TWIN SHADOW. Barcelona, 29-10-2012



Cuestión de gustos.

Una de las virtudes que más admiro del arte, y de la música en particular, es la inmensa diversidad de gustos que permiten. Cualquier razonamiento crítico o pretendidamente académico puede quedar desarticulado o invalidado con la simple frase “ya, pero me gusta/ya, pero no me gusta”, en sus dos vertientes aceptadas. Y punto. Porque aunque se agradezca una explicación argumentada, viene a ser como el “porque no” de las madres: categórico, algo que hay que respetar sí o sí, aunque no estemos de acuerdo. Luego lo que hacemos los que tratamos de transmitir objetivamente lo visto u oído en palabras, puede estar en sintonía o no con las opiniones de los demás, aunque en el fondo no deje de ser otra más; argumentada, en el mejor de los casos. 

Digo esto porque en ocasiones reseñamos conciertos donde notamos unanimidad en la valoración que el público asistente hace del mismo, y en otras, constatamos cómo a unos les ha gustado y a otros no. Y el concierto que dio ayer en la sala Apolo Twin Shadow, pertenece al segundo grupo. Aunque no deja de ser algo normal, algo que puede pasar, creo que sucede más, por ejemplo, cuando la banda o el sonido no están del todo cuajados o definidos: cuando parte del público, quizá, espera una cosa, y los demás otra. O cuando unos advierten carencias o insuficiencias, y otros las pasan por alto porque simplemente disfrutan con la música. Creo que las hubo, pero no contradeciré a aquél que se lo haya pasado bien.

El concierto lo organizaba Primavera Sound, tras haberlos traído ya a la edición del festival de hace dos años. Muchos venían a refrescar el buen recuerdo que dejó aquí entonces (yo, por el que me dejó ese mismo verano en el Paredes de Coura), y animados por el atractivo continuista de la fórmula de su segundo Cd, Confess (4AD, 2012). Twin Shadow gira en torno al guitarrista y vocalista dominicano (solo de nacimiento) George Lewis Jr., pero tras el pararrayos mediático que es su frontman, hay un grupo bastante interesante, aunque no peguen demasiado entre ellos. Y el tema funcionaba cuando Lewis interaccionaba bien con alguno o con todos los demás de la banda; cuando no quedaban huecos vacíos entre instrumento e instrumento.

Porque por momentos me pareció que el sonido estaba descompensado, que pesaban demasiado la guitarra, el bajo o la batería, y que en varias ocasiones, sobre todo en algunas de las canciones más destacables (como Slow o Castles In The Snow), la propia voz de Lewis quedaba sepultada por alguno de éstos. Increíblemente, ya que resulta quizá el elemento bandera de Twin Shadow. Cuando se le oyó cantar estuvo bien; y a la guitarra también; pero Andy Bauer, a la batería, estuvo sencillamente alucinante. Creativo, flexible y contundente, a la par que sutil y detallista, su aportación al sonido de la banda en directo solo es comparable a la labor estructural de las paredes de un templo como el Taj Mahal o la Basílica de Santa Sofía de Constantinopla. Más allá del magnetismo y la fotogenia de Lewis, mi concierto estuvo allá atrás.

Así que creo que en cierto modo adolecen de una ligera indefinición básica sobre si son un grupo de verdad, o solo una banda que acompaña a un tío con nombre de grupo. La personalidad de Lewis en el centro del escenario, cometarios y engreimiento a parte, es evidente, pero no me ha convencido como líder que favorece la cohesión de su banda: si los demás dan lo mejor de sí mismo, no parece que sea 100% en beneficio del colectivo. Falta compromiso; o eso me pareció leer entre los renglones mudos del pentagrama.

No obstante, como he dicho al principio, creo que esta no es la única lectura posible de la noche. En general, al margen de meticulosidades que pueden olvidarse con un punteo acertado (que los hubo, y muchos) o un tema bien entonado, resultó un concierto intenso y vistoso. Su dream pop sintético sonó duro y fuerte, resultón para un baile entre la pose pseudo-rapera y el romanticón tipo latino norteamericano (Weeknd es el modelo canadiense, con mejor planta), que tan bien representa este George Lewis Jr., que aunque se permite poner en duda prematuramente la nacionalidad compatriota de un asistente, no tiene ni papa de castellano.

Fotos de Pablo Luna Chao.

Versión de Joan Carles Isern en Alta Fidelidad.

Escucha el setlist del concierto en Spotify.
O míralo aquí!)

DJ SHADOW. Barcelona, 27-10-2012



En la noche, el fin justifica los medios.

El único consuelo que suele quedarnos cuando cambian el horario en octubre, dando carpetazo a todo lo que pueda recordarnos que un día hubo calor, playas abarrotadas y el rico dolce far niente del verano, es que, en verdad, aún no ha llegado el invierno. Pero es la confirmación del otoño: la puñetera lógica energética que hará que despidamos al día, a partir de ahora, y hasta finales de marzo, insoportablemente pronto. Y si además, como pasó ayer, resulta que sí hace una noche auténticamente invernal, el ultimísimo consuelo que puede ya quedarnos es el tener un gran plan (porque siempre es sábado) para sacarle partido a esa miserable hora de noche que ganamos. Por suerte, así era; y en Barcelona nos despedimos del verano como se merece: bailando en una sesión de excepción del mismísimo Josh Davis, más conocido como Dj Shadow.

El productor californiano es una eminencia en lo suyo, y la apuesta de Primavera Sound, como siempre, no podía apuntar más abajo. Pero ha pasado quizás demasiado tiempo desde que Davis pariera el Cd que le dio la vuelta a todo el panorama de la electrónica a mediados de los ’90, como para que alguien sea lo suficientemente iluso para creer que un concierto suyo puede sonar a algo parecido. Desde luego conserva muchas cosas, y por momentos se hizo bastante reconocible su sello durante el set, pero aquella etapa acabó hace años. Entroducing..... (Mo Wax, 1996) quedará como un hito, un referente: un punto de partida que tal vez se olvide cuando el hombre se retire. Pero con un material discográfico en clara recesión, por lo menos en cuanto a interés suscitado, y una mentalidad siempre abierta, innovadora y auto-reciclable, la única finalidad que parece que le queda a la música que crea en directo Dj Shadow es casi 100% el baile.

Entonces podríamos pensar que qué maquiavélico es este músico, porque en verdad el fin justificó los medios. El Dj Set que venía a presentar, 'All Basses Covered', pretendía ser un compendio de géneros musicales, confluyentes en las manos y el estilo de Dj Shadow, y con un nexo de unión: los bajos. De modo que durante más de una hora pinchó el californiano, y por sus platos y aparatos de producción pasaron, en efecto, desde el tance al hip-hop instrumental old-school, tocando muchos de los palos de la electrónica, y acabando incluso con unos minutos de drum'n'bass. Pero todo estaba enfocado al movimiento, al beat roto que evita la monotonía en el baile. Nadie esperaba menos, y el público estuvo efervescente durante toda la noche, excitado, y consciente del privilegio que es tener a uno de los mejores y más afamados Djs del mundo pinchando para ti.

Es difícil valorar musicalmente la ejecución del Set que propuso Davis al margen del efecto motor que obviamente provocó. Tal vez ocurra esto en la mayoría de las sesiones, pero en mi opinión es importante que podamos alcanzar a discernir entre lo que es material musical neto y el efectismo que nos invade en una pista de baile, como fue la sala Apolo anoche, cuando un experimentado Dj quiere enloquecer a su público. En este sentido, el concierto de Dj Shadow tuvo altibajos. Fue de menos a más, y pienso que solo impuso claramente su impronta en la última media hora. Tal vez me lo pareció porque Organ Donor, la única canción original, dejó un aroma clásico en es resto de la sesión; o tal vez fue porque, poco a poco, nos íbamos enterando del leitmotiv en que se basaba su Set.

Lo cierto es que puestos a buscarle coherencia interna al desarrollo que propuso Davis ayer en la sala Apolo, la encontrabas. No obstante, es probable que haya que ser un verdadero amante de la electrónica para entender esos matices, porque aunque formalmente resulte contundente, Dj Shadow es un productor muy sutil; adulto: no hace nada de manera explícita aunque lo parezca. En cualquier caso, su sesión empezó y acabó siendo dura, aunque cambiara la densidad por el ritmo; no mostró excesiva riqueza en el uso de la métrica del beat, y en general, dio la sensación de tener más recursos de los que estaba utilizando (abusó, en ocasiones, de la reiteración del mismo efecto o sonido). Fue siempre punzante, incisivo y directo, aunque por momentos (escasos) también plomizo.

Pero todo disgusto es solo porque de Dj Shadow esperamos, sencillamente, lo mejor. En el fondo, al margen de quién fuera el artista que había detrás del sonido que hacía enloquecer, por momentos, al público de Apolo, lo cierto es que fue una hora y media de música electrónica en directo de altísima envergadura. Aunque muchas veces para entenderlo haya que fijarse en la reacción colectiva. Davis, además, estuvo agradecido, hablador y se notó la dedicación que le estaba poniendo a un Set calculado y bien montado. Por momentos, entendíamos que el mismísimo Dj Shadow estaba ahí, esforzándose de manera sincera y comprometida con la única finalidad importaba en aquel momento: bailar, disfrutar, y olvidarse durante unas horas de que el invierno ha llegado.

Fotos de Pablo Luna Chao.

También disponible en Alta Fidelidad.

RICHARD HAWLEY. Barcelona, 26-10-2012.



No es lo mismo planear que volar.

Richard Hawley está cabreado. No es que se note en su música, que en directo roza la perfección, pero a tenor de comentarios suyos en recientes entrevistas, y de los que hizo anoche en la sala Apolo, sobre todo en relación a las clases pudientes y a su responsabilidad en esta crisis, se diría que ha empuñado la guitarra, ahora más que nunca, para denunciar la injusticia social con mayor furor. Nacido en la minera ciudad de Sheffield en 1967, vivió en primera persona la reconversión industrial y el paro de los ’80 en su país, que tuvo uno de los epicentros más conflictivos precisamente en su ciudad (quién no recuerda Full Monty). Todos le hemos presentado como el gentleman del rock británico, pero en realidad es un contestatario.

Ayer en Barcelona se expresó en esa nueva faceta suya, que le ha llevado, entre otras cosas tal vez más importantes como son el respeto y la devoción del público, a ser candidato al prestigioso Mercury Music Prize británico. Porque Standing At The Sky’s Edge (Parlophone, 2012) ha marcado realmente un punto de inflexión en la carrera de Hawley. Al margen del reconocimiento, su sonido ha ganado en fibra y corpulencia, al tiempo que ha abandonado, en gran medida, su característica entonación crooner: solo en la voz, en esa cavernosa y cautivadora voz que resuena en su propio cuello, se mantiene el imprinting de cantautor a lo Dean Martin. Bueno, y en su aspecto: porque Richard Hawley es un macarra de la vieja escuela, de la de los ’50-’60.

Con chupa lisa de cuero, abrochada casi hasta arriba, tejanos oscuros, botas de piel negra, los restos bien conservados de lo que en su día pudo ser un lustroso tupé, gafas de pasta y un pendiente muy brit en la oreja izquierda, se presentó ayer noche el ex de Pulp ante una abarrotada y satisfecha sala Apolo, en un concierto impecable organizado por la promotora Live Nation. Y a parte de combativo, estuvo hablador, gracioso y enérgico; y todo ello se notó en su música, además del tremendo amor que le pone en su ejecución. Porque Hawley es de esos tipos que, habiendo tratado siempre a la música como si ésta fuera su reina, ahora reciben de ella la gratitud que merecen sin tan siquiera tener que pedirlo. Por eso, quizás, ha despuntado su figura justo ahora: solo porque él lo ha querido así.

Oyéndole en directo mezclar, por ejemplo, Soldier On, logrando que solo el aire acondicionado perturbase el silencio, con Leave Your Body Behind You, paradigma de su nuevo sonido, entendemos que hasta ahora solo ha estado agazapado: que aunque siempre haya dicho lo mismo, tal vez ahora lo está gritando. Para eso se rodea de una banda que le da verdadera consistencia y vertebración, y no el simple arropo de temas como la vieja Hotel Room. Ésta fue interpretada en tercer lugar, tras abrir el concierto con la stoner Standing At The Sky’s Edge y Don’t Stare At The Sun, quedando patente que todo el abanico del de Sheffield se abriría sin complejo alguno, para regocijo del variado público barcelonés. Tocó casi entero su último trabajo, intercalándolo en el bloque central con temas del Truelove’s Gutter (Mute, 2009), haciéndonos flotar a todos.

Entre Remorse Code, una baladaza de diez minutos de su penúltimo Cd, el planeo pre-psicodélico de Time Will Bring You Winter y el encarado guitarreo de Down In The Woods, nos debimos acercar a la experiencia del austriaco ese que ha saltado desde la estratosfera, pero a la inversa. Porque no es lo mismo planear que volar. En esa tríada final, Hawley desvela toda su evolución reciente: del crooner flotante y resguardado tras la pose, al aguerrido guitarrista de cuero, comprometido y cañero; rebosante de materia, de platos y bombos en la batería, y de resonancia en las cuerdas vocales graves. Pero como a pesar de todo sigue siendo un tío galante y nostálgico, volvió en los bises para cerrar con su versión más clásica: Lady Solitude y The Ocean.

El de ayer era el último concierto de una gira británica y europea que empezó a mediados de septiembre. Tal vez, si se cumplen los pronósticos y gana el Mercury, esta sea la última gira no del todo multitudinaria que haga Richard Hawley. Al tiempo. Creí entender que dijo que cuando esté en Sheffield, dentro de una semana, paseando al perro bajo la incesante lluvia, se acordará del público de anoche; y de sus caras, y de la felicidad que emanaban (esto lo pienso yo). Es posible, pero lo que no pongo en duda es el hecho de que la gente que, en efecto, acudió ayer a la sala Apolo, no olvidará en semanas lo que allí aconteció. Incluso las teloneras estuvieron a la altura: el dúo acústico femenino Smoke Fairies nos deleitó durante la espera con un folk suave al estilo de Mazzy Star, dando comienzo a una velada que resultó completamente redonda. 

Fotos de Pablo Luna Chao.

También disponible en Alta Fidelidad.

MUMFORD AND SONS (Babel, 2012)



Los banjos al poder.

Puede que los que hayan visto Deliverance (John Boorman, 1972) me entiendan. Yo me crié escuchando en cada viaje, en el coche de mi padre, el famoso Dueling Banjos de Arthur 'Guitar Boogie' Smith que aparece en el filme; así que tal vez no sea del todo imparcial al reseñar este segundo álbum de Mumford and Sons, Babel (Island, 2012), ya que el sonido del banjo me transporta a lugares especiales de mi memoria. Y no precisamente a las pantanosas riberas de la cuenca central y sur del Mississippi, de donde es originario el folk que practica esta banda del oeste de Londres. Porque el mundo global de nuestros días permite eso, entre otras cosas no tan enriquecedoras: que el folklore personal de cada uno pueda componerse de piezas de variada procedencia cultural; demostrando que el arte y la cultura no entienden de nacionalismos ni patrimonios de mira estrecha y horizonte corto.

Ben Lovett (voces, teclado, acordeón, batería), Winston Marshall (voces, banjo, dobro), y Ted Dwane (voces, contrabajo, batería, guitarra) no son hijos de Marcus Mumford (voz principal, guitarra, batería, mandolina), pero pensaron que el nombre, a modo de antigua empresa familiar, pegaba con la filosofía del grupo. Mumford ya se había dado a conocer entre la comunidad folk del oeste de Londres, haciendo de batería para Laura Marling en su inicios (2006-8); y fue precisamente a través del mánager de ésta, Adam Tudhope, como se puso en marcha el proyecto de Mumford and Sons. Sin embargo, antes de firmar con Island Records (filial de Universal), y de tener a Markus Dravs (que había trabajado recientemente con Björk, Coldplay o Arcade Fire) de productor para su álbum de debut, el cuarteto se lo curró girando por media Inglaterra, madurando su sonido, y editando algún que otro Ep. 

En octubre de 2009 vio por fin la luz Sigh No More (Island, 2009), pero la impresinante extensión de su popularidad vendría generada más adelante, desde principios de 2011, cuando actuaron en la ceremonia de los Grammy. Pese a no ganar ninguna de las dos nominaciones (Mejor Artista Nuevo y Mejor Canción de Rock, por Little Lion Man), interpretaron el single The Cave, y compartieron escenario con The Avett Brothers y con el mismísimo Bob Dylan, con quienes tocaron Maggie's Farm. Dylan declaró, además, que Mumford and Sons era una de sus bandas favoritas del momento. Así es como han conseguido ser el primer grupo británico, desde Coldplay, que vende más de un millón de discos en EEUU; aunque aquellos no lo hicieron con su primer trabajo. Pero lo que es indudable es que una banda de estas características, hace 10 o 15 años, no habría funcionado como ahora.

Vivimos el boom de un fenómeno que solemos denominar como neo-folk, una suerte de revisión de las formas musicales tradicionales, modernizadas y revalorizadas, y manteniendo una estricta fidelidad con el espíritu ancestral; un fenómeno que, en otros estilos, no forzosamente cercanos geográficamente, ha propiciado también el nacimiento y éxito de bandas como Fleet Foxes, The Black Keys, Beirut, Iron and Wine, Kings Of Leon, The Tallest Man On The Earth (en plan solitario), M. Ward, Siskiyou, The Decemberists, los mismos Calexico, o aquí en la península, Manel o Los Evangelistas, por poner algunos ejemplos. Aunque referentes a dos mundos tan alejados como son la vieja Louissiana y los bosques húmedos y frondosos de la costa del Pacífico norte, y pese a una evidente diferencia en la tendencia estilística de fondo, el paralelismo con Fleet Foxes es evidente: el mismo halo de expectativa envolvió el lanzamiento del segundo trabajo de éstos últimos, Helplessness Blues (Sub Pop, 2011) el año pasado, como el que ha acompañado durante 2012 toda información sobre el Babel de Mumford and Sons, la esperada confirmación de su supuesta excelencia (por mucho que le moleste a Ben Lovett).

Más que un disco continuista, considero que Babel es incluso un paso hacia atrás en la naturaleza del sonido de Mumford and Sons y su evolución. Diría que por una parte, la instrumental, se acercan más a la ortodoxia del country, y por otra, al pop posmoderno, en la estructura y en la abierta narración melódica. Pese a resultar un disco abundante, demuestran una pizca menos de capacidad compositiva y de versatilidad y relieve morfológicos. Casi me pegaría más éste como su disco de debut, y Sigh No More una leve apertura de su sonido; o tal vez es que siguen escarbando en las raíces, asidos al cabo comercial del aire liberal de las formas del pop. En cualquier, caso está clara la apuesta de Mumford and Sons: reforzar el atractivo efecto de su sonido acústico, apoyado más que nunca en el banjo, las guitarras circulares y un ritmo cabalgante; y valerse de estructuras más directas, que facilitan la creación de la atmósfera de épica, leyenda y pasión, en desarrollos que van siempre hacia arriba.

En ese sentido, las canciones del Babel resultan algo parecidas entre sí: da igual cómo empiezan, porque siempre acaban con el cambio de tono de la voz de Mumford en el último estribillo, con arreglos de viento y una aceleración de intensidad, más que de ritmo, que haría que hasta el más escéptico del plantea creyera en algo grandioso por un momento. Así funcionan, al menos, Lover Of The Light, Whispers In The Dark, I Will Wait, Holland Road, Lover's Eyes, Broken Crown, Below My Feet...incluso Ghost That We Knew, desde un plano más lento y acústico, donde se oye el movimiento y el latir de los dedos. No es de extrañar, por tanto, que incluyeran una versión de The Boxer, de Simon and Gartfunkel, que tan bien se adapta a esa estructura. Estribillos gloriosos en un énfasis ensalzado de vitalidad y sensación de libertad perfilada en el horizonte de poniente.

Pero nada de esto impide que el Babel sea un gran disco: Mumford and Sons tienen argumentos de sobra para repetir fórmula y seguir extasiando a público y crítica. No solo por su virtuosismo instrumental (todos se intercambian todo en directo), o por el impagable acento de liderazgo justiciero de la voz de Mumford: los apoyos corales, la autenticidad de su entusiasmo rítmico, el respeto por la tradición literaria anglosajona reflejado en sus letras y la pureza de los orígenes culturales a los que hacen constante homenaje son algunos de los otros elementos que hacen grandes a esta banda. Y todos están presentes en este Babel que tanto va a dar que hablar, pese a que en otros aspectos haya ciertas limitaciones. Imprescindibles, por otra parte, en directo: en verano, en el Optimus Alive, fueron de lo mejorcito.

También disponible en Alta Fidelidad.


ABSYNTHE MINDED



En las pelis siempre dicen, con razón: '¡sé tú mismo!'

En el verano de 2006 me fui con unos amigos hasta Bélgica para ver en directo a Tool, Mogwai, Sigur Rós, Muse, Placebo, y a Depeche Mode, entre otros, que se reunían en el Rock Werchter. Nos propusimos, como cualquier pandilla de novatos, escuchar todos los grupos del cartel antes de ir, y obviamente, empezamos por la A. Así que ni siquiera conocí a Absynthe Minded por haber ido a su país a escuchar música, sino por una mera coincidencia de nomenclatura. Como es lógico, no pasamos de la B, y por supuesto tampoco vimos todo lo que nos habíamos propuesto: al fin y al cabo, era un festival. Pero al menos conocimos al grupo local más prometedor de aquel entonces, y tuvimos la oportunidad de verlos en directo en uno de sus primeros grandes momentos como banda. Tras haber editado dos Cds, parecía que se preparaban para su expansión por Europa, pero al final ésta siempre se ha pospuesto; tal vez hasta ahora.

Porque Absynthe Minded han seguido trabajando duro su sonido desde entonces, madurándolo, aunque siempre haya sido adulto y muy serio, y curándolo en su propio estilo con elegancia y complacencia. Con un primer Cd, Acquired Taste (Keremos, 2004), sorprendente, juguetón, fresco y ecléctico; una canción, My Heroics, Part 1 (del segundo Cd, New Day [Keremos, 2005]), nombrada por los oyentes de una cadena de radio como la mejor canción belga de la década; y un cuarto Cd, Absynthe Minded (AZ  [Universal], 2009) que arrasó en los Premios de la Industria Musical Belga de 2011, los de Gante ya debería haber rebasado las fronteras de Europa o, por lo menos, haberla conquistado sin contestación alguna. La ofensiva definitiva ha de ser As It Ever Was (AZ [Universal], 2012), su quinto disco, editado en mayo, y la consecuente gira de presentación que llevan en proceso prácticamente desde entonces.

La banda gira en torno a Bert Ostyn, a su voz aterciopelada y vital; al sonido acústico de su guitarra, del violín de  Renaud Ghilbert y del contrabajo de Sergej Van Bouwel; al acento elegante, clásico y de buena educación que le otorgan éstos, junto con el hammond de Jan Duthoy; y a la batería, ya siempre en clave pop-rockera, de Jakob Nachtergaele. Todo esto da como resultado un sonido amable y característico, con sello propio, que aunque se haya movido hasta hace poco por los circuitos del panorama independiente, no tiene nada de alternativo. Todo lo contrario: Absynthe Minded logra esa tonalidad neutra, en paz con el mundo que les rodea, propia del mejor pop-rock anglosajón de tendencia folk. Con una personalidad musical cada vez más depurada y definida, reclaman su lugar entre los legítimos herederos de los años ’60 y ’70, junto a bandas como The Wallflowers, la Dave Matthew’s Band o The Shins.

Lo hacen mediante un disco, As It Ever Was, que mantiene la fórmula, y que contiene ya pasajes o fraseos que solo pueden sonar a ellos mismos: como por ejemplo el estribillo de You Will Be Mine, o la espectacular Crosses, con el as en la manga del violín, en clave gipsy, a máxima potencia. En general es un muy buen disco, con una producción (en la que ha colaborado Adam Samuels) y una riqueza y elección de ritmos y sonidos impecables. Pese a abrirse con el que ha sido su primer single, Space, una destacada y fuerte balada con la que combatir la amargura, el disco no resulta en absoluto un descenso.

La vitalidad y el ritmo de As It Ever Was, canción que da título al álbum, la sensación de libertad que otorga How Short A Time, reforzada por teclado y guitarras acuosas y acústicas, el sorprendente final de la popera Fighting Against Time, y el extravagante intento de electrónica (con octopad incluido) de Little Rascall, sostienen la primera mitad del Cd. Pero si por algo destaca este As It Ever Was es porque por fin, como decía antes, empiezan a sonar a ellos mismos; y las mejores muestras de ello se hallan en la segunda mitad del disco. A parte de las ya mencionadas, Only Skin Deep, con el delicioso planear del violín, o 24 7, de aliento ascendente, tienen el inconfundible aroma de Absynthe Minded, con melodías y frases musicales solo concebibles a lomos de la voz de Ostyn.

Pero el mundo de la música a veces es injusto con grandes artistas y gente trabajadora, humilde y con modales (musicales y generales). Así que tal vez no sea tampoco con este quinto Cd con el que Absynthe Minded se popularicen como merecen. No obstante, han marcado un punto de inflexión en su carrera, que hará que si no despegan definitivamente, se haga oficial su entrada en la lista de célebres desconocidos, de joyas que pasan inadvertidas por el gran público. El mes que viene tocan en Barcelona: un bonito reencuentro para algunos, y la oportunidad, para otros, de conocer a uno de los fenómenos más interesantes y populares de Bélgica, pero, sobre todo, para hacerles justicia y escuchar música de la buena.

También disponible en Alta Fidelidad.


MANU CHAO. l'Hospitalet, 11-10-2012



El esperanto musical.

Me alegra comprobar que aún no soy lo demasiado adulto, ni estoy demasiado atrapado en la rutina y el apolillamiento como para rechazar una invitación para un concierto clandestino, camuflado e inesperado de Manu Chao en l'Hospitalet del Llobregat. Porque hay que dejar espacio en la vida para lo imprevisto. Pero por otra parte también he podido comprobar, atónito, que con 51 años en sus huesos, sigue teniendo más aguante y más fuelle que yo. Se presentó como suele hacer habitualmente en Barcelona: con otro nombre (Atomik Pardalets), sin publicidad de ningún tipo, con unas entradas baratas que se venden casi exclusivamente en el bar Mariachi, pero eso sí, con toneladas y toneladas de energía. 

Consecuente con un estilo que practica desde hace más de un cuarto de siglo, Manu Chao llenó la sala Salamandra con gente de todo tipo, y repasó, en el caos de una noche de fiesta sin principio ni final, una carrera que, aunque parezca haber frenado un poco, ha dejado huella en millones de personas de los cinco continentes. Anunciado para las 21h, debió empezar hacia las 22,30, pero cuando a la 1am nos marchamos de allí, no tengo la certeza de que aquello hubiera acabado. En un infinito derroche de fuerza, entrega, y de repetición y dilatación de sus grandes clásicos hasta convertirlos en una interminable pista de punk-rock rumbero, el franco-gallego-vasco (y catalán de adopción) se despedía y volvía una y otra vez, interpretando y reenganchando temas de nuevo, como si toda su carrera fuera una inmensa canción de más de tres horas, y como si cada minuto fuera a ser el último. 

Poco importó si ésta la tocó, o si aquella ya había sonado antes: porque Manu Chao, a parte de un puñado de canciones que conquistaron medio mundo en la década pasada, es un músico de filosofía y sentimiento, más que de hits y canciones bandera, que aunque también las tiene, se diluyen en una marejada catártica continuada que, como si fuera una bola de nieve bajando la ladera de una montaña a toda caña, siempre acaba en el tipo de rock mestizo que hacía con su hermano a finales de los '80 en Francia con Mano Negra

Pero Manu Chao evolucionó desde aquella época; viajó, se mezcló, aprendió músicas y culturas de todas partes, y se convirtió en algo más que un músico y líder de un movimiento socio-musical (aunque nunca asumiera el rol público y publicitario) de apertura al mestizaje: es, de alguna manera, el creador de una especie de esperanto musical en el que tiene cabida casi cualquier expresión cultural sonora, estilo tradicional o tendencia musical del mundo sincrético. Desde unas partituras simplistas, sinceras y casi dadaístas, su música siempre ha aceptado la adopción de formas que van desde el rock y el punk más sucio hasta la rumba y el son de Jalisco, pasando por variantes del ska y del raggae, y a veces incluso todo mezclado. Un ejemplo de la verdadera integración cultural, que aunque siempre es bueno tener en cuenta, lo es más en días  como hoy, en los que aún se celebra nuestra desastrosa llegada a América. 

Ni siquiera tiene excesivo protagonismo a nivel musical en el escenario: se dedica a tocar una guitarra, flanqueda por bajo, eléctrica y batería, que parece más bien anecdótica, mientras en verdad asume el papel de carismático rey de ceremonia, saltando, animando y agarrando la música por los cuernos, como si en ese momento fuera el hombre más feliz de la tierra. Comprometido siempre con causas que lo merecen, parece como si utilizara su magnético tirón para montar espectáculos de esta índole de vez en cuando, disfrutando con ello, para recaudar algo de dinero para luchar contra ésta o aquella injusticia: ayer, los 10$ que costaba la entrada se destinaban a la causa saharaui. No obstante, resulta curioso que aún alejado de los circuitos comerciales, ni siquiera le hace falta su nombre para mover lo que mueve, lo cual resulta admirable. 

Después de casi tres horas, y sin la certeza absoluta de que no siguen aún ahora tocando en la Salamandra, se puede decir que el concierto se había transformado en una especie de sesión del espíritu de Mano Negra, aderezada por la aparición de varios colaboradores eventuales, uno de ellos portugués y otro chileno. Con sus músicos de siempre, amigos de toda la vida, y la sintonía exaltada de Radio Bemba a todo trapo, Manu Chao parecía resistirse al cansancio, y fue el público el que empezó a marcharse de manera escalonada. El sábado repite en la misma sala, con el mismo nombre de camuflaje, y con las entradas agotadas ya desde hace días. No repetiría, sobre todo sabiéndolo de antemano, pero ¡qué bien sienta de vez en cuando dejarse contagiar por las vibraciones de Manu Chao! Sobre todo si hasta tres horas antes no tenías ni idea de que eso podía pasar...

Fotos de Pablo Luna Chao.

También disponible en Alta Fidelidad. 

CUCHILLO. Barcelona, 10-10-2012.



Contemplando a Cuchillo.

La última vez que vimos a Cuchillo en su casa, en Barcelona, les daba en la cara un potente sol de junio, casi completamente horizontal, que bañaba de luz una plaza del Poble Espanyol que más tarde, ya bajo las estrellas, albergaría a Beth Gibbons y a los Portishead. En aquella ocasión, la tremenda expectación por los de Bristol nubló a los elegidos locales, que presentaron tímidamente parte de su recién estrenado segundo Lp, Encanto (Limbo Starr, 2012), ante el escaso y distraído público que iba llegando. Pero ayer, tras regresar de una breve gira por Noruega, Estados Unidos y Méjico, volvían a una sala de la condal, esta vez para ser los únicos protagonistas. Así, dentro del Budweiser Live Circuit, y gracias a la colaboración con éstos de la sala Music Hall y del sello Limbo Starr, los Cuchillo abrieron su mini-gira por la península con un discreto concierto. El 19 estarán en Girona, el 20 en Valencia y el 25 en Madrid.

Está claro que una sala pequeña es el hábitat climatizado para que la fórmula de Cuchillo funcione en su máxima potencialidad. Recuerdo haberla presenciado, en los Veranos de la Villa de 2011, cuando tocaron en el perfecto auditorio del Conde Duque. Pero ayer, pese a que todos los astros se alineaban en el cielo, creo que no vimos la mejor versión de este interesante y prometedor dúo reconvertido a trío. No faltó calidad, ni las finas y delicadas salpicaduras decorativas habituales: arreglos de flauta, teclado, y hasta saxo; ni faltó el juego de intensidad y dilatación, de concreción y dispersión que surge de un setlist bien orquestado. Quizá, exigiéndoles tal vez demasiado pronto un paso hacia el frente, necesitan un punto más de efectismo: les falta pisar más fuerte, gritar más alto, y sacarle más partido a las virtudes que saben que tienen.

Porque el atractivo de Cuchillo no ha de limitarse solo a su gran capacidad de ambientación. En su dispersión armónica y de intención cinemática, más presente en su segundo Cd, optan por unos desarrollos más bien paisajísticos; pero en realidad, supongo que todos queremos recordar y evocar los caminos que hemos recorrido en la vida, o en un momento dado, y no solo acordarse de un simple y vago paisaje, más o menos cambiante. El verdadero carácter del trío, en mi opinión, lo encontraremos entre las progresiones fatalistas (y hasta toolianas) del Duat (Limbo Starr, 2010), y el enganche de su melódica soleada, presente en su álbum de debut, Cuchillo (Sinnamon, 2008). Ayer en la Music Hall intercalaron lo viejo entre lo nuevo, pero todo sonó un poco como cuando nos dejamos llevar, y simplemente miramos por la ventanilla del pasajero.

Solo cuando enlazaron Sombra y Mar, Come With Me y Breathing Again, al poco rato de haber comenzado, y con La Hierba, ya a modo de cierre, marcaron realmente territorio en un escenario, y ante un público, que no les debió suponer un reto especialmente complejo. No es que el Encanto tenga un sonido débil, pero es más frío y estático, por lo que las piernas flaquearon cuando abandonaron aquel tono fronterizo y tan desafiante, de corte desértico, serpenteante y tostado, propio de su trabajo pasado; y eso fue la mayor parte del concierto. La dulzura y la armónica conjunción de instrumentos fueron las notas dominantes, pero no son suficientes si en verdad lo que se quiere es apostar, arriesgar y destacar.

En cualquier caso, la proyección de Cuchillo está fuera de toda duda: con una propuesta diferente dentro del panorama indie de nuestro país, estos chicos gozan de un amplio margen, ya no de mejora, sino de evolución. Da la sensación de que aún andan removiendo ingredientes, sentimientos y músicas bien diversas en sus interiores, como quien gesta tempestades para luego engendrar un algo grandioso y definitivo. Pero mientras eso no termina de ocurrir, nos seguiremos contentando con asistir a conciertos de atmósfera contemplativa y distendida como el de ayer, donde llegaron incluso a versionar a capella a David Crosby.

Israel Marco a la guitarra, Dani Domínguez a la batería y Henrik Argen con guitarra y tecalado conforman ahora mismo Cuchillo, pero contaron ayer con la colaboración de Rhys Pyefinch al saxo, en Navega y en La Hierba, acabando el recital con una pequeña apoteosis instrumental. Un concierto que tuvo momentos de especial interés acústico, sobre todo cuando Marco empuñó una guitarra viejísima, de los ’60, Domínguez un udu (instrumento esférico de percusión africano), y Agren una enigmática caja de madera para interpretar, de manera absolutamente desnuda, Algo Mejor.

En poco más de una hora, tal vez cansados, y desde luego no al 100%, los Cuchillo finiquitaron un recital que, pese a todo, resultó compacto y bastante sólido: con un sonido sin perfiles ni perímetros fijos, la personalidad de este trío sueco-barcelonés reside en la construcción de un lenguaje de modales aseados y cuidadas descripciones ambientales. Y desde luego, esa es la mejor base para edificar un proyecto que, en mi opinión, ha de destacar en el panorama musical nacional. 

Fotos de Pablo Luna Chao.


También disponible en Alta Fidelidad

CALEXICO (Algiers, 2012)


Volver a casa.

Las ceremonias cambian. Antes, cuando comprábamos un Cd que acababa de salir, llegábamos a casa como con prisa, nos encerrábamos en la habitación, y, lentamente, tirábamos de esa cintita de plástico que nunca cumplía del todo bien su función de apertura-fácil, y se rompía. Entonces arrancábamos nerviosos todo el envoltorio de plástico, y sin siquiera tirarlo a la papelera (por aquél entonces casi nadie reciclaba), abríamos extasiados el recipiente de aquel preciado tesoro que era un Cd nuevo, original, por estrenar. Lo metíamos en el reproductor típico de la época, y le dábamos al play con el nerviosismo de quien entra en un examen que no se sabe muy bien. Ahora leemos en alguna red social que fulanito ha sacado (o incluso que va a sacar) disco, copiamos su nombre a golpe de ratón, lo ponemos en google, y al cabo de un rato ya podemos oírlo, en medio de una montaña de otros grupos a los que accedemos casi sin restricción alguna. Cuando hace unas semanas hice esto mismo con el Algiers (ANTI-, 2012) de Calexico, añoré de veras aquellas épocas ceremoniosas que ya nunca volverán (hasta que me pase al vinilo).

Porque Joey Burns y John Convertino, al margen de un par de bandas sonoras (Circo y The Guard), llevaban 4 años sin publicar nada nuevo, y eso es mucho tiempo; tanto, que merecería aquella ceremonia. Con este son ya 7 discos los que los contemplan, a parte de la extensa carrera que desarrollaron previamente en Giant Sand, desde mediados de los '80. Calexico no ha sido nunca una banda paralela: ha desarrollado un estilo y un sonido propios desde el principio, desde su primer álbum, Spoke (producido por el sello alemán Hausemusik en 1996, cuando de hecho aún se llamaban así, Spoke, y reeditado con el sello Quarterstick Records al año siguiente, cuando ya eran Calexico). Un estilo a medio camino entre el pop-rock indie del suroeste de los EEUU y el folk alternativo del norte de Méjico, de estética fronteriza y cinemática, pero con bastante más garbo que el spaghetti western. De gran carga emotiva, cada Cd de Calexico es una obra aparte, donde coquetean con géneros y tendencias dispares, pero remarcando siempre el de dónde son a fuego, como la marca de propiedad en la piel curtida de las reses.

Algiers responde perfectamente a la línea general del trabajo de la banda. Tal vez no sea el mejor, ni el más arriesgado, ni el más característico de sus Cds, pero transmite esa cálida y reconfortante sensación que se siente al volver a casa y comprobar que las cosas no han cambiado casi nada. En este caso, la casa de Calexico es el desierto de Sonora, el Bosque Petrificado y el Río Pecos: un terreno baldío bajo el sol y sobre el polvo del recuerdo de unos antepasados que no supieron nada de naciones o fronteras, pero que dejaron huella en lo cultural. Porque lo que siempre ha hecho esta banda es lo que ahora se alaba de otras como Fleet Foxes o Mumford and Sons: rescatar las raíces musicales de la propia tierra y darle vida mediante su reconceptualización. Nos hacen así partícipes de su propia cultura identitaria mestiza.

Da la sensación, en cualquier caso, de que la voluntad de exploración ha acabado en Calexico. Al menos en un sentido extrospectivo, o en relación a otras músicas no directamente emparentadas con sus genes. La experimentación ahora gira más sutilmente en torno a su propio universo, adentrándose más a un lado (No Te Vayas, Puerto y, en menor medida, Algiers) y a otro de la frontera. En cierto modo, parece la reflexión, introspectiva y cansada, de quien observa el fin de un camino, o de una separación, desde el borde del mar, donde el rumor eterno apacigua la tristeza, cicatriza las heridas y otorga calma y perspectiva a nuestras almas. Hay en Algiers un punto de fuga y de huida (sobre todo en Fortune Teller) que se adentra en el océano, hacia el oeste, hacia el ocaso, emocionante e intenso: muy de Calexico. Pero aunque la sombra que creen, en su incansable caminar (parece que hacia Comala), siguen entornando los ojos, pues se hallan bajo el mismo sol justiciero de siempre.

Algiers se mueve entre el típico medio-tempo de Calexico, un galope de poncho y arrastre, y la canción lenta, al fuego de la sedosa e invariable voz de Burns, con un ligero anestesiamiento progresivo, a la vez que también se permiten los pocos juegos con el verdadero son de Jalisco. Como siempre, los de Tucson logran narrar un relato de viajes casi al completo: describiendo la peregrinación por el desierto, la expiación a través de la música. Desde Epic a The Vanishing Mind, perdiendo fuerzas, pero ganando experiencia y sosegada sabiduría. Como la de los chamanes que se quedan ciegos. La primera, y Splitter, rebosan energía: de turbada decisión la que abre el Cd, como quien repite el mismo sacrificio, con oficio, una vez más; y de honrado entusiasmo la segunda, rozando el tipo de melodía más abierta y popera de la banda, cercana al Garden Ruin (Quarterstick Records, 2006).

Pero rápidamente llegamos al hueso del Cd, a la médula rítmica y al tono legendario, pero cubierto, que marca el destino de aquel viaje del que hablaba antes. Sinner In The Sea, con la acústica bien afilada, los punteos al atardecer, las trompetas en el eco, batería de palo y bajo pisando el suelo de fuego a tímidos saltos, se rompe a los dos minutos a base de piano y teclado, en un oscuro reflejo del caminante que, solitario, se acaba enfrentando en un narcótico descenso consigo mismo: nuestro único verdadero enemigo. Parece la primera noche del viaje; y Fortune Teller la primera mañana de después: cuando más claro se ve el horizonte, el punto de fuga. Guitarra, batería, y la voz de Burns ululando como el viento recio del alba, que nos empuja, en silencio, a seguir adelante. Pero el camino no es fácil, y la majestuosa aunque funesta Para, nos lo recuerda. Con arreglos de buen cine, con trompetas y violines que suben cuando hay que apretar el corazón, se presenta como la premonición de una desgracia que sobrevuela.

Algiers, el tema que le da nombre al Cd, y que es su epicentro, es una sonata instrumental, apoyada en acordeón, batería de feria ambulante, y en una guitarra que parece salida de una plaza cualquiera de toros de un desierto inanimado. Si concebimos el Cd como una travesía hacia el océano, hacia la salida, trazada justo sobre la frontera, con etapas en un lado y etapas en el otro, Algiers sería el funambulismo de intentar estar a la vez en uno y en otros, y también a la vez, en ninguno de ellos. Y Maybe Monday, en ese sentido, es la etapa en Arizona, pero con la amarga nostalgia de Méjico. Porque Calexico representa también esa cruel ambivalencia del sincretismo, que te hace sentir dividido en dos; la brecha del emigrante, de quien tiene una clara división en sus recuerdos y sus ancestros. Por eso se busca el consuelo del mar, porque siempre hay algo amado en la otra orilla.

Puerto, con su bilingüismo, letrístico e instrumental, parece entonces el inestable equilibrio de la fórmula mestiza, como en los mejores tiempos de Amparanoia, recordándonos que los genes castellanos se hallan por doquier. Con el ritmo más acelerado del Cd, es un tema de duelo bajo el sol del mediodía. A partir de ahí, en el último tercio del Cd, parece como si se hubiera perdido ese duelo, y la rendición, en lugar de ser amarga, fuera como una liberación. Better And Better es solo una voz, dos guitarras hermanadas, y una batería de pulso lento y tranquilo. Se vislumbra el final, y la claridad más allá del horizonte. No Te Vayas es la despedida definitiva de Méjico, y solo queda sentarse a la orilla y mirar el mar.

Hush y The Vanishing Mind son el destino que se respiraba en el disco desde que empezó el viaje. Se impone el ritmo lento, la fijación de las guitarras, la claridad de la voz de Burns, que respira en cada bocanada, y esos arreglos sutiles que van creciendo en ambas, y que otorgan la fotografía de fondo de la película que nos han planeado, y que nos plantean siempre en cada disco. Algiers en seguida resulta familiar y cercano, porque son enteramente reconocibles y fieles a sí mismos. Cuidado hasta el mínimo detalle, es un trabajo hecho con cariño, que suena más a despedida que a llegada. O tal vez, no es más que el eterno y cíclico volver a casa.