De lobos y flores.
Es realmente complicado saber de antemano cómo va a ser un concierto de Patrick Wolf, hayas ido o no a uno anteriormente. Musicalmente, aunque dentro de unas líneas artísticas muy marcadas, es totalmente imprevisible: coquetea con casi todos los palos, o al menos con aquellos que le permiten expresar su música de esa manera tan extremadamente física que practica. Siempre con un gusto compositivo refinado, arreglos instrumentales florales que parecen jardines urbanos, y una voz que lo empapa todo, el londinense demostró el viernes pasado en la Sala Apolo de Barcelona que el escenario es su hábitat natural. Un escenario que, además, estaba plagado de instrumentos: vientos, violines, teclados, un bajo, y una batería de pegada fuerte, a parte del arpa que solo él tocaba. Fue un concierto colorido y muy animado, una especie de fiesta íntima de puertas abiertas, a la que tan solo acudieron unas 300 personas. Todas las demás que estaban esa noche en la Ciudad Condal, y no se pasaron por la Apolo, cometieron un terrible error. Palabra.
Patrick Wolf se presentó en castellano como Patricio Lobo, como el chico de educada irreverencia que es; y aunque bien acompañado de cinco músicos de excelencia, protagonizó él toda la gala: todo movimiento en el escenario le pertenecía, y mientras bailaba su propia música, provocativo y seductor, daba la impresión de que era toda la sala lo que le pertenecía. Manteniendo un esforzado equilibrio entre lo hortera y lo realmente glamuroso, Lobo repasó a fondo su último trabajo, Lupercalia, desmelenando siempre al ángel que lleva dentro, confiriéndole a casi todas las canciones un aire festivo cercano al electropop, a medio camino entre Jamie Lidell y Jarvis Cocker. Optó por una versión de sí mismo extrovertida y festiva, florida y divina (de diva, no de divinidad).
Al principio, y tras una breve intro de cuerdas y violines, el vozarrón del joven cantautor inglés entró en off. Salió, se sentó frente al arpa, y empezó el recital interpretando 'Armistice' a fuego lento. A partir de entonces, sin embargo, todo fueron excusas para bailar. 'House', 'Bluebells' y 'Times Of My Life': un pop festivo de teclado floreado, que él mismo tocaba mientras cantaba como si no le costara absolutamente nada entonar tan rematadamente bien. Un pop engalanado de arreglos dignos de la mejor opereta, que elevaban el nivel del concierto incluso por encima de la asombrosa capacidad compositiva de Lobo. Me pregunto si algún día su carrera podrá compararse a la de Nick Cave o Tom Waits: salvando las diferencias, la personalidad de este chico también parece destinada a ser inconfundible, a erigirse como el principal elemento de su música.
Quienes le conocen bien saben que Patrick Wolf no es siempre tan alegre y primaveral. Pero en la Apolo no hubo el menor atisbo de tristeza o de nostalgia. Eché de menos su versión sentada e intimista, pero él decidió fiesta, y eso fue lo que hubo. 'Damaris' dio la nota folk, aunque a ritmo electropop. Y en 'Agustine', que iba a ser la pausa que yo añoraba, fallaron los medios, así que se puso a bailar. Incluso transformó 'The Day' en un hitazo de garito nocturno, de sexualidad abierta para más detalle. 'Bermondsey Street' me recordó a la sonrisa impecable de Arcade Fire, y más tarde, 'The City', a los mismísimos Pulp. Estaba empeñado en contagiarnos su efusividad. Curiosamente, lo más íntimo que sonó en todo el concierto fue 'Hard Times', una versión de Alec Empire, justo antes de la pausa y los bises: fue lo más parecido al Nocturama de Cave, a la faceta que a mí más me gusta de Lobo: su tremenda voz, al servicio de la oscuridad.
Sin embargo, fue su voz al servicio del bien, de la alegría y de la fiesta. Su voz era el complemento perfecto a una música orquestal que siempre descansó en el ritmo que marcaban sus pies, y en sus ganas de extender el buen humor entre el público. Por cierto que entre el mismo se encontraban los tíos del cantante. Lobo agradeció los consejos que le dieron cuando era niño y quería escaparse: “Bebe Champagne y aprecia lo bonita que es la vida cada día”. Así se fue conformando una de las personalidades del indie más prometedoras para la década que ahora empieza.Esperamos que siga reinventándose una y mil veces ante nosotros.
Patrick Wolf se presentó en castellano como Patricio Lobo, como el chico de educada irreverencia que es; y aunque bien acompañado de cinco músicos de excelencia, protagonizó él toda la gala: todo movimiento en el escenario le pertenecía, y mientras bailaba su propia música, provocativo y seductor, daba la impresión de que era toda la sala lo que le pertenecía. Manteniendo un esforzado equilibrio entre lo hortera y lo realmente glamuroso, Lobo repasó a fondo su último trabajo, Lupercalia, desmelenando siempre al ángel que lleva dentro, confiriéndole a casi todas las canciones un aire festivo cercano al electropop, a medio camino entre Jamie Lidell y Jarvis Cocker. Optó por una versión de sí mismo extrovertida y festiva, florida y divina (de diva, no de divinidad).
Al principio, y tras una breve intro de cuerdas y violines, el vozarrón del joven cantautor inglés entró en off. Salió, se sentó frente al arpa, y empezó el recital interpretando 'Armistice' a fuego lento. A partir de entonces, sin embargo, todo fueron excusas para bailar. 'House', 'Bluebells' y 'Times Of My Life': un pop festivo de teclado floreado, que él mismo tocaba mientras cantaba como si no le costara absolutamente nada entonar tan rematadamente bien. Un pop engalanado de arreglos dignos de la mejor opereta, que elevaban el nivel del concierto incluso por encima de la asombrosa capacidad compositiva de Lobo. Me pregunto si algún día su carrera podrá compararse a la de Nick Cave o Tom Waits: salvando las diferencias, la personalidad de este chico también parece destinada a ser inconfundible, a erigirse como el principal elemento de su música.
Quienes le conocen bien saben que Patrick Wolf no es siempre tan alegre y primaveral. Pero en la Apolo no hubo el menor atisbo de tristeza o de nostalgia. Eché de menos su versión sentada e intimista, pero él decidió fiesta, y eso fue lo que hubo. 'Damaris' dio la nota folk, aunque a ritmo electropop. Y en 'Agustine', que iba a ser la pausa que yo añoraba, fallaron los medios, así que se puso a bailar. Incluso transformó 'The Day' en un hitazo de garito nocturno, de sexualidad abierta para más detalle. 'Bermondsey Street' me recordó a la sonrisa impecable de Arcade Fire, y más tarde, 'The City', a los mismísimos Pulp. Estaba empeñado en contagiarnos su efusividad. Curiosamente, lo más íntimo que sonó en todo el concierto fue 'Hard Times', una versión de Alec Empire, justo antes de la pausa y los bises: fue lo más parecido al Nocturama de Cave, a la faceta que a mí más me gusta de Lobo: su tremenda voz, al servicio de la oscuridad.
Sin embargo, fue su voz al servicio del bien, de la alegría y de la fiesta. Su voz era el complemento perfecto a una música orquestal que siempre descansó en el ritmo que marcaban sus pies, y en sus ganas de extender el buen humor entre el público. Por cierto que entre el mismo se encontraban los tíos del cantante. Lobo agradeció los consejos que le dieron cuando era niño y quería escaparse: “Bebe Champagne y aprecia lo bonita que es la vida cada día”. Así se fue conformando una de las personalidades del indie más prometedoras para la década que ahora empieza.Esperamos que siga reinventándose una y mil veces ante nosotros.
Fotos de Pablo Luna Chao.
Escucha el setlist del concierto en Spotify.
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