto por el indiscutible Marcos, demostraron ser un poquito humanos, gracias a Dios.

El tiempo con los Cuchillo parece correr en círculos. El concierto no duró más de hora y media, pero los minutos fueron densos y de una textura que nos permitió disfrutar de cada uno de sus segundos como si fueran semanas. 'Cuando Te Canto', 'Black And White Numbers' y 'Come With Me', hacia la mitad del recital, fueron auténticos ejercicios de experimentación del rock: afloraron los pequeños instrumentos, los delicados detalles, el bamboleo diluido de las guitarras sobre ritmos hondos y esféricos, y la psicodelia limpia y sana. De repente pensé que estos chicos nada tenían que envidiar a Grizzly Bear o a Beach House. Marcos samplea su propia voz, y la guitarra, como haría también más tarde en 'Breathing Again', la última antes de la pausa, y en 'Último Silencio': ultimísima canción. Incluso, entre tanta experimentación folk, me pareció entender su rollo moroone como un acercamiento al 'Kashmir' de Led Zeppelin en 'Come With Me'. En cualquier caso, por momentos, solo le faltaba a todo aquello la presencia de un chamán, de un viejo brujo o de un jefe indio, invocando a los dioses y a los muertos.

Una de las grandes virtudes de Cuchillo, ahora que les he visto en directo, es que resulta que sus discos no son más que un bosquejo de lo que luego son capaces de hacer sobre un escenario, un boceto de cualidades con pulso de cadáver que obtiene vida, se levanta y anda, solo cuando la cita es el directo. Sobre las tablas estos chicos pueden transformar los temas a su antojo, matizándolos y enriqueciéndolos una barbaridad. Así es como hicieron del 'Ultimo Silencio' el más atronador de los finales; al más puro estilo Godspeed You! Black Emperor: describiendo el apocalipsis, y después el nuevo orden. Cuesta creer que sean solo tres. Tres hombres para hacer música, con la propiedad de quien expresa estados puros de ánimo.

La imagen, por momentos, parecía no ser real: demasiado perfecta, demasiada definición; demasiado ambiente pintado por y para la música del trío. Las cámaras vigilaban, los objetivos enfocaban sin dolor, y ellos hicieron más de lo que tenían que hacer. Todos salimos en el vídeo con la boca abierta, con los ojos cerrados de nuestra imaginación, libre y campante por lo irreales palacios de sonido de Cuchillo. Todos menos ellos, firmes y seguros como estatuas de canon clásico; en paz con su música, y con un público que, con el tiempo, se rendirá como a la peor de las epidemias, al misterioso encanto del post-rock más interesante de nuestro panorama musical. Lo que vimos en el auditorio del recinto del Conde Duque es, sin más, el mejor directo que un grupo español puede ofrecernos en la actualidad. Y lo vimos en HD.

ORNAMENTO Y DELITO. Madrid, 8-7-2011.




Ornamento y Delito en la Costello, pero no lo digas muy alto.

Quedarse en Madrid en verano no está tan mal, siempre lo he dicho. Aún no está la población diezmada, como lo estará en agosto, cuando aparcar en la calle a la que vas no será, en absoluto, misión imposible. Como suele ser habitual, la oferta cultural veraniega de la capital no va a dejarnos huérfanos de buenos momentos, y ya está en marcha. Ayer po la noche, por ejemplo, pudimos asistir, aunque fuéramos solo el medio centenar que éramos, al concierto en la Sala Costello de Ornamento y Delito. Porque no todo va a ser el San Francisco de Asis de Messiaen y Mortier, el Festival de Teatro de Almagro, o el FIB. La pequeña cultura, si se me permite la expresión, la de los clubes, la de los cines al aire libre cuando cae la noche, y la de todos los libros, series y películas que vemos atrincherados en casa hasta que el sol se larga; esa pequeña cultura, doméstica, personal e íntima, también se mueve en verano.

Si tuviera que definir el concierto del viernes con una sola palabra, usaría timidez. Ornamento y Delito son un grupo de cuatro, pero solo Gari, el guitarrista, teclista y cantante, sobresale y da algo de juego. De entre un público en que se hallaban conocidos de la banda salió en un momento la petición de que sonaran clásico, a lo que Gari, con una sonrisa clara, respondió con un seco no. Rompecabezas De Moda Y Perfección Moral, y parte del material nuevo que están preparando para su siguiente Lp, iban a ser el menú de una sesión que duró algo menos de hora y media.

Abrieron el concierto con 'Loca Por Ti', y lo clausuraron con 'La Policía'. 'Beñat', 'La Cita' y, por supuesto, 'Madrid', no faltaron en el setlist. Eran, seguramente, las canciones más deseados, y sonaron prácticamente idénticas a como las oímos en el disco. La misma textura, el mismo ritmo, el juego de voces indolentes que despliega Gari, el guitarreo clavado en el segundo adecuado. Todo sonó como si les hubiéramos dado al play, como si fueran un reproductor de audio mp3. En ese sentido, nada sorprendentes. No me gusta cuando un grupo te da en concierto estrictamente lo que uno espera escuchar. Tocaron bien su música en meseta: sin una sola subida de tono emocionante, ni un segundo de más de esa apatía que les aboca a la oscuridad.

Por otra parte, las cuatro o cinco canciones nuevas que presentaron, de un disco que esperan sacar este mismo año, parecieron anticipar un leve cambio en sus formas musicales. Puede que es su próximo trabajo veamos entrar más luz por las rendijas de su alicatado estilo; tal vez la paleta de colores admita más tonalidades, o eso me pareció al escuchar sus novedades. Canciones con la personal impronta de Ornamento y Delito, pero con un leve soplido de aires renovadores. El cuarteto vasco-madrileño ha venido demostrando, durante sus cinco años de vida, que sus nuevos trabajos siempre aportan algo nuevo.

Rompecabezas De Moda Y Perfección Moral les ha colocado ya en un lugar privilegiado dentro del panorama nacional. Pasito a pasito, y con la timidez por bandera, Ornamento y Delito sigue creciendo. Aunque el concierto del viernes no fuera en absoluto inolvidable, fue agradable ver en petit comité a una banda que, si sigue por el mismo camino, atraerá a muchísimo más público dentro de unos años. Personalidad no les falta; solo, tal vez, creérselo un poquito más.

SONO, LA NOCHE ALTERNATIVA DE ESTRELLA GALICIA. Madrid, 6-7-2011.




SONO. La noche alternativa de Estrella Galicia.

“En actividades de cualquier género, especialmente culturales, es aquello que se contrapone a los modelos oficiales comúnmente aceptados”. Así define la RAE el término ‘alternativo’, y si tenemos en cuenta la coincidencia con el concierto de los Foo Fighters, el miércoles noche, entenderemos por qué SON, la promotora de conciertos de Estrella Galicia, bautizó su evento en el Teatro Lara con el sugerente nombre La noche alternativa de Estrella Galicia. SONO: un sueño, el de una noche de verano en Madrid. Y resultó ser, en efecto, algo más que una simple noche de conciertos. Cataloguemos o no lo que sonó en el Teatro con la etiqueta de música alternativa, lo que está claro es que el modelo de directo que allí experimentamos, y con el que nos sorprendieron, es innovador y novedoso o, al menos, poco habitual. Un concierto convencional (The High Llamas), un espectáculo músico-tribal (Esben & The Witch), una sesión de sombras analógicas (The Suicide Of Western Culture), y otra, la de una reciclada EME Dj, que se intercaló con los conciertos mientras todos cenábamos.

Y es que por momentos pensé que la música estaba siendo lo de menos. Porque señores, todo aquello fue organizado por gallegos, y como es norma entre ellos, de su casa los invitados no salen con hambre. Mejillones, empanada de xoubas, salpicón de marisco, presentado en una ingeniosa tarrina, chupitos de gazpacho y ajoblanco, jamón (del bueno), panes, brochetas de fruta en sopa de naranja aromatizada con vainilla, tarta de almendra con inyección de crema de orujo…y muchas, pero que muchas cervezas. En la noche alternativa, créanme, se vieron más Estrellas en el interior de Lara que en el firmamento acalorado de la noche de Madrid. La excusa, por buscar alguna, pudo ser el lanzamiento, hace ya unos meses, de Estrella Artesana, una cerveza de menor graduación, especial para las comidas, en cuya creación ha colaborado nada menos que Pepe Solla, seguramente la figura más importante de la nueva gastronomía gallega, y nacional. Entre The High Llamas y Esben & The Witch se destapó la verdad de La noche alternativa: todo aquello era un cóctel encubierto, y con muy buena música.

Los conciertos, de todas formas, y aunque en absoluto fueron lo de menos, resultaron un tanto extraños. El orden lógico de las cosas hizo que The High Llamas abriera la noche, con su sonido apacible, con su público particular; Esben & The Witch, el principal motivo de mi asistencia, nos pilló a todos con la digestión a medio hacer, y la atmósfera que crearon, sobrecogedora por momentos, pareció más una pesadilla, con espectacular banda sonora, eso sí, que la apacible noche de verano que veníamos viendo hasta entonces. Lo de EME Dj, entre tanto camarero de etiqueta que no paraba de sacar comida y cervezas, también resultó chocante, aunque sorprendentemente estimulante y bueno. Y para rematar una noche insólita, alternativa si se quiere, dos sombras invadieron lo que quedaba del Teatro, ya a eso de las 2, para regalarnos una electrónica épica, galáctica e infinita. Eran The Suicide of Western Culture.

High Llamas, al margen de gustos, tocó fenomenal. Sean O’Hagan, su líder, y antiguo integrante de Stereolab, tiene tablas de sobra sobre un escenario. Nada que ver con aquello: lleva 20 años con esta banda, y hace una música que puede transportar a un distraído oyente a la época del primer rock inglés, de aquel pop-rock inocente, alegre y despreocupado que los Beatles popularizaron. Las melodías, el tono, el xilófono, el banjo, la edad media de los seis músicos y las leves pinceladas de folk clásico americano que exhibieron, hablan de una banda que no se rinde a la modernidad. Y en ese sentido, me extrañó verles en La noche alternativa.

Pero la verdadera buena noticia de la noche del miércoles, al margen de las tres horas íntegras de Foo Fighters, al otro lado de la Castellana, fue el debut en España de Esben & The Witch. El trío de Brighton estuvo espectacular, muy por encima de mis expectativas. Tras la decepción que sufrí con Warpaint en el Primavera Sound, temía que estas nuevas bandas que considero hijas del Third (de Portishead), fueran solo mérito de buen estudio, producto de producción. La intensidad del concierto, el sonido denso y potente, y la tremenda caracterización de cada una de las canciones, en seguida, me hicieron comprender que Esben & The Witch son una realidad; con atmósfera de mal sueño, de onírica trascendencia, pero real, al fin y al cabo.

Presentaban Violet Cries, su álbum de debut, editado a finales de enero por el prestigioso sello independiente Matador Records; y se presentaban ellos. Resulta  fascinante ver a estos chicos hacer música. Alrededor de un timbal y de un simple plato, aporreados sin piedad, y siempre sobre bases de samplers y sonidos oscuros, tres cuerdas ceden al baile del post-rock, al embrujo de un trip-hop caducado, entrecortado, y más tétrico que nunca.

Los tres viven su propio concierto, su particular ceremonia entorno al fuego redentor de la música: Thomas Fisher toca la guitarra y prepara las bases y Daniel Copeman, con la melena tapándole toda la cara, guitarrea al más puro estilo shoegaze, y participa, junto a su atractiva compañera, en una básica percusión, con auténticos tintes de tenebrosa espiritualidad. Y Rachel Davies, la bajista hechicera de la banda, entre percusión y cuerda, demuestra tener la voz bien puesta. Aferrada al micro con la teatralidad de Beth Gibbons, acorde al espectáculo escénico de la banda entera, despliega un torrente perfecto y poderoso, un tono que se halla entre la firmeza y la seguridad, y la el más absoluto terror por la natural incertidumbre de nuestra vidas mortales.

El primer single, 'Marching Song', 'Warpath' y 'Eumenides', canción con la que cerraron el show, en una apoteosis de percusión final, sonaron especialmente bien. Cualquiera diría que hacen los músicos hacen poco sobre el trasfondo de la base, pero rasgar unas cuantas cuerdas, y aporrear un plato y un simple timbal, a veces, puede resultar un ejercicio de auténtico hipnotismo musical. Y cuando eso pasa, resulta fascinante. A ver cómo se portan en otro tipo de escenario; a ver qué hacen en el Paredes de Coura.

La noche la cerraron los chicos de The Suicide of Western Culture, una pareja de misteriosos personajes encapuchados: dos sombras sobre una gran mesa llena de aparatos electrónicos procedentes de otra época, incluso de otra galaxia. Los amantes de Boards of Canadá, Neu! o Crystal Castles, habrían disfrutado con ellos. Electrónica contundente pero diáfana, pesada pero a la vez muy volátil, como si no le afectara esa irremediable fuerza de gravedad que a los habitantes de la Tierra nos mantiene encerrados en el limitado y, a veces, aburrido suelo.

No obstante, noches como la del miércoles en el Teatro Lara, que aparecen en nuestro horizonte cultural y de ocio como por arte de magia, sorprendiéndonos y divirtiéndonos, son buen ejemplo de lo ilimitadas que son las cosas a nivel del suelo. Sobre todo cuando en medio de tanto asfalto, y de tanta meseta, acudimos a la casa de unos gallegos, que es lo que parece que es últimamente el Teatro Lara.

Fotos de Pablo Luna Chao.

THE KILIMANJARO DARKJAZZ ENSAMBLE

El horror de mi reflejo.

No sé si es conveniente explicar quién es esta gente, o mantener vivo el espíritu de su sonido dejándolos en un descriptivo anonimato, reduciéndoles a ese enigmático perfil con el que se autorretratan a través de la música. Pero al menos diré que The Kilimanjaro Darkjazz Ensamble es una formación de origen holandés, que hace una especie de nu jazz, o acid-jazz extremo, o algo parecido al jazz electrónico, al downtempo, al trip-hop; tremendamente experimental, en cualquier caso. Podría ser la exageración de la Cinematic Orchestra, o un acto de puro vanguardismo musical, pero de lo que no cabe duda, una vez escuchado su HERE BE DRAGONS, es de que el magnetismo de la oscuridad seguirá atrayendo al ser humano por toda la eternidad.

Diré también que son un sexteto de músicos no demasiado convencionales, con una serie de inquitudes y cualidades artísticas que son el alma y el trasfondo del grupo. El proyecto nace a principios de la década, pero no se completa su formación hasta 2008, cuando se embarcan en la producción de HERE BE DRAGONS, el tercer trabajo bajo tan fascinante nombre; el primero de larga duración. En 2011 han vuelto con From The Stairwell. Y poco más de su curriculum, la verdad. El resto es todo pura traducción de lo que oigo.

La instrumentalización clásica deformada es una de las constantes de The Kilimanjaro Darkjazz Ensamble: hacen de su jazz algo que no parece merecer ser parte de la sociedad. Parece la banda sonora del vagar de un monstruo cualquiera, encapotado, culto e injuriado, que sortea las luces de candil entre las nebulosas calles nocturnas de Londres. Un Londres victoriano, para más señas. El saxo nos habla de un solitario y su locura, de un retrato desfigurado en el espejo. Pero al final, canciones como la dulce Seneca nos hacen dudar: la imagen, y el monstruo que vemos reflejado pueden ser solo producto de nuestra mente, del ojo que mira muy adentro de su propia mirada.


Otra constante es la rítmica de largo recorrido, de evolución celular gradual. Siempre dentro de la oscuridad, el downtempo y el trip-hop aparecen como un rayo de expresionismo pseudoabstracto entre afinaciones y sonidos impresionistas, siempre teñidos de la elegancia y el señorío de instrumentos mimados en blanco y negro. The MacGuffin es el único tema que apuesta por un ritmo y una evolución más propias del post-rock instrumental (en una micro aproximación al universo Godspeed You! Black Emperor), con lo que elevan la mirada al mismo cielo al que miran quienes hacen space-rock o drampop, por ejemplo.

La inyección transversal de la electrónica es, sin duda, otra de las características más destacadas de The Kilimanjaro Darkjazz Ensamble, no solo por la rítmica anteriormente mencionada, sino también por la acidez con la que infectan ese jazz, tan desvencijado que da pena mirarlo, ya desde Lead Squid. Es la caducidad manifiesta de la convención musical: un nuevo juego en el que todo vale. El predominio electrónico es la droga a través de la cual transforman la realidad en deformada visión del mundo, el alucinógeno que hace crecer al monstruo entre las arrugas de nuestra faz, el cristal caleidoscópico que hace casi desaparecer todo vestigio de clasicismo, aunque siga ahí.

La voz femenina que aparece en Embers (que se acerca peligrosamente a Portishead), Mits Of Krakatoa y Siroco, solo puede conducirnos al pecado: una femme fatal que se mueve al ritmo lento y saturado de 2046, y que huele a las flores que olían a desastre en Perdición. Los violines que la acompañan, y que suenan solos en Caravan!, además, nos remiten inmediatamente a una lugar muy poco concreto del Mediterráneo oriental, casi como si quisieran hacernos ver, de manera elegante pero soberbia, que el embrujo de The Kilimanjaro Darkjazz Ensamble puede llevarnos, a través de las luces de la oscuridad, a donde les de la real gana llevarnos.

En noches de soledad, son la banda sonora de cuantos hayan perdido algo alguna vez en la vida, de quienes no caen en la nostalgia, no imaginan un pasado que ya no existe, pero caminan noctámbulos, escurridizos y olvidados, por el desértico camino de sus vidas. Sin embargo, a la luz de la cordura, son lo que anda buscando todo aquel que siempre busca algo. Son la respuesta del mañana a la pregunta que los viejos no se atreven a imaginar. Un acto puro de irreverencia vanguardista.