NEUMAN



Genética pop-rock; disfraz de post-rock.

¡Vaya sorpresón me he llevado con Neuman! Desde que escuché las primeras notas de su álbum de debut, PLASTIC HEAVEN, he pensado que tal vez haya cometido un grave error al no incluir su segundo Lp, The Family Plot, en la lista de lo mejor de 2011. Digo tal vez porque aún no le he escuchado. Porque un grupo así se merece la atención adecuada, y se merece que le haga justicia escuchando las veces que sean necesarias su primer trabajo antes de pasar al segundo. Merecen un número de escuchas suficiente, para así tener la noción justa de la espera, y poder entonces regodearme y rebozarme a gusto cuando llegue a lo realmente nuevo. Siento una deuda con Neuman, y pienso recuperar el tiempo perdido. Solo entonces pasaré a su siguiente Cd.

PLASTIC HEAVEN es un disco largo y generoso: casi 2 horas, 14 canciones, la mayoría de ellas de más de 4 minutos, y casi todas con mucho contenido y un gran valor ambiental. Mediante este trabajo Neuman se postula como una banda nacida para despejar las fronteras del pop con el post-rock, como Nudozurdo, por ejemplo. Su sonido se basa en elementos de ambos estilos, aunque también podría decirse de ellos que hacen un pop oscuro con un fantástico disfraz de post-rock. Si entendiéramos el post-rock en su definición más amplia diríamos que Neuman tiene esa facilidad genérica para hacer de la variación el centro de sus mejores canciones, esa inercia característica del sonido post-rockero que tiende a dar mayor importancia a una textura, a un punteo o a un fraseo insospechado, que surge de la propia canción y no de las partituras (en apariencia), a esa especie de creación progresiva que se enarbola siempre hacia arriba, ganando en complejidad y, a la vez, en profundidad. Diríamos que Neuman tiene claramente el color azul oscuro del post-rock, ese que cambia en el cielo, lenta pero implacablemente, todas las tardes al anochecer. Pero hay más suavidad en sus notas que en la mayoría de las composiciones del género. Por eso tal vez ellos, por fin, sean capaces de popularizar las bases del post-rock en nuestro país.

PORTICO QUARTET. Barcelona, 23-02-2012.



Alta arquitectura musical.

Creo que hay músicos que, además de intérpretes y geniales compositores, son ante todo auténticos ingenieros del sonido. Personas que cuando hacen música, ven matrix. Yo cuando oigo lo que hacen, hago eso: oírlo, y gracias. Pero ellos la ven; ven la música físicamente ante sus ojos, la tienen ahí, la observan, la palpan, la manipulan y la transforman a su antojo. Duncan Bellamy, batería de los Portico Quartet es una de esas personas. Tal vez hasta ahora había pesado menos su tendencia electrónico-sintética en el sonido global de la banda, en los dos primeros álbumes, Knee-Deep In The North See e Isla, pero ayer noche en La [2] de Apolo demostró ser él quien está detrás de la apertura y el cambio de sonido que ha registrado el cuarteto en su último homónimo trabajo. Un material más electrónico y menos jazzístico, pero igualmente asombroso en cuanto a la capacidad que les caracteriza de crear espacios habitables y a la vez artísticos: como los mejores arquitectos.

Porque yo, desde luego, si la música fuera arquitectura, y tuviese que construirme una casa, le daría el proyecto a estos chicos de East London. Es cierto que han dado un paso adelante hacia terrenos más electrónicos, hacia un lacado y fastuoso terreno ambiental basado en el ritmo y en la repetición, pero no por ello han dejado atrás ese acento tan característico que le ha dado siempre el sonido del hang de Keir Vine (antes Nick Mulvey) y el de los saxos de Jack Wyllie. Hay menos inocencia en el sonido de Portico Quartet, y a la hora de ponerla en escena son quizá más libres de expresar sus obsesiones y su permeabilidad a todo tipo de influencias. En acción, Bellamy parece haberse comido a John Steiner y a Dave Konopka, de los Battles, y haber hecho de ellos una síntesis perfecta, elegante y totalmente adaptada para servir de base a tres músicos de auténtico jazz. Su batería es híbrida, medio instrumento medio máquina, y compagina la pegada propia de un duro percusionista ajado, con los parches y la programación rítmica. Pero su electrónica de interior sigue creando espacios hermosos donde yo, al menos, viviría plácidamente: acogedores y con luz tenue; cómodos, atractivos y sugerentes.


EMERGÈNCIA FESTIVAL: OSO LEONE. Barcelona, 18-02-2012.



Emergència Festival, parte 4: la consagración.

No es lo mismo un país en vías de desarrollo que un país emergente. Tal vez me equivoque, pero pienso que los segundos, a diferencia de los primeros, no necesitan ya la ayuda de terceros para evolucionar y seguir desarrollándose de manera correcta: han dado con la tecla, con la fórmula adecuada del crecimiento, y parecen ir por el camino que recorrieron otros que hoy en día son grandes y ejemplares. De los primeros se dice que están arrancando; de los emergentes, sin embargo, que ya están en marcha. Podemos extrapolar esta teoría a la música, pero ya no se tratará de una cuestión numérica; porque aunque todos los artistas estén, o deban estar siempre en vías de evolución, lo cierto es que se nota cuando a un grupo le queda aún camino por recorrer, y cuando ya están verdaderamente en marcha.

Xavi Martín y Paco Colombás, de Oso Leone.
En ese sentido, la cuarta edición del Festival Emergència, celebrado el sábado pasado en la sede del CCCB (Centre de Cultura Contemporània de Barcelona), será recordada por muchos como el día en el que Oso Leone cayó del cielo y reivindicó su lugar en la tierra, y en el panorama musical nacional. Luego es verdad que detrás de su aparición estelar del sábado hay meses y meses de intenso trabajo, pero tanto para quienes no les conocían, como para aquello que aún no les habíamos visto en directo, lo que hicieron estos mallorquines en el Auditori del Centre fue una auténtica revelación. Después hubo alguna que otra buena noticia más, e incluso ligeras decepciones, pero sin duda alguna el concierto de Oso Leone hizo que mereciera la pena la noche entera.

NADA SURF. Barcelona, 19-02-2012.



No solo de carisma vive el rock.

Hay sonidos que nunca pasarán de moda, y grupos que parecen impermeables al envejecimiento y al olvido. 20 años contemplan a Nada Surf y, aunque ya no sean unos chavales, mantienen incólumes aquellos atributos musicales que les llevaron al estrellato, allá por los años ’90, dentro de un panorama grunge ya en plena extinción. Nadie ignora el hecho de que en su evolución han ido dejando atrás parte del escozor que caracterizó sus inicios: la aspereza en la distorsión y, sobre todo, esa actitud levemente torva y sesgada de la que hacen gala en High/Low, se rebajaron hace ya un tiempo en favor de un cromatismo mucho más amplio y lozano. Hoy en día puede que no hagan nada especialmente nuevo en cuanto a la composición, pero al menos en directo demuestran tener, aparte de mucho oficio y simpatía, un gran control sobre la producción de su propia música.

El gancho que siempre han tenido en nuestro país se debe, probablemente, a que Dani Lorca, el bajista, es originario de Vigo; pero luego se han ganado el favor del público local tocando innumerables veces aquí, haciendo siempre gala de una humildad y una cercanía que nos hacía pensar que eran uno de los nuestros. El éxito en Santiago de Compostela, Madrid, y el de ayer noche en Barcelona atestigua, una vez más, que para mucha gente Nada Surf sigue siendo un icono sano del buen rock. Porque aunque pasen los años, y aunque traten de no vivir de las rentas sin fracasar del todo, siguen siendo ellos mismos: siguen transmitiendo con sus temas emblemáticos sensaciones que la gente guarda en su imaginario personal, como oro en paño, a modo de banda sonora de los buenos momentos. Anoche en Apolo se veían los días de verano a través de los ojos del público.

THE BLACK KEYS



La eterna reproducción.

Lo han vuelto a hacer. The Black Keys no fallan. Cuando todo el pescado parecía vendido en 2011, en diciembre, y casi sin tiempo para degustarlo antes de Navidad, este dúo guitarra-batería reventó la lista de lo mejor del año. Pero claro, de esta manera no podemos decir que la banda haya caracterizado el año que recientemente hemos despedido: PJ Harvey y Bon Iver, en cambio, sí lo han hecho porque sus discos, editados el 11 de febrero y el 21 de junio respectivamente, han caminado, majestuosos, a lo largo y ancho de todo 2011. Polly Jean y Justin Vernon han sido, con todos los honores y la legitimidad, la reina y el rey del año pasado. Sin embargo, EL CAMINO de The Black Keys es, irónica y curiosamente, 2012.

Dan Auerbach y Patrick Carney son The Black Keys, una banda de blues-rock y rock garage que nació en 2001 en Akron, Ohio, y que están partiendo cada vez más la pana. Y no es que al principio no fuesen buenos y hayan ido mejorando, es que al principio ya eran la reostia, y aún así cada disco suyo es como una enorme zancada hacia adelante. The Big Come Up (2002), su primer Cd, sonaba tan americano que hasta parecía que ayer mismo era 1970, y que Jimi Hendrix seguía vivo. A partir de ahí, con el paso firme de 7 discos en apenas 9 años, han dejado evolucionar su propia música; la han escuchado, como nunca un creador omnipotente había escuchado antes a su obra viva; la han dejado desarrollarse de forma natural, sin forzar una sola nota, sin imposición alguna. Y el resultado es que hoy en día hacen una música limada, pulida y poderosa: The Black Keys son un monumento musical reconocible desde el espacio, pero además, su sonido tiene ese halo de libertad y magia creativa que muy pocos tienen. Porque se nota cuando alguien está contento con lo que hace, cuando sus manos son un manantial de creación, un torrente puro y directo desde sus entrañas, y cuando su música es la perfecta traducción de un eterno proceso interior. Y se nota también cuando fluye todo eso entre dos o más personas: en este caso entre la voz y la guitarra de Auerbach y la batería de Carney.


LOW

 


Música para contar, una a una, todas las estrellas del cielo.

Parece que todo marcha bien en el matrimonio Sparhawk-Parker. Low, tras casi 20 años de carrera y 9 discos, muestra una salud envidiable. C'MON probablemente no sea su mejor disco, pero sí que se sitúa entre los tres o cuatro imprescindibles de esta pequeña gran banda de Minnesota. Muchos de nosotros entramos en contacto con ellos cuando firmaron con SubPop, cuando editaron de su disco más emblemático, The Great Destroyer, allá por 2005. No obstante, y aunque resulte curioso e incluso paradójico, opino que éste no sería tan buen Cd si no se caracterizaran los Low por un sonido algo diferente. Aquél fue, y sigue siendo, la nota de excepción en la trayectoria de un grupo que encarna mejor que nadie la etiqueta slowcore: más apertura y efectos, mucha más distorsión y, sobre todo, más materia y substancia. Y este C'MON es, probablemente, el disco que más se acerca a aquel hito, pero esta vez sin salirse de sus propios cauces.

Al decir materia y substancia, entiéndaseme, me refiero a contenido musical real y físico. No quiero decir que los demás Cds estén vacíos de contenido de calidad, ni que sean superficiales; todo lo contrario. Si por algo destaca Low es por la gran capacidad de concentración minimalista que tienen. Solo ellos saben verter tanta intensidad, tanta tensión y pasión en tan pocos movimientos instrumentales; a veces en un solo fraseo de guitarra, repetido carnalmente hasta la saciedad. Los Low nunca tienen prisa, parece la música más apropiada para contar, una a una, todas las estrellas del firmamento. Nunca se aceleran, ni se precipitan; a veces ni siquiera parece que estén contando gran cosa, o que lo que dicen, lo dicen usando poquísimas palabras, como un discurso claro y básico, planteado de la manera más firme, y a la vez tranquila, sosegada. The Great Destroyer, sencillamente, parece tener más amplitud narrativa, pero a la vez, parece indistinguiblemente más enrevesada que de costumbre.

THE HERBALISER. Barcelona, 01-02-2012.



Nada salió ayer como yo pensaba, pero tal vez fue mejor así. El plan era ver a The Herbaliser, acompañados por Mucho Muchacho (de los desaparecidos 7 Notas 7 Colores), que teloneaban a Le Peuple de l’Herbe, quienes daban comienzo en la Sala Apolo a la gira española de presentación de su decimocuarto álbum, A Matter Of Time. El mismo concierto, de hecho, podrá verse hoy en la Sala Rock Kitchen de Madrid. Sin embargo, por motivos ajenos a esta redacción, solo pudimos asistir a los primeros, pero fue más que suficiente para salir de allí henchidos de buenas sensaciones. El dúo británico, convertido hace tiempo en numerosa banda, hacen del hip-hop un estilo casi erudito, de diseño, tan cercano a veces al jazz que uno se pregunta cómo es que han pasado tantos años separados. Pero lo cierto es que es comprensible: no es nada fácil desplegar tamaña calidad instrumental, y tener tanto flow al mismo tiempo.

Adivinar quiénes eran los dos raperos entre tanto buen músico me llevó casi todo el concierto; y aún tengo mis dudas. En el escenario de Apolo se congregaron un batería, un bajista, un teclista, un señor que pinchaba y tres tíos haciendo las delicias con un buen número de vientos: había trompeta, saxo alto, saxo tenor y otro barítono, y una travesera; estos tres últimos en manos del mismo músico, un espectacular Andy Ross, a la izquierda del escenario. Protagonizó, por ejemplo, un sobrecogedor solo constante de saxo barítono, una bestia preciosa e inmensa, en Another Mother. Primer descarte, por excesiva excelencia. Un candidato perfecto era James Morton, a la derecha del primero. Saltaba y bailaba sobre sus bambas rojas, esgrimiendo rítmica callejera, mientras intercalaba solos de saxo y tríos que engordaban y fortalecían el sonido de Herbaliser. No obstante, y pese a la robustez de su música, demuestran una portentosa agilidad. Completando el trío de vientos, a la derecha de Morton, Ralph Lamb, otro posible candidato, aunque más entrado en años. Era el otro maestro de ceremonia, el que nos pedía más entusiasmo desde la calentura de su cuerpo festivo. Además, su trompeta sonaba siempre la primera, como la lanza desafiante del hip-hop electrónico-jazzístico que hace la banda británica.