Arcade Fire: el mejor directo del mundo.
Eran las 9 de la noche, y el Palacio de los Deportes de Madrid, ya casi al completo, esperaba ansioso la aparición de uno de los grupos de rock más aclamados del momento. Faltaba aún media hora, pero nadie quería perderse ni un acorde; la expectación se respiraba en un ambiente de comprensible sobreexcitación. Normal, pues finalmente nadie saldría defraudado, nadie saldría sin el rastro de una sonrisa, sin el ritmo sin tregua integrado en sus andares, sin un coro celestial de rock independiente pegado a su memoria. Por fin, a las 21:45, con algo de retraso y un pabellón totalmente abarrotado y preparado solo para lo mejor, dio comienzo el impresionante recital de Arcade Fire: la banda más en forma del momento.
Lo de la otra anoche fue una auténtica avalancha de música indie, de principio a fin; de rock barroco, de talento, vitalidad y energía; un despliegue de lo mejor y más deseado de esta formación orquestal y coral fundada por el matrimonio Butler-Chassagne. Desde la publicación de su tercer álbum, The Suburbs, el 2 de agosto, Arcade Fire no han parado. Recorrieron los festivales de verano en Europa y Norteamérica, y tras un mes de descanso, vuelven en otoño a nuestro continente para una corta gira que comenzó ayer en Madrid. Como viene siendo habitual, dieron comienzo al show con 'Ready To Start', y ya desde entonces se metieron al público en el bolsillo.
Un comienzo arrollador donde también sonó 'Month Of May', 'Laika' y la deliciosa 'No Cars Go', coreada por los 15.000 asistentes. Los ocho componentes del grupo llenaban el escenario con absoluta comodidad, y el Palacio de los Deportes se les quedó pequeño. El intercambio de instrumentos, las bromas y guiños a Monthy Pyton y el delicado bailoteo de Regine Chassagne, protagonista en 'Haití' y 'Sprawl II', fueron, de nuevo, santo y seña de esta banda de Montreal. El ritmo se calmaba, y la puesta en escena, limpia y cálida, creó un ambiente de absoluta comunión. Tras 'Modern Man' y 'Rococó', Win Butler retomó las riendas interpretando al piano 'The Suburbs', elegante y de impecable sonido. La conjunción instrumental de este grupo es algo insuperable, sublime.
Es una banda muy unida, donde reinan la alegría y la espontaneidad al servicio del talento. Tras una hora de concierto, y después de 'Crown Of Love', ese talento se descubriría en toda su grandilocuencia. 'Neighborhood #1 (Tunnels)' volvió a levantar al público como si fuera un enorme manto movido por el viento. Empezaba un proceso catártico: la gente coreaba encandilada, y ellos se lo pasaban en grande. 'Keep The Car Running' puso en pie hasta a los asientos; nadie olvida una zanfona en directo. Habían decidido acabar pronto, pero hacerlo a lo grande: 'We Used To Wait', 'Power Out' y 'Rebellion' como falsa despedida. Pocas veces he visto a un público tan unánimemente entregado, tan empapado de energía y felicidad como durante ese falso último tema.
ara el bis solo dejaron 'Intervention' y, cómo no, 'Wake Up', su último gran himno. El público, elevando al unísono los brazos, parecía una inmensa pradera en movimiento, cebada agitada por el viento, por una ráfaga impagable de extraordinario y glorioso rock. Arcade Fire son ya un grupo de culto, élite musical de esta década; noches como la del otro día así lo corroboran, porque dejan huella. Prácticamente inclasificables pero inconfundibles.
Lo único malo del concierto fue el sonido, que no satisfizo a todos por igual, la escasa aunque intensa hora y media que duró el recital, y el hecho de que el final, dado el ritmo que adquirió el espectáculo, no acabara de manera más mágica: esperaba que el grupo se elevara durante 'Intervention', y desapareciera en un brillante chasquido, en un éxtasis explosivo del mejor rock en directo del mundo. Madrid elevó, anoche, a Arcade Fire al Olimpo de la música; un éxito sin precedentes, previsible, eso sí, desde que en agosto se agotaran las entradas. Compadezco al que se lo haya perdido.
Eran las 9 de la noche, y el Palacio de los Deportes de Madrid, ya casi al completo, esperaba ansioso la aparición de uno de los grupos de rock más aclamados del momento. Faltaba aún media hora, pero nadie quería perderse ni un acorde; la expectación se respiraba en un ambiente de comprensible sobreexcitación. Normal, pues finalmente nadie saldría defraudado, nadie saldría sin el rastro de una sonrisa, sin el ritmo sin tregua integrado en sus andares, sin un coro celestial de rock independiente pegado a su memoria. Por fin, a las 21:45, con algo de retraso y un pabellón totalmente abarrotado y preparado solo para lo mejor, dio comienzo el impresionante recital de Arcade Fire: la banda más en forma del momento.
Lo de la otra anoche fue una auténtica avalancha de música indie, de principio a fin; de rock barroco, de talento, vitalidad y energía; un despliegue de lo mejor y más deseado de esta formación orquestal y coral fundada por el matrimonio Butler-Chassagne. Desde la publicación de su tercer álbum, The Suburbs, el 2 de agosto, Arcade Fire no han parado. Recorrieron los festivales de verano en Europa y Norteamérica, y tras un mes de descanso, vuelven en otoño a nuestro continente para una corta gira que comenzó ayer en Madrid. Como viene siendo habitual, dieron comienzo al show con 'Ready To Start', y ya desde entonces se metieron al público en el bolsillo.
Un comienzo arrollador donde también sonó 'Month Of May', 'Laika' y la deliciosa 'No Cars Go', coreada por los 15.000 asistentes. Los ocho componentes del grupo llenaban el escenario con absoluta comodidad, y el Palacio de los Deportes se les quedó pequeño. El intercambio de instrumentos, las bromas y guiños a Monthy Pyton y el delicado bailoteo de Regine Chassagne, protagonista en 'Haití' y 'Sprawl II', fueron, de nuevo, santo y seña de esta banda de Montreal. El ritmo se calmaba, y la puesta en escena, limpia y cálida, creó un ambiente de absoluta comunión. Tras 'Modern Man' y 'Rococó', Win Butler retomó las riendas interpretando al piano 'The Suburbs', elegante y de impecable sonido. La conjunción instrumental de este grupo es algo insuperable, sublime.
Es una banda muy unida, donde reinan la alegría y la espontaneidad al servicio del talento. Tras una hora de concierto, y después de 'Crown Of Love', ese talento se descubriría en toda su grandilocuencia. 'Neighborhood #1 (Tunnels)' volvió a levantar al público como si fuera un enorme manto movido por el viento. Empezaba un proceso catártico: la gente coreaba encandilada, y ellos se lo pasaban en grande. 'Keep The Car Running' puso en pie hasta a los asientos; nadie olvida una zanfona en directo. Habían decidido acabar pronto, pero hacerlo a lo grande: 'We Used To Wait', 'Power Out' y 'Rebellion' como falsa despedida. Pocas veces he visto a un público tan unánimemente entregado, tan empapado de energía y felicidad como durante ese falso último tema.
ara el bis solo dejaron 'Intervention' y, cómo no, 'Wake Up', su último gran himno. El público, elevando al unísono los brazos, parecía una inmensa pradera en movimiento, cebada agitada por el viento, por una ráfaga impagable de extraordinario y glorioso rock. Arcade Fire son ya un grupo de culto, élite musical de esta década; noches como la del otro día así lo corroboran, porque dejan huella. Prácticamente inclasificables pero inconfundibles.
Lo único malo del concierto fue el sonido, que no satisfizo a todos por igual, la escasa aunque intensa hora y media que duró el recital, y el hecho de que el final, dado el ritmo que adquirió el espectáculo, no acabara de manera más mágica: esperaba que el grupo se elevara durante 'Intervention', y desapareciera en un brillante chasquido, en un éxtasis explosivo del mejor rock en directo del mundo. Madrid elevó, anoche, a Arcade Fire al Olimpo de la música; un éxito sin precedentes, previsible, eso sí, desde que en agosto se agotaran las entradas. Compadezco al que se lo haya perdido.
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