Noche de experimentos.
Parece que ha llegado un punto en la historia de la música contemporánea en que las etiquetas puras han dejado de existir. Los cronistas utilizamos cada vez más el adjetivo inclasificable, y fórmulas gramaticales que inciden en la mezcla, y que resaltan e identifican los elementos de todas las nuevas amalgamas sónicas. Ni los propios artistas se saben definir categóricamente. Pero mientras siga la experimentación, mientras siga siendo fructífera, mientras el público responda como lo hizo ayer en la pequeña Sala 3 del Apolo, seguiremos acudiendo nosotros los cronistas, para intentar poner título a lo innombrable.
La banda local Rominger y el alemán Ulrich Schnauss tiñeron la noche y la sala con sonidos complejos, meditados y, aunque bien distintos, procedentes del mismo amor sin complejos por el post-rock instrumental. Cierto es que los primeros sí empuñan instrumentos reales, mientras que el de Kiel, a dos manos, basó todo su repertorio en la electrónica. Rominger son vientos poderosos que atraen el sonido hacia atractivos suroestes musicales, una batería extraordinaria de ritmo vital, imprevisiblemente lógica, y un bajo que se yergue una y otra vez como la columna vertebral de este sonido elegante y cachondo que practican.
¿Pero cómo definirlos? Acid-jazz, para sus momentos más brillantes, pero estaríamos obviando elementos del pop, del rock sinfónico, o del post-rock mismo, que junto a otros, más populares de tierras cálidas, hacen del sonido de esta banda algo difícil de precisar o delimitar, pero tremendamente reconocible. El peso de la electrónica en el estudio se rebaja en escena por la gran capacidad interpretativa de los cuatro, que expresan la carne, y no la piel, de unas composiciones ricas en color, ritmo y hierbabuena. El alemán, sin embargo, hizo lo contrario: llenó la sala de inclemencias y durezas, enseñando el caparazón, poniendo más y más peso sobre las sofisticadas y afiladas columnas que componen su estructura, traducido en kilos de armamento electrónico.
Me dicen que Ulrich viaja solo, que ha venido a Barcelona sin compañía alguna, con toda su parafernalia tecnológica y electrónica a cuestas. Lo montó como si fuera otro técnico más, y sin dirigirse al público para nada, reveló su lado más arisco, en una sesión contundente y ruda, de temas grandes y largos, que sorprendió a más de uno. Schnauss se mostró como un erizo común: sobre todo al principio pareció a la defensiva, como una perfecta unidad autónoma, recogida en sí misma pero puntiaguda hacia fuera. La luminosidad, la paz ambiental, y el rastro shoegaze que se percibe en sus discos sucumbió ante la electrónica de ritmo y pegada que planteó el norteño durante toda la noche, con los casi necesarios momentos de inspiración retro. Es como si a M83 le hubieran metido explosivos en la cama, y todo fuera producto de un sueño extraño.
Frío y calculador uno, cálidos y imperfeccionistas los otros, la noche de ayer en la pequeña salita del Apolo resultó un experimento acertado: sonidos complementarios de inspiración espacial, de delicada y contundente atención por los detalles. Sonidos que, cuando por fin le encuentras nombre, invariablemente cambian, se transforman, dejando solo el perfume vano de una triste etiqueta empapada. Con gente como Rominger o Ulrich Schnauss, está claro, hay que dejar las libretas en casa, y aprender a disfrutar del sabor y color de sus impredecibles cócteles musicales.
También disponible en My Feet In Flames.
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