LOW. Barcelona, 27-03-2012.



Porcelana irrompible. Rindiéndole culto a Low.

Hay una cosa que no se debe hacer nunca: correr porque llegas tarde a un concierto de Low. El contraste puede matarte. Y no es que las pulsaciones de pronto se rebajen en picado por aburrimiento o por somnolencia, sino que la habilidad que tienen para controlar el tempo hace que todo parezca ir a cámara lenta, y hasta a los corazones les da tiempo a observar y a deleitarse con ellos entre latido y latido. Además, tienen también la asombrosa capacidad de ponerle música al silencio, de crearlo, practicarlo y manipularlo a partir de un sonido muy personal y característico que define a la perfección el concepto slowcore, por lo que se oían hasta los jadeos de quien había llegado tarde. Pero el trío de Minnesota, aunque parezca mentira, reserva toneladas de emoción y pasión bajo esa superficie calma y rendida a la quietud. Y aunque a estas alturas no tengan que venir a demostrar nada, ayer en la barcelonesa Sala Apolo expusieron sus sobresalientes credenciales.

Abrieron el concierto rindiéndose homenaje con Monkey y Silver Rider, dos de los temas más queridos de su álbum más apreciado, The Great Destroyer, y un largo escalofrío recorrió la sala. Cuando Alan Sparhawk empezó a susurrar las notas sentenciadas de la primera, antes incluso de que entrara la baqueta de bombo de Mimi Parker, todos intuimos que sería una noche especial. La fuerza, la delicadeza y la precisa profundidad que encierra el sonido de Low parecen como si una enorme y valiosísima vajilla de porcelana única estuviera en manos de un inmenso e hierático gigante de piedra. En seguida empezaron con la presentación de su último trabajo, C’mon, encadenando Nightingale y Try To Sleep: son banda de una sola capa, visceral y cruda,  casi minimalista, pero macerada a partes iguales en belleza y tristeza, donde el juego de voces del matrimonio Sparhawk-Parker puede recrear a su antojo ese relieve romántico que es a la vez tan sutil y tan drástico.

Con California cerraron el apartado The Graeat Destroyer, y poco después, con Witches, acabaron también las melodías abiertas de guitarra: tras el punteo y volviendo al sencillismo del arpegio, Sparhawk apagó el pedal de la distorsión de marejada, y le cedió el protagonismo a su mujer. Mimi Parker toca una batería sin bombo, pero golpea el timbal ahondando aún más allá. Especially Me es toda obra suya: la baqueta de escobilla, su voz potente, decidida y tranquila, la intensidad, bordada hasta el último detalle, y la tensión, mantenida hasta las últimas consecuencias, hicieron prescindible cualquier otro tipo de arreglo. Aún sin violines, el segundo escalofrío estaba asegurado. Difícil superar una primera parte así.

De hecho, la segunda mitad del concierto resultó algo menos emocionante. Aplanaron Sunflowers y Canada, presentándolas a una sola capa: esa que es cruda y que forman las voces, una guitarra de la que se oye sonar cada pelo de cada cuerda, una batería lenta y tenue, y un bajo continuo que siempre da la cara, ya sea en forma de teclado, o de bajo de toda la vida. Steve Garrington, el tercero en este trío, ganó protagonismo al piano cuando interpretaron You See Everything, pero el final del concierto estaba reservado a la versión más sigilosa e íntima de Low, por lo que Sparhawk y Parker volvieron a gestionar y a manipular el tiempo. Con Words, Shame y Murderer cerraron el espectáculo antes de la pausa, desatando gramos contados de energía desbocada: con Low siempre parece que mandan las mareas que hay bajo la superficie, como en el vasto océano, aún en una noche serena de luna llena.

Pero si uno se fija bien, y escucha atentamente canciones descomunales como Nothing But Heart, descubrirá que, aunque profunda, la capa de Low es líquida, cálida cuando no se hiela, y sobre todo transparente: incapacitados para el engaño, los de Minnesota repiten una frase hasta la extenuación, sin necesidad de estribillos y estrofas porque es así como han aprendido a expresarse. $20, tema con el que clausuraron el recital, tras un bis de dos canciones, fue el ejemplo perfecto. Sin espacio para trucos, poses, ni eyaculaciones musicales precoces, los señores de Low confían en la ebullición a fuego lento, en los sabores primarios y en el gusto por el detalle: no necesitan más que una frase, un arpegio o dos, y un ritmo básico y ancestral para construir temas incólumes que no se olvidan fácilmente.

El llenazo que registró ayer la Sala Apolo atestigua el aprecio especial que el público tiene por Low; por el valor que han demostrado siempre con su propuesta, por la humildad de su sonido, y por el perfeccionamiento técnico que han alcanzado, entre otras cosas. Porque una banda se convierte en grupo de culto cuando la escucha de sus discos y, sobre todo, de sus conciertos, adquiere algunas de las características de eso precisamente, de un culto espiritual. Llegará el día en el que el sacerdote de una religión aún no conocida ponga en la iglesia, a todo trapo, alguno de los discos de Low para cantar la misa a los creyentes. Y ese día, espero no tener que correr para llegar a tiempo.

Fotos de Pablo Luna Chao.


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DEER TICK. Madrid, 23-03-2012.



El auténtico sabor del rock a la brasa.

Creo que hay alguna cadena de hamburgueserías que tiene como lema algo así como “el auténtico sabor americano”: el regusto a brasa en la carne, o el potente olor a salsa barbacoa, acompañados de la arquetípica figura del cowboy solitario, por ejemplo, nos hacen pensar a todos automáticamente en el característico aroma estadounidense. Su anuncio bien podría llevar la música de Deer Tick, una banda de Proividence, Rhode Island, que ayer golpeó con fuerza las tablas de la madrileña Sala Marco Aldany (antiguamente Sala Heineken, y más aún, Sala Arena). El quinteto, configurado en torno al guitarrista y cantautor John McCauley, hace un folk con indiscutible morfología de rock, y forman parte de una última generación de artistas (no solo norteamericanos) que, en los últimos diez o quince años,  han revalorizado la música de sus ancestros locales, y la han presentado al mundo de manera renovada y más subjetiva que nunca. En la era del neo-folk global, Deer Tick representan el auténtico sabor americano.

Y no es que no haya, en el panorama independiente o mainstream, formaciones más ortodoxas en lo que se refiere a elementos propios y hasta únicos de la música tradicional de Norteamérica, pero teniendo en cuenta la extensión y variedad social del país, sería una locura pretender hacer o encontrar una música que abarcase toda esa vasta cantidad de culturas sonoras. Deer Tick, en ese sentido, ni siquiera parece hablarnos de un lugar concreto dentro de ese entramado, recurriendo o presentando características determinadas de una u otra tradición local: un folk sin domicilio fijo, podríamos decir. Pero precisamente por eso, también podríamos pensar que las raíces a las que hace referencia este reciente fenómeno musical, no están tan ancladas a la tierra como a la colección de discos de sus protagonistas creadores. Unas raíces y una colección que deberíamos denominan como pan-norteamericanas.

Ayer presentaban el que es su cuarto disco en apenas cinco años: Divine Providence, a grandes rasgos, sigue la línea de sus anteriores trabajos, aunque el punto de fuga, al menos con respecto a The Black Dirt Sessions, se haya acercado bastante al espectador. En mi opinión, el tono más rockero que se respira en este último trabajo, y en consecuencia en el concierto de anoche, disminuye la riqueza de detalles plásticos y descriptivo-evocativos que focalizaban más su sonido hacia el folk pan-norteamericano al que venían derivándose antes. Aunque en absoluto hagan ahora otra cosa, sí es cierto que parecen haber abrasado más al fuego la carne de sus composiciones, o dejado demasiado bajo el sol el bote de barbacoa de su morfosintaxis instrumental. Ahora, cuando McCauley saca la voz, toda esta palabrería sencillamente sobra.

Curiosamente, tardaron en calentarse, como un insolado que tiene frío por el exceso de calor acumulado. Diría que hasta Clownin Around, la 9ª de 15 que tocaron, no disfruté verdaderamente del recital: no me caló profundo, por ejemplo, la nostalgia de Chevy Express, ni me transportó a ningún lugar especial Baltimore Blues No. 1. En realidad, el ritmo entrecortado y canalla de The Bump y Easy, temas con los que abrieron la velada, ya anticipaba el sonido general que caracterizó el resto del concierto: un rock para noches de alcohol y medida soberbia y desenfreno. De hecho, me atrevería a decir que McCauley da lo mejor de sí mismo con unas cervezas encima (como buen irlandés). Así, con eso de que la faceta vocal se repartía entre los cinco, logró pillarnos por sorpresa con su voz en los últimos 4 o 5 temas antes del corte: Funny World y, sobre todo, Christ Jesus, sonaron ya con más cuerpo y resultaron emocionantes.

Cabe destacar, por otra parte, la insistente aportación de un teclado blusero que ha ejercido en Deer Tick una apreciable influencia hacia el cuero y las barras de bar. Quizá por eso dio la sensación, durante el concierto, de que muchas mujeres allí presentes notaban sus oídos transformados, cada vez más, en verdaderas zonas erógenas, activas y bien acariciadas. También la espectacular batería de Dennis Ryan, miembro original del dúo embrionario de la banda, contribuyó a recrear la atmósfera de suelo pegadizo de bar, clavando al público y activando, entre los hombres, sobre todo, el gen canalla que todos hemos tenido alguna vez. Y, por supuesto, la notable comunión existente entre McCauley y Ian O’Neil, el otro guitarrista, ex de Titus Andronicus, también ayudó a que se creara una conexión adecuada entre la banda y su público.

Tal vez Deer Tick se preocupe demasiado en definir su estilo para permanecer y sobrevivir al vertiginoso ritmo de los acontecimientos en el mundo de la música, en la vorágine de bandas independientes y el libre acceso a todas ellas. A fuerza de querer diseñar un sonido propio, personal e imperecedero, quizá resulte ya un poco antinatural el último giro que le han dado a su música. Pero al menos siguen demostrando algo que es inherente a su condición: ese auténtico sabor del rock a la brasa.

Fotos de Pablo Luna Chao.

Escucha el setlist (parcial) del concierto en Grooveshark.

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TINARIWEN. Madrid, 20-03-2012.



El interminable punteo itinerante.

Los tuareg son gente elegante. Forman, sobre sus desiertos y camellos, una estampa imponente que suele generar admiración y cierta envidia: son uno de los últimos símbolos de la libertad como forma de vida, reducto de una cultura ancestral. Pero hay que reconocer que sobre un escenario, blandiendo instrumentos con la pericia con la que lo hizo ayer Tinariwen en el madrileño Teatro Lara, no es muy habitual verlos. Forman una extraña imagen, exótica y poco convencional: el cuadro bien podría ser producto de una mente surrealista posmoderna fruto de la globalización, como si ahí arriba no tuvieran sentido, como si no fuera su lugar. Pero aunque no sea en absoluto verdad, lo cierto es que conservan la misma elegancia y el porte que exhiben es su hábitat común, alejándose completamente del canon estético de las estrellas de la música occidental.

Dicen, por otra parte, que esta formación de origen malí cambió en su día los rifles por las guitarras; que tras algunos años de lucha armada reclamando los derechos de su pueblo frente al gobierno central, celebraron la paz a principios de los ’90 abogando por la forma de difusión cultural y musical de las virtudes y los sueños de su gente. Mali: uno de esos increíbles casos desconcertantes de país tercermundista con una proyección artística descomunal y desmesurada. Pero Tinariwen no representa a Mali, sino al pueblo tuareg: los hombres azules del desierto; los nómadas del norte de África. Porque no hay mejor lucha que la dignificación de una idiosincrasia, una forma de vida y de una concepción del mundo que la que se hace a través del arte y la cultura popular.

Ayer, desde el Teatro Lara, y bajo la siempre impecable organización de Son, la promotora musical de Estrella Galicia, los Tinariwen nos transportaron a su hábitat con la elegancia y la nobleza de los de su pueblo, y con un lenguaje de persuasión lleno de vocablos que creemos patrimonio nuestro. Vinieron cinco, ataviados con la típica chilaba de tela de rey y el turbante hasta los ojos, y tocaron durante casi dos horas docena y media de sus canciones más conocidas y sobresalientes. El público, consciente del privilegio, respondió con entusiasmo y la misma admiración que provoca su estampa sobre sus camellos y desiertos. Músicos ampliamente admirados por el gremio occidental, que hacen una música sincrética entre su mundo y el nuestro.

Es un espectáculo basado en la cuerda, en las voces y en la adaptación del sentimiento del blues a la sonoridad del desierto. El constante intercambio de guitarras (española y bajo entre ellas) entre los miembros de la banda, afinadas en el tono natural del color del sol del Sahara, hace casi imposible reconocer al genio creador y compositor que ha hecho del sonido de Tinariwen algo completamente inconfundible: un punteo eterno y constante sobre una distorsión inexistente, y sobre las brasas crudas y ardientes de una base simple pero confortable, como las arenas del desierto que pisan en su infinito caminar. La rítmica, tribal y en general poco variada, permite que las cuerdas dialoguen entre sí, manteniendo una tensión y una melódica que podrían durar eternamente. Se suceden los riffs, los punteos lentos y rock-bluseros, llenos de seguridad, el rasgueo armónico de la guitarra acompañante, y la movilidad funky del bajo, que tan subliminalmente nos transporta a la métrica bereber, siempre en constante movimiento.

Resulta indisociable por completo su naturaleza tuareg del sonido que emiten sus entrañas: la inercia a los coros, al canto comunitario que ensalza y alienta la dignidad de su pueblo, contrasta con el valor que le dan a la expresión individual: casi como si se turnaran escrupulosamente, uno a uno, los cuatro guitarristas empuñaron su instrumento para llenar el pequeño teatro de la baja Malasaña del sonido, el sabor y el olor de la sangre azul del desierto del norte. Cantaron también por turnos, bajo el manto envolvente del turbante, y hasta bailaron, transmitiendo e incitándonos al amor y al respeto de su pueblo y su forma de vida. Sus letras, cargadas de sentido y mensaje, cabalgan como los jinetes bereberes en sus nobles corceles dorados, sobre el siempre ondulado punteo de la guitarra solista, duce del sonido de Tinariwen.

Puede que el cromatismo y el tono de sus canciones se repita en exceso para más de una noche fuera del desierto, pero no hay duda de que su atractivo puede con las fronteras de todo el mundo. Podría pensarse que oída una canción, oídas todas, pero al menos en dos horas no se rompe el hechizo que provoca el trotar, liberado y amante de su tierra, de unos dedos itinerantes sobre el mástil de una guitarra sólida y ardiente; ni el que provoca un sonido que vale mil imágenes del vasto desierto africano. La excepción de un concierto así, la emocionante estética étnica de los miembros de la banda y el calor que generaron en una noche que acabó en lluvia, fueron la despedida perfecta a un invierno occidental seco que, una vez más, hace que pensemos que el desierto se acerca cada vez más: tal vez, en unos años, llegue hasta nosotros, y todos volvamos a ser nómadas.


Fotos de Pablo Luna Chao.

Escucha el setlist (parcial) del concierto en Spotify.

También disponible en Alta Fidelidad.

AIR



Tal vez, a aquellos grupos o artistas que en su momento revolucionaron la música, o que aportaron algo nuevo a algún género o estilo, se les presuponga siempre una excelencia que, muchas veces, hace que seamos injustos con ellos. Es posible que por eso muchas de las mayores referencias de determinados movimientos musicales hayan sido de carrera corta: pienso en Nirvana, en los Sex Pistols y en Joy Division, por ejemplo, pero hay infinidad de casos más. Efímeros y fulgurantes como estrellas fugaces, no llegaron a probar las aguas estancadas del atasco creativo, del no poder superar sus pasadas obras maestras, o del sentir agotamiento en los filones y las fuentes inspiradoras que hacían, en otros tiempos, fluir su música ante el asombro de un público que, entonces, les daría la espalda. Pienso que muchas veces las expectativas, sobre todo aquellas creadas por pelotazos anteriores, son el mayor obstáculo al que tiene que enfrentarse una banda a la hora de editar un nuevo trabajo. Y creo también que Air, con el lanzamiento del que es su séptimo trabajo de estudio, LE VOYAGE DANS LA LUNE, es un poco víctima de esto mismo.

Porque, como se suele decir, si este álbum lo hubiera sacado un grupo debutante, otro gallo cantaría: las críticas y la aceptación habrían sido mucho más amistosas. Pero claro, Air no son, ni mucho menos, un grupo debutante; si lo fueran, de hecho, tampoco tendrían un público al que defraudar o satisfacer: no tendrían un público propio y fiel, su público. A un grupo consolidado, a alguien que es capaz de hacer, en un momento determinado, un Moon Safari o un Talkie Walkie, se le presuponen una categoría creativa, una calidad técnica y unas infraestructuras instrumentales y de producción por encima de la media; y claro, cuando de pronto sacan algo que no está la altura de sus mejores obras, el público se decepciona y le da la espalda. Pero claro, aquí no se trata de vivir de las rentas: muchas veces los fans preferimos largas etapas de silencio a la edición mecánica de material, como si el arte se pudiese adaptar a la insensible maquinaria fordiana. Y si no, al ejemplo de Portishead me remito.

ÓLAFUR ARNALDS. Barcelona, 11-03-2012.



El príncipe de los dedos de cristal helado.

Un proverbio islandés dice: “llegarás a tu destino aunque viajes muy despacio”, pero los músicos de allí deben hacer otra lectura, algo así como: “harás mucho ruido aunque toques con dulzura”. Eso, o es que la musicalidad que se cultiva en la isla tiene, de alguna manera, y en casi todas sus variantes y mejores ejemplos, las mismas raíces congeladas que dan flores y frutos de cristal. Se podía palpar el silencio ayer en Apolo durante el concierto de Ólafur Arnalds, mientras sus composiciones se derramaban sobre el público, cómodamente sentado, como si de una sigilosa e imparable nevada se tratara: poco a poco, el mínimal neoclasicista del joven compositor y pianista islandés fue cuajando en una sala en la que se podía oír hasta el crujir del suelo. Aunque, en realidad, desde el principio ya nos había conquistado.

Fueron sus modales impolutos, su derrotada timidez y, sobre todo, la simpatía y la interactuación con el público lo que nos hizo suyos en seguida. Antes de presentar a sus acompañantes, dos vientos de un extraordinario talento, Arnalds nos pidió que cantáramos una nota que él nos proponía; nos grabó, nos sampleó, y nos usó como base para una improvisación que sirvió de perfecta introducción. Porque por capacidad, pudo haber montado un espectáculo sin partitura previa, pues parece poseer una destreza especial para crear a partir de la nada; no obstante, repasó lo mejor de una carrera que, aunque todavía corta (cuenta con apenas 25 años), resulta ya fulgurante y tremendamente prometedora. Presentó su último trabajo, Another Happy Day, su primera BSO, entre pinceladas de lo mejor de su obra en una hora y media de concierto que dejó al descubierto su inconmensurable valor artístico, y su natural destreza para acercar lo clásico a lo moderno, y la electrónica al neo-clásico.

Entrevista a OSO LEONE

Oso Leone son la última joya del panorama independiente de nuestro país. Un proyecto que se fue gestando hace ya algunos años como dúo, el de Paco Colombás y Xavi Marín, en su Mallorca natal, bajo el aspecto de un rock acústico basado en la guitarra y el silencio, y que nació definitivamente hace poco más de un año, cuando se incorpora Jaime Roselló (Ruspell) al teclado y a la producción. Fruto de esa unión, y gracias al mecenazgo del sello barcelonés Fohen Records, en febrero de 2011 editaron su primer álbum, Oso Leone, con muy buena acogida entre el público y la crítica especializada. Su sonido cuidado y sensible, grandioso en la austeridad, sigue una linea ecléctica que configura un estilo que resulta tremendamente atractivo, hipnótico y muy personal. En febrero de este año lo presentaron en directo en el Emergència Festival que organiza el CCCB en su sede del barrio del Raval, en Barcelona, y el exito fue indiscutible. Tanto es así, que el recinto se quedó corto: la gente que no pudo entrar casi doblaba a los pocos privilegiados que sí tuvimos la suerte de asistir al corto pero intenso recital que dio el, ahora, quinteto mallorquín. Porque Eusebio Alomar al bajo, y Jonathan Mills a la batería, se han unido a la banda para una gira nacional que harán durante este mes de marzo, y quizá para otros proyectos en el futuro. Una gran oportunidad de redención para los que se lo perdieron el mes pasado en Barcelona, y mejor aún para aquellos que aún no conocen a Oso Leone.


P: Los medios nos empeñamos en etiquetar todo sonido que pasa por nuestros oídos, y en ocasiones se os ha definido como un grupo folk, aunque sin unas referencias geográficas especialmente concretas. Sin embargo, cuando habláis de vuestras referencias no podéis evitar mencionar vuestra isla: ¿acaso ese amor e influencia por lo local no es la base conceptual del folk? ¿Qué relación hay para vosotros entre vuestra isla y vuestra música?

R: Creemos que la influencia del espacio que nos rodea es parte del sonido resultante. Nuestra isla y sus parajes nos inspiran. Tenemos la suerte de poder ensayar en Valldemossa, un pueblo precioso a pie de montaña. Respiramos aire puro, las estrellas a tiro de piedra, puestas de sol increíbles que se funden en el mar. Hay quien dice que nuestra música le lleva a todo lo dicho. Pura casualidad, también somos gente de ciudad, que ha vivido toda su vida en ella y también nos ha inspirado al escribir canciones. Aun así, el entorno que nos rodea es tan solo una parte, el arte, la música que bebemos, la gente que nos rodea, hasta lo que comemos… todo está relacionado con nuestra música.

P: Creo que si vuestra intención, como buenos artistas, es huir de las etiquetas (no por hacernos la puñeta a críticos y periodistas sino por el bien de vuestra evolución intelectual) y de la comodidad y el estancamiento estético y estilístico, he de decir que en mi opinión lo lográis. ¿Me equivoco?

R: Bueno, no sé si conseguimos huir de las etiquetas, tal vez no dar las referencias nosotros es un buen comienzo. Cuando nos comparan o relacionan con otras bandas, efectivamente nos están etiquetando. Y sí es verdad que a algunas de ellas las sentimos como referentes musicales pero hay muchas otras que nos quedan bastante lejos. Nos sorprende y halaga que digas que logramos huir de las etiquetas aún habiendo escuchado el álbum y visto nuestro directo. Muchas gracias Pablo.

P: ¿Qué significa para vosotros el silencio?

R: El significado del silencio viene dado por lo que le precede, por ejemplo, el silencio que se genera después de una explosión puede estar cargado de fuerza y no es el mismo que el silencio generado después del cantar de un pájaro. Utilizamos el silencio de esta manera, pudiendo crear esa mayor o menor fuerza. Es un elemento muy bonito, que da calma y hace respirar a una canción, hipnótico a veces, capaz de calmar hasta a unos niños muy inquietos en un pasado concierto. Apreciamos el silencio y la contención, muy importantes al generar nuestra música.

P: Oso Leone hace una música poco convencional si tenemos en cuenta el panorama indie nacional. Fohen Records, sin embargo, parece apostar por propuestas musicales distintas y arriesgadas como la vuestra: ¿cómo empezó vuestra relación? ¿Quién encontró a quién?

R: Ya conocíamos el sello antes de entrar en contacto con Foehn. Fue a raíz del primer, y esperamos que único, concurso al que nos presentamos que nos pusieron el ojo encima. Antes de salir al escenario en nuestro estreno como banda en el Museo de Arte Contemporáneo de Mallorca "Es Baluard" dirigido por Cristina Ros, un "ojeador" de Foehn se acercó a nuestro teclista y productor, Ruspell, y le comentó que venía al concierto de parte de Foehn. Unos días más tarde recibimos un mensaje en MySpace y ahí empezó todo. Estamos encantados y nos sentimos privilegiados de formar parte de la familia Foehn.

P: ¿Y cómo fueron esos primeros momentos en que teníais que buscaros vosotros solos la vida? ¿Un grupo de vuestras características tiene más opciones de triunfar fuera que dentro de nuestra geografía nacional?

R: Antes de contactar con Foehn, trabajamos mucho a través de las redes sociales y montando conciertos pequeñitos en la casa de nuestro productor, el boca a boca fue nuestro mejor aliado. Aunque lo que nos dio el empujón de cara a los medios fue el concierto de Es Baluard. Este concierto despertó el interés de la prensa local y de esta manera pudimos llegar a un público más amplio a nivel local.

En cuanto a tu segunda pregunta, la verdad es que nos hemos sentido muy bien acogidos por el público al que hemos podido llegar hasta ahora en España, y no hemos sentido la necesidad de salir. Estamos trabajando 'poc a poc' como se dice en Mallorca, y recibiendo frutos. Recientemente tuvimos el placer de tocar en un festival que apuesta por música emergente (Emergència Festival) lo que nos sirvió para presentarnos dentro del panorama independiente defendiendo nuestro sonido en directo. Si hemos logrado dejar huella, vendrán cosas bonitas después. Por otro lado, se nos acaba de confirmar que estaremos tocando en el festival The Great Escape en Brighton en Mayo, gracias al Institut Ramón Llull quien está colaborando directamente con el festival en esta edición. Compartiremos cartel con otras 7 bandas nacionales como Mujeres o Me and The Bees. Esta será una gran oportunidad para ampliar fronteras y transmitir música fuera de casa. Es más, ¡aprovecharemos el viaje para organizar una mini gira en Inglaterra!

P: Con el sistema de producción y distribución antigua, el que dependía casi únicamente del marketing de las grandes discográficas, el público prácticamente escuchaba solo lo que le dejaban escuchar. Con internet se ha democratizado el acceso a la música tanto de oyentes como de autores. ¿Qué opináis de este fenómeno? ¿Qué ha significado en el nacimiento de Oso Leone? Y ya de paso: ¿qué opinión os merece el cierre de Megaupload?

R: Ahora todo es más accesible. También más efímero. Se asimila más música más rápido, es diferente. Por otro lado se retiene poco. Puedes gustar mucho por un tiempo pero no te asegura estar ahí durante mucho. Es la misma rueda que ahora gira más rápido. En tal caso lo que prima es, generalmente, la originalidad. Es un reto y un gran momento para demostrar que existen cosas diferentes a los cánones establecidos. La música, al ser tan accesible ahora, nos ayuda a culturizarnos más rápido, conocer a muchos más autores de música independiente, aprender a conocernos más a nosotros mismos. El cierre de Megaupload (el cabeza de turco en esta trama) ha sido un golpe desesperado de los grandes comerciantes y discográficas, agónicos, que se niegan a aceptar la realidad, la realidad de la libre difusión de información. Se hacen llamar los defensores de la cultura y no miran más allá de sus intereses económicos. El cierre de Megaupload no logrará detener el libre intercambio de información.

P: Pese a esa democratización, hoy en día sigue triunfando más la música mediática. El otro día en los Grammy, entre el recuerdo de Whitney Houston y el paseo de Adele, me sorprendió ver en twitter que la gran mayoría de comentarios se preguntaban quién era ese tal Bonny Bear (Bon Iver). Aunque solo se llevó el premio a mejor artista revelación, y a mejor álbum de música alternativa, en mi opinión, ha sido, junto a PJ Harvey, el auténtico triunfador del año. ¿Creéis que sigue habiendo mucha diferencia entre la música mediática o comercial, y el panorama independiente? ¿Y por qué hay artistas y público que se siente atraído por éste último? ¿Qué creéis que aporta de bueno?

R: Quizás no haya tanta diferencia como pensamos. Dentro del panorama independiente también hay fórmulas, en nuestra opinión. Música hecha para gustar al momento. Fíjate que lo bueno prevalece, lo otro se asimila rápido, te lo comes y se fue. Cae en el olvido. Aunque generalmente el panorama comercial, promocionado mucho más que el otro independiente, viene acompañado del poseo, abanderada por el capitalismo rabioso, la provocación gratuita en muchas ocasiones. Pero tal vez lo mejor de la música comercial es que revaloriza aun más la música que vale la pena, la que es tratada como un arte, la que innova, la libre, la más subjetiva, la que da un soplo de aire fresco.

P: ¿Qué esperáis de esta gira que empezáis ahora, y de este primer álbum ahora que casi se cumple un año de su lanzamiento?

R: Es nuestra primera gira y estamos seguros de que será una gran experiencia. Lo que más nos motiva, aparte de viajar juntos, es el poder tocar durante varios días seguidos. Será como engrasar la máquina, ya que durante el año los miembros de Oso Leone vivimos desperdigados por Europa. Somos un grupo de amigos, muchos conocidos de toda la vida y otros no tanto, nos llevamos de puta madre y seguro que será un viaje largo, pero lleno de risas, situaciones peculiares, buena comida y bonitos paisajes y lo afrontamos con mucha energía. Será divertido. Es ir de gira.

P: Una de las cosas buenas que yo creo que ha traído la revolución del contenido cultural “gratis” en internet es que ahora parece que las bandas, consagradas o no, tocan más. Nacen festivales como setas en un otoño lluvioso, y da la sensación de que cada vez más gente va a los conciertos. Ahora que tenemos acceso a casi todas las grabaciones, el directo, que es algo totalmente irrepetible, gana fuerza en la redefinición de la expresión musical. ¿Qué significa para vosotros una y otra cosa? Buscáis un sonido distinto en los directos, ¿en qué se basa esa diferencia?

R: Es una gran noticia que se inauguren más festivales. Ahí se vive la música en su esencia, la música en directo está viva y llena de emociones, por lo que cada directo es único. Oso Leone en directo es nuestro estado más puro. En nuestro directo buscamos la precisión, la delicadeza. Consideramos que componemos una música muy sensible más allá de las intensidades y por ello cuidamos sobretodo las dinámicas. Nuestras grabaciones han pasado por muchos procesos, se han cocinado a fuego lento y es un resultado más conceptual, más tranquilo. Al interpretar nuestras grabaciones en directo, se le suma nuestra alma.

P: ¿Cuál es el futuro de la banda en lo que respecta a su formación? ¿Y en cuanto al lanzamiento de un segundo Cd?

R: Oso Leone ahora es un colectivo. Nos sentimos muy capacitados para no estancarnos y poder aportar algo nuevo a nuestro sonido ya sea con nuevas ideas, componentes o nuevos elementos o tecnologías. La riqueza de Oso Leone es que sus miembros somos versátiles y podemos ofrecer diferentes formatos. Todo según las necesidades de la música. Al fin y al cabo es ella quien rige las pautas.

P: ¿Qué tal la experiencia de tocar en el Emergència Festiva 2012, en un emplazamiento como el CCCB de Barcelona? ¿Dónde os veis, u os gustaría veros tocando dentro de dos años?


R: Ha sido un placer tocar en el festival. No esperábamos tan buena aceptación por parte del público en un concierto de poco más de 35'. La organización nos cuidó muy bien. La única nota no tan buena fue que bastante gente se quedó fuera del Auditori donde solo cabían unas 200 personas. Una lástima por la gente que venía al festival por nosotros y por aquella gente que no nos conocía y podría habernos descubierto en directo. No sabemos dónde estaremos tocando de aquí unos años, pero nos gustan desde los conciertos íntimos y familiares en alguna de nuestras casas, por ejemplo, hasta los festivales. Aunque lo dicho, con calma y buen trabajo vendrá lo que tenga que venir. A veces la ambición no es buena compañera y procuramos centramos en el día a día.

P: ¿Qué otros grupos os llamaron la atención? Y a parte del Festival, ¿qué grupos nacionales os resultan atractivos o interesantes?

R: Mursego fue una gran sorpresa y Las buenas noches era una de las bandas que más nos había llamado la atención y lamentablemente no pudimos disfrutar de su concierto porque éramos los siguientes en los horarios y ya estábamos montando el escenario en el Auditori. A nivel nacional nos gustan, por citar algunos, GAF, Pony Bravo, Standstill, John Talabot, Marina Gallardo, I Am Dive, Santiago Latorre, Guadalupe Plata, Antònia Font...


Gira de Oso Leone.

10-03    Mallorca (Es Gremi, antigua Sala Assaig).
13-03    Zaragoza (La lata de bombillas).
14-03    Huesca (El 21).
15-03    Bilbao (Azkena); con GAF.
16-03    Toledo (Garcilaso); con Marina Gallardo.
17-03    Madrid (Taboo); con Marina Gallardo.
19-03    Salamanca (El corrillo).
22-03    Valencia (Matisse); con I am Drive.
23-03    Granollers (por confirmar).
24-03    Bacelona (por confirmar).


ZEBDA. Barcelona, 06-03-2012



Los tiempos de la canción protesta han vuelto; y con ellos, Zebda.

Tras casi 8 años alejados de los escenarios, y sin haber anunciado todavía su intención de lanzar al mercado nuevo material, los Zebda volvieron a hacer lo que más les gusta en el mundo hace unos meses: tocar, cantar y bailar sobre las tablas para un montón de gente animadísima. Fue a mediados de octubre del año pasado, en la localidad francesa de Cahors. Poco después, en enero, vio la luz el quinto álbum de estudio de la banda, Second Tour, y ayer, 6 de marzo, dieron en Barcelona el pistoletazo de salida a una larga e íntegramente francesa gira. Un regreso celebrado, y más cuando parece que los tiempos de la canción protesta han vuelto también: Zebda despierta conciencias, alimenta luchas justas, aunque sean interiores, y exterioriza la rabia, el humor y las ganas de pelea y de vida que todos nosotros llevamos dentro. Porque este colectivo sabe que la más importante de las contiendas que el hombre ha de librar en su vida es contra sí mismo, contra la rendición frente a la muerte y/o la quietud. Y por eso no paran de moverse: porque mientras siga la música, seguiremos estando vivos.

Los 8 integrantes de este nuevo Capricho de Apolo provienen todos de Toulousse, y varios de ellos son de procedencia magrebí. Los hermanos Hakim y Mustapha Amokrane, junto a Magyd Cherfi, hacen del juego multi-vocal un arte: con un estilo que va de la chanson hasta la dinámica y el flow del más melódico de los Mc, pero con un plus de motivación e interactuación (entre ellos y con el público). Como base: dos guitarras, un bajo, teclado y programación, y una batería de fábula; por momentos, además, un acordeón, una española, y hasta un laúd. Todo compacto y bien armado, con una producción brillante y precisa, bien limpio y definido: porque lo de Zebda es la extraña y perfecta mezcla triangular de exotismo, cercanía y de la celebración del underground; y no es fácil mostrarlo como un todo de buen cuerpo.

GOD IS AN ASTRONAUT. Barcelona, 02-03-2012



Y el horizonte se tiñó de piedra negra.

No hay duda de que el post-rock instrumental progresivo es uno de los géneros musicales contemporáneos más emocionantes y sobrecogedores. Es un género que hipnotiza por su intensidad; y, porque muchas veces, el callado estruendo desahoga más que la verborrea de pastel de muchas otras músicas, llamémoslas emotivas. Parece, en los mejores casos, que guitarras, baterías y bajos son la musculatura en tensión de la rabia heroica personificada. Pero también parece ser un género acotado para pocas bandas: terreno limitado, un mundo demasiado pequeño para la excesiva repetición y las largas progresiones que le son características. God Is An Astronaut, en el concierto que dieron ayer noche en la sala City Hall, demostraron un poco las dos cosas en mi opinión. A saber: que si es la primera banda de post-rock instrumental progresivo que conoces, muy bien; pero si es la undécima, ya no te llegan tan adentro.

Se mostraron muy capaces de controlar y manejar la atmósfera escatológica que reina en sus discos encima de un escenario, pero a diferencia de otros ilustres del género, su estética parece más fruto de la pose que de un auténtico espíritu post-rockero: eso, o es que los horizontes de God Is An Astronaut son más heavy de lo que muestran en las grabaciones. Desde luego, a juzgar por la vestimenta de sus miembros, por el aspecto de los hermanos Kinsella (guitarra y bajo), y por ese repertorio de gestos y escorzos propios de los iconos del metal, se diría de los irlandeses que no provienen del grunge y del shoegaze, sino de un rock algo más duro, de cuero y de melenas oscuras. Tal vez por eso, sus melodías y progresiones parecen más mecánicas y monolíticas, menos naturales y aparentemente libres.