Tal vez, a aquellos grupos o artistas que en su momento revolucionaron la música, o que aportaron algo nuevo a algún género o estilo, se les presuponga siempre una excelencia que, muchas veces, hace que seamos injustos con ellos. Es posible que por eso muchas de las mayores referencias de determinados movimientos musicales hayan sido de carrera corta: pienso en Nirvana, en los Sex Pistols y en Joy Division, por ejemplo, pero hay infinidad de casos más. Efímeros y fulgurantes como estrellas fugaces, no llegaron a probar las aguas estancadas del atasco creativo, del no poder superar sus pasadas obras maestras, o del sentir agotamiento en los filones y las fuentes inspiradoras que hacían, en otros tiempos, fluir su música ante el asombro de un público que, entonces, les daría la espalda. Pienso que muchas veces las expectativas, sobre todo aquellas creadas por pelotazos anteriores, son el mayor obstáculo al que tiene que enfrentarse una banda a la hora de editar un nuevo trabajo. Y creo también que Air, con el lanzamiento del que es su séptimo trabajo de estudio, LE VOYAGE DANS LA LUNE, es un poco víctima de esto mismo.
Porque, como se suele decir, si este álbum lo hubiera sacado un grupo debutante, otro gallo cantaría: las críticas y la aceptación habrían sido mucho más amistosas. Pero claro, Air no son, ni mucho menos, un grupo debutante; si lo fueran, de hecho, tampoco tendrían un público al que defraudar o satisfacer: no tendrían un público propio y fiel, su público. A un grupo consolidado, a alguien que es capaz de hacer, en un momento determinado, un Moon Safari o un Talkie Walkie, se le presuponen una categoría creativa, una calidad técnica y unas infraestructuras instrumentales y de producción por encima de la media; y claro, cuando de pronto sacan algo que no está la altura de sus mejores obras, el público se decepciona y le da la espalda. Pero claro, aquí no se trata de vivir de las rentas: muchas veces los fans preferimos largas etapas de silencio a la edición mecánica de material, como si el arte se pudiese adaptar a la insensible maquinaria fordiana. Y si no, al ejemplo de Portishead me remito.
Dicho esto, creo que el nuevo disco de Air, LE VOYAGE DANS LA LUNE, no es un disco convencional; encaja, eso sí, en la vocación que tiene este dúo francés de musicalizar la narrativa. Ya hace años monopolizaron la BSO de Las vírgenes suicidas, y aportaron un tema a Lost In Translation (ambas de Sophia Coppola). Además, más allá del cine, en 2003, confeccionaron junto al escritor italiano Alessandro Baricco un disco donde él leía pasajes de su fantástica novela City sobre la base sonora que los franceses habían producido para la ocasión. No convencional, por tanto, pero en la línea artística y vocacional de Air. Godin y Dunckel siempre han hecho una electrónica soft, pop, ambiental o chill, como queráis llamarla: un pseudo trip-hop sintético de elegante acabado, muy hermanado con el concepto narrativo de la suavidad y la fluidez rítmica. Se diría de ellos, o de lo mejor de ellos y Sophia Coppola, que eran tal para cual. Pero esos tiempos ya son historia.
Sin embargo, LE VOYAGE DANS LA LUNE es una novedosa incursión que hacen los chicos de Air a la narrativa propia del cine de los pioneros, y como tal, es normal que resulte dificultosa su consumición. Hace poco más de un año, y tras 7 de restauración, se presentó al público la última versión coloreada de Viaje a la Luna, de Georges Méliès, que se había encontrado en la barcelonesa Filmoteca de Catalunya. Los responsables del proyecto habían encargado a Air la confección de una nueva banda sonora (para lo cual les dieron unas tres semanas), y éste es el resultado. Y aunque el disco dura casi el doble que el metraje original de la película, resulta corto y, sobre todo, subordinado a la idiosincrasia de ese tipo de cine. A saber: pistas seccionadas y de rítmica abrupta, a veces atropellada, otras lenta y hasta pesada, y otras como a trompicones (como el montaje), un trasfondo mágico pero carente de movilidad (como la fotografía), un contenido igualmente mágico, sencillo y sintético, pero sustancial (como el guión), y una producción magistral digna de una mente, en su día, visionaria (como la dirección).
Pero si nos atenemos a la música, y tratamos al disco como a cualquier otro (quizá oyéndolo junto a las imágenes de la película cambie el rollo, pero es de edición limitada: solo 70.000 copias), habría que remarcar eso de que se queda corto. No es que sea malo, pero si no fuera por la relación con la película, sería un disco fácilmente olvidable. De los 11 temas diría que los únicos que me parece buenos de principio a fin son Astronomic Club, que promete como inicio ciertamente triphopero, y Moon Fever, pese a que es una de las más insustanciales. Cosmic Trip se salva por ser la única verdaderamente evolutiva; y Lava, porque en la eclosión de prisma cromático de los instrumentos recuerda vagamente a Pink Floyd. Seven Stars, que cuenta con la colaboración de Victoria Legrand (Beach House), y que estaría llamado a ser uno de los hits, desbarata toda su elegancia y voluptuoso ritmo en la variación, hacia la mitad de la pista. Parade y Sonic Armada, pese a tener buena base, resultan algo tediosas; y Who I Am Now?, quizás, refleje el estado de perplejidad que le corresponde al film, pero es rara y no acaba de encajar. Décollage, como Moon Fever, gana por su sencillez, y las otras dos son meras transiciones.
Así que aunque sean los mismísimos Air, y pese a que se trate de un encomiable esfuerzo creativo y un admirable proyecto intelectual de renovación de un hito del pasado artístico francés (y universal), me parece que el Cd aprueba por los pelos. No está, desde luego, entre los mejores del dúo. Sin embargo, no negaré la curiosidad que me ha entrado de ver esta última versión coloreada del maravilloso filme de Méliès, y probablemente, aparte de sentir un regocijo especial por conocer tan a fondo el importante (quizá aún más en el cine mal llamado mudo) apartado musical, entienda un poquito mejor lo que han tratado de hacer Dunckel y Godin.
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