Cats On Fire + Vincent: misterio resoluble.
Noche de contrastes en la Corredera Baja de San Pablo. La plataforma promotora SON, de Estrella de Galicia, presentó, la noche del miércoles, la curiosa combinación de sonidos propuesta por Cats On Fire y Vincent. El elegante Teatro Lara no se llenó para la ocasión, pero todos los asistentes se fueron con lo que había ido a buscar. Algunos, el sonido ambiental penetrante de Vincent; otros, el edulcorado pop nórdico de Cats On Fire. Dos bandas muy diferentes que, pese a tener ya un cierto público estable y fiel, siguen demostrando lo difícil que es triunfar en España en el panorama indie, sin una referencia de éxito anterior proveniente del Reino Unido, Estados Unidos o Canadá. A veces parece inevitable pensar que nuestro país, en su gran mayoría, aún no se ha incorporado al flujo, de referencias e influencias, de éxitos y aceptaciones masivas, del panorama musical internacional. Y esta dolencia solo se cura organizando y asistiendo a conciertos como los de ayer.
La apuesta de SON quedó clara hace ya unos meses, cuando trajeron a The Pains of Being Pure at Heart, quizá la banda más prometedora de todo el panorama independiente actual; y antes de ayer volvió a poner en escena dos muestras, casi en las antípodas, del enorme abanico de sonido que hay, hoy en día, al margen de los grandes sellos y discográficas. Es difícil hablar de lo que pasó la noche del miércoles, sin sucumbir a la comparación: Vincent y Cats On Fire no tienen nada que ver, musicalmente hablando; y pese al programado protagonismo de los segundos, fue la banda madrileña la que más me llamó la atención. Desde la puesta en escena, a la estructura y filosofía musical, todo el concierto fue un constante contraste. Probablemente pocos fueron a ver a los dos grupos; y el público incondicional de uno, seguramente no se sintió muy cómodo escuchando al otro, y viceversa. Noche irreconciliable en el Teatro Lara.
Vincent abrió la velada con un acristalado sonido ambiental, un sesudo lo-fi que invita a pensar, que se desarrolla mejor en el más estricto instrumentalismo. Las voces apagadas e inseguras, al estilo Early Day Miners o The American Analog Set, son su asignatura pendiente. Por el contrario, lo que pudo ofrecernos Cats On Fire fue mucho más limitado: un pop-rock sencillo y directo, tremendamente convencional, y con una tibia tonalidad folk que, en mi opinión, parecía del todo impostada. Cualquiera pensaría, al asistir a una sesión de finlandeses y españoles, que los primeros resultarían fríos, y los patrios bien cálidos. Todo lo contrario. Vincent tocó su repertorio sin demoras, sin apenas contacto visual con su público, mostrando una imagen compacta, de banda democrática, de sala modesta y de rincones, y una actitud ligeramente shoegaze. Languidez, y mil detalles escondidos. Sin embargo los nórdicos, haciendo alarde Mattias Björkas de oratoria y ansias de frontman, dejaron claro que su objetivo es mover pabellones, llenar estadios de bailoteos y aplausos rítmicos absurdos.
Cats On Fire conectó con el público gracias al amoroso y amable sonido que segregó durante más de una hora. 'I am the White-mantled King', por ejemplo, provocó algún que otro grito, y ciertos brotes de cándida felicidad. Hay quien habla de la innegable similutud con los Smiths, del parecido razonable con Belle & Seastian. Pero aunque en ocasiones abandonan ese invariable ritmo británico, y coquetean con la percusión del folk americano de Okkervil River, Cats On Fire no va mucho más allá de sus referencias. En mi opinión, no aportan nada nuevo. Vincent, en cambio, es más vanguardista. Los Grizzly Bear, o Beach House, no han pasado desapercibidos frente a ellos. El gran atractivo de bandas así es que, con su post-rock, atentan contra lo preestablecido: métodos y lugares comunes de plácido descanso para formaciones como Cats On Fire.
No hubo antagonismos entre Vincent y Cats on Fire, pero tampoco conexión. Los primeros plantearon la noche como la sesión de una especie de teatro mágico, inquietante e impenetrable, de susurros imperfectos y reflexiva evasión; y Cats On Fire se encargó de iluminar, con grandes focos de atención, un escenario que convirtió casi en plató de show vespertino, arrebatándonos la posibilidad de irnos a casa con esa impagable sensación de llevarnos a la cama un gran secreto bien guardado. Noche de contrastes en la baja Malasaña: experimentación frente al formulismo, la investigación colegial del armónico frente al método del estrellato. Vincent y Cats On Fire recorren vías bien distintas, pero si en el futuro vuelven a compartir escenario, será, con toda seguridad, uno con mucha mayor repercusión. Esperemos, de todas maneras, que detrás de esa hipotética situación vuelva a estar Estrella de Galicia, y su plataforma de promoción musical SON, dada la acertada apuesta que están llevando a cabo.
La apuesta de SON quedó clara hace ya unos meses, cuando trajeron a The Pains of Being Pure at Heart, quizá la banda más prometedora de todo el panorama independiente actual; y antes de ayer volvió a poner en escena dos muestras, casi en las antípodas, del enorme abanico de sonido que hay, hoy en día, al margen de los grandes sellos y discográficas. Es difícil hablar de lo que pasó la noche del miércoles, sin sucumbir a la comparación: Vincent y Cats On Fire no tienen nada que ver, musicalmente hablando; y pese al programado protagonismo de los segundos, fue la banda madrileña la que más me llamó la atención. Desde la puesta en escena, a la estructura y filosofía musical, todo el concierto fue un constante contraste. Probablemente pocos fueron a ver a los dos grupos; y el público incondicional de uno, seguramente no se sintió muy cómodo escuchando al otro, y viceversa. Noche irreconciliable en el Teatro Lara.
Vincent abrió la velada con un acristalado sonido ambiental, un sesudo lo-fi que invita a pensar, que se desarrolla mejor en el más estricto instrumentalismo. Las voces apagadas e inseguras, al estilo Early Day Miners o The American Analog Set, son su asignatura pendiente. Por el contrario, lo que pudo ofrecernos Cats On Fire fue mucho más limitado: un pop-rock sencillo y directo, tremendamente convencional, y con una tibia tonalidad folk que, en mi opinión, parecía del todo impostada. Cualquiera pensaría, al asistir a una sesión de finlandeses y españoles, que los primeros resultarían fríos, y los patrios bien cálidos. Todo lo contrario. Vincent tocó su repertorio sin demoras, sin apenas contacto visual con su público, mostrando una imagen compacta, de banda democrática, de sala modesta y de rincones, y una actitud ligeramente shoegaze. Languidez, y mil detalles escondidos. Sin embargo los nórdicos, haciendo alarde Mattias Björkas de oratoria y ansias de frontman, dejaron claro que su objetivo es mover pabellones, llenar estadios de bailoteos y aplausos rítmicos absurdos.
Cats On Fire conectó con el público gracias al amoroso y amable sonido que segregó durante más de una hora. 'I am the White-mantled King', por ejemplo, provocó algún que otro grito, y ciertos brotes de cándida felicidad. Hay quien habla de la innegable similutud con los Smiths, del parecido razonable con Belle & Seastian. Pero aunque en ocasiones abandonan ese invariable ritmo británico, y coquetean con la percusión del folk americano de Okkervil River, Cats On Fire no va mucho más allá de sus referencias. En mi opinión, no aportan nada nuevo. Vincent, en cambio, es más vanguardista. Los Grizzly Bear, o Beach House, no han pasado desapercibidos frente a ellos. El gran atractivo de bandas así es que, con su post-rock, atentan contra lo preestablecido: métodos y lugares comunes de plácido descanso para formaciones como Cats On Fire.
No hubo antagonismos entre Vincent y Cats on Fire, pero tampoco conexión. Los primeros plantearon la noche como la sesión de una especie de teatro mágico, inquietante e impenetrable, de susurros imperfectos y reflexiva evasión; y Cats On Fire se encargó de iluminar, con grandes focos de atención, un escenario que convirtió casi en plató de show vespertino, arrebatándonos la posibilidad de irnos a casa con esa impagable sensación de llevarnos a la cama un gran secreto bien guardado. Noche de contrastes en la baja Malasaña: experimentación frente al formulismo, la investigación colegial del armónico frente al método del estrellato. Vincent y Cats On Fire recorren vías bien distintas, pero si en el futuro vuelven a compartir escenario, será, con toda seguridad, uno con mucha mayor repercusión. Esperemos, de todas maneras, que detrás de esa hipotética situación vuelva a estar Estrella de Galicia, y su plataforma de promoción musical SON, dada la acertada apuesta que están llevando a cabo.