PRIMAVERA CLUB (Barcelona). DÍA 4 Y FINAL



SÁBADO 26 DE NOVIEMBRE. DÍA 4 Y FINAL.

Desde el principio sabíamos que el día más duro iba a ser el viernes, y que una vez pasada la etapa reina, el final del Festival ya sería mucho más tranquilo y sosegado. No obstante, aún quedaba buenas excusas para acercarse a alguno de los recintos, pero ante la (bendita) sobredosis de música en directo que sufrí la noche del viernes, opté por asistir solo a la sesión nocturna de la Sala Apolo. El menú: Superchunk, Com Truise y James Lavelle. Ignoraba entonces que ese, el del genio creador del selo Mo’ Wax, iba a ser mi último concierto en esta edición del Primavera Club, pues ayer domingo finalmente no pude asistir a ninguno por fuerzas mayores; lo siento fundamentalmente por los Autumn Comets y por EMA, pero otra vez será: uno de los atractivos de este festival, de hecho, radica en saber que los grupos que ves, seguramente, darán tanto de que hablar que puedes contar con la certeza de volver a verlos pronto, y probablemente en escenarios aún más grandes.

Con todo, mi última jornada en el Primavera Club no fue en absoluto decepcionante. Era difícil, si no imposible, superar en calidad y cantidad a la anterior noche, pero aún quedaban algunas sorpresas por darse a conocer. No fueron, obviamente, los veteranos Superchunk, que dieron un concierto de esos en los que la tregua está vetada, y el decaimiento proscrito. La banda de Mac McCaughan repitió su fórmula de guitarreos incesantes y ritmos calientes con ciertas inercias que limitan su abanico de sonidos. De todas formas, el público disfrutó de lo lindo en las primeras filas, porque todas las canciones aportan la misma cantidad de adrenalina vitaminada a quien se acerque lo suficiente. El problema es que da la sensación de que en pocos minutos lo han mostrado ya todo, cuando en otros conciertos cortos parece que apenas ha dado tiempo a vislumbrar la punta del iceberg del sonido de bandas más interesantes. Pienso en Sleep ∞ Over, Still Corners y Unknown Mortal Orchestra fundamentalmente.

El descubrimiento fue otro, y tiene nombre de celebridad: Com Truise. He de reconocer que iba sin tener absolutamente ninguna idea de lo que era esto, pero cuando te fías de una productora, o de una promotora como Primavera Sound, puedes ir tranquilo a casi cualquier cosa. El escenario lo ocupaba una extraña pareja: un hombre pinchando a la derecha, mezclando y haciendo electrónica, y otro al fondo tocando la batería. La propuesta estaba clara: electrónica con base instrumental. Después me enteré que la pareja era en realidad un solo tío, Seth Hayle, el que pinchaba, y que el batería debía acompañarle en las giras. Lástima, porque creo que es el mejor batería que he visto en mi vida; al menos técnicamente. Una batería tipo Battles. Su pegada, seca y aritmética, casi informática, era milimétricamente igual una a la otra. Digo que Com Truise es un solo tío porque ese batería no era humano.

Después, su música tiene algo inusual y atractivo, pero no sabría decir el qué. Visto en directo, su aspecto transmitía lo mismo que Jay y Bob el Silencioso: la capacidad de dibujar con pinceladas aparentemente absurdas, un universo entero lleno de jugo y juego. La música de Hayle tiene el sello de sus ideas imprimida en cada nota. Ideas sencillas, con un punto infantil ochentero, pero con coherencia y empaque, y articuladas con la laboriosidad del artesano. La electrónica de Com Truise parece incluso analógica, es una mecánica abierta en la que uno entra sin dificultad, y se mueve como si caminara a través de esas ruedecitas que hay dentro de los relojes. Es como la música mejorada de un videojuego retro. Pero todo un descubrimiento, y una experiencia en directo.

Mi último objetivo del sábado era comprobar qué iba a sonar exactamente de UNKLE. El representante era célebre, nada menos que James Lavalle, creador del sello Mo’ Wax con tan solo 18 años, y productor de joyas como el …Entroducing de Dj Shadow. Pero quien esperase, como yo, algo de aquel fantástico Psyence Fiction, que editó en 1998, saldría decepcionado. No hay duda que el gusto musical de este productor ha dado importantes frutos a la música electrónica, y era evidente también que el hombre es un profesional de la marcha, de las sesiones y del rollo electrónica-garito. Pero su repertorio se hizo entrecortado, con demasiados momentos de inesperados frenazos y subidones algo descafeinados. Tampoco el público parecía responder como era debido. Más allá de las primeras filas, donde el panorama no era mucho más alentador, se generalizaba el murmullo de las conversaciones. Las copas le empezaban a ganar la partida a la cerveza, y el ambiente, de pronto, dejó de ser el de un concierto.

Me fui de Apolo más que satisfecho el sábado noche. Saciadas con creces todas mis expectativas, y sabiendo por seguro que ya nada me seguiría sumando en calidad, di por cerrada la cuarta jornada. Sin saberlo había dado por cerrado el Festival entero, pero en realidad desde el viernes noche esta en paz conmigo mismo. Conocía a pocos grupos antes de que comenzara, y ninguna me ha decepcionado lo más mínimo; es más, sigo opinando que muchos van a dar el pelotazo en breve. Pero lo mejor, como en cada edición que organiza Primavera, es que sales con el bolsón lleno de nuevos sonidos que antes no podías ni imaginar, nuevos grupos que te han conquistado donde más lo valoramos los buenos consumidores de música: en el escenario, donde se forjan las verdaderas leyendas.

Fotos de Pablo Luna Chao.

También disponible en Alta Fidelidad.

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PRIMAVERA CLUB (Barcelona). DÍA 3




VIERNES 25 DE NOVIEMBRE. DÍA 3

Y al tercer día llegó la tralla. Quien fuera un poco ambicioso podía disfrutar de unos 8 conciertos, repartidos, esta vez sí, por todas las sedes que se han prestado a participar en el Festival. Metros, taxis, transbordos imposibles para cambiar de sala en tiempo record: esto ya sí era el Primavera Club. Una jornada dura e intensa, pero muy bien recompensada. Vimos, en mi opinión, varios de los mejores conciertos del Festival. Algunos sorprendieron, muchos no defraudaron, pero otras lo que hicieron fue destrozar la pana.

Mi jornada de 9 horas comenzó en la sala Moog, viendo a Los Eterno. Es una auténtica delicia entrar en el mundo que crean estos cuatro músicos, cargado de extraños pasajes de rock jazzístico instrumental, intrigantes y sigilosos, fabricados con una soltura abrumadora. Daba pena ver a solo 20 o 30 espectadores en un concierto tan bueno, pero Los Eterno son capaces de transmitir y regalarnos, a cada uno de nosotros, una procesión musical que va por dentro. Poco importa que seamos 20 o 2000: en sus recitales solo están ellos y tú, y esa bonita sensación de mañana tranquila, de esas en las que te puedes parar a mirar cómo se eleva el humo del café, mientras el mero hecho de poder pensar en ti mismo te hace feliz. Presentaron en sociedad su primer trabajo, Eterno Saludo Musical, como si fueran piezas de tetris, cambiando de instrumentos como si fuera fácil moverse en el pequeño escenario de la sala Moog.

Había riesgo real de no salir de aquellos mundos; yo, al menos, no quería, pero el viaje a través de lo onírico tenía otra parada obligatoria: Still Cornars tocaban en el Casino del Poblenou, y hasta allí fuimos en taxi. La banda de Londres, pese a un incomprensible problema logístico (al parecer habían perdido material, y un miembro de la banda ni siquiera tocó), dio un concierto muy refinado y esperanzador. Lo cierto es que su dreampop suena más cálido aún en directo; de hecho, Tessa Murray tardó en calentar, pero cuando lo hizo, todas las miradas se lanzaron a tratar de desvelar el secreto que escondía tras esa aterciopelada y espesa melena rubia. El dulce atractivo y la sensualidad bien contendía de su voz se proyectan sobre el acompañamiento musical del resto de la banda de tal manera que parece que brotaron instrumentos a la vera de su llanto, como si un día las estrellas hubieran decidido que Tessa no volviera a cantar nunca sola.

Still Corners abrieron una noche espectacular en el Casino, aunque el orden no fuera el más acertado. Porque aunque Girls, probablemente, fuera la banda que más público atraería, después de St. Vincent no podía sonar nada más, porque conseguiría devaluarlo. Y así fue.

En un marcadísimo contraste estético con Tessa Murray, el atractivo y el carácter de Annie Clark rebasó todas las expectativas. St. Vincent es ella de una manera casi tiránica: tira de las riendas de la banda como la mejor de las amazonas, con rabia, con vocación de demoníaca y angelical estrella del rock. A lo mejor es que esta chica me pone, pero para mí, hasta ahora, no hay duda que ha hecho el mejor concierto de lo que va de Primavera Club. Solo PJ Harvey me ha hecho sentir así como espectador, y aunque la música de Clark sea más cañera y aún más deudora del sonido rockero de los ’90, va camino de llenar estadios, como hace Polly Jean, de enamorados espectadores. Presentó su último Cd, Strange Mercy, de manera casi íntegra, e incluso se marcó una versión de The Pop Group, en un setlist preparado para triunfar: St. Vincent sabe combinar las toneladas de energía y extroversión de, por ejemplo, Chloe In The Afternoon, con la preciosa y abierta intimidad de Champagne Year.

Para muchos puede que no fuera un descubrimiento, pero sorprendió lo maduro que está el producto, lo atronadora que es la forma que tiene de meterse al público en el bolsillo, y lo mucho que llena su sonido un emplazamiento tan exigente como es el Casino. Lo malo es que después de algo así, Girls nos pareció al principio una banda más, una entre las miles que hay como ellos. Pero no hicieron para nada un mal concierto, es más: demostraron que van camino de ser los próximo Kooks, o lo más parecido a Pavement desde Wilco o Real Estate. Pero daba la impresión de que su vocación traiciona a su origen, creciendo en una escena indie que pronto los verá partir hacia públicos más multitudinarios, menos exigentes, donde no les costará destacar. No obstante, Christopher Owens y Chet “JR” White, con una puesta en escena limpia y preciosista, demostraron una compenetración fuera de toda duda: se buscaban constantemente, se entendían, y hacían fluir su música, eso sí, con delicadeza y perfección. Grupos así de pulidos, con la escasa trayectoria que todavía llevan, no se ven todos los días. Pero no había manera: Annie Clark seguía en nuestros corazones (si fuera futbolista, jugaría en el Barça).

Y como todo ser humano necesita comer en algún momento a lo largo del día, decidimos entrar en Unknown Mortal Orchestra con el estómago lleno. Pequeño error, porque entramos con el show a medias, y no era de esos que te puedes perder. El trío encabezado por Ruban Nielson tiene un estilo muy particular, desmelenado con respecto al estudio, potente y contagioso. Sus melodías tienen algo de enrevesado y tortuoso: son como el camino difícil a una meta, cuando desechas las formas convencionales. En su sonido cabe algo de funky, todos los años ’70, y un ritmo envenenado que seduce con movimientos nunca vistos. Y no, no hay ninguna chica cantando, es que es así la voz de Ruban, un tipo neozelandés afincado en Portland que agarra la guitarra como si fuera un fusil, pero que sabe muy bien qué hacer con ella.

A partir de ahí, mi representación en el Festival fue circunstancial, poco más que presencial. Empezaba a sufrir un leve entumecimiento auditivo, y lo que vi de Stephen Malkmus and The Jicks apenas me pareció un indie paradigmático de obligada escucha a partir del próximo lunes. Reconocí en ellos fórmulas que me hicieron pensar en Yo La Tengo, y en consecuencia, en el próximo Primavera Sound. Era la hora de cambiar de tercio, y Shabazz Palaces se planteaba como la mejor alternativa imaginable. El veterano rapero de Seattle se ha reinventado en un estilo más oscuro y alternativo de lo que es habitual en el género, y pese a sufrir problemas técnicos y reunir a relativamente poca gente, mostró un directo muy seguro de sí mismo. No consiguió convencerme de que en algún caso pudiera considerársele como un nuevo gurú del hip-hop, pero se aventura por caminos que lo harán, con el paso de los discos, muy reconocible.

Mi último aliento lo reservé para Givers, y mereció la pena. ¡Qué energía desprenden estos muchachos de Louisiana! Son un quinteto multi-instrumentalista Y ultra-percusionista que no para de saltar y reír: se empujan, se tiran al suelo, ponen caras divertidas, y mientras tanto ofrecen un rock vitalista que hace bailar a las flores, imprevisible, despreocupado y siempre fresco. Recuerdan un poco a Arcade Fire, con ese acento folk que no sabes bien de dónde viene, y que probablemente se haya forjado en la carretera, como pasaba con los buenos juglares: aquellos que tan bien retrató Bergman en El séptimo sello. Givers darán mucho juego, prometen espectáculos de humor radiante. Ha sido, sin duda, otra de las grandes noticias de esta edición del Primavera Club. A mí, además, me infundió fuerzas extra necesarias para enfrentarme al largo camino a casa. Mañana más, no sé si mejor, pero seguro que habrá nuevas sorpresas.


PRIMAVERA CLUB (Barcelona). DÍA 2



JUEVES 24 DE NOVIEMBRE. DÍA 2

Segunda tarde-noche de actividad en el Primavera Club; más relajada incluso que la primera. La experiencia nos aconseja administrar bien las fuerzas para tantos días de conciertos, y para ayer, realmente, me marqué un único objetivo doble: dejarme arrastrar por la marea triposa, primero de Pure X, y después por la de Sleep ∞ Over. Dos bandas de Austin (Tejas) hermanadas por un semejante concepto musical, pero que mostraron dos directos bien distintos.

En los primeros corrillos vespertinos aún coleaba el nombre de Charles Bradley: las sonrisas se desplegaban orgullosas en aquellos que lo habían visto mientras trataban de transmitir algo de la magia vista en aquel negro que cambió los fogones por escenarios como el de la sala Apolo. Pero la cosa iba a ser bien distinta para mí en la segunda jornada de Festival: el epicentro de sonido por el que ayer me decanté fluctuó entre el dreampop experimental y el shoegaze electrónico, decelerado y cavernoso, que se diluye en el eco de su propia sombra. Una jornada, esta segunda, en la que también tocaron Capitán, Jeff The Brotherhood, The Pop Group y R. Stevie Moore

En total disfruté de poco más de una hora de música, pero bajo el encanto de semejantes bandas el tiempo se altera de tal manera que un tema te puede parecer un disco, y un directo de media hora una escasa toma de contacto. Con Pure X aún fue suficiente, porque como era de imaginar, en directo, sus notas se diluyen entre el humo y la nebulosa invadiendo hasta el último centímetro de sala, hasta las motas de polvo suspendidas en el vacío. Nate Grace toca la guitarra de manera lánguida y casi incorpórea, experimenta con su propio sonido con un aparato del que no se aleja demasiado, y canta con aquel hilo de voz, convertido en un lamento, tan característico de gente como Slowdive o Bethany Curve: un susurro granulado que tiene irresistiblemente al agudo para huir de la planicie. Con él iba también el bajista Jesse Jenkins y, dicen, que Austin Younhblood, el batería, pero casi nadie le vio entre tanta neblina descolorida y tan poca luz. Más tarde, eso sí, compartieron éstos dos últimos escenario con las chicas de Sleep ∞ Over, y entonces todo se aclaró un poquito.


A tenor de lo escuchado en sus respectivos primeros álbumes, todo hacía pensar que Pure X iba a ser un sonido algo más concreto que el de la banda de Steffanie Franciotti, pero fue justo lo contrario. Tampoco es que fuera el paradigma de la definición afinada y precisa, pero desde luego el de Sleep ∞ Over resultó ser un concierto mucho menos encriptado. El sonido poroso y pausado del Pleasure se transforma levemente para el directo, para exponer figuras musicales de un atractivo indudable, y bastante más definidas. Curiosamente, al contrario que con Pure X, parece más fácil la escucha de esta otra banda de Austin en concierto que dándole al play en nuestros reproductores.

 Franciotti es una mujer peculiar, de larga melena rizada, caderas poderosas y un delicado rostro que esconde una tremenda pasión por lo que hace; canta como desde otra dimensión, como si su cuerpo estuviera aquí, pero su alma, el origen de toda la música que crea, estuviera a cientos de años luz. Un sonido espectral que, sin embargo, contrastaba bastante con la estética medio hortera y extravagante de, al menos, las dos chicas de cabecera. Porque junto Steffanie Franciotti, que tocaba el teclado, se movía la guitarrista Christine Aprile, de reciente incorporación al proyecto: dos figuras que no podían ser más distintas. Eran como el Boo bueno y el Boo malo del final de Dragon Ball, pero sin duda es una pareja que dará mucho que halar de aquí en adelante.

Para sorpresa de todos, el conciertazo que estaban dando las Sleep ∞ Over se cortó en seco, cuando más cálido era el ambiente. Pocos nos explicábamos por qué solo habían tocado media hora, y salimos de allí con demasiado tiempo de espera hasta el próximo concierto. Así de malacostumbrados estamos; así de bien nos han malacostumbrado los de Primavera Sound. Una cena un poco extensa, una desconexión demasiado larga, y a la vuelta al Festival ya nos encontramos con el primer cartel de aforo completo. Finalmente sí pudimos ver un poco al señor Moore, y otro poco a The Pop Group, pero a mí, al menos, la tropa de Austin me había marcado ya el camino a casa, y me sugerían que lo hiciese levitando.

Fotos de Pablo Luna Chao.

También disponible en Alta Fidelidad.

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PRIMAVERA CLUB (Barcelona). DÍA 1



MIÉRCOLES 23 DE NOVIEMBRE. DÍA 1

Primer día de Primavera Club, el más liviano de la semana. De hecho, ayer ni siquiera había que coger el metro: todo, los 5 conciertos que daban el pistoletazo de salida al Festival, se repartieron entre La2 y la sala principal del Apolo; y lo mismo sucederá hoy. Para el fin de semana quedan los platos más fuertes, las agendas llenas de horarios, nombres y flechas, y el estresante correcalles de cambiar de sala a contrarreloj. Ayer era un día para entrar en calor; para recoger la pulsera y el horario oficial, para ir marcando la hoja de ruta y, sobre todo, para tomar las primeras cañas con quien el destino te hubiera asignado como compañero de festival.

Coincidiendo con el arranque del Barça en San Siro, es decir, con un poco de retraso sobre lo pactado, se puso en marcha la nueva entrega otoñal del Primavera Sound. El escenario grande abrió con los Tigercats, pero decidimos apostar por el producto nacional y fuimos a hacer bulto a Villarroel. El cuarteto barcelonés anda algo corto de carisma: insegura y tímida, la banda nos dejó ver solo un poquito del encanto que tiene su rock sedoso y blando. Un pop elegante al que le faltaron tablas y la desenvoltura mínima que tienen aquellos grupos que sí se lo creen. El público, además, seguía llegando a cuentagotas.

A quien no le faltó soltura, sin embargo, fue a Little Barrie. El trío de Nothingham sonó compacto y directo; sonaron cañeros y canallas, con un marcadísimo acento brit-rocker, cocido en garaje, de botas de punta y chupa. Su estilo, echándole imaginación, respondería a la atómica mezcla de Black Rebel con, por ejemplo, los Kula Shaker, Supergrass, o los mismísmos Stone Roses. La formación destaca por el contraste: el inmovilismo del bajo y la pinta y el trabajo totémico del batería hacen que la vista se vaya, irremisiblemente, hacia Barrie Cadogan, un cantante y guitarrista que, si no ha vivido los ’70, al menos, una anterior reencarnación suya apuesto a que sí. Lo malo es que viéndoles ahí, a uno se le antojaba bajarlos a la sala 2, a un hábitat más íntimo y acorde del que sí disfrutaron los Veronica Falls.

Como era de esperar, a medida que avanzaba la noche los conciertos registraban una mayor afluencia. Y de entre todos los grupos de ayer, seguramente Veronica Falls era el más esperado. Con el poquito material que hasta ahora han editado, cualquiera diría que este cuarteto londinense lleva años tocando; es más, podría pensarse que nos hacía una visita, a través del tiempo, una de aquellas míticas bandas de los últimos ’80 y primeros ’90 que lograron popularizar la oscuridad del shoegaze en el Reino Unido. Su álbum de debut tiene detalles que recuerdan a Pale Saints, pero no parece que entre las capas de guitarras y bajo haya tanta profundidad. Sus melodías esconden la necesidad implícita de sustentarse en un ritmo atropellado y simple, aquel que se ganó a pulso el paradójico apelativo de pop-punk.

Pero los Veronica Falls son humildes: no rebuscan donde no sabrían encontrar. Ayer Roxanne cantó con esa educación naturalista que tanto gusta, hablándonos de tú a tú, demostrando que en la música, muchas veces, tan solo es cuestión de voluntad. Y no es que cante mal, de hecho las voces, a veces en dúo con James, el otro guitarrista, son el destello de escape en la melodía, el elemento diferenciador y más identificativo de la banda.  Detalles que convierten simples canciones en hits demandados por el público. Anoche, sin ir más lejos, el grupo accedió a tocar Misery a petición única de una chica de la primera fila.

Otra cosa bien distinta era lo que se cocía en la sala principal del Apolo. Salir de Veronica Falls para meterte en el concierto de Charles Bradley era hacerle un flaco favor a los ingleses. La voz de Roxanne era un hilillo de agua de grifo en la memoria comparada con el torrente negro y áspero de este cocinero norteamericano reconvertido a músico a sus más de 60 años. Con una presencia imponente, una estética anclada a una época que ya pasó, pero que nunca pasará de moda, y una banda que ya la quisiera para sí Eli ‘Paperboy’ Reed, Bradley nos enseñó qué es eso del soul. Viéndole cantar solo podía pensar en cómo serían los conciertos de Marvin Gaye, Wilson Pickett o Aretha Franklin. Gargantas infinitas donde se cura todo el dolor de la estirpe negra.

Y el soul de Charles Bradley es de esos que te llegan. Son eternas declaraciones de amor verídicas; sus canciones son una mirada sincera que te dice que te ama al minuto de haberte conocido. Son una sonrisa encantadora que exhala seguridad y confianza. Y esto ya casi nadie se lo quiso perder. El cierre del primer día de Primavera Club no pudo ser mejor: negros que cantan como solo ellos saben, metros que llegan puntuales, y una cena ligera y temprana a la que poder aferrarse para que el sueño no venza a esa impagable y confusa sensación de satisfacción e ilusión. Satisfacción por lo visto, e ilusión porque aún no hemos visto nada. O casi nada. 

Fotos de Pablo Luna Chao.

THE RAPTURE. Barcelona, 22-11-2011.



Irreverencia sin poderes.

Luke Jenner es un tipo fotogénico. Es un angelito, un querubín de rizos rubios y cara de chico bueno. Se me ocurría, mientras le fotografiaba anoche en Razzmatazz, que el cantante de The Rapture bien podría interpretar a Nathan Young, ahora que Robert Sheenan ha abandonado la serie Misfits; encajaría a la perfección en el papel del desvergonzado protagonista. Porque el descaro resulta más impactante y atractivo cuanto menos te lo esperes. Alguien acertó de lleno al elegir Echoes como opening theme de la serie británica, pues ha convertido en indisociables dos fenómenos culturales, alejados en su origen, pero que sin embargo están unidos por un mismo mensaje implícito: que es divertido, a veces, ser un poquito malo. Parecían predestinados a encontrarse.

La suerte es que esta banda neoyorquina ha tenido más entregas hasta ahora que Misfits. De hecho, después de dar el pelotazo en 2003 con el Echoes, y tras un parón de casi 5 años desde su último trabajo, han vuelto en 2011 con más ímpetu y arrojo que nunca. In The Grace Of Your Love se aleja un poco del dance-punk que practicaban en sus inicios, estilo del que además  se supone que fueron creadores. Pero tal vez por eso mismo ellos, más que nadie, han podido reconducir su sonido hacia lugares más bailables aún, sin que por eso hayan defraudado a nadie. El sello de The Rapture sigue intacto; brillante y eternamente personalizado en la figura y la pose de Luke Jenner, el portaestandarte perfecto de la irreverencia.

Anoche en Barcelona demostraron que están en forma, que conectan con la gente. Saben lo que  queremos de ellos, y nos lo dan con creces. Por momentos, mirar al público era observar la mezcla perfecta entre un concierto convencional de rock y un garito de noche, debido sobre todo a un setlist muy bien preparado que permitió a la banda mostrar  todas sus facetas.  Reservaron los hits para los cuatro momentos cruciales (apertura, falso final, bis inicial y final), y In The Grace Of Your Love, Echoes, Children y How Deep Is Your Love? lograron ponerlo todo patas arriba. Pero además, a mitad de concierto, integraron a la perfección lo que podríamos llamar mini-sesión de post-punk revival bailable, enlazando sin parar House Of Jealous Lover, Olio y Come Back To Me; momento en que también entendimos el peso que Gabriel Adruzzi tiene en esta banda. Además, el saxofonista, después de tocar el teclado y una percusión de bolsillo, protagonizó también el final con un solo de escándalo, efusivamente aplaudido.

A través del repaso que hicieron de sus tres Cds pudimos desentrañar el secreto de esta extraña unión musical. Apoyadas en bases electrónicas de teclado y batería, las melodías de Jenner resultaban sinceras y hasta inocentes, en apariencia, mientras no se desatara la insolencia. Casi siempre sobresaliendo del plano la guitarrita cruda que toca con los dedos finos, y esa maravillosa voz de puedo pero no quiero que entona y empuña sin darle importancia alguna. Y aunque tengan un gran abanico de recursos estilísticos, con elementos que van del funky al garaje (incluso al krautrock), la tendencia era darle a su música cada vez más ese aspecto de electropop que tan bien ejecutan en Sail Away. Aunque tal vez solo sea que The Rapture es un grupo de constante in-crescendo. Desde luego, hay quien ha nacido para animar al personal, y Luke Jenner es uno de ellos.


Fotos de Pablo Luna Chao.

También disponible en My Feet In Flames.

STILL CORNERS



Still Corners son como una aparición fantasmagórica en medio de la noche. Tanto es así, que algunas mañana me levanto pensando que tal vez los he soñado. Pertenecen a un mundo donde las formas no están establecidas, donde lo concreto no existe, y donde cualquier sombra es tan real como el objeto que la proyecta. Tessa Murray y Greg Hughes son el núcleo de esta banda de dreampop británica nacida en 2008 que, desde la edición de su primer Lp, CREATURES OF AN HOUR, han transformado las buenas sensaciones en una realidad. Ya son, oficialmente, una promesa...si es que son reales (si es que estoy despierto mientras escribo esto).

Ahora, una vez dejado de lado el hecho de si son de este o de otro mundo, una vez aceptada la travesía por lo onírico, podemos disfrutar tranquilos de un disco que, probablemente, estará en alguna de las listas de lo mejor del año. Desde luego, según mi criterio y gusto, está ya entre los 3 mejores del otoño. Demuestra que el dreampop está más de moda que nunca, apoyado en la gran paleta de colores, en el gran abanico de sonidos que abre la era electrónica. Pero aunque la referencia indiscutible de Still Corners sea Cocteau Twins, están mucho más cerca de bandas como Deerhunter, Beach House, Beach Fossils, Wild Nothing o incluso Warpaint: dreampop del siglo XXI.

Todas las canciones son de una nocturnidad exacerbada. No pueds imaginarte a Tessa con otra cosa que un camisón blanco (o negro) a la brisa de la noche, transparentando frente a una ventana abierta. El sonido pálido de Still Corners vale también para los amaneceres lentos, de días que pueden ser el último. Lo notamos ya en sus dos primeras canciones: el acogedor eco de Cuckoo se transforma en una premonitoria y angustiosa Circulars.  El teclado, que recuerda subliminalmente al Exorcista, el grito ahogado de la guitarra, y esa batería que corre, huye o se apremia por salvar la vida, hacen de esta canción, mi preferida de todo el Cd, una llamada a la sensatez, una advertencia, un alegato al estado de guardia. Porque los que más pueden amar son lo que más pueden sufrir. (Los que más tienen son los que más pueden perder)


CREATURES OF AN HOUR es un disco melancólico, teñido de una tristeza luminosa y abierta a la esperanza. Es un álbum de recogimiento; no es un escondite para animales heridos que ya solo esperan la muerte, sino más una zona de boxes oculta, oscura y mullida donde lamer los rasguños del inevitable roce de la vida. Endless Summer tiene ese aspecto de guarida, y el final propio de un arranque de restauración sentimental. Into The Trees, por el contrario, es ya una composición sana y fuerte de corazón, con el sabor del típico dreampop despreocupado y medio pijo del nuestra época. Rico musicalmente, pero quizá excesivamente ensimismado y vanidoso. Que los Still Corners se gustan a sí mismos queda claro en el final de este tema: las lluvias tibias de guitarra sobre el teclado son su hábitat natural.


Hasta ahora, está claro que la voz de Tessa Murray no nos ha pasado inadvertida. Pero es en The White Season cuando, a modo de nana, la muestra más desnuda y expuesta. Poco a poco, en nuestra mente, se aleja más y más de Liz Fraser y de las damas oscuras y pálidas de los '80-'90. Su voz, a estas alturas, se ha erigido como SU voz, y no como la que se parece a la de otra. Y para cuando suena la genial I Wrote In Blood, su tono nos parece ya algo categórico. El teclado y su escala nos recuerda a Circular, y nos recuerda también que, aunque vivamos intentando olvidarlo, hay siempre un mal presagio sobre todos nosotros, un drama en ciernes allá donde haya vida, allá donde solo hay muerte al final de cada camino. Se palpa el dolor en este tema, pero también la fortaleza de los materiales nobles, con los que se hacen y conformar los seres humanos.


Para cuando suena The Twilight Hour uno ya ha captado el mensaje del disco, los susurros de Tessa se han instalado cómodamente junto a nuestro tímpano, y el lento discurrir del dreampop nocturno de estos ingleses nos parece ya lo más natural del mundo. A medio camino entre la tensión de la incertidumbre y la quietud de la calma, se mueven la mayoría de las canciones, como Velveteen; y otras como Demons son tan solo la expresión de la rendición ante la constante y oscura amenaza que siempre nos rodea. El colofón y cierre de CREATURES OF AN HOUR es quizá la canción que emana mayor seguridad: Submarine tiene un ritmo suficientemente acelerado que no permite que el disco se acabe entre la somnolencia y la rendición.




Y cuando acaba el Cd, y lo has escuchado atentamente por fin te das cuenta que sí que son reales. Muy reales. Solo que en lugar de tener cuerpo y presencia física, son pura música sostenida por capas y capas de alquimia sónica.

WASHED OUT. Barcelona, 7-11-2011.



Ernest no ha venido solo.

Washed Out ha sido uno de los bombazos del verano: Within And Without, su primer Lp, no solo ha recibido críticas fantásticas de los medios más reputados, sino que también ha arrasado en las listas de ventas. Un Cd que ha colocado a este joven de Georgia (EEUU) en lo más alto de la nueva ola chillwave, la tendencia más fresca y reciente del electropop. Con esa carta de presentación vino ayer a Barcelona, por primera vez en su hasta ahora corta carrera, y puso en pie a la pequeña sala 3 de Razzmatazz. Eso sí, con un directo que, en mi opinión, desluce gran parte del encanto que sin embargo abunda en su primer disco. Conectó con el público, sí; pero a costa de ahogar la sutileza en un ritmo muy remarcado y más contundente, un ritmo incapaz de hacernos prestar atención a las suavidades y al sinfín de matices que sí se aprecian en Within And Without: detalles que hacen del disco algo especial.

Lo segundo que nos sorprendió fue que no viniera solo. Esperaba un formato de concierto como el que sí nos ofreció Chad Valley: un hombre con sus propios medios, guisándoselo solo, con la voz bien puesta, ofreciéndonos momentos claros de electrónica pop. Éste fue, de hecho, la primera de las sorpresas. Ernest Greene, sin embargo, vino con un batería, un bajo y dos teclados, a parte de su equipo y varios aparatos electrónicos último modelo. Revistió su sonido elegante con un ropaje instrumental que, aunque confirió cierto corpus de más a sus canciones, se veía de dos o tres tallas más grande de lo que correspondía. Las delicadezas, los pequeños detalles y la atmósfera mágica del amanecer veraniego en fin de fiesta, quedaron ocultos. En su lugar, la decepcionante sensación de lo repetitivo, de lo lineal. Cada acompañante que trajo, desgraciadamente, le restó: hasta convertir su concierto en algo extremadamente convencional; nada especial.

Luego es cierto que las canciones, bastante modificadas para mover más al público de lo que lo haría su Cd interpretado al detalle, tuvieron el efecto deseado. Y a él también se le veía disfrutar. Canciones melódicamente fantásticas, pero nuevamente ensombrecidas por la excesiva euforia. 'Eyes Be Closed', 'Echoes' y 'Amor Fati' fueron quizás las más reconocibles, así como el cover de Chris Isaak (con un grave rebelde por ahí suelto). Pero en el fondo todo el concierto pareció un carrusel de versiones en malas manos, de esas que no saben preservar el encanto de la esencia del tema.

Puede que este formato de directo resulte vistoso y aparentemente más atractivo que si hubiera venido solo; desde luego enganchó al público. Pero en mi opinión desvirtúa y minimiza el evidente peso de su personalidad en la música. Es como si al estar acompañado se hubiera contagiado de la distracción (como cuando estudias mejor solo que en grupo), y hubiera abandonado ese sensacional estado de ensimismamiento tan evocador que se desprende del Within And Without.

Washed Out, Neon Indian y Toro Y Moi son, seguramente, los tres nombres fundamentales del chillwave y la electrónica pop actual. Los tres visitan este otoño nuestro país: prueba de fuego para saber hasta dónde llega la naturaleza de estos estilos tan punteros y en boga. Personalmente opino que el primero y más aclamado de ellos ha resultado bastante decepcionante. Pero Greene tiene apenas 28 años, y una larguísima carrera por delante para hacer que me coma mis palabras.

Fotos de Pablo Luna Chao.

EXPLOSIONS IN THE SKY. Barcelona, 6-11-2011.



La traducción de lo que no podemos ver.
  
Dice la leyenda que Tejas, el Estado de la estrella solitaria, debe ese privilegio a que un día los pistoleros, celebrando que las lluvias por fin acudían al rescate de la resecada tierra del desierto, dispararon a cuantas estrellas había en el cielo, dejando solo una, que es la que ondea desde entonces en su bandera. Sin embargo, ¡qué imagen tan distinta ofrecen estos chicos de la del estereotipo del tejano-tipo-Sam Houston, rifle en mano, y cara de tipo duro del campo! Simpáticos y aparentemente mansos, los Explosions in the Sky se presentaron ayer en el Casino de l’alliança del Poble Nou con una única arma, la música, pero bien cargada y apuntando, como siempre, al cielo, hacia las estrellas más lejanas; no para derribarlas, sino para brindarle a cada una un majestuoso homenaje musical. Y esta vez, no se dejaron ninguna.

Lo de Explosions in the Sky, de todas formas, es pura metralla en sus momentos álgidos: son lluvias torrenciales de perfecto ritmo y rugidos bellísimos de guitarras, sincronizadas en su búsqueda personal de lo intangible. Son ráfagas incontestables de inmenso rock instrumental que caen en picado sobre ti, estés donde estés de entre el público. Y te invaden, te colonizan el ritmo cardiovascular: conectan con la parte más íntima y sagrada de tu mente, y la sacan de paseo por el cielo abierto, donde ningún alma se siente desterrada. Combinar eso con los sedantes momentos de paz que siempre reservan en cada canción, momentos que hacen que la vida pase frente a ti como en cámara lenta, creo que solo está a la altura de Godspeed You! Black Emperor, Mogwai y Sigur Rós: la cumbre más nevada, alta y fría del post-rock de los últimos 15 o 20 años.

Los tejanos están en forma, y tras su concierto en el Primavera Sound y la minigira que les ha traído este fin de semana a nuestro país, podemos decir sin miedo que forman parte de ese selecto grupo de gente que ya nunca decepciona. Puede que la sala suene mal, que no fue el caso en Barcelona (absolutamente impecable, como en Mogwai), puede que falte alguno de los mil temas que pueden ser emblemáticos, y puede incluso que no digan una sola palabra (que tampoco fue el caso), pero toquen lo que toquen, si uno se deja envolver por la música, disfruta de un auténtico orgasmo auditivo, acompañado por centenares de escalofríos y momentos en lo que el suelo parece alejarse sin ningún peligro.
 
Se presentaron como es habitual ya en sus visitas a España: como Explosiones en el cielo, de Tejas, con ese español mejicano tan amable. Y no platicaron más: empezaron nomás a cazar estrellas. Como buenos cowboys, simulando con su cuerpo el movimiento de un látigo, y guitarras al viento (3, y un bajo), enlazaron 'The Only Moment We Were Alone', 'Catastrophe And The Cure', 'Postcard From 1952', del último disco, y 'Greet Death'; mi favorita, por cierto. Después empezaron a sentarse, a tocar abrazando sus guitarras, y encadenaron 'Be Confortable, Creature', 'The Birth And Death Of The Day', 'Your Hand In Mine', 'Let Me Back In', y 'The Moon Is Down'. Pero da igual, porque sientes con cada tema, sea cual sea, que debe ser así como suenan las supernovas y todos los espectáculos del universo que no podemos ver, pero que sabemos que están ahí: enormes, lejanos, y absurdamente superiores a nosotros. Bello y temible, los Explosions tratan de traducir para nosotros lo intangible, las fuerzas de la naturaleza: mareas de energía, como las que nos mueven, incrédulos, en un concierto suyo, si nos dejamos imbuir.

Más allá de la perfecta sincronía, de lo grandiosa y emocionante que es la evolución de todas sus composiciones, los norteamericanos han encontrado un lenguaje musical que, si bien no es patrimonio ni invención suya, sí les sirve para hablarnos sin mediar palabra. Y cada uno escucha en su interior un diálogo fastuoso distinto, acorde con tus sueños y esperanzas. La evolución de su carrera es impecable, son como esos libros que da igual por qué página lo abras al volver a releerlo: cualquier momento resulta perfecto, central y necesario. Pero en los directos han demostrado que algo más: algo que yo no sé traducir tan bien como ellos, ni muchísimo menos.


Fotos de Pablo Luna Chao.

Disponible versión reducida en Fanzine Radar.

ROMINGER + ULRICH SCHNAUSS. Barcelona, 4-11-2011.

Noche de experimentos.
Parece que ha llegado un punto en la historia de la música contemporánea en que las etiquetas puras han dejado de existir. Los cronistas utilizamos cada vez más el adjetivo inclasificable, y fórmulas gramaticales que inciden en la mezcla, y que resaltan e identifican los elementos de todas las nuevas amalgamas sónicas. Ni los propios artistas se saben definir categóricamente. Pero mientras siga la experimentación, mientras siga siendo fructífera, mientras el público responda como lo hizo ayer en la pequeña Sala 3 del Apolo, seguiremos acudiendo nosotros los cronistas, para intentar poner título a lo innombrable.
La banda local Rominger y el alemán Ulrich Schnauss tiñeron la noche y la sala con sonidos complejos, meditados y, aunque bien distintos, procedentes del mismo amor sin complejos por el post-rock instrumental. Cierto es que los primeros sí empuñan instrumentos reales, mientras que el de Kiel, a dos manos, basó todo su repertorio en la electrónica. Rominger son vientos poderosos que atraen el sonido hacia atractivos suroestes musicales, una batería extraordinaria de ritmo vital, imprevisiblemente lógica, y un bajo que se yergue una y otra vez como la columna vertebral de este sonido elegante y cachondo que practican.
¿Pero cómo definirlos? Acid-jazz, para sus momentos más brillantes, pero estaríamos obviando elementos del pop, del rock sinfónico, o del post-rock mismo, que junto a otros, más populares de tierras cálidas, hacen del sonido de esta banda algo difícil de precisar o delimitar, pero tremendamente reconocible. El peso de la electrónica en el estudio se rebaja en escena por la gran capacidad interpretativa de los cuatro, que expresan la carne, y no la piel, de unas composiciones ricas en color, ritmo y hierbabuena. El alemán, sin embargo, hizo lo contrario: llenó la sala de inclemencias y durezas, enseñando el caparazón, poniendo más y más peso sobre las sofisticadas y afiladas columnas que componen su estructura, traducido en kilos de armamento electrónico.
Me dicen que Ulrich viaja solo, que ha venido a Barcelona sin compañía alguna, con toda su parafernalia tecnológica y electrónica a cuestas. Lo montó como si fuera otro técnico más, y sin dirigirse al público para nada, reveló su lado más arisco, en una sesión contundente y ruda, de temas grandes y largos, que sorprendió a más de uno. Schnauss se mostró como un erizo común: sobre todo al principio pareció a la defensiva, como una perfecta unidad autónoma, recogida en sí misma pero puntiaguda hacia fuera. La luminosidad, la paz ambiental, y el rastro shoegaze que se percibe en sus discos sucumbió ante la electrónica de ritmo y pegada que planteó el norteño durante toda la noche, con los casi necesarios momentos de inspiración retro. Es como si a M83 le hubieran metido explosivos en la cama, y todo fuera producto de un sueño extraño.
Frío y calculador uno, cálidos y imperfeccionistas los otros, la noche de ayer en la pequeña salita del Apolo resultó un experimento acertado: sonidos complementarios de inspiración espacial, de delicada y contundente atención por los detalles. Sonidos que, cuando por fin le encuentras nombre, invariablemente cambian, se transforman, dejando solo el perfume vano de una triste etiqueta empapada. Con gente como Rominger o Ulrich Schnauss, está claro, hay que dejar las libretas en casa, y aprender a disfrutar del sabor y color de sus impredecibles cócteles musicales.

También disponible en My Feet In Flames.

UNKNOWN MORTAL ORCHESTRA



La sombra de Ariel Pink es alargada y huele a máquina del tiempo.

Unknown Mortal Orchestra tienen el don de la espontaneidad. Ha sido el efecto sorpresa de este verano. Nada de lo que hacen parece haber sido preparado previamente, como si sus canciones no fuesen el fruto de un concienzudo ensayo; sin embargo tienen un punto sintético, un lenguaje programado, que hace de su sonido algo enigmático y abierto a la vez: como si fuera un gran secreto a voces. Se dieron a conocer con un Bandcamp de un solo tema, Ffunny Ffriend, y solo tras un año, después de contagiarla por medio mundo, Fat Possum les ha editado un primer Lp.

El hit que abre el Cd, el tema emblemático de Unknown Mortal Orchestra, es un planteamiento relajado, como no queriendo demostrar nada, con guitarras y un punteo despreocupados. Es un beat que no muestra la verdadera cara del Cd, aunque anticipa el ritmo latente de psyhorock y electrofunk que va a desarrollarse a posteriori. Huele ya a máquina del tiempo, y solo poco a poco iremos concretando qué mes de qué año de la década de los '70 se pasea por nuestros oídos.

Por momentos me parece que la sombra de The Bavarian Druglords y Ariel Pink ha llegado a Nueva Zelanda (lugar de procedencia de Ruban Nielson, el instigador, aunque el grupo se formó en Portland. Creo). La síntesis y esa especie de psicodelia de desenganchados, clara, nada confusionista y sana, son la norma del Cd; además de cierto empuje funky, muy camulfado y ralentizado. Bycicle y Thought Ballune, con ese aire retro, tienen esa extraña narrativa explicativa de quien experimenta con la psicodelia, pero con fraseos reconocibles y muy cuerdos. Son como un acid-rock 1970, pero pasados la clínica, y por la revolución de la electrónica, aunque ésta esté presente de manera casi testimonial.

Las guitarras suelen ser a pinceladas largas y gordas, escuetas en su discurso, pero insistentes, como en Jello And Jaggernauts. Este tema, como Little Blu House, son más elegantes y calmados, menos rockeros y menos ejercicio de síntesis del psycho-rock, son canciones para días de inactividad, de poso, aquellos donde las situaciones se sedimentan. Pero las guitaras no pueden evitar sonreír al final de cada fraseo, de recogerse, cuán látigo, tras un certero golpe. How Can You Luv Me ya es más funky, porque canta como un negro orgulloso del color de su piel y del calor de su garganta; y porque el bajo describe un constante baile de caderas, saltando como nunca hasta ahora en el disco. No obstante, lo intuíamos.

Nerve Damage! es rockanroll total, con guitarras colgadas en los cables de la luz. Un discurso súper claro, rápido y sin rodeos, pero cantado desde dos puntos, dos voces extrañas y aparentemente puestas. Es un golpe material de rock, pero con el mismo encanto psychofunky de fondo.

Al final del Cd da la sensación de que el techo se acerca a nosotros cada vez más. Stranger Are Strangers es como una conga sigilosa y en cuclillas, de gente que hace tiempo perdió la vergüenza, que ya ni piensan que bailar es un acto de desinhibición. Una conga que desata una especie de huída a Méjico. En Boy Witch rompen con el ritmo, con cualquier ritmo, y se dedican a liberar músculos y tensiones. Es como si las células o mecanismos internos (como los de un reloj) se separarsen y el encanto se deshiciera por momentos, en una estrofa desencajada y un estribillo rompedor.

UNKNOWN MORTAL ORCHESTRA es un Cd difícil de describir. Engancha porque Ffunny Ffriends es un temazo hecho a base de opio musical. El resto lo escuchas por puro peso gravitatorio. Apenas media hora de experimentación molecular con notas, distorsionesy ritmos. No podría catalogarlo de rareza, pero no es habitual que lo retro y lo moderno case tan bien. Como ya ocurrió con el Round And Round del Before Today de Ariel Pink's Haunted Graffiti, le auguro al hit de este disco una posición muy elevada en la lista de lo mejor del año de Pitchfork. Y si no, será que se equivocan.

También disponible en My Feet In Flames.