THE BLACK KEYS



La eterna reproducción.

Lo han vuelto a hacer. The Black Keys no fallan. Cuando todo el pescado parecía vendido en 2011, en diciembre, y casi sin tiempo para degustarlo antes de Navidad, este dúo guitarra-batería reventó la lista de lo mejor del año. Pero claro, de esta manera no podemos decir que la banda haya caracterizado el año que recientemente hemos despedido: PJ Harvey y Bon Iver, en cambio, sí lo han hecho porque sus discos, editados el 11 de febrero y el 21 de junio respectivamente, han caminado, majestuosos, a lo largo y ancho de todo 2011. Polly Jean y Justin Vernon han sido, con todos los honores y la legitimidad, la reina y el rey del año pasado. Sin embargo, EL CAMINO de The Black Keys es, irónica y curiosamente, 2012.

Dan Auerbach y Patrick Carney son The Black Keys, una banda de blues-rock y rock garage que nació en 2001 en Akron, Ohio, y que están partiendo cada vez más la pana. Y no es que al principio no fuesen buenos y hayan ido mejorando, es que al principio ya eran la reostia, y aún así cada disco suyo es como una enorme zancada hacia adelante. The Big Come Up (2002), su primer Cd, sonaba tan americano que hasta parecía que ayer mismo era 1970, y que Jimi Hendrix seguía vivo. A partir de ahí, con el paso firme de 7 discos en apenas 9 años, han dejado evolucionar su propia música; la han escuchado, como nunca un creador omnipotente había escuchado antes a su obra viva; la han dejado desarrollarse de forma natural, sin forzar una sola nota, sin imposición alguna. Y el resultado es que hoy en día hacen una música limada, pulida y poderosa: The Black Keys son un monumento musical reconocible desde el espacio, pero además, su sonido tiene ese halo de libertad y magia creativa que muy pocos tienen. Porque se nota cuando alguien está contento con lo que hace, cuando sus manos son un manantial de creación, un torrente puro y directo desde sus entrañas, y cuando su música es la perfecta traducción de un eterno proceso interior. Y se nota también cuando fluye todo eso entre dos o más personas: en este caso entre la voz y la guitarra de Auerbach y la batería de Carney.


Diría que el secreto de esta gente radica en que hacen exactamente la música que quieren, que se sienten muy cómodos dejando que sea ella quien fluya sola. Quizás, la imagen más real sea la de una música libre y seria, responsable a la vez que salvaje, que utiliza a un par de señores y a sus instrumentos, para existir y exhibirse ante un público atónito. O Auerbach y Caney son unos títeres controlados por una fuerza musical viva y autónoma que camufla así su extraordinaria e incorpórea existencia física, o es que realmente estos tíos son muy buenos. Otra imagen que nos valdría, aunque quizá menos fantasiosa y fiel, es la de un colosal caballo de carreras (que sería la música), que es guiado y levemente domado por un experto aunque minúsculo jockey (los dos músicos) que logran, mediante la correcta administración de la gigantesca fuerza animal y natural de la bestia, sacar de ella lo mejor en cada segundo de la carrera. Realmente pienso que en este equipo de dos, manda un tercero: el sonido. 

EL CAMINO es un disco que rezuma calidad como si se hubieran dejado el grifo abierto. No concede la más mínima tregua: cada una de sus canciones plantea el mismo paisaje de orgullo, de perfecta y engreída autosuficiencia; son chutes de elegante y educada desproporción energética: una detrás de otra, sin excepciones, son el empujón que necesitamos para creérnoslo, para infundirnos autoestima. Casi no puedo distinguir qué canciones me gustan más. Porque otro de los secreto de la banda, y de este disco, reside en la alucinante capacidad que tienen para otorgarle una coherencia interna, casi irrompible, a cada uno de sus álbumes. Entre ellos sí se diferencian bien, pero hacen de cada disco un universo cerrado que funciona bajo los mismos axiomas musicales, y del que es imposible individualizar parcelas; pese a que en absoluto resultan reiterativos o limitados. Realmente parecen compuestos de una tacada, fruto de un discurso tremendamente íntegro. Los temas se yuxtaponen de manera absolutamente natural, y eso hace prácticamente imposible que paremos la reproducción del Cd. 

La reproducción del Cd. Porque en verdad parece que el Cd hace el amor consigo mismo y se engendra más y más. Parece un organismo vivo que se insemina a sí mismo con cada nota, que se reproduce por esporas y genera una herencia instantánea en progresión geométrica que solo Auerbach y Carney saben parar. 

A parte de la que abre el Cd, porque es la primera, al principio me llamó la atención Little Black Submarines: el primer y único momento un poco lento de acústica, que hacia la mitad del tema se transforma en una versión de sí misma con varias toneladas más de distorsión y una batería que hace temblar la tierra. Después fue mi cuerpo quien advirtió que en Sister no podía evitar moverse a su ritmo soulero, disfrazado de buen rock americano. Imposible argumentar su genética country con este tema, bailabe y exportable a un público quizá menos amante de esta etiqueta. Y es que la presencia del teclado y el batir entrecortado de las baquetas, en ocasiones, convierten determinados pasajes del Cd en momentos que bien podrían ser de hit de pista. Es, con toda seguridad, su disco menos blusero, aunque en absoluto es una desventaja.

Pero volviendo a Lonely Boy, paradigmática canción de apertura de los Black Keys (que recuerda en la esencia a Everlasting Light), diría que es, como Hell Of A Season o Run Right Back, de esos temas que si todos lo escucháramos al despertar, nos transformaría en emprendedores y saludables hombres de acción, de los que saben qué hacer exactamente en cada situación. Combinan las zancadas largas y cortas de la batería de Carney. Después, Dead And Gone, Gold On The Ceiling o Money Maker, son ese plus de fuerza, decisión y persistencia que permite a los escapados nos ser alcanzados por el pelotón en una gran vuelta ciclista pese a tener todas las condiciones en contra. Tal vez no sean el arranque, el fogonazo maestro que arranca la maquinaria de EL CAMINO, como Lonely Boy pero son la inercia que hace que apenas percibamos si hay o no una cuesta empinada hacia arriba.

Quizá la que presente elementos más variados sea Nova Baby, que tiene un sonido algo más suavizado y, digamos, más humano: solo aquí parece pedirnos algo la voz de Auerbach; en el resto tan solo nos mira con glamurosa suficiencia desde una posición de tremenda seguridad y cierta superioridad. Aún así, circula por el mismo trazado que hace de EL CAMINO un disco de discurso claro, coherente y directo, sin vacilaciones, dudas o medias tintas; compacto. Cada canción es uno de los incontables lados de las ruedas que mueven esa americanísima ranchera Plymouth Grand Voyager de la portada, siempre hacia adelante. Mind Eraser y Stop Stop, de hecho, aunque a primera vista no destaquen mucho, tienen la misma calidad y fuerza intrínseca que hay en todo el resto del Cd.

La robustez y rotundidad que ha alcanzado el lenguaje de The Black Keys me parece comparable a la que tenían, en un estilo cercano, los White Stripes. Silenciosos y modestos, han recogido su testigo ahora que los de Detroit han desaparecido definitivamente. No llegué a tener la opción de verlos en directo, y juro y perjuro que no me pasará lo mismo con este dúo de Akron, Ohio. ¡Larga vida!

2 comentarios:

  1. pues coincidimos bastante!
    pág 60!
    http://www.auxmagazine.com/

    NAI

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