La coraza folk de Manel.
Creo que últimamente mi suerte está cambiando. He empezado en un trabajo estupendo, donde me siento cómodo y valorado; después me comunican que por obras en la oficina, tenemos dos semanas de vacaciones en pleno agosto. Me vuelvo a Ibiza. Y luego resulta que el día siguiente a mi llegada a la isla, tocan los Manel en la capital, gratis, por motivo de las fiestas patronales. Todos coinciden en que es uno de los grupos del momento, pero yo aún no había tenido ocasión de verlos, y casi ni de escucharlos. Así surgió la ocasión perfecta, en el ibicenco Parque Reina Sofía, pese a las deficitarias infraestructuras de sonido. La ocasión de corroborar, y de tratar de explicar por qué el fenómeno Manel está siendo lo que es.
El concierto se celebró el domingo 7, a las diez de la noche. El Parque se encuentra al pie de los baluartes (construcción defensiva militar) que presiden la capital de la isla pitiusa. Un sitio bonito, entre murallas y árboles, donde es complicado enclavar un escenario decente. Los grupos locales 4 de Copes y Quin Delibat! abrieron el apetito de los adolescentes, niños y familias que, finalmente, fueron también mayoría en Manel. Todo con retraso, problemas técnicos, ¿Pero qué le vas a pedir a un concierto gratuito en pleno viaje a Ibiza? Poco antes de la medianoche, por fin, subieron los catalanes al escenario, y a partir de entonces todo tuvo un poco más de aspecto de concierto serio y de verdad. Sin desmerecer a los teloneros: el problema fue siempre el apartado técnico.
Pero Manel, más que una armadura, lo que tienen es una coraza de sonido por piel, capaz de hacerles funcionar musicalmente de manera asombrosamente eficaz, al margen de cualquier tipo de mediación técnica y de producción. La explicación de que un grupo del caché de Manel toque gratis es, precisamente, que en esas condiciones no pueden asegurar dar un buen concierto. No obstante, la actuación estuvo muy por encima de las circunstancias: su valor quedó muy por encima de los cero euros que pagamos. Su sonido, pese a las condiciones, resultó muy compacto y sólido; directo, claro y preciso. Sus pieles exhumaron folk a raudales, pero delicadamente mezclado con hilillos de pop, levemente amplificados, seguramente en congruencia con el público que allí nos congregábamos. Sonaron especialmente bien 'Al mar!', 'En La Que El Bernat Se’t Troba', 'Boomerang', 'La Canço Del Soldadet', y nos deleitaron con su versión de 'Common People', de Pulp.
Ésta última nos cayó de sorpresa a quienes no conocemos la obra de Manel al completo: un regalo al oído que nació de uno de los múltiples monólogos con los que Guillem Gilbert, cantante y guitarrista clásico, presentó al resto de la banda. Entre canción y canción nos cuenta una historia, una anécdota relativa a cada uno de los demás, con esa forma de hablar, de contar cosas que tienen los catalanes: sarcástica, irónica, explicativa y autocrítica; entre la monotonía casi binaria de Eugenio, y el ritmo atropellado y ramificante propio de Buenafuente. En realidad, da la sensación de que también cada canción es, en el fondo, una historia cantada, una narración acompañada de música. Definitivamente, en Manel, la oralidad resulta un tema clave para entender qué son y por qué suenan como suenan.
El fenómeno neofolk, extendido últimamente por todo el mundo, se basa en unos músicos jóvenes que descubren las raíces musicales de su tierra, no desde una limitación de horizontes, no como su única opción, no como una repetición casposa de la única tradición cultural que han podido ver; sino al revés: una vez explorada toda la oferta musical, vuelven a sus tierras y redescubren su propia cultura, su propia tradición musical. Pero no desde dentro, sino desde fuera, como una elección, no como una obligación, o una inercia cultural obsoleta. La elección de Fleet Foxes, de Iron & Wine, de Caléxico, o la de los propios Manel, no significa un cerrojazo ultranacionalita excluyente y reivindicativo del volkgeist de cada una desus regiones de origen; sino una nueva mirada a esa tradición particular de cada uno, con el bagaje y la riqueza que aporta la observación de lo ajeno, y el dejarse empapar por determinadas influencias. Manel hace folk catalán, pero es así de atractivo porque se nota que han escuchado mucho a Belle & Sebastian, a los propios Pulp, y a los grandes grupos angloamericanos de pop de los ‘80-’90. El neofok es, por tanto, uno de los primeros y más fascinantes fenómenos culturales que ha provocado la globalización y el acceso libre al contenido cultural de cualquier lugar del planeta.
En el caso concreto de Manel, al margen de la decoración pop que se respira en muchas de sus canciones, bebe directamente de unas tradiciones completamente reconocibles; renovadas, refrescadas, redecoradas, como decía, con delicados hilillos de pop de ascendencia glam. La vocación oral de la banda, encarnada casi exclusivamente en Gilbert, resulta fundamental. Los monólogos, la forma de contar, la importancia de esos momentos entre canción y canción, así como su sonido al completo, nos remiten a una forma de oralidad que no solo es tradición catalana, francesa o española, sino europea en general, datada cuanto menos del Medievo. Nos conecta inmediatamente con el viejo concepto de juglar, con el cantar de gesta en verso, el cuento cantado; nos remite a la chanson francesa, a la narración acompañada de música, al trovador medieval, pero desde la estricta contemporaneidad.
Otra característica en común de los grupos neofolk del mundo entero, es que parece que han completado el conocimiento de todos los instrumentos modernos, y por tanto, al volver a la música patria, vuelven también a redescubrir los instrumentos locales tradicionales. La instrumentalización es clave en el fenómeno neofolk: la antítesis del otro gran fenómeno musical de las últimas décadas, la música electrónica. Pero alejados de esos dos extremos, Manel hace un popfolk con claro aire mediterráneo y vocación trovadoresca, resultado de beber tanto de la música contemporánea como de esas raíces culturales que mencionaba antes. Un folk que no necesita más que los instrumentos convencionales del poprock, y una buena dosis de autenticidad, para dejar claras cuáles son las particularidades de un músico catalán que, aun habiendo escuchado música de todas partes, se ha dejado empapar por sus propias tradiciones culturales.
Un concierto notable, dadas las circunstancias, pero desde luego para mí ha sido la pista que necesitaba para empezar una profunda investigación auditiva de esta banda de la que tanto se habla. Manel tiene contenido: no es solo ese sonido aparentemente sencillo, rural y casi bucólico; es una amalgama musical interesantísima que, gracias a Dios, ha gustado también a las mayorías.
Fotografías de Pablo Luna Chao.
El concierto se celebró el domingo 7, a las diez de la noche. El Parque se encuentra al pie de los baluartes (construcción defensiva militar) que presiden la capital de la isla pitiusa. Un sitio bonito, entre murallas y árboles, donde es complicado enclavar un escenario decente. Los grupos locales 4 de Copes y Quin Delibat! abrieron el apetito de los adolescentes, niños y familias que, finalmente, fueron también mayoría en Manel. Todo con retraso, problemas técnicos, ¿Pero qué le vas a pedir a un concierto gratuito en pleno viaje a Ibiza? Poco antes de la medianoche, por fin, subieron los catalanes al escenario, y a partir de entonces todo tuvo un poco más de aspecto de concierto serio y de verdad. Sin desmerecer a los teloneros: el problema fue siempre el apartado técnico.
Pero Manel, más que una armadura, lo que tienen es una coraza de sonido por piel, capaz de hacerles funcionar musicalmente de manera asombrosamente eficaz, al margen de cualquier tipo de mediación técnica y de producción. La explicación de que un grupo del caché de Manel toque gratis es, precisamente, que en esas condiciones no pueden asegurar dar un buen concierto. No obstante, la actuación estuvo muy por encima de las circunstancias: su valor quedó muy por encima de los cero euros que pagamos. Su sonido, pese a las condiciones, resultó muy compacto y sólido; directo, claro y preciso. Sus pieles exhumaron folk a raudales, pero delicadamente mezclado con hilillos de pop, levemente amplificados, seguramente en congruencia con el público que allí nos congregábamos. Sonaron especialmente bien 'Al mar!', 'En La Que El Bernat Se’t Troba', 'Boomerang', 'La Canço Del Soldadet', y nos deleitaron con su versión de 'Common People', de Pulp.
Ésta última nos cayó de sorpresa a quienes no conocemos la obra de Manel al completo: un regalo al oído que nació de uno de los múltiples monólogos con los que Guillem Gilbert, cantante y guitarrista clásico, presentó al resto de la banda. Entre canción y canción nos cuenta una historia, una anécdota relativa a cada uno de los demás, con esa forma de hablar, de contar cosas que tienen los catalanes: sarcástica, irónica, explicativa y autocrítica; entre la monotonía casi binaria de Eugenio, y el ritmo atropellado y ramificante propio de Buenafuente. En realidad, da la sensación de que también cada canción es, en el fondo, una historia cantada, una narración acompañada de música. Definitivamente, en Manel, la oralidad resulta un tema clave para entender qué son y por qué suenan como suenan.
El fenómeno neofolk, extendido últimamente por todo el mundo, se basa en unos músicos jóvenes que descubren las raíces musicales de su tierra, no desde una limitación de horizontes, no como su única opción, no como una repetición casposa de la única tradición cultural que han podido ver; sino al revés: una vez explorada toda la oferta musical, vuelven a sus tierras y redescubren su propia cultura, su propia tradición musical. Pero no desde dentro, sino desde fuera, como una elección, no como una obligación, o una inercia cultural obsoleta. La elección de Fleet Foxes, de Iron & Wine, de Caléxico, o la de los propios Manel, no significa un cerrojazo ultranacionalita excluyente y reivindicativo del volkgeist de cada una desus regiones de origen; sino una nueva mirada a esa tradición particular de cada uno, con el bagaje y la riqueza que aporta la observación de lo ajeno, y el dejarse empapar por determinadas influencias. Manel hace folk catalán, pero es así de atractivo porque se nota que han escuchado mucho a Belle & Sebastian, a los propios Pulp, y a los grandes grupos angloamericanos de pop de los ‘80-’90. El neofok es, por tanto, uno de los primeros y más fascinantes fenómenos culturales que ha provocado la globalización y el acceso libre al contenido cultural de cualquier lugar del planeta.
En el caso concreto de Manel, al margen de la decoración pop que se respira en muchas de sus canciones, bebe directamente de unas tradiciones completamente reconocibles; renovadas, refrescadas, redecoradas, como decía, con delicados hilillos de pop de ascendencia glam. La vocación oral de la banda, encarnada casi exclusivamente en Gilbert, resulta fundamental. Los monólogos, la forma de contar, la importancia de esos momentos entre canción y canción, así como su sonido al completo, nos remiten a una forma de oralidad que no solo es tradición catalana, francesa o española, sino europea en general, datada cuanto menos del Medievo. Nos conecta inmediatamente con el viejo concepto de juglar, con el cantar de gesta en verso, el cuento cantado; nos remite a la chanson francesa, a la narración acompañada de música, al trovador medieval, pero desde la estricta contemporaneidad.
Otra característica en común de los grupos neofolk del mundo entero, es que parece que han completado el conocimiento de todos los instrumentos modernos, y por tanto, al volver a la música patria, vuelven también a redescubrir los instrumentos locales tradicionales. La instrumentalización es clave en el fenómeno neofolk: la antítesis del otro gran fenómeno musical de las últimas décadas, la música electrónica. Pero alejados de esos dos extremos, Manel hace un popfolk con claro aire mediterráneo y vocación trovadoresca, resultado de beber tanto de la música contemporánea como de esas raíces culturales que mencionaba antes. Un folk que no necesita más que los instrumentos convencionales del poprock, y una buena dosis de autenticidad, para dejar claras cuáles son las particularidades de un músico catalán que, aun habiendo escuchado música de todas partes, se ha dejado empapar por sus propias tradiciones culturales.
Un concierto notable, dadas las circunstancias, pero desde luego para mí ha sido la pista que necesitaba para empezar una profunda investigación auditiva de esta banda de la que tanto se habla. Manel tiene contenido: no es solo ese sonido aparentemente sencillo, rural y casi bucólico; es una amalgama musical interesantísima que, gracias a Dios, ha gustado también a las mayorías.
Fotografías de Pablo Luna Chao.
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